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Cuadernos de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales. Universidad Nacional de Jujuy

On-line version ISSN 1668-8104

Cuad. Fac. Humanid. Cienc. Soc., Univ. Nac. Jujuy  no.24 San Salvador de Jujuy July 2004

 

Lo popular y la economía en América Latina. Conceptos y políticas posibles

The popular question and economy in Latin America. Concepts and possible politics

Liliana Bergesio*

* CONICET / Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales - Universidad Nacional de Jujuy - Otero 262 - CP 4600 - San Salvador de Jujuy - Jujuy - Argentina.
Correo Electrónico: dlmontial@arnet.com.ar

RESUMEN

   Lo popular no encuentra una definición unívoca por representar una realidad compleja y admitir acercamientos desde diversos ángulos. Las posibilidades de ver la relación entre lo popular y la economía son diversas. En este trabajo me interesa recuperar el uso, en ciertas corrientes de pensamiento latinoamericano, del concepto de sector informal urbano (SIU) como economía popular. Analizaré esta visión teórica y las acciones políticas que de ella se derivan y que son formuladas por distintos autores. Plantearé un estado de la cuestión acerca de la formación y uso de la categoría de economía popular en el pensamiento latinoamericano actual. Se analizarán a cuatro representantes: Javier Iguíñiz (Perú), Fernando Villarán (Perú), Diego Palma (Chile) y José Coraggio (Argentina).
   Aunque la mirada que propongo sea sobre parte de la producción en y sobre la América Latina actual el tema no es nuevo. Por ejemplo, gran parte de la historia social del siglo XVIII se puede leer como una sucesión de enfrentamientos entre una innovadora o del clero; que consolida las costumbres que sirven a los intereses del propio economía de mercado y la acostumbrada economía moral de la plebe. Viéndose prefiguradas en estos enfrentamientos posteriores formaciones y conciencia de clase. La cultura plebeya es la propia del pueblo: es una defensa contra las intrusiones de la gentry pueblo; donde las tabernas son suyas, las ferias son suyas y cuenta con sus propios medios de autoregulación.

Palabras Clave: Cultura popular; Economía popular;América Latina; Sector informal urbano; Historia de la cultura.

ABSTRACT

   The "popular" matter doesn't find an unequivocal definition because it represents a complex reality and accepts different perspectives. There are different ways and means about the popular question and Economy. The main objective of this article is to recover the urban informal sector (UIS) concept's use -in some Latin American perspectives- as popular economy. I'll analyze this theoretical vision and the politics that emerge from it, as formulated by different authors. I'll describe a state of the arts of the popular economy concept's formulation and use in Latin American current thought. Four authors will be analysed: Javier Iguíñiz (Perú), Fernando Villarán (Perú), Diego Palma (Chile) y José Coraggio (Argentina).
   Although I propose a perspective in and about contemporary Latin America, the theme is not new. For example, a great part of Eighteenth-Century Social History may be read as successive confrontations between a newly Market Economy and the people's usual Moral Economy. In this battles, formations and class conscience are prefigurated. The people's culture belongs to the people: it's a defensive act against the gentry or the clergy intrusions, and it consolidates the costumes that serve the people's own interests; the taverns are theirs, the markets are theirs, and they have their own regulation ways.

Key Words: Popular culture; Popular economy; Latin America; Urban Informal sector; Cultural history.

INTRODUCCIÓN: LA ECONOMÍA Y LO POPULAR EN AMÉRICA LATINA

   Lo popular no encuentra una definición unívoca por representar una realidad compleja y, por esto, admitir acercamientos desde diversos ángulos. Por ejemplo, en América Latina, lo popular no es lo mismo si lo ponen en escena los folcloristas y antropólogos para los museos (a partir de los años veinte y los treinta), los comunicólogos para los medios masivos (desde los cincuenta), los sociólogos para el Estado o para los partidos y movimientos de oposición (desde los setenta) (García Canclini, 1995). Por ello, a su vez, las posibilidades de ver la relación entre lo popular y la economía son diversas.
   En este trabajo me interesa recuperar el uso, en ciertas corrientes de pensamiento Latinoamericano, del concepto de sector informal urbano (SIU) como economía popular analizando esta visión teórica pero además, las acciones políticas que de ella se derivan y son formuladas por los distintos autores. Se plantea, por lo tanto, un estado de la cuestión acerca de la formación y uso de la categoría de economía popular en el pensamiento latinoamericano actual. Se analizarán a cuatro representantes de esta corriente:
· Javier Iguíñiz (Ingeniero Electricista, PhD en Economía, Investigador del Centro de Estudios y Promoción del Desarrollo -DESCO-, Profesor de la Universidad Católica de Lima, Perú);
· Fernando Villarán (Ingeniero Industrial, Especialista en temas de pequeña empresa, Presidente del Consorcio de ONGs que trabajan para la micro y pequeña empresa -COPEME- Perú);
· Diego Palma (Sociólogo, Investigador del Consejo de Educación de Adultos de América Latina -CEEAL- Chile);
· José Luis Coraggio (Economista, Investigador/Docente Titular de Sistemas Económicos Urbanos en el Instituto del Conurbano de la Universidad Nacional de General Sarmiento y fue Rector de dicha Universidad, Argentina).

   Aunque la mirada que propongo sea sobre parte de la producción en y sobre la América Latina actual el tema no es nuevo. En este sentido Thompson (1995:25) plantea que, gran parte de la historia social del siglo XVIII se puede leer como una sucesión de enfrentamientos entre una «...innovadora economía de mercado y la acostumbrada economía moral de la plebe». Siendo posible ver prefiguradas en estos enfrentamientos posteriores formaciones y conciencia de clase; y los desechos fragmentarios de pautas más antiguas que se resucitan y se reintegran dentro de esta naciente conciencia de clase. En cierto sentido, la cultura plebeya para Thompson es la propia del pueblo: es una defensa contra las intrusiones de la gentry o del clero; que consolida las costumbres que sirven a los intereses del propio pueblo; donde las tabernas son suyas, las ferias son suyas y la cencerrada (Nota 1) se encuentra entre sus propios medios de autoregulación.

DEL SECTOR INFORMAL A LA ECONOMÍA POPULAR

   En la bibliografía actual sobre la informalidad en América Latina se encuentra cierto desencanto por el estatus teórico alcanzado en la discusión sobre ella, el que se manifiesta tanto en promover el abandono de la categoría como en señalar que algunas corrientes actuales, dedicadas a la informalidad, pecan por dejar a un lado la superación de las principales debilidades del marco conceptual lograda en los últimos veinte años.
   Cortéz (2000) bosqueja con trazos muy gruesos la evolución que conduce al conjunto de teorías que pretenden dar cuenta del mercado informal de trabajo, de los trabajadores autónomos, de las microempresas o de las llamadas formas no típicamente capitalistas de producción. Señala que en América Latina la primera conceptualización que intenta dar cuenta del fenómeno es la desarrollada por DESAL (1969) que se inserta dentro de la teoría de la modernización con fuerte componentes de la teoría de Rostow (1960). Esta teoría de la marginalidad propone identificar a los individuos marginales sobre la base de un conjunto de indicadores de naturaleza ecológica, económica, social, política, psicológica y cultural. A esta se le opone, aunque también desde una visión dualista, la teoría de la dependencia, con raíces marxistas, planteando que se trata de actividades centrales o marginales en relación con la acumulación del polo capitalista dominante. Destacando que, en lo metodológico, hay un salto de unidad de análisis pues se pasa de los individuos a las actividades económicas.
   En la siguiente década y dentro del marco institucional de la OIT surge la tercer vertiente, a partir del informe de Kenia (1972) donde se usa por primera vez el concepto del sector informal. Ahora bien, sobre la caracterización del Sector Informal Urbano (SIU) compiten distintas interpretaciones (Nota 2).

1 - Escuela legalista (neoliberal) representada por Hernando de Soto y el ILD
   De Soto (1986) veía en esta economía el semillero de la revolución liberal por la que nuestros países nunca habrían pasado. Responsabilizando al crecimiento y burocratización del Estado, a la inadecuación, frondosidad y verticalidad de la legalidad vigente, a la elevación de los costos del acceso a la legalidad para explicar el surgimiento de la informalidad. En el punto de las soluciones, si bien la propuesta básica de la escuela legalista es la simplificación de trámites y la desburocratización del Estado, que aunque necesarios son claramente parciales, sí cree en la capacidad de este sector de resolver sus propios problemas y contribuir a la solución de otros de la sociedad. Es decir, esta escuela le otorga posibilidades de crecimiento autónomo al sector informal.
   Proponiendo la desregulación total por parte del Estado y sus agentes paraestatales. Tal desregulación implica el desmantelamiento del sistema legal que pretendiera controlar la libre iniciativa privada, con lo que estos agentes saldrían de la informalidad. Su congruencia con los programas de «ajuste neoliberal», impuestos autoritariamente desde el FMI, el Banco Mundial y el Estado, es evidente.
   El diagnóstico del Instituto Libertad y Democracia (ILD) y de Soto es netamente superestructural: los países de América Latina están en la etapa mercantilista, definida por un Estado que oprime a la iniciativa privada, en manos de una elite que gobierna para su propio beneficio. En consecuencia el programa político consiste en disminuir el papel económico del Estado.

2 - Escuela estructuralista representada por PREALC-OIT (Mezzera, Kritz, Carbonetto, Chávez, Tokman, Grompone, entre otros)
   Para operativizar el concepto sector informal OIT-PREALC en un trabajo de Tokman (1979) propone distinguir dimensiones a observar en las actividades económicas: utilización de tecnologías simples y mano de obra con bajos niveles de calificación, y localización en mercados competitivos y en algunos segmentos de mercados oligopólicos concentrados, que, en conjunto, determinan la facilidad de acceso al mercado. Al conjunto de actividades consideradas informales desde estas perspectivas el autor las denomina extralegales.
   Para OIT-PREALC el problema se vizualiza como falta de dinamismo en el sector capitalista para arrastrar por el camino del desarrollo al resto de los sectores, y provocar por esta vía el pleno empleo. A partir de este diagnóstico, que privilegia los aspectos estructurales de la sociedad, la propuesta política hace descansar el desarrollo en el papel económico del estado. La superación de las restricciones que enfrenta el capital en las sociedades de América Latina pasa por la intervención económica estatal. Deposita la responsabilidad en la incapacidad del sector moderno (originada por el tipo de tecnología exógena utilizada) de absorber la oferta laboral que viene del crecimiento poblacional, creando un excedente estructural de mano de obra que se ve obligado a inventar su propio puesto de trabajo.    Cuando se trata de plantear estrategias de solución, enfatiza los mecanismos macroeconómicos (elevación del salario real, del gasto público, entre otros) y la reactivación de las grandes empresas de las cuales depende el SIU, es decir, la solución al problema está fuera del sector. Siendo el apoyo que se le puede dar al mismo, en todo caso, marginal y temporal.
   En la panorámica de las teorizaciones que pretenden organizar la comprensión sobre el fenómeno el camino que va desde la marginalidad hasta lo informal como extralegalidad se ha pasado de la unidad de análisis individuo (marginalidad desaliana) a la unidad de análisis actividad económica (las restantes perspectivas); siendo todas visiones dualistas.
   Por otro lado, la noción de informalidad que engloba actividades extralegales es un indicador empírico cuya localización teórica no es precisa, de modo que la comparten el neomarxismo y el neoliberalismo. Aunque es necesario aclarar que la filiación teórica del indicador extralegalidad, su carácter esencialmente empírico y la carencia de un análisis teórico que apunte a la consistencia con el resto de la teoría marxista del funcionamiento del mercado de trabajo en una sociedad capitalista, lleva a que se resista a ser incorporado a ella.
   La vertiente neoliberal presenta similitudes interesantes con la teoría de la marginalidad desaliana; pero hay una inversión de sentido. Para la teoría desaliana el problema de la modernización consistía en transformar los valores tradicionales de los marginales para así absorberlos en la parte productiva y moderna de la sociedad, que es la responsable de su desarrollo. El planteamiento neoliberal es opuesto, ya que las fuerzas capaces de provocar el impulso son aquellos individuos que desempeñan actividades informales, quienes ven trabado el ejercicio de sus facultades por la maraña burocrática del estado mercantilista.

3 - Economía popular
   Para el marxismo latinoamericano la persistencia de las actividades informales en nuestra sociedad se debe a que la misma está conformada por la articulación de modos de producción, en la que el capitalismo es el dominante. Para esta perspectiva el problema no sería de desarrollo sino más bien de cambio sistemático, que depende, entre otras cosas, de la organización política de la sociedad civil (Nota 3). Donde las actividades cotidianas realizadas por las personas que desempeñan actividades informales entregan elementos básicos para ayudar en la construcción del sujeto social popular.
   El planteamiento puede verse como una clara superación del marxismo estructuralista. El centro del interés está planteado en tono a la posibilidad de constituir un actor social a partir de las determinantes estructurales, para incidir en el espacio de la lucha política.
   Coraggio (1992) plantea así, por ejemplo, la construcción de una economía popular, a partir de esa matriz de actividades económicas cuyos agentes son trabajadores del campo y la ciudad, dependientes o independientes, precarios o modernos, propietarios o no propietarios, manuales o intelectuales. Esta propuesta implica no idealizar ni valores ni prácticas populares actuales, ni poner como punto de referencia la modernidad capitalista. No supone la desconexión del mercado capitalista ni se ve como fase para integrarse a él en plenitud. Es una propuesta abierta, en tanto no prefigura de manera definitiva qué actividades, relaciones y valores, constituirán esa economía popular. Tampoco acepta la opción excluyente entre sociedad y Estado, sino que propone trabajar en la interfase, desde la sociedad y desde (o por relación a) posiciones estatales, confiando en que el actual proceso de desmantelamiento de las estructuras estatales dará paso necesariamente a la generación de nuevas formas estatales.
    Sobre esta última forma de interpretar al sector es que se trabajará, en una profundización del análisis de esta unión entre actividades informales en América Latina y lo popular o como lo llaman los autores citados Economía Popular.
   Finalmente, debo decir que considero que el concepto de SIU no es muy adecuado para aprender la complejidad de este fenómeno económico y social que está transformando las economías de América Latina. Este concepto hace demasiada concesión a los aspectos legales (estar registrado, pagar impuestos, utilizar servicios formales, entre otros) y por lo tanto induce a soluciones parciales, no define con claridad las fronteras con otros sectores y procesos económicos (evasión de impuestos por grandes empresas, contrabando) y, por si fuera poco, los propios actores rechazan esta calificación. Por lo tanto, me parece más apropiado hablar del sector de trabajadores por cuenta propia del sector doméstico (para los que no tienen mano de obra asalariada en forma permanente) o micro y pequeña empresa (para los que tienen entre 1 a 4 personas ocupadas y 5 a 19 respectivamente) (Bergesio, 2000).

Economía popular
   Para esta perspectiva, en líneas generales, la sociedad se estructura en torno a las relaciones sociales de producción. Considerando que, si bien en nuestras sociedades son dominantes las relaciones sociales de producción capitalista, éstas coexisten con formas no capitalistas de llevar a cabo el proceso productivo, entre las cuales se cuentan las actividades informales. Por lo tanto, la persistencia de las actividades calificadas en un principio como «económicamente marginales» y más tarde como «informales» se consideran rezagos del desarrollo capitalista.
   Si recordamos las tres líneas comentadas anteriormente es importante destacar que tanto la perspectiva de la extralegalidad cuanto las versiones marxistas actuales coinciden en el supuesto de un tránsito de una a otra etapa histórica, aunque difieren tanto en el diagnóstico como en el pronóstico. Para los primeros se trata del paso del mercantilismo al capitalismo y para los segundos del capitalismo al socialismo. OIT-PREALC no concibe etapas, sino un simple problema de desarrollo: se supone que la sociedades de América Latina son capitalistas y el problema se reduce a incorporar bienes y fuerza de trabajo a los mercados (Cortés, 2000).
   Planteadas estas cuestiones generales quiero presentar a continuación la postura de cada uno de los autores propuestos para este estado de la cuestión, para luego poder establecer nuevas comparaciones.

Javier Iguíñiz: las opciones de gestión popular en la economía
   Iguíñiz (1992) realiza un listado posible de los significados de lo popular. Primero señala que la más clásica en las ciencias sociales es la que define lo popular en términos de clase socioeconómica o más precisamente como asalariados. Pero agrega que lo popular también ha sido visto recientemente como el mundo de los microempresarios, donde este mundo introduce interesantes retos en torno a la gestión de la economía que les es más cercana en torno a las políticas económicas en las que les conviene influir. Pero desde antiguo, lo popular ha sido definido desde la perspectiva del consumo y los consumidores, caracterizando a estos últimos como populares por el hecho de acceder a una canasta insuficiente de bienes esenciales. Lo popular ha sido el mundo de los necesitados y la respuesta, por ejemplo, la estrategia de las necesidades básicas. Otra manera de acercarse a lo popular, según este autor, es desde la perspectiva de los miembros de un territorio, que se define a menudo justamente como popular. Esta aproximación introduce para él sus propios criterios sobre la gestión del pueblo, tanto en relación con la cuestión habitacional como con la del trabajo. Siendo una variante importante de aproximación a lo popular la que relaciona ese término con la provincia, en contraposición a la capital. Lo popular es visto, finalmente, también como rasgo que corresponde a una cultura, donde la gestión económica es también analizable desde su lugar en dicha cultura. Donde la actitud hacia el trabajo, la voluntad de asumir roles de responsabilidad, la estrechez en el cumplimiento de normas técnicas serían, entre otros, aspectos culturales de enorme importancia para determinar las opciones de gestión popular de la economía.

Fernando Villarán: la riqueza y los grupos de eficiencia de la economía popular
   Este autor presenta en su trabajo algunas experiencias peruanas, de fines de los 80, de grupos de pequeñas y micro empresas que han crecido sostenidamente durante esos últimos años y que representan ejemplos de éxito económico y de creación de riqueza desde lo popular. A estas aglomeraciones de pequeñas y micro empresas las llama grupos de eficiencia.
   Villarán (1992) se refiere a la relación íntima, o si se prefiere simbiótica, que usualmente tiene lo popular con la pobreza. Destacando que resulta evidente que la mayoría de campesinos, la mayoría de obreros, la mayoría de empleados públicos, de estudiantes y aun de profesionales, la mayoría de vendedores ambulantes, de pobladores de barrios marginales, de talleristas, de desempleados tienen bajos ingresos, por debajo de cierto mínimo de subsistencia que impide que cubran sus necesidades básicas y que por lo tanto podemos definir como pobres (una parte en pobreza extrema). Plantea que nadie puede cuestionar estas evidencias empíricas. Pero señala que lo que le interesa son las consecuencias de esta identificación la cual, por un lado, ha fomentado una cierta forma de organización social y le ha dado, dentro de la agenda popular, un mayor peso a la lucha reinvindicativa donde, paralelamente, los investigadores han enfatizado las características y consecuencias de la pobreza, dejando en un segundo plano a otros aspectos de la realidad popular. Pero por otro lado, desde la perspectiva de las causas del problema de la pobreza, se maneja el supuesto de que la riqueza es acumulada por los ricos de la sociedad. Y así, que la solución a la pobreza pasaba por el cambio del sistema, del patrón de acumulación, la toma del poder, la redistribución de la riqueza y los ingresos: depositando en el otro, en el Estado, en la acción política contra los enemigos, su resolución. Esta perspectiva y su consecuente práctica impidieron para este autor, ver con claridad «...las formas concretas en que el propio pueblo venía resolviendo sus problemas de ingresos» (Villarán, 1992:41-2).
   Finalmente, el autor se hace las siguientes preguntas: los casos de riqueza popular que presenta, todavía incipientes y aislados, ¿serán la base de una nueva estrategia de desarrollo para los países de América Latina?; ¿serán la solución para acabar con la pobreza popular?. Y su repuesta es clara: «Me inclino a pensar que sí» (ob.cit: 69).

Diego Palma: la economía popular como contracara del capitalismo
   Diego Palma (1992) plantea que la crisis en América Latina ha devenido especialmente profunda en tanto no sólo se han desmoronado la economía y la sociedad, tal como nos habíamos llegado a acostumbrar que funcionaran, sino que también se han vuelto poco útiles las categorías y respuestas, teóricas y conceptuales, que hasta hace muy poco tiempo, nos resultaban familiares para reconocer y tratar esas situaciones y esos cambios. Eso pasa hoy, para él, con las categorías pueblo y popular. Sosteniendo que pueblo resulta mucho más ambigua y teóricamente floja que la otra, ortodoxa y densa, cual era el proletariado a la que se acudía hasta hace poco. Pero él señala que en América Latina el capitalismo dependiente y subdesarrollado ha consolidado relaciones de compra-venta de fuerza de trabajo sólo para una franja estrecha de trabajadores; la mayoría labora sin contrato, muchas veces sin un empleador claro, conservando muchos la propiedad de los medios con que producen y de los bienes que generan. Así el abanico de las formas diversas de trabajo en América Latina es muy amplio pero (contra todo prejuicio dualista) todas esas formas resultan, por canales distintos, subordinadas al capital que extrae así valor por mecanismos varios. En una primera aproximación plantea que lo popular pretende recubrir esa multiplicidad que, de distintas maneras, es expoliada por el funcionamiento del capital: el pueblo incluye al proletariado, pero es mucho más comprensivo que ese concepto ortodoxo. En una segunda aproximación, resalta que la terminología actual (pueblo-popular) no sólo aporta una necesaria ampliación en la extensión, sino que revaloriza las dimensiones extra-económicas de la inserción social que quedaban en segundo plano y oscurecidas en la definición clásica de «clase social», la cual se refería, fundamentalmente, a una particular inserción en el proceso de producción. Popular se refiere para este autor, también, con fuerza, a lo organizacional y a la cultura. Para Palma lo popular, por una parte, es consecuencia del capital (aunque no buscada en sí) y, por lo tanto, se despliega en un espacio acotado por la lógica de funcionamiento del capitalismo; pero, al mismo tiempo, lo popular representa una reacción contra la incapacidad de esa lógica de funcionamiento para universalizar sus logros y resolver la crisis de civilización. Vale decir que lo popular entrelaza elementos que son entre sí heterogéneos y contradictorios (Nota 4).

J.L. Coraggio: la economía popular urbana una nueva perspectiva para el desarrollo
   Coraggio (1992) plantea que, usualmente, al hacer referencia a los agentes económicos clasificados como populares se apela al método de mosaico yuxtaponiendo diversos criterios: nivel de ingresos (pobres), tamaño (pequeños establecimientos), tecnología (mano de obra intensiva), productividad del trabajo (baja productividad), tipo de actividad (comercio, artesanías, servicio doméstico, entre otros), capacidad de acumulación (inexistente o irrelevante), tipo de relaciones de producción (relaciones de parentesco, maestro-aprendiz, u otro, pero en ningún caso relaciones capitalistas), tipo de valores predominantes (solidaridad), relación con el sistema legal (economía subterránea, informalidad) y varios etcéteras. El resultado termina siendo casi siempre, de esta forma, una lista ad-hoc que no responde a ninguna lógica específica. Este autor, en otro trabajo, define a la economía popular como el conjunto de recursos, prácticas y relaciones económicas propias de los agentes económicos populares de una sociedad. Siendo el concepto operativo de lo popular propuesto el siguiente: se trata de unidades domésticas elementales de producción-reproducción (individuales, familiares, cooperativas, comunitarias, etc.) orientadas primordialmente hacia la reproducción de sus miembros y que para tal fin dependen fundamentalmente del ejercicio continuado de la capacidad de trabajo de éstos. La condición fundamental para clasificar como popular a una unidad de reproducción es el trabajo propio (en relación de dependencia o por cuenta propia) como base necesaria de la reproducción; y en términos de clases, lo que genéricamente denomina trabajadores y a los miembros de sus unidades domésticas (Coraggio, 1998).

Propuesta de programa político
   Los autores citados vinculan a los sectores populares, que incluyen al informal, con el proceso de cambio en los sistemas sociales visualizándolos, no sólo como capaces de producir bienes y servicios distribuidos equitativamente, sino también como el ámbito de participación responsable de los grupos más amplios de la sociedad en las decisiones de ejecución y control de las tareas y actividades económicas. Planteando que el conjunto de interacciones sociales en que se ven envueltos crea las condiciones para que lleguen a convertirse en un sujeto social activo del proceso de transformación.
   La idea central que proponen Palma y Coraggio es que la economía popular son las únicas prácticas que desarrollan las familias trabajadoras para enfrentar las consecuencias de la sobreexplotación y su agudización en el actual contexto de crisis. Junto con estas tareas que se proponen incrementar el ingreso familiar ubican toda una gama de iniciativas individuales y colectivas que buscan defender la calidad de vida. Se trata de las prácticas de reinvindicación colectiva por infraestructura y servicios y otras que pretenden crear valores de uso para no distraer los salarios hacia gastos en el mercado y que otros han caracterizado como estrategias de sobreviviencia.
   Todo este conjunto de prácticas, combinadas hacia la reproducción de la familia trabajadora en condiciones de salario insuficiente (trabajo asalariado y/o informal, delincuencia, demanda colectiva, estrategias de sobreviviencia) «...conforman el núcleo central en torno al cual se organiza lo popular» (Palma, 1987:66)
   Esta línea de trabajo ha destacado el papel de la economía popular, conformada por grupos de personas que han demostrado sus habilidades para organizar su actividad económica, orientarla hacia la búsqueda de la ganancia, crear riqueza, ser productivos y creativos como los empresarios capitalistas (Villarán, 1992), pero diferenciándose de éstos por su solidaridad y ligas con su entorno social (Palma, 1992). Estas características los perfilan como depositarios de relaciones sociales alternativas a las capitalistas, contribuyendo de este modo a la formación del sujeto social popular (Iguíñez, 1992). Mostrando la necesidad de ver más allá de la múltiple y compleja realidad evidente de los agentes económicos populares, pero a la vez planteándola como una alternativa de desarrollo posible en América Latina (Villarán, 1992; Coraggio, 1998).

Pensar la propuesta de la economía popular
    Para pensar esta propuesta considero, fundamentalmente, las tendencias más significativas encontradas en estos autores contemporáneos latinoamericanos, marxistas, fuertemente influenciados por la filosofía de la praxis gramsciana; que han generado una ruptura con el esquematismo de las interpretaciones marxianas más vulgares y planteado un análisis de la sociedad como una totalidad en movimiento donde la experiencia humana no aparece reducida a lo económico. Así hacen hincapié en las experiencias y acciones de los sectores populares y, en esto, se acercan a los estudios de la cultura popular y básicamente a la vertiente histórica marxista de los estudios culturales (en especial a la de distintos autores ingleses) por su intento de reconstruir la teoría y los estudios históricos por medio de lo que Kaye llama un «...análisis de lucha de clases y la perspectiva de la historia de abajo arriba» (Nota 5) (Kaye 1989:201). Y también por su participación activa en la lucha política que busca una transformación social.
   Aunque los autores tratados que hablan de economía popular en América Latina los ubiqué dentro del marxismo latinoamericano contemporáneo, es importante destacar que «lo popular» genera cierto rechazo por otros representantes del marxismo. Ya que, por ejemplo, muchas veces «lo popular» implica una mirada hacia atrás, mientras que el socialismo es, en principio, futurista, y busca «...sacudirse la mano muerta de la tradición y crear el mundo de nuevo» (Samuel, 1984: 33). Por otra parte, el espíritu del marxismo es crítico, mientras que esta economía popular enfatiza las características afirmativas y celebra el poder creativo de las masas al mismo tiempo que descuidan los imperativos bajo los cuales trabajan, donde, desde esta crítica se apuntaría fundamentalmente contra Iguíñez y Villarán.
   Por otro lado, al marxismo le interesa la totalidad de la experiencia social, mientras que, una posible crítica a la economía popular podría ser que adopta un punto de vista único, privilegiando al pueblo como portador del cambio, destacando que «...el concepto del pueblo como fuerza puramente pasiva es una perspectiva profundamente no socialista» (Hall, 1984:100). Considerando a los sectores populares como participantes activos en la formación de la historia y no meras víctimas pasivas. Habiendo sido sus luchas y movimientos significativos para la totalidad de los valores, las ideas y la economía política y que, por lo tanto, han contribuido también a las experiencias y las luchas de las generaciones posteriores (Kaye, 1989).
   La economía popular se conforma, y esto varía en los distintos autores, fundamentalmente con cuentapropistas, microempresarios, vendedores ambulantes, organizaciones de base locales y asalariados. Por lo tanto comprende a un amplio grupo de actividades económicas, siendo, un concepto unificador. Esta, podría ser finalmente, otra posible crítica, ya que lo que interesaría a un marxista clásico sería identificar los puntos de división pero, al aplicarse a la economía, el concepto es mistificador, pudiendo mostrar al pueblo como comunidad, pero difícilmente como clase. Analizemos ahora estas críticas a la luz de los trabajos citados.
   Es importante, en primer lugar y porque puede llevar a confusiones, separar la propuesta de los autores presentados de la fascinación moral por la comunidad (presente en las que idealizan la cultura popular, lo cotidiano y lo local) ya que en esta postura se piensa en el modelo de la comunidad aislada, mientras que, como vimos, estos autores están pensando en una relación dialéctica entre pueblo y capital o considerando las múltiples relaciones entre el mercado, el Estado y lo popular. Siguiendo, en este sentido, la afirmación que realiza García Canclini cuando dice que: «Uno puede olvidarse de la totalidad cuando sólo se interesa por las diferencias entre los hombre, no cuando se ocupa también de la desigualdad» (García Canclini, 1995:25).
Y esto lleva a ver otro punto, el de los términos clase y popular. Para Hall (1984) están profundamente relacionados pero no son absolutamente intercambiables, dado que no hay culturas totalmente separadas que, en una relación de fijeza histórica, estén paradigmáticamente unidas a clases enteras específicas, aunque hay formaciones clasistas culturales claramente definidas y variables. Tendiendo, las culturas de clase, a cruzarse y coincidir en el mismo campo de lucha. El término popular indica así esta relación un tanto desplazada entre la cultura y las clases. Más exactamente, alude a esa alianza de clases y fuerzas que constituyen las clases populares. La cultura de los oprimidos, las clases excluidas: este es el campo al que remite el término popular. Y el lado opuesto a éste (el lado que dispone del poder cultural para decidir lo que corresponde y lo que no corresponde) es, por definición, no otra clase entera, sino esa otra alianza de clases, estratos y fuerzas sociales que constituye lo que no es el pueblo y tampoco las clases populares sino la cultura del bloque de poder.
   En este punto quisiera recuperar la defensa que hace de la historia popular Samuel (1994) a la cual se le pueden hacer críticas parecidas que las que se le podría hacer a la economía popular, no siendo estas dificultades fáciles de superar pero descansan en una oposición falsa entre el marxismo y las corrientes de pensamiento democrático-burgués que lo precedieron. Recordemos, entonces, que el propio Marx temía a la contaminación menos que algunos de sus seguidores modernos y muchos de sus conceptos políticos los tomó en préstamo o traspuso de sus predecesores demócrata-burgueses. Lenin (a pesar de sus polémicas en ese campo) insistía mucho en reconocer la herencia populista y en 1917, en vísperas de la revolución, aclamó al jacobismo como «la más grande expresión de la clase oprimida en su lucha por la liberación». Es cierto que Marx no hablaba de «el pueblo» sino de «el proletariado» pero en sus escritos usa el término en un sentido convertible y su componente específicamente industrial, como en el caso de Iguíñez, tiende a quedar subsumido en un ámbito más amplio aunque más indeterminado: el de los que no tienen propiedades y los pobres; indeterminación que también aparece en Coraggio y Palma. Puede que Marx no utilizase un vocabulario populista; pero la clase obrera, tal como aparece en su pensamiento, es siempre, por definición, mayoritaria y una clase universal en embrión, que con la abolición de sus propias condiciones de existencia emancipará a la humanidad; idea ésta de la cual se aleja Palma pero a la cual se acercan Coraggio, Iguíñez y Villarán.
   Los cuatro acuerdan con el hecho de que estamos en un momento en que se retraen los mecanismo de integración del mercado capitalista y del Estado nacional, por lo que puede darse una revitalización de los niveles comunitarios. Compartiendo en el diagnóstico su visión acerca de que el capitalismo genera exclusión de grandes masas de la población pero que se encuentra en una etapa de crisis de su sociedad salarial, planteo central en Iguíñez que critica la lucha sindical por el salario.
   Esta crítica es añeja y, en este sentido, se puede recuperar, por ejemplo, el análisis que realiza Chistopher Hill de los escritos de Gerrard Winstanley (Nota 6) de quien dice que es «típicamente moderno» en cuento reconoce que «el poder del estado se relaciona con el sistema de propiedad y con el cuerpo de ideas que sustentan ese sistema». Afirmando que Winstanley se dio cuenta de que la libertad política depende, en último término, de la igualdad económica y por ello era necesario eliminar la propiedad privada y el trabajo asalariado. Hill admite que Winstanley no creó el primer anteproyecto de una sociedad comunista pero dice que su trabajo fue original porque fue escrito en el zenit de una revolución, en la lengua del pueblo llano, con la intención de convocar a las «clases pobres al activismo político». Estos rasgos también aparecen en los autores contemporáneos analizados y es por esto que recupero este análisis. Además, Hill no sólo ve el pensamiento de Winstanley pertinente para la historia de las ideas, sino que también considera que tiene algo que decir hoy en día a las luchas socialistas y del tercer mundo (Kaye, 1989).
   En la actualidad, uno de los que analiza el proceso de exclusión social y la crisis de la sociedad salarial es Castel quien muestra, al igual que los autores citados, como la situación actual está marcada por una conmoción que recientemente ha afectado a la condición salarial: el desempleo masivo y la precarización de las situaciones de trabajo, la inadecuación de los sistemas clásicos de protección para cubrir estos estados, la multiplicación de los individuos que ocupan en la sociedad una posición de supernumerarios, «inempleables», desempleados o empleados de manera precaria e intermitente que llevan a una «situación aleatoria». Sostiene que olvidamos que «el salario», que ocupa hoy en día a la gran mayoría de los activos y con el que se relaciona la mayoría de las protecciones contra los riesgos sociales, fue durante mucho tiempo una de las situaciones más inseguras, y también más «ingenuas y miserables». Recordando que se era un asalariado cuando uno no era nada y no tenía nada para intercambiar, salvo la fuerza de su brazo, cayendo en el salario como degradación del propio estado. Esto era instalarse en la dependencia, quedar condenado a vivir «al día», encontrarse en las manos de la necesidad. Herencia arcaica que hizo de las primeras formas de salariado manifestaciones apenas suavizadas del modelo del servicio que siervos le debían al señor feudal. Destacando que, sin embargo, el fenómeno no es tan lejano. Así recuerda, por ejemplo, que el principal partido del gobierno de la Tercera República, el Partido Radical, todavía en el Congreso de Marsella de 1922 inscribió en su programa «la abolición del salariado, que es una superviviencia de la esclavitud» (Nota 7) (Castel, 1997:13).
   Por ello agrega Castel que no es fácil comprender de qué modo llegó el salariado a remontar estas desventajas fantásticas para convertirse, en la década de 1960, en la matriz básica de la «sociedad salarial» moderna. Considerando que la caracterización sociohistórica del lugar ocupado por el salariado es necesaria para calibrar la amenaza de fractura que acosa a las sociedades contemporáneas y llevar al primer plano los temas de la precariedad, la vulnerabilidad, la exclusión, la segregación, el relegamiento, la desafiliación. Si bien es cierto que estas cuestiones se han visto reimpulsadas desde hace una veintena de años, ellas se plantean después de que se hubieran impuesto lentamente poderosos sistemas de cobertura garantizados por el Estado social a partir, justamente, de la consolidación de la condición salarial. La nueva vulnerabilidad, definida y vivida sobre un fondo de protecciones, es entonces totalmente distinta de la incertidumbre respecto del futuro, incertidumbre que, a través de los siglos, fue la condición común de lo que entonces se denominaba el pueblo.
   Ahora bien, en el contexto actual ¿quién es el pueblo?. La terminología actual Pueblo-Popular, como lo plantea Palma, aporta las dimensiones extra-económicas de la inserción social. Pudiendo agregar, con Bolléme, que hoy en día tendemos a emplear el vocablo popular como un nombre y a emplearlo con mucha mayor frecuencia que la palabra pueblo, a la cual se refiere, como su hubiera en ello una voluntad o, al menos, un deseo de ignorar una evidencia que se refiere a la gramática: a saber, que el adjetivo popular proviene de la palabra pueblo y depende de éste directamente. Popular parece ser una manera indirecta de hablar del pueblo sin nombrarlo, de referirse a él pero neutralizado una relación de la cual la historia ha exagerado el carácter de oposición y de enfrentamiento (Nota 8), puesto que la palabra pueblo es sinónimo de sublevación (Nota 9), de violencias, de terror y de temor. Sin embargo, si la palabra «...popular atenúa una dimensión política, no la suprime» (Bolléme, 1990:27-8) (Nota 10).
   Es así que las propuestas de los autores latinoamericanos citados se alejan de la lucha por el salario o de la demanda de protección por parte del Estado en la búsqueda de construir un sujeto social popular activo del proceso de transformación. Rosanvallon (1995) dice al respecto que entramos en una nueva era de lo social pero, al mismo tiempo, entramos en una nueva era de lo político. Donde la redefinición de la solidaridad y los derechos implica una mejor articulación entre la práctica de la democracia (invención de las reglas del vivir juntos) y la deliberación sobre la justicia y la gestión de lo social; invitando a pensar de otra manera la idea misma de reforma. Este planteo se acerca al de Bolléme cuando propone lo popular como político sosteniendo que declarar popular (una literatura o un objeto) «...es tener en cuenta una relación y comprometerse así en un discurso político» (Bolléme, 1990:20). Relación ésta que enfatizan los autores analizados, en especial Palma.
   Por otra parte, considero que un aporte importante que realizan estos autores es el haber producido un conocimiento empírico sobre estos sectores económicos que denominan populares, hecho particularmente notorio en el trabajo de Villarán y Coraggio. Lo que hacen estos cuatro autores es, fundamentalmente, lo que Peter Burke describe como «...devolverle la dignidad humana a las personas corrientes» (Burke, 1984:77); superando tendencias actuales a interpretar la realidad como conformada por cosas, con una concepción del sujeto como un objeto. Para ellos, por el contrario, el sujeto no es sino que se hace, planteando esto como una realidad profunda de la constitución del sujeto que la sociedad capitalista escamotea, ya que toda dominación se basa en la posición del otro como objeto, siendo, todo sujeto revolucionario en la medida en que el "ponerse, hacerse o crearse» siempre es una ruptura (Dri 1997). Esto vale para el sujeto individual pero vale también para los sujetos colectivos como el pueblo.
   Bolléme (1990) dice que el pueblo construye porque destruye. Siendo el pueblo en virtud de sus irrupciones, y porque éstas son revoluciones. Planteando que, cuando Lamartine, en 1792, declara que el pueblo «...es la revolución misma», esta diciendo que existe la posibilidad no de una sola forma de revolución, cuyo tipo sigue siendo la revolución francesa, sino que el pueblo es lo posible de todas las revoluciones. Siendo, el pueblo, como lugar de fusión y pasión, «fuente y ser de revolución» (ob.cit.:148).
   Marx define en el Manifiesto del Partido Comunista (Nota 11) que «...la historia de todas las sociedades del pasado consiste en el desarrollo de los antagonismos de clase, antagonismos que asumieron formas distintas en distintas épocas» (Gordon, 1991:347). En esta definición es necesario tener en cuenta, por un lado, que el sujeto de la historia es la clase; esto es, un sujeto colectivo (Nota 12) como lo plantean Palma y Coraggio. Surginedo las clases, en sentido estricto, sólo en el capitalismo y aquí Marx interpreta el concepto de clase en sentido amplio (estamentos y castas). Pero por el otro, una afirmación tan tajante, si se fija o dogmatiza lleva al error de olvidar otros aspectos fundamentales del sujeto como la cultura, la pertinencia a la nación y la tradición. Ello se agrava si se tiene en cuenta que allí Marx separa el contenido, que estaría dado por la clase, de la forma que sería la nación. No hay forma sin contenido y viceversa. Esta advertencia aparece en numerosos textos marxistas, con la crítica de que tal separación ha llevado y continúa llevado a errores políticos que frenan posibilidades de crecimiento y transformación (Dri, 1997).
   Por ello cuando Coraggio define la «matriz socio-económica básica de la economía popular» como el conjunto de actividades económicas realizadas por agentes individuales o colectivos, que dependen para su reproducción de la continuada realización de su fondo de trabajo propio, aclarando que este agrupamiento se caracterizaría colateralmente por un rango de ingresos anuales, adecuado a cada sociedad y época, incluyendo un espectro bastante amplio de situaciones sociales; está siguiendo a Marx quien afirma que lo que determina la tasa salarial real es la cantidad de mercancía necesaria para producir un trabajador y para reemplazarlo; es decir, sus necesidades de «subsistencia» y las de su familia. Y aquí vale una aclaración. Ya que en los Manuscritos: economía y filosofía (1993) se retrata al trabajador vivo al borde de la subsistencia en el sentido estrictamente fisiológico pero, en El capital, Marx sigue a Ricardo y a los demás economistas clásicos, utilizando el término «subsistencia» para referirse al nivel de vida que constituye la norma establecida en la sociedad como las «cosas necesarias para vivir que precisa habitualmente un trabajador medio». Este nivel de vida es un dato de un momento y un lugar concretos, pero puede variar a lo largo del tiempo y ser diferente en diversas sociedades (Marx, 1988).
   Volviendo al Manifiesto del Partido Comunista otro aspecto relevante es la visión despectiva que presenta allí Marx del tipo de libertad que se da en la sociedad burguesa (libertad para desarrollar actividades económicas) comparándola con la inminente sociedad sin clase, «...en la que el libre desarrollo de cada uno es la condición del libre desarrollo de todos» (Gordon, 1991:357-8). Expresión que también se encuentra en los autores latinoamericanos citados con respecto a los sectores populares, en especial en Iguíñez.
   Ahora bien, cuando un objeto se define como popular o perteneciente al pueblo, es un poco condenarlo a la indefinición. Pero la decisión que toman estos autores es la de servirse de estas palabras a pesar de todo, sabiendo que al usarlas así, pueblo y popular, son herramientas políticas. Ya que son términos que movilizan y que no se les puede emplear inocentemente. Se trata, como lo plantea Bolléme (1990), de palabras peligrosas (Nota 13) por la ambigüedad de su definición y, en consecuencia, por la ambigüedad de su utilización. Pero, también afirma que, aunque aquello que se declara popular no pertenece a nada que sea definido, decir que existe lo popular, es estudiar una relación, en la medida en que hace considerar los cambios más que los acontecimientos o los fenómenos, las fluctuaciones y las transformaciones, ya que lo popular es, precisamente la no fijeza. Thompson se expresa de forma parecida con respecto a la clase: «Por clase, entiendo un fenómeno histórico que unifica una serie de sucesos dispares y aparentemente desconectados, tanto por lo que se refiere a la materia prima de la experiencia, como a la conciencia. Y subrayo que se trata de un fenómeno histórico. No veo la clase como una 'estructura', ni siquiera como una 'categoría', sino como algo que tiene lugar de hecho (y puedo demostrar que ha ocurrido) en las reacciones humanas» (1989:XIII). O, en palabras de García Canclini: «Del lado de lo popular, hay que preocuparse menos por lo que se extingue que por lo que se transforma» (García Canclini, 1995:17), agregando que las culturas populares en las última décadas se han «...desarrollado transformándose» (ob.cit.:200).
   La cultura popular es uno de los escenarios de esta lucha a favor y en contra de una cultura de los poderosos: es también lo que puede ganarse o perderse en esa lucha. Es el ruedo del consentimiento y la resistencia. Es en parte el sitio donde la hegemonía surge y se afianza. No es una esfera donde el socialismo, una cultura socialista (ya del todo formada) pudiera ser sencillamente «expresada». Pero es uno de los lugares donde podría constituirse el socialismo. Por esto tiene para él importancia la cultura popular (Hall 1984). Pudiéndose encontrar expresiones similares en Iguíñez. Bolléme (1990) va más lejos al sostener, acercándose al planteo de Coraggio, que el pueblo no es solo una idea o elemento político, es una síntesis viviente. Argumentando que «será políticamente de la mejor definición con que se formule la palabra pueblo que resultará necesariamente la mejor organización social, siendo el vocablo pueblo la síntesis viviente a la cual deberán incorporarse todas las concepciones humanas. Como si el trabajo de formulación, como si del esfuerzo por detener este trabajo en una definición, debiera salir la mejor sociedad, como si el trabajo de la investigación debiera realizarlo el pueblo mismo según una fórmula.
   Y esto lleva a otro punto de encuentro entre éstos autores, en términos de Coraggio (1998), el desarrollo de una economía popular supone superar el desencuentro entre la cultura popular (punto de partida del desarrollo) y el conocimiento científico. Siendo una condición para superar este desencuentro que el pensamiento teórico se alimente y corrobore dentro de un proceso práctico y también autoeducativo; esto es, la continua búsqueda y puesta a prueba de formas, estrategias y mecanismos más eficaces para resolver los problemas de la reproducción cotidiana. Si, como él cree, dicha búsqueda indica que esas formas alternativas están asociadas a valores, instituciones y una distribución del poder diferente a la existente, se hará evidente la necesidad y sentido de conjugar las reformas económicas con reformas políticas y transformaciones culturales. Este proceso de búsqueda conjunta por parte de intelectuales, técnicos y bases populares con sus organizaciones, requerirá de habilidades comunicativas que también deberán desarrollarse expresamente. Otro punto que plantea Coraggio es que la apropiación de recursos en la economía doméstica no está regida por las leyes del mercado ya que lo que los agentes de esta economía consideran un acto económico legítimo y de acuerdo a «usos y costumbres» (generalmente asociados a la necesidad de reproducción de la vida de sus miembros y su cultura) puede no coincidir con las reglamentaciones jurídicas de la vida social.
   En este sentido Thompson (1995) cuando analiza los motines de subsistencia detecta en ellos, como en casi toda acción de masas del siglo XVIII, alguna noción legitimadora. Con el concepto de legitimación quiere decir que los hombres y las mujeres que constituían la multitud creían estar defendiendo derechos o costumbres tradicionales; y, en general, estaban apoyados por el amplio consenso de la comunidad. Planteando que si bien los motines de subsistencia eran provocados por precios que subían vertiginosamente, prácticas incorrectas de los comerciantes y hambre, estos agravios operaban dentro de un consenso popular en cuanto a qué prácticas eran legítimas y cuáles ilegítimas en la comercialización o elaboración del pan, por ejemplo. Esto estaba basado en una visión tradicional consecuente de las normas y obligaciones sociales, de las funciones económicas propias de los distintos sectores dentro de la comunidad que, tomadas en conjunto, constituían la economía moral de los pobres. Plantea que no nos es fácil concebir que pudo haber una época, dentro de una comunidad menor y más integrada, en que parecía antinatural que un hombre se beneficiara de las necesidades de otro, y cuando se daba, por supuesto que en momentos de escasez, los precios de estas necesidades debían permanecer al nivel acostumbrado, incluso aunque pudiera haber menos. El avance de la nueva economía política de libre mercado supuso el desmoronamiento de la antigua economía moral de aprovisionamiento, sin embargo la economía moral de la multitud tardó más tiempo en morir, ya que es recogida en los primeros molinos harineros cooperativos, por algunos de los socialistas seguidores de Owen, y subsistió durante años en algún fondo de las entrañas de la Sociedad Cooperativa Mayorista. Encuentra Thompson un síntoma de su final desaparición en el hecho de que se haya podido aceptar, durante tanto tiempo, un cuadro abreviado y economicista del motín de subsistencia, como respuesta directa, espasmódica e irracional al hambre; un cuadro que es en sí mismo un producto de la economía política que «...redujo las reciprocidades humanas al nexo salarial» (Thompson, 1995: 292-3). Ese nexo salarial ahora en crisis, tiempo de un nuevo tiempo que estos autores latinoamericanos avizoran como de la solidaridad, la comunidad, contracara del capitalismo, la riqueza popular.
   Como ya se dijo, designar un objeto como popular es declararlo tal en nombre de una organización o de un poder que depende de una institución racional, y es en ella, como lo dice Michel de Certeau, que se realiza una separación entre la razón y su «resto; un resto que esta autoridad (o poder) aspira a recuperar: «La razón tiene su propio tesoro escondido dentro del pueblo e inscrito en la historia» (Nota 14). Los autores enfatizan la necesidad de que lo popular vaya adquiriendo cada vez más, no significación política, pues de por sí la tiene, sino organización política. Para ello, no recurren a organizaciones o partidos políticos ya estructurados (o históricos) de América Latina en sus distintas versiones locales (Nota 15) sino, por el contrario propone hacer efectiva la concepción gamsciana de que se debe partir del buen sentido que radica en el desagregado y caótico sentido común que se encuentra en dichos sectores (Nota 16).
   Procurando una síntesis de la definición de lo popular que nos proponen estos autores para el caso de la economía, ésta se acerca a la propuesta por Stuart Hall para la cultura popular. Para este último autor lo popular contempla aquellas formas de actividades cuyas raíces están en las condiciones sociales y materiales de determinadas clases y que han quedado incorporadas a tradiciones y prácticas populares. Insiste en que lo esencial para la definición de la cultura popular son: las relaciones que definen a la cultura popular en tensión continua (relación, influencia y antagonismo) con la cultura dominante. Es un concepto de la cultura que está polarizado alrededor de esta dialéctica cultural, ya que trata el dominio de las formas y actividades culturales como un campo que cambia constantemente. Así Hall examina el proceso mediante el cual se articulan las relaciones de dominación y subordinación. Es decir, el proceso por medio del cual algunas cosas se prefieren activamente con el fin de poder destronar otras. Teniendo en su centro las cambiantes y desiguales relaciones de fuerza que definen el campo de la cultura; siendo su foco principal de atención la relación entre cultura y cuestiones de hegemonía (Hall, 1984:103-4), planteo que aparece en los autores citados, en especial en Palma.
   Es clara la distinción que hacen estos autores entre popular (como perteneciente al pueblo) y capital (como opuesto). Siendo así la categoría pueblo-popular notoriamente ambigua y excluyente. Al decir de Peter Burke «...a algunas partes del pueblo se las considera más pueblo que a otras» y esto lleva para él a la confusión de suponer que todo el mundo (en sentido de gente) comparte los puntos de vista de un grupo determinado, grande o pequeño (en el sentido de pueblo) (Burke, 1984:75). Agregando luego un comentario que considero pertinente recuperar, aunque, para este trabajo se debiera cambiar la palabra historia por economía (entendiendo la economía como la obvia ciencia social que es, aunque algunos a veces lo olviden):

«...me gustaría dedicar dos ¡vivas! a la historia popular; el primero por mostrarnos las estructuras sociales que sirven de base a los acontecimientos políticos y el segundo por devolverles la dignidad humana a las personas corrientes. Mi tercer ¡viva! me lo reservo para la historia total, una historia en la que por fin se borra la distinción entre nosotros y ellos» (ob.cit.:77).

   Pero hay un último comentario que quisiera hacer. Esto es, la necesidad, por parte de las distintas ciencias sociales, de entablar un diálogo de complementaridades con otros conocimientos, ya que sólo a través de estos encuentros pueden las disciplinas elaborar nuevas preguntas, forjar instrumentos de comprensión más rigurosos o participar, con otras, en la definición de espacios intelectuales inéditos. Para así, generar una postura que rompa con los campos de poder disciplinar que permitirá reencontrar a las ciencias sociales y a sus respectivas tradiciones, para generar nuevos conocimientos mestizos que permitan conocer la complejidad del mundo contemporáneo (Bergesio y García Vargas, 2001) y que sume, a su vez, formas distintas de conocer. Esta lectura que realicé, de autores latinoamericanos contemporáneos, procuró seguir este recorrido, proponiendo estos conocimientos mestizos que sugieren que las disciplinas y los conocimientos pueden ser intrínsecamente mixtos en su origen, más que históricamente puros y homogéneos, pero que se reinventan en el encuentro y la conformación y son, fundamentalmente, fértiles. Como lo señala Hannerz (1992:106): «Volviendo la vista hacia el futuro, el escenario del mestizaje está abierto».

NOTAS

1) Ver: «La cencerrada» en: Thompson (1995:520-94). El título original del ensayo era «Rough music», expresión inglesa para referirse al fenómeno que en castellano se denomina genéricamente como cencerrada. «Rough music» es el término que generalmente se ha usado en Inglaterra, desde finales del siglo XVII, para denotar una cacofonía desagradable, con o sin un ritual más complicado, con la que solía expresarse burla u hostilidad contra individuos que transgredían ciertas normas de la comunidad.
2) La siguiente sistematización no pretende ser exhaustiva sino solo presentar una vista panorámica del estado de la cuestión. En el presente trabajo se plantean solo las tres corrientes más difundidas.
3) La dificultad para seguir hablando en nombre de lo popular ha llevado, más que a un cuestionamiento radical del discurso y de las políticas de representación, a sustituir ese término por el de sociedad civil. La fórmula «sociedad civil» tiene la ventaja, a veces, de diferenciar a sus «voceros» del Estado, pero la variedad de sus representantes, el carácter a menudo antagónico de sus reclamos y la adhesión casi siempre minoritaria que los sustenta reproduce los problemas que había dejado irresultos la conceptualización de lo popular. Así como «lo popular» se fue volviendo inaprehensible por la multiplicidad de puestas en escena con que el folclor, las industrias culturales y el populismo político lo representan, hoy se usa sociedad civil para legitimar la más heterogénea manifestaciones de grupos, organismos no gubernamentales, empresas privadas y aun individuos (García Canclini, 1995b).
4) En este punto Palma esta retomando a Gramsci. Ver: Gramsci (1995:7-21).
5) La historia desde abajo aleja la atención de las élites o clases dirigentes, centrándose en las vidas, actividades y experiencias de las masas. Incluye diversas aproximaciones siendo una de ellas la de los/as historiadores marxistas británicos. Sobresale a su vez, la desarrollada como parte de la tradición francesa de Annales, en particular la historia de las mentalidades(mentalité)que se define como visión del mundo o un modo de pensamiento. Esta concepción excluye los sucesos y descuida la conciencia, acción y dimensión política de las relaciones humanas (Kaye 1989). Chartier (1996) sostiene que la historia cultural se enriqueció al liberarse de las definiciones tradicionales de la historia de las mentalidades, encontrando su fundamento e inspiración en autores como Foucault, de Certeau y Marin.
6) Lider Digger del siglo diecisiete en Inglaterra. Diggers era el nombre de un grupo de comunistas agrarios dirigidos por G.Winstanley y W.Everard. Sostenían que la guerra civil se había hecho contra el rey y los grandes terratenientes, y que, una vez ejecutado Carlos I, la tierra debía estar a disposición de los pobres para que éstos la cultivaran. En: C. Hill (ed.) (1983) Winstanley: The Law of Freedom and Otehr Writings. Cambridge:Cambridge University Press. (Originalmente 1973) y C. Hill (1978) «The Religion of Gerrard Winstanley». Past & Present, suplemento Nº 5.
7) Cl. Nicolet (1974) Le radicalisme. París: PUF; pág.54. Citado por Castel (1997:13).
8) Representada, por ejemplo en la frase: "El pueblo quiere saber de que se trata". Expresión que la historia tradicional argentina vincula al Cabildo abierto del 25 de mayo de 1810 y la Declaración de la Libertad.
9) Por ejemplo, en la "Asamblea Nacional de Piqueteros" en la Matanza-Argentina (julio 2001) uno de los expositores, representante de Mar del Plata, aclamó: "Hay que hacer una pueblada para tumbar a este gobierno".
10) La multitud popular es "...confusión, tumulto (homados) y manifiesta así su fuerza, se identifica con la inoportunidad (ochlos), con la bulla, con el disturbio, con el desorden (turba) que grita, manifiesta y se manifiesta como ruido, clamor, pero también que actúa y reacciona, aprueba, contradice o aclama" (Bolléme, 1990: 40).
11) En junio de 1847 se celebra en Londres el Primer Congreso de la Liga de Comunistas. Allí se le encomienda a Marx y Engels la redacción del Manifiesto cuya primera edición aparece en Londres en febrero de 1948. Lo redactó en su forma final Marx, pero estaba basado en un manuscrito de Engels: Los principios del comunismo (1847).
12) Es Hegel quien plantea que no hay sujeto si no es en el ámbito de la intersubjetividad, cuya plena realización está constituida por un pueblo libre. El sujeto ya no es el individuo sino el pueblo. Marx modifica el planteo hegeliano colocando la intersubjetividad en la clase, siendo esta el sujeto capaz de transformar la realidad.
13) Esta idea Bollème la toma de Blanqui, y después de él, de Van Gennep.
14) CERTEAU de, Michel (1975) L'Ecriture de l'Histoire. París: Gallimard, col. "Bibliothèque des histoires". Citado por Bollème (1990: 20).
15) Oponiéndose a la concepción leninista de que al proletariado o, en nuestro caso, a los sectores populares, se le inyectará conciencia "desde afuera".
16) En palabras de Ernesto "Che" Guevara ayudar a desarrollar "los gérmenes del socialismo" que se encuentran en el pueblo (Dri, 1997)

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