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versión impresa ISSN 1666-485Xversión On-line ISSN 1668-723X

Tópicos  no.43 Santa Fe ago. 2022  Epub 01-Ago-2022

http://dx.doi.org/10.14409/topicos.v0i43.11890 

Artículos

Serenidad ante la muerte en medio de la era técnica: una propuesta desde la filosofía de Heidegger

Serenity before death in the middle of the technical era: a proposal from Heidegger’s philosophy

Paolo Humberto Gajardo Jaña1  *

1Universidad de Chile

Resumen

En la filosofía de Heidegger se encuentra un diagnóstico de nuestro tiempo problemático que él llamó das Gestell, es decir, la esencia de la era técnica. Esta esencia es una peligrosa destinación del Ser porque implica olvidar nuestra condición de mortales. Frente a ello, Heidegger tiene una propuesta: serenidad. Por medio de esta actitud se consigue recordar nuestra mortalidad olvidada y recuperar nuestra posición en otra destinación del Ser: das Geviert, es decir, la cuaternidad. En esta destinación necesitamos dejarnos ser lo que esencialmente somos y habitar como mortales sobre la tierra.

Palabras clave Muerte; serenidad; técnica; habitar; cuaternidad

Abstract

In Heidegger’s philosophy it’s found a diagnostic of our problematic time, he called it das Gestell, namely, the essence of the technical era. This essence is a dangerous destination of Being, because it involves forgetting our mortal condition. Against this problematic time, Heidegger has a proposal: serenity. Through this attitude is achieved to remember our forgotten mortality. This implies to recover our position in another destination of Being: das Geviert, namely, the fourfold. In this destination we need to let us be what we essentially are, and in this way dwell as mortals on earth.

Keywords Death; serenity; technical; dwell; fourfold

I. Un tiempo problemático: falta de pensamiento y das Gestell

Martin Heidegger, el filósofo del Ser, ¿qué tiene que decir sobre la muerte? ¿Qué conexión hay entre pensar el Ser y pensar la muerte? El hecho de que el Ser ya no signifique nada para los oídos contemporáneos ¿tiene algo que ver con que la muerte haya sido eclipsada por la tecnología?

“Lo que más merece pensarse en nuestro tiempo problemático es el hecho de que no pensamos”.1 Esta frase, dicha por Heidegger en la primera lección del curso ¿Qué significa pensar? de 1951, contiene un diagnóstico de la época sobre el cual, ciertamente, es preciso reflexionar. Si lo meditamos adecuadamente, podremos entrever los lazos que unen filosóficamente la falta de pensamiento de nuestro tiempo y el olvido de la muerte.

En efecto, la frase nos remite al contexto de un tiempo problemático, el tiempo de la técnica moderna, en el cual prolifera la falta de pensamiento. En medio de esta era problemáticamente técnica, la inmediatez se impone como una exigencia básica a la utilidad, la explotación y la eficacia.

En efecto, hoy por hoy, se espera de los artefactos, de las personas y de las circunstancias en general, que entreguen resultados útiles en el menor tiempo posible; de lo contrario, se juzgará que nos hacen perder el tiempo, y que necesitan mejorarse. Se les pide a las máquinas que sean cada vez más rápidas y eficientes, y a los hombres que sean cada vez más como las máquinas. Se le exige a ambos (hombres y máquinas) un mejoramiento infinito, desmesuradamente infinito, teniendo en vistas una mayor rapidez y efectividad. La creciente proliferación y valorización de propiedades como la inmediatez y la utilidad no ha ocurrido por azar. Esta descripción de nuestra época se enmarca en el escenario que el filósofo de la Selva Negra ha caracterizado como la destinación del Ser bajo la figura de das Gestell (lo dis–puesto).

El hecho de que hablemos de una destinación del Ser hacia el hombre nos indica que nos encontramos ante un suceso que trasciende la voluntad humana. En efecto, Heidegger dirá, con contundentes palabras que: “En el Ge.stell el hombre es requerido para corresponder a la explotación–consumo; la relación con la explotación–consumo obliga al hombre a ser en esa relación. El hombre no tiene la técnica en la mano. Es el juguete de ella”.2

Esta es una forma de destinación del Ser que conlleva el despliegue de la esencia de la técnica, el cual abarca todos los aspectos de la vida del ser humano. Esto implica una forma de des–ocultar los entes como meras constantes o stocks .Bestand); 3 considerar a la naturaleza como meramente calculable; al pensar en su mera modalidad calculante; al lenguaje como un simple instrumento de comunicación y de información.4 En esta destinación actual del Ser como das Gestell, el olvido y la carencia de sentido parecen tener un carácter global. Esto porque todo lo ente es des–ocultado únicamente en tanto es algo explotable y/o consumible, vaciado de cualquier otro sentido, y cerrado a ello.5 De tal manera, el hombre que se erige técnicamente solo tiene en miras —como su objetivo, fin y sentido— la híper–explotación de recursos (tanto naturales como humanos).6

En efecto, en nuestro tiempo problemático, caracterizado como la época de la técnica, los seres humanos se ven solicitados de tal manera por los diversos y siempre nuevos artefactos técnicos que, son casi totalmente absorbidos por ellos, en su clamor por atención, consumo y explotación. Esta vorágine en la que el hombre actual está inmerso lo ata y constriñe de tal forma que se encuentra a menudo en una relación de total servidumbre ante los aparatos técnicos, dependiendo de ellos absolutamente.7

En este contexto, con el despliegue de la esencia de la técnica moderna, se han eliminado todas las lejanías y cercanías. Es cierto que se han eliminado las distancias mediante el perfeccionamiento técnico; pero tal eliminación, sin embargo no conlleva el aumento de cercanías genuinas, puesto que estas tienen que ver más con un arraigo y proximidad frente a las cosas que con una distancia espacialmente reducida. En este tiempo problemático que nos da que pensar “[t]odo es arrastrado por la uniforme falta de separación”.8 Así pues, nada nos es ni cercano ni lejano, todo yace indiferente y simultáneo, igualmente accesible, y por ello, dislocado de su previa esencia.9

El actual escenario técnico que elimina las cercanías y aplana todo en la uniformidad puede también ser caracterizado por la abolición de lo simbólico, esto es, como un cerrarse ante aquello que pueda donar un sentido y traer con ello la cercanía en su significación esencial: “vivimos en un tiempo de desimbolización. […]. La simbolización es un distanciamiento por medio de la figuración, alejamiento que instaura el sentido”.10 En nuestro mundo contemporáneo, marcado por el sello de la esencia de la técnica que advierte Heidegger, proliferan las imágenes y videos, que nos traen en la inmediatez un cúmulo de hechos ocurriendo en todas partes del mundo con mucha facilidad. Todo este conjunto de contenido audiovisual, sin embargo, por su extrema accesibilidad y banalización, se sustrae de todo aspecto simbólico, siendo, a fin de cuentas, carente de sentido:

las imágenes de hoy son aquellas que nos sumergen —a menudo modeladas por la industria del entretenimiento y de la información, o sea, la industria del embrutecimiento, dan vida a una dictadura de la emoción— aquellas que desean abolir cualquier distancia[…], las que destruyen la posibilidad de lo simbólico.11

En este exceso de información y entretenimiento, carente de sentido por su inmediatez, resuenan las palabras que años atrás enunció Heidegger, en las que se advertía proféticamente una decadencia espiritual producto del extremo avasallamiento de la técnica:

Cuando cualquier acontecimiento en cualquier lugar se haya vuelto accesible con la rapidez que se desee, cuando se pueda “asistir” simultáneamente a un atentado contra un rey de Francia y a un concierto sinfónico en Tokio, cuando el tiempo solo equivalga a velocidad, instantaneidad y simultaneidad […] entonces, si, todavía entonces, como un fantasma que se proyecta más allá de todas estas quimeras, se extenderá la pregunta: ¿para qué?, ¿hacia dónde?, ¿y luego qué? 12

Con las nuevas tecnologías y el perfeccionamiento técnico de los aparatos, las palabras de Heidegger parecen haberse cumplido a la perfección. Hoy más que nunca, nuestro tiempo problemático nos da que pensar, y todos estos interrogantes permanecen abiertos.

Precisamente, todas estas preguntas se encuentran latentes e imposibles de responder en la medida en que se nos oculta aquello capaz de donar sentido, dirección y encauzar la actual vorágine técnica: lo simbólico.

El despliegue de la técnica moderna conlleva una des–simbolización que nos torna ciegos para reparar en lo simbólico, lo poético y lo sagrado. En medio de nuestro tiempo problemático, hoy más que nunca nos cerramos a lo que podemos aprender de lo simbólico:

No solamente se pierde lo sagrado como huella de la divinidad, sino que las huellas de esta huella perdida se han extinguido casi totalmente. Cuanto más se borran las huellas, tanto menos puede un mortal individual que llegue al abismo, reparar allí en los signos y enseñanzas.13

Ahora bien, en este complejo y actual escenario de nuestro tiempo, yace una amenaza, que Heidegger se atreve a llamar el peligro supremo: “El destino del desocultamiento no es en sí un peligro cualquiera, sino el peligro”.14 Este peligro del que nos habla el filósofo de Meßkirch consiste en que los seres humanos pasen a considerarse y tratarse únicamente como una mera existencia en sentido comercial (Bestand) más entre otras, renunciando a su esencia pensante (y, por tanto, volverse incapaces de pensar su propia finitud).

Acorde a la actual destinación técnica del Ser, el hombre contemporáneo pierde contacto con todo aquello que no puede ser calculado, producido y consumido, lo que —en última instancia— implica una radical pérdida de sentido y de trascendencia.15 El ser humano actual ya no se considera primaria y esencialmente en tanto hombre (según categorizaciones de épocas pasadas), sino que se des–oculta a él y a sus pares como mero recurso humano en el horizonte del despliegue del mundo técnico:

El hombre moderno resulta ser en tal querer el que en todas las relaciones con todo lo que es —y, en consecuencia, también consigo mismo— se yergue como el elaborador que se impone y organiza ese erguirse en soberanía absoluta. […] El hombre se convierte en material humano que se aplica a los fines propuestos.16

El ser hombre se ha reducido a ser recurso humano, animal de trabajo, mano y cerebro de obra.17 Es decir, el ser humano se ha reducido hasta ser un mero elemento más en la planificación técnica que busca producir, fabricar y explotar todo cuanto se le ponga por delante, para que sea consumido, gastado y desechado.

Ante este panorama podría parecer que, en el fondo, el mismo ser humano es el gestor de tales cambios, que tiene la técnica en sus manos, en tanto que es él quien la lleva a cabo y la concreta en cada una de estas dimensiones, imponiéndola a su voluntad.

No obstante, si seguimos el planteamiento de Heidegger, constatamos que ocurre precisamente lo contrario, la técnica es la que tiene en sus manos al ser humano, aunque para la opinión común esto pase inadvertido: “El hombre que se impone, es —quiéralo y sépalo o no como individuo— empleado de la técnica”.18

Si nuestro puesto ante la técnica dista mucho de dominarla, poco importa si la demonizamos o idealizamos. Tanto una postura conservadora frente a la técnica (que vele por lo ya dado), como una postura progresista (que apueste por el continuo avance técnico), son extremos opuestos que poco pueden hacer contra el despliegue de la esencia de la técnica,19 pues esta funciona a un nivel más profundo.

Posturas superficiales a favor o en contra de la técnica son igualmente ciegas a su esencia. Por tanto, serán igualmente incapaces de comprender las últimas consecuencias, riesgos y posibilidades que conlleva en lo más profundo el despliegue de la esencia de la técnica. Solo una indagación filosófica que trascienda estas posturas puede entrever el peligro que yace tras todo esto: el olvido y eclipse de nuestra esencia pensante y mortal.

II. Desarraigo, agitación e indigente ceguera ante lo esencial

Llegados hasta este punto podemos meditar con mayor profundidad sobre algunas de las características de la época mencionadas al comienzo, y sacar de ellas sus últimas consecuencias.

Inicialmente se sondeó el desolador panorama de nuestra era técnica. Se describió la valoración y proliferación de cualidades como la rapidez, la eficacia, y la utilidad en el horizonte del consumo. Ahora bien, a la luz de lo ya alcanzado y meditado —esto es, según la esencia de la técnica—, podemos profundizar en estas características que hoy por hoy se extienden sobre nuestro planeta globalizado.

Lo primero que tenemos que decir ante este cuadro de la era técnica es que, el ser humano ha experimentado un cambio profundo en su modo de ver y tratar al mundo, a sus pares y a sí mismo. La estrepitosa solicitud de la técnica moderna le ha hecho alejarse de sus raíces: “La pérdida de arraigo procede del espíritu de la época en la que a todos nos ha tocado nacer”.20

Este espíritu de la época, por todos compartido, nos hace ver y enfrentar el mundo de un modo diferente. Esta consecuencia de la esencia de la técnica moderna hace al filósofo de Meßkirch meditar con nostalgia hacia una existencia más simple: “Heidegger considera que uno de los efectos de la técnica moderna es el desarraigo de la civilización actual, y frente a ello expresa nostalgia de la tradicional existencia campesina”.21

No obstante, este desarraigo no ha de confundirse con un mero extrañar un mundo con un ritmo y complejidad diferentes. No se limita a simplemente preferir como era el mundo y las personas antes de la aparición de complejos artefactos que agitaran y aceleraran el tiempo de la vida. El desarraigo apunta esencialmente a que, en este cambio de modo de vida, estamos dejando atrás algo importante, nos estamos cerrando para ello, a tal punto que ni siquiera lo notamos o recordamos: Nos estamos —cada vez más— alejando y perdiendo nuestra propia esencia.

Este proceso de alejamiento y cierre, tiene su causa más notoria y superficial en el asedio constante de los aparatos técnicos, pero, en el fondo, está enraizado en la esencia de la técnica moderna.

El avasallamiento de la esencia de la técnica, nos hace volcarnos sobre los aparatos técnicos, sobre la naturaleza y sobre nosotros mismos, de un modo técnico. Es decir, nos abalanzamos sobre todo esto de un modo calculador, explotador y consumista. A fin de cuentas, nos hace percibirnos y tratarnos —a nosotros mismos y a nuestros semejantes— como un ente más entre otros, que ocupa un puesto en el entramado del mundo técnico, un ente que en algún momento se gastará o dañará, de modo que será reparado o reemplazado rápidamente por otro:

Tan pronto como lo desvelado no concierna al hombre ni siquiera como objeto, sino exclusivamente como constante, y el hombre en medio de lo sin–objeto no es más que el constanciador de lo constante, va el hombre sobre el borde más escarpado del principio; esto es, va hacia el punto en que él mismo no podrá ser tomado sino como constante.22

El problema es que, en este esquema técnico, no hay espacio para lo más propio de cada ser humano. La actual destinación del Ser bajo la figura de lo Ge.stell, parece impregnar en el ser humano —cada vez con más fuerza— ciertas notas distintivas que lo encaminan a olvidar (y, en última instancia, renegar) su esencia mortal (imposibilitándose de posicionarse de un modo más originario sobre la tierra).

Esta destinación como esencia de la técnica moderna amenaza, ciertamente, a los seres humanos, quienes, en su correspondencia al Ser, desatienden —cada vez más— su esencial mortalidad. De modo que, el panorama de la era técnica se revela como un tiempo indigente en el que ya no hay tiempo ni espacio para la muerte, una época en la que nos alejamos y nos olvidamos de lo que somos: “La época sigue siendo indigente […] porque los mortales apenas conocen y saben lo que tienen de mortal. Los mortales no han llegado a tomar aún posesión de su esencia. La muerte se elude hacia lo enigmático”.23

El actual horizonte de la técnica nos conduce —absortos en los aparatos técnicos— hacia el olvido de nuestra esencia, un olvido que es, ciertamente, consustancial al presente dominio técnico. Encontramos en el uso desenfrenado de estos artefactos la ilusión que nubla con un manto de olvido nuestra mortalidad. Si nos dejamos llevar hasta el extremo por estos aparatos, podemos llegar a reemplazar este olvido de la muerte directamente por su negación:

Por el hecho de este olvido de morir, desde ya evolucionamos todos hacia una forma de inmortalidad. Mirar la televisión, navegar en la red, atosigarse con videos de YouTube, surfear de una red social a otra, engancharse a aparatos electrónicos, al teléfono inteligente o a su tableta, lo vuelve inmortal.24

En la medida en que nos dejemos atrapar por los diversos aparatos y medios técnicos, nos sentiremos cada vez más como algo de su mismo orden. Es decir, una constante más, un ente que puede dañarse y consumirse, repararse o ser remplazada, mas no morir. La esencia de la técnica impone que todo debe responder a las exigencias de lo técnicamente calculado, fabricado y consumido; de esta manera, la muerte queda fuera del esquema: “El divergente imponerse de la objetización quiere cabalmente lo constante de los objetos elaborados y sólo admite como existente y positivo ese constante. El imponerse de la objetización técnica es la constante negación de la muerte”.25

El ser humano de nuestros días, que corresponde sometiéndose al dominio de lo Ge.stell, es el evasor de la muerte por excelencia;26 en la medida en que se reduce y equipara a un mero mecanismo en el entramado de la producción–consumo, la consciencia de la muerte le resulta ajena, evitada y olvidada. En efecto, el hombre contemporáneo tiende a comprenderse a sí mismo como un mero cuerpo, que es susceptible de un constante perfeccionamiento, que persigue una inmortalidad ante mortem, 27 lo que consigue mediante una aturdidora parodia de inmortalidad recurriendo a sus apegados aparatos técnicos.

Poco a poco, al tiempo que avanza nuestra época técnicamente problemática, nos volvemos cada vez más ciegos ante lo esencial, somos cada vez más incapaces de meditar nuestra mortalidad.

Esta ceguera frente a la muerte, propia de la técnica, va de la mano junto a la des–simbolización de nuestro tiempo. La carencia de lo simbólico hace que todo sea considerado exclusivamente en el horizonte del consumo y/o explotación y nada más. De ahí que, por ejemplo, el decir poético sea rápidamente descartado por el pensamiento calculador (propio de la ciencia), ya que no se ajusta al régimen técnico. En efecto, un decir abierto al sentido y a lo simbólico —como la poesía y la filosofía— no rinde cuentas en el sistema técnico, no “produce” nada, no “sirve”, no resulta “útil” para nuestro tiempo acelerado. Esto porque en la poesía se ejerce una suerte de “nuevo pensamiento” (no técnico), que no pretende dar pruebas ni convencer a nadie, pues en ella el ser humano deja de imponer unilateralmente en el mundo sus medios y fines.28

No obstante, solo un decir poético y meditante —abierto al sentido— puede profundizar suficientemente en aquellas huellas que pueden traer de vuelta lo simbólico. La actual destinación del Ser ha de ser abordada desde un nuevo modo de preguntar y de escuchar: a través de la poesía y la meditación (Besinnung), los humanos pueden recordar su propia finitud, así como la finitud de todo el entramado técnico.29 Si este decir es auténticamente poético, entonces ha de ser capaz de traer a la presencia aquella esencia que peligra, y volver a simbolizarla en la palabra: “El decir poético ha sido determinado como un dictar al oído que permite que aparezca para nosotros lo esencial y el prevalecer de esto esencial, que nos lo dice en promesa y, de ese modo, lo conserva en el lenguaje”.30 El lenguaje poético puede rescatar la esencialidad de la muerte y su significación para los mortales. La poesía logra ahondar y decir lo que —hoy más que nunca— está no dicho, poetizarlo, simbolizarlo y darlo a la gente “El decir del poeta consiste en atrapar esos signos para, a su vez, poder señalárselos a su pueblo. Atrapar los signos es un modo de recibir y sin embargo, y al mismo tiempo, un nuevo dar”.31 Ahora bien, esta donación poética de lo simbólico tiene por finalidad iluminar el camino, guiar a los hombres a su auténtico destino: la muerte y la divinidad.32

Sin embargo, nos encontramos en un tiempo indigente, que no se detiene a escuchar lo que la poesía dicta al oído. Mientras el pensamiento técnico siga descartando como “inútil” todo pensamiento abierto a lo simbólico, nuestro tiempo seguirá siendo problemático. Pues se harán oídos sordos al canto del poeta, que dicta el sentido de las cosas; mientras no lo escuchemos realmente, nuestra época seguirá careciendo de sentido: “Inútil en la forma de que de ello no se sigue directamente nada en la práctica, lo es el sentido de las cosas (…) sin ese sentido incluso lo útil permanecería sin sentido, ya no sería útil”.33

El destino que nuestra época le depara al ser humano es que corresponda alejándose de sí, postergando, renegando y olvidando su propia condición finita. El acelerado predominio de la tecno–ciencia hace que dicho olvido sea cada vez más apresurado. Todo pareciera indicar que con el transcurso del tiempo la técnica habrá eliminado a la muerte del horizonte humano, y nos tornaremos radicalmente ciegos para lo esencial:

La modernidad habría entonces dado a luz un acontecimiento antropológico inesperado: la técnica —y no, como los hombres lo imaginaron desde sus orígenes, la teología— habría terminado por triunfar sobre la muerte. Inicialmente inventada para mejorar la vida humana, la técnica lograría en ese caso vencer la condición de posibilidad de la vida humana, la muerte.34

Este escenario de olvido y negación técnica de la muerte va mucho más allá de la aversión esquivadora que Heidegger describió ya en Ser y Tiempo: “El esquivamiento cotidiano y cadente de ella es un impropio estar vuelto hacia la muerte”.35 Esta aversión y evasión, esta huida ante la muerte es, hasta cierto punto, necesaria para el mantenimiento de la existencia en la cotidianidad, solo hay vida humana duradera, ahí donde hay cierta banalización de la muerte.36

Sin embargo, este olvido, huida y banalización ante la muerte ha sido llevado hasta peligrosos extremos por la esencia de la técnica moderna.

La moderada y necesaria aversión de la muerte ha sido maximizada hoy más que nunca. El nuevo régimen de la imagen, enmarcado en el despliegue de la técnica, nos satura de información y contenido dislocado de su previa esencia, suministrado por los medios de comunicación. Todo este material que nos llega y busca por todas las vías (televisión, redes sociales, radio, prensa escrita, etc.), ha pasado por un proceso técnico que, por decirlo así, lo ha “filtrado” y procurado su vaciedad de sentido originario.

En efecto, los medios masivos toman un hecho, lo transforman, lo encauzan en una cierta dirección con un determinado aseguramiento, para así ser justamente acumulado y distribuido, produciendo un estado de opinión pública que se quiere instaurar.37

Ahora bien, en este estado de opinión pública se procura, entre otras cosas, la des–simbolización: “La ausencia de simbolización significa lo siguiente: las imágenes ya no son íconos, ya no son puertas abiertas al misterio, ya no son presencias, se rebajan al estatus de vulgares productos de la industria”.38 Esta proliferación y saturación de imágenes des-simbolizadas por los medios, conlleva la instauración y aseguramiento de una sociedad totalmente ciega ante la mortalidad en tanto mortalidad (en su sentido esencial y simbolizado), en tanto que, en esta vorágine de contenido, la muerte está contenida como un mero hecho más, inmediatamente tapado entre muchos otros:

Si las imágenes de muerte se multiplican en las pantallas, en las de los videojuegos, en las del cine y de la televisión, si ellas campean allí de manera omnipresente, en ese mismo momento la muerte se retira tanto de la ciudad como de la vida íntima de los seres humanos para quienes ella ya no simboliza nada. La ausencia de simbolización de la muerte la vuelve insoportable.39

El despliegue de la técnica moderna se encarga de ocultar y negar la muerte como algo constitutivo del hombre. La muerte es eclipsada y saturada junto al resto de información de modo tal que, al constatarla, se pase velozmente a otro hecho que llame más la atención, y así se olvide pronto. Un fenómeno generalizado de nuestra época es esta constante distracción, un desarraigo constante que hace que la muerte pronto quede postergada, olvidada y negada. Esto es algo similar a lo que Heidegger describe en el §36 de Ser y Tiempo (sobre la curiosidad), 40 solo que en un sentido más radical, general y motivado por la actual destinación del Ser. Más aún, en las ocasiones en que los medios incluyen a la muerte como un tema más en su recuento de acontecimientos técnicamente filtrados, ésta no nos es mostrada como algo neutral, ni mucho menos, como algo necesario y esencialmente constitutivo de los seres humanos, es siempre vista como algo que evitar, evadir y ocultar por su negatividad. Nos resulta inevitable —casi a flor de piel— emitir un juicio reprobatorio al respecto.

En nuestra sociedad contemporánea, donde la esencia de la técnica marca la pauta, se valora preferentemente la instantaneidad y sustitución (tanto en hombres como en máquinas), el éxito económico, la “felicidad” que ello conlleva. Todo esto nos deja sin tiempo para la muerte, pensar en ella es perder nuestro valioso tiempo, y, si por azar acaece, es mal vista y ocultada con vergüenza: “Nuestra sociedad mercantil y triunfalista, tiene pocos hábitos y actitudes compartidos. Sin embargo, se ha unificado en una respuesta de vergüenza frente a la muerte. Admitirla parecería aceptar un fracaso en el mandato social de ser felices y tener éxito”.41

De esta manera, en nuestro tiempo problemático la muerte es silenciada, eclipsada y des–simbolizada, más aún, vista (y evitada) con malos ojos. En efecto, todos aquellos signos que remotamente nos la recuerden son escondidos cuidadosamente del desarrollo cotidiano de la vida, así, por ejemplo, los ancianos son recluidos en asilos, los cuerpos de los fallecidos tienden a ser cremados. Consecuentemente, el imaginario común considera a la muerte como un evento potencialmente evitable (en formas de accidentes innecesarios o errores médicos), en lugar de asumirla como algo intrínseco al desarrollo de la vida.42 Lo que, a fin de cuentas, nos deja en peor situación para enfrentarla cuando llegue el momento.

El Ser bajo la figura de lo dis–puesto (das Ge.stell), encarnado en el mundo técnico contemporáneo, nos interpela a corresponder a él, olvidando nuestra esencia mortal, desviando hasta el extremo la mirada para absorbernos en la saturación de aparatos y contenidos técnicamente producidos: “El mundo moderno —cuyo horizonte se resume en una fórmula: matar la muerte— tratando de desviarnos de la muerte en el olvido festivo y atolondrado, incrementa, puesto que nos deja desarmados ante ella, el rigor de su despotismo”.43

En la destinación del Ser bajo la figura de la técnica yace, ciertamente, el peligro supremo. Un peligro más allá de toda amenaza mortal para el género humano (por ejemplo, la bomba atómica), se trata más bien de lo mortal en cuanto tal, considerado como el peligro: la muerte de nuestra esencia, reemplazada por la deliberada auto–imposición ante el mundo.44 Peligra nuestra esencia pensante, así como también nuestra mortalidad, no por el riesgo de que se extinga el género humano, sino porque existe el riesgo de que el ser humano —saturado del estridente despliegue técnico— pierda la posibilidad de oír el llamado del ser, y remontarse a un modo de desocultar más originario y esencial:

La más peculiar amenaza se ha introducido ya en la esencia del hombre. El dominio de lo dis–puesto amenaza con la posibilidad de que el hombre pueda rehusarse a retrotraerse a un desocultar más originario y así negarse a experimentar el aliento [Zuspruch: llamada] de una verdad más inicial.45

Todo esto está ya en marcha, y el hecho de que no lo pensemos aún, ciertamente, da que pensar.

No obstante, por complejo que se vea el porvenir, existe otra posibilidad. Que la esencia de la técnica nos encamine hacia el olvido de nuestra esencia y al ensimismamiento técnico no significa que no podamos dar un giro. Esto es, la posibilidad de una vuelta que nos vuelque desde el peligro hacia lo salvador, tal como Heidegger rememora los versos del poeta: “Pero donde hay peligro, crece lo que nos salva”.46

Para concretar este giro debemos saber hacia dónde voltear. Tenemos que preguntarnos qué es aquello que debido a la esencia de la técnica se nos escapa, aquello que inconscientemente escamoteamos, cerrándonos y alejándonos cada vez más, más que en cualquier otro tiempo. ¿Cuál es esa otra posibilidad de interpretar y tratar al ser humano a la que parece cerrarse la técnica moderna? ¿Qué es aquello que el despliegue del Ser como das Gestell nos oculta y queda en el olvido? ¿Qué es lo que, hoy más que nunca, nos queda velado y parece más lejano, banalizado y des–simbolizado? Todo esto se lo pregunta el filósofo de la Selva Negra:

¿Qué es lo que desde el ámbito más amplio nos afecta directamente? ¿Qué es lo que se nos cierra y se nos sustrae en el querer ordinario de la objetización del mundo por nosotros mismos? Es la otra recepción: la muerte. Es ella la que afecta a los mortales en su esencia y los coloca de esta suerte en el camino hacia la otra cara de la vida y en consecuencia al conjunto de la recepción pura.47

Este giro ha de darse de tal forma que recuperemos aquella relación con nuestra propia esencia, de la cual el predominio de la técnica nos alejaba. Solo gracias a esta vuelta podemos pasar desde el peligro hacia lo salvador: “La salvación tiene que venir cuando se produzca un cambio de rumbo en la esencia de los mortales”.48

III. Serenidad ante el avance técnico: habitar la cuaternidad

Ante el eclipse de la mortalidad humana efectuado por la esencia de la técnica, sabemos que existe la posibilidad de dar un vuelco, una vuelta que nos revele la otra cara del peligro: lo salvador.

No obstante, aún no está claro cómo efectuar este giro. Sabemos que, si giramos hacia lo salvador, nuestra esencial mortalidad juega un papel importante, pero en concreto aún desconocemos qué actitud se ha de tomar.

La respuesta a esto la encontramos ya en el título del discurso que dio Heidegger para su tierra natal durante 1955: Serenidad (Gelassenheit).

La serenidad para con las cosas es la actitud que permite dar el giro apaciblemente hacia lo salvador. Esta actitud humana es descrita por Heidegger como aquella que “dice simultáneamente «sí» y «no» al mundo técnico”.49 Mediante la serenidad somos capaces de permitir la entrada y el uso de los aparatos técnicos sin dejarnos avasallar por ellos, es decir, sin que ellos nos controlen y absorban. El de la serenidad apunta al inevitable uso de estos artefactos técnicamente fabricados; mientras que el no va dirigido al exceso de estos mismos, es un no ante la devastación de nuestra esencia. Tanto aquella afirmación como esta negación son necesarias para adoptar la actitud serena, puesto que esta es: “una actitud de conciliación, una sabia habilidad de dejar penetrar lo técnico en nuestras vidas, pero a la vez evitar que nos afecte”.50

Mediante este peculiar comportamiento humano somos capaces de alejarnos en la justa medida de la tensión constante en que se mueve el mundo técnico. Y en este acto, nos comprometemos a dejarnos requerir por el ser,51 nos comprometemos tranquilamente a dejar ser. 52

Por nimio que pueda parecer esta actitud ante el gigantesco y creciente mundo técnico, hay que decir que en ello estriba la salvación: “La salvación consiste en que las cosas puedan descansar en sí, es decir, ilimitadamente unas en otras, dentro del más amplio ámbito de toda la referencia”.53

Si se deja ser a las cosas tal como ellas son, es decir, dejarlas descansar cada una en su esencia, estaremos haciendo ya algo (dejando a la naturaleza reposar en su naturalidad, a los entes sin exigirles responder como stocks, y sobre todo a nosotros mismos evitando concebirnos y tratarnos como máquinas técnicas). Aquello que hacemos mediante el dejar ser de la serenidad es de dimensiones tales que, no es un cambio en el mundo, sino que lo que cambia es el mundo, ateniéndonos a la terminología orteguiana sobre las dos formas del cambio vital histórico: “1ª. Cuando cambia algo en nuestro mundo. 2ª. Cuando cambia el mundo”.54

El dejar ser de la serenidad que lleve a cabo un individuo no producirá un cambio a nivel planetario, ni detendrá el movimiento de la globalización, sino que lo que cambiará será la forma en que viva y se relacione ese individuo frente al mundo. No se trata de un cambio externo en el mundo (1ª forma de cambio), sino que, es un cambio interno que cambia la forma en que vemos el mundo y nos relacionamos con él (2ª forma de cambio).

Este es un tipo de cambio más profundo y silencioso, pero no por ello menos importante: “No por poco ruidosa es la serenidad menos revolucionaria. Las grandes acciones no tienen por qué ir acompañadas de bombos y trompetas. La serenidad es una forma de actuar, y de actuar verdaderamente relevante, pues cambia profundamente la situación”.55

En este contenerse y dejar ser a las cosas, podemos encontrar una nueva variante de la antigua virtud de la mesura,56 una virtud capaz de encauzar el ritmo de vida desmesurado en que nos impulsa a movernos la esencia de la técnica moderna.

Con esta mesura, paciencia, espera y escucha que implica la serenidad, podemos abrirnos y reencontrarnos con lo que habíamos dejado atrás, con aquello que el olvido carcomía. El viejo arraigo y nuestra esencia mortal en su medio.

Este viejo arraigo era al que remitía Heidegger en 1955 durante su alocución conmemorativa en Meßkirch, es decir, al habitar genuino en el ser como unicuadridad o cuaternidad (das Geviert), a insertarnos en él como conviene.57

Ahora bien, ¿en qué consiste este habitar originario al que debemos retornar mediante el giro? En palabras del mismo Heidegger: “Habitar, ser llevado a la paz, significa: permanecer circundado en lo Frye, esto es en lo Freie [libre], que protege a todo en su esencia. El rasgo fundamental del habitar es este proteger”.58 Al habitar propiamente, se reconoce el mundo como morada que protege y ampara, antes que como una fuente de recursos explotables. Habitar, en sentido estricto implica el reconocimiento tácito de los cuatro “ingredientes” que conforman la cuaternidad y sus relaciones recíprocas.

La cuaternidad (das Geviert), como aquella otra cara de lo dis–puesto (das Ge.stell) está compuesta por la Tierra, el Cielo, los Divinos y los Mortales, cada uno asumido en su esencial sentido originario: la Tierra en tanto fructificadora floreciente; el Cielo como marcha abovedante de los astros en lo hóspito e inhóspito; los Divinos como aquellos mensajeros de la Deidad en su presencia o ausencia; Los Mortales en cuanto tienen el poder de morir.59 Cada uno de estos cuatro mencionados implica y refleja a los otros tres, a su modo particular, pues están interconectados en un juego de espejos:

Cada uno de los Cuatro refleja a su manera la esencia de los demás. Cada uno se refleja, pues, a su manera en lo suyo propio, regresando a eso propio, dentro del despliegue unitario de los cuatro. (…). Este reapropiar expropiador es el juego de espejos de la Cuaterna. Desde él está unido por la confianza el despliegue-unitario de los Cuatro.60

Todos estos términos podrían llegar a parecer extraños para algunos lectores, en efecto, son palabras en las que resuena un tono más místico y poético antes que filosófico y lógico. Pero, precisamente por su cercanía a lo simbólico es que pueden traer de vuelta el sentido y la esencia de las cosas, acabar con la indiferente falta de separación y traer de vuelta las cercanías a nuestro encuentro.

Según Heidegger, este tipo de decir y pensar (propio de la poesía), que no busca objetivar, es capaz de estar a la escucha del Ser, y captar lo que se muestra como donación.61 Y, precisamente, puede hacer esto en tanto que pone en juego la memoria: “la poesía es el agua que a veces corre hacia atrás, hacia la fuente, hacia el pensamiento como recuerdo […], todo poetizar descansa en el recuerdo. Toda acción poética brota de la meditación del recuerdo”.62 En tanto se ponga en juego la memoria en el decir poético, se puede volver a simbolizar la muerte, esto es, volver a imbuirla de sentido y aceptarla como algo que nos es esencial:

La poesía intenta volver a simbolizar la muerte, repatriarla en el espacio de lo simbólico. (…). En la poesía como resistencia a nuestro mundo, la muerte encuentra un espacio de presencia. Porque ella es el último reducto del símbolo, el último atanor en el que la simbología todavía funciona, la poesía es la resistencia al eclipse de la muerte.63

Si entendemos y nos expresamos simbólicamente en el lenguaje de Heidegger, abriéndonos a otro tipo de pensamiento, podremos recuperar aquello que se nos desvanecía en el olvido. Sólo así, recuperando la muerte en cuanto muerte, podemos habitar originariamente la Tierra, a la escucha del Ser. Sólo mediante este decir y este pensar se puede rastrear el Ser, y corresponder adecuadamente: “el poetizar pensante es de veras la topología del ser: le dice el sitio de su esencia”.64

Para habitar genuinamente, en el despliegue unitario de los cuatro elementos simbólicos de la cuaternidad, no puede faltar ninguno de ellos. Solo así, con la presencia reflejante de cada uno frente al resto, en su entrecruzamiento, las cosas y el mundo pueden volver a descansar en su esencia. De esta manera se deja ser a los entes lo que originariamente son, y al mundo lo que originariamente era antes del avasallamiento técnico. Pues habitando genuinamente, se es más cercano al viejo arraigo y se toma la debida y serena distancia del inevitable avance de la técnica: “El habitar es esta cercanía, y es la condición para que las cosas vuelvan a ser cosas y el mundo mundo”.65

No obstante, si no se practica la apacible serenidad para con las cosas y el mundo, seguiremos absortos en el entramado técnico. Si nos entregamos a la desmesura y al desenfreno del mundo técnico, estaremos restándonos como mortales al “juego de espejos” de la cuaternidad. La esencia de la técnica nos aleja de nuestra esencia mortal, nos torna incapaces para entrar al “juego de espejos” en tanto no adoptemos serenamente nuestra mortalidad.

IV. Dejar ser y dejarnos ser lo que somos (El pensar meditativo sobre la mortalidad)

La meditación sobre nuestra esencial mortalidad resulta, a la luz de lo precedente, fundamental para habitar genuinamente el mundo. Sin meditar lo que nos hace mortales, olvidamos nuestra esencia, y en este olvido nos perdemos en la desmesurada proliferación y avasallamiento de la técnica.

Si realmente queremos dar la vuelta que trueque el peligro en lo salvador, no podemos pasar por alto la meditación sobre la muerte. El tono de esta meditación debe estar marcado por la serenidad, pues solo mediante esta actitud podemos dejarnos ser lo que esencialmente somos. Por medio de la serenidad, en tanto desasimiento, podemos soltar aquello que nos arrastra hacia el olvido de nuestra esencia.

En este pensamiento meditativo y sereno, que va tras el sentido, debemos poner en juego el recuerdo de nuestra esencia. En este pensamiento debemos preguntar por la muerte, para traerla a la memoria, entendiendo esta memoria como aquella congregación del pensamiento marcado por el tono de la pura gratitud.66 Solo recordándonos así, podemos dejarnos ser lo que más originariamente somos: mortales. Al aceptarnos y tratarnos mutuamente como mortales, podemos habitar como el cuarto ingrediente de aquella figura originaria del Ser: la cuaternidad (das Geviert).

La pregunta y meditación de la muerte resulta fundamental para alcanzar aquel habitar genuino en la verdad del Ser, que hoy más que nunca hace falta: “la pregunta por la muerte se encuentra en referencia a la verdad del ser .Seyn] y sólo en esta referencia”.67

La meditación de la muerte, así entendida, no busca reducir al ser humano a un grado menor, como algo perecedero y nulo, sino que, busca abrirlo en su esencia y alcanzar una relación libre con ella, de tal modo que pueda insertarse en la verdad del Ser:

Pero no se trata de disolver al hombre en la muerte y darlo por mera nulidad, sino viceversa: introducir la muerte en el ser ahí, para llevar acabo al ser ahí en su abismosa amplitud y así medir plenamente el fundamento de la posibilidad de la verdad del ser [Seyn].68

Solo meditando con serenidad y gratitud, de modo que rememoremos nuestra esencia finita, podemos habitar genuinamente este mundo. Solo así, podemos recordar que no somos como aquellas máquinas que nos asedian constantemente, que —por más que por todos lados se nos exija ser como ellas— somos de otra índole: somos mortales.

En tanto correspondamos al Ser y a la verdad del Ser como mortales, podremos insertarnos en el “juego de espejos” de la cuaternidad: “Correspondiendo de esa manera, es el hombre re–apropiado a que él, en el elemento guardado del mundo, en cuanto el mortal, mire–recíprocamente [entgegenblickt] a lo divino”.69

Si correspondemos de esta manera, podemos hacer florecer lo salvador en medio del desolador avance de la técnica. En esta correspondencia entendemos por qué hemos de llamarnos los mortales:

Los mortales son los hombres. Se llaman los mortales porque pueden morir. Morir significa: ser capaz de muerte en cuanto muerte. Solo el hombre muere. El animal acaba. No tiene la muerte en cuanto muerte ante sí ni tras de sí.70

De igual forma en que no somos como los animales, no somos como las máquinas técnicamente fabricadas, no somos esencialmente como ninguno de ellos, por tanto, no debemos exigirnos responder como aquellos ante el mundo.

En la medida en que nos comprendemos y tratamos como mortales, no nos alienaremos como máquinas y animales de trabajo, seremos lo que somos, nos dejaremos ser lo que esencialmente somos: Mortales, ante los Divinos, bajo el Cielo y sobre la Tierra, en medio del “juego de espejos” de la Cuaternidad.

La esencia de la técnica moderna, aquello aterrador que disloca a todo lo que es de su previa esencia y produce una falta de cercanía,71 nos tornaba ciegos a lo más esencial que tenemos. Al no meditar serenamente nuestra mortalidad, la uniforme falta de separación nos absorbía, y nos dejaba absortos en los aparatos técnicos.

Sin embargo, si nos atrevemos a dar la vuelta, a transformar el peligro en lo salvador, habitaremos como mortales nuestro puesto en la cuaterna, seremos capaces de superar aquella uniforme falta de separación, y retornar a la cercanía, pues: “La muerte trae consigo cercanía”.72 No solo una cercanía entre nosotros —la comunidad de los mortales—, sino que una más radical y profunda, que en última instancia nos lleva al otro lado, en un despidiente salir hacia el Ser mismo, en toda su pureza: “La muerte es la salida con instancia del ser–ahí a la próxima cercanía del claro del ser [Seyn]. […]. La muerte es la salida a la pura cercanía del ser [Seyn]”.73

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1Heidegger, Martin, ¿Qué significa pensar?, Madrid, Trotta, 2005a, p. 17. (Was heißt Denken?”. Gesamtausgabe 8, p. 7).

2Heidegger, Martin, “Seminario de Le Thor”, en Martin Heidegger, Filosofía, ciencia y técnica, Santiago, Editorial Universitaria, 2017e, p. 219 [139–151]. (Seminar in Le Thor 1969”. Gesamtausgabe 15, pp. 369–370).

3Heidegger, Martin, “La vuelta”, en Martin Heidegger, Filosofía, ciencia y técnica, Santiago, Editorial Universitaria, 2017b, p. 115 [115–122]. (Die Kehre”. Gesamtausgabe 11, p. 115).

4Acevedo, Jorge, Heidegger: existir en la era técnica, Santiago, Editorial Diego Portales, 2014, p. 310–312.

5Bulo, Valentina, “Entre naturaleza y técnica: una cuestión de tacto., en Revista de filosofía, 68 (2012), p. 58 [55–64].

6Guerrero, William, “Heidegger y la técnica: reflexiones sobre el habitar el mundo y la ética”, en Óscar Donato, Diana Muñoz y Ángel Rivera (eds.), Redefinir lo humano en la técnica, perspectivas filosóficas, Bogotá, Editorial Universidad Libre, 2020, p. 58. [33–62].

7Heidegger, Martin, Serenidad, Barcelona, Ediciones del Serbal, 1989, p. 26. (Gelassenheit”. Gesamtausgabe 16, p. 526).

8Heidegger, Martin, “La cosa”, en Martin Heidegger, Filosofía, ciencia y técnica, Santiago, Editorial Universitaria, 2017, p. 139 [139-151]. (Das Ding”, Gesamtausgabe 7, pp. 167-168).

9Ibidem, p. 140. (GA. 7. p. 198).

10Redecker, Robert, El eclipse de la muerte, Ciudad de México, Fondo de Cultura Económica, 2018, p. 36.

11Ibidem, p. 36.

12Heidegger, Martin, Introducción a la metafísica, Barcelona, Gedisa, 2001, pp. 42–43. (Einführungin die Metaphysik”, Gesamtausgabe 40, pp. 40–41).

13Heidegger, Martin, “¿Para qué ser poeta?”, en Martin Heidegger, Sendas perdidas, Buenos Aires, Losada, 1969, p. 225. (Wozu Dichter?”, Gesamtausgabe 5, p. 272).

14Heidegger, Martin, “La pregunta por la técnica”, en Filosofía, ciencia y técnica, Santiago, Editorial Universitaria, 2017a, p. 88 [75–94]. (Die Frage nacht der Technik”, Gesamtausgabe 7, p. 27).

15Ruin, Hans, “Ge–stell: enframing as the essence of technology”, en Bret W. Davis (ed.), Martin Heidegger Key concepts, Durham, Acumen Publishing Limited, p. 190, [183–194].

16Martin Heidegger, ¿Para qué ser poeta?, 2010, p. 239. (GA. 5. p. 289).

17Jorge Acevedo, Heidegger: existir en la era técnica, p. 310.

18Martin Heidegger, ¿Para qué ser poeta?, p. 242. (GA. 5. pp. 293–294).

19Held, Klaus, “La serenidad como virtud de la época técnica”, en Ángel Xolocotzi y Célida Godina (coords.), La técnica ¿orden o desmesura?, Puebla, Los Libros de Homero, 2009, p. 21 [15–27].

20Martin Heidegger, Serenidad, p. 21. (GA. 16. p. 522).

21Esquirol, Joseph, Los filósofos contemporáneos y la técnica. De Ortega a Sloterdijk, Barcelona, Gedisa, 2011, p. 72.

22Martin Heidegger, La pregunta por la técnica, p. 88. (GA. 7. pp. 27–28).

23Martin Heidegger, ¿Para qué ser poeta?, pp. 226–227. (GA. 5. p. 274).

24Robert Redecker, El eclipse de la muerte, p. 67.

25Martin Heidegger, ¿Para qué ser poeta?, p. 250. (GA. 5. p. 303).

26Julian Young, Heidegger’s later philosophy, Cambridge, Cambridge University Press, 2002, p. 67.

27Robert Redeker, Egobody, Bogotá, Fondo de Cultura Económica, 2014, p. 85.

28Eduardo Carrasco, El hombre y lo otro. Ensayos sobre Nietzsche, Heidegger y Sartre, Santiago, Editorial Universitaria, 2010, pp. 109–110.

29Ruin, Hans, Ge-stell: enframing as the essence of technology, p. 190.

30Heidegger, Martin, Experiencias del pensar (1910-1976), Madrid, Abada, 2014, p. 118. (Aus der Erfhrung des Denkens (1910-1979)”: “Spracheund Heimat”, Gesamtausgabe 13, p. 171).

31Heidegger, Martin, Aclaraciones a la poesía de Hölderlin, Madrid, Alianza, 2005b, p. 50. (Erläuterungen zu Hölderlins Dichtung”, Gesamtausgabe 4, p. 46).

32Capelle–Dumont, Philippe, Filosofía y teología en el pensamiento de Martin Heidegger, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2012, pp. 129–130.

33Heidegger, Martin, Lenguaje tradicional y lenguaje técnico, Valencia, Universidad de Valencia, 1962, p. 3. (Überlieferte Sprache und technische Sprache Heidegger”, Erker ed. p. 7).

34Robert Redecker, El eclipse de la muerte, p. 143.

35Heidegger, Martin, Ser y Tiempo, Santiago, Editorial Universitaria, 2016a, p. 281. (Sein und Zeit”, Gesamtausgabe 2, p. 344; “Sein und Zeit”, p. 259).

36Dastur, Françoise, La muerte. Ensayo sobre la finitud, Barcelona, Herder, 2008, p. 163.

37Acevedo, Jorge, Heidegger y la época técnica, Santiago, Editorial Universitaria, 2016, p. 178.

38Robert Redecker, El eclipse de la muerte, p. 37.

39Ibidem, p. 37.

40Martin Heidegger, Ser y Tiempo, pp. 195-197. (GA. 2. pp. 227–228; S. u. Z. pp. 170–173).

41Cereijido, Marcelino y Blanck–Cereijido, Fanny, La muerte y sus ventajas, Ciudad de México, Fondo de Cultura Económica, 2011, p. 125.

42Watts, Michael, The philosophy of Heidegger, Durham, Acumen Publishing Limited, 2011, p. 107.

43Robert Redecker, El eclipse de la muerte, p. 38.

44Gabilondo, Ángel, “Más arriesgado que la propia vida”, en Félix Duque (ed.), Heidegger Sendas que vienen I, Madrid, Editorial Círculo de Bellas Artes, 2008, p. 121. [115–135].

45Martin Heidegger, La pregunta por la técnica, p. 89. (GA. 7. p. 29).

46Hölderlin, Friedrich, Poesía completa, Barcelona, Ediciones 29, 1995, p. 395.

47Martin Heidegger, ¿Para qué ser poeta?, p. 251. (GA. 5. p. 304).

48Ibidem, p. 244. (GA. 5. p. 296).

49Martin Heidegger, Serenidad, p. 27. (GA. 16. p. 527).

50Orellana, Felipe, “Reflexiones acerca del carácter del pensar en Serenidad, de Martin Heidegger”, enSíntesis. Revista de filosofía, 1(2018), p. 100 [92–106].

51Fedier, Françoise, “Hannah Arendt, a propósito de Heidegger”, en La lámpara de Diógenes, 16 (2008), p. 28 [25–31].

51Ibidem, p. 29.

53Martin Heidegger, ¿Para qué ser poeta?, p. 254. (GA. 5. p. 308).

54Ortega y Gasset, José, “En torno a Galileo”, en José Ortega y Gasset, Obras completas V, Madrid, Revista de Occidente, 1964, p. 69 [13–164].

55Joseph Esquirol, Los filósofos contemporáneos y la técnica, p. 74.

56Klaus Held, La serenidad como virtud de la época técnica, p. 27.

57Jorge Acevedo, Heidegger: existir en la era técnica, p. 378.

58Heidegger, Martin, “Construir habitar pensar”, en Martin Heidegger, Filosofía, ciencia y técnica, Santiago, Editorial Universitaria, 2017c, p. 128 [125–136]. (Bauen Wohnen Denken”, Gesamtausgabe 7, p. 151).

59Ibidem. (GA. 7. pp. 151–152).

60Martin Heidegger, La cosa, p. 149. (GA. 7. pp. 180–181).

61Philippe Capelle-Dumont, Filosofía y teología en el pensamiento de Martin Heidegger, p. 148.

62Martin Heidegger, ¿Qué significa pensar?, p. 22. (GA. 9. p. 13).

63Robert Redecker, El eclipse de la muerte, p. 52.

64Heidegger, Martin, “De la experiencia del pensar”, en Martin Heidegger, De la experiencia del pensar y otros escritos afines, Santiago, Publicaciones especiales de la Universidad de Chile Serie Textos, 1987, p. 66 [63–67]. (Ausder Erfahrung des Denkens”, Gesamtausgabe 13, p. 84).

65Joseph Esquirol, Los filósofos contemporáneos y la técnica, p. 72.

66Martin Heidegger, ¿Qué significa pensar?, p. 133. (GA. 8, p. 147).

67Heidegger, Martin, Aportes a la filosofía. Acerca del evento, Buenos Aires, Biblos, 2003, p. 232. (Beiträge zur Philosophie (vom Ereignis)”, Gesamtausgabe 65, p. 284).

68 Ibidem. (GA. 65. p. 285).

69Martin Heidegger, La vuelta, p. 120. (GA. 11, p. 122).

70Martin Heidegger, La cosa, p. 148. (GA. 7. p. 180).

71Ibidem, p. 140. (GA. 7. p. 168).

72Martin Heidegger, Experiencias del pensar (1910-1976), p. 133. (“Aus der Erfahrung des Denkens (1910-1979)”: “Für René Char”, Gesamtausgabe 13, p. 183).

73Heidegger, Martin, El evento, Buenos Aires, El Hilo de Ariadna, 2016b, p. 243. (Das Ereignis”, Gesamtausgabe 71, p. 194).

Recibido: 01 de Mayo de 2020; Aprobado: 01 de Octubre de 2020

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Paolo Humberto Gajardo Jaña es Licenciado en Filosofía por la Universidad de Chile. Entre sus últimas publicaciones se encuentran: “El lirismo como método de canalización agónica de la irracionalidad en el pensamiento de Cioran” (2018) y “Un sentido teleológico regulativo de la nada en el pensamiento de Mainländer” (2020). Sus principales líneas de investigación son: pesimismo, nihilismo y la metafísica. Correo electrónico: paolo.gajardo@ug.uchile.cl

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