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Ecología austral

versión On-line ISSN 1667-782X

Ecol. austral vol.27 no.3 Córdoba dic. 2017

 

OBITUARIO

Recordando a Eddy Rapoport (3/07/1927- 15/05/2017)

 

Ana H. Ladio

Laboratorio Ecotono. INIBIOMA. CONICET-Universidad Nacional del Comahue.

* ahladio@gmail.com


En la medida en que un obituario representa un recorrido sobre el significado de la vida de alguien que falleció recientemente, el de Eduardo H. Rapoport (“Eddy”) debería ser una especie de espiral ascendente o un calidoscopio colorido. Su legado nunca será recordado por convenciones rígidas o lineales. Evocar a Eddy es pensar en su genialidad y en sus asombros de niño. En su gran sentido del humor y en su libretita (siempre en el bolsillo) en donde anotaba datos peculiares y “tarzanismos” (mezcla de dos o más expresiones populares tales como “no por mucho madrugar, Dios lo ayuda”). Recordarlo es rememorar su estilo trasgresor; Eddy se negaba a pensar la ciencia en una forma convencional, y eso lo convirtió en un ser trascendente.

Quizás, tanta pasión y “desobediencia” le haya permitido desafiar, con un estilo único, al mundo de la ciencia rígida y acartonada que, a pesar de todo, lo premió innumerables veces. Entre otros, fue distinguido como el primer miembro honorario de la Ecological Society of America (1986), premiado por la Academia del Tercer Mundo (TWAS) (1990) y por la Fundación Bunge & Born (1999) por sus aportes en las ciencias ambientales, junto a sus principales colegas del Laboratorio Ecotono. En 2004 fue nombrado miembro de la Academia de Ciencias de América Latina. En 2013 fue homenajeado por el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva en razón de su labor en el uso sustentable de la biodiversidad. A principio de 2017 recibió también la mención de honor “Domingo Faustino Sarmiento” del Senado de la Nación por su obra destinada a mejorar la calidad de vida de sus semejantes, las instituciones y las comunidades.

A lo largo de 50 años de trayectoria, Eddy Rapoport dirigió cerca de 70 tesistas de licenciatura y doctorado, hecho que confirma una vocación constante por la formación de recursos humanos en biología y ecología. Su recorrido académico comenzó en 1953, cuando se recibió de licenciado y, posteriormente, de doctor en Ciencias Naturales en la Universidad Nacional de la Plata (1956). A lo largo de su vida fue investigador y profesor en diferentes universidades del país y del exterior: Universidad Nacional del Sur (Bahía Blanca), Universidad Central de Venezuela (Caracas), Instituto de Ecología e Instituto Politécnico Nacional (México) y profesor Titular y Emérito en la Universidad Nacional del Comahue. Fue investigador superior de CONICET y presidente de la Asociación Argentina de Ecología entre 1995 y 1997. Publicó más de cien artículos de investigación y de divulgación, como también numerosos libros.

El repaso de la vida de Eddy habla de una curiosidad incansable, el motor de su carrera de científico y de escultor, actividades por las que transitó en paralelo exitosamente. Eddy no sólo fue un sibarita de la ciencia y de la vida, sino también, en el sentido más estricto de la palabra, de lo culinario. Disfrutaba tanto de las exquisiteces gastronómicas alternativas que lo plasmó de manera única en una de sus líneas de investigación predilectas que desarrolló en los últimos años: las malezas comestibles. No sorprende que eso también lo haya llevado a canales de televisión a cocinar sus recetas.

Eddy desafiaba paradigmas establecidos, muchas veces desde el humor. Por ejemplo, el prólogo de su obra mayor “Areografía”, es una osadía inigualable cargada de ironía de la que comentaba “estoy siempre metiéndome en berenjenales”. En ese libro, Eddy plantea las bases de lo que hoy se conoce como la macroecología. A través de un trabajo tenaz, detallista, minucioso y artesanal, que en los primeros tiempos significó confeccionar mapas y cuadrículas a mano y, luego, el desarrollo de programas de computación que tenían como insumo tarjetas perforadas, Eddy dio a luz a reglas y patrones geográficos sobre el tamaño y la forma de las áreas de distribución de las especies, que sacudieron el mundo científico de su época.

Eddy no dejaba de aplicar el empirismo y la cuantificación de los fenómenos de su interés ni siquiera en vacaciones. Por ejemplo, la distribución de los diámetros y la longitud de las almejas de Monte Hermoso, el número de macetas con flores presentes en los balcones de Buenos Aires o hasta la frecuencia de excrementos en las calles del D. F. de México fueron algunos de sus entretenimientos para apaciguar su espíritu inquieto, observaciones que en varios casos se transformaron en publicaciones científicas.

En sus relatos y conversaciones rara vez faltaba la mención de episodios de su vida en el exilio en Caracas y en México, vivencias que sin duda marcaron su vida. En estos países amigos encontró trabajo y hospitalidad para proseguir su carrera científica, aunque cuando relataba los tiempos pasados no faltaban historias sobre los infortunios o dislates que le ocasionaron las interrupciones de experimentos o pérdidas de muestras o datos. Su labor sufrió no sólo los vaivenes políticos de la época, las proscripciones ideológicas, las inestabilidades económicas y las huelgas masivas, sino también importantes extravíos en el correo o en subte, desencuentros y olvidos, todos eventos que dejaron en ascuas posibles descubrimientos. Sin embargo, Eddy siempre contaba estas desventuras con su pausada y peculiar manera de hablar, dándole escasa seriedad, inclusive riéndose de sí mismo. Irónicamente decía que en esas condiciones “es mejor no encarar investigaciones a largo plazo”.

Luego de sus exilios, Eddy volvió a Bariloche, el paraíso donde pudo pasar la última parte de su carrera. Allí fue admirado, querido y respetado. Si bien tuvo estudiantes en todas las ciudades donde vivió, fue en Bariloche donde generó el más frondoso número de discípulos, tanto desde su labor en Fundación Bariloche como en la Universidad Nacional del Comahue, Centro Regional Universitario Bariloche. En 1984 fue nombrado profesor titular en dicha Universidad, donde dictó Biogeografía y Ecología de las Invasiones. Fruto de un subsidio de CONICET fundó el Laboratorio Ecotono, inaugurado en junio de 1989. Con la complicidad y la picardía de sus becarios denominó al Laboratorio Ecotono con la sigla del “Ente Codisciplinario Organizado para el Tratamiento Óntico de Númenes Oropélicos”. Sin duda, Ecotono fue una de sus principales y mayores satisfacciones.

Los que nos hemos formado a su lado supimos contagiarnos de su pasión por la ecología en todas sus escalas y dimensiones. Nos queda la nostalgia de ese Laboratorio Ecotono del cual Eddy se decía “Jefe de Mantenimiento”, que involucraba tareas comunitarias tales como la limpieza del jardín o el guardado de cada saquito del té para que rindiera otra taza. Pero era sobre todas las cosas ese espíritu afable el que nos invitaba a festejar las curiosidades científicas propias y ajenas en seminarios y a escuchar sus anécdotas desopilantes, gran parte de ellas relatadas en su autobiografía, su última obra “Aventuras y desventuras de un ecólogo latinoamericano”. Todos esos recuerdos tienen olor a pipa, aromas a madera dulce y tabaco que subían desde su oficina e inundaban todo el laboratorio.

Su sentido de la economía y el reciclado de las cosas era insuperable, el tamaño de los cartelitos que nos dejaba en nuestros escritorios, de restos de papel minuciosamente acumulados y envejecidos, constituía todo un hallazgo cotidiano. Entre otras cosas, en esos papelitos, que hoy en día tendrían un valor arqueológico, escribía preguntas científicas que las entregaba a los jóvenes que le pedían un tema de investigación. Eddy las sacaba con cuidado de una carpeta de cartón marrón, reciclada, y las entregaba diciendo —¡A ver qué haces con esto!—. Lejos de ser un director de tesis paternal, su estilo se basaba en impulsar con optimismo los desafíos de la curiosidad.

El mensaje que transmitía era el de “dejarse llevar” por las preguntas. Para él, una idea movía otra idea la que sólo se expande y lleva a pensar nuevos paradigmas cuando se tiene un recorrido libre y sin limitaciones. No creía en los planes de estudio, ni en los concursos de antecedentes, ni en la formulación de proyecto fijos. Es por eso que su legado es diverso y amplio, definido por el mismo como un “deambular por la biología”. Esto quedó plasmado en las diversas temáticas en las que trabajó, a las que podemos ordenar cronológicamente desde su vida de estudiante hasta sus últimos días, incluyendo el estudio de la materia viva, la hidrobiología, la biología del suelo, la taxonomía y ecología de los colémbolos, la biogeografía, la ecología urbana, la ecología de las invasiones y, por último, las plantas silvestres comestibles. Sin embargo, no todas estas diversas temáticas tuvieron la misma repercusión en el mundo de la ciencia.

Sucintamente, como colembólogo Eddy le puso nombre a una gran cantidad de especies, con las que no se privó de recordar a personalidades de la época como Gandhi, el Ché Guevara y Fidel Castro, entre otros. Con estos trabajos comprendió las extraordinarias relaciones que había entre la fauna de los suelos de todo el mundo, que lo hicieron volcarse con fuerza hacia la biogeografía. En ese momento es cuando pudo decantar sus principales ideas sobre la distribución de las especies. Se preguntó cuál sería el área y la forma que ocupan las especies y qué factores las limitan o promueven. Este denudado trabajo se plasmó en su obra más reconocida mundialmente “Areografía, Estrategias Geográficas de las Especies” (1975). El libro le proporcionó tal trascendencia que la TWAS le otorgó el Premio Anual en Ciencias Biológicas.

Las dos reglas de la ecología que recibieron su nombre en su honor (reglas de Rapoport) son materia infaltable en el mundo de la macroecología de hoy. El “efecto Rapoport”, que postula que al descender la latitud se observa una disminución de la extensión geográfica de las especies animales y vegetales. Por otra parte, con el estudio de la colembofauna también encontró que no sólo aumentaba la proporción de especies oscuras con la latitud, sino que esa relación se hacía aun más patente con las abundancias. Además, encontró que la proporción de especies pigmentadas aumentaba con la altitud.

Su principal legado fue dar evidencias de que el estudio de los tamaños, las formas y la distribución espacial de las áreas de las especies puede ayudarnos a entender cómo actúa la evolución a nivel macrogeográfico; como decía Eddy, averiguar de qué forma las especies se reparten el “pastel” (¡siempre las metáforas culinarias¡) y establecer las estrategias que determinan el tamaño de las distintas porciones. A pesar de lo revolucionario de sus ideas y hallazgos, Eddy, con una humildad y modestia inigualables, siempre relataba sus trabajos como “sus metidas de pata en la biogeografía”.

Como buen escultor, para Eddy, los ecosistemas naturales también eran obras de arte que, por desgracia, el ser humano se encargaba de modificar o destruir. De ahí su interés posterior en la ecología de las invasiones y en la ecología urbana. Sus estudios de la fragmentación de una especie en subespecies, cuya propuesta fue la caracterización de sintomatologías para poder evaluar si una especie está en expansión (juvenil o rejuvenecida), si es “estable” o madura (con sístoles y diástoles “normales”) o si está en retracción (senil), fueron el puntapié para comenzar a hacerse preguntas sobre las invasiones biológicas. Alertado por el hallazgo de que un tercio de la flora pampeana y patagónica era foránea, bautizó el proceso como “contaminación por especies”, y comenzó a llamar la atención sobre los graves problemas globales que se enfrentaba la humanidad en esta temática, en particular en las urbes.

Fue la etapa en la cual le interesó evaluar los cambios en la biogeografía de las especies como resultado del comercio e intercambio de biotas. En este caso, no importaba tanto la cuantificación la extensión geográfica o área habitada por la especie, sino su universalidad, es decir, en cuántos continentes o regiones se habían dispersado. Estimó que cerca de 10 % de las especies, tanto animales como plantas, de distintas biotas son buenas colonizadoras. Luego, esos guarismos se fueron incrementando cuando sus estudios se basaban en un contexto urbano, donde los porcentajes de especies invasoras podían superar el 50%.

Quizás la desesperanza de combatir a las invasiones biológicas, mezclado con su interés por el arte culinario no convencional, lo llevó poco a poco a interesarse en las malezas como recurso alimentario. En su estadía en México conoció a los quelites, que son plantas usadas como comida desde tiempos ancestrales. Las identificó como especies cosmopolitas, muchas de ellas malezas de cultivos. De esta manera, desde este momento y hasta el fin de sus días, Eddy predicó incansablemente la necesidad de un cambio en la dieta para aprovechar la riqueza de las malezas comestibles como alimento, las “buenezas” como las redefinió. Una frase en ingles le sirvió de guía “if you can't beat them, eat them”, es decir “si no puedes vencerlas, cómetelas”. Sus estudios encontraron que 25% de cualquier flora contiene especies con alguna parte comestible para el ser humano. Si se analiza esta proporción para las malezas más agresivas, encontró que 58% son comestibles. En 2009, el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) publicó Malezas Comestibles del Cono Sur y Otras Partes del Planeta, que escribió junto con su esposa, Bárbara Drausal, y Ángel Marzocca.

En sus últimos años, Eddy no dejó de cuestionar la paradójica situación de que la gente de la sociedad de mercado no aprovechara el alimento (las buenezas) que tenía a su alrededor, que, además, posee altos contenidos nutricionales. Decía —He conocido campesinos iletrados dotados de una gran sabiduría. Y conozco universitarios que son verdaderos ignorantes del saber vivir—. Hablaba del “racismo biológico” en el que se le da mayor importancia a las especies más carismáticas y de mayor tamaño, y se desestima a las hierbas. Hablaba del colonialismo biológico en América, y daba cuenta de que la mayoría de las especies valoradas como alimento eran aquellas cultivadas de importancia comercial, y de que no se valoraba a las floras locales útiles de cada país.

De alguna manera, nunca claudicó en la esperanza que su trabajo con las buenezas pudiese ser oído y, por eso, dedicó sus últimos 20 años a difundir este conocimiento en escuelas de todo el país. Quizás, estas investigaciones hayan sido las menos rutilantes en términos académicos, dado que no fueron discutidas en foros internacionales como las anteriores, pero resultaron las que le brindaron el respeto, el cariño y la trascendencia popular.

Resumir las importantes contribuciones de Eddy no es tarea fácil, pero varios textos debieran ser de lectura obligada para los jóvenes ecólogos; al menos, los señalados abajo. Desde mi experiencia personal y colectiva en el Laboratorio Ecotono, no puedo dejar de mencionar el afecto con que nos trató a cada uno de nosotros y el sentimiento de admiración que seguimos sintiendo todos los ecotonianos que tuvimos la suerte de conocerlo. El tiempo, sin duda, redimensionará su trayectoria, pero hoy no podemos más que estar extremadamente orgullosos y agradecidos del camino que Eddy nos brindó con originalidad, y de su pasión por la ciencia, el arte y la naturaleza.


Foto.
Eddy y su obra como escultor, tambien inspirada en la naturaleza. Autor: Gustavo Rapoport.

REFERENCIAS

1. Rapoport, E. H. 1975. Areografía. Estrategias Geográficas de las Especies. Fondo de Cultura Económica, México D.F.         [ Links ]

2. Rapoport, E. H. 2015. Aventuras y Desventuras de un Ecólogo Latinoamericano. Fundación Félix de Azara, Buenos Aires, Argentina.         [ Links ]

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