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Enfoques

versión On-line ISSN 1669-2721

Enfoques vol.22 no.2 Libertador San Martín jul./dic. 2010

 

ARTÍCULOS ORIGINALES

Gelassenheit: el desapego como forma de vida en la mística eckhartiana

Silvana Filippi

CONICET - Universidad Nacional de Rosario

Correspondencia
Dra. Silvana Filippi: sfilippi@unr.edu.ar

Recibido: 27 de enero de 2011
Aceptado: 24 de febrero de 2011

Resumen

La notoria importancia que Eckhart da al desapego de las cosas (Gelassenheit) podría sugerir que el místico alemán desdeña la vida activa. Inversamente, Eckhart entiende que el desasimiento respecto de las creaturas es perfectamente compatible con la acción e incluso interpreta, de un modo opuesto al que ha sido habitual, la actitud de Marta y de María frente a Jesús.

Palabras clave: Eckhart; Desasimiento; Vida activa y contemplativa

Summary

The notorious importance that Eckhart gives to the detachment from things (Gelassenheit) may suggest that the mystical German disdains active life. Inversely, Eckhart understands that the detachment in respect of the created being is perfectly compatible with the action and he even interprets the attitude of Martha and Mary towards Jesus in a way which is opposite to the habitual.

Key words: Eckhart; Detachment ; Active and contemplative life

Die Ros ist ohne warum;
sie blühet weil sie blühet
Angelus Silesius

Se ha dicho con frecuencia que la actitud más representativa de la Edad Media ha sido el contemptus saeculi, el alejamiento del mundo, cuyo antecedente y más extrema expresión se encontraría en la vida de anacoretas y cenobitas, quienes decidieron apartarse del siglo viviendo solitariamente en el desierto. Forma de existencia que, más atenuada y en comunidad, encarnaron también los monjes medievales, cuya vida conventual tenía lugar en las abadías, siempre situadas en zonas rurales, apartadas de la ciudad. De ahí probablemente el escándalo que en su tiempo provocaron las órdenes mendicantes, entremezcladas en el tumulto urbano y, sobre todo, en la bulliciosa vida universitaria.

Con todo, las simplificaciones suelen esconder buena parte de la verdad. La Edad Media ha sido una etapa histórica muy extensa y variada en sus manifestaciones y formas de vida. Piénsese, por ejemplo, que tanto el amor cortesano como el amor místico, tanto la reclusión contemplativa como la intensa actividad en talleres y universidades, han sido de cuño enteramente medieval.

Al respecto, creemos que también subsisten algunos equívocos referidos a la concepción medieval sobre la relación que ha de mediar entre vida activa y vida contemplativa. Por ello, en esta ocasión quisiéramos considerar la doctrina de un extraordinario místico medieval: el maestro Johannes Eckhart.

Para el místico de Turingia el hombre sólo alcanza propiamente a Dios cuando abandona su apego por las creaturas e incluso por sí mismo. Gelassenheit, Abgeschiedenheit, son términos caros a Eckhart porque nombran la serenidad nacida del desasimiento, del desapego por las cosas. Lo que propone, sin embargo, no es el aislamiento, ni el desprecio del mundo. Incluso su existencia ha sido la de un hombre que desplegó una intensa vida práctica. Recurriendo a la contraposición bíblica entre el trajinar de Marta y la quietud de María mientras Jesús predicaba, sostiene el Maestro contraviniendo la letra del Evangelio, que Marta es la más aventajada entre ambas. Marta no necesitaba, como María, la suspensión de actividades para atender a las palabras de Jesús, sino que su ocupación había dejado de constituir un obstáculo para ella. De eso se trata: no de la reclusión y del apartarse del mundo, sino de que el ajetreo de la vida cotidiana pierda toda densidad, todo carácter opresor y apremiante. Más aún, cuando el hombre logra el desapego, no sólo respecto de las cosas circundantes, sino de sí mismo, entonces accede al fondo del alma y, con ello, a la unión con Dios. La vida cotidiana, pues, no le es ajena al místico. Tan sólo lo distingue un modo característico de experimentarla.

Eckhart compuso su obra tanto en latín como en antiguo alemán. Más allá de las discusiones en torno a las divergencias doctrinales que podrían existir entre ambos grupos de escritos, resulta indudable que aquellos que fueron redactados en latín tienen un carácter más académico y están dirigidos a un público muy familiarizado con conocimientos teológicos y filosóficos, mientras los sermones y tratados alemanes, en cambio, tienen un estilo intimista, espontáneo, despojado de erudición, y destinado sobre todo a la formación espiritual de sus oyentes. Es particularmente a este conjunto de obras escritas en lengua vernácula al que hemos de recurrir para ilustrar la visión eckhartiana de la existencia humana.

1. EL HOMBRE JUSTO Y NOBLE

Ante todo conviene saber quién entre los hombres es el que lleva una mejor vida. Éste no puede ser otro que el hombre justo y noble. Pero ¿quiénes son los justos? pregunta el Maestro Eckhart. La tradición nos ha enseñado que justo es quien da a cada uno lo suyo, de modo que será justo quien da a Dios y al prójimo lo que le es debido, honrándolos según su respectiva dignidad.

Ahora bien, piensa Eckhart, honrar a Dios no significa principalmente rendirle culto mediante ciertas ceremonias u orarle en pos de algún bien, sino que los que lo honran debidamente son aquellos que se han salido completamente de sí mismos y ya no buscan su interés en ninguna cosa. Son aquellos "que no persiguen ni bien, ni gloria, ni aprobación, ni placer, ni interés, ni devoción interior, ni santidad, ni recompensa, ni reino de los cielos, sino que están liberados de todo eso, de todo lo que les pertenece".1 Aquellos que son justos en sentido propio aceptan por igual todas las cosas que vengan de Dios, sean cuales fueren, grandes o pequeñas, agradables o penosas. Por eso, "si atribuyes más peso a esto que a aquello, no estás aún en la verdadera justicia. Es preciso que te despojes de tu propia voluntad".

Así, existen tres tipos de hombres. Hay aquellos que quieren hacer imperar su voluntad en todas las cosas. Eso está mal y sus consecuencias son siempre malas. Otros son mejores, pues quieren lo que Dios quiere y no van en contra de su voluntad; pero si están enfermos, les gustaría que la voluntad de Dios pudiera ser que ellos tuvieran buena salud. Esos prefieren entonces, que Dios quiera según la voluntad de ellos más bien que querer ellos según la voluntad de Dios. Conviene usar la indulgencia con una disposición de espíritu semejante; sin embargo, ella no es la mejor, pues los justos en sentido propio no tienen voluntad: "lo que Dios quiere les es absolutamente igual, sin que importe cuáles sean los inconvenientes".2

Tanto ama el justo la justicia que si Dios no fuese justo por excelencia, no se ocuparía en lo más mínimo de Él,3 pues para el hombre de tal talante "no hay nada más penoso, ni más duro que lo que es contrario a la justicia y le impide mantenerse igual a sí mismo en todas las circunstancias". En efecto, el justo permanece imperturbable, pues aquel que se regocija por esto o se aflige por aquello no es justo:

que esté, según los momentos, más o menos alegre o que incluso pierda a veces toda la alegría, es el signo de una actitud interior carente de rectitud (unrecht). Aquel que ama la justicia, permanece firme: lo que él ama es igualmente su esencia: nada puede distraerlo de ello y no se preocupa de nada más.4

Pero ¿cuál es su esencia?: la completa identidad con Dios. "Así el alma justa debe estar también en Dios y junto a Dios, absolutamente igual a Él, ni inferior ni superior".5

En efecto, tal es la convicción del místico de Turingia acerca de la identificación del alma con Dios como auténtico destino humano, que no vacila en hablar en términos que parecerían sugerir no sólo la unión mística con Dios, sino incluso una indistinción ontológica entre Él y al alma humana. Y así, lo justo, como Dios mismo, no es algo externo, ajeno a la interioridad del hombre. Dios no está fuera de nosotros, sino que es nuestro propio bien, una realidad que nos pertenece. Por eso, además, lo justo tampoco puede consistir en algo distinto de nuestra propia vida y esencia. El que pidiese algo a Dios se comportaría como un servidor frente a su patrón, pero el Señor dijo a sus discípulos: "Yo no os he llamado servidores, sino amigos". En consecuencia, no debemos pedir ni obrar en busca de una recompensa o bien exterior a nosotros, como tampoco por nuestro honor ni aún por Dios como si Él fuese algo distinto frente a mí. Por el contrario, "Dios y yo, somos uno. Por el conocimiento atraigo a Dios a mí; por el amor, en cambio, yo entro en Dios".6

Para Eckhart, pues, "la creatura ha de acabar, para que Dios comience a ser".7 Este anihilamiento de la creatura en favor de su identidad con Dios se traduce necesariamente en la indiferencia ante todo acontecimiento, pues para ser libre la voluntad ha de permanecer no afectada por las creaturas y las cosas del mundo. Se trata simplemente de amar la Justicia por ella misma y de amar a Dios sin por qué.8

¿Podría, sin embargo, el hombre llegar a semejante desprendimiento de sí y a tal unión amorosa con Dios sin mediación alguna? Ciertamente que no. Es preciso que transite un camino.

Así, en el tratado Del hombre noble Eckhart toma el punto inicial de su reflexión del Evangelio de Lucas 19, 12: "Un hombre noble marchó a un país lejano, para recibir la investidura real y volverse". Mediante esas palabras nos enseña Nuestro Señor cuán noble ha sido creado el hombre en cuanto a su naturaleza y hasta qué punto es divino aquello a lo que puede llegar por la gracia, como así también de qué manera puede hacerlo.9

A partir de allí y tal como lo había hecho con frecuencia en su obra, Eckhart retoma la distinción clásica entre "el hombre exterior" y "el hombre interior". Al hombre exterior le pertenece todo lo inherente al alma en cuanto ésta está rodeada de la carne y mezclada con ella actúa en cooperación con los sentidos. Éste es el hombre que la Escritura llama viejo, terrestre, pues sigue atado a la finitud de las creaturas y los bienes pasajeros al dirigir hacia ellos todos sus sentidos y su razón. El otro hombre que está en nosotros es el hombre interior, el hombre nuevo y celestial, aquel que es semejante al hombre noble del pasaje de Lucas, pues es como la semilla que fructificará si el mal cultivador no la malogra. Es la semilla divina, la imagen de sí que Dios ha puesto en nuestra alma y al ser cuidada y cultivada crece ascendiendo hacia Dios.

Por eso, al igual que lo había hecho San Agustín en el De vera religione, Eckhart señala a continuación los seis grados de ascensión del hombre noble, como también seis habían sido las etapas que Buenaventura había descrito en su Itinerarium mentis in Deum hasta llegar en un último grado a la unión extática con Dios. Tal como lo presenta el maestro de Turingia, ese tránsito hacia lo divino se cumple en primer lugar imitando a las personas buenas y santas, luego apartando la mirada de lo transitorio y buscando el rostro divino, desprendiéndose de sí mismo y de las cosas exteriores, aceptando con alegría las penas y tribulaciones hasta llegar a vivir en paz, vuelto completamente hacia su interioridad y reposando en la superabundancia de la suprema sabiduría, para llegar, ya en el sexto grado, transformado más allá de sí mismo por la eternidad de Dios, a convertirse verdaderamente en hijo de Dios. Allí se encuentra el reposo y la felicidad eterna, que es el fin del hombre interior.

Podría pensarse que al traspasar el último grado, cuando el hombre ha llegado al olvido perfecto de la vida efímera y temporaria en este mundo, Eckhart estaría haciendo alusión a la vida del más allá. Sin embargo, los intérpretes concuerdan en que, tal como en San Agustín, ese estado de desprendimiento y esa unión con Dios se sitúa ya en esta vida terrenal, a la cual está asociada el riesgo constante de la recaída, la desorientación y la claudicación.

2. LA VIRTUD MÁS ALTA: EL DESPRENDIMIENTO

Hay, sin embargo, un antídoto para evitar las recaídas. Eckhart lo describe como la virtud más alta. Es el camino que posibilita el ascenso. Atendamos un momento al emocionado relato que da inicio al breve tratado Sobre el desprendimiento:

He leído muchos escritos, tanto de maestros paganos como de profetas, del Antiguo y del Nuevo Testamento, y he buscado seriamente y con todo mi celo cuál es la mejor y la más alta de las virtudes por las que el hombre puede unirse a Dios de la mejor manera y del modo más estrecho y llegar a ser por la gracia lo que Dios es por la naturaleza, y para que el hombre sea lo más semejante a su imagen cuando estaba en Dios, en la que no había diferencia entre él y Dios, antes de que Dios formase las creaturas. Y cuando penetro en todos estos escritos, tanto como lo puede mi razón y ésta es capaz de reconocerlo, no encuentro otra cosa que esto: el puro desprendimiento (Abgeschiedenheit) está por encima de todas las cosas, porque todas las virtudes tienen en cuenta aunque sea poco a la creatura, mientras que el desprendimiento está libre de todas las creaturas.10

Éste es el sentido de las palabras que Nuestro Señor dirigió a Marta, pues al decirle "sólo una cosa es necesaria"11 aludía al único modo de vivir en paz y en la pureza de corazón: el desprendimiento.

Pero en verdad ¿será el desprendimiento la virtud más alta entre todas? Eckhart enfrenta inmediatamente la dificultad, pues hay quienes han afirmado respectivamente que el amor, o la humildad, o bien la misericordia, es la virtud más elevada. Indudablemente, según reza la Escritura, "cualquiera sea la obra que realizo, si no tengo amor, no soy nada".12 Pero el desprendimiento está por sobre el amor, porque mientras el amor me fuerza a amar a Dios, el desprendimiento fuerza a Dios a amarme, lo cual es más noble. Y ello es así porque Dios se da a los corazones desprendidos. Es allí donde ocupa su lugar natural y propio en su unidad y pureza. Además, mientras el amor me impulsa a sufrir todas las cosas por Dios de modo que en algún sentido aún sigo ligado a las creaturas, el desprendimiento me lleva a ser sólo accesible a Dios, totalmente libre de todo lo relativo a las creaturas.

Por su parte, la humildad también es loable, pero mientras ella puede existir sin el completo desprendimiento, éste no puede darse sin la perfecta humildad. Además, la humildad mueve al hombre a ponerse por debajo de todas las creaturas saliéndose así de sí mismo, mientras que el desprendimiento hace permanecer al hombre en sí mismo, pues quien experimenta el desprendimiento

no quiere estar ni por debajo ni por encima, quiere estar allí donde está él mismo, sin considerar ni el amor ni el sufrimiento de quienquiera que fuere, no quiere ni la igualdad ni la desigualdad con ninguna creatura, no quiere ni esto ni aquello; quiere solamente ser uno consigo mismo.13

Lo que en el fondo significa que no quiere ser nada,14 sino tan sólo ceder su lugar a Dios.

También la misericordia es muy buena. Pero saliéndose de sí se dirige hacia las miserias del prójimo, de modo que el corazón se conmueve y el hombre resulta perturbado. Mas el desprendimiento hace al hombre permanecer en sí mismo, sin que nada efímero lo conmueva a fin de que Dios no pueda hacer otra cosa frente a este espíritu desprendido que entregársele Él mismo. En tal disposición del alma el hombre está muerto para el mundo. Esto mismo es lo que pensaba San Pablo cuando dijo: "Vivo, y sin embargo no vivo: es Cristo quien vive en mí".15

Después de haber justificado su preferencia por tal virtud, continúa diciendo el Maestro:

Tal vez preguntes: "¿Qué es, pues, el desprendimiento que es cosa tan noble?" Debes saber aquí que el verdadero desprendimiento consiste solamente en que el espíritu permanezca tan insensible a todas las vicisitudes de la dicha y del sufrimiento, del honor, del perjuicio y del desprecio, como una imponente montaña se mantiene inmóvil ante un ligero viento. Este desprendimiento inmutable conduce al hombre a la máxima semejanza con Dios. Pues Dios es Dios porque descansa en su desprendimiento inmutable, y es también éste de donde proviene su pureza, su simplicidad y su inmutabilidad. Y este es el motivo por el cual, si el hombre debe hacerse semejante a Dios, en la medida en que una creatura pueda serlo, ello será por el desprendimiento. Este conduce al hombre a la pureza, de la pureza a la simplicidad, de la simplicidad a la inmutabilidad; de esas propiedades resulta una semejanza entre Dios y el hombre. Mas es preciso que esta semejanza sea el efecto de la gracia, pues la gracia desprende al hombre de todas las cosas temporales y lo purifica de todas las cosas pasajeras. Es bueno que lo sepas: estar vacío de todas las creaturas, es estar lleno de Dios, y estar lleno de todas las creaturas, es estar vacío de Dios.16

Eckhart comprende, sin embargo, el carácter problemático de sus expresiones y se adelanta a la cuestión al observar: "Tal vez, entonces, podrías decir: ‘Entiendo, por consiguiente, que todas las plegarias y las buenas obras están perdidas, puesto que Dios no las recibe para no ser perturbado; no obstante se dice que Dios quiere que le roguemos respecto de todo’". El asunto, cuya gravedad está a la vista requiere la máxima atención, pues hace al sentido mismo de nuestro vínculo con Dios, y por eso el Maestro reclama de nuestra parte un esfuerzo especial: "en este punto es preciso que me escuches y, si te es posible, me comprendas bien".17 Dios ha visto todas las cosas desde la eternidad tal como habrían de producirse en el tiempo. Y así como vio de este modo todas las cosas: cuándo y cómo quería formar las creaturas, cuándo el Hijo se haría hombre y sufriría, vio también la más pequeña de las plegarias y de las buenas obras que el hombre habría de realizar y se ha hecho eco de ellas desde esa, su eternidad. Por eso, vio que quieres invocarlo y rogarle con seriedad mañana, pero no quiere atender mañana a tu invocación ni a tu plegaria, porque las ha atendido en su eternidad antes de que fueras un ser humano. Del mismo modo, si tu plegaria no es apremiante y seria, Dios no quiere negarse ahora a atenderte, porque ya se ha negado en su eternidad.

Pero eso no significa en modo alguno que las plegarias y las buenas obras estén perdidas. Si bien debemos guardarnos de imaginar que Dios obra o ama en el tiempo, pues en Él no hay pasado ni futuro, sigue siendo cierto que quien hace el bien tanto como quien hace el mal serán remunerados en consecuencia. Sin embargo, Dios no puede operar de igual manera en todos los corazones, sino según la disponibilidad y la receptividad que encuentra. Cuando un corazón contiene esto o aquello, puede que en eso exista un obstáculo para que Dios obre del modo más elevado. "Para que el corazón esté disponible a lo más elevado, es preciso, pues, que repose sobre la pura nada" y allí se encuentra la posibilidad y la receptividad más grande, del mismo modo que una tablilla nunca sería más apta para la escritura como cuando nada hay escrito en ella.

Por consiguiente, enseña Eckhart, no toda plegaria es propia de un corazón desprendido: "la pureza del desprendimiento no puede orar, porque aquel que ora desea obtener alguna cosa o que Dios le quite alguna cosa. Mas el corazón desprendido no desea nada ni tiene tampoco nada de lo que desearía verse librado. Por esto está desprendido de toda plegaria, y su plegaria no es otra que la de conformarse a Dios. Esa es toda su plegaria".18 Por eso, los pobres de espíritu son aquellos que han abandonado todas las cosas a Dios, tales como las tenía Él cuando nosotros no existíamos. Sólo puede obrar de esta manera un corazón puro y desprendido.

Por lo demás, buscar el auxilio de Dios o rogar por las creaturas, nos aparta de Él: afligidos por lo que no es nada perdemos el rumbo, pues "quien ama a la creatura, ama la nada y él mismo llega a ser nada".19 Rogar a Dios por amor a las creaturas es orar en perjuicio propio, porque "desde que la creatura es creatura lleva en sí amargura, pena, inquietud y penuria. Es por eso que está bien que la gente obtenga penuria y amargura. ¿Por qué? ¡Porque ha rogado por eso!"20 Más aún: ni siquiera deberíamos orar por nosotros mismos, pues "si estás enfermo y ruegas a Dios por tu salud, ésta es más querida para ti que Dios. Entonces Dios no es tu Dios. Es el Dios del cielo y de la tierra, pero no es tu Dios".

Y hacia el final de su tratado Von der Abgeschiedenheit concluye enfáticamente:

Advertidlo bien, hombres reflexivos. Nadie es más feliz que aquel que se encuentra en el mayor desprendimiento. Ningún consuelo según la carne y el cuerpo puede producirse sin daño espiritual, ‘porque la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne’. Este es el motivo por el cual aquel que siembra en la carne un amor desordenado recoge la muerte eterna, y aquel que siembra en el Espíritu un amor verdadero recoge en el Espíritu la vida eterna. Cuanto con mayor rapidez, pues, huye el hombre de las creaturas, tanto más rápidamente acude el Creador hacia él. [...] Es por esto que el desprendimiento es preferible a todo, porque purifica el alma, clarifica la conciencia, inflama el corazón, despierta el espíritu, acelera el deseo, hace conocer a Dios, separa de la creatura y une a Dios.21

3. ECKHART: UN MÍSTICO DE VIDA ACTIVA

¿Qué temple de hombre habrá tenido entonces el Eckhart histórico, no el de los escritos y sermones, sino el hombre de carne y hueso? Pues parece que habría debido huir del mundo y vuelto ya de espaldas a las creaturas, sumirse definitivamente en el silencio. Echemos, sin embargo, una breve mirada a las alternativas de su existencia en el mundo.

Sin pretender desarrollar una completa biografía atendamos a algunas circunstancias debidamente documentadas que signaron la vida de este predicador. Primero, su formación filosófico-teológica. Nacido en Hochheim alrededor de 1260 y, sin duda, siendo aún apenas un adolescente, ingresó al convento de los dominicos en Erfurt donde inició sus estudios. Luego prosiguió su formación en el studium generale de Colonia en donde recibió particularmente la doctrina de las dos grandes figuras de la Orden: San Alberto y Santo Tomás. Pasó después a la Universidad de París, centro intelectual privilegiado de la cristiandad medieval, donde permaneció, en esa ocasión, entre 1293 y 1294. Nuevamente en Alemania se desempeñó como prior del convento de Erfurt y vicario general de Turingia. A ello le sucede una segunda estancia en París, donde en 1302 obtuvo el título de Maestro en Teología. Allí mismo enseñó durante un año, ocupando la misma cátedra que con anterioridad había sido conferida a Santo Tomás. Al año siguiente lo encontramos otra vez en Alemania donde fue designado provincial de Sajonia, cargo en el que fue ratificado por el capítulo general que se llevó a cabo en 1304 en Toulouse. Más tarde, en el 1307, fue elegido como vicario general de Bohemia. Con ello se intensificaba su actividad relativa al gobierno y administración de la Orden. Mas no olvidemos que simultáneamente y desde fines del siglo XIII Eckhart ya había comenzado a producir una abundante obra doctrinal, que ni siquiera nos ha llegado en su totalidad. Sus escritos, como se sabe, fueron elaborados tanto en latín como en su lengua materna: el antiguo alemán. Para comienzos del siglo XIV había compuesto al menos un comentario a las Sentencias de Pedro Lombardo (la Collatio in Libros Sententiarum) y las tres primeras de sus cinco Quaestiones parisienses. Por lo demás, su intensa actividad incluyó, al par de la elaboración de sus textos y la administración de la Orden, la fundación de conventos, la predicación y la instrucción de novicios. Precisamente esta labor incesante, visitando conventos, cubriendo enormes distancias a pie, como era habitual en un monje mendicante dedicado no sólo a la contemplación sino a la predicación, lo condujo frecuentemente a expresar su doctrina en lengua vernácula. No sólo lo exigía el talante del Maestro y la disposición de su auditorio, sino los tiempos que corrían, signados por la lucha entre el poder papal y el temporal que concluiría en el Cisma de Occidente, así como por el surgimiento de movimientos populares considerados heréticos, más o menos entremezclados con doctrinas y motivos místico-religiosos, que expresándose en lengua vernácula se expandían pavorosamente, igualmente vinculados al deseo de una reforma religiosa como a ciertos intereses nacionales y las luchas por el poder político entre el Emperador y los príncipes alemanes. Contra esos movimientos se desató una persecución que se hizo cada vez más violenta y condujo al primer desarrollo de la Inquisición episcopal en territorio alemán. Meister Eckhart, desgraciadamente, no resultó ajeno a tales conflictos, pues algunos hallaron que era excesivamente tolerante con esos movimientos heréticos.

Sin embargo, antes de que se desatara la tormenta que ensombrecería los últimos años de su existencia, lo encontramos, entre 1311 y 1313, por tercera y última vez en París, donde completó la serie de Quaestiones parisienses y quizás también compuso el Libro del divino consuelo. Después de 1314, habiendo sido designado vicario general de la provincia de Teutonia, se dirigió a Estrasburgo donde se dedicó a la predicación y comenzó la redacción de su Opus tripartitum, y más tarde, quizás desde 1323 o 1324 regresó al Studium generale de Colonia como magister theologiae. Allí, entre sus discípulos más distinguidos estuvo el místico Enrique Suso. Durante este período, sin duda, elaboró la mayor parte de sus sermones latinos y alemanes.

Por la trayectoria descripta resulta evidente que el maestro de Turingia era un teólogo y filósofo de nota, que gozaba de gran prestigio dentro de su orden, que se había formado y había enseñado en las más prestigiosas instituciones de la época, exponiendo sus doctrinas en los mismos sitios en que años antes lo habían hecho San Alberto y Tomás de Aquino, y que además, logró desempeñar una formidable labor como administrador, predicador e instructor dentro de su Orden, abarcando vastísimas regiones de la actual Alemania.

Poco o nada diremos sobre el tramo final de su vida que condujo, finalmente, a la condenación de 28 de sus tesis. Tan sólo observaremos que en las sospechas que recayeron sobre la ortodoxia doctrinal del monje alemán, se entremezclaron motivos muy dispares: desde las dificultades indudables de interpretación, reconocidas por el propio Eckhart, que ofrecía su lenguaje audaz y contundente; hasta conflictos políticos, religiosos, e incluso ardides urdidos por algunos personajes inescrupulosos que se valieron de esta circunstancia para eludir sanciones merecidas o para imponer su poder. Sea de ello lo que fuere, el Maestro defendió la legitimidad de su doctrina, reconociendo las dificultades e incluso algunos errores: "En efecto, puedo equivocarme, pero no puedo ser herético, porque el error es asunto de la inteligencia, mientras que la herejía depende de la voluntad". El proceso, sin embargo, se fue complicando cada vez más y concluyó en marzo de 1329 con la Bula papal In agro dominico, que condenó algunas de sus tesis. Meister Eckhart, probablemente afectado por estos acontecimientos, había fallecido poco antes, hacia 1327, quizás en Avignon, adonde había acudido para sostener su defensa ante la sede papal, plenamente convencido de que aún si hubiese cometido errores, había sido completamente fiel a la fe.

4. EL DESAPEGO Y EL VALOR DE LAS OBRAS

Semejante historia de vida no pareciera condecir con el desprendimiento radical y el abandono de toda consideración hacia el mundo creado que Meister Eckhart había pregonado con tanta insistencia. Una vida agitada, ocupada por el intenso estudio, los viajes constantes, la elaboración de una obra escrita considerable, la predicación, la administración de la orden, la fundación, la organización y el cuidado de numerosos conventos, la dedicación a la formación espiritual de monjas y novicios, la enseñanza universitaria, e incluso, la conmoción y el movimiento experimentados por la acusación y la defensa. La intensidad de su existencia y la impresionante actividad desplegada, debía, no obstante, conciliarse de algún modo con lo que formaba el núcleo de su convicción espiritual.

¿Qué valor tendrían las obras y el ajetreo incesante de la vida cotidiana para aquél que había proclamado la nihilidad absoluta de todo lo creado?

Encontramos la respuesta ya en un escrito temprano del propio Eckhart: un conjunto de consejos destinados a los jóvenes novicios agrupados bajo el título que algunos han traducido, atendiendo más al sentido que a la letra, como Instrucciones espirituales (Reden der Unterweisung22). En realidad, se trata de conversaciones mantenidas en torno a la mesa, in collationibus, con la intención de instruir a los noveles religiosos, mientras Eckhart se desempeñaba como Prior de Erfurt y vicario de Turingia, es decir, con anterioridad a 1298.

Dice Eckhart en ese texto que no hay ninguna obra buena, por pequeña y mínima que sea, que no nazca de un espíritu obediente. La obediencia, como habrá de imaginarse, consiste en que el hombre se desprenda y renuncie a sí mismo. Y puesto que en este estado no puede querer nada para sí, Dios debe querer entonces para este hombre, del mismo modo que quiere para sí mismo. Así, despojado de su voluntad para ponerse en las manos de su superior, sin querer nada para sí mismo, es preciso que Dios vele por él y es necesario que sus obras sean buenas. De ahí también que, como se ha dicho, tanto la oración más intensa y más poderosa, como la más digna de todas las obras, nacen siempre del renunciamiento.23 Por eso, "la gente no debiera pensar tanto en lo que hace, debiera pensar en lo que es. Si las personas fueran buenas y lo fuera también su manera de ser, sus obras podrían brillar con esplendor. Si tú eres justo, tus obras también son justas. No pienses que la santidad se funda en los actos, debe fundarse la santidad en el ser, porque no son las obras las que santifican, somos nosotros quienes debemos santificar las obras".23 En efecto, lo que hace bueno al hombre y a sus obras es que el espíritu del hombre esté totalmente vuelto hacia Dios.

Sin embargo, podría ser que tal renunciamiento exigiese el apartarse por completo del mundo. Evidentemente tal planteo le había sido formulado al propio Maestro, puesto que nos dice:

Se me ha hecho esta pregunta: algunas personas querrían separarse por completo de las otras y estar solas, ¿será que así encontrarán la paz, o bien sería mejor que estuviesen en la iglesia? Entonces he contestado: no, y advierte por qué. Aquel que es tal como debe ser, en verdad se encuentra bien en todas partes y con todas las demás personas. Pero aquel que no es tal como debe ser no se encuentra bien en ninguna parte ni entre los otros. Mas aquel que es tal como debe ser, en verdad tiene a Dios junto a sí; y aquel que posee a Dios, en verdad, lo posee en todo lugar, en la calle y en la compañía de quien quiera que fuese del mismo modo que en la iglesia, en la soledad o en su celda. Si lo posee verdaderamente, y sólo a Él, nada puede estorbarlo. ¿Por qué? Porque tiene sólo a Dios, y su intención no se dirige más que a Dios, y todas las cosas se convierten, para él, únicamente en Dios. Este hombre lleva a Dios en todas sus obras y en todos los lugares, y a todas las obras de este hombre es únicamente Dios quien las lleva a cabo. Porque la obra, hablando con propiedad, pertenece más verdaderamente a aquel que es su causa, que a aquel que la realiza. Por consiguiente, si nuestra intención es sólo y únicamente Dios, en verdad es preciso que Él ejecute nuestra obra. Y nada puede impedirle ejecutar sus obras, ni la multitud ni el lugar. De este modo, nadie puede ser un obstáculo para este hombre, porque él no considera ni busca ni se complace en nada más que en Dios, que se une a él en todas sus intenciones. Y del mismo modo que ninguna multiplicidad puede distraer a Dios, así nada puede distraer ni dispersar a este hombre, y él es uno en el Uno en quien toda multiplicidad es una no-multiplicidad.24

Por eso, encontrarse en la iglesia o en la celda monacal da igual, pues la disposición del espíritu ha de ser la misma. Mas cuando se habla de igualdad, aclara el Maestro, no debe entenderse que hay que apreciar del mismo modo todas las obras, todos los lugares o todas las personas.

Esto sería absolutamente falso, porque orar es una obra mejor que hilar, y la iglesia un lugar más noble que la calle. Pero tú debes tener en las obras una misma disposición de espíritu, una misma confianza, un mismo amor por tu Dios y considerarlo con la misma seriedad. En verdad, si todas las cosas fueran de este modo iguales para ti, nadie te impediría tener a Dios presente.25

En cambio, para aquel en quien Dios no habita, no puede hallarlo fuera de sí en ningún lugar, ni realizando ninguna obra, ni en compañía de ninguna persona. Así, si no ama a Dios y no lo posee, no lo encontrará ni en la calle ni en la iglesia, ni en las obras y compañías sean buenas o malas. Mas para aquel que ama a Dios "en todas las cosas encuentra la imagen de lo que ama: ella está tanto más presente cuanto más fuerte se torna su amor. Este hombre no busca el reposo, porque ninguna inquietud lo agita".26

Con todo, esto no es algo que se logre inmediatamente. Para ello se necesita aplicación, amor, una justa consideración del interior del hombre, así como un conocimiento vivo, verdadero, reflexivo y real de la intención del espíritu, que no se consigue sino en medio de las cosas y con respecto a las personas. Por esa razón, sostiene Eckhart,

el hombre no puede aprenderlo mediante la fuga, huyendo de las cosas y apartándose de lo exterior para penetrar en la soledad; debe más bien, sin duda, aprender la soledad interior, donde quiera que se encuentre y próximo a quien quiera que fuere. Debe aprender a penetrar a través de las cosas, a captar allí a su Dios, a imprimirlo fuertemente en sí según un modo esencial.27

Para eso es preciso ejercitarse intensamente, utilizar en gran medida todas las cosas y abundar en obras. Lo que importa es el espíritu con que se actúa.

Sin duda una obra es distinta de otra, pero para aquel que llevara a cabo sus obras según un mismo espíritu, en verdad todas sus obras serían semejantes, y para aquel que obrara rectamente, en verdad Dios brillaría en las cosas profanas con la misma claridad que en la más divina, si poseyera realmente a Dios. No se trata, por cierto, de que el hombre deba realizar cualquier cosa que fuere profana o inconveniente, sino que todo lo que le acontezca ver y oír entre las cosas exteriores, debe volverlo hacia Dios. Sólo aquel a quien Dios se le hace presente en todas las cosas, y que domina y utiliza en forma suprema su razón, conoce la verdadera paz y posee verdaderamente el reino celestial.28

El Maestro de Turingia reconoce, sin embargo, que tal actitud y tal desprendimiento no es propio de todos. Incluso, dice, son millares las personas que han muerto y están en el cielo sin haberse despojado jamás por completo de su voluntad. Ello no quita, empero, que la voluntad perfecta y verdadera consista en carecer de ella misma para dejarse apropiar por Dios.

Pero al par, también insiste en que tal despojamiento y apropiación no vuelve inútil la acción, sino que incluso la exige de modo más imperioso. En efecto, quien experimentase una fidelidad total y constante a Dios amándolo ardientemente, aún no estaría poseído por el amor más pleno.

A veces se debe abandonar por amor tales transportes a causa de alguna cosa mejor, o tal vez para llevar a cabo una obra de amor espiritual o material cuando ella es necesaria. Lo he dicho ya muchas veces -enfatiza Eckhart casi reprendiendo, pero al par con una inmensa ternura-: si alguien se hallase en un rapto como el de San Pablo29 y supiese que un enfermo espera que le lleve un poco de sopa, yo tendría por bien preferible que, por amor, saliese de su rapto y sirviera al necesitado en espíritu de mayor amor.30

Con ello, dice nuestro autor, nada se pierde, porque el hombre que por amor abandona algo voluntariamente, lo recibe nuevamente, multiplicado y ennoblecido.

Tal concepción del sentido auténtico de la vida activa -que no es ni puede ser la antítesis de la vida contemplativa, ni vacío movimiento exterior, sino, como dijera Tomás de Aquino, sobreabundancia emergida de la contemplación-, le ha hecho leer a Eckhart el pasaje de Lucas 19: 12 de un modo nada convencional.31 El conocido pasaje contrasta la actitud de dos mujeres: Marta y María, ante la maravillosa presencia de Jesús, el huésped que acababa de entrar en su morada. Mientras María se echa a los pies del Señor para escucharlo atentamente, Marta trajina para servirlo, procurando ser hospitalaria. Cada una de las dos tenía buenos motivos para comportarse como lo hacía, dice Eckhart, pues a Dios puede llegarse de ambos modos. Pero Marta había vivido más y había aprendido más: todo su quehacer se orientaba a Dios mismo. Por eso, reclama que su hermana se ponga de pie y comience a hacer. María, sentada a los pies del Señor, todavía debía aprender a vivir. Ella experimentaba sentimientos de dulzura y arrobamiento, cautivada por la presencia y las palabras de Jesús, pero Marta temía que permaneciese extasiada e inmóvil, pues deseaba que aprendiese a vivir, que se levantara para volverse plena. Sin embargo, el Señor tranquilizó a Marta: María, sentada a sus pies, estaba comenzando a aprender y, por ello, también llevaba la mejor parte. Marta, en cambio, ya había aprendido lo suficiente como para que el devenir del mundo no la afectase, por eso todo su obrar y su trajinar no podían tener ya otra dirección que la salvación eterna. Ella había comprendido suficientemente que "lo finito es sólo un medio"32 y que el por qué de todas las cosas se reduce a un solo motivo: el sin por qué del amor divino.

NOTAS

1 Meister Eckhart, Sermón Iusti autem in aeternum (Sap. 5, 16), en Deutsche Predigten und Traktate, ed. y trad. Josef Quint (München: Carl Hanser, 1955), 182-187.         [ Links ]

2 Ibíd., 183.

3 Eckhart parecería expresarse aquí en sentido completamente opuesto a Ockham para quien si Dios nos hubiese mandado odiarlo deberíamos haberlo obedecido. Cf. Guillermo de Ockham, In IV Sent., q. 16, en OTh. VII, 352 (NY: St. Bonaventura, 1984): "         [ Links ]Sed Deus potest praecipere quod voluntas creata odiat eum, igitur voluntas creata potest hoc facere [...] Sed odire Deum potest esse actus rectus in via, puta si praecipiatur a Deo, igitur in patria".

Meister Eckhart, Sermón Iusti autem in aeternum (Sap. 5, 16), en Deutsche Predigten und Traktate, 183.

5 Ibíd., 184.

6 Ibíd., 186: "Gott und ich, wir sind eins".

7 Meister Eckhart, Sermón In hoc apparuit caritas dei in nobis, en Deutsche Predigten und Traktate, 180.

8 Meister Eckhart, Sermón Iusti in aeternum, en Deutsche Predigten und Traktate, 187.

9 Meister Eckhart, Vom edlen Menchen, en Deutsche Predigten und Traktate, 140

10 Meister Eckhart, Von der Abgeschiedenheit, en Schriften (Düsseldorf-Köln: Eugen Diederich, 1959), 37.         [ Links ] El tratado Von der Abgeschiedenheit otrora tomado como auténtico e incluido en Die deutschen Werke (DW), ed. Josef Quint et al. (Stuttgart-Berlin: W. Kohlhammer, 1936), Bd. 5, 400-34,         [ Links ] se toma ahora como proveniente de un seguidor de Eckhart. El autor comienza este escrito insistiendo acerca de que el desprendimiento está por sobre el amor, pero queda claro, a medida que se desarrolla el tratado, que el desprendimiento es idéntico al amor desinteresado.

11 Lucas 10:42.

12 I Corintios 13:1.

13 Meister Eckhart, Von der Abgeschiedenheit, en Scriften, 39.

14 Ibíd.: "Abgeschiedenheit aber will nichts sein! Darum stehen alle Dinge von ihr unbeschwert".

15 Gálatas 2:20.

16 Meister Eckhart, Von der Abgeschiedenheit, en Scriften, 40-1.

17 Ibíd., 41.

18 Ibíd., 45-6.

19 Meister Eckhart, Expositio Libri Sapientiae, n. 34, en Die lateinischen Werke (LW) Bd. 2, ed. Ernst Benz et al. (Stuttgart-Berlin: W. Kohlhammer, 1936), 354.         [ Links ]

20 Eckhart, Sermón Mulier venit hora, en Deutsche Predigten und Traktate, 383.

21 Eckhart, Von der Abgeschiedenheit, en Schriften, 47-8.

22 Eckhart, Reden der Unterweisung, en Deutsche Predigten und Traktate, 53-100.

23 Ibíd., 57.

24 Ibíd., 58-59.

25 Ibíd., 59.

26 Ibíd., 61.

27 Ibíd.

28 Ibíd., 63.

29 Hechos 9:3-9.

30 Eckhart, Reden der Unterweisung, en Deutsche Predigten und Traktate, 67.

31 Eckhart, Sermón Maria und Martha, en Schriften, 253 ss.

32 Ibíd., 256: "Denn alles Endliche ist nur ein Mittel".

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