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La trama de la comunicación

versão impressa ISSN 1668-5628

Trama comun. vol.23 no.2 Rosario dez. 2019

 

ARTÍCULOS

El origen y el cambio en la obra de Eliseo Verón

 

Por Oscar Traversa

oscarcesartraversa@gmail.com / Instituto de Investigación y Experimentación en Arte y Crítica, Área Transdepartamental de Crítica de Artes, Universidad Nacional de las Artes, Argentina

Oscar Traversa
Argentina.
Doctor de la Universidad de Buenos Aires (especialidad Artes). Diplomado en École des Hautes Études en Sciences Sociales, Sorbona, París. Profesor Emérito de la Universidad Nacional de las Artes. Afiliación Institucional: Área Transdepartamental de Crítica de Artes, Universidad Nacional de las Artes, Buenos Aires, Argentina.
Área de especialidad: Semiótica, Comunicación Social, Estetica, Discursividad social
E-mail: oscarcesartraversa@gmail.com


Sumario:

El problema del origen y el cambio en la semiosis del Homo sapiens y la mediatización se tornan, en La semiosis social, 2 de Eliseo Verón, en un tópico centrado en el decurso del tiempo. Las nociones fundamentales de la semiótica se retoman desde esa misma perspectiva. Es así que tanto el origen como el cambio son desenvueltos desde un punto de vista histórico, dando lugar incluso, en distintas áreas, a precisar hipótesis discursivas. En el presente escrito señalaremos que esas variantes, en diferentes lugares y momentos de su obra, se hacían presentes o se esbozaban, en especial lo concerniente a la línea principal que articula su anterior libro La semiosis social con La semiosis social, 2. Para lograr esta síntesis, Verón asigna a las nociones contemporáneas del darwinismo y a las teorías de la complejidad, un espacio singular que parcialmente comentaremos.

Descriptores: Mediatización; Semiosis; Evolución; Autopoiesis; Complejidad

Summary:

In Eliseo Verón’s La Semiosis Social 2, the problem of the origin and change in the Homo sapiens semiosis and mediatization become a topic focused in the passing of Time. The essential notions of Semiotics are resumed from this very same perspective. Thus, both origin and change are carried out from a historical point of view, leading even to precise discursive hypotheses in several areas. In this paper it will be pointed out that, in different moments and parts of his work, those aspects were showed or suggested, especially that concerning the main line which articulates his previous work La semiosis social with La semiosis social 2. To achieve this synthesis, Verón assigns a unique space to the contemporary notions of darwinism and to the theories of complexity, which will be partially discussed here.

Describers: Mediatisation; Semiosis; Evolution; Autopoiesis; Complexity


Exordio

Ese escrito ha sido realizado pensando en dos tipos de lectores: unos, aquellos que han frecuentado La semiosis social, 2 (2013) y en ella señalan no encontrar al “Verón de siempre”, y otros,  los lectores parciales, que no han accedido por distintas razones a ese texto, pero son potenciales interesados1. Pienso que tanto a unos como a otros, por razones opuestas –unos por exceso de celo de una parte de la obra y otros por simple defecto– les resultaría útil reandar (o recorrer) un camino algo distinto. Tal camino no sería otro que el que muestra la integración entre el “Verón de siempre” con el de la última etapa de su obra. Es necesario advertir que tal tarea no puede ser más que parcial, en tanto exige un recorrido de marchas y contramarchas que muestre las relaciones de ampliación y consistencia de las partes, de las que una lectura pausada nos muestra alcances que no son manifiestos a primera vista.
El tópico que hemos elegido es el de la “historia larga”2, en un aspecto particular: el concerniente al cambio en el tiempo, lo que en otras disciplinas suele llamarse “evolución”, especialmente en biología, objeto encabalgado con la semiosis, tanto ontogénica como filogenéticamente. La atención prestada por Verón y el consiguiente edificio conceptual que debió poner en obra fue (es) quizá una de las fuentes del extrañamiento. Se suma para provocarlo, su último trabajo publicado en 2014 (no alcanzó a verlo impreso pues murió poco antes). Dicho trabajo aporta a la extrañeza de algunos pues acentúa ciertos temas presentes –desde 2007– pero poco difundidos.

1. Del binarismo al triadismo

1.1. Adiós a Saussure

Desde el punto de vista de Peirce la producción de sentido es un proceso caracterizado por el cambio permanente. Esa condición la aúna con el conjunto de sistemas en que se encuentra incluida e integrada desde sus orígenes: el social, en la corta duración, y el de la naturaleza, en la larga. Esa singular integración dio lugar, en nuestra especie, a un carácter específico que nos distingue de los otros súbditos del reino animal, compañeros desde hace un largo tiempo del proceso que ha dado en llamarse evolución. Esta condición, conocida desde antiguo, la fijó Linneo (en 1758) cuando nos bautizó, aludiendo a nuestro sello distintivo, como Homo sapiens.
Entiendo que esta convicción –la de variedad en el tiempo– forma parte de uno de los componentes que enlazan de modo original y productivo a Eliseo Verón con Peirce, lo que le permitió avanzar en el estudio de la socialización de esa facultad natural. Pues este último había notado –entre el siglo XIX y el XX– que la cualidad fundante y exclusiva de nuestro distingo como especie no es otro que ser agentes de la semiosis infinita de la que, al igual que con los procesos biológicos, todos participamos y somos sus actores.
Seis decenios después de la muerte de Peirce, la noción de desfase entre producción y reconocimiento es la que constituye el arquitrabe de concepción veroniana de la semiosis social. Modulada en atención al tipo de funcionamiento de los signos en Peirce, no es otra cosa que una hipótesis constitutiva del tránsito del sentido que emplea y refuerza la pertinencia de la noción de semiosis infinita. Si se desean notar los avances de la reflexión de Verón acerca de la adopción del modelo ternario, es útil recordar un trabajo de 1987 que resume sus desarrollos entre 1975 y 1984: La semiosis social. Fragmentos de una teoría de la discursividad. Al detenernos en esos textos, se pueden leer los desarrollos críticos que dan origen a ese definitivo alejamiento respecto de la obra de Ferdinand de Saussure y su campo de influencias; lo justifica, en resumen apretado, por su funcionalismo, que despojó al hablante de los instrumentos que lo ligan al mundo: su voz y sus manos. Junto con ellas se esfumó también el cuerpo que habla y hace. Este alejamiento (ruptura) se abrió a problemas de su tiempo, aún más acusados en nuestros días, aquellos que conciernen a la materialidad del sentido, tópico crucial en sociedades pobladas por los medios con sus alcances, diversidad y complejidad creciente. Ese paso fue clave para el centramiento en las cualidades operatorias de los distintos dispositivos mediáticos, dado que sus diferencias son siempre artefactuales (ligados de modo singular, cada uno de ellos, con los ejercicios del cuerpo: perceptuales, cinéticos y de regulación social) y que, finalmente, darán lugar a los vínculos que fundan la producción y tránsito del sentido.
Verón lo patentiza cuando señala que la lingüística, por largo tiempo, consideró a la escritura como parásita de la oralidad, sustrayendo la discusión acerca de sus respectivas especificidades y dejando de lado la reflexión discursiva; abandonando así la lectura y la escritura a una gris y estrecha funcionalidad despojada de sus fundantes cualidades materiales, responsables finales de su diversidad y persistencia histórica3. Las consecuencias epistemológicas de ese abandono no han sido menores. Fue necesario que gentes de otros oficios cercanos, antropólogos (Goody y Watt) y filólogos (McLuhan, Zumthor, Havelock), se ocuparan del asunto, dado que cada uno a su manera notaban, en su tiempo y no menos desde antiguo, que oralidad y escritura desenvolvían relaciones tan diferenciadas como trascendentes, y daban lugar a mundos de singular consistencia. No es difícil notar que hoy, la oralidad y la escritura –los autores que mencionamos lo señalaron en su momento–, modelizadas según los recursos técnicos de nuestros días, siguen cumpliendo un rol protagónico y -al menos por el momento- insustituible (piénsese en la web y en distintas plataformas informáticas).
Es precisamente ese vínculo entre pasado y presente (con su persistencia y cambio de los recursos técnicos y la complejidad creciente que los animan) lo ínsito en la crítica de Verón, quien precisa la falta, tal cual la que evocamos, que desemboca en la carencia de una reflexión en torno a los sistemas de representación que den cuenta de la construcción de lo (un) “real”. Instrumentos tales como los que contornean la noción de código (presuntamente generalizador de la de lengua) serán tan inútiles como erróneos al procurar tratar sistemas tan complejos como el teatro o el cine e incluso la aparentemente “simple” conversación. La simetría entre las instancias de la emisión y la recepción serán un obstáculo: una y otra se encuentran desfasadas. En consecuencia, otra configuración del signo se hará necesaria para abarcar esas diferencias. Tales diferencias entre producción y reconocimiento son irreductibles a la circularidad sin obstáculos que supone un modelo simétrico, pues, a la inversa, la no linealidad es la regla fundante de los vínculos comunicacionales.
Será en “El cuerpo reencontrado”4 donde se desenvuelva una discusión en torno a la relación cuerpo-semiosis. Cumplido el pasaje del sistema binario al ternario, se hará posible considerar la relación siempre parcial y contingente entre signo y objeto que posibilita el signo de raíz peirceana. Gracias a la inclusión del índice como componente, se habilita entonces la articulación de las relaciones que les compete a esa instancia: hacerse cargo de las factualidades, cuyos desempeños desbordan los modos consagrados por el binarismo, que las deja de lado.

1.2. El cuerpo reencontrado

Ese trabajo, que llamaré un scherzo, en el sentido en que se suele llamar de ese modo en música a una intrusión, en el curso de una obra, de un fragmento discordante por su tema y factura. Observado el conjunto, sin embargo, se podrá advertir su coherencia. Para llamarse así, la diferencia debe ser pronunciada, llevar a la sonrisa o la exasperación temiendo el simple error o el distanciamiento irónico; solo al final se nota, de forma más acusada, la gravedad y pertinencia del asunto que se ha incluido.
Es así: en ese trabajo, sin aviso –condición que no debe faltar en el scherzo–, continuando con el tema peirceano, surge un basso continuo: el tema del cuerpo como agente principal del proceso de producción de sentido y especialmente en el modo en que da lugar a su integración en el desenvolvimiento de la capacidad semiótica del sapiens5. No se trata aquí de un cuerpo plenamente constituido sino en constitución, el modo en que sus analizadores (los cinco sentidos), al principio gracias a los que “por contacto” y luego los que “a distancia”, integran fragmentos de la experiencia (materiales indíciales), para dar lugar a una red compleja de esos fragmentos (red compleja de reenvíos de relaciones signo-objeto), y que culminará en lo que Verón designa la capa metonímica de producción de sentido. Esta construcción le permite pasar a lo fenoménico, establecer una cercanía de este proceso con lo que Piaget indica como periodo sensomotriz, de localización anterior al lenguaje. Este último constituye el punto charnela del trabajo pues, a partir de él, apelando especialmente a las nociones de simetría y complementariedad (de Bateson), podrá configurar el edificio de la semiosis social6.
Lo señalado hasta aquí es suficiente –damos un salto– para introducir el flanco problemático que presenta a través del recorrido por la construida ontogenia del Homo sapiens, en cuanto a su particular situación de poseer un recurso modelado sobre una matriz biológica (base para sus aptitudes semióticas particulares) y los frutos del ejercicio de esa facultad: la cultura. De aceptarse ese papel a nuestra especie, da lugar a una situación paradojal: ser hija de la naturaleza y madre de la cultura e, inversamente, madre en ciertos aspectos de la primera e hija, de ciertos otros, de la segunda. La comparación de la última frase no resuelve el asunto, apenas acentúa lo que el llamado scherzo pone en escena. Verón, a esa altura de su trabajo, apunta a una generalidad que, como veremos, completa en La semiosis social, 2. Señala en ese momento: los intercambios que se establecen a partir de los tres órdenes7 no se agotan en el que se establece entre los actores sociales; los tres dan lugar al completo despliegue de la semiosis en su conjunto, en lo temporal, lo espacial y lo técnico:

 Se podría decir que el surgimiento de la cultura y la constitución del lazo social se definen por la transferencia de esos tres órdenes sobre soportes materiales autónomos, en relación con el cuerpo significante: desde el arte rupestre de la prehistoria hasta los medios electrónicos masivos, la cultura implica un proceso por el cual materias significantes distintas del cuerpo son investidas por los tres órdenes del sentido. (Verón, 1987, p. 148) 

Y poco más adelante aclara: “La presencia de los tres órdenes en cualquier discurso proviene del hecho de que el sujeto significante es el invariante universal, podríamos decir del reconocimiento del sentido…”; más adelante agrega: “La más sofisticada de las tecnologías de comunicación debe adaptarse siempre, en reconocimiento, al equipamiento biológico de la especie, invariable desde el alba de la humanidad: el sujeto significante y sus cinco tipos de captores sensoriales” (Verón, 1987, p. 149). El scherzo brinda la posibilidad de abrir el camino hacia el despliegue coherente de formulaciones empíricas singulares a condición de ajustarlas a las tres señaladas dimensiones. Sabemos que la posibilidad de ese paso, que siempre admite regresar con ganancia cognitiva8, da lugar  -para el dominio de la semiosis social- al par veridicción-validación

1.3 La reunión de las dos historias y la integración del cambio evolutivo: los interrogantes

Ahora podemos detenernos y regresar al principio de este escrito. Allí señalábamos que en alguna medida la convicción evolucionista o genéricamente naturalista de Peirce era un motivo de coincidencia con Verón y que el salto del sistema binario al ternario no le era ajeno; el cuerpo reencontrado nos brinda argumentos en esa dirección. La “naturalización” de los procesos cognitivos exige establecer algún tipo de relación entre las entidades mundanas y las que conciernen a los modos de construir otro mundo, cuya principal propiedad es la de indicar que tiene una relación de consistencia con el de referencia. Los lenguajes, de cualquier grado de organización, cuentan con ese requisito, por su propio ejercicio o en estadios de elevada complejidad por su referencia específica a sus cualidades (contar con metaoperadores de referencia que admiten la discriminación de niveles). El “paso naturalista” consiste en prestar atención a la fuente de las operaciones de ese proceso, por antonomasia, de construcción objetual. No puede obviar en dar lugar a los vínculos cuerpo-sistema (signo-objeto como soporte primordial), por distintas vías narrativas, desde luego. Veamos el camino integrativo de Verón.
En primer lugar, descartamos por dicho que el ligamen signo-objeto que emana del carácter de la trilogía fundante en Peirce, con la consiguiente inclusión –a través del índice– de las dimensiones factuales y realizativas, funda la consistencia de una teoría que pretenda dar forma a la producción social del sentido. En segundo lugar, se deriva que la articulación que realiza Verón entre dicha teoría del signo y las disposiciones ontogénicas de la especie tienden a situar –sin pena alguna– a los desarrollo peirceanos, más allá de una taxonomía de los signos (que no la descarta dado que puede resultar operativa) y se puede considerar, al menos, como una teoría del conocimiento en el ámbito discursivo. En tercer lugar la hipótesis (a nuestro entender, en Verón la proposición es asertiva) de que los tres órdenes derivados de la constitución cognitiva del Homo sapiens se transfieren a materiales autónomos dando lugar a los productos que se incluyen en la clase de culturales (la obra humana en general), propiciado por la simultánea integración de las restricciones que comporta el lazo social. Tales materiales incluyen los instrumentos y los vestigios de actividades del pasado lejano hasta las tecnologías más complejas del presente.
Es así entonces que una propuesta de esta índole conlleva la posibilidad de ligar (en la larga duración) dos historias: una concierne al origen y desenvolvimiento ontológico de la semiosis del Homo sapiens (atento a su constitución fundante) y, otra, al cultural (los resultados de su ejercicio); tal nexo, a su vez, entraña la necesidad de instalar un conjunto de hipótesis que permitan poner en obra los modos en que esas instancias se asocian. Es decir, carece de sentido considerarlas en relación de alteridad. Se hace necesario otorgarles un carácter unitario y en continuidad, pues la presencia de una implica la otra de manera absoluta.
No es posible dejar de lado que cada uno de los dominios en que se incluyen los fenómenos que se señalan en los escritos de Verón, son diversos: cada uno incluye una perspectiva y un entorno veredictivo particular. De allí que en lo que sigue nos proponemos acerca del trabajo de Verón lo siguiente (lo enumeramos en términos interrogativos): 1. ¿De qué manera liga estas dos historias?, 2. ¿Asigna alguna exterioridad causal a ese largo desarrollo? o ¿Es atribuible a realizaciones sistémicas internas o externas o frutos de su asociación?, 3. ¿Establece analogías con procesos de cambio en dominios parciales a los que se integran en esas historias (las variantes de “teorías evolucionistas”?), 4. ¿Estas teorías se integran de un modo metafórico o se integran en un esquema explicativo?
Lo hemos señalado: todos estos tópicos cuentan con desarrollos especializados. ¿Acaso Verón ha hecho un aprovechamiento de esos saberes y construyó una teoría de la semiosis de la especie que las integra? O bien, un fruto equivalente pero de distinta madurez: construyó un edificio hipotético-observacional que se abre sobre una posible teoría de la semiosis de la especie. Pasemos una rápida revista al asunto sin ánimo de ser exhaustivos, ni dar una respuesta satisfactoria a las preguntas.

2. En cuanto a las dos historias o la historia de la mediatización

2.1. La historia de la mediatización como metahistoria

Me permito comenzar este parágrafo con una cita personal. Corresponde a un artículo que me encuentro escribiendo en este momento, que dice así en un pasaje: las exigencias que nos hemos propuesto cumplir requieren, ante todo, un reconocimiento de origen de lo que trataremos. El pensar la mediatización en su historia (¿metahistoria?, sin designarla de este modo) corresponde a Eliseo Verón, tanto en lo que concierne a lo que consta en sus escritos como al desenvolvimiento docente que sostuvo por varios períodos en la cátedra –fruto de su creación– de Historia de la Mediatización9, de una innegable singularidad, pues se sitúa en lo que ha sido señalado como historia larga de ese proceso: se remonta a millones de años.
El programa de ese curso es encabezado por media docena de líneas de texto que indican: “Lo que aquí llamamos mediatización es la secuencia histórica del surgimiento de los fenómenos mediáticos, dispositivos técnicos de producción y circulación de los signos que han participado en los procesos de comunicación de las sociedades humanas…”10. La noción de mediatización de la que nos valdremos, en este texto, es la empleada en ese curso; al igual que otras nociones que vieron la luz en distintos escritos de Verón, de presentar alguna diferencia o matiz que se les refiera, tendremos cuidado en consignarla.
Tal historia entonces se ocupa de los fenómenos mediáticos entendidos como los productos de la capacidad semiótica del Homo sapiens, manifiestos en la exteriorización de los fenómenos mentales a través de diferentes organizaciones materiales o energéticas (la materialidad de los dispositivos) al alcance de la percepción. La señalada exteriorización da lugar a tres consecuencias fundamentales de la mediatización: el “poner afuera”, del modo que sea, es el primer paso de la autonomía tanto de emisores como receptores de los signos materializados; el segundo conlleva la persistencia temporal y espacial de esas materialidades que aportan a la modificación de escala de su alcance social; el tercero compete, para su persistencia, el cumplimiento de reglas constructivas y de uso para su empleo, del tipo: “esto se hace así”, “esto se emplea en…”11.
La instalación de la cuestión de la historia en la última etapa del trabajo de Verón, puede señalarse como un ordenamiento de los cambios en el largo proceso de mediatización, que no es otra cosa que el despliegue de la semiosis del Homo sapiens en el tiempo, en todas y cada una de las distintas sociedades a lo largo de la historia. Este intento no puede producirse si no se realiza a través de aquellos saberes que diferentes disciplinas elaboraron acerca de sus objetos particulares: la paleontología y la arqueología, para la primera etapa, y los estudios particulares y sus fuentes para la que se extiende hasta nuestros días. La historia de las religiones o la de la televisión, o bien la de Internet: en todas ellas las fuentes son diversamente textuales, lo que nos indica que este recorrido es al fin un tránsito metahistórico. Veremos enseguida cómo12 Verón lo realiza, comprometiendo siempre un dinamismo entre permanencia y cambio, tópico mayor de la(s) llamada(s) teoría(s) de la evolución.

2.2. En torno a los cambios

En Espacios mentales. Efectos de agenda 2 (2002) Verón, en el parágrafo “Circulación y rupturas de escala” (p. 129) instala dos nociones que más tarde se tornarán claves para discutir las cuestiones referentes al cambio, es decir, las modificaciones del sentido a partir de los procesos de desfase entre la producción y el reconocimiento. El resultado de tales procesos, dado que se instalan en el tiempo, es lo que se hace visible en el discurrir de los signos: la circulación13. Esta se hace manifiesta a partir de las diferencias entre los puntos de partida y de llegada, el de la producción y el reconocimiento.
La naturaleza del desfase –los modos en que se cumple ese trayecto–, señala Verón en ese mismo texto,  no es homogénea; por el contrario, depende de las características y condiciones en que se desenvuelven esos tránsitos semióticos. Introduce entonces la referencia al crecimiento de la complejidad de la circulación, en la medida de las cualidades y condiciones de los distintos soportes empleados en la comunicación, donde se suma (y se articulan) la complejidad con la aceleración, tanto de la emergencia como de la ejecutoria de los procesos técnicos. Tales cambios alejan del manejo a los actores individuales, dando lugar a otras organizaciones que atienden especialmente al alcance colectivo de los productos discursivos (órdenes religiosas, talleres de imprenta, editoriales, productoras de medios públicos y privados, y así siguiendo).
La existencia de soportes materiales autónomos constituye el requisito básico del alcance colectivo de los productos comunicacionales. Los diferentes procedimientos no han hecho otra cosa que instalar los productos discursivos en espacios y distancias crecientes y heterogéneas, es decir, dar lugar al fenómeno llamado de descontextualización14, una multiplicación, y consiguiente variación de los efectos del constitutivo desfase entre producción y reconocimiento, a partir de las modificaciones cualitativas y cuantitativas de la lectura. A tal proceso de irrupción de los cambios técnicos y sus consecuencias sociales, Verón lo designa como cambio de escala. Bastaría pensar en los alcances diferenciales que se producen con el advenimiento de la escritura o de la imprenta, o los más cercanos como la televisión y los complejos electrónicos, para notar la importancia del fenómeno.
Junto a la noción de cambio de escala, presenta una segunda: la de ruptura de escala. Esta atiende a la configuración discursiva. A este respecto Verón señala: “La mediatización de las operaciones primeras y segundas, es decir, de las representaciones icónicas y del contacto indicial, produce en cambio, lo que llamaremos rupturas de escala. Hablamos de ruptura porque la mediatización de la primeridad y de la secundidad introduce en el nivel colectivo lo que antes solo era posible en el contexto de la semiosis individual…” (Verón, 2002, p. 132).
Estas dos nociones se establecen a partir de fenómenos observables susceptibles de ser integrados –estableciendo un puente– con la propuesta general de extensión de las propiedades definidas para la ontogenia de los procesos mentales, en cuanto a sus múltiples exteriorizaciones a lo largo del tiempo15. Otorga consistencia, entonces, con lo señalado en el parágrafo 2.2., abriéndose, además, la posibilidad de dar lugar a un desenvolvimiento histórico a partir de fenómenos observables propios de las sucesivas exteriorizaciones de los procesos mentales del Homo sapiens.
Así visto, como ya comentamos, las variaciones en la descontextualización son evidentemente múltiples. De observarse en términos de las nociones de cambio de escala y ruptura de escala, permiten observar que las variantes se definen a partir de un horizonte complejo que incluye una multiplicidad de dimensiones que articulan configuraciones que dan lugar a la constitución de plurales sistemas, cuyas temporalidades de emergencia y estabilidad en el tiempo, originan no pocas dificultades analíticas: por caso, el par oralidad-escritura. Ese par, de añeja existencia, ha crecido en protagonismo en los más actuales hallazgos en materia de comunicación (piénsese en las redes sociales), un fenómeno entre tantos otros que rechaza cualquier pensamiento lineal en este dominio: ¿hay acaso factores que recurren y por tanto limitan cualquier cambio? ¿O bien modelan cualquier presunta emergencia?
Creo que llegados a este punto, es de interés apelar a una reflexión de Verón acerca de las cuestiones que hacen referencia al desenvolvimiento en el tiempo de los fenómenos semióticos –ya en la Semiosis social, 2–, en el momento de discutir en torno al origen del lenguaje. Evoca, en primer lugar (en el capítulo 9: “La cuestión del origen del lenguaje”), el abandono en las ciencias sociales, y muy especialmente en las referidas a los lenguajes. Por caso, en cuanto a los orígenes y desarrollos de sus objetos, en el siglo XIX tanto la geología como la biología los colocaban en el centro de sus reflexiones (El origen de las especies data de 1859). En el siglo XX se opta por la sincronía y con un notorio abandono de la diacronía, como ya hemos comentado. Se completó esa tendencia, avanzado el siglo pasado, con la ideología posmodernista y sus distancias, en general, con la historia.
Sin duda, detrás de estos debates, se dibuja la sombra de la oposición, poco fructífera, entre historia y estructura, disuelta por el desenvolvimiento de la producción de conocimientos, al punto que es difícil sostener hoy que “…las exigencias descriptivas que resultan de consideraciones “sistémicas” son incompatibles con preguntas sobre la emergencia y evolución de complejas estructuras que se describen”. Verón convoca el ejemplo de la paleontología, que no hace una cosa distinta que poner en relación cuestiones emergenciales con el desenvolvimiento de las estructuras adaptativas, con los conocidos frutos cognitivos.
Señala por fin, de manera sintética: “Creo, en todo caso, que ha llegado la hora de asumir la continuidad entre ciencias “duras” y ciencias “blandas”, y que los fenómenos de la semiosis deben articularse progresivamente con los esquemas de la evolución natural, lo cual no resulta de una ambición de unificación como objetivo en sí mismo, sino en una motivación mucho más simple. Ciertas consideraciones evolutivas por un lado clarifican los fenómenos contemporáneos de la semiosis que nos interesa comprender y, por otro, nos ahorra especulaciones gratuitas y profetismos equívocos acerca de lo que le ha pasado y le podrá pasar a nuestra especie” (Verón, 2013, p. 151 y ss.).

3. Historia y evolución

3.1. La Semiosis social, 2 y la extrañeza acerca de la búsqueda de los orígenes: ¿Cómo tratar esta obra?

La extrañeza de la Semiosis social, 2 evocada en el exordio de este escrito, no es ajena a su configuración y, por supuesto, a su sustancia. En cuanto a la configuración, depara ciertas sorpresas, en especial para quienes visualizaron en el trabajo de Verón una suerte de complemento inteligente de la sociología y admiran, sobre todo, su rigor y soltura técnica. Esta óptica no es nada reprochable, de ser transitoria; su defecto principal es la estrechez de miras. Ese “otro extrañado”, producido por su último libro, no es nuevo: diez años atrás había recordado episodios del pasado donde se habían realizado intentos de restringir la semiótica al campo de los estudios en producción, reservando el reconocimiento a otras disciplinas (sociología, psicología). El rechazo a esa postura se funda en un propósito integrativo de los fenómenos de producción de sentido: “la diferencia de niveles no implica necesariamente una heterogeneidad de lenguajes de descripción que se utilicen en un caso y en otro” (Verón y Boutaud, 2007, p. 180-183)16. La articulación adecuada entre esos niveles exige una coherencia que es aquella que corresponde a la teoría del observador de la semiosis en sus diferentes niveles de funcionamiento.
Es simple, entonces, pero sin garantía de éxito inmediato, tratar –por un momento al menos– a esos textos que llevan la firma Eliseo Verón como lo que se proponen: una teoría integral del despliegue de la semiosis del Homo sapiens, que asume en cuanto soporte la teoría del conocimiento desarrollada por Peirce como piedra basal de su desarrollo, aunque no como único recurso. Entiéndase bien, se trata de una teoría: cuenta con un soporte hipotético, un dominio de desenvolvimiento y reglas que permiten extraer conclusiones acerca de las hipótesis, gracias a la explicitación y consistencia de los términos empleados. Como cualquier teoría, presenta grados de elaboración de sus componentes y estados de madurez de los diferentes campos de hipótesis que ha construido o permite construir (derivaciones empíricas incluidas). Pero esos componentes –resultado de un largo trabajo– no se presentan ordenados linealmente: en alguna medida dan cuenta de la complejidad del objeto que tratan. Es, al igual que otros papeles que lo precedieron, el modo en que debe ser tratado el discurso de la Semiosis social, 2 y el conjunto de la obra científica que lleva esa firma.

3.2. El examen de una línea de desarrollo: de “El cuerpo reencontrado” a “Las precondiciones de la semiótica” y “El primer fenómeno mediático”

“El cuerpo reencontrado” –al que hemos hecho referencia en 2.2.– fue  escrito al menos treinta años antes que las “Precondiciones de la semiótica”, “El primer fenómeno mediático” y “La cuestión del origen del lenguaje”, capítulos 10, 11 y 9 de la Semiosis social,2. Los tres revisten un carácter de exploración de los orígenes; si el carácter distintivo de la especie Homo sapiens, a la que pertenecemos, es un resultado de un largo proceso de cambios, cuyos primeros rasgos de semejanza morfológica se localizan hace siete millones de años, en ese curso de tiempo se deben haber gestado buena parte de lo que hace su diferencia con otros miembros del reino animal: en particular su capacidad semiótica. Los tres trabajos aludidos remiten a este último problema. El capítulo 9 se concentra en los debates de raíz lingüística, especialmente la posición de Chomsky. En este dominio, los que llevan los números 10 y 11, se refieren en particular al proceso semiótico y su integración en los desempeños sociales, es decir, en el curso de la mediatización, corresponden a un desenvolvimiento evolutivo.
En cuanto al 10, se ocupa de presentar las condiciones a través de las cuales una línea de desenvolvimiento biológico culmina en Homo sapiens con la cualidad distintiva que conocemos. Enfrentadas por Verón con particulares cuidados (puesto que la paleontología del sapiens está surcada de debates intrincados acerca de la datación y papel de las diferentes especies extinguidas, más o menos contemporáneas del sapiens), les tocó cumplir en relación con lo que finalmente sería el hombre propiamente dicho. Y, aún más, no se trata solo de discrepancias en torno a algún fenómeno particular, sino en torno a la manera en que ellos se producen: diferentes orientaciones dentro de las teorías que se ocupan de desentrañar los fenómenos llamados genéricamente de especiación17. En este contexto, una apoyatura importante la encuentra Verón en André Leroi-Gourhan18 quien trazó un esquema de la evolución del sapiens vinculando modificaciones biológicas y capacidad operatoria, manifiesta en los procesos de producción de instrumentos de piedra y los rasgos propios de sus alojamientos. Este autor desarrolla un esquema en el que pone en correspondencia las cualidades formales y de factura de las herramientas, que denomina “estereotipos”, por repetidos en momentos y lugares, que resultarían de un hacer común, producto de una misma cadena de operaciones. Una herramienta simple comportaría un pequeño número de operaciones, contrariamente a lo que ocurriría con una herramienta compleja. El repertorio instrumental crece con el tiempo: el momento inicial comporta unas pocas operaciones, en oposición al repertorio –creciente en algo más de dos millones de años– que puede elevarse, según los autores, entre cerca de cien a doscientos cincuenta herramientas, de tamaños y facetados muy diversos, llegados al momento de estabilización del Homo sapiens. De tal decurso no puede dejar de suponerse una actividad mental asimismo creciente, que se corresponde con configuraciones del encéfalo en tamaño y características diferentes (morfología del cráneo e improntas interiores: área de Brocca). Se infiere además que este tránsito técnico colocó a los actores en posiciones relacionales que exigían vínculos cooperativos, tanto para la construcción de herramientas como para su empleo, es decir, que permite formular hipótesis acerca de relaciones entre las cadenas operatorias y los procedimientos de los sistemas sígnicos.
Estos desempeños en el tiempo nos acercan a lo que señalamos en 2.2. (presentes en “El cuerpo reencontrado”) acerca del surgimiento de la obra del sapiens –lo que designamos como culturay el establecimiento de vínculos sociales en los que se manifiesta la transferencia de los tres órdenes, definidos por Peirce, sobre soportes materiales autónomos, en relación con el cuerpo significante: desde los productos de la prehistoria hasta los medios electrónicos masivos, la cultura implica un proceso por el cual materias significantes distintas del cuerpo son investidas por los tres órdenes del sentido. En el límite, sobre el “Primer fenómeno mediático”, Verón se pregunta: ¿Qué fundamentos y qué consecuencias tiene el identificar la emergencia de los útiles de piedra como el primer fenómeno mediático de la historia de la humanidad?, y se responde: “Mi hipótesis implica que, desde el punto de vista filogenético, el primer proceso de semiosis del que tenemos huellas arqueológicas corresponde a una combinatoria específica del orden icónico y del orden indicial”. Está visto que se trata de la emergencia de la semiosis y no del lenguaje (Verón, 1987, p. 183).
Pasa luego a valerse de un ejemplo: se trata de lo que conlleva la producción y el uso de una herramienta que es la de mayor antigüedad y, por ende, a la que se atribuye menor compromiso mental. Ellaconsiste en brindar el aprovechamiento del filo de una piedra que ha sido partida por un golpe. Tal herramienta puede ser empleada para el trozado de piezas de caza o vegetales. Verón despliega una secuencia operatoria de la fabricación y empleo de esa herramienta en un conjunto de pasos: el primero corresponde a “la materialización visual del útil”, una suerte de momento proyectual (situable como propio de la primeridad, un fenómeno imaginario); el que se articula con dos componentes “existenciales” secuenciados, de carácter indicial, siendo la fabricación de la herramienta el estado final de la cadena operatoria correspondiente a la construcción del útil.
El segundo paso corresponde al uso de la herramienta. De esta manera, estas microsecuencias elementales presentan reglas de fabricación, de un lado, y reglas de uso, del otro. Este proceso liga entonces dos triadas articuladas (dos signos en el sentido de Peirce) que se patentizan en las conductas (de fabricación y de uso): el instrumento materializado –mediatizado, entonces– se articula con los actos corporales no mediatizados del uso. De este modo, la herramienta, constituye la exteriorización de procesos cognitivos cuya forma no es otra que la materialización visual de ese útil, una mediatización icónica de fragmentos de conductas, es decir, de operaciones indiciales.
Un fenómeno de esta índole permite pensar su complejidad, gracias a la relación que establece entre problema y solución, por una parte y, por otra, a las características del útil productor de la solución, asociado con la cualidad que hace a la adecuación del instrumento (en este caso el filo). Estos pasos dan lugar a la multiplicación de operaciones y a las correspondientes ampliaciones (a partir de los nuevos problemas que suscitan), las que dan lugar a series de complejidad operatoria creciente, relacionadas con resultados, eficaces o fracasados, que conducen, en forma directa, a la adhesión o al rechazo, para su implementación o no, como práctica permanente y escalable (procesos de selección y adaptación).
La duración del “primer fenómeno mediático” se extendió por más de dos millones de años, donde crecieron juntos los rasgos que indican las cualidades correspondientes al Homo sapiens y el incremento de su capacidad inventiva y constructiva. Ese trayecto introduce –dada su complejidad– especificaciones más complejas que las que corresponden a un fenómeno aislado, dado que el sencillo procedimiento descripto es la base de un intrincado proceso coevolutivo (diferencias inductoras de diferencias que se retroalimentan). Verón conserva de Leroi-Gouhan una lección ejemplar: la de ordenar un modo de pensar a través de un sistema no lineal de complejidad creciente, dejando de lado –por un momento– las pujas factuales de los especialistas. Otro será el momento de retirar el paréntesis.

3.3. Del “primer fenómeno mediático”: ¿Cómo pensar en adelante?

En 3.1., la posibilidad de pensar la Historia de la mediatización como una “metahistoria”, más allá del “primer fenómeno mediático” (contando con otro tipo de testimonios y nada menos que con la escritura y, muy especialmente, con avances en dominios vecinos o parcialmente encabalgados), se torna en una posibilidad cierta, además de una exigencia epistemológica. A mi entender, Verón lo puso en práctica, con una particular destreza de lectura. Tal práctica se hace evidente en los capítulos dedicados en La semiosis social, 2 a la escritura, a los “cuerpos densos”, a los periódicos y demás medios19. La heterogeneidad factual del objeto que debe enfrentar la semiótica contemporánea, en cuanto a la diversidad de sustancias, se ve potenciada su complejidad por la diversidad en cuanto artefacto e instituciones que las articulan, con la consiguiente ampliación de los actores en todas sus instancias. De aquí la necesidad de un soporte teórico integrador que no reniegue de aquello que ha pasado al primer lugar problemático de la semiótica, quizá de la ciencia social de nuestros días: la cuestión del reconocimiento. ¿Cómo pensar en adelante? Para comenzar recordemos la síntesis “filogenética” de Verón:

Los fenómenos mediáticos ¿son una precondición de los sistemas psíquicos de los sapiens? La respuesta es no. Inversamente, los sistemas psíquicos ¿son una precondición de los fenómenos mediáticos? La respuesta es sí. Los sistemas psíquicos, ¿son una precondición de los sistemas sociales? La respuesta es sí, pero no de una manera lineal, directa, sino a través de la emergencia de los fenómenos mediáticos. Entonces, los fenómenos mediáticos ¿son una precondición de los complejos sistemas sociales? La respuesta es sí. (Verón, 2013, pp. 301-302).

Los fenómenos mediáticos, y por ende la mediatización, son así de fundamentales.

4. Comentarios

Un primer comentario a realizar (no sostenido de manera manifiesta por el autor)  se refiere al propósito general de la obra que no es otro que la elaboración de una teoría general de la facultad semiótica del Homo sapiens. Este propósito se hace evidente estableciendo los nexos entre dos grandes textos programáticos: La semiosis social de 1987 y La semiosis social, 2 de 2013; sumados, en los veintiséis años que separan estos dos textos, a un gran número de otros escritos (libros y papers) que, de manera fragmentaria, preanuncian el de 2013.
Mi propósito era comentar algunos aspectos parciales, en especial lo que concierne al modo de enfocar la cuestión de los cambios en el tiempo que, como hemos visto comporta un tratamiento complejo, que abarca desde un momento lejano –millones de años– hasta momentos avanzados en el ámbito de lo que se dio en llamar cultura. Pienso que las preguntas formuladas a ese respecto en 2.3. han encontrado respuestas –parciales al menos– a lo largo del texto.
Un comentario final corresponde a los límites que pueden adjudicarse a la realización de una tarea como la que se esboza en los dos textos principales. Verón era perfectamente consciente de sus alcances y lo manifiesta. Basta detenerse en las últimas páginas de La semiosis social, 2, donde se refiere a la diferencia entre los sistemas sociales y los sistemas socioindividuales. Entiende que tal diferencia es conocida, de modos distintos. La cuestión reside en cómo ellas se articulan. Dado que la relación es asimétrica, en cuanto a sus cualidades y también en cuanto al desarrollo del conocimiento en uno y otro campo, en el polo de la producción ha sido posible sistematizar –dar un cierto orden al menos– a las exteriorizaciones de la mente a través de formateos institucionales; en el campo del reconocimiento, en cambio, tan diverso y extenso, no contamos más que con escasos y desordenados indicios de su despliegue. Verón, antes que lo sorprendiera la muerte, se encontraba intentando la tarea de emprender una “Teoría del actor” (una Semiosis de los mundos individuales); unos pocos papeles así lo indican.
Si no nos ha dejado una solución, nos ha dejado una problemática. Ocurre con toda teoría bien formulada. Validarla o invalidarla lleva tiempo y, sobre todo, un esfuerzo colectivo.

Notas:

1 De unos y de otros tengo un conocimiento directo. Las variantes se han manifestado en congresos e incluso por escrito, o bien en la conversación en seminarios de posgraduación, no solo en mi país.

2 He tratado este tema en una dirección distinta en otro trabajo: “Eliseo Verón y el trayecto largo de la mediatización” (2005), Estudios, 33, 131-149.

3 Para una presentación ordenada, en cuanto a los aspectos lingüísticos, es necesario remontarse a 1973, “Logique naturelle des mondes sociaux”, Communications, 20, 250-265.

4 En un trabajo anterior hicimos referencia a la importancia de este trabajo, ya mencionado en la nota 1. Aquí solo recogeremos lo referente a los procesos conectados con los propósitos del presente escrito, el que se refiere a los cambios en el tiempo y las relaciones adaptativas (sugerimos leer La semiosis social, 1987, página 140 en adelante).

5 “El cuerpo rencontrado” se sitúa entre el final de la segunda parte de La semiosis social, dedicada a fundar la introducción de Peirce –llamada “El tercer término (1976-1980)”– y la tercera –“El sentido inverso (1980-1984)”– dedicada a una discusión acerca de la pragmática. Puede notarse, solo a partir de los títulos, el carácter disruptivo.

6 Se sugiere para los interesados en este aspecto la lectura del texto original: páginas 140 a 152 de La semiosis social, o bien al ya citado en nota 1, que nos pertenece, “Eliseo Verón y el trayecto largo de la mediatización”, el que puede servir de introducción, en un contexto problemático general. A partir de la inclusión de las nociones de Bateson, se ordena el horizonte explicativo, pues se hace evidente el modo en que se incremente la complejidad en la medida que avanza el proceso madurativo. Debe notarse también el recurso a nociones freudianas, en algún caso por similaridad con las desarrolladas y en otras como eslabón argumentativo. 

7 Órdenes del sentido no se refiere a tipos de signos (una taxonomía) –tal cual lo entendía Peirce– sino a niveles de funcionamiento, derivados de las nociones fundamentales de primeridad, segundidad y terceridad, cuyo despliegue es fractal (Verón). Un orden manifiesto en la discursividad es: ícono, índice y símbolo, correspondiente a: cualidades, hechos y reglas.

8 La primera puesta en obra de este camino de análisis se encuentra en “Il est lá, je  le vois, il me parle” (1983), Communications 38, 111-119: el “presentador” de TV da lugar a un vínculo “cuerpo a cuerpo” que remite a la dimensión factual del índice.

9 Dictó “Historia de la mediatización” entre 2011 y 2014, año de su muerte. En la Semiosis social, 2 (2013)incluye múltiples referencias a episodios, que se desenvuelven en el tiempo, referidos a la historicidad del proceso de mediatización; no faltan tampoco en diversos otros puntos del extendido de sus textos. Tuve la fortuna de acompañarlo a partir del 2012 en el dictado de ese curso, lo que me permitió notar tanto la cualidad heurística como explicativa de tratar la mediatización con criterios históricos.

10 Programa de “Historia de la mediatización” (ciclos. 2012, 2013 y 2014), Universidad de San Andrés, Argentina.

11 Una formulación de estos componentes se puede leer en el último escrito por Verón. Es de gran interés apelar a ese texto pues brinda una visión sintética del tópico: “Mediatization theory: a semio-anthropological perspective” (2014), Handbooks of communication Science, 21.

12 Nos referimos al curso argumentativo

13 A ese proceso me permití llamarlo en un trabajo expuesto en el CISECO, en 2017, la “cara oculta de la luna”. Quien le otorgó estatuto de participación en el proceso comunicacional ha sido Verón, en consecuencia le adjudiqué en ese trabajo valor hipotético y, como tal, susceptible de integración epistemológicamente activa en el conjunto de la semiosis social.  

14 El término descontextualización fue tomado de Jack Goody, que lo aplicó a los fenómenos de escritura.

15 Verón insistía, desde tiempo atrás, en una periodización que incluía la modificación en los componentes sígnicos: “…el proceso de mediatización de la modernidad siguió el camino inverso al del trayecto ontogenético: operó primero sobre la escritura en la prensa de masas, prosiguió con la mediatización de lo icónico, y culminó, al menos en la etapa que estamos considerando, con la mediatización del contacto en la llamada televisión “de masas” (Verón, 2002, p. 12). 

16 “Du sujet aux acteurs la sémiotique ouverte aux interfaces”, Sémiotique ouverte, Hermès Lavoisier, 2007, pp. 180-183. Es necesario destacar que en ese trabajo problematiza la cuestión del reconocimiento, adjudicándole el lugar principal en el espacio de la semiótica. Mencionamos también que en ese trabajo adelanta el encuentro con la teoría de los sistemas complejos y autoorganizantes, tópicos, en los que avanzará en La semiosis social, 2.

17 Entre los distintos puntos de vista en cuanto a la especiación (núcleo fuerte de las teorías de la evolución) uno de actualidad –de los últimos 20 años– es el que contrapone al “gradualismo filético” y el “equilibrio puntuado”. El primero supone una continuidad progresiva de los cambios específicos, mientras que la otra considera que el cambio es episódico. Sugerimos la lectura del “Epílogo sobre la teoría y la historia en la creación de la grandiosidad de esta etapa de la vida”, en S. J. Gould (2010), La estructura de la teoría de la evolución (pp. 1363-1374). Barcelona: TusQuets.

18 La lectura de El gesto y la palabra deAndré Leroi-Gourhan (1965), es clave para aproximarse a la producción de Verón en la etapa final de su trabajo. Además es crucial para acercarse a las cuestiones inherentes al rol de la técnica en todas las fases, tanto prehistóricas como históricas. 

19 Basta un lectura de los capítulos que van del 12 al 20 y acometer el ejercicio, aunque más no sea parcial, de seguir las referencias a las que acude para notar, por un lado, la destreza y, por el otro, la pertinencia disciplinar de ese proceder. Esto último se muestra especialmente en tópicos básicos para el estudio de la mediatización contemporánea, tales como la música o la fotografía.

Bibliografía:

1. Boutaud, J.J y Verón, E. (2007). Sémiotique ouverte: itineraires sémiotiques en communication. París: Lavoisier Hermès Science.         [ Links ]

2. Gould, S. (2010). La estructura de la teoría de la evolución. El gran debate de las ciencias de la vida. La obra definitiva de un pensador crucial. Barcelona: Tusquets Editores.         [ Links ]

3. Traversa, O. (2015). Eliseo Verón y el “trayecto largo de la mediatización”. Estudios, (33), 131-149.

4. Verón, E. (1973). Linguistique et sociologie. Vers une “logique naturelle des mondes sociaux”. Communications, 20, 250-265.

5. Verón, E. (1983). Il est là, je le vois, il me parle. Communications, 38, 98-120.         [ Links ]

6. Verón, E. (1987). La semiosis social. Fragmentos de una teoría de la discursividad. Barcelona: Gedisa.         [ Links ]

7. Verón, E. (2001). Espacios mentales. Efectos de agenda 2. Buenos Aires: Gedisa.         [ Links ]

8. Verón, E. (2013). La semiosis social, 2: ideas, momentos, interpretantes. Buenos Aires: Paidós.         [ Links ]

9. Verón, E. (2014) Mediatization theory: a semio-anthropological perspective and some of its consequences. EnK. Lundby (ed.), Mediatization of Communication (pp. 163-172). Berlin-Boston: De Gruyter Mouton.         [ Links ]

Fecha de recepción: 11-05-2019.
Fecha de aceptación: 30-06-2019.

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