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Cuadernos de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales. Universidad Nacional de Jujuy

versión On-line ISSN 1668-8104

Cuad. Fac. Humanid. Cienc. Soc., Univ. Nac. Jujuy  no.58 San Salvador de Jujuy dic. 2020

 

ARTICULO

Después de la utopía. Polémica cultural y debate político a través de los textos editoriales de Abelardo Castillo en la revista El Ornitorrinco (1977-1986)

(After utopia. Cultural controversy and political debate through the editorial texts of Abelardo Castillo in the magazine El Ornitorrinco (1977-1986))

Rodrigo Montenegro*

* CONICET / Universidad Nacional de Mar del Plata - Centro de Letras Hispanoamericanas. Correo Electrónico: rdmontenegro@gmail.com

Recibido el 06/12/20
Aceptado el 23/05/20

Resumen

Se propone una aproximación a los textos editoriales publicados por Abelardo Castillo en la revista El Ornitorrinco. Fundado en 1977, el proyecto se propuso como una expresión de resistencia cultural durante la dictadura iniciada en 1976. Durante este período, los editoriales de Castillo sostuvieron una constante reflexión literaria y política imbricando estas dos prácticas en un mismo espacio discursivo. Luego de 1983, sus textos ingresaron al debate polémico en torno a la definición y los límites del orden democrático. En suma, es posible señalar una constante productividad escrituraria en al cual la reflexión en torno a la literatura se compone simultáneamente al debate público. Al trascender esta paradoja Castillo definió una praxis ética y estética que se materializa en sus intervenciones publicadas en las revistas.

Palabras Clave: Abelardo Castillo, post-utopía, literatura, política, revistas.

Abstract

This article proposes an approach to the editorial texts published by Abelardo Castillo in the magazine El Ornitorrinco. Founded in 1977, the project was suggested as an expression of cultural resistance during the dictatorship initiated in 1976. During this period, Castillo’s editorial texts sustained a constant literary and political reflection imbricating these two practices in the same discursive space. After 1983, his texts entered the controversial debate around the definition and limits of the democratic order. In sum, it is possible to point out constant writing productivity in which the reflection on literature is simultaneously composed of the public debate. Transcending this paradox, Castillo defined an ethical and aesthetic praxis that materializes in his interventions published in the magazines.

Keywords: Abelardo Castillo, criticism, literature, politics, magazine.

Introducción

La historia de las revistas literarias y culturales argentinas forma parte de un régimen de visibilidad e intervención en la escena pública en el cual las formas de la trama literaria y la vida política se yuxtaponen. Estas publicaciones han funcionado como espacios para la confrontación de ideas y, muy frecuentemente, como territorio en el cual ensayar una figuración autoral e intelectual; tal como sostienen Rogers y Delgado, en una perspectiva amplia, “Las publicaciones periódicas hicieron posible la existencia de ciertos tipos de escritura, la formación de lectores, la emergencia pública de escritores y de formas de profesionalidad y de sociabilidad específicas” (Delgado y Rogers, 2016: 10). En ese amplio universo es posible situar a la revista El Ornitorrinco, editada entre 1977 y 1986, y en ella a las intervenciones de Abelardo Castillo (1935-2017). El presente trabajo intenta observar a partir de una serie específica de textos editoriales las pervivencias y transformaciones de una figuración autoral en el momento histórico y cultural en el cual se produce un aparente desfasaje; esto es, entre el agotamiento de una figura de escritor comprometido con las posibilidades efectivas de una revolución política y su reubicación en la escena pública de la inmediata postdictadura.
El itinerario propuesto a través de los textos de Castillo permite señalar algunas marcas singulares de este desplazamiento. Dado se trata, en principio, de intervenciones coyunturales, su lectura en serie ofrece una perspectiva de las radicales transformaciones en la escena literaria argentina que, articulada en su dimensión histórica, da cuenta del debate en torno a la definición social y política del escritor en el inicio de la década del ochenta. A partir de la noción metodológica de “escena”1, elaborada por Jacques Rancière (2013) y articulada con la experiencia histórica argentina, es factible percibir las mutaciones de la praxis literaria, así como advertir sus genealogías, vectores de emergencia o elementos residuales. En este sentido, la hipótesis que orienta estas indagaciones observa en los textos editoriales de Castillo, publicados en El Ornitorrinco, la materialización textual de las violentas transformaciones sufridas por la sociedad argentina a partir del golpe de Estado de 1976. Estas intervenciones elaboran una posición literaria que debe interpretase como ejercicio de resistencia al régimen militar hasta 1982, y que luego discutirá las limitaciones del debate político y literario una vez recuperada la democracia. Sin embargo, más allá de su consideración como intervenciones de coyuntura, estos textos permiten observar y registrar el quiebre en la comunidad sensible y la consecuente necesidad de recalibrar el lugar del escritor en una escena post-utópica2.
Ahora bien, tal como sostiene Federico Iglesias en una lectura minuciosa de El Ornitorrinco hasta 1983, en estas notas de coyuntura “se combina el análisis de la situación política, con la crítica literaria […] El editorial es la voz autorizada de la revista para intervenir en el espacio público, en el terreno de la palabra impresa” (Iglesias, 2019: 81). En efecto, teniendo en cuenta los acontecimientos de la vida política, los textos que componen este recorrido pueden agruparse en dos escenarios, en los cuales “puede observarse cómo se filtra y es analizada la realidad político-cultural y cómo se posiciona la revista con relación a ella y sus interlocutores” (Iglesias, 2019: 83). Entonces, por un lado, se encuentran los textos editoriales publicados entre 1977 y 1981, los cuales dialogan y polemizan en torno a las condiciones de la resistencia cultural durante la dictadura; allí se ubican “Muerte y resurrección de las revistas literarias o seis aproximaciones para armar un ornitorrinco” de octubre-noviembre de 1977 (Castillo 2015 a); “Los derechos de la inteligencia o el huevo dorado” de enero-febrero de 1979, firmado en conjunto por Castillo y Liliana Heker (Castillo, A. y Heker, L., 2015); “La década vacía” de julio-agosto de 1979 (Castillo 2015 b); “Jean-Paul Sartre” de junio-julio de 1980 (Castillo 2015 c) y, “Otras cuestiones del lenguaje” de enero-febrero de 1981 (Castillo, 2015 d). En una segunda instancia se encuentran los textos editoriales publicados durante los primeros tres años del retorno democrático: “Veinte años después” de junio-julio de 1983 (2015 e); “Latinoamérica: democracia y rebelión” de agosto-septiembre de 1985 (Castillo 2015 f); “Prolegómenos a toda polémica futura” de febrero-marzo de 1986 (Castillo 2015 g), y el texto editorial de julio-agosto de 1986 (Castillo 2015 h), en el cual el autor, en conjunto la redacción de la revista, vuelve a ingresar abiertamente en la crítica política para dejar sentada su posición contra las Leyes de “Punto Final” y “Obediencia Debida”.

Perspectivas críticas

Tal como ha señalado Sylvia Saítta “El rasgo que mejor caracteriza a las tres revistas de Castillo, y las diferencia de otras publicaciones de izquierda en los apasionados años sesenta y setenta, es la defensa de la primacía del arte y la literatura por sobre la política y las banderas partidarias” (Saítta, 2016: 306). La decisión de sostener un perfil literario y político independiente antes que una militancia orgánica se advierte desde el inicio del El Ornitorrinco en la composición heterogénea de su comité de redacción; y si bien las posiciones políticas de Castillo continúan identificándose con el pensamiento de izquierda, la revista se configura a partir de un conjunto heterogéneo de participantes3. Sus antecesoras, El Grillo de Papel y El escarabajo de oro, se emplazaron de modo explicito en el campo de la nueva izquierda latinoamericana, tal como lo han señalado tempranamente Terán (1991), Gilman (2003) y Calabrese (2005/2006, 2006). Sin embargo, hacia 1977 el contexto político se ha modificado radicalmente; la utopía de la revolución social y de la literatura como parte de ese horizonte es trocada por el signo de la resistencia.
La trayectoria de Castillo, quien ejercitó durante poco más de veinticinco años la doble condición de narrador de ficciones y director de publicaciones periódicas, permite visualizar el devenir de una conceptualización dinámica en las relaciones entre la política y la práctica literaria, organizado a través de las figuras del escritor comprometido con sus respectivas variaciones, revisiones y actualizaciones críticas. En este sentido, según sostiene Claudia Gilman en su análisis de las décadas del sesenta y setenta: “la revista político-cultural fue, en ese tiempo, un soporte imprescindible para la constitución del escritor en intelectual, puesto que supuso la difusión de su palabra en una dimensión pública más amplia” (Gilman, 2003: 22). El estudio de Gilman advierte que durante esos años, “la política constituyó el parámetro de la legitimidad de la producción textual y el espacio público fue el escenario privilegiado sonde se autorizó la voz del escritor” (Gilman, 2003: 29). Los aportes de Gilman permiten contextualizar y esclarecer gran parte de las operaciones de Castillo en El Grillo de Papel y El Escarabajo de Oro; sin embargo, el problema se torna más complejo a la hora de indagar las derivas en la transformación de esa identidad cultural que puede situarse históricamente durante los primeros años de la década del ochenta. Tal como ha señalado tempranamente Sigal, “La crisis del régimen militar y la perspectiva de un retorno al sufragio […] tuvieron […] una consecuencia específica para la intelectualidad argentina” (Sigal, 1991:13); el rasgo significativo en esta nueva escena constituyó “la posibilidad de hablar en nombre propio y no ya, como en el pasado, como portavoz de otras entidades: Pueblo, Nación o Revolución” (Sigal, 1991: 13). Este giro puede interpretarse como una crisis en los modos de la enunciación de la palabra intelectual vigentes hasta la década del setenta. Según los análisis de Sigal aún en los contextos de mayor politización “la voluntad de someter lo cultural a lo político constituyó un ejemplo extremo de capacidad de elaboración cultural autónoma, erigiendo e imponiendo criterios políticos forjados por los agentes culturales mismos” (Sigal, 1991: 252). No es casual, entonces, que la dinámica de la resistencia cultural puesta en marcha a partir de 1976 implicara un tipo particular de “representación de lo político forjada por los intelectuales” (Sigal, 2002: 252). La fundación y sostenimiento de una revista literaria debe interpretase, entonces, como un tipo particular de praxis intelectual en la cual se confunden representaciones culturales y políticas, y cuyo signo manifiesto es la oposición al poder represivo esgrimido por el régimen militar. En ese contexto se sitúa la palabra del escritor quien, lejos de ostentar una pretensión de análisis sociológico, o una intervención con vocación de representatividad política, elabora un discurso anómalo cuyo fundamento no es otro más que el trabajo con la forma estética y el compromiso ético, es decir, subjetivo e individual. Sin embargo, hacia 1983 los modos de enunciación y figuración de la figuración del escritor comprometido y de sus elecciones estéticas ingresan en una nueva fase; esta inflexión resulta fundamental para la comprensión de las intervenciones de la polémica política y cultural durante la segunda mitad de los años ochenta.
En un sentid amplio, las operaciones de la resistencia cultural han sido observadas por diversos críticos -Masiello (2014), Morello-Freosch (2014), De Diego (2003), Calabrese (2006)-, para describir las producciones literarias y críticas durante el período 1976-1982. En efecto, tal como señalan Calabrese-De Llano y José Luis de Diego, las revistas dirigidas por Castillo constituyeron parte de esta experiencia. En su pormenorizado análisis del campo literario del período, De Diego (2003), señala tres modalidades que caracterizaron la figuración de los escritores; por un lado, aquellos donde se evidencia el privilegio de la ética sobre la forma, como es el caso de Andrés Rivera o Daniel Moyano; por otro, la problemática escisión entre estética y política como proyectos diversos aunque necesariamente mezclados, posición en la que ubica a Abelardo Castillo; para finalmente relevar el desapego del compromiso ético personal hacia un privilegio del trabajo político sobre la escritura al modo barthesiano, posición en la que aparece ubicado Ricardo Piglia4.
Al enfocar su estudio sobre las revistas de la época, el estudio de De Diego (2003) incluye los editoriales de El Ornitorrinco redactados por Castillo, junto a las intervenciones críticas de Punto de Vista, como ejercicios característicos de la resistencia cultural durante la dictadura5. El rasgo que define el perfil editorial de El Ornitorrinco, según De Diego (2003) se encuentra en la insistente valoración de la teoría del compromiso, históricamente focalizada en Sartre, y en la modulación entre imperativos políticos y la autonomía literaria: “Si ahora se acepta que la literatura no debe estar al servicio de y que su único norte debe ser el estético, el resguardo será que ese norte no arrastre a la revista hacia el hermetismo o hacia el lenguaje críptico” (De Diego, 2003: 106). La insistencia en las teorías sartreanas junto a una sostenida preocupación por la forma estética refractaria al hermetismo hiperliterario producen, a juicio de De Diego, un cierto “anacronismo”: “formado al calor de los debates en aulas, librerías y cafés de los sesentas, Castillo parece no resignar aquel estilo aun cuando para el ‘78 aquellos espacios públicos de debate habían desaparecido: escribe para un tipo de lector -o mejor, postula un lector modelo-casi extinguido” (2003: 106-107). Este anacronismo se presenta, entonces, como una “profesión de fe sesentista” que se resiste mediante un “voluntarismo irracional” (2003: 107) a realizar una revisión de las categorías de los 60 en clave de “derrota”, y por lo tanto, cualquier nuevo debate es interpretado como “defección” (De Diego, 2003:107).
La interpretación de De Diego resulta significativa dado que permite advertir el momento en el cual una figuración autoral y su consecuente política literaria parecen desfasarse de su contexto. Sin embargo, quizás sea necesario revisar los alcances de esta descripción. Sobre este punto, la lectura de Iglesias sostiene interpretar el anacronismo como “estrategia de camuflaje cultural, […] una suerte de “contracensura” dirigida a lectores capaces de “descifrar y recuperar posibles significados subversivos” (Iglesias, 2019: 110). Sin embargo, durante el retorno democrático esta estrategia carecería de “razón de ser, puesto que las nuevas condiciones […] exigían otra mutación que creara un espécimen apto para la vida en ese nuevo medio ambiente político-literario” (Iglesias, 2019: 108). Dicho desfase anacrónico parece aún más ostensible luego de 1983; e incluso se implica, de modo correlativo, con la escasa visibilidad de las revistas dirigidas por Castillo en el panorama de la crítica especializada. Al respecto, Saítta (2016) sostiene dos posibles respuestas; por un lado, la evidente (y en ocasiones persiste) separación entre las políticas de la crítica académica y el consumo del gran público, distanciamiento que ubica a los autores con cierta notoriedad en el mercado editorial por fuera de los circuitos académicos. La segunda hipótesis elaborada por Saítta se encuentra ligada a la “historia de las lecturas de la literatura de Julio Cortázar, centro e interlocutor principal —para el elogio o el debate ideológico— de las tres revistas” (Saítta, 2016: 314-315). En su interpretación, la suerte de Cortázar cataliza en modo evidente “la crisis de las figuras del intelectual revolucionario y del escritor comprometido en la post dictadura” (Saítta, 2016: 315). Esta crisis incide directamente en la figuración autoral de Castillo, incluso en la recepción de sus textos literarios.
A pesar de presentar modulaciones particulares en cada caso, las lecturas críticas de De Diego, Iglesias y Saítta elaboran sus hipótesis atendiendo a la relación entre el escritor y campo social, es decir, desde perspectivas ancladas en la sociología de la literatura o la historia cultural. Sin embargo, la segunda hipótesis de Saítta sobre la vigencia de la literatura cortazariana puede ofrecer una alternativa diferencial; es decir, en lugar de conceptualizar el desfasaje aludido por De Diego como una estrategia preocupada por conseguir efectos en el campo cultural, quizás sea pertinente considerarla como la composición de una singular política estética.

Un anacronismo deliberado

Al evaluar los textos editoriales de Castillo y su consecuente figuración intelectual a partir del anacronismo sugerido por De Diego (2003), y replanteado por Saítta (2016) e Iglesias (2019), queda en evidencia la singularidad de este desfasaje, vinculado a la crisis entorno a la figura política y cultural del escritor comprometido. En este sentido, uno de los textos editoriales que permite observar la singularidad de esta obstinación sartreana se encuentra editorial “Jean-Paul Sartre” publicado en junio-julio de 1980. Allí, Castillo realiza un balance en el cual se advierte de modo explícito la transformación de la escena cultural argentina, dando lugar a nuevos nombres, sin evitar el tono polémico: “Lacan, Foucault, Barthes, Levy-Strauss, Marcuse o Althusser, fueron convocados por imperceptibles discípulos para aniquilación de Sartre” (Castillo, 2015 c: 232); e incluso diseñar una replica: “Sartre los refutó a todos, se adueñó de lo que le servía para pensar, y resucitó como agitador político” (2015 c: 232). Resulta evidente que la vindicación se plantea en los términos de una elección deliberada y debe ser entendida como el ejercicio de una ética personal, más allá de los rigores de la metodología crítica. Al apartarse de modo consciente de los saberes y teorías que componen la nueva escena intelectual, se construye una posición deliberadamente polémica que se distancia de la crítica estructuralista difundida en la cultura argentina.
Castillo proyecta en Sartre una imagen especular; observa en su pensamiento controversial y vitalista una trayectoria irregular, involucrada menos con el rigor intelectual que con las experiencias de una vida literaria. Este anacronismo deliberado se despliega, ante todo, como la palabra de un escritor en el contexto post-utópico, en el cual las modulaciones del arte de escribir actúan con relativa irreverencia frente a las transformaciones epistemológicas. Por ello, es interesante señalar que el propio Castillo advierte y se hace eco de las críticas esgrimidas contra el pensamiento sartreano, sin embargo, entiende esta mutación del pensamiento en los términos de un cambio frívolo. Tal como señala Gilman (2003), la revista francesa L´Arc dedicó en 1966 un número especial a la declinación del sartrismo6; Castillo extrae y replica una significativa sentencia de Bernard Pingaud, “ya no se es existencialista, sino estructuralista” (Castillo, 2015 c: 232) para traducirla e incorporarla en su texto editorial. Por lo tanto, el sentido de esta reapropiación residual de la figura de Sartre adquiere no solo las características de un destiempo políticamente significativo, sino que permite observar la persistencia de una trama sensible vinculada a una genealogía personal. Frente a la ruptura del modelo del escritor comprometido que caracteriza la escena cultural, la respuesta polémica de Castillo se sostiene en un humanismo existencialista, considerado como modelo de resistencia en un contexto represivo: “el hombre todavía sigue siendo, al menos cuando importa, el único sujeto de la reflexión y de la acción” (Castillo, 2015 c: 232). El gesto irreverente que implica la recuperación de Sartre como referencia filosófica hacia 1980, se repite y expande en sus editoriales de 1985 y 1986, hacia la vindicación del anarquismo de Malatesta y los manuscritos marxistas de 1844. En suma, Castillo demuestra una posición filosófica residual, una actitud insumisa ante los cambios en la teoría crítica, que se orientan hacia el diseño de una política literaria personal.
El anacronismo de Castillo constituye la marca de una estética que excede las preocupaciones críticas de los debates intelectuales. Esta elección no puede interpretarse simplemente como un regreso a los modelos de compromiso sesentista, ni a la flexión “antiintelectualista” del “intelectual revolucionario” señalada por Gilman (2003), sino como la definición de una identidad autoral fraguada, en la composición de una posición ética que, en última instancia, configura una política inmanente. Por supuesto, una teoría del campo literario de perfil sociológico solo puede advertir un posicionamiento desplazado, una obstinada insistencia sin una “razón de ser”; sin embargo, el conjunto de correlaciones elaboradas por un escritor involucrado en la composición de sensibilidades comunes, implica la elección de un lenguaje y una genealogía-, no se involucra con una posición en el campo social, sino con una definición estética que relativiza la discusión de coyuntura. Por lo tanto, la paradójica y anacrónica vindicación del sartrismo tiene en Castillo un sentido literario, estético, antes que político; actúa como punto de apoyo y marca identitaria que opone una sensibilidad singular a la hegemonía del Estado represivo hasta 1982, o a las limitaciones de la política frente al poder económico en el contexto democrático. Ese “sensorium paradójico” involucrado en el arte de escribir “diferente del de la dominación” (Rancière, 2011: 42) se formula en Castillo como una perspectiva estética disensual, cuyo registro es el anacronismo; una resistencia construida como sensibilidad divergente incluso al criterio de valoración de la propia actualidad, para involucrar en esta elección estética, asimismo, una dimensión ética.

Primer intervalo. Las razones poéticas: editoriales para la resistencia cultural (1977-1981)

“El ornitorrinco no mira en línea recta. Gran defecto, podrá decirse: no prevé el porvenir, debe de chocar contra las paredes. Puede ser. De todos modos se las arregla con la inusual sensibilidad de su pico; que el imaginativo lector arme la metáfora. El ornitorrinco ve hacia los costados, es algo así como él y su circunstancia. Pero, sobre todo, ve hacia arriba. Pensándolo bien, es quizá el único animal que tiene conciencia de las estrellas. Además, posee el pelaje más duro que se conoce. Dios, según la esplendida blasfemia de Lutero, se comporta a veces como un loco. Cuando hizo el ornitorrinco, estaba, creo yo, en uno de sus mejores días.
Me olvidaba. El ornitorrinco tiene dos enemigos: los gusanos y las ratas”.
Castillo, A. (2015 a: 34)

Castillo elige para el texto editorial que inaugura El Ornitorrinco una poética de la imposibilidad en sintonía con la extraña imagen del animal exótico que nombra la publicación, y el acápite de Oscar Wilde impreso en la tapa “Uno debería ser siempre un poco improbable”. Estos gestos permiten leer, tanto en la orientación de la publicación como en la heterogénea composición de su comité de redacción, un deliberado ejercicio de resistencia cultural que, con independencia de las procedencias de los integrantes de la revista, encuentra un adversario común en el violento autoritarismo represivo que toma el poder del Estado en marzo de 1976. La resistencia cultural adopta, en principio, un taxativo gesto de negatividad: “Lo opuesto a este año de gracia 1977, es El Ornitorrinco” (Castillo 2015 a: 59). Deliberada oposición que se plantea como elección política, artística y existencial.
Las líneas programáticas que definen la praxis de El Ornitorrinco se exponen en el texto editorial del número inaugural de octubre-noviembre de 1977, “Muerte y resurrección de las revistas literarias o seis aproximaciones para armar un ornitorrinco” (Castillo, 2015 a). Sin embargo, lejos de presentarse como un manifiesto de inspiración vanguardista, su discurso construye un registro que va desde la metáfora política al balance histórico. Dicho análisis establece el panorama contextual que da origen a la publicación junto a una breve historia de las publicaciones culturales; es decir, un relevamiento de los antecedentes inmediatos que dan forma a la “nueva literatura argentina” (Castillo, 2015 a: 34). Los nombres que ofrece Castillo (2015 a) Contorno, Polémica, Poesía Buenos Aires, Gaceta Literaria, Poesía=Poesía, El Grillo de Papel, Eco Contemporáneo, Ensayo Cultural, Barrilete, entre otras- componen el mapa de las revistas culturales de la década del sesenta, al tiempo que sostienen la relevancia de estas publicaciones en el desarrollo de la literatura y la vida cultural. Aún más, elabora una hipótesis de alcance mucho más general, en la cual señala la presencia constante de las revistas literarias en la cultura argentina dese La Abeja Argentina de 1822, pasando por Martín Fierro, Claridad y Sur. En definitiva, Castillo advierte en las revistas el soporte para la emergencia de la novedad; el espacio generalmente polémico en el cual se define una política literaria. Es en la descripción de este panorama en el cual Castillo reelabora el rito del manifiesto, para conectarse con la larga tradición de la modernidad literaria:

Parece existir un tipo de creador de ficciones (pienso en Poe, en Eliot, en Sartre, Pound, en Baudelaire, en el Unamuno de Contra esto y aquello, en el Arlt de las Aguafuertes) que al margen de su obra específica, o mejor, como una “otra” forma de su expresión creadora, necesita la inmediatez del periodismo literario (Castillo, 2015 a: 59).

El texto de Castillo establece un canon de autores prestigiosos que avalan el acto fundacional de la nueva revista literaria; nombres propios que actúan como referencias ineludibles, modelos inscriptos en la tradición que prefiguran un tipo de práctica y una forma específica de escritura. Estas diversas variaciones en la construcción de una figura de escritor en continuidad entre el “creador de ficciones” y el “periodismo literario” demuestran una praxis presente en el propio Castillo; por lo tanto, resulta imposible reconstruir la figuración autoral y el proyecto que Castillo traza y refunda hacia 1977, sin advertir la presencia de estos autores sobre los que apoya su propia autofiguración.
El movimiento argumental se completa con la proyección hacia el presente de la fundación de El Ornitorrinco, de “resurrección” como gesto hacia la escena cultural de la década del setenta y sus nuevas publicaciones emergentes. Entre ellas, Castillo (2015 a) releva con especial atención el caso de Literal, cuyo número 4/5 es publicado en noviembre de 1977, contemporáneamente a El Ornitorrinco. La referencia a la revista dirigida por Germán García se concentra en el enfrentamiento polémico entre perspectivas sociales y estéticas. Si hacia 1973 Literal se proponía como una alternativa frente a la politización de la cultura –especialmente formulado por la revista Crisis-, la perspectiva de Castillo intenta plantear una superación de ese problema, al leer la política como un discurso constitutivo de la literatura argentina. En efecto, partiendo de un texto publicado en La Opinión, en el cual se reproduce la posición de Literal - “…en 1973 existía un consenso de que la literatura carecía de importancia frente a los problemas sociales; nosotros afirmamos que existe un goce del discurso” (2015 a: 59) Castillo propone una mirada crítico-polémica que retoma el antiguo “enfrentamiento” para revisar sus implicancias:

¿por qué situar en el 73, y no en el 71, o el 69, ese “enfrentamiento” entre lo social y lo estético? Sin hacer pedagogía y afirmar que el debate empezó antes de 1810, siguió con los cielitos rosistas o las ficciones-panfletos de Echeverría y Mármol, por no hablar del Facundo, de Martín Fierro […] podríamos decir sencillamente que también esos años (el 73) fueron los del esteticismo a la violeta, los criptogramas “estructuralistas”, el parloteo sobre el lenguaje experimental, etc., ya que no hay fenómeno cultural –no hay hecho en el mundo- que no genere su opuesto. Lo opuesto a este año de gracia 1977, es El Ornitorrinco” (Castillo, 2015 a: 59).

La perspectiva de Castillo devela una evidente voluntad de inscripción en la tradición de la literatura argentina; al mismo tiempo, el argumento evidencia su lectura sobre los modos de intervención de las prácticas literarias y políticas como constantes históricas. Esta dicotomía haría visible la fisura entre una visión de la literatura subordinada a la política y una política de la literatura como intervención sobre el lenguaje. El replanteo de este problema en el contexto represivo de 1977 define, para Castillo, una identidad autoral (y existencial); idea que, si bien se encontraba presente durante la década del sesenta, a partir de El Ornitorrinco adopta la categórica formulación de un ideologema que se expande hacia la totalidad de su producción literaria:

El arte, para mí, es un acto a favor de la vida […] Creo que la obra de arte (lo bello) es un acto; creo que ese acto, sea o no consciente su autor, es siempre un gesto de rebeldía y una vindicación de la libertad que compromete a todos los hombres. Ética y estética, para mí, son casi lo mismo. […] Forma de conocimiento, testimonio de una época, manifestación sublimada de una neurosis, búsqueda de la verdad, sueño lúcido, ontofanía, acto religioso, una novela o un poema serán esto y todo lo que se quiera, pero si no son bellos no pertenecerán a la literatura. Y la belleza, no puede delinquir. La belleza es ética. (2015 a: 59).

La dualidad ética-estética funda en Castillo una indistinción valorada como punto de partida desde la cual comprender las propias prácticas de escritura; por lo tanto, la confusión entre vida y obra, entre representaciones sociales y esteticistas se muestra como un falso problema, tal como afirma Rancière7 (2009). En este contexto, la escritura literaria es considerada necesariamente como forma de vida, y por lo tanto, actualizada tanto en el diseño de una escritura como en la discusión coyuntural. La fundación de El Ornitorrinco no puede comprenderse sin esta doble valencia.
Ahora bien, el contraste entre el último editorial de El Escarabajo de Oro y el perfil elegido para El Ornitorrinco permite visualizar la fisura entre la postulación de una literatura abiertamente revolucionaria, e implicada en las luchas por la liberación, hacia una práctica estético-literaria como espacio de resistencia. Tal como advirtiera Masiello “Después de 1976, la crítica cultural sigue privilegiando la marginalidad para responder a la autoridad del Estado” (Masiello, 2014: 41). En este sentido, la noción etimológica de “utopía” –esto es, “lo que no tiene lugar”- configura una territorialidad paradójica en la definición del escritor y la funcionalidad de su palabra; el no-lugar de la palabra literaria opera por negatividad, se recorta sobre los lenguajes y discursos del mundo común para componer una sensibilidad diversa, un sensorium paradójico, que en el contexto de la esfera pública se encontraba reducido, casi invisibilizado, según advierte Sarlo (2014)8.
Será en el editorial del número 5 de enero/febrero de 1979, titulado “Los derechos de la inteligencia o el huevo dorado”, firmado en conjunto por Castillo y Liliana Heker, donde se planteen las condiciones de la disidencia. El texto produce una indagación sobre la situación artística e intelectual argentina durante 1979; al tiempo que sienta una posición en torno a las condiciones de una sociedad sometida a la represión. La reflexión en torno a un “destierro hacia dentro” (Castillo, A. y Heker, L., 2015: 147), se superpone, entonces, a la dimensión etimológicamente “utópica” del escritor:

Porque, qué será de nuestra realidad, con nosotros dentro, si abandonamos (y en manos de quién) el territorio que nos concierne específicamente. Qué sería de la entera realidad si cada creador abandonase el terreno que, por derecho propio, le corresponde. Y enfatizamos creador porque también hay destructores, y parásitos, especies a las que no concierne este editorial. Porque ésta es nuestra historia, no la de los “otros” (Castillo, A. y Heker, L., 2015: 147). (Subrayado mío)

La producción intelectual y artística se plantea como un ejercicio de ocupación, la forma de habitar un territorio propio, construido como espacio simbólico y material. En este sentido, la contundente oposición “creador” – “destructor/parásito” refuerza la imagen que el discurso del editorial construye con un lenguaje relativamente evasivo. La creación estética sobre la cual sostienen su praxis los autores construye un régimen singular, un espacio que no es solamente un recorte material sino un tejido sensible que se opone a una otredad radical; los “otros” –los destructores-, actúan como la gran elipsis de la situación represiva argentina. Por lo tanto, es una política de la creación la que produce el carácter político de la palabra literaria y de quienes se definen a través de su ejercicio9. En este punto, darle una forma a “nuestra historia” (recortando con el pronombre posesivo toda la singularidad de una oposición) constituye un modo específico de habitar un espacio, que es tanto territorial como sensible; en este caso, a través del proyecto editorial de la revista, así como de cualquier forma de escritura literaria. Ese conjunto de prácticas contrarrestan la petrificación cultural y establecen una dimensión específica para los actos de “responsabilidad de los intelectuales argentinos” (Castillo, A. y Heker, L., 2015: 147).
Algunos meses más tarde, en julio-agosto de 1979 aparece el número 6 de la revista, y en él el texto editorial “La década vacía” (Castillo 2015 b); ensayo retrospectivo sobre las transformaciones operadas en la escena literaria. En un rotundo gesto de afirmación Castillo responde enfáticamente para contrarrestar cualquier apariencia de vaciamiento: “sí existe una nueva generación” (2015 b: 175). Al desplegar los nombres de Ricardo Piglia, Liliana Heker, Germán García y Jorge Asís se compone un mapa de la literatura argentina a través de autores que, si bien poseen proyectos de escritura diversos, habitan el territorio de la cultura argentina, ese espacio visibilizado en el texto editorial del número 5. Sin embargo, los argumentos trasvasan el relevamiento literario para adquirir el tono crítico de una evaluación sobre la historia reciente, en un gesto de claro posicionamiento contra un orden social, económico y político que involucra tanto a la situación específica de la realidad argentina, como al ordenamiento hegemónico de las sociedades occidentales. En esa composición teórico-filosófica aparece el nombre de Herbert Read, recurrente en los textos sesentistas de Castillo, a fin de visualizar, una vez más, el lugar paradójico del escritor “el poeta […] necesita cambiar el mundo por razones poéticas” (2015 b: 175). Estas razones literarias construyen la expresión de una búsqueda por nombrar la experiencia estética en tanto imbricación de una práctica y una vida; y de hecho, el texto da cuenta de su tensión constitutiva: “por qué suponer que ese orden va a respetar la literatura. Gracias que la tolera, como tolera el arte en general. Y eso hasta que deja de tolerarlos” (Castillo, 2015 b: 175).
Esa interrupción ejercida como deliberada violencia sobre la identidad del escritor define las condiciones de la cultura en el final de la década del setenta. Sin embargo, el balance histórico señala una serie de desplazamientos involucrados con la “hiperpolitización” de las prácticas artísticas e intelectuales que, según Castillo, condujo a un “caos ideológico donde la búsqueda de una identidad nacional se mezclaba con el fascismo astrológico de los amanuenses del lopezreguismo” (2015 b: 175). Este panorama político influye directamente en el interés fundamental del autor, quien advierte el desprestigio esgrimido sobre la escritura literaria y la identidad del escritor, consecuencias de una tensión que disolvía su especificidad durante los años setenta: “el acto de escribir se transformó en un ejercicio vergonzante […] y fue cuestionado y finalmente execrado por los mismos intelectuales y escritores que debían defenderlo” (Castillo, 2015 b: 175). De modo evidente, la evaluación retrospectiva de Casillo se encuentra muy lejos de una posición antiintelectualista. Por ello, su evaluación de la década elabora temporalidades divergentes para sintetizar una perspectiva histórica que, sin embargo, se instala polémicamente en su presente como acontecimiento de enunciación:

Después de 1970: el nuevo peronismo y su caída. Y las persecuciones y muertes anteriores y posteriores a él, y el autoexilio, y la censura y la autocensura, y la vergüenza de los que huyeron sin tener que irse, y la impotencia de los que se fueron contra su voluntad, y el silencio de los que nos quedamos. Después de 1970, en suma, todavía es ahora. Por eso no hay una generación del 70. Porque así como hubo una década infame y una década absurda, estamos viviendo la Década Vacía (Castillo, 2015 b: 175).

El discurso crítico de Castillo (2015 b) concentra con agudeza descriptiva los hitos de la vida política y cultural setentista en la imagen de la “Década Vacía”, metáfora que atraviesa tanto la historia social, como personal; muerte, censura, exilio y silencio son los significantes que componen la experiencia de una generación atravesada por la violencia. Sin dudas, el punto polémico de la editorial se encuentra en el tono con el cual Castillo sostiene su elección de permanecer en Argentina; decisión que se plantea como acto concreto de compromiso y ejercicio de resistencia ética. Más allá de los infructuosos debates en torno al exilio, es posible advertir en esta argumentación la imbricación de un entramado en el cual vida, política y escritura se confunden:

Ésta es la única Historia que vamos a vivir. Hemos elegido vivirla desde adentro, no desde París o Roma. El exilio y el silencio son la muerte espiritual de un escritor: estamos acá y lo único que tenemos son palabras. Que es como decir que tenemos la suerte de estar vivos (Castillo, 2015 b: 175).

La fuerte toma de posición de Castillo por una experiencia cercana a los acontecimientos de la vida política, junto con la elección de evitar el exilio adopta la forma de una postulación deliberadamente polémica. Tal como ha señalado De Diego, este “gesto desafiante hacia los escritores exiliados […] representará de allí en más la posición de “los que se quedaron” en la estéril polémica […] dividió al campo intelectual desde el ‘79 hasta bien avanzada la democracia” (2003:109). Más allá de esta querella, en los significantes “Paris” y “Roma” tal vez se inscriban dos referencias específicas que vale interpretar como signos políticos antes que coordenadas geográficas. En efecto, así como Julio Cortázar estableció una sostenida discusión con Castillo a partir de su decisión de radicarse, ya durante la década del 50, en la capital francesa10; la ciudad italiana fue el destino elegido, al menos en una primera instancia, por la dirigencia de Montoneros11. De este modo, el perfil polémico del texto editorial se esgrime tanto hacia la figura del escritor alejado de la realidad política argentina, como hacia las decisiones unilaterales de los líderes guerrilleros. Según el recorrido conceptual vinculado a las teorías del compromiso, para Castillo es en la continuidad entre lenguaje y vida donde se define un sentido para la experiencia estética y sus prácticas.
Esta yuxtaposición entre ética y literatura será la que conduzca en 1981 hacia un abierto reclamo por los derechos humanos en el texto editorial del número 9, titulado “Otras cuestiones del lenguaje” (Castillo, 2015 d). Allí la revista reproduce las solicitadas que interpelan a la Junta Militar sobre la publicación de las listas de desaparecidos y su paradero. Al mismo tiempo, el discurso de Castillo subraya el carácter absurdo que implica la necesidad de apelar a una noción entendida, a todas luces, como un arcaísmo. De este modo, la violencia y el silencio del Estado condicionan la resignificación de un lenguaje aparentemente antiguo; nacidos del republicanismo democrático francés, la conceptualización y reclamo sobre los derechos humanos regresa para desplegarse como signo concreto de una resistencia en la política y en el lenguaje.

Segundo intervalo. Crítica polémica en el retorno democrático: debates en la posdictadura (1983- 1986)

“Veinte años después” (2015 e) tituló Castillo el texto editorial del número 11 de El Ornitorrinco publicado en junio-julio de 1983, es decir, tres meses antes de las elecciones que consagraron a Raúl Alfonsín como presidente electo. Sin embargo, “veinte años” constituye en este caso algo más que una mera abstracción; nombra el registro de una experiencia marcada por prácticas y fracasos políticos, disputas ideologías, golpes de Estado, muertes, desapariciones, exilios y resistencias, para finalmente volver a componer una institucionalidad democracia. La duración de ese “proceso”, significante articulado por el mismo poder represivo, configura una temporalidad compleja en la cual se dispuso el desplazamiento y la construcción de un nuevo orden político y social. Esta transformación configuró algo más que una reorganización del Estado a través de la violencia; produjo una mutación compleja de la sociedad argentina, un cambio de escena, tal como describe Rancière (2013), en el cual el pensamiento -como conjunto de percepciones, afectos e identidades- modificó la trama sensible de la comunidad. Castillo es una de las voces que compone la memoria de ese desfasaje, y su itinerario permite visualizar las fisuras de un tiempo atravesado por la violencia represiva y las tácticas de resistencia.
“Nos hemos vuelto demócratas” (2015 d: 315) ironiza Castillo, porque a pesar de la recuperación de la instituciones de la vida política existe un resto de ambigüedad, o sospecha sobre las condiciones de ese nueva configuración. Esa incertidumbre adquiere en su texto la flexión de una crítica corrosiva, sintetizada en la formula redundante “memorias para demócratas de mala memoria” (2015 d: 316). Pero sobre todo, ese panorama retrospectivo actúa como autofiguración de una actitud personal definida en la “aversión no sólo por las dictaduras sino aún por los gobiernos” (2015 d: 315). Este paradójico lugar de enunciación revisa la memoria de veinte años desde la identidad del intelectual de izquierda, en una singular composición entre la melancolía y el anarquismo. Al recuperar sus lecturas de Rafael Barret en el contexto democrático, al igual que 1979 rescataba las “razones poéticas” de Herbert Read como fundamento de la resistencia contra la dictadura, Castillo se instala en una deliberada posición residual y anacrónica alejada de toda voluntad de participación representativa: “no represento partido ni corriente ideológica algunos, no hablo siquiera en nombre de los integrantes de nuestra propia revista” (2015 d: 335). Esta declaración demuestra hasta qué punto el espacio del texto editorial se ajusta menos a declaraciones colectivas de la revista, que al despliegue personal de Castillo. En efecto, se trata de un anarquismo anómalo y refractario a toda militancia orgánica, que si bien se inscribe genealógicamente en las significaciones de la nueva izquierda argentina y sus proyectos político-culturales, elige una posición marginal desmarcada del juego político reabierto en 1983.
Según los argumentos de Castillo (2015 d), para comprender el estado de la vida política y cultural de la postdictadura no alcanzan los siete años que se recortan entre 1976 y 1983; por el contrario, son necesarios al menos veinte años que se inician con las experiencias guerrilleras, la conformación del FREJULI y gobierno de Cámpora, luego el regreso de Perón y un traspaso de poder que Castillo interpreta como “derrocamiento” (2015 d: 316). En su perspectiva, la revisión de esos “veinte años” implica, necesariamente, expendir los límites impuestos para la interpretación del autodenominado proceso de reorganización y, así, considerar sus antecedentes en la década del sesenta durante el gobierno de Arturo Frondizi, y la ejecución del plan CONINTES, a partir del cual se produjo la “desautorización de los centros universitarios” […] y la “prohibición de los periódicos culturales de izquierda” (Castillo, 2015 d: 316); incluso para advertir que la fractura inicial se encontraría en 1955, aunque esto “nos llevaría demasiado lejos” (Castillo, 2015 d: 316). Resulta evidente que el texto sobrepasa ampliamente su coyuntura para señalar las marcas históricas de una violencia y un disciplinamiento generalizado:

La reorganización democrática, consistió, sin entrar en detalles, en abolir el Congreso, proscribir los partidos políticos, intervenir los sindicatos, desmantelar la Universidad y atomizarla […] consistió, también, en ganar dos guerras internas (contra el Cordobazo, contra la subversión) que al ser protagonizadas sólo por argentinos pueden también interpretarse, en términos patrios absolutos, como derrotas infligidas a nosotros mismos; en volver a ser derrotados, por dos potencias extranjeras […] derrota paradojal o ambigua victoria que puso en su lugar la cuestión jurídica de las Malvinas: el lugar en que ya estaba. […] No olvido las pujantes demoliciones que culminaron con la autopista, uno de los lugares más tranquilos de Buenos Aires. […] Dos fortalecimientos de nuestra moneda –uno durante el gobierno de Onganía, quien dividió el peso por cien; otro hace unos días, cuando se lo dividió por diez mil-, completan grosso modo la reconstrucción moral, urbanística y económica con que hemos sido bendecidos. […] El hecho es que el proceso histórico de reorganización nacional se ha cumplido, si no del todo, al menos de una manera harto contundente (Castillo, 2015 d: 316-335).

La acumulación yuxtapuesta de acontecimientos traza la cartografía del “Proceso”, desde la radical modificación de la trama urbana, las intervenciones sobre el sistema universitario, las profundas y cíclicas crisis económicas, para conducir, finalmente, al abierto despliegue de la guerra. Castillo (2015 d) propone leer los rastros donde se hacen tangibles las transformaciones de los discursos y la vida social. Pero sobre todo, insiste en advertir las modulaciones de una violencia omnipresente que se conjuga con los mecanismos de la administración económica, para construir una visión de la contundencia del proceso. Aún cuando la necesidad de recuperar las instituciones democráticas se plantea como categórica – es necesario que “esta gente se vaya” (Castillo, 2015 d: 335)-, el ingreso a este nuevo orden representa para Castillo “la parodia de la dignidad civil” (2015 d: 335). En consecuencia, el texto editorial representa el límite de la identidad crítica elaborada por Castillo en tanto escritor de izquierda; de modo que la violencia que interrumpió y horadó el proyecto cultural iniciado en la década del sesenta se hace definitivamente visible. Ante esta nueva escena post-utópica, Castillo formula una visión en la que se mezcla el cinismo y la melancolía: “Proclamar: me duele mi país, no duele tanto como decir me da risa” (2015 d: 316).
Esta posición crítica se hace contundente en el editorial del número 12 de El Ornitorrinco, publicado en agosto/septiembre de 1985, cuyo título, “Latinoamérica: democracia y rebelión” (Castillo 2015 e) abre el problema sobre las crisis de representación que caracterizarán, en adelante, las disputas por la gestión de la vida y su administración de los Estados en América Latina. Según su comprensión crítica la noción de “democracia representativa” oblitera la etimología que funda su legitimidad; dado que en el nuevo ordenamiento institucional, una vez más, el pueblo queda excluido de una efectiva participación en la vida política. En su intervención Castillo interpreta en clave marxista las correlaciones entre la economía y las formas nominales de estructuración del poder, para luego analizar la composición del orden burgués inscripta en las democracias occidentales. El texto se propone como una relectura de Marx y Engels, aunque argumentando contra una aplicación esquemática del materialismo histórico; Castillo observa, entonces, que el ordenamiento económico articula una dimensión simbólica, y por lo tanto “las formas económicas son superestructuras, tanto como la filosofía o el arte o la religión” (2015 e: 344). A través de esta perspectiva busca desnaturalizar el determinismo esquemático entre infraestructura-superestructura, para retomar el perfil humanista de los Manuscritos económicos filosóficos de 1844: “La historia es lo que hacen los hombres de sí mismos” (Castillo, 2015 e: 344). Esta referencia se introduce como punto de apoyo en el desarrollo de una mirada crítica que desmonta el concepto de democracia, para introducir una flexión sostenida en la libertad y la creación, esto es, la rebelión y el disenso. Y si bien, el contexto reclama el apoyo a la administración alfonsinista –como necesidad de “ensuciarse las manos” (Castillo, 2015 e: 345)- al mismo tiempo se impone una modulación: “pero explicando por qué, contra quiénes, desde dónde” (Castillo, 2015 e: 345).
Aún así, el texto adquiere un tono pesimista que interpreta la coyuntura argentina y latinoamericana como el despliegue de “un orden formal, nominal” (Castillo, 2015 e: 342), cuyo origen es abiertamente burgués, y por lo tanto este ordenamiento no deja de disponer y reacomodar las estructuras de un poder que no altera su sustrato material: “Económicamente considerado, el poder estatal nunca cambia de mano” (Castillo, 2015 e: 342). Por esto, la crítica esboza un descreimiento sobre las posibilidades concretas para efectuar una transformación en las “estructuras profundas de la sociedad” (Castillo, 2015 e: 345). La conclusión del texto editorial plantea una evocación a la rebeldía, en tanto violencia generada como respuesta a la opresión, recuperando el pensamiento anarquista de Malatesta. Sin embargo, la posibilidad residual de una rebelión durante la década de ochenta se sabe imposible. Castillo (2015 e) elabora, entonces, el discurso de un escritor anclado en la tradición política de la izquierda para disponer de modo deliberado los significantes obstruidos por ese nuevo orden burgués y capitalista, precisamente en el momento en cual se impone el eclipse del modelo socialista y la legitimación del neoliberalismo en los países centrales. Ese relato de rebelión y sublevación que tiene su origen en los últimos años de la década del sesenta, desde el Cordobazo y la militancia radicalizada, se encuentra desactivado o experimentado como anacrónico.
La última intervención crítica de Castillo en el espacio de la revista se produce en el número 13, publicado durante febrero-marzo de 1986, y titulado “Prolegómenos a toda polémica futura” (Castillo 2015 f). El texto se construye como una indagación, en calve personal, en torno a los alcances de la discusión estética y el rol de la crítica en la escena cultural emergente durante la recuperación democrática. Para ello, Castillo responde al interrogante realizado por Tiempo Argentino, publicado el 5 de enero de 1986: “¿Por qué, fuera de ciertas expresiones marginales, no hay polémica en el campo de la cultura ni con la cultura del poder?” (Castillo, 2015 f: 370). Su respuesta indaga los implícitos de la pregunta con el objetivo de redefinir sus alcances y señalar la composición del nuevo escenario:

Cuando decimos “cultura” o “cultura oficial”, en realidad estamos hablando del proyecto social que ciertos hombres (escritores, políticos, técnicos, profesores) tienen sobre la entera organización social. […] Lo que no significa que dentro de este orden, y en oposición a él, no exista siempre una contra-fuerza espiritual: la de ciertos grupos marginales […] Esta fuerza, originada dentro y en abierto antagonismo contra la cultura del poder, es lo que denominamos contra-cultura. Y no siempre se la detecta en la superficie del llamado “campo de la cultura” (Castillo, 2015 f: 370).

El discurso se propone como una palabra controversial que asedia las categorías de análisis sociológico, para desplegar y enfocarse sobre la noción de “contra-cultura”12, esto es, aquellas manifestaciones emergentes o marginales que no ingresan en la escena dominante y, por lo tanto, no son visibilizadas en una sociedad ordenada a través de sus instituciones. La revisión de Castillo (2015 f) se propone como bosquejo de una teoría dinámica de las tensiones culturales, advirtiendo el valor del margen, en tanto resto producido por todo sistema de ordenamiento. Luego de recoger y reproducir las opiniones de Beatriz Sarlo13 en torno al interrogante de Tiempo argentino, Castillo (2015 f), con quien expresará su coincidencia, Castillo insiste en señalar el hecho de que a partir de 1983 toda controversia se ha transformado en una discusión estética restringida, toda polémica cultural ha devenido disputa entre escritores y críticos, entre lecturas y comentarios. Con lo cual, en su visión, la escena cultural argentina “sigue siendo burguesa” (2015 f: 395). Castillo conjetura, entonces, una representación de la dinámica cultural en la cual sea posible materializar una “contra-cultura” en tanto gesto de enfrentamiento a la “cultura del poder” (2015 f: 395). En este punto, la dimensión contra-cultural” prefigura una querella que se extiende más allá de los debates coyunturales, para abrirse hacia “distintas concepciones del mundo” (Castillo, 2015 f: 395), dado que, en un sentido absoluto, toda polémica cultural se encuentra “sumergida en la discusión social y política” (Castillo, 2015 f: 395). Al definir esta posición, Castillo demuestra su resistencia a la delimitación de un campo restringido y autónomo en el cual se emplazan la palabra literaria y el valor simbólico de la cultura, y en su lugar sostiene una expansión generalizada del debate estético.
La pregunta que cierra el texto editorial se impone como una interrogación sobre la emergencia de las prácticas estéticas en el panorama general de la vida política durante la restauración democrática: “¿Existe hoy en la Argentina, en la esfera del arte, las letras, la crítica y el pensamiento nacionales, una contracultura significativa, opuesta a la cultura del orden burgués? ¿Dónde se manifiesta?” (Castillo, 2015 f: 395). Por supuesto, la respuesta se posterga, aunque abre la posibilidad de revisar, las prácticas artísticas emergentes en la década del ochenta.
El cierre definitivo de El Ornitorrinco se produce luego del número 14, publicado en julio-agosto de 1986. En su texto editorial Castillo vuelve a ingresar abiertamente en la crítica política para dejar sentada su posición contra las Leyes de “Punto Final” y “Obediencia Debida”14. En efecto, su discurso se instala una vez más en la tradición sartreana para declarar: “La libertad […] solo es un acto cuando se ejerce desde la opresión. De lo contrario es permiso, gentileza del poder” (Castillo, 2015 g: 398). Esta figuración residual del escritor intelectual, deliberadamente opuesta a las instituciones y estructuras del poder, compone un discurso que hace del disenso una potencia tanto ética como argumentativa: “no existe “obediencia debida” frente a la aberración y la atrocidad. Nadie puede ampararse en esa miserable figura castrense para eludir su responsabilidad por el secuestro, la tortura, el robo de niños, la vejación y el asesinato” (Castillo, 2015 g: 398). El cuestionamiento de Castillo se incluye en un frente común junto al Centro de Estudios Legales y Sociales, las Madres de Plaza de Mayo y la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, entre otras agrupaciones; configura a todas luces un alegato contra el terrorismo de Estado, recusando las leyes y solicitando, en modo explícito, la rectificación del Presidente de la Nación. Sin embargo, tal como se registra en la totalidad de sus intervenciones, la modulación particular de este reclamo se encuentra en el lugar de enunciación. Tal como sostiene Rancière (2011), es en la paradójica legitimidad del régimen estético donde se emplaza la palabra literaria, sus identidades y voces; y, por lo tanto, la que oficia como fundamento de toda intervención en la disputa sobre las políticas de la comunidad. Esa identidad paradójica del escritor es la que define en Castillo, una ética de la forma literaria.

Conclusiones

El último texto editorial publicado por Castillo en julio-agosto de 1986 es consecuente a la figuración intelectual ejercida durante los años de la dictadura iniciada en 1976, incluso con su larga experiencia como director de las revistas literarias que anteceden a El Ornitorrinco. Inscripto en una tradición inaugurada por Émile Zola, luego continuada por Sartre, Castillo elaboró sus posiciones intelectuales de coyuntura de modo inseparable a su literatura. En este sentido, la aparente contradicción entre el escritor de ficciones y el compromiso ético permite observar la dinámica de la palabra literaria y la composición de una política inmanente, elaborada como resistencia sensible la lógica dominación (Rancière, 2011); o como el propio Castillo definió, una acción de la contra-cultura “en abierto antagonismo contra la cultura del poder” (Castillo, 2015 g: 370). Esta figuración de la propia práctica no deja de advertir una singular visión dela literatura, en tanto régimen heterónomo abierto hacia una constante confusión entre la discusión política, las formas de la estética y la praxis vital.
Los textos editoriales de Castillo publicados en El Ornitorrinco materializan la paradoja que impide escindir estética y política como dimensiones autónomas, por el contrario se elaboran en una confusión de lenguajes y discursos, en lugar de una pretendida autonomía de campos o esferas da actividad. Elaborados durante los años de la dictadura iniciada en 1976, luego en la escena cultural democrática inmediatamente posterior al derrumbe del régimen militar, estos textos editoriales permiten observar las transformaciones de escritor comprometido, en el momento de su desactivación, desfase o conclusión; de modo que, las intervenciones de Castillo entre 1977 y 1986 discuten y reflexionan en torno a las consecuencias del autodenominado “proceso” de represión y disciplinamiento de la comunidad argentina.
El carácter paradójico de estos textos se implica en la redefinición, a cada momento, de la significación de la praxis literaria como fundamento para las intervenciones en el debate público. A través de los textos de Castillo, literatura y producción intelectual involucran una potencia, en tanto son discursos enfrentados al poder y desmarcados de los dispositivos que administran los aparatos estatales. Por ello, el anacronismo deliberado de sus intervenciones se plantea como una posición residual en el contexto post-utópico; en consecuencia, su anarquismo humanista, postulado como vindicación de un comunismo irreverente, se constituye como visión política pero, sobre todo, literaria. A partir de este marco, Castillo diseña una escritura que se sitúa después de la utopía revolucionaria; es decir, en el presente represivo del régimen militar hasta 1982, luego en las limitaciones de la vida democrática, continuamente al margen de toda voluntad de representatividad pública. Sin embargo, esta posición anómala estableció un régimen de significaciones estéticas. Escribía en el “Prólogo” a Los trabajos y los días (1988): “En plena época de posmodernidad, supongo que mencionar a Unamuno, a Sartre, insistir con Poe o Kierkegaard […] o citar a cada paso a Borges, a Sábato, a Arlt, es quizás empecinarse en hablar para casi nadie, ante una especie de teatro vacío” (Castillo, 1988 b: 11). La metáfora teatral aludida por Castillo elabora una imagen que permite conceptualizar el cambio de escena en el entramado literario argentino, especialmente enfocado en las modulaciones que atravesaron la identidad del escritor de izquierda. Alude, asimismo, hacia una transformación más amplia en el cual el programa de la modernidad estética y su alianza con las utopías políticas se ha desactivado. Para Castillo, la escena se ha transmutado, y el debate público sobre las posibilidades de una revolución socialista en durante el presente del posmodernismo parece obliterar las formas del disenso. Por lo tanto, el diálogo estético con la modernidad literaria, en tanto ejercicio de la anacronía, configura la forma de una resistencia personal al tiempo que, hace visible las contradicciones que configuran las condiciones del arte de escribir a partir de la década del ochenta.

Notas

1|   Metodológicamente, la “escena” es definida por Rancière como una “máquina óptica que nos muestra al pensamiento ocupado en tejer los lazos que unen percepciones, afectos, nombres e ideas, y en constituir la comunidad sensible que esos lazos tejen y la comunidad intelectual que hace posible ese tejido” (Rancière, 2013: 11).
2|   Jacques Rancière señala como punto de partida para los análisis sobre la estética contemporánea su estado pos-utópico vinculado a las trayectorias que históricamente se propuso el arte crítico: “hemos terminado, se afirma, con la utopía estética, es decir con la idea de una radicalidad del arte y de su capacidad de contribuir a una trasformación absoluta de las condiciones de existencia colectiva” (Rancière, 2011: 27). El filósofo considera el problema como resultado de un quiebre situado entre “radicalidad artística y radicalidad política” (Rancière, 2011: 30).
3|   Al publicarse el primer número de El Ornitorrinco, entre octubre y noviembre de 1977, el equipo de redacción se encontraba conformado por Daniel Freidemberg, Irene Gruss, Liliana Heker, Silvia Iparraguirre, Bernardo Jobson, Cristina Klein, Ana de Llosa, Laura Nicastro, Elia Parra, Cristina Piña, Julia Sancho y Enrique Zattara.
4|   Según advierte De Diego “El desplazamiento tiene la estructura de una coartada: si ahora lo que es fascista es el lenguaje, el escritor es el subversivo por excelencia, y podrá asumir nuevamente el papel protagónico de los ‘70 pero sin moverse de su casa, sin la necesidad de contaminarse con los avatares de la realidad” (2003: 101).
5|   Numerosos trabajos refieren esta proliferación, especialmente, los ensayos de Altamirano “El intelectual en la represión y en la democracia” (1986), Warley, “Revistas culturales de dos décadas (1970-1990)” (1993), Rubinich. “Retrato de una generación ausente” (1985) y Masiello “La Argentina durante el Proceso: las múltiples resistencias de la cultura” (2014-1987).
6|   Según Gilman: “El peso que adquiere la llamada entonces “crisis de la historia” y “crisis del sujeto”, efecto de nuevos paradigmas teóricos, determina, en parte, un cambio de rumbo en las posiciones de Sartre, quien en su respuesta a los diversos artículos publicados en L´Arc matiza su confianza en las posibilidades del compromiso de la literatura, adjudicando a ésta un rol secundario y afirmando sobre todo la importancia de los cambios concretos en el sistema político y económico” (Gilman, 2003: 184).
7|   Esta aparente contradicción es desmontada en su ensayo La palabra muda, texto en el cual se dispone una conceptualización de la praxis literaria como régimen expresivo e histórico en el cual es posible señalar múltiples escrituras y poéticas: “es inútil oponer la ilusión de los que creen en el carácter absoluto de la literatura a la sabiduría de los que conocen las condiciones sociales de su producción La literatura como expresión del genio individual y la literatura como expresión de la sociedad son las dos versiones de un mismo texto, expresan un único y mismo modo de percepción de las obras del arte de escribir” (Rancière, 2009: 72).
8|   Sostiene Sarlo: “Como lo ha demostrado Carlos Altamirano, en este marco no todo lo que se escuchaba era el silencio: formas de la disidencia intelectual prueban desde los primeros años del proceso militar que la homogeneización reglamentarista y terrorista presentaba resquicios donde se alojaron otros discursos y otras prácticas, cuya visibilidad, hasta 1981 por lo menos, fue, sin embargo, muy débil. La literatura precisamente es uno de esos discursos” (Sarlo, 2014: 55).
9|   En este punto, sostiene Rancière: “El arte no es político, en primer lugar, por los mensajes y los sentimientos que transmite acerca del orden del mundo. No es político, tampoco, por la manera en que representa las estructuras de la sociedad, los conflictos o las identidades de los grupos sociales. Es político por la misma distancia que toma respecto a sus funciones, por la clase de tiempos y de espacio que instituye, por la manera en que recorta este tiempo y puebla este espacio” (Rancière, 2011: 33).
10| Castillo sintetizará los avatares de esta discusión en su ensayo “Cortázar: la cercana lejanía” reunido en Las palabras y los días (1988).
11| Según sostiene Gillespie la Conducción Nacional de Montoneros puso en marcha después de concretado el golpe del 76 el “Movimiento Peronista Montonero […] Fueron ellos quienes tomaron la iniciativa, en abril de 1977, de crear el MPM, y quienes causaron una gran consternación entre muchos de los que se esperaba que construyeran el movimiento en Argentina, al anunciar su establecimiento desde la segura y distante Roma, después de haber decidido unilateralmente abandonar el país” (1987: 296-297)”. El declive montonero se acentuará con la dimisión encabezada por Rodolfo Galimberti y Juan Gelman en 1979, quienes rechazaban la contraofensiva montonera de 1979 y criticaban en su salida el resurgimiento del militarismo de origen foquista (Gillespie 1987: 321).
12| La noción de “contracultura” fue teorizada y desarrollada tempranamente por Theodore Roszak en su libro El nacimiento de una contracultura. Reflexiones sobre la sociedad tecnocrática y su oposición juvenil. En su texto Roszak (1981) propone el concepto “contracultura” en diálogo con la beat generation, la filosofía de Marcuse y la sociología de Paul Goodman.
13| El texto de Castillo reproduce la intervención de Beatriz Sarlo, en su respuesta en torno las formas de la polémicas cultural durante la década del ochenta: “la extrema fragilidad de nuestro campo” […] y, correlativamente, los esfuerzos por construir una unidad por encima de las diferencias” […] “practicar un tipo de lectura o una adscripción a determinada tradición cultural […] escribir acerca de algunos autores y no de otros, es ejercer una intervención polémica, aunque no tenga la forma de un enfrentamiento” (Castillo, 2015 f: 370).
14| La Ley nº 23.492 –“Punto Final”- fue sancionada el 23 de diciembre 23 de 1986, y promulgada el 24 de diciembre de 1986; la Ley nº 23.521 –“Obediencia Debida”- fue sancionada el 4 de junio de 1987, promulgada el 8 de junio de 1987. Ambas normas fueron declaradas nulas por el Artículo 1º de la Ley nº 25.779 promulgada el 3 de septiembre de 2003.

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