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Cuadernos de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales. Universidad Nacional de Jujuy

versión On-line ISSN 1668-8104

Cuad. Fac. Humanid. Cienc. Soc., Univ. Nac. Jujuy  no.58 San Salvador de Jujuy dic. 2020

 

ARTICULO

Los problemas empíricos de la narcocultura como concepto para el análisis de la violencia, el consumo y la corrupción en Colombia

(Empirical problems of the narcoculture as concept for the analysis of violence, consumption, and corruption in Colombia)

Diego Alonso Sandoval Piñeros*

* Código Postal: 110131 - Calle 148#13-15. Correo Electrónico: diego_san92@hotmail.com ORCID: https://orcid.org/0000-0002-4008-6932

Recibido el 25/11/19
Aceptado el 10/08/20

Resumen

Junto con el auge de las series de televisión, la música y la literatura sobre el narcotráfico en Colombia, se ha también popularizado el concepto de la narcocultura o cultura narcotraficante. Este concepto parte por afirmar la existencia unos valores, que nacen del narcotráfico, que funcionan como la base distintas problemáticas sociales, como la violencia y la corrupción, al interior de este país. Frente a esto, este artículo tiene como principal objetivo realizar una revisión crítica de este concepto, desarrollado principalmente por Omar Rincón, como herramienta para estudiar la realidad social colombiana. Para esto se parte de la hipótesis de que este concepto carece de elementos empíricos y teóricos que ponen en duda su aplicabilidad y utilidad. Para evaluar la hipótesis se utiliza un enfoque cualitativo que se encuentra fundamentado en la revisión de literatura sobre narcotráfico (aspectos sociológicos e históricos de este fenómeno en Colombia), violencia en Colombia y consumismo. Como resultado de esta investigación se demuestra que el uso del concepto de la cultura narcotraficante resulta ser problemático al no tener en cuenta que muchos de los rasgos que se proponen como propios de una cultura narco no obedecen a la expansión del modelo de narcotraficante que se muestra a través de películas y series televisivas; por el contrario, estos rasgos se encuentran más relacionados al contexto de violencia y desigualdad existentes en Colombia y a las prácticas de consumo que obedecen al sistema capitalista como tal.

Palabras Clave: Narcotráfico, Cultura, Violencia, Consumo, Corrupción, Colombia.

Abstract

 Along with the boom of series, music, and literature about drug trafficking in Colombia, the notion of narcoculture has been popularized. This concept stems from affirming the existence of different values, that come from drug trafficking, that work as a base of distinct social problems, as violence and corruption, inside this country. In contrast, the main objective of this article is to perform a critical review of this concept, mainly developed by Omar Rincón, as a tool to study the Colombian social reality. For this, this article aims the hypothesis that this concept has no empirical and theoretical bases that put on doubt its applicability and utility. To assess this hypothesis, it is utilized a qualitative approach that is grounded on literature about drug trafficking (sociological and historical aspects of this phenomenon in Colombia), violence in Colombia, and consumerism. As a result of this research, it demonstrates that the use of the drug trafficking culture results to be problematic. The above by not considering that many of the features that are proposed as characteristic of a narco culture do not obey the expansion of the model of drug traffickers that is shown through movies and series; On the contrary, these features are more related to the context of violence and inequality existing in Colombia and to the consumption practices that obey the capitalist system as such.

Keywords: Drug trafficking, Culture, Violence, Consumption, Corruption, Colombia.

Introducción

En abril de 2019, el Procurador General de la Nación (Colombia) realizó una rueda de prensa en la que manifestó su preocupación por el auge del “síndrome del Lamborghini” en el país (Rodríguez, 2019). Puso este nombre al “síndrome” para hacer referencia al automóvil de marca Lamborghini que era propiedad de la hija de un funcionario de la aduana colombiana que estuvo relacionado a temas de corrupción. Para el Procurador este auge mostraba un retroceso a nivel cultural en el país, pues para él era un claro ejemplo del retorno a los anti-valores impulsados por narcotraficantes como Pablo Escobar, como la corrupción o el enriquecimiento ilícito, el regreso a la narcocultura.
A pesar de lo provocativa que sonó esta palabra en el discurso de este funcionario, la narcocultura como concepto no nació en el discurso del Procurador. Esta palabra tuvo sus raíces en la década del noventa y posteriormente este concepto se popularizó en la población colombiana; llegando a integrarse de tal manera que, como se pudo ver, el propio Procurador General la utilizó como causa de distintos actos de corrupción. La narcocultura aparece entonces como un concepto a partir del cual se busca entender la realidad colombiana y algunas de las actuaciones de gran parte de la ciudadanía en este país.
Pero, a pesar de su popularidad en Colombia y Latinoamérica, esta noción puede resultar problemática al tratar de dar razones sobre acciones sin tener en cuenta el contexto y la historia; esto puede producir que la narcocultura no pueda sostenerse como causa de las problemáticas sociales que se le atribuyen: violencia, corrupción, búsqueda de dinero fácil, etc.
Por lo anteriormente expuesto, se decide revisar la utilidad, como concepto, de la narcocultura. Para esto se parte de la siguiente hipótesis: la narcocultura no puede ser entendida como una causa de la violencia, el consumismo y la corrupción en Colombia, ya que, más que una causa necesaria, es una continuación de problemáticas sociales profundas. Para evaluar si esta hipótesis es correcta, se usan como base las preguntas: ¿Se puede hablar de prácticas y de valores que obedecen específicamente al narcotráfico y que influyen a toda la sociedad?, ¿Qué utilidad tiene?
Por lo anterior, se empezará por realizar una descripción de la narcocultura y sus componentes, utilizando como base los planteamientos de Omar Rincón. Lo que se realiza en esta primera parte, aparte de definirla, es exponer los tres principales pilares en los que se fundamenta: narcovalores, narcoestética y arte narco. Así se delimitarán los contenidos de esta y se establecerán referencias frente a su desarrollo. Una vez realizada esta exposición se procederá a realizar la revisión de los principales componentes la narcocultura y se contrastarán con evidencia empírica para poder revisar su aplicabilidad en la esfera social. Posteriormente se expondrán los resultados y se dará respuesta a las preguntas planteadas.

Metodología

Este trabajo se encuentra fundamentado en una perspectiva cualitativa que busca realizar una investigación evaluativa de carácter crítico. Para realizar esta evaluación se establecen las bases de la narcocultura; estos son utilizados como las variables que se tendrán en cuenta para valorar la utilidad del concepto a revisar. Teniendo claro lo anterior, se realizará entonces una contraargumentación que permitirá evaluar como tal al concepto. Lo que se busca es usar cada uno de sus fundamentos para contrastarlos a la luz de información empírica obtenida desde distintas disciplinas (como la historia y la sociología) sobre el narcotráfico, la violencia o la corrupción en Colombia.
Para realizar esta evaluación, este trabajo se encuentra sustentado en diferentes fuentes: artículos de revistas, periódicos, artículos académicos, libros académicos, conferencias, series de televisión y películas sobre el narcotráfico. Para el levantamiento de esta información se utilizaron revistas y periódicos en el Archivo Distrital de la ciudad de Bogotá y algunos de artículos y libros especializados en la Biblioteca de la Pontifica Universidad Javeriana de Bogotá.

Exposición del concepto: narcocultura

Como punto de partida, la narcocultura puede empezar por ser entendida de la siguiente manera:
Un proceso cultural que incorpora una amplia simbología, un conjunto de visiones del mundo bajo ciertas reglas y normas de comportamiento, en tanto son valores entendidos que envuelven esta actividad y es compartida por amplios sectores de la sociedad, más allá de que estén o no involucrados en el negocio del tráfico de drogas ilegales (Mondaca-Cota, 2012: 66).
Según Rincón (2009), el concepto tiene raíces en dos textos publicados en la revista Número en 1995. El primero afirmaba que el narcotráfico representaba una revolución cultural en la que se pasaba de una moral del pecado a una moral por el dinero. El segundo texto se dedicó a responder si en Colombia se estaba dando una narcotización del gusto; frente a esto, el autor expresó que este mal gusto no obedecía únicamente a los mafiosos sino a la sociedad colombiana en general.
A pesar de la publicación de estos textos, todavía no se hablaba sobre la existencia de una narcocultura como tal en Colombia y el concepto aún todavía no existía. La primera persona en popularizar el termino fue el crítico de televisión e investigador especializado en estudios culturales y de comunicación Omar Rincón (2009), quien habló de la existencia de una cultura nacida del narcotráfico que permeaba a toda la sociedad colombiana y la terminaba por afectar a partir de la constitución de distintas prácticas en lo estético, lo artístico y lo social.
Como Rincón (2013) posteriormente afirmó, desde la década del ‘80 lo narco se ha convertido en un estilo de vida que ha estado presente en el país desde entonces. Este nuevo estilo de vida estaba compuesto por distintos elementos que lo constituyeron como una nueva cultura que legitimaba la violencia y promocionaba el derroche, el consumismo y demás valores capitalistas (Pardo León, 2018).
Con lo anteriormente expuesto, este trabajó se fundamenta en una construcción analítica de tres pilares que son reconocidos como las bases del concepto de narcocultura: narcovalores, narcoestética y arte sobre lo narco.

Narcovalores (Un estilo de vida)

Para claridad del escrito, en este segmento se habla de valores entendiéndolos desde un punto de vista institucional vebleniano; se conciben entonces como hábitos de pensamiento compuestos por ideas, creencias y principios a través de los cuales las personas regulan sus vidas (Diggins, 2003);es importante aclarar que esta definición simplemente se usa como un apoyo teórico.
Se habla de unos valores que impulsan un estilo de vida en que el disfrute del presente es lo que regula el ritmo de vida, una filosofía del instante, vivir en exceso y lograr el ascenso social. Se debe poder ostentar aquello que se obtiene, de nada sirve si no se exhibe: carros (sobre todo grandes camionetas), haciendas, caballos, grandes casas y edificios, moda exótica y mujeres (Valenzuela, 2003). Vale cualquier camino para salir de pobre, por eso la moral se fundamenta en obtener dinero, usar un arma; y es por esto por lo que se crean nuevas actividades laborales como el sicariato, en la que se contratan jóvenes dispuestos a matar y morir por dinero (Rincón, 2013). Todo es justificable según esta lógica: las masacres paramilitares o las personas desplazadas por la guerra en Colombia. (Rincón, 2009)
De esta manera, los autores que aplican el concepto de la narcocultura concluyen que los valores del narcotráfico pudieron establecerse y florecer en Colombia gracias al contexto de pobreza en que viven muchas personas, y la oportunidad de ascenso social que les ofrecen actividades delictivas como el narcotráfico. Precisamente porque los narcovalores reflejaban a la sociedad colombiana es que estos pudieron incrustarse y permanecer a lo largo del tiempo.

Narcoestética

Este es quizás uno de los elementos más reconocidos como parte de la narcocultura, sobre todo gracias a las series de televisión y películas. Es un tipo de gusto que va desde la manera de vestir hasta la arquitectura y que obedece, principalmente, a la ostentación; desde allí se construye una estética exagerada a través de la cual se busca mostrar estatus. Por ejemplo: el uso de grandes joyas, ropas llamativas, las edificaciones son grandes, de mármol y rejas doradas, las cuales se complementan con una gran camioneta (sobre todo de marca Toyota).
Según este punto de vista, la estética narco puede ser encasillada como mal gusto, debido a que se encuentra ligada más a la exhibición de poder de manera exagerada, una exhibición “(…) a través de las mercancías adquiridas, sin ninguna vinculación a la estética canónica, de linaje clásico” (Santos, Vásquez Mejías y Urgeles, 2016:7)

Arte sobre lo narco

Lo narco se entiende como un producto cultural en el que se encuentran cine, música, novelas y literatura.

Literatura dedicada a lo narco

Se ha desarrollado un género literario propio en el que se han dedicado distintas obras a narrar diferentes historias relacionadas al narcotráfico y su mundo; en las que los principales personajes son los capos y sicarios (Santos, Vásquez Mejías y Urgeles, 2016). Así, se tiene un género literario que, si bien pudo haber nacido en Colombia, se ha extendido a otros países y ha tomado popularidad, como también es el caso de las narconovelas.
Dentro de esta clasificación de novelas han destacado las dedicadas a las historias de vida de los sicarios. Este género ha sido bautizado como “sicaresca”. Se dice que este nombre se le da a este tipo de historias, al trasladar la situación y el personaje de la “picaresca” española (género literario desarrollado entre los siglos XVI y XVII) al contexto colombiano de finales del siglo XX. Mientras que en la picaresca un joven pícaro (que vive en medio de la pobreza) utiliza distintas artimañas para obtener provecho en distintas situaciones que se le presentan como ventajosas; en el contexto colombiano, un joven que se convierte en sicario utiliza distintas astucias para obtener dinero con el asesinato de otra persona (Abad Faciolince, 1994). Es decir, cada una de estas personas busca sacar alguna ganancia de una situación, pero la manera en que la obtienen varía según el contexto en que cada una convive. Esto hace que la “sicaresca” pueda ser entendida por sí misma como una “metáfora de la desestructuración social y moral que se vive actualmente, un resultado visible de la industria del narcotráfico”. (Santos, Vásquez Mejías y Urgeles, 2016:2)

Música narco

En esta se cuentan historias sobre los narcos, su mundo y su filosofía a través de los narco-corridos o rancheras mexicanas. Se habla de una vida en la que unas personas son llevadas por la pobreza, la corrupción, el desprecio de los ricos y la injusticia social se inician en el negocio del narcotráfico. El corrido es el ritmo a través del cual se cuentan estas historias en las que estos “héroes” nacidos del pueblo muestran sus hazañas y de cómo devuelven al pueblo aquello que el gobierno les quita (Rincón, 2009).

Narcoseries y narcocine

Con la llegada de las narcoseries y narconovelas y su éxito, la televisión colombiana se concentró en producir nuevas series con este nuevo sello. Como Rincón (2013) expone, un ejemplo del éxito de estas nuevas novelas fue Escobar, el patrón del mal, la cual terminó por mostrar que este tipo de historias reflejaba los modos de pensar imperantes en Colombia. Escobar, en esta historia, no es solamente un narcotraficante, también es un ser benéfico con los más necesitados, que premia y defiende a sus amigos y familia; una persona que sin tener formación académica logra obtener riqueza y reconocimiento.

Discusión sobre el concepto

Como se pudo observar, la narcocultura se encuentra construida a partir de tres ejes: narcovalores, narcoestética y arte sobre lo narco. De estos pilares se realizará una revisión crítica de los dos primeros, ya que estos son de los que se alimentan autores como Rincón (2009) para justificar que la violencia, la corrupción y el consumismo dentro de Colombia puedan ser debidos a la cultura del narcotráfico. Por su parte, el tercer pilar se dedica a socializar las narrativas que hacen parte del narcotráfico, de volverle un producto cultural que se comercializa a través de la música, cine y literatura. Este tercero es un fundamento que más que producir unas formas de pensar, las reproduce; como afirma Rincón (2013), refleja los modos de pensar en Colombia. De lo anterior, se toma entonces que los bases de narcovalores y narcoestética serán aquellos en los que se basará esta evaluación crítica sobre este concepto.
De esta manera, este segmento del artículo pretende realizar una contraargumentación a distintas afirmaciones que autores como Rincón (2013) realizan sobre la narcocultura y su papel como causa de problemáticas sociales en Colombia.
Así entonces, el primer elemento débil de la narcocultura es el lugar del que se inicia a construirse como concepto. Parte directamente de la descripción de aquello que produce el narcotráfico a nivel cultural sin precisar qué es el narcotráfico o darle un contexto. Si se quiere imputar unos rasgos a algo, se hace importante entonces aclarar qué es ese algo; de esta forma se puede saber qué puede ser atribuible a este y qué no. ¿Por qué es importante hacer eso? Porque, por ejemplo, en este caso, esto evita caer en una visión estereotipada del fenómeno del que se quiere hablar.
Así entonces, al carecer de una contextualización sobre el narcotráfico, la narcocultura termina por construirse a partir de la concepción del narcotráfico fijada en la figura del capo (del capo de los grandes carteles de la década del ‘80) y del sicario; desde ahí se empiezan a describir las características que de estos se pueden observar, limitando la visión que se pueda tener sobre lo narco a partir de unas figuras estereotipadas.
Se encuentra en distintas fuentes (Becerra Romero, 2018), (Pardo, 2018), (Rincón, 2009), (Rincón, 2013) y (Santos, Vásquez Mejías y Urgeles, 2016) que la visión sobre el narcotraficante ha sido desarrollada a través de la revisión de literatura (textos de Laura Restrepo, Fernando Vallejo, etc.), series de televisión, películas, música y algunas biografías de narcotraficantes famosos. De lo explorado se ha encontrado que estas fuentes han construido un modelo de narcotraficante basado en personas de origen humilde quienes logran grandes fortunas y mantienen una vida llena de lujos, se rodean de mujeres famosas y que destacan por su uso indiscriminado de la violencia en contra de la población civil y por su cercanía con las fuerzas del Estado. Por lo tanto, se puede entender que el narcotraficante al que se hace referencia se basa en las figuras del narcotráfico que tuvieron un boom mediático a partir de la década del ‘80, época de los grandes carteles y reconocidos narcos; pues precisamente en este momento empieza una escalada en la lucha contra el narcotráfico y una guerra contra los grandes capos (Ovalle, 2010).Es por esto que se puede afirmar que una de las razones de los errores de este concepto han sido estas fuentes de información utilizadas.
Si bien las figuras anteriormente descritas han existido, no abarcan más elementos que hacen parte del narcotráfico y que pueden influir en la manera en que se le ve a este y a aquellos que en él participan. Es decir, puede ser entendida como estereotipo al ser una visión exagerada, que está basada en los prejuicios que se tienen sobre un grupo (Abercrombie, Hill y Turner, 2006). Por lo tanto, aquello que se escapa a lo establecido por este como modelo deja de entenderse como relacionado o como parte de él.
De esta manera, se puede observar que el problema con esta concepción es que se termina por entender al narcotráfico como algo que nació entre las décadas del ‘70 y ‘80, sobre todo mostrándolo como si hubiera sido un fenómeno único producido en Colombia y que además solamente pone como figuras a destacar a los capos y lo que ellos representan.
Sumado a lo anterior, autores como Mejía Quintana (2011), que parten de hablar sobre la narcocultura sobre algo inocultable y que es el origen de muchas (casi todas) las problemáticas sociales de un país muestran una vez más el mismo error, se asumen a los valores denominados narco como propios únicamente del narcotráfico. Llegando a afirmar ideas como la siguiente:
Sus prácticas cotidianas, sus referentes simbólicos, su imaginario social, su identidad nacional gravitan y se define desde la cultura mafiosa y el culto a lo mafioso que las grandes mayorías ya reivindican sin remordimientos (Mejía Quintana, 2011: 53).
De esto, se puede ver que se parte de la existencia de este como algo tan contundente, que pareciera no ser necesario iniciar por preguntarse si realmente esto existe; por lo que el concepto no es el resultado de la investigación, sino el inicio y la base de esta.
Es por lo anterior que este texto partirá desde un punto diferente; en este caso se le tomará al narcotráfico como una actividad económica ilegal en la que se puede ganar mucho dinero de manera rápida, la cual se desarrolló en medio de un contexto social, político y económico. Si se tiene en cuenta este enfoque, se puede observar que el tráfico de drogas es más antiguo que Pablo Escobar y la narcocultura y que las problemáticas sociales que se le atribuyen ya existían antes del auge del narcotráfico y de “sus valores”.

Narcovalores

La normalización del uso de la violencia

Se dice que el narcotráfico colaboró a la normalización del uso de la violencia en la vida diaria en Colombia. “Los criterios claves de la narcocultura son tener armas para tener la razón para imponer la ley personal y para ignorar la regulación colectiva” (Rincón, 2013: 3). La utilización de esta se popularizó como una forma de imponerse ante las demás personas o como forma de solucionar conflictos. Junto con lo anterior, generalmente se acusa al narcotráfico de crear y expandir el sicariato en la sociedad, el cual terminó por afectar la manera en que los jóvenes construían sus proyectos de vida al ver en esta actividad la posibilidad de conseguir dinero fácil.
Frente a esto se puede empezar por exponer lo dicho por Eduardo Sáenz Rovner sobre el narcotráfico en Cuba en la primera mitad del siglo XX. Para este investigador, Cuba, a pesar de gozar de unos de los estándares de vida más altos en América latina en este período, fue un lugar de encuentro para el narcotráfico debido a su posición geográfica, la confluencia de inmigrantes de muy distintos países, una larga herencia de contrabando, un sistema de justicia ineficiente, grandes índices de corrupción y un contexto de inestabilidad política (Sáenz Rovner, 2005).  Aun así, a pesar de que el narcotráfico fuera ilegal y discurriera en medio de este contexto, el uso de la violencia no era un elemento que acompañara a esta actividad económica de manera constante, pues no se solían utilizar normalmente los asesinatos ni las amenazas como prácticas del negocio. Para Sáenz Rovner (2016), esta situación puede ser un ejemplo de que narcotráfico y violencia no van unidos necesariamente y que su relación puede obedecer a que el primero de estos se desarrolle en contextos en los que los negocios y la vida cotidiana se dan en medio de altas dosis de violencia.
Al revisar el contexto colombiano, se puede ver que la afirmación de Sáenz Rovner puede llegar a tener aplicabilidad y parte de verdad. Se dice esto, pues Colombia ha sido un país que se ha visto afectado por la violencia a lo largo de su historia, ha tenido distintas guerras civiles, una confrontación bipartidista y un conflicto armado interno en el que han participado distintos grupos guerrilleros, paramilitares y fuerzas del Estado; todos estos acontecimientos ocurridos entre los siglos XIX, XX y XXI y entre los cuales se pueden encontrar masacres, secuestros, desplazamientos forzados, etc. De estos se puede decir entonces que la violencia en Colombia y su crueldad tienen raíces mucho antes del auge del narcotráfico.
Por su parte, frente al sicariato, también se encuentran otros elementos que van en una dirección contraria a la mostrada en el concepto de narcocultura.
Como Salazar (1994) muestra, muchas familias que llegaron a Medellín, y que se establecieron en los barrios en los que posteriormente se crearían distintas bandas sicariales, fueron desplazadas por la violencia producida por el conflicto armado interno colombiano. Varias de estas personas provenían de contextos en los que la violencia directa no era únicamente usada por los grupos armados, sino que también era una práctica normal entre la población civil; por ejemplo, eran normales los enfrentamientos con machetes que la mayoría de las veces resultaban en homicidios. Lo que mostraría que muchas de estas personas provenían de contextos en los que el uso de la violencia directa se encontraba normalizada en la vida diaria. 
En este caso, al revisar la historia colombiana se puede observar que los llamados “pájaros” en la época de “La Violencia” (período de confrontación bipartidista entre 1948 y 1958), fueron grupos dedicados a la práctica de asesinatos por encargo mucho antes que las bandas sicariales del ‘80 (Betancourt y García, 1994). Los “pájaros” eran individuos o grupos de personas con afiliación política al Partido Conservador Colombiano. Estos practicaban el sicariato y gozaban del respaldo de cómplices en altos cargos del gobierno y actuaban con el apoyo de la Policía. Se les llamaba para “hacer un trabajito” y se convenía con un ellos un precio. Su papel consistió en asesinar a personas pertenecientes al partido liberal, en su mayoría las víctimas fueron campesinos. Los “pájaros” no sólo asesinaban, también torturaban y arrojaban los cuerpos de sus víctimas a ríos, rellenándoles el estómago de piedras para que no flotaran. Además, realizaban el robo, sobre todo de cosechas que pudieran ser útiles a nivel económico para la organización; por ejemplo, era normal que gamonales les compraran el café que los “pájaros” les robaban a hacendados (Guzmán, Fals, y Umaña, 2005)
Al tomarse lo anterior en cuenta, entonces la afirmación de Rincón (2009) de que hacerse guerrillero o paramilitar, o empuñar un arma obedecen a interiorizar ideas narco sería una afirmación falsa, pues son dinámicas que han estado presentes en la historia de Colombia desde antes del auge del narcotráfico (décadas del 70-80). Además de esto, la afirmación se convierte en una simplificación exagerada de la realidad y de las razones que puede llegar a tener una persona para pertenecer a un grupo armado ilegal en medio de una realidad social compleja. Sumado a esto, el narcotráfico no inventó el sicariato; las prácticas sicariales ya existían en Colombia, como lo ilustró el caso de “los pájaros”. Por lo tanto, se puede decir que la utilización de la violencia como forma de mediar conflictos o imponerse ante los demás no es un fenómeno que haya sido implementado por una cultura narco. Además de lo anterior, más que estás prácticas violentas se vieran reflejadas en la industria cultural colombiana, se interiorizaron como prácticas sociales en Colombia antes de la llegada y expansión del narcotráfico.
Sumado a lo anterior, si se traslada la afirmación de Rincón (2013) sobre la normalización de la violencia gracias a la narcocultura a otro contexto distinto al colombiano, también presenta problemas para que este argumento se sostenga. Por ejemplo, de qué manera podría dar respuesta a la siguiente pregunta que se hace Thoumi (2015: 145): “¿por qué en México la violencia asociada al narcotráfico fue baja durante unos cien años y creció enormemente en la primera y segunda décadas del siglo XXI?” Si se supone que con la existencia del narcotráfico (en un país como Colombia o México) se produce una narcocultura que normaliza el uso de la violencia de manera casi automática, entonces ¿cómo explicaría la narcocultura la existencia del narcotráfico en México durante un siglo, sin que se dieran los altos índices de homicidio y de violencia que se han presentado principalmente en los últimos 20 años?

El todo vale para conseguir dinero

En este caso, se puede decir que quizá este tipo aptitudes van más atrás en el tiempo de lo que este concepto propone.
Colombia ha sido un país en el que las prácticas ilegales han estado presentes desde que era colonia española. Ya desde el siglo XVI los propios españoles lograban obtener ganancias a través del contrabando de esclavos. Durante el siglo XVII el contrabando fue una realidad que aquejó al propio imperio español en Cartagena y Santa Marta y se mantuvo también como un hecho preocupante para el virreinato en el siglo XVIII a través del contrabando de oro en las bocas del río Atrato (Arango y Child, 1987)(Parada Corrales, 2011). El contrabando se mantuvo en Colombia, teniendo como salidas y entradas el océano Pacífico y el océano Atlántico en los siglos XIX y XX.
Ya en la década del 70 de siglo XX fueron los contrabandistas guajiros los que colaboraron a que se dieran las primeras exportaciones de marihuana hacia los Estados Unidos. Esto gracias a que varios jóvenes pertenecientes a los cuerpos de paz estadounidenses habían quedado deslumbrados con la calidad de la marihuana que en la sierra nevada de Santa Marta existía (Britto, 2010).
Esto creó una nueva oportunidad de negocio para los contrabandistas y otras personas de la costa Atlántica. Mucha de esta gente decidió aprovechar este nuevo negocio y decidieron ingresar en él; participaron personas de distintas clases sociales y diferentes actividades económicas: desde el contrabandista, hasta el negociante legal, desde profesores hasta campesinos (Betancourt y García, 1994).Se puede encontrar además que en esta década se mantuvo una gran red dedicada a esta actividad ilegal que gozaba de la connivencia de las autoridades aduaneras y policivas. Como aclaró un ex-oficial de inteligencia, se daba un silencio institucional al interior de la Policía Nacional y prácticamente se juzgaba y perseguía al Policía que intentara cumplir con su deber, más no a aquel que aceptaba sobornos y colaboraba a actividades ilegales (Revista Alternativa, 1977). Se pedía entre el 3% y el 5% del valor de la carga que se llevaba en sobornos para funcionarios de la Aduana. Si por alguna razón algún funcionario público llegaba a cobrar más de lo normalmente estipulado, se le pagaba su precio, pero después se le daba una golpiza. Dado el caso que el funcionario se abstuviera de aceptar el soborno y no dejara pasar el contrabando, se le “llenaba de plomo la barriga” (Revista Alternativa, 1975). Al parecer la famosa frase acuñada a Pablo Escobar de “Plata o plomo” en series como “Narcos” de Netflix, puede que no haya sido una invención suya, sino que fuera una práctica normal entre los contrabandistas (ya que fue el contrabando una de las primeras actividades ilegales en las que participó este narcotraficante). 
En esta corta descripción histórica se puede observar entonces que las prácticas económicas ilegales y la normalización de estas dentro de la ciudadanía colombiana no obedecen al inicio de actividades del narcotráfico. Precisamente se puede observar que estas actividades ilegales anteriores al auge del narcotráfico han estado presentes desde la misma época de la colonia y se han ido transformando a medida que el contexto y los productos comerciados van cambiando; además de que en ellas han participado todo tipo de personas.

El narcotraficante como una persona nacida en la pobreza

Una de las características que se resalta dentro del modelo de narcotraficante en la narcocultura es que este proviene de un contexto de pobreza en el que no ha tenido acceso a oportunidades educativas ni económicas, como lo expresa Rincón (2013 y 2009); pues precisamente porque se es una persona pobre es que se participa de este negocio y se busca mejorar las condiciones de vida.
Distinto a esto, se pueden encontrar diferentes casos que muestran que en la realidad el estereotipo que en la narcocultura se hace del narcotraficante puede que no encierre totalmente la realidad; como Thoumi (2015) afirma, con solo revisar las personas que aparecen dentro de la llamada Lista Clinton como relacionadas al mundo del narcotráfico, se puede observar que muchas de estas eran de “familias acomodadas”. Es por esto que se expondrán algunos casos en los que se mostrará porqué esta característica de estereotipo no funciona como algo totalizante.
El primer caso es el de los hermanos Rafael y Tomás Herrán Olózaga, los cuales fueron capturados en Cuba en el año 1956 por llevar un cargamento de heroína. En este caso los capturados no fueron dos personas que vivieran en la pobreza, ambos eran descendientes de dos expresidentes colombianos en el siglo XIX y parte de su familia materna estaba emparentada con la familia Echavarría Olózaga, la cual hacía parte de unos los “clanes industriales” más importantes del país.  Tomás estudió en la Universidad de Georgetown, fue la persona encargada de negociar un tratado para la construcción de canal de Panamá en 1903 y además era piloto; por su parte, Rafael era químico (Sáenz Rovner, 2005). Un año después de su captura (20 de febrero de 1957) fue descubierta en Medellín una fábrica de heroína y cocaína que era de propiedad de estos hermanos, los cuales habrían estado traficando con narcóticos desde 1948 (Sáenz Rovner, 1996). Aun con esto, los dos reingresaron al negocio después de salir en libertad (Sáenz Rovner, 2005).
De este caso se puede observar entonces que el narcotráfico era en ese entonces un negocio en el que, para participar y prosperar, las personas necesitaban tener capital y unas conexiones a nivel internacional. Precisamente por esto no era un negocio de personas pobres, sino todo lo contrario, en él participaban personas acomodadas. (Sáenz Rovner, 2005)
Otro caso ilustrativo puede ser el de los llamados “marimberos discretos”. Este concepto hace referencia a uno de los diferentes grupos de marimberos, las cuales eran personas dedicadas a la venta y exportación de marihuana en la Costa atlántica colombiana entre las décadas del 60, 70 y parte del 80. Estas eran personas pequeño burguesas, clase media, comerciantes y agricultores. Gente que no se dedicaba a tiempo completo al negocio o que servían de intermediarias, pues precisamente atendían a otro tipo de labores dentro de su vida diaria. Se caracterizaron por ser discretos al momento de comercializar con la marihuana, alcanzando a acumular medianos capitales y lujos sin ser ostentosos. (Betancourt y García, 1994)
Acá se encuentra entonces que personas con acceso a educación y sin carencias materiales participaron y se beneficiaron con el tráfico de marihuana. Una vez más, se observa que eran personas que no vivían en un contexto de escasez y que su participación en el negocio no obedeció necesariamente a privaciones materiales.
Ahora bien, frente a lo expuesto se podría afirmar que, si bien estos hechos pueden negar parcialmente lo expuesto como narcotraficante dentro de la narcocultura, esta hace referencia a los narcos que surgieron a partir de los grandes carteles; es decir, obedece a un período de tiempo posterior (décadas del 70-80). Si se acepta esta lógica, aun así, la visión sobre el narcotraficante seguiría siendo en parte errada. El caso más claro para ilustrar esta posición es el cartel de Cali.
Betancourt y García (1994) realizan una exposición de los diferentes núcleos de la mafia colombiana, según su lugar de origen y su extracción social. En este caso se toma el núcleo valluno, que es al que perteneció el cartel de Cali. De este resaltan que estuvo conformado por personas de las clases media y alta; ejemplo de esto fueron los hermanos Rodríguez Orejuela, los cuales fueron banqueros antes de dedicarse al narcotráfico. Uno de estos fue vicepresidente del First Interamerican Bank de Panamá y el otro fue propietario del Banco de los trabajadores. De estos se destaca que eran personas poco ostentosas en su manera de vestir, utilizaban automóviles familiares, eran discretos y, además, por su extracción social, no eran personas nuevas dentro de las familias de la clase alta de la región.
Así entonces, se puede ver que el argumento de que el narcotraficante proviene de la pobreza termina siendo en parte falso. Se dice en parte falso, pues sí han existido narcos que han salido de la pobreza gracias al tráfico de estupefacientes, pero no por eso se puede hablar de un modelo de narcotraficante. Es más, como se pudo ver, mucho antes de que las personas provenientes de condiciones de pobreza participaran de este negocio ilegal, ya existían personas de familias muy ricas y poderosas dedicadas al narcotráfico y que precisamente su condición social y sus conexiones fueron las que les permitieron dedicarse a esto; lo que mostraría que no toda persona que ingresa a este negocio lo hace por falta de oportunidades o pobreza, contrariando al estereotipo, o porque haya sido “impregnada” por los valores de la narcocultura.
Se puede decir también que las características del narcotraficante que se muestran en el concepto de narcocultura pueden encontrarse relacionadas con el núcleo antioqueño y el núcleo central de los que hablan Betancourt y García (1994). Estos núcleos, a los que pertenecieron Pablo Escobar (antioqueño) y Gonzalo Rodríguez Gacha (central), estuvieron conformados generalmente por personas que provenían de contextos en condiciones de pobreza que encontraron en el narcotráfico la posibilidad de acumular riqueza, tener gusto por los caballos, la ostentación y lo rural. Quizá porque las propias series, películas, música y literatura se han dedicado a resaltar más las figuras de Pablo Escobar o Rodríguez Gacha, es que las características que estos representan han sido tomadas como el “modelo” de narcotraficante y de ahí se desprende el error.

Consumir en el ahora y mostrar el éxito personal

Frente a este punto, una encuesta realizada a distintos productores de coca y beneficiarios del Programa Nacional Integral de Sustitución de Cultivos de Uso Ilícito (PNIS) en Colombia (Acero y Marín, 2019), muestra algo relevante. A pesar de que las personas participantes en esta actividad ilegal obtienen unos ingresos ligeramente superiores al del promedio en el sector rural, distinto a lo que se vende con la narcocultura (ostentación, derroche), estas personas gastan principalmente su dinero en educación para sus hijos (26%), inversión en una propiedad (20%), gastos del hogar (14%) y compra de electrodomésticos (13%). De esta forma, en estos puntos se puede encontrar que porque se viva de este negocio no necesariamente se cae dentro de lo estereotipado y que precisamente el narcotráfico es ante todo un negocio, no una práctica cultural.
Precisamente por lo anterior, esta necesidad de conseguir dinero para poder consumir productos ostentosos puede obedecer más al propio estilo de vida capitalista y a un contexto de desigualdad económica en un país que a unos valores del narcotráfico. Pickett y Wilkinson (2009) dieron cuenta de las relaciones existentes entre la desigualdad económica en países avanzados y distintas problemáticas sociales y de salud. Uno de los hechos que se exponen en este texto es la relación entre desigualdad económica y el consumo. Para estos autores, la desigualdad aumenta la presión por consumir, precisamente porque el consumismo se encuentra dirigido por la emulación y la constante competición por el estatus, una dinámica que obedece al sistema capitalista como tal; las personas desean obtener dinero pues este les permite mejorar la imagen social que de estas se tiene en relación con otras personas. Se habla entonces de un “efecto Veblen” en el que los bienes se escogen a partir del valor social que tienen más no por su utilidad. Por tanto, esa necesidad de consumo por parte de narcos o sicarios puede provenir de esta presión social por consumir, como una manera de obtener reconocimiento social o respeto, que se da en medio de un contexto de gran desigualdad a que obedezca a unos valores propios únicamente del narcotráfico.
Cabe agregar también que ya a finales del siglo XIX, Thorstein Veblen realizó un estudio profundo sobre las dinámicas de consumo y ostentación de las clases altas norteamericanas en su libro Teoría de la clase ociosa. Si se revisa lo expuesto por este autor, se puede encontrar que las dinámicas de consumo y ostentación de estas clases adineradas no terminan variando mucho frente a las de los narcotraficantes.

Narcoestética

Un primer elemento que se puede agregar es partir de reconocer que no necesariamente los narcotraficantes han sido personas que provienen de la pobreza. Como se expuso más arriba, dentro de este negocio también han participado personas de clase alta, pertenecientes a familias con gran influencia política y económica, que al ingresar al negocio no han cambiado sus estilos de vida; por lo que no se puede llegar a hablar de un gusto narco generalizado, ya que no todos actúan y viven según lo planteado por el estereotipo. No necesariamente por ser narcotraficante o vivir en el mundo del narcotráfico se desarrolla un gusto por lo exagerado o se lleva un estilo de vida ostentoso.
Un segundo elemento es entender que la ostentación y la valoración social sobre la capacidad de consumo no se deben al narcotráfico sino a unas instituciones arraigadas en una sociedad capitalista. Si se revisa la obra de Veblen (2005), se puede encontrar una buena conceptualización sobre este tema. La ostentación, la emulación de valores a través de la propiedad de objetos y el consumo, son elementos que han estado presentes a lo largo de la historia humana y del capitalismo. Todos estos elementos tienen importancia para el ser humano pues lo dotan de cualidades que le ayudan a resaltar y ser respetado dentro de la sociedad. Veblen (2005) realiza unas descripciones detalladas de los millonarios de finales de XIX en Estados Unidos, y posteriormente Galbraith (1981) en el siglo XX, sobre la manera en que estos buscaron, a través de la ostentación de su riqueza frente a otras personas, destacar socialmente y emular valores como la hidalguía.
Lo propuesto por Veblen (2005) permite aclarar que el gusto por lo lujoso, en algunos casos lo exagerado, no es algo nuevo que llegue de la mano del narcotráfico, simplemente son hábitos mentales compartidos que existían antes de que se hablara de una estética narco y que no necesariamente obedecieron a esta actividad económica, sino que hicieron parte de una práctica cultural ya establecida en la que el consumo excesivo tenía gran relevancia.
Por otra parte, se dice que con el narcotráfico llegan también nuevos objetos de consumo que se popularizan en la población. Dentro de estos productos existen algunos que se asocian normalmente como símbolos de estatus en el narcotráfico. Uno de los productos es el que Rincón (2009) describe como narco.toyota.
En Colombia estas camionetas fueron popularizadas a partir de la década del 80, lo cual coincidió con la popularización mediática del narcotráfico. Según la lógica de Rincón, se piensa que el uso de estos vehículos obedece a la identificación que sienten los colombianos con la cultura narco y sus objetos de consumo.
Frente a lo anterior se puede encontrar un gran problema en esta afirmación si se hace una revisión sobre la narco.toyota a partir del contexto en el que esta se popularizó. Siguiendo la lógica de Veblen (2005), se puede entender que el uso de estas camionetas obedece a una forma de ostentación a través del consumo, pero no queda claro de dónde puede provenir la idea de que estas camionetas simbolizan estatus. ¿Acaso los narcotraficantes se encargaron de dotar de cualidades sociales a una mercancía como una camioneta?
Las camionetas Toyota (su mejor ejemplo la Land Cruiser) son conocidas por ser vehículos SUV (Sport Utility Vehicle), los cuales fueron utilizados inicialmente como vehículos de uso militar, pues ofrecían la fuerza y la resistencia de los camiones en un vehículo más compacto que podía ser utilizados en condiciones de terreno difíciles.
Estos mismos vehículos fueron comercializados desde la década del 50 para el uso particular y se destacaron por su utilidad para tareas rurales. Fue en la década del 80 en la que los SUV tuvieron una transformación en sus componentes y se buscó ampliar el número de personas a las que se les quería a ofrecer. En el caso de Toyota se lanzó al mercado la serie 60, la cual estaba compuesta por vehículos SUV en los que se incorporaron elementos de lujo para que estos fueran usados también en las ciudades (Redacción Motor, 2014).
Como expone Lauer (2005), a partir de 1982 las ventas de estos vehículos se dispararon en países como Estados Unidos, llegando a ser los vehículos más vendidos en el año 1984. De repente los vehículos que eran vistos como robustos para tareas pesadas, se convirtieron en los vehículos de lujo preferidos por las personas en las ciudades; los SUVs simbolizaban ahora glamur y fuerza a la vez. La ventaja que estos vehículos tuvieron sobre otros fue la posibilidad de mostrarse como objetos que reflejaban poder (un vehículo “indestructible”), pero que a la vez eran lujosos y podían ser utilizados en la ciudad.
Los SUVs fueron reconocidos entonces como vehículos con “presencia de comando” que suplían “el síndrome de potencia americano”, el cual consistía en tener más de lo que era necesario. La fiebre por estos vehículos no disminuyó y en la década del 90 Toyota lanzó la Land Cruizer serie 80, la cual era aún más lujosa y cómoda que su antecesora de la década del 80, reforzando el interés por estos vehículos.
Al revisar entonces el proceso de popularización de los SUV, se puede observar que las décadas del 80 y el 90 fueron un período de tiempo en el que la comercialización de este tipo de productos se popularizó a nivel internacional. Precisamente esas cualidades que se le atribuyen al narcotráfico coinciden con las características a partir de las cuales se daba el mercadeo de estas mercancías. Se puede entonces decir que este tipo de vehículos fueron lanzados al mercado como símbolos de fuerza, poder, dinero y que precisamente por eso lograron llegar a ser los vehículos más vendidos por varios años. Probablemente fue porque precisamente reflejaban estas cualidades que los narcotraficantes vieron en estos vehículos, pues eran una mezcla entre lo militar y el lujo. Los narcos fueron muy posiblemente consumidores para los que el concepto que se vendió sobre los SUV se amoldó perfectamente. Por lo tanto, no resulta preciso hablar de la narco.toyota, pues no solamente fueron populares en los narcotraficantes latinoamericanos sino también en países como Estados Unidos; en ambos lados se dieron consumidores con la capacidad económica suficiente para poder comprar aquellos valores que les ofrecían con la compra de un SUV.
De esta manera puede encontrarse entonces que varios de los elementos que son establecidos como parte de una estética narco y sus dinámicas de consumo, obedecen más al mercado capitalista en medio de una sociedad muy desigual, que a unos rasgos únicos de consumo establecidos por los valores del narcotráfico.

Resultados de la investigación

Como se pudo observar, muchas de las prácticas y supuestos valores que le son atribuidos al narcotráfico como narcocultura en Colombia se encontraban ya institucionalizados; es decir, ya eran hábitos mentales que eran compartidos por gran parte de la población colombiana mucho antes de que esta actividad se encontrara en auge y se expandiera en el país. Por ejemplo, la ilegalidad como práctica social y empresarial es un hábito mental que ha estado presente desde la misma época de la colonia, cuando muchas actividades económicas rompieron leyes de manera premeditada y en la que el contrabando era una práctica común. Es el contrabando una de las actividades que sirvió de base, tanto en el manejo de redes de corrupción como en el manejo y transporte de las mercancías, para que los narcotraficantes pudieran comercializar a gran escala en el siglo XX.
Si se hace revisión de uno de los elementos más populares sobre la narcocultura, la ostentación, se puede ver que es una práctica que ni siquiera obedece únicamente al contexto colombiano, o siquiera al narcotráfico en cualquier lugar del mundo. El consumo de bienes de lujo, como muy bien la observó Veblen (2005) a finales del siglo XIX, es parte del desarrollo capitalista y se hace más importante como forma de estatus social a medida que una sociedad es más desigual económicamente, como muestran Pickett y Wilkinson (2009)
En cuanto al uso de la violencia directa y la creación de grupos sicariales, también se pudo observar que son prácticas normalizadas dentro del contexto colombiano al estar afectado a lo largo de su historia por la violencia y hechos de barbarie. Por lo tanto, no fue el narcotráfico algo que llegó a irrumpir con un funcionamiento más o menos armónico de la sociedad; al contrario, al ser un negocio tan lucrativo en medio de un contexto de escasez, pobreza y violencia, produjo que se intensificaran estas dinámicas ya existentes en el país.
Otro elemento que se pudo constatar fue la existencia de una gran variedad de personas que participan dentro del narcotráfico que precisamente no gozan ni de las riquezas, ni el poder, ni las armas de los narcos y los sicarios, como quedó registrado.
De esta manera, si se retoma entonces la definición de cultura que se planteó al inicio de este texto, se puede encontrar lo siguiente. En realidad, la narcocultura no ofrece unos rasgos distintivos, ni unas creencias, ni una manera de vivir distinta a la que puede vivir cualquier persona en un país como Colombia, por lo que no se le puede tomar como algo con unos rasgos culturales propios, distintos a los ya existentes en este país: un país con un sistema económico capitalista, con grandes desigualdades sociales, con una larga historia de conflictos internos y con grandes problemas de corrupción y violencia. Por lo tanto, no se puede afirmar que existan prácticas y valores sociales que permeen a la sociedad, y que obedezcan específicamente al narcotráfico.
Sumado a lo anterior, se puede decir que la utilidad del concepto en realidad es limitada. De los elementos encontrados dentro de la narcocultura, el único que se puede destacar como uno que maneja sus propios rasgos distintivos es el del arte narco como mercancía cultural, pues en este se desarrollaron distintos tipos de expresiones artísticas propias que se encuentra relacionadas directamente con el narcotráfico.
Así entonces, se puede ver que las acciones y valores que se toman como elementos que hacen parte de una narcocultura, son más una extensión de prácticas previas a la implementación de la producción y comercialización de narcóticos a gran escala, por lo que el narcotráfico no significaría una causa suficiente para que se den prácticas violentas o de corrupción en un país sino una continuación de estas.

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