Introducción
La sociedad mundial experimenta actualmente una pandemia de la enfermedad Covid-19 (Corona Virus Disease 2019) causada por el nuevo coronavirus SARS-CoV-2 (Severe Acute Respiratory Syndrome Coronavirus 2)2. La coyuntura es repentina y las proyecciones, catastróficas. Hasta el momento, el debate público y académico en torno a los impactos de la pandemia en el mundo social fue acaparado por la filosofía política continental, los modelos epidemiológicos y los observatorios de organismos multilaterales. A través de la prensa, la filosofía política se lanzó prematuramente a la polémica prospectiva en torno a las sociedades pospandémicas venideras. El método empleado consistió en actualizar ciertas premisas clásicas sobre la economía y/o el Estado con algunos datos de coyuntura y ensayar hipótesis sobre futuros órdenes sociales (Agamben, 2020; Žižek, 2020; Nancy, 2020; Han, 2020, entre otros). La intervención en la arena pública de especialistas en modelos y simulaciones de transmisión epidemiológica fue mucho más robusta. Gracias al método de modelar y simular escenarios en base a índices de transmisión (R0, Rt, etc.) del SARS-CoV-23, estos investigadores incorporaron en la agenda de los más diversos gobiernos diagnósticos sobre escenarios futuros en extremo alarmantes y recomendaciones precisas de gestión de crisis sanitaria (Kissler, Tedijanto, Lipsitch y Grad, 2020; Ferguson, Laydon, Nedjati-Gilani et al., 2020; y otros).
Los observatorios de organismos multilaterales advirtieron sobre el impacto potencial y desigual de la pandemia entre las regiones del mundo. El método que mayoritariamente emplearon fue seleccionar indicadores de vulnerabilidad para el ámbito del mundo social en que se especializa el organismo y estimar el impacto, y su distribución potencial, en función de esa condición históricamente precedente y regionalmente asimétrica. Para el PNUD (2020), la crisis del Covid-19 es global, pero su impacto se distribuirá de manera desigual. Según el organismo, la capacidad de respuesta de cada nación ante la pandemia depende de su IDH (Índice de Desarrollo Humano), siendo las naciones con menor IDH las más vulnerables, pues disponen de menos recursos sanitarios, sociales y económicos para responder a la crisis. El sistema sanitario es un foco crítico de la vulnerabilidad. Dado que el impacto de la pandemia es gravísimo en potencias mundiales y naciones con sistemas de salud robustos en materia de recursos humanos e infraestructura, el PNUD y la OMS proyectan impactos calamitosos en naciones con sistemas menos preparados (PNUD, 2020; OMS, 2020a, 2020c y 2020d). Las proyecciones económicas y sociales son similares. La repentina caída vertical de la actividad económica ya deterioró gravemente el acceso al empleo y a los medios de vida, siendo mayor el deterioro en sectores de ingreso medio-bajo y bajo y en la economía informal. Se espera que la recesión empeore esta situación (OIT, 2020)4. Las proyecciones en finanzas familiares indican que el endeudamiento de las familias se exacerbará durante la pandemia, y que será mayor en las familias de economías emergentes y de frontera (IIF, 2020). FAO (2020a y 2020b) y FSIN (2020) advirtieron que la seguridad alimentaria enfrenta un escenario de “una crisis dentro de la crisis”, ya que sin medidas y recursos específicos la crisis sanitaria provocará una crisis alimentaria, que será especialmente grave en las poblaciones más vulnerables que ya atravesaban una crisis de ese tipo. Esto plantea un horizonte concreto de hambrunas, tensiones y disturbios sociales en las poblaciones más golpeadas. En materia de protección a la niñez y la infancia, UNICEF (2020) describe la situación en términos de “doble emergencia”, y subraya que los niños y adolescentes constituyen la población más expuesta a la crisis, siendo tal exposición mayor en las naciones y sectores sociales más vulnerables. A ello se agrega el fuerte impacto de la pandemia en la educación. El cierre de escuelas afectaba al 68 por ciento de los alumnos matriculados a nivel mundial y el paso a la educación virtual despertó alertas por su impacto negativo en la brecha digital (UNESCO, 2020a y 2020b)5.
Estas intervenciones reconocen los rasgos excepcionales del presente, registran el impacto colosal de la pandemia en el mundo social y dan cuenta del profundo deterioro de las condiciones de la vida humana. En ellas se observa, sin embargo, que el presente social, el tiempo que la investigación social privilegia por antonomasia, queda solapado detrás de otros tiempos. Hay quienes identifican la excepción actual, pero en lugar de indagarla prefieren desgajarla del proceso social en curso e imaginar posibles porvenires utópicos o distópicos para ella. Otros siguen determinadas series de datos epidemiológicos, las ponderan, las convierten en input de simulaciones y diseñan con los output recomendaciones sanitarias. El presente no es indagado, sino reconstruido, esto sesga y reduce su abordaje de manera esperable; pero la reconstrucción se vuelve problemática cuando se sustraen los datos de entrada de la interacción con las dinámicas sociales. A partir de ahí la reconstrucción deja de controlar la actualidad del modelo con el presente social, renuncia a la co-variación entre lo poblacional y lo social, y expone las recomendaciones a déficits de racionalidad y factibilidad. Finalmente, están aquellos que miran, ora al pasado, ora al futuro, y trazan un continuo desde la vulnerabilidad heredada hasta la calamidad por venir. En ese extenso arco se extravía, sin embargo, el presente, un tiempo paradójico en el que (1) las naciones con mejores IDH y menor vulnerabilidad son (aún) las primeras y las más afectadas por la pandemia; (2) la estructura de edad de las poblaciones con mayor esperanza de vida constituye un factor de vulnerabilidad; y (3) los procesos sociales generados por la pandemia tienen más impactos que la propia pandemia en las regiones menos afectadas por esta. En conjunto, y sin desmedro de sus varios méritos, se observa que estos antecedentes dejan pendiente la indagación del presente social de la pandemia. En este sentido, el SARS-CoV-2 y la Covid-19 presentan dos desafíos centrales a la investigación social: por un lado, establecer sus formas sociales en diálogo con los conocimientos virológicos, inmunológicos, infectológicos y epidemiológicos ya disponibles; y, por otro lado, observar la variedad de escenarios sociales que dichas formas han suscitado, ponderando la excepción y el tiempo presente en la observación sociológica de coyunturas. Para avanzar en el desarrollo de esa problemática asumiremos aquí la perspectiva de la Teoría de sistemas sociales.
La Teoría de sistemas sociales ofrece un marco de referencia multinivel (Luhmann, 1984, 1997 y 2010), propicio para el tipo de trabajo de investigación exigido por la pandemia como fenómeno. La propuesta cuenta con una teoría de la sociedad mundial y sus dinámicas funcionales diferenciadas, brinda una teoría de las organizaciones y la competencia entre ellas, ofrece una teoría de la interacción y la multiplicidad de sus formas y adaptaciones, y delinea una teoría de los sistemas de protesta6. Esta distinción de planos permite observar la unidad del fenómeno al nivel de la sociedad sin desmembrarlo regionalmente y deslindar dinámicas funcionales, decisionales e interactivas sin reducirlas holísticamente. Por último, pero no en orden de importancia, la Teoría de sistemas aborda la codependencia de las relaciones sociales con sus entornos desde una perspectiva del riesgo y del peligro (Luhmann, 1986 y 1991). Esto es particularmente útil en esta coyuntura porque facilita la observación sociológica de las relaciones no-lineales que lo social mantiene con los procesos microbiológicos, poblacionales y ecológicos de su entorno.
El plan de la exposición que sigue a continuación es el siguiente: observaremos las formas sociales del SARS-CoV-2 y de la Covid-19 y su dinámica desde el esquema riesgo/peligro. Luego delinearemos un análisis coyuntural de los impactos de dichas formas en la sociedad y en algunos de sus sistemas parciales. Siguiendo esta línea, analizaremos los otros planos del mundo social: interacciones, organizaciones y sistemas de protesta. La descripción se limitará a identificar los rasgos primordiales del conjunto de escenarios estudiados, dejando para elaboraciones posteriores la actualización de esos rasgos y la descripción de rasgos y dinámicas secundarios.
Virología, epidemiología, demografía
Para observar la forma social del SARS-CoV-2, es importante dialogar con aquellos saberes que permitan precisar las condiciones biológicas y poblacionales sobre las cuales los procesos sociales en curso no pueden operar como tales. La virología determinó que el SARS-CoV-2 es un virus envuelto, cuyo genoma consiste en una única molécula de ARN simple cadena de sentido positivo, perteneciente a la gran familia de los Coronaviridae. Se ha establecido que es el agente patogénico causal de la epidemia de neumonía atípica y hasta el momento no existen terapias antivirales específicas ni vacunas. Se han informado al respecto más de un centenar de ensayos en curso, pero, si bien algunos avances son alentadores, no se esperan productos inmediatos (OMS, 2020b). En términos infectológicos, se determinó que el SARS-CoV-2 solo puede transportarse asociado a las gotas de las secreciones de las personas infectadas y que la infección por virus respiratorios puede ocurrir por contacto de las membranas mucosas con gotas predominantemente grandes, por inhalación de gotas respiratorias o por aerosoles. Bajo esta condición, el contacto social estrecho entre personas infectadas y personas susceptibles aumenta la probabilidad de su transmisión directa o indirecta (SAV, 2020). La infección presenta dos rasgos que dificultan el control del brote desde las estrategias de Salud Pública: por un lado, el periodo de incubación promedio es de 5 a 6 días y oscila en un amplio rango de 1 a 14 días dentro del cual es factible la transmisión; por otro lado, los casos asintomáticos constituyen una gran proporción de los infectados y resultan una fuente de diseminación del virus en la población (SAV, 2020; Lai, Shih, Ko, Tang y Hsueh, 2020). Asimismo, dada la transmisibilidad del SARS-CoV-2, la inmunología estableció que el umbral crítico de inmunidad colectiva o protección de rebaño recién se alcanzaría cuando el 60-70 por ciento de la población haya sido infectada (Kwok, Lai, Wei, Wong y Tang, 2020).
Desde el punto de vista epidemiológico, el brote se declaró en China continental en diciembre de 2019 y en pocas semanas se propagó a los cinco continentes. La OMS lo declaró “emergencia de salud pública de importancia internacional” el 30 de enero (OMS, 2020a) y luego “pandemia” el 11 de marzo (OMS, 2020c). En su aparición temprana en Wuhan, el SARS-CoV-2 mostró una incidencia con tendencia al crecimiento exponencial, con un R0 que oscilaba entre 2,24 y 3,58, asociado con un aumento de la tasa de notificación de entre dos y ocho veces, y un tiempo de duplicación de 6,4 días (Lai et al., 2020). Actualmente, el SARS-CoV-2 muestra una tasa de letalidad baja comparada con los brotes epidémicos recientes de otros coronavirus (SARS-CoV en 2002-2003, MERS-CoV en 2012-2013), siendo objeto de investigación la incidencia en ella de dos factores no virológicos: la subestimación de positivos y la respuesta sanitaria insuficiente. A pesar de la baja tasa de letalidad relativa, el registro global al 17 de junio (John Hopkins University-CRC, 19:00 hs. UTC-3), de 446.257 decesos, 8.282.519 positivos confirmados en 188 países y media humanidad en aislamiento social preventivo representa un desastre humanitario, mientras que las proyecciones arrojan escenarios calamitosos. La OMS advirtió que, sin avances contundentes en vacunología, espera que el brote se prolongue en el tiempo y sobrevengan nuevas olas de contagio, y que la vida social adopte una “nueva normalidad” (OMS, 2020e, 2020f y 2020g).
La distribución demográfica del brote muestra mayor frecuencia de casos positivos confirmados y decesos en países con mejores índices de desarrollo humano con epicentros urbanos (OMS, 2020i), aunque su propagación en países con mayor vulnerabilidad, en zonas periurbanas y rurales asociada a la movilidad humana y en sectores de menores ingresos, representa una incertidumbre humanitaria de primer orden. La distribución por edad muestra disparidades entre casos y decesos: la mayor frecuencia de casos se da en los grupos de edad 20-50, mientras que la mayor frecuencia de decesos se presenta en el rango de 60 y más; este último grupo etario sufre también las mayores CFR (case fatality rate). Se ha subrayado a raíz de ello que la estructura de edad de la población puede ser un factor para las complicaciones y la mortalidad por Covid-19, mostrando típicamente mayores tasas de letalidad en poblaciones con estructura de edad más envejecida. La distribución de casos por sexo no muestra un patrón homogéneo y es relativamente comparable entre varones y mujeres; sin embargo, la distribución de decesos muestra mayor frecuencia y tasas de mortalidad mayores en hombres que en mujeres en todos los grupos etarios (Dowd, Andriano, Brazel et al., 2020; INED, 2020; OMS, 2020a, 2020c y 2020d; OIM, 2020).
La forma social del SARS-CoV-2 y de la COVID-19
Los conocimientos recopilados en el punto anterior nos permiten observar la elaboración social del SARS-CoV-2 y de la Covid-19 mediante la distinción riesgo/peligro y seguir sus cambios a través del tiempo. Según la terminología de Luhmann, el riesgo y el peligro designan el planteo social de una amenaza, pero no lo hacen del mismo modo: mientras el peligro atribuye la amenaza a sucesos del entorno, el riesgo la atribuye a acciones del sistema. Así observados, el SARS-CoV-2 y la Covid-19 han sido socialmente planteados como amenazas y, dado que sus formas sociales no han permanecido estáticas, se observa una dinámica en ellas. En esa deriva se distinguen al menos tres fases: oscilación, shock pandémico y pandemia de larga duración.
Antes de ser declarada “pandemia” por la OMS, la comunicación sobre la propagación del SARS-CoV-2 adoptó distintas formas, ora como peligro, ora como riesgo, lo que nos permitió observar una llamativa oscilación entre ambos términos. Se la consideró, por caso, un peligro atribuido a los hábitos de las primeras regiones afectadas, o se minimizó el riesgo y así la necesidad de actuar contra ella por su baja letalidad relativa confrontada con otras epidemias recientes (SARS, MERS, H1N1).
El heterogéneo escenario cambió abruptamente al llegar el brote a las potencias europeas y Estados Unidos y, sobre todo, al ser declarado “pandemia”, constituyéndose este en un punto de no retorno en la elaboración de su forma social. Es a partir de allí que el SARS-CoV-2 y la Covid-19 adquieren la forma de riesgo para la sociedad mundial: el virus ya no será considerado un peligro, sino un riesgo; su propagación ya no será un suceso natural o providencial, externo a la sociedad, sino que sucederá dentro de ella y a causa de su accionar.
Tras el shock pandémico se observa que la alta tensión cedió pese a que la situación sanitaria empeoró. La distensión indica que el SARS-CoV-2 y la Covid-19 volvieron a transformarse. En su nueva elaboración social, ambas amenazas adoptan la forma de una pandemia de larga duración y su modificación principal reside en el factor tiempo: el rasgo episódico del shock se relajó, acentuándose, en contraposición, la trayectoria longitudinal del proceso. La distensión resultante corrige la incertidumbre abstracta del shock y la convierte en preocupación concreta. Esto se observa en las advertencias frente a nuevas olas de contagios y en el repunte del brote en ciudades que levantaron apresuradamente las medidas de aislamiento7. La preocupación aumenta de manera paradójica con las “buenas noticias”: los resultados alentadores en vacunas exhiben que, aun en el mejor escenario, la “nueva normalidad” durará un largo tiempo.
Al confrontar esta nueva fase con las precedentes, por una parte, se observa que la oscilación entre peligro distante y riesgo minimizado de la primera fase ha desaparecido, pero, por otra parte, las formas sociales del SARS-CoV-2 y de la Covid-19 han adquirido un nuevo valor de peligro. En este sentido, la elaboración amenazante del virus y de la enfermedad conserva para ambos la forma de riesgo global porque el comportamiento de las curvas de contagio y de letalidad (aplanamiento/repunte) aún se atribuye a las acciones de la sociedad. Pero, a la vez y sin menoscabo de ello, se observa que se les ha agregado el valor de un peligro duradero, pues se ha consolidado su planteo amenazante en los términos de que no es posible erradicarlo en el corto y mediano plazo, y que acechará a la sociedad desde el entorno, incluso “endémicamente”. Esta nueva valoración complejiza la forma social del virus y de la enfermedad, y está en la base de la forma de la pandemia de larga duración.
Los profundos cambios generados por las últimas dos fases determinan el hito en que nos encontramos hoy, y desde este punto de inflexión partirán los análisis que siguen a continuación.
Sociedad mundial y sistemas parciales
Si bien es prematuro para ser concluyentes, al observar la sociedad mundial no se identifican hasta el momento elementos que permitan aseverar que el riesgo del SARS-CoV-2 y de la Covid-19 estén llevando la diferenciación funcional a un umbral de catástrofe ni forzando el paso a una sociedad posfuncional. Tampoco se observan procesos de desdiferenciación que justifiquen la afirmación de que la pandemia ha generado fenómenos relevantes de ese tipo en la sociedad8. En los sistemas funcionales se observan, a su vez, impactos de signo y grado variables que pueden agruparse en cuatro tipos: (1) impacto positivo por espiralamiento acelerado de operaciones (ciencia, mass media, política y religión); (2) impacto negativo moderado por ralentización operativa (educación y derecho); (3) impacto negativo crítico por caída repentina de actividad (deportes y economía) o por colapso y simplificación (salud); y (4) impacto incipiente en algunos sistemas y códigos como el arte y la moral. En el siguiente gráfico se sintetiza el escenario de la sociedad mundial.
En cuanto a la inclusión y la exclusión de las personas en la sociedad, si bien no se observan transformaciones en los mecanismos de integración social, el deterioro alarmante de los indicadores de NBI indica que sus procesos se han acelerado durante el curso de las formas pandémicas: la inclusión sigue siendo laxa, funcionalmente limitada y precaria, y la exclusión, firme, espiralada y estructural, pero los procesos en curso, además de intensificar tales rasgos, han recortado la duración de las formas inclusivas, aumentando la presión por evitar las exclusiones, que debido a ello sobrevienen con mayor rapidez. Las estrategias de re-inclusión se ciñen a esta dinámica. Los procesos de inclusión secundaria mediante programas específicos logran una re-inclusión aún más precaria y evanescente, y una re-exclusión más profunda de las personas en situación de vulnerabilidad. En cuanto a la relación con el entorno natural, se observa que las formas pandémicas interactúan con otros riesgos globales, en especial con los ecológicos. En este sentido se registra una disminución histórica de emisiones CO2, las grandes urbes registran descensos inéditos de polución, smog y stress sonoro, y se identifican especímenes de especies consideradas extinguidas (Hecking, 2020; Newburger y Jeffrey, 2020; Peters, 2020; Giambartolomei, 2020).9
Escenarios de impacto positivo: religión y política10
En esta sección se analizan algunos escenarios de impacto positivo (religión y política) y negativo crítico (salud y economía)11.
Religión: ultraestabilidad y homeostasis. La comunicación religiosa ha mostrado capacidad de respuesta y flexibilidad para procesar el shock pandémico y las medidas de confinamiento. La administración religiosa de la trascendencia y de la inmanencia logró elaborar en términos de fe los escenarios de congoja e incertidumbre general suscitados por la pandemia, gracias a que sus estructuras combinaron desinhibiciones de institutos de larga data (indulgencias colectivas, indulgencia plenaria papal) con innovaciones mediadas técnicamente (unción de los enfermos desde helicópteros sobre clínicas y hospitales, servicios de misa transmitidos por onda corta o vía streaming en multiplataforma, peregrinaciones virtuales, entre otras). En este sentido, las dinámicas y episodios críticos son procesados por las estructuras y operaciones religiosas como estímulos que aceleran la comunicación y la fuerzan a innovar, conforme aumenta la criticidad de las situaciones de pesar humano. La Teoría de sistemas define a este singular rasgo como ultraestabilidad y consiste en alcanzar nuevos órdenes de complejidad no solo ante catástrofes, sino gracias a ellas.
En la conformación del escenario positivo se observa otro rasgo peculiar de la comunicación religiosa, a saber, la selección de la excepción. La bendición pascual Urbi et orbi de este año ofrece un buen ejemplo: la transmisión televisiva desde la Santa Sede mostró un oficio impartido por un Papa (casi) solitario frente a una plaza de San Pedro vacía. La sola celebración de esta bendición ordinaria en condiciones extraordinarias convirtió la ceremonia litúrgica en una innovación. Otro ejemplo se encuentra en la extracción y alzada de la espada de san Miguel Arcángel en Apulia, Italia, fuera del día del santo, un hecho que no tenía lugar desde la peste que asoló Italia en 1656 (Gaudium Press, 2020). La alzada exhibe que la invocación de objetos sagrados para enfrentar la pandemia ha sido desinhibida. En estos y otros ejemplos registrados durante las recientes celebraciones de Pésaj, Pascuas y Ramadán, se observa que ante el shock pandémico la comunicación religiosa seleccionó y exhibió respuestas excepcionales frente a una circunstancia excepcional, estimulando a su vez la simbolización religiosa de la selección de excepciones. La Teoría de sistemas define la homeostasis como un proceso de estabilización dinámica caracterizado por la emergencia de selectores novedosos a partir de la interacción con estresores. En estos términos, se observa que la comunicación religiosa acelera la ultraestabilidad al procesar la formas pandémicas del SARS-CoV-2 y de la Covid-19 de manera homeostática mediante la selección de la excepción, estabilizando la decepción de expectativas.
Política: centralización gubernamental, ruptura de oposiciones, indiferencia multilateral. El shock pandémico y la pandemia de larga duración han desplegado un escenario excepcional para la política, dado que la incertidumbre que generan y las acciones rápidas, y de gran escala, que exigen han intensificado, acelerado y espiralado la toma de decisiones colectivamente vinculantes. El tipo de decisión requerido ha reforzado las instancias políticas capaces de tomarlo, centralizando la espiral en los gobiernos a nivel nacional e intensificando la dependencia de las instancias gubernamentales subnacionales con ellos. En este sentido, el escenario político planteado por la pandemia es excepcional, no cuadra ni con “la vuelta del Estado” ni con el “oportunismo de los políticos”, sino que está estructuralmente pletórico de oportunidades políticas extraordinarias. En este escenario, la innovación política está forzada a explotar posibilidades inciertas con márgenes de legitimidad y costos de ilegitimidad muy altos.
La centralización del proceso en el gobierno condiciona la política de oposición, pues introduce en ella una distinción entre quienes gobiernan unidades subnacionales y quienes no lo hacen. La oposición que administra territorio se encuentra a cada momento ante una bifurcación: alinearse con las decisiones del gobierno nacional o plantear alternativas de gestión. El primer camino condujo a escenarios de declamada “unidad nacional”12 y el segundo a espiralamientos disociados de las decisiones y reducciones de daños insuficientes. En este último caso se observan escenarios de polarización creciente (por ejemplo, la tensión entre el alcalde de Nueva York y la administración federal de Trump, o entre gobernadores y alcaldes y la presidencia de Bolsonaro)13. Las oposiciones sin territorio, por su parte, quedaron relegadas del espiralamiento positivo. Sin acceso al principal activo político generado por la pandemia (la gestión eficiente de la salud pública y de las NBI), su capacidad de acción se limitó a horadar sin mucha fuerza las decisiones de gobierno y/o a presionar por nuevas medidas, eventualmente contradictorias con las ya tomadas, emanadas de otras urgencias, económicas mayormente. Esta dinámica aumentó la presión sobre la obtención de resultados y su publicidad. Se observa paralelamente un aumento de los tópicos políticos en las interacciones digitales (Ruggero, 2020). En esos sub-escenarios, donde la exposición dirigencial y los costos de la ilegitimidad son menores, la fuerza de los cuestionamientos a las decisiones es mayor.
La centralización de las decisiones sucedió simultáneamente en la gran mayoría de los estados nacionales alterando el escenario de las relaciones internacionales. La proyección de futuros utópicos o distópicos ha sesgado excesivamente el debate en torno a “la hegemonía mundial”. Frente a ello, el supuesto de la multipolaridad calibra mejor la observación. Así visto, el escenario no muestra giros significativos en dicha materia: todas las potencias han padecido la ola de contagios y decesos de modo similar, y han mostrado limitaciones en su capacidad de respuesta y socorro, mientras que las naciones relegadas y vulnerables, lejos de movimientos de insurgencia, están enfocadas en que sus deterioradas posiciones no empeoren aún más. Se observa, en cambio, una fuerte modificación en el tono y la modalidad del multilateralismo, así como una significativa escalada de tensiones al interior de los bloques regionales. El espiralamiento simultáneo de las decisiones gubernamentales ha instaurado y legitimado un nuevo e insospechado principio de indiferencia en las relaciones entre estados, incluso entre socios regionales, comerciales o estratégicos, lo cual ha disparado tensiones crecientes en las instituciones de los bloques frente a las demandas heterogéneas de los estados miembros y asociados.
Escenarios de impacto negativo: salud y economía14
Salud: colapso y simplificación. En contraste con lo ocurrido en la economía, el shock pandémico no paralizó la actividad del sistema, sino que provocó su colapso a causa de los extraordinarios picos de demanda de atención sanitaria que la enfermedad provoca. En esta situación convergen elementos de distinto orden y tiempo: alta transmisibilidad del virus, falta o inadecuación de las medidas de control epidemiológico, carencia de terapias y vacunas específicas, hospitalización trabajo- y capital-intensiva por alta demanda de equipos especializados y escasos (camas de terapia intensiva, respiradores artificiales), acumulación de recortes, ahorros y restricciones presupuestarias en el personal y la infraestructura de organismos públicos y aún más de organizaciones privadas. Bajo estas condiciones, la avalancha de pacientes Covid-19 positivo extenuó la capacidad de respuesta de sistemas sanitarios tenidos por eficientes de países desarrollados. Debido a ello, el sistema sanitario no alcanzó a evitar decesos evitables y la tasa de letalidad de la enfermedad se incrementó socialmente con independencia de la variable virológica.
Junto al colapso, la pandemia disparó otro proceso que disminuye aún más la capacidad de respuesta del sistema. Distintas organizaciones registran, en paralelo al colapso -es decir, antes, durante o después de él-, falta de recursos y desatención de enfermedades episódicas o crónicas o de otras epidemias a causa del redireccionamiento de recursos suscitado por la avalancha real o potencial de pacientes Covid15. Stichweh (2020) denominó simplificación al proceso por el cual todo un sistema -él lo refiere a la sociedad, pero se puede generalizar a cualquier sistema social- queda operativamente absorbido por un único problema. En estas desatenciones emergentes, se observa una simplificación del sistema sanitario en torno al Covid-19, volviéndose indiferente frente a otras enfermedades que regularmente atiende. Esta simplificación agrega incapacidades al sistema e incrementa la cifra de decesos evitables, pero en otras patologías (OMS, 2020d).
Economía: caída repentina y vertical de la actividad y alta volatilidad de expectativas. Las estimaciones para la economía mundial de 2020, informadas a fines de 2019 y durante la fase de oscilación riesgo/peligro del SARS-CoV-2/Covid-19, proyectaban una tasa de crecimiento anual situada entre 2,4 y 3,3 por ciento16. El ejercicio del año hubiera registrado un crecimiento leve o amesetado, ceñido a la tendencia poscrisis 2009 y ubicado por debajo de la tasa de crecimiento promedio de los últimos 60 años (4,6 por ciento). Nadie esperaba un año de “crisis”, por eso el impacto del shock pandémico y de la pandemia de larga duración fue aún más profundo en la economía. La caída vertical de la actividad arrasó con toda expectativa previa. Sin descartar futuros recortes, las estimaciones actualizadas hasta mediados de junio proyectan una contracción mínima del PBI global del 3 por ciento17, y la forma y velocidad del rebote ya no son claras. El shutdown global escalonado, pero acelerado, generó una recesión fuerte en las economías desarrolladas y dramática en las economías en desarrollo, emergentes y no desarrolladas, con una contracción drástica de la inversión fija directa. Se registra el quiebre o la amenaza de quiebre de empresas a gran escala, especialmente de las pequeñas y medianas, con la consecuente concentración de la actividad, destrucción masiva de empleos e impulso del subempleo y la precarización laboral (BM, 2020b; FMI, 2020b; OIT, 2020). Hay un factor que aumenta la incertidumbre del momento: la economía enfrenta una situación sin precedentes en la breve historia del capitalismo, a saber, por primera vez la inactividad precede a la crisis. La crisis ya presente, y la que se avizora con fortísima contracción de la inversión, tasas de desempleo, pobreza e indigencia galopantes, desbalances fiscales severos, etc., escapa a los principales modelos de crisis de la ciencia económica, sean monetaristas, marxistas o heterodoxos. Se observa una caída vertical de la actividad global y no hay déficit fiscal ni caída de la tasa de ganancia o de la demanda agregada que la expliquen causalmente. Esos factores se están dando, y se están dando en simultáneo, pero como consecuencia del impacto del riesgo SARS-CoV-2 en la actividad económica, y no a la inversa.
Las expectativas juegan un papel destacado en el escenario. La aniquilación de las previsiones generó una volatilidad extraordinaria en las expectativas de inversión, recalentando la incertidumbre y proyectándola en el mediano y largo plazo. Así lo muestran las caídas abruptas y las subas meteóricas de precios clave y habitualmente poco elásticos como el barril Brent, la onza Troy física o el bono a 20 años de la Reserva Federal, o el histórico precio negativo de los futuros a mayo del petróleo WTI. El riesgo, y no las decisiones políticas, pulverizó toda proyección en materia de producción, comercialización y consumo, acelerando y espiralando el impacto negativo en las cadenas de pago privadas y públicas, y en el financiamiento y administración de pasivos de corto y mediano plazo. Esta condición robustece la concentración tendencial de los mercados en situaciones de crisis, mejorando la posición relativa de aquellas empresas que cuenten con recursos para financiar la caída de la actividad. Debe precisarse, sin embargo, que la caída vertical de la actividad no es una caída generalizada. Se observan caídas significativamente menores, e incluso subas, y por tanto ventajas comparativas, en aquellos sectores donde la operatoria digital y la economía 2.0 en general fueron previamente incorporadas. Ellos ofrecen nichos para la inversión y, por tanto, para la formación de burbujas. Otro tanto se observa en los incipientes protocolos y certificaciones de bioseguridad e inmunidad. Así, en términos generales, se observa que la evolución del ciclo económico está por el momento asociada con la evolución de las incertidumbres del riesgo SARS-CoV-2. Entre ellos hay una relación temporal directa: cuanto más se prolongue la incertidumbre, más se deteriorará el ciclo. Así, observada sistémicamente, la economía, a diferencia de la religión, muestra una marcada incapacidad para innovar y evolucionar en escenarios críticos, siendo el primer sistema en detenerse y el último en adaptarse.
Interacciones, organizaciones y sistemas de protestas
Desde la perspectiva sociológica general de la Teoría de sistemas sociales, interacciones, organizaciones y sistemas de protesta constituyen planos sociales dotados de cierre operativo y no pueden ser reducidos holísticamente a la sociedad o sus sistemas parciales. Cada plano requiere observaciones específicas. En ellas, los otros planos, incluida la sociedad y sus sistemas parciales, son situados en los entornos sociales respectivos. Bajo este supuesto, lejos de considerarlos aislados, la Teoría de sistemas observa la co-irritación entre los planos e indica la especificidad y dinámica operativa de cada caso. A continuación delinearemos algunos elementos en esta dirección.
Interacciones. De manera paradójica, se observa que el mundo social en condición pandémica es un mundo social tan pletórico de interacciones como el mundo social previo, y que al mismo tiempo las interacciones son los sistemas sociales que registran el mayor impacto de las formas pandémicas del SARS-CoV-2/Covid-19, asociándose a ello irritaciones ulteriores significativas en otros planos sociales. La paradoja cede cuando se atiende el hecho de que el principal impacto no se registra en la cantidad o la cualidad de las interacciones, sino en sus modalidades y distribución. Detengámonos en esto: dado que la transmisión del SARS-CoV-2 está asociada con las secreciones de personas infectadas, las interacciones de contacto o proximidad corporal se volvieron socialmente problemáticas y fueron enfocadas por los otros planos sociales -no solo el sistema sanitario o el político- como amenazas potenciales. Las recomendaciones de movilidad y permanencia junto con la implementación de técnicas y recursos preventivos (social distancing, uso de accesorios como barbijos y máscaras) lograron desestimularla forzando una disminución drástica de su frecuencia en el espacio público. No se puede decir lo mismo de los espacios privados, donde se observa un aumento extremo de la frecuencia, en especial en las unidades convivenciales18. Sin embargo, las interacciones no se agotan en esta modalidad: hay interacciones remotas sincrónicas y asincrónicas. Si bien las interacciones asincrónicas (por ejemplo, el correo postal) y algunas interacciones sincrónicas (por ejemplo, la comunicación telefónica) no registran aumentos significativos, se observa, no hay sorpresa aquí, un crecimiento exponencial en las interacciones remotas que tienen lugar en el medio digital, sean sincrónicas o asincrónicas. Gracias a ello, el plano in toto se adaptó a las formas pandémicas -y también a las medidas de confinamiento- mediante una redistribución de la frecuencia de sus modalidades, compensando la disminución de la frecuencia de su modalidad por antonomasia (interacción de contacto) con el aumento de una innovación técnicamente facilitada (interacciones digitales). Se trata de un impacto mayúsculo, notablemente más complejo que el de la economía, pues, pese a ser impactadas con fuerza colosal, las interacciones no solo no se detuvieron y se mantuvieron operativas, sino que además, lejos de la distopía romántica que las dio por exterminadas, es factible que hayan crecido en volumen.
El proceso de redistribución de la interacción irrita de manera diversa las dinámicas funcionales diferenciadas de los sistemas parciales de la sociedad y se observa cierta asociación con sus escenarios. En este sentido, los escenarios de impactos positivos -con excepción de la política- o moderadamente negativos disponían ya de estructuras reestabilizadas con el medio digital (ciencia y mass media) o innovaron rápidamente con él (religión y educación). En estos casos, se observan apalancamientos funcionales y policéntricos (i.e., sin coordinación) de la redistribución de la interacción. Los escenarios negativos críticos muestran, en cambio, una fuerte dependencia operativa con las interacciones de proximidad; sin ellas, la salud no puede aplicar sus programas y los deportes no se pueden practicar. La economía, tantas veces señalada como un sistema anónimo, despersonalizado e incluso “contrario a la intersubjetividad”, ha revelado su fuerte dependencia con la interacción de proximidad, así como una gran lentitud para innovar con las interacciones digitales, siendo las ramas y/o empresas que previamente las implementaron aquellas que han mostrado cierto despegue respecto de la caída vertical de la actividad.
Organizaciones. Es necesario recordar que las dinámicas funcionales de la sociedad tienen lugar en el entorno social de las organizaciones y que la especialización funcional de las organizaciones también ocurre en el entorno social de los sistemas parciales (por ejemplo, una empresa está en el entorno de la política, pero también de la economía, y viceversa). Esto encuadra las relaciones entre ambos niveles y permite observar fenómenos peculiares: determinadas empresas, instituciones deportivas y sanitarias se ven beneficiadas, e incluso expanden su actividad, mientras la actividad económica, el deporte y la salud hacen crisis. Esto se debe a que los sistemas funcionales y las organizaciones no son ni congruentes ni aislados, sino que unos y otras se sitúan en los respectivos entornos sociales y se relacionan de manera co-irritativa.
Bajo estas condiciones, en las organizaciones, la incertidumbre asociada al SARS-CoV-2 y a la Covid-19 se plantea como un escenario contradictorio. La incertidumbre es positiva porque pueden explotarla mediante la intensificación de la toma de decisiones y la persecución de nuevos objetivos. Sin embargo, en la medida en que todas las organizaciones -no solo las económicas- dependen de la economía en términos de recursos, y que en ella el impacto es crítico, la explotación organizacional de incertidumbres está fuertemente condicionada por la escasez de recursos presente y futura. Asimismo, el espiralamiento de las decisiones colectivamente vinculantes que tiene lugar en la política agrega un factor de irritación y tensión en las decisiones, objetivos y condiciones de las organizaciones. El escenario se caracteriza así por un riesgo organizacional creciente, donde la forma del SARS-CoV-2 y de la Covid-19 plantea incertidumbres extraordinarias para ser explotadas por las organizaciones, pero la espiral negativa crítica de la economía les condiciona fuertemente los recursos para hacerlo, y la espiral positiva de la política irrita decepcionante y permanentemente sus cursos de acción.
Sistemas de protesta19
Al igual que las organizaciones, las formas pandémicas colocan a los sistemas de protesta frente a una coyuntura contradictoria. Por un lado, las demandas (de todo tipo: sanitarias, económicas, NBI, jurídicas, etc.), factibles de ser procesadas conflictivamente y de movilizar recursos de reclamo y exigencias en la arena pública, han aumentado de manera extraordinaria en el mundo social. Pero, por otro lado, la capacidad, legitimidad y legalidad de las comunicaciones de estos sistemas se han visto fuertemente irritadas por la redistribución de la interacción, las recomendaciones sanitarias y las restricciones jurídicas y políticas sobre el uso de los espacios públicos, redundando en una disminución fuerte de las movilizaciones públicas.
Esto no significa, sin embargo, que la protesta y la movilización se hayan extinguido, basta una mirada a las protestas globales por el asesinato de George Floyd para descartar esa idea. Ante los nuevos condicionamientos de la movilización, se observa más bien la proliferación de innovaciones en la acción colectiva, como movilizaciones con social distancing (por ejemplo, una de las primeras tuvo lugar en Tel Aviv; v. Libermann y Schwartz, 2020), movilizaciones reducidas en el espacio público y amplificadas en el medio digital (por ejemplo, die größte OnLine-Demo; Schwarz, 2020) o protestas en condiciones de aislamiento (por ejemplo, los cacerolazos en balcones contra la política sanitaria de Bolsonaro en San Pablo y otras ciudades brasileras). En este escenario, las movilizaciones tradicionales, es decir sin social distancing, adquieren el rasgo social del radicalismo (por ejemplo, la Operation Gridlock en Estados Unidos o la iniciativa Querdenken en Alemania, entre otros; Tagesschau, 2020). Llama la atención el hecho de que cada innovación en la acción colectiva disparó usos del mismo recurso en sentido contrario: contra-marchas con social distancing y barbijos frente a las movilizaciones radicalizadas, hackeos de websites contra las amplificaciones en el medio digital o cacerolazos de repudio a los cacerolazos. Esta dinámica contradictoria, a menudo irritada por las acciones políticas directas y/o indirectas de las oposiciones del sistema político sin responsabilidades en la administración de territorios, aceleró el espiralamiento. Se observa, en este sentido, que el escenario para los sistemas de protesta se caracteriza por un fuerte aumento de las demandas, una drástica disminución de las movilizaciones en el espacio público y un proceso de reacomodamiento e innovación que no siguió un curso único y que amplió los recursos de protesta con juego político abierto.
En el siguiente gráfico se sintetizan los escenarios planteados por la pandemia en interacciones, organizaciones y protestas.
Síntesis y conclusiones provisorias
A lo largo de estas páginas se pasó revista, sin pretensiones de exhaustividad, a un amplio abanico de escenarios sociales. En todos se observó que la forma social del SARS-CoV-2 y de la Covid-19 se ha constituido en un factor preponderante, asociado con la irrupción de una fuerte incertidumbre, impactos contundentes y procesos excepcionales, diversos y tensionantes. El análisis de coyuntura arrojó un panorama heterogéneo que abarca desde escenarios de espiralamiento positivo y acelerado (política, religión, interacciones digitales) hasta caídas verticales (economía, interacciones de proximidad), parálisis generalizada (deportes) y colapso y simplificación (salud), pasando por situaciones de fuerte contradicción entre las tendencias preponderantes (organizaciones) o la proliferación de innovaciones no estabilizadas (protesta). En todos ellos destaca el carácter repentino de la nueva coyuntura.
Para concluir, vista prospectivamente, la amenaza puede mermar o recrudecer. La posibilidad de merma menos utópica es el pronto hallazgo de terapias específicas. Las posibilidades de recrudecimiento gozan de mayor factibilidad, destacándose entre ellas la dilación de tales hallazgos y/o la conjunción con amenazas emergentes de la espiral de la inactividad económica. La única certeza prospectiva es que la forma social evolucionará, que lo hará más temprano que tarde y que afectará todos los escenarios, siendo aún especulativo saber cómo.