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Cuadernos de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales. Universidad Nacional de Jujuy

versão On-line ISSN 1668-8104

Cuad. Fac. Humanid. Cienc. Soc., Univ. Nac. Jujuy  no.54 San Salvador de Jujuy dez. 2018

 

ARTÍCULO ORIGINAL

Reflexiones en torno a la interacción social durante el Periodo Formativo (ca. 2000 AP) a partir del material lítico: Aportes desde un sitio en Quebrada de los Corrales, Tucumán, Argentina

(Reflections on the social interaction during the Formative Period (ca. 2000 BP) from the lithic material: Contributions from a site in Quebrada de los Corrales, Tucumán, Argentina)

Cecilia Mercuri*

* ICSOH/ CONICET.

Av. Bolivia 5150 - CP 4400 - Salta - Argentina. Correo Electrónico: ce_mercuri@yahoo.com.ar

Recibido el 28/02/18

Aceptado el 08/09/18

Resumen

Desde la conceptualización de Formativo como un concepto de larga duración (Korstanje 2005), se otorga un marco de referencia que permite un acercamiento a los actores sociales, sus elecciones, su vida cotidiana. En términos generales, en conjuntos líticos formativos del Noroeste argentino (NOA) se registra obsidiana no local, mayormente en puntas de proyectil pequeñas con pedúnculo destacado. Esto no sucede con el material lítico adscribible a estos momentos en Puesto Viejo, Quebrada de Los Corrales, en Tucumán, donde casi no se evidencia esta materia prima, las puntas de proyectil son de cuarzo y su diseño parece ser una continuidad de aquellos más antiguos. Los objetos son utilizados para negociar relaciones diferentes en distintas redes de interacción, entrelazando y vinculando diversos paisajes sociales y ecológicos. Entonces, la circulación de cultura material origina redes que influyen en la construcción de identidades, además de expandir las escalas espaciales y generar conexiones y relaciones sociales entre espacios y sujetos distantes. A partir del análisis del conjunto lítico de Puesto Viejo, se reflexiona en torno a estas cuestiones y deslizan algunas hipótesis que pueden dar cuenta de esta materialidad en su contexto histórico. Los resultados apuntan a pensar que los patrones observados en el material lítico no serían efecto de aislamiento geográfico sino que responderían a pautas sociales relacionadas con la identidad y/ o territorialidad, ya que la evidencia de interacciones con otras áreas del NOA es indudable, incluso desde otras materialidades.

Palabras Clave: Identidades; Interacciones sociales; Material lítico; Período Formativo; Territorio.

Abstract

Since the conceptualization of Formative as a long-term concept (Korstanje 2005), a frame of reference is granted that allows an approach to the social actors, their choices, and their daily life. In general terms in formative lithic assemblages non-local obsidian is registered mostly in small stemmed projectile points. This does not happen with the lithic material from those moments in Puesto Viejo, Quebrada de Los Corrales, in Tucumán, where there is almost no presence of obsidian and the projectile points are made of quartz and its design seems to be a continuity of ancient ones. Objects are used to negotiate different relationships in different interaction networks by interlacing and linking diverse social and ecological landscapes. In this sense, the circulation of material culture creates networks that have an influence in the construction of identities, in addition to expanding spatial scales and generating connections and social relations between spaces and distant subjects. From the analysis of the lithic assemblage of Puesto Viejo, we reflect on these issues and some hypotheses that can account for this materiality in its historical context are proposed. Results aim to think that observed patterns in lithic material would not be the result of geographic isolation but would respond to social patterns related to identity and/ or territoriality, since there is no doubt about the evidence of interactions with other areas of the NOA even from other materialities.

Keywords: Identities; Formative Period; Lithic material; Social interactions; Territory.

Introducción

Desde 2006 se está analizando material lítico proveniente de diversos conjuntos del Noroeste Argentino con fechados en torno a los 2000AP (Mercuri, 2006; 2009; 2011; 2012; 2014) cronológicamente asignables al período Formativo. En estos estudios se observó que los patrones que presentaban los conjuntos líticos no se explicaban en su totalidad por las pautas de movilidad y aspectos funcionales, sino que se destacaba la importancia de la organización social y el fortalecimiento de redes de interacción y circulación de obsidiana. Así, en sitios localizados en la Cuenca de San Antonio de los Cobres (Muscio, 2004), en la puna de Salta, si bien existen rasgos compartidos (como las puntas de proyectil en obsidiana), exhiben diferencias significativas en cuanto al uso y la presencia de las obsidianas alóctonas (cf. Mercuri, 2009). Asimismo, se detectaron diferencias respecto de la inversión de energía involucrada en la confección y mantenimiento de los instrumentos en obsidianas no locales, evidenciando diversidad en relación a la inclusión en redes de interacción particulares (Mercuri, 2009 y 2011).

Tarragó (1992) propone que hacia el 2000 AP, dos esferas de interacción económica y sociocultural separadas estaban funcionando en los Andes de Argentina, las cuales tendrían accesos independientes a recursos de largas distancias vía diferentes lazos sociales y políticos, que habrían sido mutuamente excluyentes. Análisis de procedencia de artefactos de obsidiana y fuentes potenciales (Yacobaccio et al., 2002) apoyan una relativa exclusividad de las esferas hipotetizadas desde momentos tempranos y a la vez sugieren la posibilidad de diferentes tipos de intercambios y sistemas de circulación coexistiendo (Yacobaccio et al., 2002). Incluso, la distribución espacial de las distintas variedades de obsidiana coincide a grandes rasgos con los principales estilos cerámicos (Lazzari et al., 2009).

El tema de las interacciones sociales se ha abordado a partir diversas líneas de evidencia desde los comienzos de la disciplina (Tartusi y Núñez Regueiro, 1995; González, 1963). Si bien estas relaciones se hacen presentes desde momentos tempranos del poblamiento americano, la mayor parte de la información proviene de épocas más tardías. En el proceso de optimizar sus posibilidades de reproducción social, probablemente desde el inicio del poblamiento americano, se desarrolló un patrón de alta movilidad que garantizó la circulación y complementación de productos esenciales tales como lana, carne, productos vegetales, sal, maderas, alucinógenos y hierbas medicinales (Tarragó, 1983).

Ahora bien, dada la variabilidad observada en los patrones de frecuencia e inversión de energía involucrada en la confección de artefactos de obsidiana en sitios puneños (Mercuri, 2006; 2009; 2011), se decidió seguir indagando y profundizar en este conocimiento, extendiendo el estudio a otras áreas del NOA. Por lo tanto, se comenzó a explorar la incidencia de las esferas de interacción mencionadas en diferentes zonas ecológicas, partiendo de que la variación observada en la distribución de obsidianas no responde meramente a una cuestión de necesidad de materias primas (Escola 2000; 2004b), ya que existe una redundancia en la asociación: obsidiana- diseño particular de punta de proyectil pedunculada. El objetivo de este artículo es reflexionar acerca de a qué se hace referencia cuando se habla de interacciones sociales durante el Formativo. Esto se ejemplifica a partir de un caso de estudio en la provincia de Tucumán, Argentina, el sitio Puesto Viejo 2, Estructura 1 y se plantean algunas hipótesis que pueden dar cuenta de esta materialidad en su contexto histórico.

Algunos conceptos teóricos

Sobre las interacciones sociales

En las acciones e interacciones entre los sujetos, materialidad y espacialidad es en donde tiene lugar la vida social (Kergaravat, 2010). Entonces, si se entiende que la arqueología estudia sociedades humanas (pasadas), se puede asumir que las acciones e interacciones entre las personas, la materialidad y el espacio pueden ser un punto de partida para estudiar los procesos sociales pasados. Los espacios en que se mueven las poblaciones pueden ser concebidos como construcciones sociales y culturales, paisajes con una fuerte raíz política (Dean, 2010) que implican una red de relaciones creada gradualmente a través de las interacciones y actividades cotidianas de la gente (Thomas, 2001).

Podemos acercarnos a un entendimiento del pasado estudiando la circulación de cultura material, ya que ésta tiene un rol activo en la conformación de redes de interacción: los objetos son utilizados para negociar relaciones diferentes en distintas redes de interacción, expandiendo el espacio y tiempo personal y social. A través del movimiento de objetos y sujetos y por medio de los ellos, se entrelazan diversos paisajes sociales (Lazzari, 1999). La circulación de cultura material crea redes de interacción que también pueden configurar espacios a partir de múltiples acciones como por ejemplo, intercambios (Lazzari, 1999). Estas redes construyen relaciones e identidades, además de expandir las escalas espaciales y generar conexiones y relaciones sociales (de parentesco, comerciales, rituales) entre espacios y sujetos distantes. Entonces, las redes sociales creadas por el movimiento de objetos, resultan útiles para abordar un espacio que de algún modo es resultado y también medio que estructura las prácticas sociales (Lazzari, 1999). Así, las estructuras sociales son el medio y el resultado de la interacción social, estableciéndose como reglas normativas y recursos materiales y sociales disponibles para los agentes (Dobres y Hoffman, 1994). En este sentido se puede pensar que la agencia social de las materialidades y de las actividades tecnológicas implica entender que la tecnología no hace referencia sólo a lo tangible de la producción de objetos, sino también a las múltiples dimensiones de la interacción social cotidiana (Dobres y Hoffman, 1994).

En suma, la interacción entre sociedades activa una serie de mecanismos y relaciones sociales que frecuentemente suponen la puesta en movimiento de bienes materiales, ideas y/o personas. Como práctica social, la circulación de bienes constituye un ámbito profundamente enraizado en contextos sociales, políticos e ideológicos, superando ampliamente requerimientos de carácter exclusivamente económico. Es más, los objetos en circulación no son arbitrarios sino que son apropiados dentro de entramados culturales que le otorgan sentido y valoraciones específicas (Hodder, 1982; Nielsen, 2008; Shanks y Tilley, 1987; Sprovieri, 2016, entre otros).

En la vida social, los objetos llegados de regiones lejanas evidencian y hacen presentes múltiples relaciones y actividades que han ocurrido de manera diferida en tiempo y espacio, y vinculan lugares geográficos que pasan a ser parte de un paisaje social construido a través de la experiencia (Sprovieri, 2016). Entonces, hablar de interacción lleva a pensar en espacios de encuentro, en movilidades y en traspasar lo meramente físico y espacial para plantear una multiplicidad de fines (políticos, económicos, rituales), circuitos y relaciones surgidas a partir de esas interacciones. Las interacciones sociales son el campo donde las relaciones sociales se actualizan y se reproducen, son espacios de negociación donde pueden surgir cambios. Así, la circulación de objetos y gente permite modificar la experiencia del espacio-tiempo constituida por las relaciones sociales (Lazzari, 2005).

Abordar la problemática de la interacción social, implica, por lo tanto, moverse entre diferentes escalas de análisis. Desde el campo arqueológico existen estudios que refieren a interacciones entre diferentes zonas ecológicas, entre grupos con diversas estrategias económicas, entre distintos grupos étnicos, entre espacios en áreas acotadas, y estos son sólo algunos ejemplos. Estas problemáticas generales se abordan desde el análisis de diversas materialidades, distintos aspectos de orden ergonómico y diferentes escalas. Por ejemplo, Cahiza y Sabatini (2016) sostienen que el análisis arqueológico de los espacios por los que se movieron las poblaciones permite un acercamiento que enriquece las posibilidades de explicar las interacciones del pasado entre las sociedades y el medio ambiente. En 2016, Coll propone el análisis de lugares de emplazamiento de los puestos temporarios de Fiambalá, Catamarca, ya que la organización espacial de actividades particulares y su materialización marcan la interacción entre las acciones humanas y el ambiente a lo largo del tiempo y se manifiesta en la reutilización, continuación o ruptura del uso del entorno construido. Al respecto de esta idea, es interesante destacar la escala de las interacciones (aunque el objetivo del autor es relacionar la sociedad con el entorno ecológico), como se expresó más arriba, la gestión del espacio implica negociaciones (pe. Gosselain, 2000). Sprovieri (2016), propone abordar un aspecto del tráfico interregional surandino desde un estudio puntual de prácticas de circulación y consumo de bienes que permita evaluar las trayectorias de estos en términos de sus movimientos, sus usos y tal vez de sus valoraciones. Con este fin, considera los procesos de circulación de bienes, recursos e ideas que tuvieron lugar entre las poblaciones del valle Calchaquí central durante el Período de Desarrollos Regionales. Desde las materias primas líticas, Martínez y colaboradores (2016), apelan a una mejor comprensión de las conexiones/interacciones entre poblaciones puneñas y vallistas desde momentos tempranos, identificando materias primas de origen puneño en un sector de valles. Esto abre un interesante espectro social y tecnológico a explorar en cuanto a la definición de un modelo de movilidad e interacción que explique dichas evidencias.

Como ya se dijo, dado que las interacciones implican y facilitan de un modo u otro la reproducción social, a través de su análisis se puede observar territorialidad e identidad. Sabatini y Garate (2016), proponen una manera de conocer o abordar los modos de organización de las sociedades a través del estudio de la arquitectura ya que esta, refleja la estructuración del espacio y las interacciones cotidianas de la gente que lo habita. En esta escala de análisis se evidencia cómo se estructura el espacio cotidiano, y cómo esto podría ser un indicio de escalas más amplias, donde interactúan con otras poblaciones y espacios. La espacialidad y el manejo cotidiano del territorio propician relaciones y actividades formando una identidad común.

Los objetos, diseños y su distribución no son aleatorios, sino que implican una elección y cierto grado de negociación. Y la circulación de estos bienes, en tanto práctica social, se constituye como una trama estructurante de las sociedades. Entonces, las interacciones sociales se manifiestan en múltiples niveles y escalas, dejando sus huellas en las materialidades, objetos abordables desde la arqueología.

Ahora bien, al principio se mencionó que las investigaciones previas se realizaron con material de conjuntos fechados en torno a los 2000 AP, 1º milenio de la era, Período Formativo.

Sobre las interacciones sociales durante el Formativo

El Formativo fue entendido inicialmente como un estadío en la historia cultural americana, en el cual se había difundido la cerámica y la agricultura a través del continente (pe. Ford, 1969). Tras esta idea subyacía un pensamiento normativo de la sociedad y difusionista acerca del cambio (Franco Salvi et al., 2009). Hacia los 1970 y 1980se comienza a investigar sociedades formativas en el NOA. Y ya no sería el Formativo un estadío histórico cultural sino una etapa, caracterizada por una serie de atributos (cf. Franco Salvi et al., 2009). Así, el concepto pasó a dar cuenta de un tipo de sociedad con rasgos específicos: el Formativo se convertía en una etapa caracterizada por una economía de base predominantemente productiva (agropastoril), un modo de vida sedentario y el manejo de diversas tecnologías (cerámica, textiles, metales, etc.) (Olivera, 1988; Tarragó, 1992, entre otros). El concepto Formativo es despojado de contenido temporal, resultando aplicable a infinidad de sistemas culturales. Adquiere carácter de presupuesto general y se concibe la idea de que el mundo social se rige por mecanismos causales externos a los actores sociales que lo conforman. Se genera cierta tendencia a considerar que la conducta humana es el producto de fuerzas no comprendidas ni gobernadas por los agentes y que la realidad social es algo exterior a los individuos (Franco Salvi et al., 2009). Posteriormente, la investigación arqueológica se empieza a interesar en los aspectos históricos y la diversidad de los procesos para diferentes regiones. Por ejemplo, Korstanje (2005) propone por un lado, concebir al Formativo como un concepto de larga duración que permite ver los procesos como un juego dialéctico entre la continuidad y discontinuidad histórica. Por otro, esta conceptualización, permite liberar de la tradición “cultural” a esta periodización, ya que no se asume a priori ni culturas, ni cambios políticos, ni jerarquización social ante una acumulación determinada de rasgos culturales. De este modo, otorga protagonismo a los actores sociales, y será su accionar -sus elecciones, su vida cotidiana, su forma de producir, consumir e intercambiar- la expresión histórica de la materialidad (Franco Salvi et al., 2009, entre otros), poniendo en juego el plano consciente de la acción de las personas.

Aquí se adopta esta perspectiva, ya que implica considerar a los hombres y mujeres que conformaron las sociedades de hace 2000 años, explícitamente como personas, sujetos actuantes y conscientes de sus decisiones, las cuales no tienen que ser necesariamente respuestas óptimas a condicionantes ecológicos o funcionales y pueden estar vinculadas con aspectos del entorno social.

Las interacciones entre diferentes zonas ecológicas son una manera de dar respuesta a, por ejemplo, aprovisionamiento de materias primas y recursos, pero fundamentalmente al establecimiento de lazos sociales. En las interacciones sociales se implican e imbrican diversos procesos como la transmisión de información (Wobst, 1977) y el intercambio (cf. Lazzari, 1999, entre otros). En este sentido, motivos en arte rupestre que se repiten en regiones distantes o diseños y materias primas en puntas de proyectil localizados tanto en zonas bajas como en puna son evidencia de acciones de aprendizaje, negociación y modificación de contenidos simbólicos y sociales, haciéndose evidentes la multiplicidad de interacciones de distinta modalidad y escala en sociedades del NOA en el período 3000 – 1000 AP (e.g. De Feo, 2015; García et al., 2015; Ratto et al., 2015).

Como se señaló, los procesos de interacción social, si bien ya se evidencian desde el Holoceno temprano, se acentuaron fundamentalmente con la consolidación de economías productivas (López, 2016; Tarrago, 1992, entre muchos otros), haciéndose explícitos tanto en bienes relacionados a la subsistencia así como a otros objetos sin un vínculo directo y necesario con esta.

Hacia el 2000 AP, los patrones observados en el registro arqueológico muestran un panorama complejo: esferas de circulación e interacción social, que mueven diversas materialidades, que se superponen formando un entramado donde intervienen bienes materiales de diversos tipos (Scattolin y Lazzari, 1997) e ideas, dando forma a un sistema dinámico en equilibrio. En líneas generales, los conjuntos artefactuales presentan una variabilidad que se puede asociar a las prácticas predominantes de pastoreo y, agricultura. Pero la distribución de diseños artefactuales y materias primas tiene también una significancia social como un modo de mantener y reproducir lazos sociales en un contexto de sociedades con economías productivas incipientes y el riesgo que estas prácticas pueda implicar. Analizando la proveniencia de artefactos y fuentes potenciales de obsidiana, Yacobaccio y colaboradores (2002) postularon la existencia de dos esferas de interacción principales que conectaron diversas áreas del NOA. La distribución espacial de las distintas variedades de obsidiana coincide a grandes rasgos con los principales estilos cerámicos (cf. Tarragó, 1992).En principio, la evidencia del material obsidiánico apoya cierta exclusividad de las esferas hipotetizadas desde momentos tempranos, y a la vez sugiere la posibilidad de diferentes tipos de intercambios y sistemas de circulación coexistiendo (Yacobaccio et al., 2002). Estos circuitos de interacción de obsidianas se piensan como esferas de circulación donde el conflicto social y las relaciones de poder están prácticamente ausentes y la reciprocidad es la norma de la cohesión social (Yacobaccio et al., 2002). De acuerdo con los autores, el punto fuerte del modelo es la dependencia en relaciones flexibles tipo red, casi personales.

La relación entre los sujetos y los objetos se encuentra mediada por atributos formales de estos últimos, los cuales les permiten formar parte de una serie de actividades y no otras (aunque las funciones nunca son excluyentes) en términos de un abanico de posibilidades (Schiffer, 1999). Es decir, un objeto, en virtud de su diseño, es apto para formar parte de una serie de actividades y no de otras. Además de las propiedades formales que permiten la inclusión en actividades específicas, los objetos también tienen propiedades sensoriales que los hacen participar en diferentes modalidades sensoriales (Vaquer, 2012) y es por sus propiedades de diseño sumadas a sus contextos situacionales que los objetos nos movilizan, “hacen… hacer cosas” (cf. Vaquer, 2012: 23).

En los conjuntos puneños de alrededor de 2000 AP se observa una regularidad en cuanto al diseño y materias primas de puntas de proyectil. Se trata de piezas pedunculadas de limbo triangular y tamaño pequeño, confeccionadas en obsidiana, las cuales aparecen tanto en el sur, en la Puna de Catamarca (Escola, 1987; 2000; Ratto, 2003), como al norte, en Salta y Jujuy (Cigliano et al., 1976; Mercuri, 2012), incluso también en la vertiente oriental de los Andes (Carrasco, 2002; Rees y de Souza, 2004, entre otros). Esta recurrencia no puede estar únicamente relacionada con los requerimientos técnicos del sistema de armas al que pertenecen las puntas de proyectil, ya que se registran en otras materias primas y otras morfologías. La distribución de estas piezas particulares explicita las esferas de distribución de obsidianas Ona y Zapaleri (Yacobaccio et al., 2002 y 2004). Así, en los sitios con fechados formativos de Antofagasta de la Sierra, Catamarca, se detecta una alta frecuencia de la variedad Ona, combinada con Cueros de Purulla (Escola, 2004b), Laguna Cavi, Salar del Hombre Muerto (Elías y Escola, 2010; Mamaní Segura et al., 2008, entre otros) y en menor frecuencia Archibarca (J. Martínez com pers), además de otras fuentes desconocidas. Este patrón de presencia de materias primas también se registra en otros sitios de Catamarca como los que se encuentran en la falda del Aconquija (Lazzari, 1997, 2006; Scattolin y Lazzari, 1997) y en Tucumán (Oliszewski y Mauri com pers.). Por otro lado, hacia el norte, predomina la variedad Zapaleri, generalmente asociada a la proveniente de Tocomar (provincia de Salta) en sitios como Hornillos, en Jujuy, Las Garzas y en Las Cuevas en Salta. En este último caso se registra la presencia tanto de Zapaleri como de Ona (De Feo, 2011) al igual que sucede en Quebrada Alta (Salta) (Mercuri, 2012; Mercuri y Restifo, 2014), estando estos sitios localizados en áreas de transición ecológica entre puna y valles. En sitios de la vertiente oriental de la cordillera, como Tulán y Quillagua (Núñez et al., 2006, Carrasco 2002), se observa, además de obsidiana Zapaleri, variedades que han sido detectadas en el área de San Antonio de los Cobres (cf. Mercuri y Restifo, 2014; Núñez et al., 2006).

Esta distribución regional de materias primas y diseños artefactuales particulares también está hablando de una interacción social extraregional. De un modo u otro tiene una significancia social como un modo de mantener y reproducir lazos sociales dentro de un contexto de sociedades con economías productivas incipientes y el riesgo que estas prácticas pueda implicar. El pasaje hacia la producción de recursos es traumático en el sentido que es un proceso que involucra cambios no sólo económicos, pero también altera lo referente a la organización social, los patrones de movilidad, etc. (López, 2008). Y en estos contextos, adquieren relevancia las redes de reciprocidad y lazos sociales que conformen un reaseguro que pueda acoger a las poblaciones que no logran adoptar con éxito las nuevas tecnologías.

Por lo general, en los conjuntos líticos formativos, las demandas funcionales se vieron cumplidas a través de una tecnología de núcleos amorfos acompañada de instrumentos no estandarizados, con bajo grado de modificación y corta vida útil (Escola, 2000). Por otra parte, exceptuando artefactos relacionados a tareas de molienda y las puntas de proyectil, la utilización aleatoria de materias primas en la confección de distintas piezas de una misma clase instrumental revela el uso poco selectivo de las mismas. Entonces, se podría afirmar que gran parte de los conjuntos presentan características de diseño utilitario (Escola, 2000): formas de filo simples y configuraciones discretas de borde se ajustan, con un mínimo gasto de tiempo y energía, a necesidades predecibles y de corto plazo (Escola, 2004a). Las estrategias expeditivas si bien no aportan soluciones eficientes, dejan margen para el desarrollo de otras actividades con el tiempo ganado, como tareas relacionadas con otras tecnologías. Son conjuntos que podría decirse típicos de poblaciones con movilidad reducida, por un lado, con artefactos que tienden a cierta maximización de materias primas de procedencias lejanas y una mayor inversión de energía en artefactos asociados a tareas agrícolas (como las palas y azadas) y por otro, artefactos que muestran una menor inversión de energía y que pueden estar formatizados o no (cf. Parry Kelly, 1987), asociados con actividades de procesamiento.

Entonces, considerando que el registro arqueológico es concebido como el resultado material de prácticas sociales (y de alteraciones postdepositacionales) de individuos (Salazar y Franco Salvi, 2015), siendo éstos sujetos históricos activos con objetivos propios, que toman decisiones y actúan de acuerdo a ellas, en un marco de condiciones tanto objetivas como subjetivas que los limitan (y no los determinan) y que son característica de un lugar y una época (Franco Salvi et al., 2009), se ejemplifica con un caso de estudio de material lítico en el área de la Quebrada de Los Corrales, Infiernillo, Tucumán.

Materiales y métodos: El caso de estudio

Para generar una mayor comprensión de las dinámicas de la interacción social en el pasado, los arqueólogos debemos explorar las relaciones no sólo entre los artefactos sino también en los contextos físicos y sociales de las actividades llevadas a cabo. En este sentido, una somera descripción del marco ecológico es útil para conocer el contexto en el cual se movieron las poblaciones bajo estudio. Este aspecto es de importancia, ya que, aun considerando que el ambiente no es un determinante para el poblamiento humano, sí es en algún sentido, condicionante de ciertas prácticas y costumbres. Por lo tanto, es esperable que en diversos ambientes se desarrollen distintas estrategias en relación con la subsistencia, el asentamiento, la organización y movilidad de los grupos, etc. Entonces saber, al menos a grandes rasgos, qué recursos existen en el área y su distribución, es fundamental para comprender el contexto de los hallazgos. En este sentido, en el marco del análisis de la variabilidad del registro lítico es de suma relevancia el estudio de la base regional de estos recursos, lo cual implica el conocimiento de su estructura y la identificación y caracterización de fuentes de aprovisionamiento (Escola, 2000).

El área de estudio corresponde a la microrregión de la Quebrada de los Corrales, ubicada a unos 3000 msnm, en el Abra de El Infiernillo, provincia de Tucumán. La zona constituye una quebrada de altura entre Valles Calchaquíes y el Valle de Tafí. Fitogeográficamente se ubica en la Provincia de la Prepuna, caracterizándose por presentar suelos pobres con una vegetación donde alternan pastizales de altura y matorrales mesofíticos (Cabrera, 1976). Específicamente, la quebrada cubre una superficie aproximada de 28 km2 (Oliszewski et al., 2008).

Desde 2005 se vienen realizando investigaciones arqueológicas sistemáticas insertas en los proyectos dirigidos por la Dra. Oliszewski. Si bien en un principio estos estudios se orientaron a explorar la evidencia de sociedades sedentarias y productoras de alimentos, en un lapso entre ca. 2100– 1560 años AP (Oliszewski, 2011), excavaciones en el sector residencial sur de Puesto Viejo 1 (Oliszewski et al., 2008; Di Lullo, 2010), permitieron definir una secuencia estratigráfica que excede ampliamente el rango propuesto, con dataciones que van desde Holoceno Medio inicial al Tardío (Martínez et al. 2011 a, b y 2013). Esto profundiza en más de 6000 años el rango temporal que se conocía para ocupaciones humanas de la Quebrada de Los Corrales.

El uso del espacio en esta área se da de un modo particular teniendo en cuenta los patrones registrados (Berberián y Nielsen, 1988), ya que los sectores donde se emplazaron las estructuras productivas (agrícolas y pastoriles) se encuentran separados de aquellos donde se instalaron las unidades residenciales, recintos circulares de piedra, cuyo diseño arquitectónico asemeja al denominado “patrón margarita” o “Tafí” típico del valle de Tafí (Oliszewski et al., 2015), ubicado a unos pocos kilómetros del área de estudio (Di Lullo, 2010; 2012; Oliszewski et al., 2010; Oliszewski, 2011). Las estructuras residenciales se agrupan en el área meridional de la quebrada, en ambas márgenes del curso superior del río Los Corrales, en un sector denominado Puesto Viejo. Para su estudio este último ha sido dividido en dos sectores: Puesto Viejo 1 (PV1) en la margen oeste y Puesto Viejo 2 (PV2) en la margen este (Di Lullo, 2010; 2012; Oliszewski et al., 2010). En superficie, asociados a estas estructuras, se ha registrado gran cantidad de materiales arqueológicos como tiestos cerámicos, artefactos líticos, material óseo (Gramajo Bühler, 2009; Martínez et al., 2011a, b y 2013; Mercuri y Mauri, 2013; 2015a; Muntaner, 2012; Oliszewski, 2011; Srur y Oliszewski, 2013).

En el año 2008, se realizó la excavación de una estructura en PV2. De la misma se obtuvieron fechados en torno al 0 de la Era Cristiana. La estructura 1 (de aquí en más, E1) está emplazada en el sector medio de PV2 y se conforma de un recinto o patio central de unos 15 metros de diámetro y cuatro de menor tamaño (3-5 metros de diámetro) adosados. La técnica constructiva utilizada en la fabricación de la estructura del “patio” y los recintos, es similar: muros de piedra simple aglomerados en una matriz más fina, llegando a un espesor de unos 60 cm en promedio. El abordaje desde múltiples líneas de análisis permitió determinar que tanto el patio central como el recinto excavado se habrían construido en simultáneo hacia ca. 1750 años AP (Caria y Oliszewski, 2015 y ver Mercuri, 2017, entre otros). Si bien ambos recintos fueron ocupados al mismo tiempo, el patio presenta un diseño semisubterráneo, mientras que recinto adosado presenta un diseño de un sólo nivel de piso superficial.

Las características y la variedad de los hallazgos arqueológicos aportaron mucha información. Se recuperó desde material lítico y cerámico hasta arqueobotánico y óseo. Los fragmentos cerámicos decorados son todos asignables al 1º milenio d. C como Vaquerías, Ciénaga y Candelaria (Gramajo Bühler, 2009). Los restos arqueobotánicos evidencian la presencia de plantas alimenticias tanto silvestres (algarrobo y chañar) como domésticas (maíz), que termoalterados y asociados a fragmentos óseos de camélido, se interpretan como desechos de consumo (Oliszewski, 2009; Srur y Oliszewski, 2013) y permitieron proponer que la E1 se trata de una unidad doméstica en la cual se habrían llevado a cabo diversas actividades cotidianas, entre las cuales el consumo y descarte de recursos alimenticios tuvo un papel principal (cf. Mercuri y Mauri, 2015a, Srur y Oliszewski, 2013).

En este artículo, como ya se mencionó, se hace un análisis a partir del conjunto lítico de la E1 de PV2. Dado que los resultados de ese estudio ya han sido publicados (Mercuri, 2017; Mercuri y Mauri 2013; Mercuri y Mauri 2015a; Mercuri y Mauri 2015b) aquí se presenta un resumen de los datos en función de poder discutirlos en el marco de las conceptualizaciones teóricas desarrolladas más arriba.

A partir del análisis de los conjuntos líticos, se observa por un lado, una alta frecuencia de muescas y otros filos que pueden asociarse con tareas específicas como por ejemplo la formatización y recambio de astiles. Por otro lado, se registran artefactos que sugieren la realización de tareas de orden doméstico, tales como cuchillos y cortantes. Asimismo se observa una relativa alta frecuencia de artefactos compuestos (Mercuri y Mauri, 2015a). Éstos suelen estar asociados al manejo de materias primas costosas (Escola, com pers) y, por su carácter de transportabilidad, a sociedades altamente móviles como son las cazadoras recolectoras. En este caso, los hallamos en sociedades agropastoriles plenas, donde jugarían un rol más ligado al aprovechamiento de soportes que a la movilidad (Mercuri, 2017). Se puede pensar, por ejemplo, que multiplicidad de tareas simultáneas podrían conducir a la conformación de conjuntos en los cuales la practicidad haya sido un factor primordial, y en este sentido, los artefactos versátiles se tornan adecuados (Mercuri, 2017). No obstante, en el marco del análisis general del conjunto lítico (y siguiendo la propuesta de Korstanje, 2005) es interesante pensar a los artefactos compuestos como parte de la memoria social. Es decir, instrumentos que se siguen haciendo desde momentos más antiguos, ya que los objetos líticos forman parte de los grupos humanos y se encuentran incrustados en las relaciones sociales de dicho grupo, transmitiéndose en forma tradicional (Leroi-Gourhan, 1971 [1965]; Lemonnier 1992).

Con respecto a las materias primas sobre las que están confeccionados los instrumentos, son mayormente cuarzos locales, al igual que en áreas aledañas al caso de estudio (Videla, 2011; Montegú, 2016). En el conjunto total predomina el cuarzo, mientras que en los artefactos formatizados, la andesita. Ambas rocas presentan una alta disponibilidad en el área. La elección puede responder a varios factores. Pensando en múltiples actividades a realizarse con el instrumento, la andesita puede ser elegida por ser una materia prima en algún sentido más versátil y duradera que el cuarzo, ya que sus filos formatizados tienden a ser más resistentes. Pero también se puede pensar que se están aprovechando instrumentos de momentos anteriores como forma base. En TPV1 (antes Taller Puesto Viejo 1), hacia el suroeste de Puesto Viejo 1, se detectó una gran concentración de material lítico en superficie de características arcaicas (cf. Martínez et al., 2011a y b). El material lítico recuperado se encuentra mayormente confeccionado en andesita, siendo artefactos medianos o mediano- grandes producidos mediante adelgazamiento bifacial. Las puntas de proyectil están confeccionadas en andesita, cuarzo y en menor medida, en basalto, obsidiana y cuarcita, que son alóctonas. Aquellas piezas que presentan pedúnculos (principalmente esbozados) registran lascados alternos. Posteriores excavaciones permitieron establecer una sólida cronología para el área del Infiernillo desde hace unos 7000 años AP (Martínez et al., 2011a, b; 2013) y constituir una secuencia en la cual se observan ciertas tendencias en cuanto a materias primas líticas: entre 7000 y 3000 años AP habría predominado el uso de la andesita seguida del cuarzo, continuando esta tendencia hacia el 1º milenio de la Era (Martínez et al., 2011a; Mauri et al., 2010).

En E1, si bien se registra la presencia de obsidiana de la variedad proveniente de Ona (Martínez et al., 2016.), tanto en capa como en superficie, predominan puntas de proyectil de pedúnculo esbozado pequeñas (sensu Aschero, 1975) confeccionadas en cuarzo local sobre bifaz como forma base, forma geométrica global oval o romboidal y limbo triangular (figura 1). Sonartefactos con adelgazamiento bifacial (cf. Aschero y Hocsman, 2004) manufacturados por retoque extendido+microretoque parcialmente extendido, con sección transversal biconvexa simétrica. La situación de los lascados del limbo es bifacial, mientras que en el pedúnculo son alternos. A partir de este análisis tecnomorfológico, se observan en su confección algunos rasgos (pe, características generales del contorno, del pedúnculo, forma base) que parecen representar una continuidad con las puntas de proyectil de andesita y cuarzo de momentos anteriores (Mauri y Martínez, 2009; Mauri et al., 2010, Mercuri y Mauri, 2015b). Existe la posibilidad, también, que los instrumentos más antiguos hayan sido utilizados como formas base (ver también sobre este punto Somonte, 2007), aunque hasta el momento no se han registrado evidencias concluyentes de reclamación.

Figura 1. En la parte superior, artefactos provenientes de TPV1 datados en 4000 AP. Abajo a la izquierda, puntas de proyectil y preformas en cuarzo, datadas en torno a los 2000 AP. En ambos casos, la formatización de los sectores basales es por lascados alternos. En el recuadro, típicas puntas de proyectil formativas de obsidiana variedad Zapaleri provenientes de San Antonio de los Cobres (tomado de Mercuri 2011) a modo de comparación.

Discusión y conclusiones

Es desde la conceptualización de Formativo como un concepto de larga duración (Korstanje, 2005), el cual permite ver los procesos como un juego dialéctico entre la continuidad y discontinuidad histórica, que se pueden entender las prácticas y modos de hacer de un determinado momento. Al contextualizar históricamente, se otorga un marco de referencia que permite un acercamiento a los actores sociales, sus elecciones, su vida cotidiana, su forma de producir, consumir e intercambiar, poniendo en juego el plano consciente de la acción de las personas. Si bien en términos generales en conjuntos líticos formativos de gran parte del NOA se registra obsidiana no local, mayormente en puntas de proyectil pequeñas con pedúnculo destacado, esto no sucede con el material lítico en Puesto Viejo. En este caso, casi no se evidencia obsidiana y las puntas de proyectil están confeccionadas en cuarzo, presentando un diseño particular que remite a algunos de los tipos más antiguos hallados en TPV1 (Martínez et al., 2013; Mauri y Martínez, 2009). Como ya se mencionó, se observan algunos aspectos tecnomorfológicos del diseño en estos artefactos que permiten pensar en una continuidad con relación a la tecnología lítica (Mauri y Martínez, 2009; Mauri et al., 2010).Estas cuestiones no se deben a un aislamiento de tipo geográfico ni social, ya que por ejemplo, en otro tipo de materiales como la cerámica, se registran estilos de amplia distribución similares a aquellos descritos como característicos de momentos formativos en el NOA (ver supra y Gramajo Bühler, 2009). También en cuanto a la arquitectura de Puesto Viejo se evidencian interacciones a nivel regional (ver más arriba).

Por lo tanto, en el caso de Puesto Viejo la utilización de determinadas materias primas y diseños de artefactos responde a una decisión cultural, situación que hace pensar en ciertas pautas sociales relacionadas con la identidad y territorialidad (ver entre otros, Aschero et al., 2006; Martel, 2004), involucrándolo, cual no necesariamente implica un conflicto con otros grupos humanos.

En términos generales, es clara la evidencia de interacciones con otras áreas del NOA. Se observa desde la cerámica, desde la arquitectura… pero desde el material lítico, la evidencia se hace un poco difusa. Como ya se dijo, existen semejanzas con conjuntos de zonas aledañas como Tafí o El Cardonal en relación a la elección de materias primas, éstas pueden responder a factores de índole ecológica y disponibilidad de rocas para la confección de artefactos. La particularidad del conjunto analizado no respondería tampoco a efectos de la conservación y formación del sitio, ya que si así fuera, ¿no se habría perdido también otra evidencia como la cerámica? Por otra parte, ¿cabe preguntarse qué motivó a esta población a tener una participación menos efectiva (en términos de aceptación de un tipo de artefacto particular) en las redes de distribución de obsidiana? O ¿esta sería meramente una pregunta retórica?, ya que, dada la complejidad de las sociedades humanas, esta cuestión podría únicamente comenzar a vislumbrarse a partir de la integración de diferentes líneas de evidencia del sitio en particular y del área en general.

Como ya se mencionó, la interacción entre sociedades activa una serie de mecanismos y relaciones sociales que ponen en movimiento de bienes materiales, ideas y/o personas y su circulación constituye un ámbito profundamente enraizado en contextos sociales, políticos e ideológicos adquiriendo significados y valoraciones específicas dentro de entramados culturales particulares.

Los objetos son utilizados para negociar relaciones diferentes en distintas redes de interacción, entrelazando y vinculando diversos paisajes sociales y ecológicos, como en el caso del material lítico son las esferas de circulación de obsidiana. La circulación de cultura material crea redes de interacción que también influye en la construcción de relaciones e identidades, además de expandir las escalas espaciales y generar conexiones y relaciones sociales (de parentesco, comerciales, rituales) entre espacios y sujetos distantes. Entonces, la decisión de formar parte y el carácter de esta relación es una negociación constante en la que también tienen incidencia las características ecológicas del paisaje. Los lugares de tránsito y los de ocupación persistente, podrían tener una significación particular por el hecho de ser espacios que permiten vincular zonas ecológicamente diferentes, en el primer caso y en el segundo, por ser puntos de relativa estabilidad. Estos dos tipos de lugares suelen confluir, como en el caso de Puesto Viejo. En la materialización de actividades particulares se estructura la interacción entre las acciones humanas y el ambiente a lo largo del tiempo y puede manifestarse en la reutilización, continuación o ruptura del uso del entorno construido.

Los lugares geográficos pasan a ser parte de un paisaje social construido a través de la experiencia (Sprovieri, 2016). Así, se establece una red de lugares que se relacionan mediante interacciones y actividades habituales realizadas en ellos. Por la proximidad y la afinidad que los grupos humanos han desarrollado con esos emplazamientos, debido a los hechos allí ocurridos, se los recuerda e incorpora a la memoria histórica de un grupo humano (Augé, 1998; Thomas, 2001). Entonces, hablar de interacción conduce a pensar en espacios de encuentro, en movilidades y en traspasar lo meramente físico y espacial para plantear una multiplicidad de escalas, espacios, fines (políticos, económicos, rituales), relaciones. Las interacciones sociales son el campo donde las relaciones sociales se actualizan y se reproducen, son espacios de negociación donde pueden surgir cambios y también afirmarse prácticas, modos de hacer, relaciones, manifestándose en una continuidad que no necesariamente implica que las mismas no estuvieron sujetas a reinterpretaciones. En el caso de estudio, las puntas de proyectil de cuarzo formativas con características tecnomorfológicas semejantes a los artefactos con fechados en torno al 4000 AP podrían ser interpretadas en este sentido como evidencia de continuidad tecnológica.

Entonces, dado que no parece ser consecuencia de la función primaria de los instrumentos, la elección de una nueva materia prima (cuarzo) (en momentos anteriores las puntas están confeccionadas en andesita) ¿podría deberse a cuestiones asociadas a la identidad de un grupo particular o a la identidad de la comunidad que habitaba Puesto Viejo?

A partir del conjunto lítico analizado, el cual remite en parte a actividades asociadas a sistemas de armas (manufactura de puntas de proyectil y astiles) podría hipotetizarse que su funcionalidad se vincula a grupos en situaciones de conflicto. No obstante, por el momento esta hipótesis dista de confirmarse ya que en Puesto Viejo no se registra evidencia en este sentido, como serían por ejemplo, signos de trauma en restos óseos o estructuras defensivas (Oliszewki, com pers). Así, se puede retomar la función primaria de las puntas de proyectil: la caza. Aunque el análisis de los restos faunísticos aún no es concluyente al respecto, la presencia de taruca (Srur y Oliszewski, 2013) podría ser evidencia de esta práctica, ya que para momentos formativos la caza no se abandona, siendo un importante complemento de los recursos domesticados (pe. Escola, 2000). Entonces, ¿por qué optar por este diseño particular y esta materia prima? Tal vez, por un lado, el hecho de conservar modos de hacer se relacione con fijar y mantener ciertas prácticas consideradas estructurantes de la sociedad. Por otro, el cuarzo si bien presenta mayores dificultades para la talla, sus propiedades ópticas (brillo, trasluscencia, etc.) podrían estar añadiendo algo extra a las puntas de proyectil y a quienes las fabrican. Entonces, en el caso de Puesto Viejo, desde el análisis del material lítico, podría hipotetizarse un cambio relativo a los significados de estas materialidades. Se podría pensar que sólo un grupo pasa a dedicarse a esta actividad, adquiriendo cierto prestigio, por lo que las puntas pasarían a ser una marca de identidad. Aunque tampoco puede descartarse, que el factor identidad esté funcionando a nivel de grupo más amplio (ver sobre este tema Ledesma, 2003), incluyendo a toda la comunidad de Puesto Viejo, ya que si se retoma el análisis de los artefactos compuestos y su relación con conductas más antiguas, se destaca la continuidad de prácticas llevadas a cabo por los pobladores del sitio. Particularmente, en este punto, por el momento, la evidencia parece indicar que el factor identitario estaría pasando a nivel de comunidad más que de una elite o grupo preferencial. No obstante, para contrastar estas hipótesis habría que sumar otras líneas de evidencia y eso escapa a los objetivos de este trabajo.

En el marco de las interacciones sociales, se vislumbran evidencias de negociación en múltiples niveles y esferas. Negociaciones que se dan en las prácticas cotidianas estructurándolas y, de algún modo, organizando la vida. Negociaciones, que, por otra parte, desde la conceptualización de Korstanje (2005) de Formativo en cuenta larga, se puede comprender en contexto. Es decir, en este caso, los artefactos líticos están dando cuenta de la historia de la gente de la Quebrada de Los Corrales.

Las materialidades nos permiten negociar de modo sincrónico, con otras poblaciones y espacios en una determinada época, pero también de modo diacrónico. Esto es, resignificando los objetos y otorgándoles nuevos sentidos de acuerdo a nuevas circunstancias, sucesos, coyunturas. Y eso incluye nuestra práctica y compromiso como arqueólogos.

Agradecimientos

A Jorge y Marce por leer versiones anteriores. Y derrumbarlas. A Nurit Oliszewski y Jorge Martínez por hacerme parte del equipo Infiernillo. A CONICET por su apoyo. A Osvaldo, Carlos y Marta del ICSOH, por los comentarios y aportes. Al Negro por guiarme con el abstract. A los evaluadores anónimos quienes han sido fundamentales para mejorar este trabajo. No obstante, todo lo aquí expresado es de mi entera responsabilidad.

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