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Cuadernos de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales. Universidad Nacional de Jujuy

On-line version ISSN 1668-8104

Cuad. Fac. Humanid. Cienc. Soc., Univ. Nac. Jujuy  no.58 San Salvador de Jujuy Dec. 2020

 

ARTICULO

Profesionalización de la filosofía en Mendoza. Rasgos institucionales de la Facultad de Filosofía y Letras entre los ‘40 y ‘50

(Philosophy´s professionalization in Mendoza.Institutional features of the Faculty of Philosophy and Letters between ‘40 and ‘50)

Noelia Liz Gatica*

* CONICET / NCIHUSA-CCT / Av. Ruiz Leal s/n - CP 5500 - Mendoza - Argentina. ORCID ID: https://orcid.org/0000-0002-8777-461X Correo Electrónico: noelializgatica@gmail.com

Recibido el 19/06/20
Aceptado el 04/08/20

Resumen

Entre los años ‘40 y ‘50, según Manuel Gonzalo Casas, la Facultad de Filosofía y Letras mendocina consolida en diferentes ámbitos “un prestigio” de alcance nacional como consecuencia de un “clima universitario, a veces excepcional”, propicio para la producción filosófica universitaria (Casas, 2018: 227). En un contexto marcado fuertemente por la normalización del quehacer filosófico y la nacionalización de las humanidades, desde las herramientas metodológicas de la Historia de las Ideas en el cruce con la Filosofía Práctica, analizamos un conjunto de aspectos que caracterizan las primeras décadas de la filosofía universitaria mendocina. Apuntamos a identificar, por una parte, la singularidad del quehacer filosófico regional en el contexto de la cultura filosófica universitaria argentina, y por otra, a reconocer el modo en que el pasado institucional interpela las prácticas académicas todavía vigentes.

Palabras Clave: Cultura filosófica universitaria, Filosofía Argentina, Filosofía en Mendoza.

Abstract

Manuel Gonzalo Casas ([1962], 2018) states that between the 1940s and 1950s the faculty of Philosophy and Letters consolidated in different areas “a prestige” of national scope as a consequence of a “university climate, sometimes exceptional”, conducive to university philosophical production (Casas, 2018: 227). In a context marked by the normalization of philosophical work and the nationalization of the humanities, from the methodological tools of the History of Ideas and the Practical Philosophy, we analyse a set of aspects that characterize the first decades of university philosophy Mendoza. We aim to identify, on the one hand, the uniqueness of regional philosophical production in the context of Argentine university philosophical culture, and on the other, to recognize the way in which the institutional past challenges current academic practices.

Keywords: Argentine Philosophy, Philosophy in Mendoza, university philosophical culture.

Introducción

En el contexto discursivo que traza los temas y discusiones filosóficas de mediados del siglo XX, la Facultad de Filosofía y Letras inicia su vida académica junto a la creación de la Universidad Nacional de Cuyo. Al respecto, Manuel Gonzalo Casas (1911-1981) prudente en las precisiones terminológicas que circunscriben los alcances de su estudio a un determinado espacio institucional, menciona dos hechos relevantes: la “normalización filosófica” en referencia a la categoría introducida por Francisco Romero, y la “nacionalización de las humanidades” como consecuencia de la creación de instituciones dedicadas a la materia en diversas regiones del país (Tucumán, Cuyo y Córdoba) (Casas, 2018: 222-223). En cuanto al aspecto teórico, caracteriza la década de los ‘40 como el momento en que concluye la “batalla anti-positivista” a partir de la entrada en escena de ideas procedentes de la fenomenología, el espiritualismo, la filosofía de la existencia y la filosofía de la historia.
A propósito, Casas (2018) indica que la facultad mendocina consolida en diferentes ámbitos “un prestigio” de alcance nacional como consecuencia de un “clima universitario, a veces excepcional” propicio para la producción filosófica profesional en Mendoza1. Ante esto, nos preguntamos ¿De qué manera se configura la atribución de ese prestigio y cuáles son sus alcances y límites? ¿Cuál es la especificidad que caracteriza el contexto de profesionalización de la filosofía universitaria mendocina? En tanto adjetivo atribuido por una comunidad académica determinada, ya sea regional, nacional o internacional ¿Cuáles son los parámetros académicos dominantes que sostienen dicha caracterización? ¿De qué modo se configura el “universalismo” al que aspira la filosofía en el ambiente universitario mendocino de los ‘40 y ‘50?
Desde las herramientas metodológicas de la Historia de las Ideas en el cruce con la Filosofía Práctica, nos centramos en el ensayo historiográfico de Casas ([1962], 2018) para complementar su análisis desde la caracterización historiográfica que ofrecen Diego Pró (1989) y Arturo Roig (2005) en escritos posteriores. Apuntamos por una parte, a alcanzar una valoración crítica de las prácticas institucionales en la etapa de profesionalización de la filosofía en Mendoza, y por otra, a identificar el modo en que estas prácticas interpelan nuestro presente. Si para Casas (2018) el prestigio “es una constante” del quehacer filosófico en esta región “que dura y que se manifiesta en todos los centros universitarios y culturales” del país, exploramos en los alcances temporales de su afirmación en el universo discursivo nacional de los ‘40 y ‘50 donde proliferan las alusiones a los criterios de criticidad, rigurosidad y profesionalismo, así como la necesidad de demostrar una cierta “capacidad filosófica”.
Sumado a esto, nos interesa recuperar en nuestro pasado institucional, los rastros de la potencia crítica favorable a una evaluación de la praxis filosófica universitaria presente. En este sentido, tomamos como referencia la fecundidad de la genealogía de la denuncia materializada en las palabras enunciadas por Arturo Roig un 28 de agosto de 1984, luego de una década de exilio y con motivo de la reposición de la Cátedra de Historia de la Filosofía Antigua:

Una “racionalidad” ha entrado en el ocaso y esperamos que lo sea definitivamente. Ya sabemos cómo la razón puede ocultar en su seno lo irracional. La tarea de nuestra época, de nuestra situación social, fue, ha sido y es la de desenmascarar esa racionalidad tan defendida por una serie interminable de filosofías redundantes e impotentes -aun cuando estén de modo confeso y consciente o no al servicio del poder- desde las cuales se van desenterrando mitos, cuya fuerza y lozanía es posible como consecuencia del temor, verdadera categoría vigente en nuestras sociedades organizadas sobre la explotación y la injusticia (Roig, [1984], 2011: 112).

La profesionalización de la filosofía en Mendoza: Características de la vida académica en la Universidad Nacional de Cuyo entre los ‘40 y ‘50

Respecto del desarrollo de las ideas en la institución universitaria mendocina, Manuel Gonzalo Casas (2018)2 describe tres factores interrelacionados: la procedencia académica del plantel docente en dos épocas (1939-1948 y 1949-1955); la prevalencia de ideas filosóficas tomistas, kantianas, fenomenológicas junto con el inicio de la labor historiográfica de recuperación de las ideas argentinas; y un conjunto de hechos históricos significativos de carácter académico (creación de institutos, realización de eventos y publicaciones).
La celebración del 1° Congreso Nacional de Filosofía en 1949, hecho histórico que es mencionado como un hito relevante para la historiografía de las ideas argentinas, aflora en su escrito como un factor incidente en el proceso de renovación del plantel docente en nuestra Facultad. Menciona la incorporación de intelectuales extranjeros (entre ellos, Luigi Pareyson, Ángel González Álvarez y Antonio Millán Puelles), nacionales (Francisco Maffei, Manuel Trías) y de modo especial, aquellos que habiéndose formado en la institución mendocina, posteriormente iniciaron allí su experiencia docente. Entre estos nombra a Arturo Andrés Roig, quien se incorpora a la cátedra de Filosofía Antigua junto a Francisco Maffei y colabora con Diego Pró en el proceso de “institucionalización” de la Historia de las ideas.
Más allá de las precisiones metodológicas de Casas (2018)3, las investigaciones de Pró4 (1989) y Roig5 (2005) han contribuido a enriquecer la caracterización de la vida universitaria mendocina de los ‘40 y ‘50. Si el prestigio se configura como un adjetivo positivo atribuido por una comunidad académica específica en el contexto de profesionalización de la filosofía, el rastreo y revisión de las prácticas institucionales configuradas en la región cuyana puede orientar la crítica a la aparente homogeneidad que constituye el proceso de “normalización” y la “nacionalización de las humanidades” en nuestro país.
En primer lugar, tanto Pró (1989) como Roig (2005) mencionan la influencia de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires en los primeros años de vida universitaria mendocina. Pró identifica la relevancia cultural a nivel nacional de la institución porteña creada en 1896 y sostiene que la misma “imponía sus criterios a las demás facultades humanísticas. Estas repetían, poco más o menos, las tendencias filosóficas, literarias e historiográficas de la más antigua Facultad de Filosofía y Letras de la Argentina” (Pró, 1989, 158). En consonancia, Arturo Roig afirma que la institución universitaria cuyana “en su primera década, fue una prolongación de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, en lo que tuvo activa participación Coriolano Alberini (1886-1960)” (Roig, 2005: 352).
No obstante, ante las directivas que el centro suele imponer al “interior”, Diego Pró rescata la proyección pedagógica que desde sus inicios tuvo la Facultad de Filosofía y Letras mendocina. Esta favoreció la vinculación con la comunidad, y orientada a la formación de profesionales en humanidades, se caracterizó por la inserción de docentes en las escuelas secundarias, la investigación de la población escolar mendocina y la innovación en experiencias y prácticas pedagógicas. Pró (1989) expresa que la inserción de la Facultad de Filosofía y Letras cuyana tuvo un impacto significativo en la vida de los jóvenes, no solo estudiantes de filosofía sino también de otras carreras, en la inserción laboral de sus egresados en la enseñanza media6 y “en la proyección social de la labor docente y de investigación” ya sea a partir de la vinculación de los institutos, las publicaciones especializadas en la revista Philosophia y la realización de eventos tales como el congreso del ´49 (Pró, 1989: 163).
Por su parte, Fontana (1989) señala que dentro de los factores incidentes en la creación de la Facultad de Filosofía y Letras junto con la Universidad, influyó positivamente la necesidad expresada por el Ministerio de Justicia e Instrucción Pública de la Nación en 1934 de proveer “cátedras para los institutos de enseñanza secundaria, normal y especial, con la mira preferente de dar cabida al mayor número posible de los egresados de las facultades especializadas en humanidades y ciencias de la educación” (Fontana, 1989: 77).
Asimismo, profundiza en dos factores que consideramos sin duda imprescindibles para comprender la singularidad de los antecedentes del desarrollo de la filosofía universitaria en Mendoza: la incidencia política de la juventud post-reforma arraigada en el suelo mendocino y el despliegue de la actividad cultural. Sobre lo primero, menciona el “Periodo estudiantil o reformista (1919-1933)” como una época caracterizada por la intervención política de los estudiantes de colegios secundarios luego de la Reforma Universitaria. En nuestra provincia, este acontecimiento estuvo singularizado por la incidencia del movimiento mendocino que, cabe agregar, se conformó principalmente por mujeres y dio lugar al sindicato “Maestros Unidos” dirigido por Florencia Fossatti y Angélica Mendoza (Ferreira de Cassone, 2015: 94).
Este proceso estuvo vinculado con la propuesta de la Universidad Popular en 1920 como primer antecedente de creación de un espacio propicio para la enseñanza de Filosofía. El proyecto fue impulsado por “una asociación de jóvenes estudiantes denominada Centro Cultural ‘Alberdi’ (…)” (Fontana, 1989: 72) y acompañado por Angel Lupi, un docente mendocino que impartió clases en el Colegio Nacional de Mendoza e impulsó la creación de la Academia Provincial de Bellas Artes en 1933 (Fontana, 1989, Pró, 1989). A propósito de la actividad cultural, Fontana destaca la comprometida participación de “poetas, pintores, ensayistas, escultores, novelistas” con la institución creada en 1933 entre los que menciona a artistas mendocinos destacados, tales como Fidel Roig Matons, Ricardo Tudela, Alfredo Bufano y Jorge Ramponi (Fontana, 1989: 76).
Una vez creada la Facultad de Filosofía y Letras en 1939, la participación de los jóvenes en la transformación cultural universitaria, según señala Casas puede ser rastreada en la publicación de la revista Spiritus “aunque no haya tenido carácter oficial” (Casas, 2018: 226). Además, en la convergencia generacional señalada por Diego Pró, identificamos la importancia de la actitud amplia de la juventud ante la incorporación de una diversidad de corrientes e ideas. Entre 1939 y 1949, el predominio de la influencia cultural porteña, estuvo matizado por el ambiente académico mendocino caracterizado por la convergencia de “hombres de tres generaciones” (Pró, 1989: 159): la generación de 1910 (Alberini, Rougés), la de 1925 (Guerrero, Virasoro) y la de 1940 (jóvenes docentes, entre los que comienzan a figurar aquellos y aquellas profesionales formadas en Mendoza). Respecto de los primeros, y en consonancia con Casas (2018), Pró (1989) identifica las “tendencias idealistas” que conformaron la “reacción al positivismo” tales como las ideas neokantianas, el bergsonismo y el vitalismo. La generación siguiente, introduce la fenomenología y el existencialismo como consecuencia del regreso de profesionales argentinos formados en Alemania con Heidegger en la década del ´20. Por último, entre “los hombres más jóvenes aparecía la profundización de los clásicos de todas las épocas, y gracias a ellos se despertó el interés por los estudios histórico-críticos en filosofía” (Pró, 1989: 159).
En cuanto a las características históricas de la convivencia de las tres generaciones, Pró (1989) sostiene que si bien la primer etapa (1939-1949) estuvo signada por la difusión de una gran diversidad de ideas, contrariamente a la magnitud internacional del Congreso, la etapa siguiente (1949-1955) se caracterizó por un retroceso de “la filosofía germánica pasada por Madrid (Ortega y Gasset, García Morente, Xavier Zubiri, Fernando Vela y otros)” consecuente con el avance de la escolástica italiana y española (Pró, 1989:159).
Por su parte, Roig (2005) introduce el exilio como una constante que traza desde un comienzo la historia de nuestra vida académica. Junto con la creación de la Facultad de Filosofía y Letras, arriban filósofos españoles exiliados tras el fin de la Guerra Civil (Claudio Sánchez Albornoz, Juan Corominas y Salvador Canals Frau). Pero entre 1943-1946, “Junto con los republicanos españoles se fueron, entre otros, además, el pedagogo guatemalteco Juan José Arévalo” (Roig, 2005: 352). El filósofo guatemalteco, Juan José Arévalo (1904- 1990) había realizado sus estudios doctorales en Filosofía y Ciencias de la Educación en la Universidad Nacional de La Plata. Tras dictar Literatura en la novel Facultad de Filosofía y Letras de la universidad tucumana y de colaborar como adjunto en la cátedra de Ciencias de la Educación en la Universidad de Buenos Aires, dirigió el Instituto Pedagógico de San Luis dependiente de la Universidad Nacional de Cuyo entre 1941 y 1942. Y si bien fue convocado para ejercer el cargo de Inspector General de Escuelas en Mendoza, dimitió en 1943 para regresar a Tucumán por un breve tiempo, dado que finalmente regresaría a Guatemala tras la caída de Jorge Ubico. En 1945 se transforma en el primer presidente electo popularmente apoyado tanto por el Frente Popular Libertador de procedencia estudiantil como por el de Renovación Nacional conformado por maestros y profesionales (Berrocal Soto, 1966).
En esta dirección, si bien los acontecimientos histórico-políticos a escala nacional e internacional inciden en la transformación del plantel docente, así como en la circulación de ideas y prácticas universitarias regionales, Roig introduce un aspecto polémico previo a la realización del Congreso. Afirma que con el fin de la Segunda Guerra Mundial, la Facultad mendocina se convirtió en “el refugio de exiliados europeos, comprometidos con los regímenes derrotados” y en una institución frecuentemente visitada por “universitarios de la España franquista” (Roig, 2005: 353). Todo ello, resultado de “un activísimo proyecto de integración de la Universidad con el clima fascista español” (Ibídem). Por lo que, según lo señalado por Pró, si entre la primer etapa (1939- 1949), propicia a la convivencia de corrientes e ideas diversas, y la segunda (1949-1955), donde nota un avance de la escolástica española e italiana, en forma conjunta con la afirmación de Roig identificamos la presencia teórica de ideas simpatizantes de las políticas académicas impulsadas por el franquismo previas al congreso del ‘49.
Por su parte, Pró incluye una tercera etapa a partir de 1956 hasta 1966, cuando paradójicamente advierte un nuevo ensanchamiento del “horizonte filosófico no solo en cuanto a tendencias y orientaciones sino también por lo que atañe al cultivo de disciplinas filosóficas” (Pró, 1989: 161). Esta paradoja puede ser complementada con las indicaciones de Roig sobre transformación del plantel docente con la llegada de profesionales formados en nuestro país. El golpe de estado que derrocó a Perón implicó que intelectuales comprometidos o no con las ideas oficialistas fueran expulsados de sus lugares de trabajo. Mauricio López7 y Francisco Maffei debieron abandonar nuestra Facultad, al tiempo que arribaron a la institución Rodolfo Agoglia, Miguel Ángel Virasoro, Manuel Gonzalo Casas y Angélica Mendoza (Roig, 2005).
En cuanto a los exilios de 1943 y 1955, Jensen (2004), señala una diferencia cualitativa vinculada con la historia política nacional. Mientras el primero estuvo caracterizado por la intervención de las universidades, las alianzas con la iglesia y la oposición de los intelectuales liberales que en gran parte presentaron su renuncia en defensa de la autonomía académica y los ideales reformistas; el segundo implicó la cesantía, persecución y silenciamiento de los profesionales que habían demostrado cierta simpatía con el peronismo.
Por otra parte, entre ambos exilios, Roig (2005) ubica la disputa teórica entre tomistas y existencialistas en torno a la realización del Congreso del ´49 donde insiste una vez más en la procedencia de la gestión organizadora explicitada en el discurso inaugural de Coriolano Alberini. En contraposición, al adjetivo más amable de “recinto vivo” utilizado por Manuel Gonzalo Casas, Alberini refiere al espacio institucional mendocino a través de la figura del paisaje8 como simple fondo para la circulación y debate de las ideas profesionales extranjeras, aun cuando pretendidamente nacionales procedan casi con exclusividad de la ciudad porteña.
El discurso de Alberini, titulado, según el estudio de Pró (1960), “Los orígenes de la educación filosófica en la Argentina”, alude a la polémica ocasionada por la elección de la institución mendocina como espacio propicio para la realización del congreso. Probablemente, se deba a los límites del discurso “profesionalista” la ausencia de referencias a las prácticas culturales precedentes en la región. Si solo momentáneamente abandona la terminología procedente del espiritualismo biologicista al aludir a la importancia de la historicidad de las ideas en un tono crítico respecto del historicismo radical, resulta que el protagonismo asignado a la “vida institucional” no apunta al clima de ideas o la producción teórica regional, sino solo a los beneficios del paisaje. Pues aunque se trate de una “ciudad histórica y laboriosa”, de acuerdo con los parámetros del ejercicio filosófico profesional, Alberini no parece interesado en provocar un diálogo con el quehacer filosófico y cultural no universitario.
Por su parte, Velarde Cañazares (2011) ofrece un rastreo genealógico de la disputa gestada en el campo intelectual en la década infame que tendría incidencia en las pugnas ideológicas libradas en torno a la organización del I Congreso Nacional de Filosofía. Las diferencias entre filósofos nacionalistas de derecha, más afines al tomismo y ligados a la iglesia católica, y los filósofos en su mayoría laicos a favor de la democracia en lo político, fundamentalmente existencialistas y fenomenólogos en lo teórico, adquiere una nueva configuración con la llegada del peronismo.
En la década de los ‘40, tomistas y existencialistas se expresan en su mayoría a favor del peronismo, mientras que los fenomenólogos reformistas y exiliados de la Guerra Civil Española, ven en Perón la amenaza del totalitarismo. De este modo, si en un comienzo la iniciativa de realizar el congreso estuvo auspiciada por el sector católico de derecha con el objetivo de celebrar los diez años de la Facultad de Filosofía y Letras, las intenciones de disipar las denuncias de coacción a la libertad de expresión, debido a la intervención del gobierno en las universidades, provocaron un desplazamiento del protagonismo inicial de los filósofos tomistas a los filósofos existencialistas (Velarde Cañazares, 2011). En definitiva, las supuestas ventajas de celebrar el congreso en este bucólico “rincón del mundo” no estuvieron exentas de conflictos ideológicos e intereses políticos.
Acerca de la relevancia del Congreso y la presencia de la producción filosófica universitaria argentina y mendocina en un evento nacional con alcance internacional, en su discurso Alberini se posiciona como un claro exponente de la región pampeana:

Mucho se ha recalcado, dentro y fuera del país, y ello es trivialísimo lugar común, que tenemos exceso de orgullo agropecuario. Las vacas sagradas de la India se pasean libremente en los templos solemnes, bajo la mirada mítica de los creyentes vegetarianos. Nosotros preferimos comernos las vacas. Nuestro muy comestible y celebérrimo vacuno, substantífica flor de zootecnia, no excluye el culto, cada vez más intenso, de la antropotecnia, física y espiritual. Por ello, cultivamos el instinto metafísico merced a la obra de un congreso de filosofía. Vaya lo uno por lo otro (Alberini, 1950: 63-64).

En la imagen descripta prevalece la reivindicación de lo nacional como espacio propicio para un evento de discusión filosófica en el contexto de la segunda posguerra. En su referencia a los filósofos argentinos que iniciaron la enseñanza de la filosofía en las universidades nacionales, identifica la “capacidad filosófica” nacional con la racionalidad de la cultura occidental. Opone de este modo una mirada racional procedente de Occidente con una supuesta mirada mítica de Oriente. Además, aun cuando está presente la metáfora alusiva al “orgullo agropecuario”, la presencia de nuestra “ciudad agrícola” en el Congreso parece haber quedado al margen.
Los modos de enunciación de la praxis filosófica en el ambiente de “normalización” junto con la “profesionalización de la filosofía”, luego de diez años de la creación de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Cuyo, evidencian una escasa representación regional, dado que “tan solo se inscribió un mendocino, con una ponencia, Juan Carlos Silva (1901-1992)” (Roig, 2005: 353). Esta afirmación se sostiene, aun cuando a este número le sumamos los participantes con pertinencia institucional cuyana: Luigi Pareyson, Belisario D. Tello, Miguel de Ferdinandy, Jaime María de Mahieu, Manuel Trías, Enrique Loedel Palumbo, Ricardo D. Pantano, Pedro Pí Calleja, Fausto I. Toranzos, María Delia Gatica de Montiveros, Julio E. Soler Miralles.
En esta lista de docentes, figura María Delia Gatica (1907-2003), maestra y doctora en Filosofía y Letras por la Universidad Nacional del Litoral, que se desempeñó en el área de la pedagogía y la literatura en la sede cuyana de la provincia de San Luis. María Delia participó en el congreso del ‘49 con un trabajo titulado “El lenguaje y la cultura”. Su mención nos indica dos dificultades propias de la lógica tradicional con la que se suele pensar la historia de las instituciones universitarias y la Historia de las ideas en general. En primer lugar, atender a la peculiaridad de la etapa de profesionalización de la filosofía en Mendoza supone ampliar el recorte geográfico de la provincia a la región cuyana a fin de advertir la proyección de la universidad con sedes en San Luis y San Juan hasta la década del ‘70. En segundo lugar, la historia narrada en los términos de los “filósofos fundadores” o “patriarcas” solo puede legitimar el silenciamiento de la mujeres en la Historia de las ideas (Alvarado, 2014).
Esta arista tan solo mencionada en los ensayos de Casas (2018) y Roig (2005), pero ausente en la insistencia de Pró por rescatar a los “hombres fundadores” de la filosofía universitaria mendocina, la constituye la alusión a: Azucena Bassi, Hilda Calderón de Baldrich, Matilde Salcedo, Carmen Vera Arenas, Marta Fleury de Satlari, Nuria Cortada, Blanca Quiroga y Yolanda Borquez. Entre ellas, Yolanda Borquez, dedicada a los estudios sociológicos, publicó “Las condiciones sociales de la familia cordillerana” (1959) y “Dinámica de los niveles sociales de la provincia de Mendoza” (1960), Carmen Vera Arenas (1918- 1990) estudió el profesorado de Filosofía en nuestra facultad y ejerció la carrera docente como maestra rural, y Nuria Cortada (1921-2013), habiendo nacido en Mendoza, vivió un tiempo en España pero debió regresar a nuestro país tras la guerra civil. Según cuenta Nuria en su “Autobiografía” cuando comenzó su interés por la psicología regresa a nuestra provincia donde había sido contratado Horacio Rimoldi. Aquí inicia la carrera de Filosofía y tuvo como compañeros a “los hermanos Roig, a Zamorano, al malogrado Mauricio López, a las hermanas Quiroga, a Susana Velasco, a Hilda Calderón, a Irma Suarez (…)” (Cortada, 2008: 4).
Las investigaciones de Nuria Cortada (1944,1945) expresan, paradójicamente a lo señalado sobre los exilios, el momento en que la vida institucional da inicio a un proceso donde se conjugan las ideas procedentes de la filosofía, la psicología y la sociología contemporáneas con la investigación social y la extensión universitaria. Pró (1989) solo menciona la proyección social de la revista del Instituto de Filosofía y la realización de eventos académicos. Pero en un escrito reciente, Visaguirre (2018) ha logrado identificar el interés filosófico por la educación así como el clima de tolerancia en la diferencia de ideas durante la dirección de la revista Philosophia a cargo de Diego Pró entre 1944 y 1947. En este periodo, además de los textos sobre educación de Alberto García Vieyra exponente de la filosofía cristiana, podemos mencionar dos investigaciones de Nuria Cortada desarrollados en el Instituto de Psicología Experimental de la Universidad Nacional de Cuyo, partir del trabajo realizado en escuelas mendocinas: “El problema de la fatiga” (Sección artículos, 1944) y “Perseverancia” (Sección Notas y comentarios, 1945).
En un cambio de época, y de perspectivas teórico-metodológicas, en 1956 regresa a nuestra provincia Angélica Mendoza (1889-1960) primero como docente interina de la primera cátedra de Sociología y luego como titular por concurso. Angélica creó y dirigió en Filosofía y Letras el Instituto de Sociología. Entre 1956 y 1960, realizó una investigación sobre “Estudios socio-económicos de problemas regionales” focalizándose en las condiciones de vida de la población del barrio San Martin (1957), en la Cárcel de Mendoza (1958) y en los trabajadores migrantes bolivianos (1958-1959) donde supo instrumentar las herramientas de la Sociología y la Psicología Social (Ficcardi, 2013: 22-28). Tras la muerte de Angélica Mendoza en 1960 “sus prácticas establecieron las diferencias entre dos maneras de entender el campo de la sociología como oficio” (Ibídem: 86): una continuada por Yolanda Borquez y Exzequiel Ander Egg y la otra liderada por Luis Campoy (Ibídem: 86).
En conclusión, las coordenadas trazadas por el ambiente normalizador y la presencia porteña, las transformaciones del plantel docente, las publicaciones y eventos, caracterizan la etapa de “profesionalización” de la filosofía en Mendoza al tiempo que consolidan una atribución “académica” del prestigio institucional. Ante ello, la proyección pedagógica de la Facultad de Filosofía y Letras singularizada por la juventud y la actividad cultural, así como por la “convergencia generacional”, las transformaciones del plantel docente vinculadas con las procedencias teóricas, las disputas políticas y los exilios explicitan la especificidad regional de un proceso cultural nacional.
La presencia de la juventud, en los colegios secundarios, inspirada en el movimiento reformista, e impulsada por docentes vinculados a la enseñanza de la filosofía tales como Angel Lupi y a las reivindicaciones laborales, tales como las de Angélica Mendoza, trazan el contexto histórico, político y cultural que prepara el terreno para el ejercicio profesional de la filosofía en Mendoza.
Pero si, la “convivencia entre generaciones” acompaña la “entrada en escena de ideas” filosóficas contemporáneas, y puede indicar un factor incidente en la atribución positiva del prestigio en el ambiente de normalización, son precisamente, la presencia de los jóvenes, las mujeres, la historia narrada en exilios, y la necesidad de resignificar la extensión universitaria, los elementos que nos ubican más allá de la repetición. Pues son las propias diferencias, las que avanzados los ´50 propician el ambiente teórico de una crítica a los vicios al academicismo. De modo que la crisis de la racionalidad posterior a la Segunda Guerra Mundial, es asumida con fuerza en el ambiente discursivo universitario mendocino posterior al segundo exilio. Mauricio López, expulsado de la Facultad, se convierte en Secretario de la Federación Universal de Movimientos Estudiantiles (FUMEC) y tras su regreso a Mendoza en 1969 va a impulsar la comprensión de una nueva universidad participante de los procesos sociales a favor de la liberación (Arpini, 2018; Paredes, 2008). Por su parte, Angélica Mendoza arriba en 1956 dando una proyección invaluable a los estudios sociales. Ambos transitaron los pasillos de la Facultad de Filosofía y Letras y atestiguan una vertiente filosófica con potencia crítica frente a las “filosofías redundantes e impotentes” que se adueñaron del espacio institucional en los meses previos a la dictadura del ´76.

A modo de conclusión

Dado que la profesionalización de la filosofía no se configura de forma homogénea en nuestro país, es factible y necesario desprendernos, aunque sea de manera relativa, de los desarrollos historiográficos porteño-céntricos, a fin de advertir las peculiaridades propias de la producción filosófica académica regional. Si junto con la normalización se produce una nacionalización de las humanidades, este proceso estuvo signado por disputas teóricas, ideológicas y políticas materializadas en las prácticas institucionales. La nacionalización implicó prácticas tendientes a la democratización del acceso a la formación en humanidades, al tiempo que implicó el peligro de la homogeneización infundida en el proceso de normalización.
En esta dirección, reconocemos la labor de recuperación del desarrollo histórico de las ideas mendocinas que preceden a la creación de la institución universitaria (Pró, 1989; Roig, 2005). Y en el proceso de “normalización”, identificamos la confluencia diversa de teorías, metodologías y disciplinas humanísticas y los momentos en que la “convivencia” no estuvo ajena de los conflictos políticos. El espacio institucional habitado por sujetos y sujetas desde un comienzo no es meramente pasivo a la recepción de ideas, sino que se configura como un escenario de disputa frente a los vicios de la profesionalización acorde al parámetro hegemónico de la Facultad de Filosofía y Letras porteña como centro de irradiación cultural. La escasa presencia de filósofos mendocinos en la primera década de la facultad expresa los límites de las prácticas institucionales de la profesionalización. En esta dirección identificamos la ausencia de vinculación entre la Universidad y las/os filosofas/os mendocinas/os no universitarias/os por una parte, y por otra, la exigua mención de filósofas universitarias en la novel institución.
Además, no podemos dejar de lado la triste conjunción denunciada por Roig de pensamiento e intolerancia como característica de la historia de la filosofía universitaria mendocina. A partir de las conclusiones de su esquema historiográfico9, observamos que la descripción institucional ofrecida por Manuel Gonzalo Casas como un “recinto vivo para el pensar fundamental” adquiere complejidad con los signos de la vida universitaria argentina inmersa en la conflictividad socio-histórica de mediados del siglo XX. La Segunda Guerra Mundial, el peronismo, los exilios y los proyectos institucionales evocan entonces un periodo de crisis y transformación que tiene incidencia en un modo particular de ejercicio de la praxis filosófica efectuada en las universidades.
Las precisiones teórico-metodológicas de Roig (2005) nos alertan sobre la especificidad de los discursos en que se teje un modo de racionalidad al interior de la universidad. Si la praxis filosófica puede trascender y de hecho trasciende las fronteras de la academia, el ensayo de una genealogía de los modos de enunciación del discurso filosófico universitario, podría orientarnos a identificar las prácticas políticas operantes en la circulación, apropiación y reformulación de las ideas filosóficas. Aun teniendo en cuenta las distinciones entre las procedencias teóricas, la aspiración a la universalidad se expresa tanto en la configuración de los límites de la racionalidad académica como en el diagnóstico de su crisis.
De este modo, Roig (2013) sostiene:

Y ya que hemos hablado de ocasos y alboradas, digamos ya, para terminar, que el búho de Minerva-aun cuando tratemos de mantenerlo vivo con argucias como la del “crepúsculo matutino”- es un pájaro embalsamado que únicamente levanta el vuelo para esconderse de la aurora (Roig, 2013: 112).

Su denuncia a los modos de ocultamiento de lo irracional en la pretensión de la racionalidad se orienta a señalar los modos en que ya en los meses previos a la última dictadura cívico-militar, se instrumentó la expulsión de filósofos que impulsaron un modo crítico de comprender las relaciones entre filosofía y universidad. Ante la crítica a los vicios de la normalización, como a los límites de los discursos académicos, señala el acecho de un peligro constante: la fosilización de las instituciones. Aspecto que no resulta tan lejano si se revisan las tensiones académicas recientes, las permanencias, los silencios y las ausencias. Entre estas, cabe mencionar la escuálida presencia de los espacios de Psicología y Sociología, tendientes a favorecer el diálogo entre los saberes académicos y los saberes comunitarios, tales como la articulación impulsada por Angélica Mendoza. No existe en la actualidad un espacio para la Filosofía Feminista y a Marx solo lo estudiamos en Antropología Filosófica, cátedra que paradójicamente alguna vez fuera ocupada por Angélica Mendoza.
La historia de exilios que signa la vida académica de la Facultad de Filosofía y Letras, donde con el retorno a la democracia, Arturo Roig, entre otros docentes que padecieron no solo la expulsión y usurpación de las cátedras, sino también la consolidación de prácticas institucionales cada vez más ajenas a los conflictos sociales, verifica la urgente tarea de emprender la reconstrucción de una memoria histórica que narre los modos en que la Facultad ha ido cerrando sus puertas. Para responder a la función social no solo de la universidad, sino fundamentalmente de la filosofía, el interés filosófico por la educación indicado por Leonardo Visaguirre en los primeros años de la revista Philosophia, las diferencias entre el modo académico de concebir la extensión propuesto por Diego Pró y la proyección política de la universidad participante impulsada por Mauricio López, nos ofrecen los antecedentes de un modo de acercamiento a los conflictos sociales de la región. En esta dirección, observamos que la falta de articulación entre la carrera de Filosofía y la enseñanza media, ha agudizado el retroceso general de las humanidades a nivel provincial. La reducción del campo profesional en educación secundaria demanda un mayor acompañamiento institucional a las egresadas y los egresados.
Por último, consideramos que la producción de conocimiento en el campo de la Historia de las Ideas y la Filosofía Práctica puede contribuir a identificar las formas de exclusión que se han tejido y se tejen en las redes ideológicas de las prácticas académicas, sin desatender a las prácticas no oficiales como modos de irrupción de las fronteras intencionalmente herméticas de la institución. La crítica a la racionalidad propuesta por Roig u Oward Ferrari, la denuncia al eurocentrismo sostenida por Enrique Dussel, así como la necesidad de advertir los silencios, los acuerdos y el modo en que se libran actualmente las disputas por el espacio académico en los pasillos, en los bordes, atravesando las deserciones y desgranamientos de estudiantes, quizás nos den las pautas para repensar las características de la vida de la filosofía universitaria mendocina actual.

Notas
1|   A propósito sostiene “En verdad, aquí en Mendoza, la filosofía encontró un recinto vivo para el pensar fundamental que fue salvando todas las contingencias del tiempo y que puede considerarse una de las conquistas más logradas de nuestra cultura. De una cultura que seguirá adelante, con esperanzas y sin reposo, llamando al corazón de los argentinos movidos por el servicio y el amor no sólo de las ideas, también de la patria” (Casas, 2018: 227).
2|   Manuel Gonzalo Casas (1911-1981), filósofo tomista nacido en Córdoba que cursó Humanidades en Santa Fé, e impartió clases en la Universidad Nacional de Córdoba y Tucumán. En 1956 arriba a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Cuyo.
3|   Cabe señalar que Prado (2018) ha reparado en la perspectiva teórico-metodológica bergsoniana operante en el esquema historiográfico de Casas. De este modo, indica el sentido asignado por el filósofo cordobés al señalamiento de los posibles límites de su valoración de los hechos históricos materializada en la mirada de exterioridad de quien observa los hechos desde afuera. Su posicionamiento metodológico se expresa en la afirmación de una variable que incidiría en la diferencia entre su reflexión historiográfica en calidad de “extranjero” con la de quienes participaron de los primeros años de vida académica.
      Por nuestra parte, no nos interesa contraponer la mirada del “extranjero” con la mirada de quienes presenciaron los primeros años de creación de la Facultad de Filosofía y Letras mendocina (Pró, 1989; Roig, 2005). Al contrario, proponemos una revisión crítica de las tres perspectivas historiográficas, a fin de interpelar la matriz normalizadora característica de la etapa de “profesionalización de la filosofía”, al tiempo que rastreamos la complejidad de las prácticas universitarias mendocinas de los ‘40 y ‘50.
4|   Diego Pró (1915-2000) filósofo nacido en Chaco, estudio en el Instituto Nacional de Paraná e impartió clases en Mendoza, Tucumán y Catamarca. Dictó Lógica e Historia del pensamiento argentino en la Universidad Nacional de Cuyo.
5|   Arturo Roig (1922-2012) filósofo mendocino, egresado de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Cuyo en 1949. Hacia los ‘50, continúa la tarea historiográfica iniciada por Coriolano Alberini, pero crítico de los supuestos teórico-metodológicos del espiritualismo biologicista, orienta sus primeros estudios a la puesta en valor del desarrollo de las ideas regionales.
6|   Al respecto, Pró sostiene que “Hasta antes de la fundación de la Facultad, la enseñanza de la filosofía en el ciclo medio se limitaba a algunas escuálidas nociones, transmitidas generalmente, con excepción de la enseñanza filosófica de egresados de facultades humanísticas y alguno que otro profesor de formación europea, por distinguidos profesionales de otras carreras, que no hacía de la educación una consagración definitiva y que eran por lo general aficionados en filosofía. La presencia de los egresados de la Facultad, cambió la calidad filosófica de la enseñanza, cambió su espíritu, transformó los métodos y formas propedéuticas, produjo cambios en los planes de estudio e influyó en los criterios de gobierno educacional en tales establecimientos” (Pró, 1989: 163)
7|   Mauricio López fue prosecretario de Actas en el I Congreso Nacional de Filosofía y según cuenta Paredes (2008) “Sin ser afiliado al partido, Mauricio López simpatizó con las reivindicaciones sociales propuestas por el peronismo que habían seducido a gran parte del progresismo argentino. (…)” (Paredes, 2008: 6).
8|   Alberini sostiene: “Sorprende que pudiéramos reunirnos aquí, en este rincón del mundo, para filosofar en forma severa. La iniciativa corresponde a un grupo de cultos y talentosos jóvenes argentinos, llenos de vocación, apoyados por tantos y conspicuos filósofos extranjeros, que se dignan llegar hasta nosotros para colaborar en el desarrollo de nuestro país y, como si ello no bastara, reunirnos en esta ciudad histórica y laboriosa. Hemos querido que se celebrara aquí (…)
      Se ha censurado el lugar elegido. Precisamente, en ello reside el mérito. La experiencia de otros congresos de filosofía nos ha convencido de que las grandes ciudades son poco a propósito para filosofar. En ellas, muchos delegados se distraen. Nada más inconveniente (…)” (Alberini, 1950: 74-75).
9|   Arturo Roig (2005) sostiene: “Concluiremos citando un pensamiento de Coriolano Alberini expresado en ocasión del I Congreso Nacional de Filosofía, en 1949: ‘En nuestro país- decía-, cuya vida filosófica es un tanto primitiva, ¿Qué fuera de la filosofía si no hubiera universidades? Esperemos-decía luego que en el futuro florecerán genios filosóficos, ajenos a la enseñanza oficial’. El ejemplo de Tudela se nos viene a la mente, así como de tantos a los que ese ‘oficialismo’ (…) ahogó en ellos el espíritu creador, a más de servir de cobijo a tanto mediocre. De todos modos, hay que creer en la ‘astucia de la razón’ así como en la apertura siempre imprevista para quienes no la esperan de puertas tan celosamente cuidadas. Cuanto más la Universidad se cierra, más fuertemente se generan formas para-universitarias y más expuesta queda a sorpresas. (…)” (Roig, 2005: 359).

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