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Cuadernos de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales. Universidad Nacional de Jujuy

versão On-line ISSN 1668-8104

Cuad. Fac. Humanid. Cienc. Soc., Univ. Nac. Jujuy  n.13 San Salvador de Jujuy nov. 2000

 

ARTÍCULOS ORIGINALES

Anatomía de una rebelión. Valles de Sicasica, 1782

A rebellion‘s anatomy. Sicasica valleys, 1782

Daniela Marino *

* IEHS - Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires.

RESUMEN

Analizaremos en este trabajo los testimonios y la sentencia correspondientes al proceso a la viuda e hijo de un líder indígena de la ‘gran rebelión’ de 1781-82 en la provincia de Sicasica (Alto Perú), que asumen el mando a la muerte de dicho jefe, manteniendo alzados a la población de valle de dicha provincia aún después del ajusticiamiento de Túpac Katari. Dicha información se encuentra en un expediente ubicado en la sala IX del AGN Buenos Aires. A través de este análisis es nuestra intención acercarnos al sistema político comunal -elección de autoridades y sucesión de cargos, representatividad de los curacas y autoridades menores- y a las articulaciones políticas pero también sociales y económicas entre distintas comunidades del espacio aymara.

ABSTRACT

We will analyze in this paper the testimonies and sentence included in the judicial prosecution against the widow and son of an indian leader of the «great rebellion» of 1781-1782 in Sicasica province (High Peru). They had replaced him after his death and managed to keep this province’ valley population insurrected, even after the execution of Tupak Katari. The mentioned source is in AGN Buenos Aires, room IX and, through this analysis, we intend to being closer to the communal politic system -authorities election and office succession, cacique and minor authorities representativity- and the political, social and economic articulations between different communities in Aymara area.

INTRODUCCIÓN

Es nuestra intención acercarnos al sistema político comunal -elección de autoridades y sucesión de cargos, representatividad de los curacas y autoridades menores- y a las articulaciones políticas pero también sociales y económicas entre distintas comunidades del espacio aymara, a partir del análisis del proceso a la viuda e hijo de un líder indígena de la ‘gran rebelión’ de 1781-82 en la provincia de Sicasica (Alto Perú), que asumen el mando a la muerte de dicho jefe, manteniendo alzados a la población de valle de dicha provincia aún después del ajusticiamiento de Túpac Katari.
En tal sentido, la sentencia nos proporciona un ‘mapa’ de la rebelión al indicarnos dónde deberán exhibirse las partes del descuartizado cuerpo de la t’alla, para escarmiento de sus seguidores. Al igual que la sentencia de Túpac Katari, ésta nos muestra el mantenimiento de relaciones prehispánicas y preincas entre los distritos que habían conformado la federación de los Pacajes, así como nuevas relaciones adquiridas durante la colonia.
A fines del siglo XVIII ya no existían los grandes mallkus y de existir algún descendiente con derecho al señorío, no tenía posibilidad de detentar dicha autoridad. La antigua jurisdicción del señorío había sido dividida y subdividida varias veces por la administración española, su población reubicada por Toledo y articulada a la economía colonial por el tributo y la mita. Sin embargo, la economía indígena se incorporó a los circuitos mercantiles sin abandonar sus tradicionales patrones de obtención de recursos; el estado colonial había descabezado las antiguas unidades políticas pero las estructuras de ayllus y, en muchos casos, las parcialidades continuaban funcionando y mantenían sus relaciones con otras unidades políticas o de parentesco. Los tambos, trajines, mercados, la mita sostenían la necesaria articulación social, si bien marcada también por tendencias a la disgregación.
Intentar desentrañar estas articulaciones y redes, a veces en conflictiva convivencia con el sistema colonial, es el objetivo último del proyecto mayor que incluye el presente trabajo.

- I -

«...Nos Don José de Reseguín Teniente Coronel de Dragones comandante en Gefe de los de esta clase destinados a la Plasa de Montevideo, Comandante general de esta expedicion, y comicionado por el Superior Gobierno para la pacificacion delas Provincias sublebadas en la comprehencion de este Virreynato de Buenos Ayres y Don Francisco Idiaques Abogado de la Real Audiencia de Charcas y Asesor de Egercito etzetera. Vistos en estos Autos Fallamos que debemos condenar y condenamos a Isabel Guallpa a Pablo Silvestre Choquetiqlla a Alejo Pañuni, y a Julian Fernandes a la pena de Horca correspondiente por el grabe delito de rebelión que fomentaron contra el Rey, y la Patria. Y para que sirva de escarmiento este castigo, y no osen otros rebelarse, ni hacerse caudillos serán arrastrados estos Reos hasta el suplicio a la cola de un caballo, descuartizandosele a la Rea Isabel, cuios respectibos trosos se clabaran en Picotas en los lugares donde frecuentaba sus Juntas de sedicion a saber la cabeza en el Pueblo de Mohoza, un Braso en la Hazienda de Ajamarca, y otro en la de Quinuani, un Pie en el Pueblo de Inquicive, y otro en el de Cabari...»(Nota 1)

El descuartizamiento, las torturas previas a la horca o la hoguera, la exposición pública del suplicio al que son sometidos los reos eran castigos comunes en esta época para quienes cometían los delitos más graves; y ellos han cometido el peor: traición al Rey y a la Patria.(Nota 2) El sufrimiento físico era elemento constitutivo de la pena; el castigo era «arte de las sensaciones insoportables» que se multiplicaban encarnizadamente antes de la ejecución y se prolongaban luego sobre el cadáver, convirtiendo en «mil muertes» a la pena capital (Foucault, 1989, pp. 18-20). Al mismo tiempo, la ejecución debía ser pública: el castigo era gran espectáculo, montaje teatral, «fasto punitivo», por el que se exponía el cuerpo del reo supliciado, vivo y muerto, como mecanismo ejemplar. Todos los grandes cabecillas de las revueltas de 1780-82 en el Bajo y Alto Perú fueron castigados de esta manera, podemos suponer con Foucault que para impresionar a sus seguidores y posibles imitadores indígenas y prevenir por el terror el surgimiento o la persistencia de voluntades rebeldes. Asimismo, la exposición en distintos sitios de las partes del cuerpo descuartizado, permitía multiplicar el efecto didáctico, convirtiendo el castigo inicial en ‘mil castigos ejemplares’.
Sin embargo, sabemos que Tupac Amaru, Tupac Katari y otros líderes rebeldes fueron capturados y supliciados en distintos momentos y ni la muerte de Tupac Amaru evitó el cerco a La Paz, ni el castigo a Katari terminó con la rebelión entre los aymara. Asimismo, que los indios que se acogían al perdón dispensado por Diez de Medina y Reseguín -y esto lo sabían los mismos españoles- en muchos casos lo hicieron sólo para ganar tiempo y continuar con la rebelión una vez retiradas las tropas reales. Hasta 1783 siguen apareciendo levantamientos espontáneos y nuevos líderes que dicen ser reencarnaciones de Tupac Katari. Por lo tanto, desconocemos y hasta dudamos de la real eficacia que pudieran haber tenido estas ejecuciones en su función ‘ejemplificadora’.
Consideramos interesante tener también en cuenta el significado que para la sociedad ejecutora pudo haber tenido la práctica del suplicio a quienes son continuamente rotulados de «monstruos» en los documentos oficiales, por haberse atrevido a desafiar -y a aterrorizar- no tanto al Rey y a la Patria sino particularmente a quienes se supone ejercen el poder. Recordemos que un número importante de españoles y criollos que residían en el campo fueron muertos por los rebeldes y del resto la gran mayoría elige abandonar sus posesiones o cargos en los pueblos y retirarse a las ciudades. Asimismo, que La Paz es sitiada en dos oportunidades por los ejércitos aymaras, que llega incluso al desabastecimiento y corre peligro de sucumbir al asedio. Los informes de los funcionarios, así como el diario de Tadeo Diez de Medina, dan cuenta del pánico que provoca en los sitiados el nuevo rostro que exhibe la sociedad indígena que los rodea. En este sentido, podemos suponer que el ritual del suplicio cumplía además una función liberadora (Buckser, 1992) para los participantes y espectadores blancos que así ‘exorcizaban’ la sociedad de sus monstruos, de la posibilidad de subversión, de amenaza a la estructura social establecida que representaban.(Nota 3)
En el caso que nos ocupa la sentencia fue dictada, leída a los culpables y ejecutada en el mismo día. Sin embargo, no puede ser llevada a cabo en sus exactos términos porque no hay un verdugo en el campamento de Reseguín:

«...En dicho Campamento y dia [...] egerciendo la funcion de maior de ordenes en la presente expedicion, pasé a la pricion donde estan los Reos contenidos en la sentencia antecedente aquienes haciendo poner de rodillas sela leí previniendoles se dispuciesen para morir, y lo firme [...] Se egecutó la sentencia mandada, y por defecto de Berdugo sepasaron los Reos por las Armas...»(Nota 4)

Es decir que en este caso no se privilegia la función ejemplificadora, pues el detallado suplicio a que se condena a los rebeldes se sabía en el momento de redacción de la sentencia que no iba a ser concretado. Pese a ésto, no sólo fue dictada sino que es leída a los culpables.
Tampoco habría españoles no militares en el campamento por lo que suponemos que, o bien la sentencia fue sólo el cumplimiento de una formalidad que repite el modelo de la sentencia dictada por Diez de Medina contra Tupac Katari, asentando el castigo que legalmente les correspondía por el delito de traición; o fue una expresión de deseos de Reseguín e Idiáquez, la necesidad de hacer público quien detenta el poder, reafirmándolo tal vez frente a los mismos españoles, criollos, mestizos e indios leales que integraban su ejército, quizás también frente a los indios que habían sido perdonados, o tan sólo para ellos mismos, atribuyendo un altísimo valor a la palabra escrita.

- II -

Pero la sentencia, y los testimonios del proceso, nos brindan otro tipo de información que es el que queremos privilegiar en el análisis. Decíamos en principio que el descuartizado cuerpo de Isabel debió haberse expuesto en la región de valles de Sicasica, exactamente en:

«los lugares donde frecuentaba sus Juntas de sedicion a saber la cabeza en el Pueblo de Mohoza, un Braso en la Hazienda de Ajamarca, y otro en la de Quinuani, un Pie en el Pueblo de Inquicive, y otro en el de Cabari.»

Sin embargo, si examinamos los testimonios, sabremos que Isabel Guallpa es originaria del pueblo de Copacabana, provincia de Omasuyos. Su hijo, Pablo Silvestre Choquetiqlla, ha nacido en la ciudad de La Paz. No sabemos de dónde es originario su marido, al que la fuente da el título de cacique, aunque no especifica si sólo por considerarlo el principal cabecilla de la revuelta o si ocupaba ese cargo de comunidad con anterioriodad a la rebelión. Tampoco nos da ese dato Valle de Siles, que ha revisado casi todos los archivos disponibles sobre la rebelión aymara de 1780-82 (Valle de Siles, 1990). Los valles de Sicasica no solían tener curacas principales puesto que, tradicionalmente, su población dependía políticamente de los núcleos de puna, aunque luego del reordenamiento toledano cada pueblo indígena debe contar con sus propias autoridades comunales. En el caso de Mohoza en particular -donde se hubiera expuesto la cabeza de Isabel, por lo que suponemos cumplió un papel importante entre las comunidades que participaron de la rebelión y pudiera ser el pueblo de origen de Choquetiqlla-, si bien es un pueblo de valle, luego de 1573 se convierte en capitanía de mita y nuclea la población originaria del repartimiento de Caracollo, mientras éste se transforma en pueblo de españoles y agrupa a la población de hacienda (Marino, 1994). No hallamos a Choquetiqlla en los padrones de Mohoza de la revisita anterior a la rebelión (la de 1751) ni en los padroncillos de cobranza de tributos de los años 1772, 1775 y 1779;(Nota 5) lo que por supuesto no prueba que no estuviera allí, sin aparecer en los padrones o figurando con otro nombre.
Cabe señalar que desde antes de 1780 los curacas de los pueblos indígenas de Sicasica son en su gran mayoría ´interinos´ e incluso ya hay algunos españoles ´recaudadores de tributos´. Luego de la rebelión, en ocasión de la revisita de 1786, todos ellos son españoles. En el caso de Mohoza, el curaca «interino» de la parcialidad Urinsaya y gobernador entre 1751 y 1780 -por lo menos- es Don Marcos Santos Quinaquina, si bien en la primera de esas fechas acusó 60 años de edad; mientras que el cargo de curaca de la parcialidad Anansaya es en 1751 ocupado por Don Pedro Cuba con «70 años poco más o menos», en 1772 por Don Pedro Collque de 48 años, en 1775 por Don Manuel Mamaní de 45 -en el padroncillo anterior figuraba como originario, categoría en la que reaparece en el padroncillo de 1779-, y en 1779 por un español: Don Ipólito Durán -casado con Doña Petrona Cuba, probablemente sucesora de Pedro Cuba-, todos ellos del mismo ayllu. Desconocemos el grado de participación de las autoridades de Mohoza en la rebelión.
Que Choquetiqlla hubiera residido en La Paz -donde nació su hijo-, no es evidencia de que fuera originario de allí ni tampoco de que no fuera curaca. Era costumbre que muchos señores indígenas del siglo XVIII fijaran residencia permanente o temporaria en La Paz, Potosí u Oruro.(Nota 6) Así, tampoco sería extraño que a su viuda la llamaran t’alla (en el diccionario de Bertonio: «reyna, muger del señor principal del pueblo, y las parientes sercanas de los maycos [mallku]»), ni que el principal capitán de sus tropas requiriera que ella y su hijo tomaran el lugar -aunque fuera simbólico- del curaca muerto. Sin embargo, sabemos por el trabajo de Valle de Siles ya citado, que también a la esposa y la hermana de Tupac Katari se les otorgó ese título por sus funciones de liderazgo y su cercanía al caudillo, pese a no tener origen noble. También éste pudo ser el caso de Isabel.(Nota 7)
Uno de los puntos que con mayor énfasis pretenden dilucidar Reseguín e Idiáquez en las declaraciones tomadas a los cuatro condenados es precisamente establecer la jerarquía de mandos. Tanto Isabel como su hijo relativizan su papel en la rebelión aduciendo que era Ventura Casillas quien, a la muerte de Choquetiqlla, tomó su lugar y «dirigía y governaba la rebelion como elegido por el comun de Indios de Tapacarí», que sin embargo en ocasiones lo hacía en nombre de Isabel «por ocultar el suio y no quedar descubierto de sedicioso».(Nota 8) Asimismo, Isabel quiere dejar claro que

«en tiempo de su marido tenía a su mando a todos los Indios; que posteriormente la comunicaban los caudillos lo que intentaban para sobstener la Guerra mas era sin aquella subordinacion antecedente; que es cierto la denominaban Talla, y que de algun modo la obedecian, pero que no podia evitar que su hijo fuese a la Guerra a quien obligaba Bentura Casilla con azotes que como hijo de Coronel mandase la gente»(Nota 9). Pablo reconoce que «es cierto que con la muerte de su Padre, quedó el confesante en calidad de coronel mandando a los rebeldes, pero que Bentura Casillas por codicia de lo que robaban se abrrogó maior autoridad»(Nota 10).

De los testimonios surge, no obstante, una mayor participación en la dirección de la revuelta. Así, de Isabel

«...todos los Indios e Indias que se han presentado al perdón, y los demas rebeldes quese han castigado aseguran comunmente, que la confesante sedusia a la rebelion de los naturales influyendo por muerte de su marido quantos arvitrios le dictaba su deseo de alsarse contra el Rey y la Patria...», también que «escrivio de la Estancia de Quiñuani (que denominaba cavildo) a varias Indias consolandolas con la pronta benida del Inga, y que subsistiendo en la Guerra se libertarian de los Españoles» y al «...Herrero que nominaban el Mosico [...] que se nombra Isidro é ignora su apellido; que es rubio natural de Leque y casado con una mestiza del mismo lugar, que se llama Maria Josefa, y que aunque la confesante queria hacer confianza de el, pero que resistia, y que no se entrometio en cosa alguna».(Nota 11)

Pero su papel no se limitó a instar a otros a incorporarse a la rebelión, también ordenó confiscaciones

«...mando embargar los bienes de Eugenio Porras porque pidio perdon para los Indios de varios lugares...»,

y manejaba el dinero

«...la viuda de Choquetiqlla guardaba el caudal que robaban, de cuio paradero ignora»(Nota 12)
«...mucha plata labrada, y otras Alajas repartio su madre despues de la muerte de su Padre a los Capitanes, porque haciendoles contrarios la intimaban, y que las restantes piezas que recerbó a su servicio se perdieron en la derrota...»(
Nota 13)
«...una talega de plata sellada de ciento, y mas pesos de los que haviendo separado cosa de treinta y cinco ó quarenta se los quitaron los soldados que la prendieron; que el resto lo enterró su hijo Pablo Silbestre en un lado de la laguna de Torrini donde perdio a el arrivo de la tropa la plata labrada que tenia, y la ropa de su uso»(
Nota 14)

Además, pagaba a informantes y mantenía correspondencia con indios de los pueblos a fin de conocer los movimientos de los españoles

«dijo que de muchos Pueblos escrivian las comunidades de Indios avisando quanto ocurria de los españoles, y especialmente los Indios perdonados»(Nota 15)
«dijo que la viuda de Choquetiqlla le pagaba a un indio de de Cochabamba cuio nombre ignora, para que comunicase estos avisos los que continuaba, y era pagado por aquella siempre que venia»(
Nota 16)

Su hijo, si bien tiene treinta años -al menos es la edad que declara, mientras su madre alega ser «demas de quarenta años de edad»- aparentemente se limitó a actuar como uno de los coroneles que dirigían la marcha y las batallas organizadas contra los españoles

«dijo que cinco o seis españoles habrán muerto en tres campañas que ha mandado [...] que de treinta fusiles que havia despacho dos a Paria quando le pidieron aucilio»(Nota 17)

y ni él mismo ni ninguno de los declarantes le atribuyen mayores responsabilidades.(Nota 18)
No sabemos exactamente qué papel jugó Ventura Casillas, tenido por los españoles como uno de los principales líderes de esta rebelión; pero se deduce tanto de los testimonios como de la sentencia que a Isabel, como viuda del curaca y principal líder de la revuelta, los indígenas la veían como su sucesora legítima y no caben dudas que utilizó este derecho abrogándose el poder político que le correspondía, si bien -dada la particular situación de guerra- los principales coroneles designados por su marido le disputaban su autoridad.(Nota 19) Hablamos de poder político porque está claro en el documento que estos líderes no movilizaban simplemente una banda armada, ni estaban encabezando un levantamiento espontáneo; sino que la población que controlaban estaba muy bien organizada tanto política como militarmente. Ya mencionamos que Isabel Guallpa había instaurado su ‘cabildo’ en la estancia de Quiñuani, donde la acompañaba un escribano, Andrés Ceballos. En los testimonios, se habla de los coroneles y capitanes indígenas que dirigían las batallas, pero también de «alcaldes y justicias»(Nota 20). Así, uno de los condenados, Julián Fernández, considera que «por haver sido justicia maior dos semanas entre los rebeldes lo habran arrestado»(Nota 21). El otro sentenciado, Alejo Pañuni, había sido nombrado coronel por Miguel Bastidas, en La Paz, pero desde que se sumara a las huestes de Choquetiqlla «no tenía influjo alguno»(Nota 22) si bien lo siguen llamando coronel, por lo que podemos suponer que la jerarquía de mandos estaba lo suficientemente estructurada como para no permitir el acceso de individuos ajenos a ella.
La evidencia de su organización no es fácilmente analizable, en primer lugar por la escasa información que provee el documento y en segundo lugar por los diversos orígenes de los indígenas que participaron en ella, aún de quienes ocupaban posiciones de liderazgo, a saber:

Isabel Guallpa..........natural de Copacabana (Omasuyos), «t’alla».
Pablo Choquetiqlla......natural de La Paz, coronel.
Carlos Choquetiqlla.....¿?, curaca?
Ventura Casillas........»elegido por el común de Tapacarí», coronel.
Julián Fernández........natural de Choquecota (Carangas), «justicia mayor»
Alejo Pañuni............natural (y sacristán) de Ayoayo, coronel.
Isidro «el Mosico»......natural de Leque (Cochabamba), ?.

En cuanto a los indios del común, el documento sólo nos informa que «los indios de Leque y otras partes inmediatas pretestando vender papas, y otros menesteres entraban a las Ciudades a averiguar quanto se hacia, y pensaba para dirigir sus ideas», y Pañuni testimonia que sobre dónde han escondido el pedrero «sabran los indios de Leque»; el dato de un indio de Cochabamba al que Isabel Guallpa pagaba como informante; finalmente, una apreciación general sobre «que de muchos pueblos escrivian las comunidades de Indios avisando quanto ocurria...». Del diario y los informes de Reseguín, en cambio, obtenemos mayor información sobre este punto:

«...nunca se pudo conseguir que los naturales de los pueblos de Mohosa, Ajamarca, Yaco, Ichoca, Cabari, Capiñota e Inquisivi, que son de la Jurisdicción de la Provincia de Sica Sica se humillaran [...] fiados de que congregados todos los de aquellos pueblos componian un numero que pasaban de doce mil Indios y que serian inconquistables en los cerros y quebradas que habitaban [...] emprendieron varias imbasiones, no solo aliados, y congregados con los del Rio abajo de La Paz, sino tambien solos en las Fronteras de la Provincia de Cochabamba asi por Ayopaia como por Tapacari [...] amenazaban a la misma capital de Cochabamba con sus irrupciones haviendo cortado su comunicacion enteramente con Oruro por Tapacari y hechola peligrosa por Arque...»(Nota 23)

En otro documento, desagrega por partidos los 3.231 indios perdonados al finalizar la expedición en los valles de Sicasica: ellos son naturales de las provincias de Sicasica, Cochabamba, Pacajes, Yungas de La Paz y Paria.(Nota 24)
Es decir, la organización interna no deriva de constituir la población de una única comunidad ya estructurada socialmente antes de entrar en guerra. Como no contamos con información más detallada, no podemos concluir si la adscripción a la revuelta era decidida individual o colectivamente, si reunió a determinados ayllus o a alguna parcialidad en particular de cada distrito o provincia; en fin si existió algún elemento ordenador que cruzara tan amplio espacio para decidir quiénes participaron y por qué. De las pocas referencias que al respecto encontramos en la fuente, pensamos que tal vez cada pueblo -o la parte de población de cada pueblo que participa en la revuelta- acudía a la lucha con su propia organización comunal, que se sometía a su vez a un cabildo o estructura de mandos general. Eso nos hace suponer las alusiones a Casillas «como elegido por el comun de Indios de Tapacarí» y determinadas funciones atribuidas a los indios del pueblo de Leque. Un dato muy interesante aparece en el testimonio de Juan Fernández:

«Preguntado en cuantas campañas ha asistido contra los españoles dijo que una vez salió a Taca contra los Indios de Yungas que conducian cartas a la Paz, y que en las otras oportunidades de Guerra daba cinco mulas de servicio, y se excusaba a las Salidas»(Nota 25)

Inevitable es asociar esta declaración con la institución del colquehaque, es decir, el indio rico que pagaba para no cumplir con el turno de la mita. Afirmar ésto es suponer entonces que acudir a la guerra era obligación para los indios del común, por tanto que la participación en la revuelta era decidida por las comunidades, cuyas autoridades enviaban a sus indios en su representación y con sus propios principales: de la misma manera que los contingentes de mitayos acudían a Potosí, anteriormente a los maizales del Inca en Cochabamba, aún antes a los valles del oriente o de la costa y en los tres momentos a la guerra, acompañados de sus capitanes y principales, organizados en el trabajo por ayllu e incluso por parcialidades, pueblos y provincias.
Pero Fernández, natural de Carangas, fue también en su turno «justicia mayor» entre los rebeldes. Esto nos remite nuevamente al importante trabajo de Tristan Platt, ya citado, donde señala que los mallku dependían completamente de los jilaqata para la movilización de la fuerza de trabajo de los indios y plantea que los jilacata de todos los ayllus de una parcialidad, probablemente relacionados entre sí por lazos de parentesco, se reunirían en un consejo «que daría asesoramiento a su mallku respectivo, transmitiendo sus pedidos a los «señores de pachaca» [unidades menores dentro de los ayllus], y expresándole las opiniones y reclamos de los indios comunes». Asimismo, que a nivel de las autoridades de ayllu es donde la noción de mit’a (turno rotativo) debe haber tenido más relevancia, como una especie de ‘capataz’ de turno cuya función era movilizar mano de obra indígena a favor de las autoridades más altas (Platt, 1989, pp. 71-72). Así, si bien Fernández se «excusa» cuantas veces puede de asistir a la guerra -porque puede pagar por ello-, no puede sustraerse a su obligación de participar, a su turno, del gobierno comunal -en este caso movilizando mano de obra para la guerra-. Dado el carácter transitorio y rotativo de jilacatas y alcaldes que, excepto por el año de su turno, revisten en las categorías del común, es de suponer -en gran parte de los casos- su mayor compromiso con la comunidad y representatividad al interior de la misma.
Otro elemento relevante del análisis de Platt, es que las autoridades más altas que describe no se limitaban a los cabezas de un señorío, sino que remiten al mallku -o los mallkus, uno por cada una de las dos parcialidades - de una confederación de señoríos que ocupaban una franja transversal desde la costa hasta los valles orientales, como en el caso de la federación de los Qaraqara que él estudia. Cada gran señor podía entonces controlar recursos de todos los nichos ecológicos del señorío o al menos de una parcialidad en la franja transversal y disponer de sus indios para la producción y la guerra, pero debía además mostrar su generosidad a través de la redistribución de la coca(Nota 26) y otros bienes, los agasajos con chicha y comida, la participación en los rituales; único modo de conservar su autoridad y el acceso a la fuerza de trabajo.(Nota 27) Este control transversal va a ser paulatinamente ‘recortado’ por el estado colonial desde el siglo XVI -sobre todo a partir de las reformas toledanas- a medida que desarticula las confederaciones y fragmenta los señoríos, aunque permanecen -todavía en el siglo XVIII- algunos lazos al interior y entre distintos grupos étnicos. En este contexto, para Platt, las grandes rebeliones de los años 1780 son una respuesta al nuevo ataque colonial -esta vez por parte del estado borbónico- sobre las estructuras y recursos andinos; la defensa de las comunidades del lugar que les correspondía en el «pacto de reciprocidad» suscripto con el Estado.(Nota 28)
Cabe preguntarse entonces quién es este Choquetiqlla, desde dónde articula la población de los valles de Sicasica, Leque y Tapacarí y qué relaciones tenía con Carangas y Omasuyos. Si detentaba ciertamente alguna autoridad política con anterioridad a la rebelión y a través de qué mecanismos pudo retenerla hasta 1780 y utilizarla para levantar sus indios en armas. La cuestión es si son las autoridades comunales quienes se rebelan -o aceptan encabezar la rebelión- contra el Estado colonial, pretendiendo restablecer su soberanía política; o, por el contrario, son las comunidades mismas quienes deciden prescindir de sus curacas en su lucha contra los abusos de -y propiciados por- el Estado, manifestando públicamente su autonomía. Lamentablemente, no nos provee este documento la información necesaria para reconstituir las redes políticas y sociales que sustentaron esta rebelión, de las que sólo nos brinda algunas pistas que aquí hemos tratado de contextualizar. Creemos que el análisis de los padrones de revisitas, así como expedientes judiciales, anteriores a la rebelión nos permitirán delinear con mayor precisión este boceto y responder los interrogantes aquí planteados.

- III -

Según el documento que estamos analizando, habrían existido conexiones entre esta rebelión y otras que paralelamente se desarrollaban en la región. Ya habíamos mencionado que Pablo Choquetiqlla envió algunos fusiles a Paria, a pedido de los alzados de esa provincia.
La relación de Mohoza con Paria va más allá de la mera vecindad. Así, si bien entre los forasteros que declaran su origen en los padrones los hay de todo el Alto Perú, en los valles de Inquisivi y Cavari son mayoría los procedentes de los distritos altiplánicos vecinos: Pacajes, la misma Sicasica, La Paz; mientras que en Mohoza una gran proporción proviene de Paria, Carangas, Oruro. Por otra parte, la revisita de 1751 incluye como anexo al distrito de Mohoza la población del «Mineral de Colquiri parte del Pueblo de Paria» y los padroncillos de 1772-1780 aclaran «Yndios que residen en el Asiento de Colquiri, Pampas de Paria y valle de Oruro», entre las cuales incluyen varias haciendas del Marqués de Santiago, de los conventos San Juan de Dios y San Agustín de Oruro, del Alférez Real de esa ciudad y de varios particulares; también la hacienda de Ajamarca -cuartel de los rebeldes hasta que son desplazados por las fuerzas de Reseguín- que fuera de los jesuitas y en la década de 1770 pasa a manos de la corona. Ya las provisiones de retasa de 1729, señalaban respecto a Mohoza la existencia de «220 indios forasteros agregados en las estancias de la doctrina de Paria a unas 12 leguas de distancia de dicho pueblo, otros 16 y otros 20 en las cercanías de la villa de Oruro»(Nota 29), por lo que presumimos que esta relación puede ser más antigua aún y, dado su vecindad, que si bien la administración española incorporó estas tierras a la jurisdicción del repartimiento de Caracollo, en la provincia de Sicasica, tradicionalmente no existía dicha separación.(Nota 30) Algo similar sucedió con los distritos coloniales de Tapacarí y Chayanta, que antiguamente conformaban el señorío de los Charka.(Nota 31)
En el proceso a los cabecillas no hay ninguna mención a Tupac Katari, pero sí a los Amaru. Así, a Isabel se la acusaba -entre otras cosas- de incitar a la rebelión prometiendo «la pronta benida del Inga». Ella se disculpa de no haberse presentado al perdón aduciendo que «...los capitanes persuadian la existencia de Tupa Amaro, y que havia de reinar...».(Nota 32) Su hijo Pablo, «Preguntado, que conque motibo se sobstenia la sedicion...» contesta que «...no havia otro motibo ni superticion, que los autos de Tupa Amaro».(Nota 33)
Pero tenemos un testimonio mucho más claro de las relaciones con los Amarus: uno de los cuatro rebeldes condenados, Alejo Pañuni,

«...que sera de veinte años poco mas ó menos, que servía de sacristan en la Iglesia de Hayohayo de cuia Doctrina es natural [...] fue nombrado Coronel por Miguel Bastidas de cuia orden vino a recoger cinco mil, y quinientos fanegas de trigo a Tapacari, donde no teniendo efecto su destino se demoró en Compañia del caudillo Choquetiqlla manteniendose en la rebelion hasta el presente...» (Nota 34)

Este Alejo Pañuni, sacristán de Ayoayo, es el marido de Gregoria Apaza y por tanto cuñado de Julián Apaza Tupac Katari. Gregoria fue el nexo entre su hermano y los Amaru en el período en que éstos actuaron en la zona aymara. Su papel devenía de ser hermana de Katari y amante de Andrés Tupac Amaru -sobrino de José Gabriel y de Diego Cristóbal, encargado de las tropas quechuas en el segundo sitio a La Paz junto a Miguel Bastidas, los hermanos Quispe y otros coroneles de los Amaru-.
Bastidas -cuñado de José Gabriel Tupac Amaru- queda a cargo del campamento de El Alto de La Paz cuando, en septiembre de 1781, Andrés marcha con tropas hacia Azángaro reclamado por su tío Diego Cristóbal. Quispe el Mayor está en Inquisivi (valles de Sicasica) en los primeros días de octubre para detener al ejército que, al mando de Reseguín, venía a liberar nuevamente a La Paz. Según el diario del coronel Segurola, Choquetiqlla padre había luchado contra el ejército de Reseguín que iba a liberar La Paz, participando de las acciones de Quispe el Mayor. Dado que éste ubica sus tropas en los valles, no caben dudas de que han concertado sus movimientos. El 11 de octubre Bastidas manda instrucciones a Quispe de que se retire, que él hará lo mismo de La Paz. El 28 de octubre Bastidas envía una carta a Reseguín pidiendo se lo incluya en el indulto decretado en Lima a favor de los Amaru (Valle de Siles, 1990).
Sin duda es en este período -cuando Bastidas queda a cargo del sitio de La Paz- que Alejo Pañuni recibe la misión de ir a Tapacarí a buscar trigo para abastecer los sitiadores, tarea que no logra cumplir y ante el desbande de las tropas quechuas y el retiro de Katari a Omasuyos, se queda en los valles con la gente de Choquetiqlla -quien sigue enfrentando a los españoles hasta que muere en mayo de 1782 en la batalla de Usi- luego al mando de su viuda y otros jefes hasta el mes de julio.
Así, en ocasión del cerco, Pañuni no estaba en el campamento aymara con su cuñado sino en el campamento quechua con los Amaru, que lo habían nombrado coronel. De todas maneras, lo importante es determinar que la rebelión de Choquetiqlla aparentemente no tuvo relación con la de Tupac Katari, en definitiva que no reconoció la autoridad de éste, mientras que sí lo hizo con los Amaru. En definitiva, la cuestión es -como ya lo planteáramos- si los curacas están dispuestos a capitanear el descontento de sus comunidades o si éstos ya han perdido autoridad, abriendo la guerra la posibilidad de establecer nuevas legitimidades.(Nota 35) A pesar de la poca información que tenemos sobre Choquetiqlla, nos inclinamos por esta última hipótesis.
Esta explicación nos permitiría comprender de qué manera logra Julián Apaza, indio del común y forastero, alzar no sólo a los indios de su distrito (las cabeceras y dependencias de la mitad uma de Sicasica) sino a las cuatro provincias coloniales que antiguamente habían conformado la federación de los Pacaje; aunque es resistido en las cabeceras del urcosuyu de Sicasica y en los valles: el pueblo de Sicasica -incluídas las máximas autoridades indígenas del distrito- se levantan dos días después que Oruro, siguiendo a Tomás Katari, para luego convencerse de prestar fidelidad a los españoles; los valles son fieles a Choquetiqlla, mantienen relaciones con los Amaru y con los rebeldes de Paria y, posiblemente, de Chayanta.
Por último, si confrontamos el ‘mapa’ dibujado por la sentencia de Tupac Katari(Nota 36) con el trazado en la sentencia de Isabel Guallpa, podemos afirmar que la rebelión encabezada primero por Choquetiqlla y luego por su viuda y su hijo, si bien circunscripta a una pequeña región fue funcional a aquélla que lideraron Tupac Katari y los Amaru en el resto de la región aymara. Sabemos, no obstante ello, que no tuvo conexión con Tupac Katari -pese a los esfuerzos de éste porque los curacas de Sicasica le brindaran su apoyo (Valle de Siles, 1990)-, aunque sí con los Amaru de La Paz. El nexo entre estos movimientos y el de Choquetiqlla está dado por su participación en las últimas acciones de los Amaru en la región aymara, por la manifestación de los rebeldes de los valles de estar siguiendo «los autos de Tupa Amaro» y por la trayectoria de Pañuni. Podemos decir que si Katari levanta los distritos que conformaron tradicionalmente el señorío Pacaje y la acción de los Amaru reitera la intervención del poder cuzqueño en la región aymara -apoyado en los valles y limitando la autoridad del líder pacaje-, Choquetiqlla representaría los mínimos lazos que logran mantenerse a lo largo de la colonia -aquellos políticos y de parentesco que sostienen el intercambio y la articulación transversal puna/valle- y Pañuni nos muestra una de las nuevas articulaciones coloniales: cuando hay malas cosechas, los ayllus de puna se abastecen de cereales en las ferias de Tapacarí.

- IV -

Para concluir, queremos retomar lo que planteáramos en la introducción respecto a las estructuras políticas aymaras. Como hemos expuesto, el distrito de Sicasica no actúa como unidad en ocasión de las rebeliones de 1780-82. El primero en levantarse es el primer repartimiento, cabecera del distrito donde residen las máximas autoridades indígenas -y españolas- de Sicasica, aparentemente en coordinación con los rebeldes de Chayanta. Allí, el domingo 11 de febrero de 1781 hubo una «convocatoria general de indios de ambas parcialidades» notándose además «extraños de agenas provincias que por la apariencia de sus trages fueron distinguidos», provocando el abandono del pueblo por parte de los vecinos y funcionarios españoles. Sin embargo, algunos de éstos logran convencer a los curacas de la parcialidad urinsaya para que se mantengan fieles a los españoles.(Nota 37) El pueblo cabecera -o al menos una de sus parcialidades- no se involucrará en las rebeliones a pesar del pedido primero, y las amenazas de represalias luego, de Tupac Katari; finalizada la rebelión, estos caciques apelarán varias veces a su pasada fidelidad, en ocasión de peticionar al Estado. En este caso, podemos coincidir con Rasnake en la identificación de los más altos estratos de la clase política indígena con el Estado español, paralelamente a su pérdida de legitimidad sobre la totalidad de la población del distrito.(Nota 38)
Tupac Katari tampoco obtiene el apoyo -o la subordinación- de los valles de Sicasica, que como vimos responden a Choquetiqlla. Estos a su vez, tampoco siguen la decisión tomada por los curacas urinsayas de la cabecera y en cambio tienen estrechas relaciones con sus vecinos de Leque y Tapacarí (Cochabamba), con Pacajes y las yungas, con Paria y Carangas.
Por último, Katari sí logra el apoyo de su pueblo natal, Ayoayo, y otras comunidades de la zona de Sicasica más cercana a La Paz. También logra levantar las poblaciones de Yungas, de Pacajes y algunos pueblos de Omasuyos (mientras otros responden a los Amaru).
Vemos entonces que la población indígena del distrito colonial de Sicasica -que desde los primeros días de 1780 había perdido jurisdicción sobre las yungas, que fueron escindidas para formar un nuevo distrito: Chulumani- no conforma una unidad política, y sus máximos jefes no ejercen autoridad sobre su totalidad. No debería extrañarnos que al observar un mapa actual de Sicasica, el territorio aproximado de las tres regiones que mencionamos en los párrafos precedentes corresponden a tres departamentos: Aroma, Inquisivi y Loayza, respectivamente; mientras que Caracollo y los anexos de Colquiri integran la jurisdicción de Oruro.
Pero es importante señalar que, pese a la disgregación, cada unidad menor sigue siendo operativa en su ‘franja transversal’, manteniendo la estructuración comunal y su articulación con comunidades de distintos pisos ecológicos; a tal punto que Tupac Katari logra alzar comunidades de las cuatro provincias pacajes y que las huestes de Choquetiqlla -originarias de distintas provincias desde Omasuyos y Carangas hasta Cochabamba- se mantienen alzadas casi un año, con una sólida organización política y militar, incluso luego de la muerte de su principal caudillo. Esto es evidente en la fuente que hemos trabajado, si bien no alcanza a mostrarnos a qué nivel se reproduce dicho funcionamiento, como tampoco de dónde procede la autoridad de Choquetiqlla, para que éste -o su familia- se convirtiera en el eje vertebrador de la rebelión que tuvo como escenario los valles de Sicasica entre 1781 y 1782.
Consideramos que son los organismos comunales quienes deciden su participación en la rebelión, en algunos casos acompañadas por sus curacas, en otros a instancias de alguno de sus miembros o a través de sus relaciones con otra comunidad -o una de sus parcialidades- que se ha alzado previamente; aceptando el líder surgido espontáneamente o bien eligiendo sus propias autoridades para la guerra.(Nota 39) Si, como dice Rasnake, ésto introduce cambios profundos en el sistema político indígena, además de profundizar este estudio sobre la organización política de los rebeldes y su continuidad o ruptura con las estructuras anteriores, tendríamos que analizar también qué sucede en Sicasica luego de la rebelión: cuando los españoles reprimen pero recuerdan, y temen; y los aymaras renuncian pero no olvidan, y reinciden.(Nota 40)

NOTAS

1) AGN, IX, 21.2.8, Copia n° 2, folios 5 y 5 vuelta.
2) Foucault, l989, pp. 10-74. Sobre la justicia punitiva colonial en el noroeste argentino en esta época, cfr. Garcés, 1994.
3) Llegados a este punto, no podemos menos que recordar la -en ambos sentidos- maravillosa descripción de los diferentes significados que tuvo para sus dos públicos -blanco y negro- el suplicio de Mackandal que imaginó, en 1948, Alejo Carpentier en El reino de este mundo.
4) AGN, cit., folio 5 vuelta.
5) AGN, XIII, 17.4.1: «Autos de la Revisita de Sicasica. Año de 1751»; IX, 17.1.5: «Alto Perú. Padrones 1774-1780».
6) Como por ejemplo María Balcázar Achuxra, hija de Francisco Balcázar Achuxra cacique y gobernador del pueblo de Laja (Omasuyos) en los primeros años del siglo XVIII está casada con Ignacio Fernández Guarachi y, a la muerte de éste, se casa con su sobrino Joseph Fernández Guarachi, ambos miembros de una tradicional y poderosa familia de curacas de Jesús Machaca, provincia de Pacajes (Choque Canqui, 1993, pp. 101-102). Jesús Machaca, como muchos otros pueblos de Pacajes, tiene estancias en los valles de Sicasica cultivadas por sus mitmaq. En el siglo XVIII los Guarachi también poseen propiedades particulares en Cavari e Inquisive, así como solares en La Paz y Potosí.
7) Así, Mark Thurner (1991, p. 116) cita a Fray Borda, quien señala que Bartolina Sisa -esposa de Tupac Katari, llamada también «la virreina»- asumió el mando del sitio de La Paz cuando su marido marchó a combatir a Sicasica, por lo cual «hacía sus consultas en aquel lugar del Cabildo, con Junta general de todos los Oidores y demás cuerpos que se componía el cerco de la ciudad».
8) AGN, cit., testimonio de Pablo Silvestre Choquetiqlla, folio 1 vuelta.
9) ibídem, testimonio de Isabel Guallpa, folios 1 vuelta y 2.
10) ibídem, testimonio de Pablo Silvestre Choquetiqlla, folio 3.
11) ibídem, testimonio de Isabel Guallpa, pp. 1, 1 vuelta, 2.
12) ibídem, testimonio de Alejo Pañuni, folio 4.
13) ibídem, testimonio de Pablo Silvestre Choquetiqlla, folio 3 vuelta.
14) ibídem, testimonio de Isabel Guallpa, folio 2 vuelta.
15) ibídem, testimonio de Isabel Guallpa, folio 2 vuelta.
16) ibídem, testimonio de Alejo Pañuni, folio 4.
17) ibídem, testimonio de Pablo Silvestre Choquetiqlla, folio 3.
18) «en el sistema de descendencia Aymara, la autoridad pasaba de una generación a otra generación, de acuerdo con las capacidades de los miembros de cada una: un hijo mayor podría aceptarse, pero solamente si era considerado apto para el cargo. Además, el mando tendía a pasar primero a otro miembro de la generación mayor, antes de volver a la descendencia del señor original». No obstante, en el período colonial era probable que en los pleitos por cacicazgos la reivindicación de una «rígida descendencia por el lado paterno esté exagerada para conformarse a las normas europeas» (Platt, 1989, pp. 71 y 73).
19) Sobre las «cacicas» del repartimiento de Tiwanaku, que asumen una vez agotadas las líneas masculinas de sucesión, ver Choque Canqui, 1993, pp. 75-76. Sobre la actitud española a la autoridad de las mujeres andinas, Rasnake, 1989, pág. 110 y Silverblatt, 1990, pp. 112-117.
20) Comparar con la organización de las tropas de Tupac Katari en el sitio a La Paz, ver ut supra, cita 11.
21) AGN, cit., testimonio de Julián Fernández, folio 4 vuelta.
22) ibídem, testimonio de A. Pañuni, folio 4.
23) AGN, IX, 21.2.8, «Diario de las ocurrencias de la expedicion del mando del Teniente Coronel Dn. Jose Reseguin dirigida a las montañas de Choquetanca», folios 1 y 2.
24) AGN, IX, 21.2.8, «Resumen de los Indios, Indias y Parbulos perdonados en la expedicion del mando de Dn. Jose Reseguin desde que entro en Choquetanca grande hasta las resultas de los ataques de Turrini y Lurata».
25) AGN, IX, 21.2.8, Copia n° 2, folio 4 vuelta, el subrayado es nuestro.
26) Ver Thurner, 1991, sobre la importancia de la redistribución de coca por parte de Tupac Katari en el cerco de La Paz.
27) Platt (1987) propone dos lecturas del espacio social aymara dividido, como dijimos, en dos grandes mitades: Urqusuyu y Umasuyu. Una «primer lectura», predominante a partir del siglo XVI, divide la antigua confederación de los Qaraqara (situada en el Urqusuyu) en grupos étnicos, que a su vez se subdividen en las parcialidades de Alasaya y Majasaya. La «segunda lectura» que correspondería a la época de «macro-organización» Aymara, previa a la desarticulación de las grandes federaciones por la presión de las estructuras administrativas españolas, partía de una primera división de los Qaraqara en Alasaya y Majasaya, cuyos componentes eran las mitades correspondientes de los diferentes grupos étnicos. Esta «segunda lectura» permite entender de qué manera se ejercía el control a lo largo de la franja transversal sin necesidad de una estructura administrativa estatal y, por tanto, cómo pudieron mantenerse los lazos de parentesco y comunitarios que articulan la rebelión en los valles con otros pisos ecológicos.
28) «la ‘pérdida de balance’ visible entre las dos ‘mitades’ del cuerpo social, y la pujanza de la ‘República de Españoles’ ansiosa de acapararse todos los circuitos mercantiles disponibles, desembocaba en un intento renovado por los Aymara de ‘limar los excesos’ del emergente ‘Estado Despótico’ mediante aquel despliegue de paquikorahua [hondas para la guerra] y piedras contables que tanto pánico producía a las autoridades europeas. La insurreción general de 1780 es la expresión máxima de este desequilibrio y del intento de restablecerlo» (Platt, 1987, pp. 115-116). Rasnake coincide con los efectos agresivos de las reformas borbónicas para las comunidades, aunque incluye entre ellos el haber llevado al límite las contradicciones inherentes al doble papel del curaca como «símbolo de unidad del ayllu» y como agente del estado, como en el caso de Yura, en que la participación indígena en la rebelión se resuelve en el asesinato del curaca principal de la parcialidad anansaya y todo el grupo Yura (Rasnake, 1989, pp. 132 y ss). Sobre el «pacto de reciprocidad» ver Platt, 1982.
29) «Sicasica. 41 provisiones de retasa (1729)», AGN, IX, 10.9.1.
30) Exactamente un siglo antes, en 1680, el corregidor de Oruro le inicia proceso judicial al indio Domingo Ramírez, natural de Yunguyo (Chucuito), casado con una india del pueblo de Laja (Omasuyos); quien lleva una imagen de la Virgen del santuario de Copacabana a Oputañe (paraje muy cercano a Mohoza) donde se hace pasar por jilsa (profeta) y de donde es expulsado por el cura de Mohoza. De allí se dirige a la estancia de Caiguajasi, -ubicada en esta zona entre Sicasica, Paria y Oruro- entre la hacienda de Lequepalca del Marqués de Santiago (adscripta a Mohoza) y las de Hatita y Querarani del Convento de San Agustín de Oruro (en jurisdicción de Caracollo); donde, según el testimonio de su mujer, tiene el respaldo del cura de Paria para levantar una capilla y fundar una cofradía para el culto a esta imagen. Los testigos son: una india del pueblo de Sicasica, un indio de la hacienda de Querarani, otro de Siguasi -otra hacienda del Marqués de Santiago, ésta en los valles entre Mohoza y Cavari- y un indio del pueblo de Guaillamarca (Carangas) quien afirma que «de vuelta de Potosí llegó a la estancia de Caiguahasi como seis o siete leguas desta villa en la dotrina de paria (...) y paso a los balles (...) y estando en mohosa...» oyó la historia de Ramírez. En otro legajo del proceso se nos dice que este Ramírez «trujo sinco mulas cargadas de mais para vender en compania de otro indio que benia de asi a mohosa y aviendo descargado dho mais en dha casa [en Oruro] por llegar de ordinario a ella los chacaneadores y tragineros de comidas del balle...». Legajos del Archivo Judicial de Oruro transcriptos por el Dr. Thomas Abercrombie, facilitados en el seminario que dictara en la Universidad Nac. de Jujuy, agosto 1994.
31) Nicolás Sánchez Albornoz señala que, al tiempo de la conquista, en lo que sería el distrito colonial de Tapacarí residía población oriunda del altiplano central, como soras, carangas, aullagas, quillacas a orillas del río Tapacarí; soras y yungas (de los valles calientes de los Pacajes) en Sipesipe, y de los valles más meridionales, como los charcas, en los pueblos de Paso y Tiquipaya. Asimismo, que el censo de 1785 registra como de Tapacarí a los indios de Poopo, en la provincia de Paria (Sánchez Albornoz, 1978, cap. 4, esp. pp. 159-160). Por su parte, Mercedes del Río nos aclara que estos pueblos cochabambinos más los de Sacaca y Chayanta constituían en 1572 el señorío de los Charkas (del Río, 1989, pp. 39-40 y cita 4).
32) AGN, IX, 21.2.8, Copia n° 2, folios 1 vuelta y 3.
33) ibídem, folio 3 vuelta.
34) ibídem, folio 4.
35) Si bien ahora el enemigo y los objetivos serían otros, el mecanismo sería similar a cuando durante el período Intermedio Tardío los pueblos aymaras «Poblaron en esta provincia en los cerros mas altos que hay en ella, y vivian a manera de beheteria, sin reconocer señorio a nadie, sin pagar tributo, porque todo era traer guerra unos con otros, y el mas valiente y sabio era entre ellos, ese los mandaba y reconoscian por señor» [Mercado de Peñaloza: «Relación de la Provincia de Pacajes», I, 337], citado por Bouysse-Cassagne y Harris, 1987, pág. 28, el subrayado es nuestro.
36) «...su cabeza a la ciudad de La Paz para que sea fijada sobre la horca de la Plana Mayor [...] la mano derecha en una picota y con su rotulo correspondiente a su pueblo [natal] de Auihaui [Ayoayo] y despues al de Zicazica donde se practique lo mismo; la siniestra al pueblo capital de Atachacachi [Achacache, capital de Omasuyos] en igual conformidad para lo mismo, la pierna derecha a las yungas y cabecera de Chulumani, y la otra a la de Caquiaviri [cabecera] de la de Pacajes», AGN, XIII, 21.2.8, Sentencia dictada en el proceso contra Tupac Katari por el Oidor Francisco Tadeo Diez de Medina el 13/11/1781, folio 38 vuelta.
37) AGN, IX, 5.5.3, citado por Valle de Siles, 1990, pp. 34-35. Mark Thurner señala, en cambio, citando el informe de Fray Borda, que en el repartimiento de Sicasica el ayllu (sic) hanan luchó al lado de Tupac Katari, mientras el de urinsaya no lo reconoció, «reservando su lealtad para el difunto Tomás Katari de Chayanta» (Thurner, 1991, pág. 103).
38) ver ut supra, cita 29.
39) el Informe sobre la revisita de 1786 a Sicasica -la primera realizada después de la rebelión- señala que «entre otros sistemas [para igualar los tributos a los originarios y forasteros] se nos ha ofrecido el de que, se constituiere todos los Indios a la clase de Forasteros para cortar sus congresos y comunidades por ser principios inductibos de la inquietud...» , AGN, XIII, 17.7.1, libro 1, folio 2 vta., el subrayado es nuestro.
40) En 1809 los indios de Sicasica apoyan la sedición criolla. En 1819, los valles están nuevamente alzados, ANB, Colonia, Rev 349, «Padrón de la Matrícula Provisional de los nueve Pueblos Revisitados en este Partido de Sicasica, actuada en el presente año de 1819». Cuando D’Orbigny visita la región, en la década de 1830, el terror sufrido por la población blanca durante las rebeliones y los sitios a La Paz está todavía presente, (D‘Orbigny, 1958).

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