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La trama de la comunicación

versión impresa ISSN 1668-5628

Trama comun. vol.25 no.2 Rosario dic. 2021

 

ARTÍCULOS

In memoriam Jorge Lozano: del soma al sema

In memoriam Jorge Lozano: from soma to sema

 

Por Pablo Francescutti

luispablo.francescutti@urjc.es / Universidad Rey Juan Carlos (España)

Pablo Francescutti
Argentino.
Doctor en Sociología por la Universidad Complutense de Madrid. Licenciado en Antropología por la Universidad Nacional de Rosario. Profesor titular de Teorías de la Información en el grado de Periodismo de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid
Afiliación Institucional: Facultad de Ciencias de la Comunicación y Sociología, Universidad Rey Juan Carlos (Madrid, España)
Área de especialidad: discurso periodístico, semiótica, comunicación social de la ciencia
e-mail: luispablo.francescutti@urjc.es
ORCID: 0000-0002-5369-2835


Sumario:

Jorge Lozano, referente de la semiótica española y miembro del Consejo Editorial de La Trama recientemente desaparecido, es el objeto de esta semblanza en la cual su autor evoca, a través de sus recuerdos como discípulo suyo, la trayectoria intelectual de una figura singular en estrecha conexión con los derroteros de la semiótica europea. De esta manera planteado, el relato biográfico se entrevera con el auge de la disciplina en los años ‘60 y ‘70, continúa con su eclipse en los ’80 y la irrupción de la semiótica de la cultura en los ‘90, y llega a nuestros días con la recuperación por parte de Lozano de temas como el secreto, la transparencia, la persuasión y la estrategia en pos de una síntesis de las dimensiones cooperativa y conflictiva de la comunicación.

Descriptores: Jorge Lozano; Semiótica española; Discurso; Historia; Persuasión

Summary:

The late Jorge Lozano, oustanding figure of Spanish semiotics and member of La Trama Editorial Board, is the subject of this biographic profile. Taking advantage of his memories, the author, one of his disciples, evokes the life and intelectual path of this singular personality in conjunction with the European semiotics ups and downs. In such a way, the biographic narration mingles with the discipline booming in the Sixties and the Seventies, its subsequent downturn in the Eighties, and the irruption of Semiotics of Culture in the Nineties. The biographical itinerary ends at this century, with the recovery of topics as secret, transparency and persuasion as part of Lozano’s project to articulate the cooperative and strategic dimensions of communication.

Describers: Jorge Lozano; Spanish semiotics; Discourse; History; Persuasion


Introducción: análisis semiótico y análisis histórico

A Jorge Lozano le exasperaba que sus alumnos abordaran cualquier tema con el consabido recorrido histórico: “Les pido que escriban un texto sobre el paraguas”, se quejaba, “tiran de Google y luego comienzan diciendo: los cartagineses usaban paraguas y los romanos no”. Este historicismo vulgar, heredado de las composiciones escolares, le parecía un crimen de lesa semiótica. Y no porque fuera un fanático de lo sincrónico; de hecho, su obra fundamental se titula El discurso histórico (1987). Lo que le sublevaba era que su gente antepusiese la aproximación histórica al sentido al estudio de la significación de los acontecimientos. El análisis semiótico, insistía, debe preceder al histórico.

Pese a ello, creo que me perdonaría si, al trazar su semblanza, comienzo por remontar el pasado.

Septiembre de 1990: me veo entrando, algo desorientado, en el jardín de un señorial caserón sito en un elegante barrio madrileño. Acababa de llegar de Argentina, recién licenciado de antropólogo: un miembro más de la “promoción Carlos Saúl Menem”: la camada de jóvenes graduados y profesionales a los que el patilludo presidente había estimulado como pocos a buscarse un futuro fuera del país. A un costado del jardín se alzaba una casita: la sede de la Revista de Occidente fundada por José Ortega y Gasset en 1923. Había averiguado que allí trabajaba su secretario de redacción, Jorge Lozano. Toqué el timbre; venía a pedirle que dirigiera mi tesis doctoral.

Nunca había visto, ni siquiera en fotos, al barbudo casi cuarentón de avanzada calvicie y saltones ojos azules que me abrió la puerta. Conocía su nombre del Análisis del discurso (1982), ensayo que firmó junto con Cristina Peña Marín y Gonzalo Abril y que le granjeó una notable fama de semiólogo en América Latina. No lo había leído, aunque venía dispuesto a hacerme pasar por un admirador de su obra. Intuía que podía ser un buen sustituto de mi mentor rosarino, Nicolás Rosa, el director de mi tesina de licenciatura. Pero, aunque me atendió con la mayor cordialidad, declinó mi solicitud: al día siguiente se iba a Roma a dirigir la Academia de España: una residencia para jóvenes talentosos que él convertiría en una embajada cultural de su país.

Pasaron los años. Reorienté mi tesis hacia la sociología, bajo la dirección de Ramón Ramos, el brillante promotor de la teoría social del tiempo en España. Mi objeto seguía siendo la ciencia ficción, encuadrada en la construcción social del futuro. Un día, Ramón me dijo que, en lo concerniente al análisis de los filmes, me convendría el asesoramiento de un amigo suyo que entendía de esas cosas. Y me dio el teléfono de un profesor de la Complutense: Jorge Lozano. Y así, por esas vueltas de vida, nuestros caminos volvieron a cruzarse, esta vez definitivamente.

Los inicios de la semiótica española

De tal manera arrancó una relación de aprendizaje, colaboración y, al cabo de un tiempo, de amistad. En largas conversaciones telefónicas o en bares de copas supe que había nacido en La Palma, la Isla Bonita del archipiélago canario, en 1951, de una familia bien venida a menos. No recuerdo por qué se mudaron a Madrid. En la Villa y Corte asistió a la universidad, se vinculó al Partido Comunista, lo metieron preso ... el itinerario de muchos de su generación y clase social en los estertores del franquismo. Tras licenciarse en Filosofía y Letras, fue irradiado por las ondas emitidas por la semiótica, retransmitidas desde Barcelona por las traducciones de Umberto Eco.

La capital catalana era el foco primigenio de la semiótica hispana, donde Miquel de Moragas (1976) defendió la primera tesis tributaria de su paradigma. Jorge quería fundar otro núcleo en Madrid y marchó con Cristina Peña Marín a Bolonia a aprender del magisterio de Eco. En sus cursos conoció a luminarias como Omar Calabrese, Mauro Wolf y Paolo Fabbri, con quien forjaría una amistad a prueba de bombas; y tuvo por compañeros de estudios a mis paisanos Tomás Maldonado, Eliseo Verón y Lucrecia Escudero, con quienes se amigó para toda la vida. Allí se hizo italiano por afinidad electiva, y allí lo terminó de ganar la pasión semiótica que nunca le abandonaría.

Regresó a España cuando culminaba la década de los ‘70. La semiótica surfeaba la cresta de la ola; su terminología era de rigueur en la conversación culta; los intelectuales jugueteaban con los códigos, los mitos, las estructuras narrativas.... El viento favorable le abrió a Jorge las puertas del mundo editorial, y medios prestigiosos lo designaron su semiólogo de cabecera. Al despuntar los años 80, la cosa iba a más: se fundó la Asociación Española de Semiótica, se celebraban congresos y jornadas; se publicaban revistas especializadas, sus contenidos entraban en los programas universitarios: los requisitos básicos para la institucionalización de una disciplina.

En 1980 murió Roland Barthes. Mucho más tarde, Jorge me diría que ese accidente de tráfico fue el comienzo del fin. En aquel entonces nadie lo entendió así, tanta era la popularidad de la semiótica. Pero antes de que acabara la década, el saber que tanto hizo por el estudio de la moda pasó de moda.

La esperanza frustrada

El retroceso no se circunscribía a España; en una entrevista que le hice, Fabbri formuló un diagnóstico similar (Francescutti, 2017). Aparte del inevitable flujo y reflujo de las modas intelectuales, a su juicio el eclipse tenía que ver con la complejidad creciente de su instrumental analítico. Y Jorge precisó que el rigor metodológico exigido por Greimas alejó a quienes no estaban dispuestos a dedicar largas horas a aprender programas narrativos y cuadrados semióticos.

No todos desertaron por pereza intelectual. Libre del corsé franquista, el sistema mediático español entraba en una impresionante expansión, y muchos no veían claro qué podía aportar ante ello el saber cultivado en lo que se les antojaba un cenáculo aislado de un mundo en ebullición. Y así hubo quienes dejaron de analizar los medios para intervenir en ellos, bien como periodistas, bien como asesores. Y otros, que permanecieron en la academia, viraron hacia enfoques en apariencias más prácticos o abrazaron las modas del cognitivismo y los estudios culturales. Comento de pasada que Jorge respetaba a la Escuela de Birmingham, mas sus epígonos le sacaban de sus casillas. Al cambalache metodológico de estos estudios contraponía la mirada semiótica, que encara los más diversos objetos con el mismo método, distinguido por la pertinencia, la diferencia, la oposición...

Pese a las bajas, dio la batalla en el medio universitario junto con sus escasos conmilitones. No fue nada fácil. La dificultad radicaba en la configuración de los estudios superiores en comunicación. Creadas a partir de los años ‘70, las facultades de Ciencias de la Información heredaron de las escuelas de periodismo el énfasis en la enseñanza de las técnicas del oficio; eso sí, lo adornaron con asignaturas teóricas y de cultura general que dieran empaque académico a lo que era un vivero de periodistas. El cambio de nomenclatura en los años 90, cuando pasaron a denominarse facultades de Ciencias de la Comunicación, más que expresar una reorientación epistemológica significó una apertura a la “comunicación” entendida como el ámbito en donde trabajarían los egresados de las flamantes titulaciones en Comunicación Audiovisual, Relaciones Públicas y Publicidad.

Semejante orientación no alentaba las vocaciones investigadoras, lo que reducía el número de posibles interesados en adiestrarse en las herramientas de la semiótica. Las legiones de jóvenes apurados por sacarse el carnet de periodistas no comprendían por qué les obligaban a dedicar su tiempo a arcanosque se les figurabandistantes de la práctica profesional como Teoría de la Información, la asignatura que Jorge transformó en la aldea gala de la semiótica. Con los años me fui topando con exalumnos suyos y todos le recordaban vívidamente; con él no había término medio; a unos les resultó ininteligible; para otros fue el mejor profesor de la carrera. A estos les fascinaban sus disquisiciones sobre el pliegue de los vestidos de Mariano Fortuny o la operación semiótica efectuada por Coco Chanel al incorporar el blusón marinero a la moda femenina. Algunos sopesaron seguir sus pasos, pero casi todos ponían pies en polvorosa tan pronto descubrían que detrás de su pirotecnia verbal había mucho estudio, por no hablar de las contadas salidas laborales.

Al seductor profesor esa atmósfera le asfixiaba; de ahí su necesidad de tomar aire fresco con periódicas escapadas a Venecia, Bolonia o Urbino. En esta ciudad medieval Fabbri regentaba el Centro Internazionale di Semiotica e Linguistica, la sede de célebres cónclaves en los que participaron Roland Barthes, Iuri Lotman, Michel de Certeau, Jean-François Lyotard, Louis Marin, Frederic Jameson, Tzvetan Todorov, Erving Goffman, Harold Garfinkel… Cuando Jorge evocaba sus charlas con esas eminencias, yo pensaba con envidia cholula en el cosmopolita mundillo de sofisticación teórica retratado por David Lodge en El mundo es un pañuelo (1996). De esos encuentros salió con una agenda de contactos clave a la hora de reclutar colaboradores para Revista de Occidente y, sobre todo, para la tarea que se fijó: replicar Urbino en España.

La oportunidad se la proporcionó la universidad de verano de la Complutense. En El Escorial, un pueblo serrano ubicado al norte de Madrid, se combinaba la actividad académica con el espíritu decontracté de la temporada estival. Corrían años de bonanza y el Rectorado no escatimaba gastos para traer figuras de prestigio que asegurasen cobertura mediática. Jorge pudo convocar a una pléyade de pensadores europeos, a los que agasajaba con visitas al monasterio alzado por Felipe II, haciendo de cicerone de los misterios del Pudridero Real, la cripta donde los difuntos de la monarquía yacen cubiertos de cal antes de su cristiana sepultura. Tuve la suerte de ganar una beca para asistir a uno de sus cursos y, entre sesión y sesión, tomar el café en un jardín renacentista en compañía de Jean Baudrillard y Giácomo Marramao, o el aperitivo con Fabbri y Derrick de Kerkhove en la terraza del hotel Euroforum con vistas a los pinares que tapizaban la sierra de Guadarrama, que no desmerecían cuando se los comparaba con las suaves colinas de Urbino.

Por fuera de ese espacio utópico, a Jorge la vida universitaria le resultaba demasiado solitaria. En esa etapa crítica de su vida nos reencontramos. En los años siguientes pude ver cómo, sin ceder al desánimo, no desdeñaba ningún foro para divulgar la ciencia de la significación a jueces, estudiantes de diseño, sociólogos, historiadores, artistas plásticos, aprendices de cineastas… Se proclamó apóstol de Fabbri y de Eco, cuya llegada a Madrid anunciaba en cuanto disponía de fondos para traerles. Pretendía ejercer el papel de agente de relaciones públicas de la disciplina que cumplía Eco en Italia, aunque ante públicos mucho menos predispuestos. Mayor receptividad tuvo en América Latina, en especial en Argentina, adonde viajó por primera vez invitado por la Maestría en Comunicación de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Nacional de Rosario, ocasión en la que se vinculó a La Trama, de cuyo Consejo Editorial pasó a formar parte.

La semiótica de la cultura

Con todo, a su alrededor se fue congregando un círculo estable de doctorandos. Decidió formalizarlo mediante la constitución del Grupo de Estudios de Semiótica de la Cultura (GESC), integrado por Marcello Serra, Rayco González, Oscar Gómez Pascual, Miguel Martín, y el autor de estas líneas, entre otros. Radicado bajo su liderazgo en la Fundación Ortega y Gasset, tenía un objetivo preciso: presentar proyectos de investigación a convocatorias públicas competitivas. Desde el año 2008, el GESC fue encadenando sucesivos proyectos que posibilitaron la organización de seminarios y congresos internacionales, y publicaciones y colaboraciones con Fabbri, Tarcisio Lancioni, Isabella Pezzini, Alberto Abruzzese y otros grandes de la mediología itálica, algunas de ellas recogidas en la obra colectiva En torno a la semiótica de la cultura (Serra, 2012).

¿Por qué la semiótica de la cultura? De entrada, porque enganchaba con el interés primordial de Jorge por la historia. No olvidemos que en El Discurso Histórico —prologado por Eco— había diseccionado los modos de narrar el pasado, desnudando la retórica veridictoria de la historiografía. Y en no menor medida, porque el enfoque de la Escuela de Tartu proporcionaba una alternativa al sincronismo ahistórico en el que había encallado la semiótica estructural. Había conocido a esos eruditos semidesterrados en la Estonia soviética gracias a los italianos, que empezaron a traducir sus textos del ruso; labor que él continuó, propiciando la publicación en español de Semiótica de la Cultura (Lotman, 1979) y Cultura y Explosión (Lotman, 1999), con sendos prólogos suyos.

Con las categorías de “semiosfera”, “frontera” y “traducción intersemiótica”, Lotman y compañía tendieron un puente entre los signos, los textos y la cultura. Les importaba sobremanera conceptualizar el cambio cultural; y si bien reconocían las transformaciones graduales, lo que realmente concitaba su atención eran las mutaciones bruscas y sin precedentes, la clase de modificación de la que no podía dar cuenta la semiótica tradicional, ceñida a explicar el cambio por la combinatoria de posibilidades predeterminadas por la estructura. De ahí la centralidad del concepto de “explosión”; de ahí la recuperación del acontecimiento como agente del cambio.

A contrapelo de la escuela de los Annales, que priorizaba las corrientes lentísimas de la longue durée, Jorge defendía una semiótica del hecho puntual, efímero, explosivo. Y nada tan explosivo como el 11-S, un “acontecimiento monstruo” de tal potencia que hasta Baudrillard, que había extendido el certificado de defunción de la historia, hubo de admitir que “los acontecimientos levantaron su huelga” (2002). Tomando de Ricoeur (2007) la tesis de que la temporalidad requiere de la ficción, Jorge reivindicó el estatuto narrativo del hecho histórico (“la narratividad no es solo un recurso de escritura sino un modo de inteligibilidad”, decía). El 11 de marzo de 2004, otro macro-acontecimiento estalló literalmente en nuestra cercanía: los atentados yihadistas en Madrid. En los días siguientes, miles de jóvenes difundieron cadenas de SMS denunciando la manipulación gubernamental de la crisis, y Jorge, impresionado, telefoneó a Eco para contarle que su propuesta de guerrilla semiológica (Eco, 1987) se había actualizado en España de la manera más inesperada.

También le fascinaba constatar cómo los periodistas remedaban el comportamiento de los historiadores descrito por Lotman, y procedían a traducir lo casual en causal, a tornar lo extraño e imprevisto en normal y previsible a través de relatos regidos por las leyes de la ficción (al denominar dichos atentados con la expresión “11-M” en paranomasia con el 11-S, los enmarcaron en una narración protagonizada por Al Qaeda, complicando el intento del gobierno español de achacarlos a ETA). Esto entroncaba con una sub-disciplina querida de Jorge: la historia del presente. Este campo, desdeñado por la historiografía y colonizado por el periodismo, a él le parecía un manjar para la semiótica con sensibilidad histórica. En sus últimos meses hablamos de escribir un artículo sobre cómo las teleseries, al dramatizar con rapidez fulminante hechos recién ocurridos, han asumido el rol de la prensa de “historiadora del presente”. La pandemia no nos lo permitió.

Más lamento que no aplicase su arsenal analítico a textos sagrados de la historiografía española, digamos La Guerra Civil de Stanley G. Payne (2014), o un best-seller de la divulgación como La Biografía de España de Fernando García de Cortázar (1998). No creo descabellado pensar que, de haber expuesto sus estrategias persuasivas y determinado si su forma narrativa era la de una tragedia, comedia o tragicomedia —por decirlo a la Hayden White—, su impacto hubiera superado al de El Discurso Histórico, ganando una mayor receptividad a su semiótica de la historia.

El giro persuasivo

Luego publicó Persuasión (2012), un recorrido por la semántica de dicho término desde la retórica griega hasta nuestros días. No podía ser más oportuno. Hoy, muy pocos discursos son juzgados indiscutibles, pues, apuntaba Eco (2005:118), “los demás tipos de discursos, que durante mucho tiempo pertenecieron a la lógica, a la filosofía, a la teología, etc., son hoy tenidos por discursos persuasivos, que se esfuerzan en sopesar argumentos no indiscutibles e inducir al interlocutor hacia una especie de consenso obtenido no tanto a partir de la autoridad de una Razón Absoluta, cuanto gracias al concurso de elementos emocionales, valoraciones históricas, motivos prácticos”.

Que toda comunicación es persuasiva lo había afirmado Greimas; fue Fabbri quien derivó de esa premisa el concepto de comunicación estratégica. En oposición a Eco (1979), que, siguiendo a Grice, enfatizaba la cooperación, el semiólogo de Rímini (2012) subrayaba el conflicto. Su perspectiva ponía el foco en el secreto, el camuflaje, la duplicidad o la transparencia, objetos ignorados por el paradigma informacionalista inaugurado por Shannon y Weaver, y por pensadores como Habermas, convencidos de que los humanos quieren entenderse sin mañas ni mentiras.

Persuasión salió en la estela del fenómeno Wikileaks, al que el GESC dedicó años de trabajo. Nuestras pesquisas buscaban calibrar el impacto causado por los ciberactivistas en el monopolio periodístico de la filtración; cuestionar la confianza en la transparencia total alimentada por la utopía de la comunicación (Breton, 2000); y describir el “espectáculo de la revelación”: la puesta en escena que hacía de las filtraciones la prensa mainstream apremiada por recuperar la confianza del público en su transición a la edición online, al tiempo que ocultaba sus pactos en la sombra para obtener el material clasificado. Las conclusiones fueron recogidas en dos obras colectivas, una a cargo de Lozano y Susana Díaz (2014) y la otra al cuidado de Serra y Gómez Pascual (2015).

Al término de Persuasión sedestaca que, de las cuatro modalidades señaladas por Greimas (hacer saber, hacer creer, hacer hacer y hacer querer), el hacer creer campa a sus anchas en nuestra semiosfera. Las incertidumbres en la identidad de los interlocutores generadas por el anonimato en Internet, añadidas al descrédito de las instituciones valedoras de la verdad, ponen a las estrategias del creer a la orden del día. De ahí la insistencia de Jorge en la importancia que la confianza, la confidencia, la credibilidad y la credulidad han adquirido en la aldea digital. Una apreciación que a los estudiosos de las redes sociales y las plataformas mediáticas les convendría tener muy en cuenta.

Una pasión semiótica

Pasó sus últimos años con la frenética actividad que le era propia, pese a lo tocado que le había dejado la desaparición prematura de su amada María, sobrevenida poco después de que editase una serie de textos sobre la transparencia (Albergamo, 2016). Veía acercarse la fecha de su jubilación con una inquietud que me recordaba a las zozobras del catedrático al borde del retiro recreadas en una pieza de J. B. Priestley (1955). Sabía que fuera de los claustros se sentiría como un pez fuera del agua, y aspiraba al estatuto de profesor emérito para mantenerse vinculado a la facultad tres años más. Un domingo de marzo de este 2021 ingresó en el hospital con síntomas de Covid. La “emeritez” le fue concedida mientras los médicos intentaban, sin éxito, salvarle la vida.

Así, sin que pudiéramos decirle adiós, se fue un semiólogo que, fiel a Eco y Fabbri, supo conjugar la cooperación y el conflicto en su entendimiento de la comunicación; un ensayista que, en sus mejores momentos, creó “efectos especiales de escritura” con su inclinación aforística, su afición etimológica, y sus malabares con cuadrados semióticos; un inagotable propagador de novedades que trascendían las fronteras de la ultraespecialización universitaria; y un espíritu abierto que gustaba rodearse de “compañeros de viaje”: el citado Goffman (por el marco y las situaciones); el historiador Reinhard Koselleck (por las semánticas históricas); el historiador Krystof Pomian (por los semióforos); el historiador del arte Aby Warburg (por sus atlas); René Thom (por su semiofísica); Georg Simmel (por las sociedades secretas); Lev Manovich (por la cultura software)...

Como tantos de su generación, pasó de la militancia comunista a las simpatías por el Partido Socialista. Con el tiempo se desencantó, deprimido por el enriquecimiento de políticos que habían cruzado las puertas giratorias que llevan de los altos puestos del Estado a los rentables consejos de administración. Pero a diferencia de muchos de su edad, cuando se produjo el 15-M, la protesta de la juventud española que reprochó a sus mayores su aquiescencia con el establishment, no se molestó ni los tachó de hijos desagradecidos; al contrario, estudió las prácticas comunicativas de los indignados con la mayor atención: —¿Os dais cuenta? —nos comentaba entusiasmado— ¡Es pura función fática! ¡Lo que dicen es ‘estamos aquí’, ‘nos escuchamos’, ‘nos hablamos….!”.

No dejaba de quejarse de los obstáculos que encontraba en su camino, y con un guiño del ojo se justificaba: “Hasta los paranoicos tienen derecho a sentirse perseguidos”. Pero casi siempre lo que tomaba por hostilidad no era más que indiferencia. Toca reconocer que las pugnas fratricidas en la menguada tribu semiótica no ayudaban a revertir esa frialdad, ni tampoco a hacer frente al avance de los parámetros cuantitativos fijados por los anglosajones y adoptados desde las alturas ministeriales a costa de arrinconar enfoques cualitativos como el semiótico (Francescutti, 2020).

Al aislamiento Jorge respondió con un ímpetu gregario. En ciencias humanas el trabajo en equipo es más bien raro; y con frecuencia responde más al deseo de sedicentes “Maestros” de fundar escuelas para su mayor gloria que al interés por desarrollar investigaciones de largo aliento. Todo lo contrario de nuestro mentor: no pretendía patentar una “semiótica lozaniana” ni exigía adhesión reverencial; se contentaba con que le ayudásemos a difundir una lingua franca tejida con conceptos de la semiótica y disciplinas afines con la que expertos diversos pudieran dialogar sobre el sentido.

Su sociabilidad iba unida a un excepcional sentido de la amistad. La generosidad con su tiempo, su trabajo y su dinero eran proverbiales, y no descansaba hasta que sus doctorandos hubieran conseguido trabajo en universidades cerradas a cal y canto. En los homenajes que se le han hecho, su culto a la amistad ha sido tan celebrado como su aportación intelectual. Y es que supo combinar ambos valores implicando en sus actividades a sus amigos sociólogos, periodistas, juristas, semiólogos, politólogos y artistas, potenciando las sinergias entre los afectos y la avidez intelectual.

Su partida se suma a la de Umberto Eco y Paolo Fabbri en Italia, y de Eliseo Verón y Oscar Traversa en Argentina. El sentimiento de orfandad crece. Hemos perdido a un docente que, como el ínclito Nicolás Rosa, seducía al transmitir conocimientos “que pueden atraparte apasionadamente”, pues, como le gustaba repetir: “Si hay una pasión que merezca la pena es la pasión teórica”.

Es costumbre finalizar el encomio de una personalidad fallecida asegurando que su legado será custodiado por las futuras generaciones. Dada la incierta situación de la semiótica española, cuyos próceres van saliendo del escenario sin un relevo garantizado, no me atrevo a usar fórmulas del estilo. Prefiero vaticinar que los discípulos y colegas del querido Jorge, junto con sus hijos Tomás y Carla, mantendremos su obra en circulación1. Y haciendo de estos documentos monumentos, nos despediremos diciendo: fuiste soma, eres sema; ¡que tengas una larga vida en la semiosfera!

Notas:

1 Una parte de esa obra puede consultarse en la web del GESC (https://gescsemiotica.com/), a cuyo repositorio se irán incorporando los restantes textos de Lozano conforme vayan siendo digitalizados.

Bibliografía:

1. Albergamo, M. (ed.) (2016) La trasparenza inganna. Roma: Luca Sossella Editore.         [ Links ]

2. Baudrillard, J. (2002) L’ esprit du terrorisme.Paris: Éditions Galilée.

3. Breton, P. (2000) La utopía de la comunicación. Buenos Aires: Nueva Visión.         [ Links ]

4. Eco, U. (2005) “El mensaje persuasivo”, Telos, nº 75, pp.100-119.

5. Eco, U. (1979) Lector in fabula. Barcelona: Lumen.         [ Links ]

6. Eco, U. (1987) La estrategia de la ilusión. Barcelona: Lumen.         [ Links ]

7. Fabbri, P. (2012) “Todos somos agentes dobles”, Revista de Occidente n.º 374-375, pp. 113-133.

8. Francescutti, P. (2020) “La semiótica de la comunicación masiva en España: sus avatares académicos contados por sus protagonistas”, Signa n.º 29, pp. 391-414.

9. Francescutti, P. (2017) “El rostro oscuro de la comunicación”, en Jorge Lozano (ed.) Elogio del conflicto. Madrid: Sequitur, pp. 61-69.

10. García de Cortázar, F. (1998) La biografía de España. Barcelona: Galaxia Gutenberg.         [ Links ]

11. Lodge, David (1996) El mundo es un pañuelo. Barcelona: Anagrama.         [ Links ]

12. Lotman, Y. et al. (1979) Semiótica de la Cultura. Madrid: Cátedra.         [ Links ]

13. Lotman, Y. (1999) Cultura y explosión. Barcelona: Gedisa.         [ Links ]

14. Lozano, J. y Díaz, S. (eds.) (2014) Wikileaks o las nuevas fronteras de la información. Madrid: Biblioteca Nueva.         [ Links ]

15. Lozano, J.; Peña Marín, C.; y Abril, G. (1982) Análisis del discurso: hacia una semiótica de la interacción textual. Madrid: Cátedra.         [ Links ]

16. Lozano, J. (ed.) (2021) Elogio del conflicto. Madrid: Sequitur.         [ Links ]

17. Lozano, J. (2012) Persuasión. Estrategias del creer. Bilbao: UPV.         [ Links ]

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19. Moragas, M. (1976) Semiótica y comunicación de masas. Barcelona: Península.         [ Links ]

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21. Priestley, J. B. (1955) El árbol de los Linden. Buenos Aires: Losange.         [ Links ]

22. Ricoeur, P. (2007) Tiempo y narración. México DF: Siglo XXI.         [ Links ]

23. Serra, M. (ed.) (2012) En torno a la semiótica de la cultura. Madrid: Fragua.         [ Links ]

24. Serra, M. y Gómez Pascual, O. (eds.) (2015) Transparencia y secreto. Madrid: Visor.         [ Links ]

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