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Enfoques

On-line version ISSN 1669-2721

Enfoques vol.22 no.1 Libertador San Martín Autumn 2010

 

ARTÍCULOS ORIGINALES

"La nada del yo que soy". Desestabilizacionesde la autobiografía en la teoría literaria hacia fines de los '70

Juan Pablo Luppi

Universidad Nacional de Buenos Aires; Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnicas

Correspondencia
Lic. Juan Pablo Luppi:
pabloluppi@hotmail.com

Recibido: 07 de septiembre de 2009
Aceptado: 30 de septiembre de 2010

Resumen

El artículo propone una lectura de ciertos pasajes del juego autobiográfico de Barthes en Roland Barthes por Roland Barthes (1975), a partir de nociones presentes en el ensayo de Paul de Man, "La autobiografía como desfiguración" (1979). Desde las figuras de la retórica uno y desde la reformulación de categorías lacanianas el otro, las reflexiones de de Man y Barthes constituyen teorías de la lectura, que cuestionan al menos dos variables frecuentes en las intervenciones del campo teórico: la categoría de género y la noción de sujeto.

Palabras clave: Autobiografía; Paul de Man; Roland Barthes; Desfiguración; Imaginario

Abstract

This paper proposes a reading of some passages from Barthes' autobiographical scheme in Roland Barthes by Roland Barthes (1975), according to notions present in Paul de Man's essay "Autobiography as Defacement" (1979). By relying on the figures of rhetoric, one of them; and by reformulating Lacan's categories, the other; both reflections constitute theories of reading, which discuss at least two variables often present in the interventions of the theoretical field: the category of genre and the notion of subject.

Key Words: Autobiography; Paul de Man; Roland Barthes; Defacement; Imaginary

CONTRA EL PACTO DE GÉNERO Y SUJETO

Difícilmente pueda ubicarse "La autobiografía como desfiguración" de Paul de Man, que con el análisis de Wordsworth inaugura en 1979 su propuesta sobre la retoricidad esencial del lenguaje, en el mismo campo teórico que Roland Barthes por Roland Barthes, publicado cuatro años antes. Al reseñar el análisis de "las escuelas críticas contemporáneas" que hace de Man en "Semiología y retórica", Catelli observa que su crítica al mito de correspondencia "sigue siendo la base de los estudios europeos", es decir que "la semiótica literaria hoy en Francia" continúa mostrando una "voluntad de conciliación" entre "las funciones gramaticales y retóricas", primer ejemplo de lo cual es para de Man el tipo de análisis practicado por Barthes. De Man critica del postestructuralismo su presunción de "continuidad perfecta" entre dichas funciones, que convierte el "estudio de los tropos y las figuras (…) en una mera extensión de modelos gramaticales, en un subgrupo particular de relaciones sintácticas".1 Sin embargo, más acá del debate coyuntural entre posiciones teóricas, no parece tan errado (o parece atinadamente errado) intentar una lectura de ciertos pasajes del juego autobiográfico de Barthes a partir de algunas nociones presentes en el ensayo de de Man. Ambos comparten una reflexión crítica sobre la autobiografía (y como tal una teoría de la lectura, que tendrá inflexiones particulares en cada uno) que pasa por cuestionar al menos dos variables frecuentes en las conceptualizaciones del campo teórico (por ejemplo la de Phillipe Lejeune en 1975): la categoría de género en el marco de una clasificatoria y la noción de sujeto que (suponiendo una semejanza entre el yo de la enunciación y el yo del enunciado, y un contrato entre el autor real, que preside esa semejanza y el lector) abona el "pacto autobiográfico".

De Man aborda la autobiografía, dice Catelli, como "intento de realización de un tropo que condensa en sí las características de todo el lenguaje": la prosopopeya, que contradice la "presuposición de semejanza" entre dos espacios que coexisten sin correspondencia, "entre el yo del pasado y el yo del presente, entre quien dice yo y quien escribe yo". Hay aquí una concepción del lenguaje como sustitutivo, de naturaleza tropológica, donde la semejanza es imposible. "La autobiografía como desfiguración" es la presentación de esta idea; lo autobiográfico deja ver al sujeto sólo como retórica, como una figura, y el vínculo autobiográfico no pasa por la semejanza sino por la donación: "la autobiografía es la prosopopeya de la voz y del nombre. Es donación de voz y de rostro por medio del lenguaje". El punto en el que esta lectura parece acercarse a la elaboración autobiográfica de Barthes reside en el reconocimiento de la ausencia, el vacío previo, la falta como constitutiva del sujeto: esa donación que motiva la escritura de la propia historia "proviene de la necesidad de dotar de un yo, mediante el relato, a aquello que previamente carece de yo".2

Desfiguración

De Man comienza su ensayo (y en esto también se acerca a Barthes) eludiendo la confusión de considerar la autobiografía como género y destacando su resistencia a las clasificaciones teóricas:

la autobiografía no se presta fácilmente a definiciones teóricas, pues cada ejemplo específico parece ser una excepción a la norma (…); mientras las discusiones genéricas pueden tener un gran valor heurístico en casos como el de la tragedia o el de la novela, resultan terriblemente estériles en el caso de la autobiografía. (…). La autobiografía,   entonces, no es un género o un modo, sino una figura de lectura y de entendimiento que se da, hasta cierto punto, en todo texto.3

Desde esta concepción sustitutiva y tropológica del lenguaje, el interés de la autobiografía radica, no en que ofrezca "un conocimiento veraz de uno mismo –no lo hace", sino en que demuestra "la imposibilidad de totalización (…) de todo sistema textual conformado por sustituciones tropológicas". La prosopopeya, tropo de la autobiografía, "se ocupa del conferir y el despojar de máscaras, del otorgar y deformar rostros, de figuras, de figuración y de desfiguración". El lenguaje de los tropos es "el lenguaje especular de la autobiografía", que se parece al cuerpo y a las vestiduras "pues es el velo del alma". En un movimiento de negación de la ilusión referencial (no tan alejado aquí del post-estructuralismo), de Man concibe el lenguaje como metáfora y como carencia: "es realmente no la cosa misma, sino su representación, la imagen de la cosa (…). El lenguaje, como tropo, produce siempre privación, es siempre despojador". Esta "prosopopeya del nombre y de la voz" que es la autobiografía constituye así el intento fracasado de "restauración de la vida mortal", ya que "desposee y desfigura en la misma medida en que restaura"; en conclusión, "la autobiografía vela una desfiguración de la mente por ella misma causada".4 Como ve Catelli, de Man mantiene a la autobiografía en "la escenificación de un fracaso": así como es imposible el gesto prosopopéyico de dar vida a los muertos, "es finalmente imposible que el relato de la propia vida se evada de esa dialéctica entre lo informe y la máscara, en cuyo juego queda presa la estrategia del discurso del yo".5

Hacer una revolución

Estas marcas de imposibilidad, de inestabilidad genérica, de ausencia del yo detrás de una escritura que lo vela, son las que permiten poner en relación la teorización demaniana con el libro de Barthes, reflexión sobre la autobiografía y sobre la escritura en forma de aparente autobiografía que vela una teoría literaria.6 Barthes también parte de una desestabilización de los géneros, que en su caso adopta, desde los '60, el tono desafiante de la vanguardia: "Nada es más esencial para una sociedad que la clasificación de sus lenguajes. Cambiar esa clasificación, desplazar la palabra, es hacer una revolución".7 Uno de los muchos fragmentos autoreferenciales del Roland Barthes por Roland Barthes matiza su asertivo título ("El libro del Yo") jugando con las posibilidades de cruce entre ensayo y novela y da cuenta de la tensión irreductible por la cual se define ese yo que, paradójicamente (antiautobiográficamente), duda en ser nombrado en primera persona: "este libro no es el libro de sus ideas; es el libro del Yo, el libro de mis resistencias a mis propias ideas" y en el párrafo siguiente, en un segundo grado de autoreferencialidad, declara:

Todo esto debe ser considerado como algo dicho por un personaje de novela –o más bien por varios. (…). La intrusión, en el discurso del ensayo, de una tercera persona que no remite, sin embargo, a ninguna criatura de ficción, marca la necesidad de remodelar los géneros: que el ensayo confiese ser casi una novela: una novela sin nombres propios.8

La tensión entre ficción y realidad atraviesa el texto, desde la ambigua elaboración discursiva de la propia subjetividad (llamando a esa tercera persona, que sólo excepcionalmente asume la primera, "R.B.") y desde la construcción de la imagen de sí a partir del imaginario (el libro se abre con la violencia del referente puesta en fotos, principalmente de la infancia, como etapa pre-simbólica que se deja atrás para dar paso a la escritura, a la adultez intelectual y académica también destacada por el referente visual). Las desestabilizaciones que propone el texto sobre los géneros o sobre el referente dialogan con la tensión principal que anima el gesto autobiográfico, según lo hemos leído en De Man:

el autobiógrafo desfigura en la misma medida en que restaura, oscilando entre el borramiento del yo a través de la escritura y la puesta en escritura del yo, entre la necesidad y la imposibilidad del lenguaje de remitir a un yo, entre la máscara y la nada informe.9

Contra los orígenes

Dicha tensión es la que destaca Peter Bürger en su lectura de Barthes. El postestructuralismo abordó al sujeto desde "Marx, Freud y la lingüística estructural", lo cual "tiene consecuencias también para la determinación del yo que escribe. No es éste el que aparece como origen del texto, sino el lenguaje mismo". La literatura deja de ser el lugar donde podría encontrarse el yo para ser el lugar "en el que se pierde". Barthes "realiza el intento tan fascinante como irritante de reencontrar el saber de la teoría de la nadería del sujeto en la propia experiencia. Escribe, pues, una autobiografía que niega al a priori autobiográfico, según el cual el yo del texto tiene un referente idéntico en la realidad" (y la forma aforística es lo que permite "reventar la narración autobiográfica");10 para Bürger, ese "lugar de la unidad apriórica de autor y yo expuesto en la autobiografía tradicional lo ocupa en Roland Barthes el escritor y su imaginario".11 Si De Man encara el análisis de la autobiografía (y luego del lenguaje) a partir de la retórica y la tropología, Barthes sondea la noción lacaniana de sujeto como producto del imaginario y con eso juega al disponer las fotos de la propia vida en el comienzo del libro. La relación entre el sujeto y su imaginario es la que Bürger ve como tensión de fuerzas antagónicas, una "lucha del yo con el yo" (a partir de Valéry): "el escritor se ve obligado a entrar en combate con lo que llama mon imaginaire (…); el imaginario es la tentación de hablar de sí (…). El lenguaje parece como embrujado: eso que se opone al imaginario es de nuevo el yo".12

Barthes propone una escritura del yo que exhibe estas tensiones constitutivas, exasperadas en el espacio autobiográfico por su presunción de semejanza entre sujeto de la enunciación, sujeto del enunciado y autor. Si para De Man la autobiografía funciona como desfiguración de algo que se menciona como "alma" o "mente", en Barthes la escritura opera como revolución del origen, apuntando esa desfiguración hacia dos elementos que la doxa estipula como orígenes de la escritura: el lenguaje y el sujeto. La propia fragmentación del texto, su tono aforístico y sus coqueteos con la dilación y la imagen, pueden leerse como formas de borronear el origen del sujeto en tanto autoridad sobre el texto (lo que Barthes expresa programática y provocativamente en "La muerte del autor"); las constantes puestas en abismo que se refieren a "este libro" o en general a la obra del autor (en su sentido más referencial y pedestre: allí se expone la tensión) muestran la revolución operada sobre el lenguaje, que pasa a ser visto como origen de sí mismo y referido a sí mismo. Ambos ataques contra los mitos de origen dan cuenta de la tensión central aludida por Bürger: un yo que quiere borrarse y a la vez no puede dejar de ponerse en escena. O en términos demanianos: un yo que al restaurarse por escrito no puede sino desfigurarse.

En Crítica y verdad, Barthes ya afianzaba su concepción del sujeto como vacío y como efecto de lenguaje (aunque sin hablar de tropos sino de símbolos):

el sujeto no es una plenitud individual que tenemos o no el derecho de evacuar en el lenguaje (según el "género" de literatura que se elija), sino por el contrario un vacío en torno del cual el escritor teje una palabra infinitamente transformada (…). El lenguaje no es el predicado de un sujeto, inexpresable, o que aquél serviría para expresar: es el sujeto. (…). Lo que arrastra consigo el símbolo es la necesidad de designar incansablemente la nada del yo que soy.13

El vacío originario es, para De Man, lo que atenta contra el estatuto genérico de la autobiografía y hace que todo intento de referirse al propio yo caiga en la aporía. Barthes asume explícitamente esta "coincidencia" entre el yo que escribe y el yo del que se escribe:

No digo: "Voy a describirme", sino: "Escribo un texto y lo llamo R.B.". (…). ¿Acaso no sé que, en el campo del sujeto, no hay referente? El hecho (biográfico, textual) queda abolido en el significante, porque coincide inmediatamente con él (…): soy, yo mismo, mi propio símbolo, soy la historia que me sucede.14

En tercera persona autoreferida, Barthes habla de una "defección de los orígenes" con respecto a su propia elaboración teórica, vinculándola a un ataque contra la naturalización:

Su trabajo no es antihistórico (al menos eso espera), pero es siempre, obstinadamente, antigenético, pues el Origen es una figura perniciosa de la Naturaleza (…). Para burlar el origen, culturiza inicialmente a fondo la Naturaleza: nada, en ninguna parte, es natural, sólo histórico.15

Similar movimiento realiza con respecto al yo: no es algo previo, dado naturalmente, sino una construcción textual, ficcional (y pueden reconocerse ecos de Brecht en esta toma de distancia, extrañamiento dirigido al propio yo). La intentona vanguardista vuelve a percibirse en la necesidad, ante esa crisis del sujeto y del lenguaje, de fundar lo nuevo: en el fragmento "Nuevo sujeto, nuevo lenguaje" se declara "solidario de todo escrito cuyo principio sea que el sujeto no es más que un efecto de lenguaje. Imagina una ciencia muy vasta (…), que sería la ciencia de los efectos de lenguaje".16

Fragmentos de mi imaginario

Puro efecto de lenguaje, el sujeto se presenta fragmentado, partido en sentido lacaniano, y el texto sigue el movimiento de ese sujeto que es su objeto en el espacio autobiográfico, fragmentándose a su vez, haciéndose aforismo, dilatándose en un devenir perpetuo. Esto lo realiza, por ejemplo, mediante la figura retórica de la prolepsis (y aquí Barthes parece acercarse a De Man, aunque cita a Genette): "Tiene la manía de hacer 'introducciones', 'esbozos', 'elementos' posponiendo para más tarde el 'verdadero' libro. Esta manía tiene un nombre retórico: es la prolepsis (muy bien estudiada por Genette)".17 Más adelante en el mismo fragmento (y anticipando las preocupaciones de los cursos del Collège de France entre 1978 y 1980) vincula "estas maniobras dilatorias, estos esconces del proyecto" con "la escritura misma".18 Explicando "El círculo de los fragmentos", Barthes destaca el placer de los comienzos sobre la pretensión de los fines: "Como le gusta encontrar, escribir comienzos, tiende a multiplicar este placer: es por ello que escribe fragmentos: mientras más fragmentos escribe, más comienzos y por ende más placeres (pero no le gustan los fines)";19 la estructuración del texto en fragmentos ordenados alfabéticamente es así una manera de "impedir que 'cuaje' un sentido".20

En "El fragmento como ilusión", Barthes explicita la confrontación ineludible del yo: por un lado, el fragmento sirve para evitar la autoridad originaria del sujeto ("Tengo la ilusión de creer que al quebrar mi discurso, dejo de discurrir imaginariamente sobre mí mismo, que atenúo el riesgo de la trascendencia"), pero a la vez esa herramienta retórica vuelve a enfrentar al yo con su contradicción fundante: "pero como el fragmento (…) es finalmente un género retórico y la retórica es esa capa del lenguaje que mejor se presta a la interpretación, al creer que me disperso lo que hago es regresar virtuosamente al lecho del imaginario".21 La apelación a la retórica no alcanzaría, en Barthes, para liquidar la lucha de fuerzas que se desencadena al querer decir yo; paradójicamente, una lucha ocasionada por el lenguaje intenta ser resuelta con los materiales y las limitaciones del lenguaje. Ante el callejón, Barthes retoma el gesto de revolucionar las clasificaciones, levantando el "valor nuevo" de la escritura, que es "desbordamiento que arrastra al estilo hacia otras regiones del lenguaje y del sujeto, lejos de un código literario clasificado".22

Finalmente, las diversas puestas en abismo del libro, sus recurrencias sobre sí mismo en varios pasajes que destacan el sintagma "este libro", también dan cuenta de las tensiones del yo que desestabilizan el código autobiográfico, en el cual continúa indefinidamente la lucha entre el yo y el imaginario, impidiendo el establecimiento de un saber o un sentido unívocos:

Este libro está hecho de lo que yo no conozco: el inconsciente y la ideología, cosas que sólo se hablan por la voz de los otros. Yo no puedo poner en escena (en texto), como tales, lo simbólico y lo ideológico que atraviesan por mí ya que soy su mancha ciega (lo que me pertenece de suyo es mi imaginario, mi fantasmática: de allí este libro).23

La paradoja moderna

Según la hemos leído a partir del artículo de De Man, y según el recorrido parcial y errado por el Roland Barthes por Roland Barthes, la autobiografía no es un género ni un contrato sino una figura de entendimiento presente de distintos modos en todo texto. Contra el sujeto del pacto, De Man y Barthes complejizan en la década del '70 los postulados teóricos en torno al relato autobiográfico y abren nuevas líneas de análisis, al focalizar en la aporía de dotar de un yo a aquello que previamente no lo tiene, mediante la desposesión de máscaras que provoca el lenguaje por su condición de tropo despojador. Ambos permiten visualizar la condición previa de fracaso que orienta toda escritura autobiográfica, desde que el discurso del yo no puede salir de la dialéctica entre lo informe y la máscara, y su espacio es el indeterminado de la oscilación del yo, entre ponerse en escritura y a la vez con ella borrarse. Hemos leído cómo Barthes elude la interpretación y se desvía de la retórica en la que trabaja De Man, para acometer una revolución contra el lenguaje y el sujeto entendidos como orígenes. Su libro pone en práctica por anticipado el abordaje demaniano de la autobiografía como figura de lectura; el sujeto juega consigo mismo como efecto de lenguaje, como el vacío que permite tejer una palabra, proponiendo y practicando un uso del lenguaje como origen de sí mismo. El "programa mismo del imaginario", parte de la ciencia de los efectos del lenguaje proyectada por Barthes, queda expresado en el título tautológico que denuncia la aporía central: yo mismo por yo mismo. La única responsabilidad que acepta ese yo es la del propio imaginario; por su parte, lo simbólico "le toca al Otro, a la transferencia y, por tanto, al lector".24

Más acá de los matices que diferencian los postulados teóricos de De Man y Barthes, ambos proponen aproximaciones al problema autobiográfico que pueden considerarse teorías de la lectura que privilegian la instancia de recepción en la construcción de sentidos, habida cuenta de la imposibilidad del yo de remitir la máscara, que elabora con su escritura, a la nada originaria que falta detrás. Como ve Barthes en el fragmento dedicado a lo que funcionaría como su máscara ("El imaginario"), "lo deseable sería entonces: no un texto de vanidad, ni un texto de lucidez, sino un texto de comillas inciertas, de paréntesis flotantes (…). Esto depende también del lector, quien produce el escalonamiento de las lecturas". Lo que un yo quebrado quiere escribir de sí mismo, y que siempre "a fin de cuentas me resulta embarazoso escribir", concluye Barthes, "no puede escribirse sin la complacencia del lector".25 Sostenida entre la forma de la máscara y la nada informe, escritura paradójica que se encara con la dicotomía interior-exterior y sus derivados que traman el pensamiento moderno, la autobiografía repone y desfigura un yo que no puede imaginarse a sí mismo sin involucrar al otro, al lector como instancia simbólica tras el imaginario, su cómplice necesario en la aventura de la subjetividad. Caja de resonancia de la paradoja moderna de una esfera privada que solo puede constituirse haciéndose pública, la autobiografía del quiebre de la modernidad propone que el sujeto se escribe a sí mismo en un movimiento inestable que a la vez lo restaura y desposee y en el que solicita la complacencia de otro para decir la nada del yo que es.

NOTAS        [ Links ]

2 Ibíd., 16-17.

3 Paul de Man, "La autobiografía como desfiguración", en La autobiografía y sus problemas teóricos, Suplementos Anthropos 29 (Barcelona, 1991), 113-114.         [ Links ]

4 Ibíd., 116-118.

5 Catelli, El espacio autobiográfico, 22.

6 Ubicando el Roland Barthes por Roland Barthes "en la herencia irreverente de las vanguardias" y como enfrentamiento del gesto autobiográfico con su "transformación radical", Leonor Arfuch ha señalado en nota al pie el vínculo del texto de Barthes con "la idea –sustentada asimismo por Paul de Man- de que toda escritura es autobiográfica". Leonor Arfuch, El espacio biográfico. Dilemas de la subjetividad contemporánea (Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2002), 105.         [ Links ]

7 Roland Barthes, Crítica y verdad (Buenos Aires: Siglo XXI, 1972), 47.         [ Links ] La primera edición francesa es de 1966.

8 Roland Barthes, Roland Barthes por Roland Barthes (Barcelona: Kairós, 1978), 131.         [ Links ]

9 De Man, "La autobiografía como desfiguración", 113-114.

10 Peter Bürger, "De la dificultad de decir yo: Roland Barthes", en Christa Bürger y Peter Bürger, La desaparición del sujeto. Una historia de la subjetividad de Montaigne a Blanchot (Madrid: Akal, 2001), 298-301.         [ Links ]

11 Ibíd.

12 Bürger, "De la dificultad de decir yo: Roland Barthes", 298-301.

13 Barthes, Crítica y verdad, 73. Subrayado en original.

14 Barthes, Roland Barthes por Roland Barthes, 62. Subrayado en original. Todas las citas que siguen pertenecen a esta edición.

15 Ibíd., 152.

16 Barthes, Roland Barthes por Roland Barthes, 85.

17 Ibíd., 188.

18 Ibíd., 190.

19 Ibíd., 103.

20 Ibíd., 161.

21 Barthes, Roland Barthes por Roland Barthes, 104.

22 Ibíd., 82.

23 Ibíd., 166-167; subrayado en original.

24 Barthes, Roland Barthes por Roland Barthes, 167; subrayado en original.

25 Ibíd., 116; subrayado en original.

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