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Cuadernos de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales. Universidad Nacional de Jujuy

On-line version ISSN 1668-8104

Cuad. Fac. Humanid. Cienc. Soc., Univ. Nac. Jujuy  no.57 San Salvador de Jujuy June 2020

 

REVISIONES

Trayectoria de las principales líneas de investigación en el estudio de restos humanos en el Noroeste argentino

(Path of the main research lines in study of human bones from the Argentine Northwest)

Verónica Seldes* - Elvira Inés Baffi**

* CONICET - Instituto de Ciencias Antropológicas - sección Antropología Biológica - Facultad de Filosofía y Letras - UBA. Puan 480 - CP 1420 - CABA - Argentina. Correo Electrónico: vseldes@gmail.com https://orcid.org/0000-0002-6886-0379

** Universidad de Buenos Aires - CONICET - IDECU - Museo Etnográfico – FFyL – UBA - Moreno 350 – CP 1407 – CABA - Argentina. Correo Electrónico: einesbaffi@yahoo.es

Recibido el 03/09/19
Aceptado el 09/03/20

Resumen

En este trabajo se reseñan las principales tendencias epistemológicas que guiaron los estudios de restos humanos en el Noroeste Argentino. La historia de estos estudios se remonta a fines del siglo XIX con investigaciones realizadas bajo paradigmas evolucionistas y enmarcadas en el proyecto colonialista y nacionalista de conformación del Estado–Nación. Posteriormente la Escuela Histórico–Cultural y su mirada estereotipada de los pueblos originarios marcó las investigaciones arqueológicas y de antropología biológica desde los años 20 hasta entrados los 80. El surgimiento de la Nueva Arqueología significó un momento de grandes cambios para la arqueología y el estudio de restos humanos, proceso que se impuso tardíamente en Argentina por los acontecimientos sociopolíticos del país y por la superviviencia de la Escuela Histórico - Cultural. En los `90 los debates en torno a las escuelas procesuales implicaron una lenta apertura a las nuevas teorías derivadas del postprocesualismo, lo cual aún resulta incipiente en la bioarqueología del noroeste argentino pero permitió generar nuevas preguntas de investigación. De esta manera, los estudios de restos humanos en dicha región fueron abordadas desde diversas perspectivas teóricas que implicaron abordajes e interpretaciones muy disímiles a lo largo del tiempo. Este recorrido sobre la trayectoria de la práctica profesional se considera un camino ineludible ya que permite comprender los lineamientos y posicionamientos teóricos de las diferentes investigaciones que se vienen desarrollando en los últimos años en la bioarqueología del noroeste de Argentina caracterizados por la convivencia de diferentes marcos teóricos.

Palabras Clave: Antropología Biológica, marcos epistémicos, noroeste argentino, perspectiva histórica.

Abstract

In this work, the main epistemological tendencies that guided the studies of human remains in the Argentine Northwest are reviewed. The history of these studies dates back to the end of the 19th century, with research carried out under evolutionary paradigms and framed in the colonialist and nationalist project of state-nation formation. Subsequently, the Historical-Cultural School and its stereotyped view of the original peoples marked archaeological and biological anthropology research from the 20s until the 80s. The emergence of the New Archeology meant a time of great changes for archeology and the study of human remains, a process that was belatedly imposed in Argentina by the socio-political events of the country and by the survival of the Historical - Cultural School. In the ‘90s the debates about the procedural schools implied a slow opening to the new theories derived from postprocessualism, which is still incipient in the bioarchaeology of the Argentine northwest but allowed to generate new research questions. In this way, studies of human remains in this region were approached from various theoretical perspectives that involved very different approaches and interpretations over time. This journey on the trajectory of professional practice is considered an inescapable path since allows us to understand the guidelines and theoretical positions of the different investigations that have been developed in recent years in the bioarchaeology of northwestern Argentina characterized by the coexistence of different theoretical frameworks.

Keywords: Biological Anthropology, epistemological tendencies, Northwest Argentine, historic perspective.

Introducción

Las comunidades científicas tienen una dinámica social que está atravesada por cuestiones tales como los sistemas de valores imperantes, las disputas en torno al poder y a los espacios de investigación, por citar algunas problemáticas que van determinando la prevalencia de ciertos paradigmas y prácticas científicas en un momento determinado (Bourdieu, 2003). Tomando esto en consideración, se propone reseñar las tendencias epistemológicas que han servido como modelos para los estudios de restos humanos desde fines del siglo XIX hasta nuestros días en el noroeste argentino (NOA1). No se trata solo de un desarrollo histórico – descriptivo sino que se intenta reflexionar sobre lo que Bourdieu (2003) denominó “marcos epistémicos” en tanto “sistema de pensamiento, rara vez explicitado, que permea las concepciones de la época en una cultura dada y condiciona el tipo de teorizaciones que van surgiendo en diversos campos del conocimiento” (García, 2000:157). De esta manera, un estudio crítico como el que se espera realizar de la historia de la antropología física/bioarqueología se nutre de la evaluación de los condicionantes sociales, esto es, tomando en consideración la dimensión social e histórica del desarrollo de la disciplina, que dio lugar a lo largo del tiempo al predominio de determinados paradigmas y procesos estrechamente vinculados con los procesos sociopolíticos del país. (Garcia Menéndez, 2001, Politis, 1995).
Este trabajo no intenta constituirse en una reseña exhaustiva de los trabajos de antropología física/bioarqueología del NOA, sino dar cuenta de las tendencias epistemológicas que predominaron en las diferentes épocas, con sus contradicciones, excepciones, herencias y continuidades (Padrón, 2007); se ejemplificará con algunos casos que, a nuestro juicio, resultan relevantes en una perspectiva histórica. Para esto se toman como base trabajos que han historizado el desarrollo de la disciplina en nuestro país (Aranda y Luna, 2012; Bordach et al., 2014a; Carnese y Cocilovo, 1993; Carnese y Pucciarelli, 2007; Carnese et al., 1995; Pucciarelli, 1989) así como de diferentes ramas como la antropología dental (Luna 2016, Bernal y Luna 2011). En el caso del NOA, lo que se ha escrito sobre la historia del estudio de restos humanos, forma parte en la mayoría de los casos de tesis de licenciatura o doctorado (i.e. Baffi, 1992; Gheggi, 2011; Seldes, 2007); siendo pocos los trabajos publicados que lo desarrollan en profundidad (i.e. Seldes, 2004 y 2009).
Este trabajo está organizado de manera cronológica desde los inicios de los estudios de restos humanos en el NOA hasta la actualidad, enfocándose en los marcos epistémicos que fueron prevaleciendo en etapa. Un punto importante a tener en cuenta es que los estudios de restos humanos, agrupados inicialmente en lo que se conoció como antropología física, se desarrollaron en estrecho vínculo con la práctica arqueológica; por lo general se enmarcaron y respondieron a los paradigmas dominantes de cada época aunque en algunos momentos permaneció apegada a teorías ya superadas por la arqueología.

Los comienzos, una ciencia naturalista

La Antropología en Argentina se legitima como ciencia en consonancia con el proceso de constitución del Estado-Nación a fines del siglo XIX, un estado que se instituye a través de un modelo de unidad territorial y monoétnico con el estereotipo de un país con homogeneidad cultural (Trinchero, 2000). La consolidación del Estado Nación fue posible a través de la apropiación del patrimonio territorial indígena y el genocidio que implicaron las Campañas al Desierto, al Chaco y a la Puna. Se ha sugerido que la ciencia fue partícipe de este proceso con su discurso y sus prácticas, entre ellas la formación de colecciones de cultura material y restos humanos (Podgorny, 1999). Las investigaciones, la arqueológica y las abordadas por la antropología física, terminaron reproduciendo y reforzando el modelo civilizatorio a través de la realización de clasificaciones de manera acrítica, delimitando territorios (Zaburlin, 2009).
Es justamente en esta época cuando se conforman los Museos universitarios como el Museo de La Plata (Universidad de La Plata) y el Etnográfico “J.B. Ambrosetti” (Universidad de Buenos Aires), cuyos surgimientos pueden vincularse a la necesidad del reciente Estado-Nación de crear una imaginería (Falquina Aparicio et al., 2006) asociada a homogeneidad cultural y a la catalogación de “antigüedades” o “culturas muertas” para lo que se expondría en las vitrinas de los Museos respecto de los pueblos originarios. Para esto hacía falta además contar con grandes colecciones de cráneos que permitieran estudios sistemáticos. Francisco P. Moreno, por citar un conocido ejemplo, fue uno de los principales “gestionadores” de restos humanos para las colecciones con las que se inició el Museo de La Plata (Farro, 2006; Pepe et al., 2012).
Durante el siglo XIX la llamada “Antropología” incluía un amplísimo espectro de intereses, desde la paleontología del cuaternario al folclore europeo pasando por el estudio comparado de los pueblos originarios. Fue vista como una rama de la Historia Natural que se propuso el estudio científico de la historia de la diversidad humana. Tras la aparición de los modelos evolucionistas y el desarrollo del método científico en las ciencias naturales, muchos investigadores pensaron que los fenómenos históricos también seguirían pautas deducibles por observación (Carnese y Pucciarelli, 2007). El desarrollo inicial de la antropología, y con ella del estudio de restos humanos, como disciplina autónoma del conjunto de las Ciencias Naturales pero aún bajo el paraguas de enfoques naturalistas, coincide con el auge del pensamiento positivista que definía a la cultura en tanto conjunto de normas compartidas por un grupo social o sociedad. Estas normas se reflejarían en la cultura material a través de conjuntos de objetos semejantes; por consiguiente, las investigaciones de los pueblos prehispánicos consistían en el relevamiento de las variaciones culturales observables en el registro arqueológico a través de similitudes y diferencias generando una clasificación de los mismos. Siguiendo los postulados del evolucionismo se trabajaba definiendo fronteras culturales – geográficas que delimitaban lo diferente y agrupaban aquello que se esperaba tuviera una identidad común (Vera Cortés, 2003). Con una disciplina en pleno nacimiento, su concepción naturalista conllevó a equiparar el estudio de los cuerpos como una línea de evidencia del registro arqueológico (Arenas y Carrizo, 2016), generando una cosificación de los cuerpos humanos al considerarlo como uno más de los “objetos” a analizar (Bordach et al., 2014a).
En el caso de la antropología física, la misma comienza a realizar descripciones en forma sistemática a fin de facilitar la comparación (Carnese y Pucciarelli, 2007). Asimismo, se establecen una serie de medidas en el neuro y esplacnocráneo, las cuales se relacionan en índices. Se propone como objetivo la descripción de los restos humanos para asociarlos con los modelos de diferenciación entre culturas propuestas desde la arqueología. A efectos de identificar diferencias y similitudes, los antropólogos físicos se centraban en la reconstrucción del aspecto físico de los individuos de los pueblos prehispánicos (Baffi, 1992). Ante la ausencia de un método de recolección y registro riguroso, se recuperaban las piezas arqueológicas, se agrupaban por lotes de acuerdo a criterios como forma y diseño sin consignar la procedencia exacta de cada pieza con lo cual se perdía la información de los contextos. Los restos humanos eran agrupados por partes esqueletarias, priorizando la recuperación de los cráneos debido a que se consideraba que tenía mayor potencial interpretativo. Como resultado de esta metodología de trabajo, en la mayoría de los casos, hasta el día de hoy no resulta posible rearmar los esqueletos y se los debe trabajar como osarios; esta metodología también impidió asociar los restos óseos humanos con el contexto y materiales de la misma procedencia (Aranda et al., 2016).
Dentro de este marco netamente naturalista, merecen destacarse los trabajos de Ameghino sobre los orígenes americanos del hombre ({1880-1881}, 1915). Aunque los mismos no refieren al estudio de las poblaciones americanas, han incidido en la visión de los investigadores sobre los pueblos originarios. Las críticas que realizó Hrdlička (Hrdlička, 1912) a las interpretaciones ameghinianas, produjeron la reacción de los investigadores que lo sucedieron, quienes interpretaron el pasado prehispánico como prácticamente contemporáneo a la llegada del español, lo cual reforzaba la idea de pueblos originarios sin historia.
En el NOA la historia de los estudios sobre restos humanos se remonta a fines del siglo XIX, pudiendo citar como uno de los primeros trabajos el libro Crania Étnica (Quatrefages y Hamy, 1892). En esta obra se representaron imágenes de cráneos de diferentes regiones, incluidos cuatro del valle Calchaquí, a través de las cuales se marcaban sus semejanzas y diferencias. En este sentido, podemos considerarlo como un comienzo de las investigaciones sistemáticas sobre la variabilidad de los grupos humanos a partir de sus restos óseos.
En este período se registran trabajos donde se describen porciones o huesos del cráneo con el espíritu de un naturalista describiendo una nueva especie, siendo ejemplo de esto los trabajos de Thibon (1907) y las descripciones de Ten Kate de cráneos procedentes de la región calchaquí (Ten Kate, 1907). También se pueden citar las investigaciones sobre antropometría llevadas a cabo por Bruch en restos esqueletales del NOA o las de Boman de una población prehispánica de Susques (Carnese y Pucciarelli, 2007).
Otras contribuciones refieren a la representación, y en ocasiones la descripción asistemática de los restos humanos. De esta época podemos mencionar los trabajos de Dillenius (1913), siendo la primera mujer doctorada con temas de antropología física en la Universidad de Buenos Aires y los de Marelli (1913), quien comienza a incorporar elementos de la estadística al análisis de restos humanos.
En síntesis, enmarcados en un principio en perspectivas positivistas y evolucionistas (Bordach et al., 2014a), estos trabajos generaron tipologías y clasificaciones de los pueblos prehispánicos, clasificaciones que intentando darle identidad a lo que observaban, terminaban esencializando una serie de rasgos que se convertían en condición de ser de ese conjunto, esto es, constituir la naturaleza esencial e impermeable de aquello que pretendía caracterizar (Vera Cortés, 2003).
Finalmente, si bien se mencionó lo que implicó la separación de los esqueletos de sus contextos arqueológicos de pertenencia y con esto la irreparable pérdida de información contextual, sin embargo, para las colecciones del NOA se ha señalado el potencial de estos trabajos debido a su grado de integridad y del corpus de datos que provee (Aranda y Luna, 2014; Baffi, 1992).

La Escuela Histórico – Cultural

Uno de los hitos clave en el desarrollo de la antropología argentina y del estudio de restos humanos en particular, es la llegada a nuestro país de José Imbelloni quien introdujo las ideas de la Escuela Histórico- Cultural. Esta perspectiva predominó en la antropología física desde 1920 hasta aproximadamente 1980 (Carnese, et al., 1991/92).
La escuela Histórico–Cultural postulaba que existía una asociación estrecha entre entidades biológicas y culturales. El objetivo de las investigaciones se centró en la realización de diagnósticos raciales de las poblaciones prehispánicas con una perspectiva tipológico–clasificatoria. Sumado a esto, se sostenía la imposibilidad del cambio generado dentro del mismo sistema social, siendo que los mismos se atribuían a factores externos al grupo tales como migración y difusión, lo que en conjunto configuró concepciones esencializantes sobre los pueblos prehispánicos (Henry et al., 2017).
A nivel metodológico, los estudios morfológicos y morfométricos se consolidaron y legitimaron como “el Método” en Antropología Física con el objetivo de caracterizar racialmente a la población. Para esto se contaba además con las tablas clasificatorias propuestas por Imbelloni para los pueblos sudamericanos y con la sistemática de las deformaciones intencionales del cráneo (Arenas y Baffi, 1993; Dembo e Imbelloni, 1938; Imbelloni, 1924-25 y 1938).
En la antropología física se incorporaron las tipologías como parte central de los análisis (Arenas y Baffi, 1992). Diversos investigadores realizaron asignaciones raciales de restos provenientes de distintas regiones del NOA: Chavez de Azcona (1967), Chillida (1943), Constanzó (1942), Marengo (1954), Paulotti y Paulotti (1950) y Scolni de Klimann (1938).
A pesar de los obstáculos que implicaron los postulados de la escuela Histórico-Cultural, es relevante rescatar la importancia que tuvieron sus aportes en lo referido a la recolección sistemática de datos, así como los análisis morfométricos que facilitaron la realización de comparaciones a nivel interregional.

Nuevas perspectivas: procesos y no tipologías

En arqueología, especialmente la norteamericana, se genera un proceso de cuestionamiento de los marcos epistémicos a partir de los años ´60 por lo cual la disciplina transita una profunda etapa de revisión, lo cual incluye, como en todo proceso de cambio teórico, un profundo giro cognitivo, una reformulación del lenguaje en el que los conceptos y proposiciones eran expresados así como de los principios metodológicos (Quintanilla, 1978).
Basados en un largo proceso de crítica a los modelos tipológicos (Gnecco y Langebaek, 2014) por constreñir las representaciones sobre los pueblos prehistóricos, se fue imponiendo progresivamente lo que se denominó “Nueva Arqueología”, aunque resabios de los estudios histórico – culturales perduraron generando tensiones entre ambos marcos epistémicos. Entre sus contribuciones se destacan: el desarrollo de diseños de investigación, el énfasis en discusiones teóricas y epistemológicas, la utilización de hipótesis y deducciones, el empleo de la teoría de sistemas, la incorporación de análisis estadísticos y de una perspectiva ecosistémica referida a la relación entre las culturas y su medioambiente (Willey y Sabbloff, 1993). Esto último será de suma importancia para el desarrollo de la antropología física por la concepción adaptativa de cultura de la Nueva Arqueología que la concebía como medio extrasomático de adaptación de la humanidad (Seldes, 2007).
Progresivamente, algunos antropólogos dedicados al estudio de los restos humanos incorporaron algunos de los ejes de análisis de esta escuela. Como parte de este proceso de cambio, la antropología física modifica su denominación y a partir de la propuesta de Buikstra (1977) pasa a llamarse Bioarqueología, definiendo como objetivo de su disciplina el análisis del “componente biológico presente en el dato arqueológico” (Larsen, 1987: 340). Este cambio no fue solo conceptual ya que implicó un posicionamiento diferente respecto al objeto de estudio poniendo el énfasis en la relación entre la biología humana, la cultura y su adaptación al medio ambiente (Carnese et al., 1991/1992, Rojas Chávez et al., 2003), alejándose de modelos tipológicos con el objetivo de dar cuenta de la variabilidad observada en el registro arqueológico y proponiendo tres pilares básicos: el enfoque antropológico, la perspectiva multidisciplinar y el énfasis en estudios poblacionales (Aranda 2014, Aranda y Luna 2012).
En bioarqueología se da también un importante cambio en sus marcos epistémicos incorporando el modelo de estrés ambiental de Goodman et al. (1988) que enfatiza la importancia de la adaptación al medioambiente; a su vez se considera que los cambios esqueletales pueden ser utilizados para realizar inferencias sobre el estrés padecido por una población; se contemplan las constricciones impuestas por el medio ambiente natural y se incorporan las culturales como amortiguadores o exacerbadores de los estresores ambientales. En este modelo el estrés es considerado como los costos y límites del proceso de adaptación al medio (Seldes, 2004).
Los cambios se fueron dando progresivamente en otros países en los ´70, pero en Argentina los estudios de restos humanos continuaron por lo general enmarcados hasta entrados los ´80 en el paradigma histórico – cultural, siendo que aún es posible reconocer su impronta en las investigaciones que se realizan en la actualidad; esto puede explicarse por la resistencia en la academia a los cambios que se daban en otros países, resistencia probablemente relacionada con el disciplinamiento impuesto por los gobiernos militares en Argentina (1955–1983) (Carnese et al., 1991/92; Politis, 1995); esto se cristalizó en las despidos masivas en el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y en las Universidades, en el cierre de las carreras de Antropología en algunas Universidades y cambios en los planes de estudio en otras (Carnese y Pucciarelli, 2007), todo lo cual implicó un freno a la innovación y una parálisis teórica (Bordach et al., 2014a).
Retornada la democracia, con la reincorporación de numerosos docentes e investigadores, la apertura y reapertura de las carreras de Antropología en distintas universidades y la creación de espacios de investigación, la reapertura de la orientación Antropología Biológica en la Universidad Nacional de La Plata (Carnese y Pucciarrelli, 2007), progresivamente se fueron introduciendo nuevos marcos epistemológicos. A partir de esto los análisis de restos humanos, ahora denominados “bioarqueológicos”, se centraron en evaluar las consecuencias biológicas del estrés sobre los individuos a través del análisis de su estilo de vida y estado de salud, uso del cuerpo y situaciones de violencia, pudiendo citar para el NOA los trabajos de Baffi (et al., 1996) y Mendonça (et al., 1992).
En este proceso se abandona el concepto de “Raza” y se comienza a trabajar con el de “Población” definida como “... un conjunto de individuos semejantes que habitan dentro de un área determinada entre los cuales la frecuencia de entrecruzamientos es mayor que entre ellos y los integrantes de otras poblaciones” (Cocilovo, 1981:7). A partir de esto, se desarrollan nuevas líneas de investigación en consonancia con la aparición de la teoría Sintética de la Evolución y su perspectiva poblacional. Es así que comienzan a definirse estadísticamente poblaciones, esto es, se trabaja con datos métricos e índices que permiten establecer conjuntos de individuos y evaluar la variabilidad entre grupos. Los proyectos se desarrollan en el marco de equipos de trabajo que comparten información y preguntas de investigación desde diferentes líneas de, siendo la bioaqueológica una de las que puede realizar aportes sobre relaciones biológicas, patrones de poblamiento, acción de factores microevolutivos. Algunos ejemplos en el NOA lo constituyen los trabajos de Bollini et al. (2008), Cocilovo (1975, 1981, et al., 1999), Colantonio y Marcellino (1989), Rothammer et al. (1984) y Salceda (1988).
Finalmente, se incorporan a la disciplina desarrollos enfocados en el comportamiento mortuorio y la arqueología de la muerte, siendo ejemplo de esto las investigaciones de Acuto (et al., 2011), Baldini y Baffi (1996, 2007), Cortes (2013) y Palma (1997/1998).

Nuevas tendencias: pluralismo epistemológico

En los últimos treinta años surgieron, a partir de cuestionamientos a las formas de hacer y concebir las ciencias en general, una importante diversificación en las posturas teóricas, posiciones ampliamente debatidas desde la filosofía de la ciencia en el contexto de los planteamientos filosóficos ligados al posmodernismo (Alvarez Vidaurre, 2007). Si bien no es el objetivo de este trabajo sintetizar estas discusiones, resulta de incumbencia para el desarrollo de la arqueología y la bioarqueología en Argentina, la apertura y las innovaciones que se generaron en estas disciplinas a partir de los debates en torno al esencialismo, a la pretendida objetividad científica del procesualismo (Hodder, 1984; Shanks y Hodder, 1995), al método positivista y el cuestionamiento al saber científico como el único posible, dando lugar a la consideración de la necesidad de una pluralidad de epistemologías para el desarrollo de las ciencias y la aceptación de diferentes formas de construir el conocimiento, entre otros (Alvarez Vidaurre, 2007, Henry y Rizvi, 2017).
En Argentina la apertura hacia nuevas epistemologías en arqueología fue un proceso lento y largo que comenzó en los ´90 (Nielsen, 2006). En bioarqueología se podría decir que el proceso aún está en sus inicios pero aun así produjo, y se reprodujo, en la renovación de cuestiones metodológicas y teóricas.
Respecto a la renovación metodológica, los avances tecnológicos y una reciente apertura hacia aportes de otras ciencias generaron la aplicación de novedosos abordajes por parte de la arqueología y la antropología biológica. Esto fue fundamental para la innovación y generación de proyectos en nuevos campos de investigación que permitieron generar información única para el conocimiento de los modos de vida de los pueblos prehispánicos del NOA. Entre los recientes aportes se pueden señalar los estudios de ADN antiguo (Carnese et al., 2010; Mendisco et al., 2014; Motti et al., 2014; Russo et al., 2017), paleopatología (Arrieta y Mendonça, 2011, et al., 2016; Miranda, 2012), paleodieta a partir del análisis de isotopos estables (Calo y Cortes, 2009; Fuchs et al., 2015; Gheggi y Williams, 2013; Gordillo y Killian Galvan, 2017; Grant y Olivera, 2016), así como trabajos sobre estilo de vida (Bordach et al., 1999; Drube, 2010; Gheggi 2012; Gonzalez Baroni et al., 2016; Merlo et al., 2005; Miranda, 2012; Ortiz et al., 2018; Ratto et al., 2016, entre otros).
En cuanto a la renovación teórica, es a partir de los años 90 que se produce una reformulación de la arqueología enmarcada en las corrientes teóricas denominadas “postprocesuales”. Estas cuestionaron entre otras cosas el reduccionismo ambiental del enfoque procesualista, lo cual interesa destacar por las implicancias que tuvo en el estudio de restos humanos. Con el postprocesualismo se incorporan nuevas temáticas referidas a cuestiones como género, identidad, desigualdad, cambio social y conflicto interpersonal, entre otros.

Bioarqueología social

Como parte de estas nuevas corrientes teóricas, surgió lo que se denominó Bioarqueología Social (Agarwal y Glencross 2011, Seldes, 2004 y 2007), quienes retoman los postulados del modelo biocultural de Goodman (et al. 1988) pero haciendo hincapié en las posibilidades de evaluar los aspectos socioculturales de los pueblos prehispánicos, cuestionando la preponderancia dada por la Nueva Arqueología a las constricciones medioambientales al considerar la cultura como “adaptación al medio” (Seldes, 2009). Entre las propuestas de la bioarqueología social en el NOA, se puede mencionar aquella que postula la incorporación de conceptos derivados de la teoría de la práctica y de la agencia (Bourdieu, 1977, Giddens, 1979) para centrarse en el individuo en tanto actor social/ agente (Dobres y Robb, 2000). Los trabajos de Seldes (2007 y 2009; Seldes y Botta, 2014) dan cuenta de este marco epistémico. Como variantes de la bioarqueología social en las investigaciones en el NOA, pueden mencionarse los trabajos de Gheggi quien integra el componente político-económico de las relaciones sociales, el rol de los factores psicológicos y el de la teoría de la agencia (Gheggi 2015) y por último el trabajo de Bordach (et al., 2014b) combinando la bioarqueología con el estudio de la materialidad y el simbolismo del comportamiento mortuorio.
Lo que se puede denominar como “renovación epistemológica” tuvo efectos también en la relación de la ciencia con la comunidad en general. En el caso de la arqueología y la bioarqueología, el vínculo científicos – comunidades originarias fue puesto en discusión y revisión, siendo que desde los inicios de ambas disciplinas, los investigadores prácticamente no tuvieron interacción con las comunidades y vecinos de los sitios arqueológicos. Sin embargo, a partir de los ’90 la comunidad científica comenzó a replantearse su práctica, especialmente en el caso de las investigaciones que involucran restos humanos, en consonancia con las reivindicaciones de los pueblos originarios por territorios y patrimonios ancestrales (Bonin, 2015). En este proceso, que implicó debates y desacuerdos que caracterizaron la práctica disciplinar en los últimos años, es de destacar la importancia que fue adquiriendo la “Arqueología pública” que replantea el papel de la Arqueología en la sociedad contemporánea, las relaciones entre arqueología y sociedad y postula, entre otras cuestiones, la integración de la mirada de las comunidades originarias en la construcción del conocimiento y en cuestiones vinculadas a su patrimonio (García Laborde et al., 2018). En esto también influyeron las legislaciones sobre patrimonio y el reconocimiento de derechos de los pueblos originarios (convenio 169 de la OIT, Ley 25.517 y el Decreto reglamentario 701/10), a través de los cual los pueblos originarios han sido reconocidos en su condición de preexistencia a la configuración de los estados nacionales (Arenas, 2011). Frente a esto se visualiza un mayor nivel de concientización respecto a la necesidad que los protocolos de investigación comiencen a incorporar las condiciones de preservación de los restos, lo cual se encuentra enmarcado en el reconocimiento de los restos arqueológicos y bioarqueológicos como parte del patrimonio de los pueblos y la necesidad de actuar acorde a las normas éticas de tratamiento de restos humanos (Aranda et al., 2014 y 2016).
Las restituciones de restos que se vienen realizando en nuestro país desde hace algunos años, dan cuenta de un cambio de paradigma en la concepción sobre los derechos patrimoniales. Ejemplo de esto en el NOA es el reentierro de restos humanos recuperados en Hornillos (Mamani et al., 2003). Asimismo la cuestión de retirar de las vitrinas los restos humanos de los museos para que no sean exhibidos, es un movimiento que tuvo eco en Argentina (Arenas, 2011) y en algunos casos de museos del NOA (Instituto Interdisciplinario Tilcara, Facultad de Filosofía y Letras, UBA).
La apertura de la comunidad científica a la sociedad tuvo y tiene un largo y sinuoso camino, especialmente en lo vinculado al estudio y tratamiento de restos humanos; esto se vio reflejado en la heterogénea participación de los bioarqueólogos en espacios de discusión intraacadémicos (Declaración de Río Cuarto en 2004, AABA en 2007, AAPRA en 2010, 6 jornadas de discusión sobre restitución de restos humanos 2011, 2012, 2013, 2014, 2015 y 2017). En este sentido, aún es mucho el camino por recorrer y no constituye una línea recta en la que todos acuerden la dinámica que la disciplina puede ir tomando, sino más bien una ruta sinuosa no exenta de discrepancias

Conclusiones

A modo de cierre nos interesa destacar que cualquier disciplina concreta su desarrollo a partir de una sucesión de diferentes marcos epistémicos, que son el resultado del compendio de posicionamientos y conocimientos de su época, con el predominio de los modelos teóricos hegemónicos de cada momento histórico y su reproducción en los diferentes espacios académicos. Así, desde fines del siglo XX, enmarcados inicialmente en proyectos colonialistas y nacionalistas en el proceso de conformación del Estado–Nación, hasta la actualidad con sus disputas en torno a lo que podemos denominar “pluralidad epistémica” y la “cuestión indígena”, la bioarqueología del noroeste argentino, del mismo modo que la que se dio en todo el país, ha estado en sintonía con las nuevas corrientes que se desarrollaron a nivel mundial. Fue recién a principios de este siglo cuando pudo generar alternativas a los modelos legitimados de generación del conocimiento, renovando parcialmente las preguntas de investigación y las inferencias sobre los modos de vida de los pueblos prehispánicos. Conocer y reflexionar sobre la historia de la práctica profesional implica percibir mejor el presente y con esto, los lineamientos, tendencias, omisiones y aciertos de las diferentes investigaciones que se vienen desarrollando en los últimos años en la bioarqueología del noroeste de Argentina. Indagar sobre las preguntas de investigación, los marcos epistémicos que, no siempre están explicitados en los diferentes proyectos, resultan cuestiones ineludibles a la hora de comprender las interpretaciones e inferencias que moldean nuestro conocimiento de los modos de vida de los pueblos prehispánicos. Estos son los desafíos con los que nos encontramos en nuestras investigaciones y que nos interpelan, nos provocan y nos convocan a reflexionar permanentemente sobre el pasado, el presente y el futuro de la disciplina. Es nuestro estar en el mundo el que nos intima en tanto sujetos social y políticamente situados.
“Dicho en otras palabras: se reconoce la importancia de contextualizar histórica y socialmente el estudio de la ciencia, pues no hay un “dique de arena”, un método de racionalidad universal y ahistórico que, al margen de valores e intereses sociales, nos dé las claves para el conocimiento cierto y preciso del mundo” (García Menendez 2001: 217).

Agradecimientos

Agradecemos las sugerencias de los evaluadores que permitieron mejorar y enriquecer el trabajo.

Nota

1|   El NOA comprende las actuales provincias de Jujuy, Salta, Tucumán, Catamarca, La Rioja y Santiago del Estero.

Bibliografía

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