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Enfoques

versión On-line ISSN 1669-2721

Enfoques vol.33 no.2 Libertador San Martín dic. 2021

 

Artículos originales

Teoría más allá de la theoría. El movimiento posestructuralista

Theory beyond theoría. The poststructuralist movement

Teoría além da theoría. O movimento pós-estruturalista

Sergio Tonkonoff1  * 

1Instituto de Investigaciones Gino Germani Facultad de Ciencias Sociales. UBA-CONICET

Resumen

El trabajo presenta una lectura general del posestructuralismo y lo describe como un conjunto heterogéneo de teorizaciones acerca de lo social, lo político y lo subjetivo que tuvieron al estructuralismo, al freudismo y al marxismo como referencias com plejas. Proponemos caracterizar al posestructuralismo por sus operaciones de “atra vesamiento” de estas referencias y distinguir en el desarrollo de sus investigaciones dos grandes etapas: una vinculada a la afirmación de la diferencia radical y la crítica a las concepciones totalizantes de sistema, y la otra ligada a la reconceptualización de los sistemas como multiplicidades o no-todos. En este trabajo, examinaremos principalmente la primera etapa, y solo esbozaremos algunos elementos claves para la comprensión de la segunda.

Palabras claves: Posestructuralismo; Teoría social; Diferencia; Sistema

Abstract

The paper presents a general reading of poststructuralism describing it as a heteroge neous set of theories about the social, the political and the subjective that had struc turalism, Freudism and Marxism as complex references. We propose to characterize poststructuralism by its “torsion” of these references, and to distinguish two great stages in the development of its investigations: one linked to the affirmation of rad ical difference and the criticism of totalizing conceptions of system, and the other one linked to the reconceptualization of systems as multiplicities or not-wholes. In this work we will mainly focus on the first stage, and we will only outline some key elements for understanding the second one.

Keywords: Poststructuralism; Social theory; Difference; System

Resumo

O trabalho apresenta uma leitura geral do pós-estruturalismo descrevendo-o como um conjunto heterogêneo de teorizações sobre o social, o político e o subjetivo que teve como referências complexas o estruturalismo, o freudismo e o marxismo. Propo mos caracterizar o pós-estruturalismo por suas operações de “atravessamento” dessas referências, e distinguir no desenvolvimento de sua pesquisa duas grandes etapas: uma ligada à afirmação da diferença radical e à crítica das concepções totalizantes do sistema, e outra ligada à re-conceituação dos sistemas como multiplicidades ou não-todos. Neste artigo, examinaremos principalmente a primeira etapa e apenas de linearemos alguns elementos-chave para a compreensão da segunda.

Palavras-chave Pós-estruturalismo; Teoria social; Diferença; Sistema

Introducción

El término posestructuralismo posee un carácter negativo. Señala algo que sucede en el campo de la filosofía y las ciencias humanas después del estructuralismo, sin dar pistas seguras acerca de qué podría ser. De allí que, a veces, se lo considere demasiado amplio e impreciso para resultar de utilidad. Si eso que ocurre tiene en verdad una entidad propia y diferen ciada, semejante denominación no revela demasiado, al menos en princi pio. Solo dice que se trata de un “ismo” que sucede a otro, que se tiene por definido, y con el que guarda alguna relación a especificar. Frente a esto, se han propuesto denominaciones alternativas que pretenden caracterizarlo mejor (neo, ultra o superestructuralismo, por ejemplo).

Hay también quienes afirman que esa dificultad en las palabras remite a la inexistencia del objeto: no habría algo como el posestructuralismo, puesto que no es posible unificar mediante un criterio preciso la heterogeneidad de los autores y las obras a los que se suele referir de esa manera. Es importante notar que, incluso entre quienes aceptan y usan esta deno minación, las referencias varían sensiblemente. Cuando se habla de auto res, no hay acuerdo respecto de cuáles pertenecerían a dicha categoría y cuáles no. A nuestro modo de ver, ello muestra al menos dos cosas: que, como es de esperarse, hay distintos criterios clasificatorios para formar cualquier conjunto y que el tratamiento de una corriente intelectual que se centra en autores es por lo menos riesgoso.

En lo que sigue, buscaremos mostrar que lo que suele designarse de este modo es un movimiento intelectual configurado por estrategias teó ricas no complementarias en muchos aspectos claves, pero que, sin em bargo, poseen una serie de rasgos distintivos compartidos que pueden -y deben- ser identificados para que ese término (u otro) tenga sentido y utilidad.

Una de las maneras de hacer esto es lo que llamaremos lectura para digmática. Este tipo de lectura consiste básicamente en trabajar de for ma transversal sobre un corpus textual dado para (re)construir la sintaxis teórica que articula sus líneas más vigorosas. Se trata de una descripción constructiva que implica ciertamente una labor exegética y crítica, pero no la expone. Se concentra, antes bien, en despejar la lógica conceptual que cree poder extraer de cierto número de obras claves, mediante una “puesta en coherencia” determinada (y reductiva) de las múltiples direc ciones que habitan sus textos. Un paradigma es siempre menos que las obras que permiten su reconstrucción. En conjunto, pero también toma das por separado, ellas son siempre más ricas y variadas que el esquema general que, sin embargo, las comunica y, en cierta medida, las articula. Lo que se paga con ese empobrecimiento espera ser compensado en cla ridad y fuerza interpretativa (o al menos esa es la apuesta de una lectura paradigmática).

Dado que se orienta a despejar movimientos y enfoques metateóricos generales, no puede, entonces, trabajar en términos de autores (su reco rrido intelectual, sus programas distintivos, etc.), aunque no pueda evitar referirse a ellos. Pero tampoco puede guiarse prioritariamente por los te mas que se tratan, ni por los antecedentes que se invocan, en las corrientes que explora. Es que cada paradigma trata sus temas de nueva cuenta, y produce, además, retroactivamente, sus propios antecedentes.

Por nuestra parte, creemos que el término posestructuralismo puede caracterizar bastante bien un movimiento intelectual heterogéneo, pero discernible en sus líneas mayores. Textos tan distintos como los que, des de fines de la década de 1960, pueblan las obras de Derrida, Foucault, Deleuze o Kristeva, pueden -y entendemos que deben- ser ubicados bajo esa rúbrica. Lo mismo vale para las obras del mismo período de Barthes, Lyotard, Baudrillard, Castoriadis y Lacan, pero siempre que se acepte que el sentido de esa denominación no va de suyo, es decir, siem pre que se (re)construya su concepto y se haga explícito el método de esa reconstrucción.

A nuestros ojos, aun cuando muchas puedan ser las insuficiencias, esto encierra una virtud: la partícula “pos- (o post-)” no solo indica ubica ción, sino, además, y fundamentalmente, temporalidad. Y este elemento temporal es una clave para retener puesto que, en el caso que nos ocupa, implica sucesión, pero también movimiento, transformación, conflicto y, en lugar de linealidad, recomienzo. Por ello, trabajando sobre el prefijo en cuestión, intentaremos determinar algunas de las articulaciones para digmáticas a las que este corresponde, o puede corresponder.

Pensar de otro modo. El “pos-” del posestructuralismo

El gesto distintivo del posestructuralismo es claustrofóbico, y del más amplio espectro. Se trata de escapar de la clausura a la que habían conducido las investigaciones estructuralistas (propias, como en el caso de Lacan, o relativamente ajenas, como en el caso de Deleuze). Esto no solo, y no tanto, por lo que el estructuralismo tenía de particular, sino, justamente, por presentarse como una expresión poderosa y refinada del modo de pensar dominante en Occidente desde sus orígenes griegos. Modalidad fundacional y transgenérica a la que el posestructuralismo lla mó logocentrismo, representación, lógica conjuntista identitaria o, sim plemente, filosofía. Uno de los impulsos principales de este movimiento es pues negativo, en el sentido de que surge y se manifiesta a través de una serie de rechazos y de huidas. Se trataba de escapar de la episteme de la identidad y sus múltiples prisiones metafísicas (el sustancialismo, el elea tismo, la totalidad, la teleología), la mayoría de ellas bien representadas por el estructuralismo.

Sin embargo, este es un movimiento surgido en gran medida des de el estructuralismo (y no pocas veces en la pluma de los “mismos” autores). De modo que, en este caso, venir después es en cierto sentido continuar. Deconstrucción (Derrida), lingüistería (Lacan), semanálisis (Kristeva), esquizoanálisis (Deleuze), cualesquiera sean los ataques pro feridos y las salidas elaboradas, el posestructuralismo asume al estruc turalismo como su antecedente ineludible y resulta incomprensible sin él. El núcleo de esta herencia teórica puede enunciarse como sigue: la tematización y la problematización de la diferencia, el sujeto y el sistema en el campo del lenguaje y el deseo. Uno de los rasgos distintivos del posestructuralismo reside en la asunción crítica de estas coordenadas de acción teórica -establecidas con claridad por el estructuralismo- como espacio del pensamiento en general, y del pensamiento sobre lo social, lo político y lo subjetivo en particular.

¿Por qué, entonces, no seguir hablando simplemente de estructura lismo, enfatizando el hecho de que ese movimiento fue transformándose en la medida en que avanzaban sus investigaciones, como parece sugerir lo Balibar?1

O, en todo caso, si lo que está en juego es hacer ver la rela ción interna existente entre ambos movimientos, tanto como el carácter (re)creativo del segundo, ¿por qué no llamarlo neoestructuralismo como hace Frank?2

Porque de este modo se pierde la oportunidad de señalar que se trata de un movimiento de rebasamiento o traspaso de las fronteras estructuralistas, aunque se haya salido, como no puede ser de otro modo, desde dentro.

Las posiciones que podemos llamar posestructuralistas son, en gran medida, el producto del despliegue riguroso y la radicalización de algunos de los principios estructuralistas (el de la diferencia, ante todo), principios que el estructuralismo produce en la intersección de la lingüística, el marxismo y el psicoanálisis. ¿Podría entonces hablarse de “superestructuralismo” como Harland3 o de “ultraestructuralismo” como Descombes?4 O, en la misma línea, ¿sería adecuado el término “hiperestructuralismo” usado por Maniglier5 cuando sugiere que, para estos casos, el estructuralismo “sigue siendo una matriz mayor, aunque secreta, de la filosofía contemporánea”? Sin dudas. Solo que así se indi caría la operación de rigurosa radicalización, efectivamente caracterís tico, pero podría obliterarse el registro de la variedad de herramientas filosóficas y científicas intervinientes en ella, herramientas que son ex trañas al estructuralismo y a las tradiciones en las que este se apoya. (Los nombres de Spinoza, Leibniz, Nietzsche y Heidegger pueden servir para ilustrar este punto, tanto como los de Riemann, Gödel y Heisenberg).

Dar cuenta de esto resulta imprescindible, puesto que otros dos rasgos distintivos del posestructuralismo son el recurso a tradiciones filosóficas “menores” y modelos científicos mayores, pero no clásicos, junto con la hibridación metódica de las más diversas disciplinas. La indefinición ne gativa del “pos-” tal vez permita acoger ambos aspectos, una vez que le son atribuidos. En cualquier caso, este prefijo enfatiza cierta discontinuidad en la continuidad, mientras que “ultra-”, “super-” e “hiper-” parecen hacer lo contrario. Posee, además, una nota disolutiva, que marca el fin de algo, y que es preciso retener dado que la continuidad neta del estructuralismo es justamente lo que se trata de cuestionar.

¿Qué tipo de relación está en juego, entonces, entre el posestructura lismo y sus antecedentes estructuralistas, relación que es, a la vez, parte de su definición? Digamos que se trata de un vínculo no simplemente interno, sino interno-externo: un proceso o movimiento al que llama remos atravesamiento, para distinguirlo de la continuidad simple, pero también de la síntesis (synthese) y de la superación (aufhebung). También para acercarlo, al menos en parte, a lo que Heidegger6 denomina torsión o retorcimiento (verwindung).

Atravesar significa aquí pasar por un espacio teórico asumiendo sus principios para realizar sobre ellos un giro que los desequilibre y los re vierta sobre un territorio desconocido, poniéndolos fuera de sí, lleván dolos más allá de sus límites. Es instalarse en la dirección general de un movimiento para producir en él modificaciones (torsiones), que resultan impropias (distorsiones) cuando son vistas desde el momento anterior a su realización, y que se revelan como divergencias liberadoras desde el momento posterior.

Este atravesar posestructuralista no es entonces una prolongación que perfecciona y perpetúa, sino una persistencia que, a la vez, (se) desplaza y (se) destituye por la vía del máximo rigor (y la máxima hibridación). El decurso que así tiene lugar no es circular ni espiralado; antes bien, di buja líneas de escape hacia un ámbito que no es exactamente nuevo, sino más bien otro. Uno que resulta a la vez anterior y posterior respecto de aquello que se ha buscado rebasar, puesto que la temporalidad del atrave samiento no es lineal. Este atravesar es la actividad metódica de pervertir, subvertir y transgredir un canon: consiste en torcer y retorcer en lugar de abandonar; dar vuelta y desplazar, más que recapitular y avanzar; fran quear un límite, pero inapropiadamente. Es también ir más adelante y más atrás de golpe, en vez de evolucionar despacio. Y todo para procurar “pensar de otro modo”.

Esta conocida consigna, consagrada por Foucault,7 puede tomarse como el programa general del posestructuralismo. Quiere implicar el fin de una época, de la que el estructuralismo es uno de los últimos episo dios, tanto como indicar el comienzo de otra cosa. Es, ante todo, la cifra de una apuesta por elaborar formas alternativas en la comprensión de la sociedad, la política y la subjetividad, generando conceptos y metodolo gías divergentes respecto de los enfoques tradicionales en la filosofía y las ciencias humanas. Y esto vale no solo para los enfoques metateóricos considerados políticamente conservadores y epistemológicamente expre sivos del paradigma de la representación y la lógica conjuntista identitaria (iusnaturalismo, funcionalismo, fenomenología, etc.). Vale, además, para los movimientos que llevaron hasta el límite ese paradigma, iniciando su subversión: el estructuralismo, pero también el marxismo y el psicoanáli sis (sean estructuralistas o no).

Es en su pasaje por estos territorios conceptuales específicos como el movimiento posestructuralista alcanza su singularidad, y puede ser com prendido en la radicalidad que le es propia. Ir más allá del estructuralismo es aquí ir también más allá de las rupturas producidas por las obras de Marx y de Freud, subvirtiendo -si así puede decirse- su subversión. Una clave del aikido teórico posestructuralista que llamamos atravesa miento reside, entonces, en usar la fuerza, ya no de los oponentes, sino también de los aliados, para derribarlos y someterlos a una posición incó moda para ellos.

Lenguaje. El posestructuralismo como pos-estructuralismo

Durante mucho tiempo, convicciones sustancialistas muy arraiga das hicieron imposible o irrelevante la pregunta sobre la materialidad del lenguaje. Hasta que a fines del siglo xix y comienzos del xx, una renovada reflexión en torno al lenguaje -y a la materia- tuvo lugar en el ámbito de las ciencias sociales y naturales, tanto como en la filosofía y las artes. Una serie de preguntas cruciales se presentaron de nueva cuenta en estos campos diversos. A saber, ¿qué tipo de objeto es el lenguaje (sea natural, matemático o literario)? ¿Cuál es su modo de ser, si tiene algu no? ¿Cuál es su modo de funcionamiento? ¿Qué relaciones se establecen entre el lenguaje y aquello de lo que se habla, y con aquellos que lo hablan y lo escuchan?

Entre los desarrollos teóricos que a este respecto fueron decisivos para el posestructuralismo, importa, sobre todo, el que lleva el nombre de Saussure. Y ello porque las respuestas ensayadas en los Cursos de Lingüís tica General8 y destiladas por las escuelas de Praga y Copenhague, ponían en cuestión las posiciones básicas del sustancialismo en torno al lengua je (y a todo lo demás, como revelaría en lo sucesivo la reflexión crítica en torno a sus principios fundamentales). De estos principios, que esta blecieron las bases paradigmáticas del movimiento estructuralista, cabe recordar los cardinales. Dos de ellos son célebres, y con razón, puesto que concentran consecuencias del más amplio alcance: “la lengua es for ma y no sustancia” y “en la lengua no hay más que diferencias”. El otro suele ser tenido por trivial y es asiduamente pasado por alto, aunque sea el primero y, con toda probabilidad, el más importante: “el lenguaje es una institución social”.

Recordemos que la forma de la que se trata es un sistema de signos (la lengua), analíticamente diferenciable de sus actualizaciones individuales (el habla), donde sistema es un conjunto de reglas de combinación y se lección, y signo es una entidad de dos caras (significado y significante). Es decir, es una entidad psíquica que resulta del lazo (la articulación) entre una imagen acústica y un concepto, y no entre una palabra y una cosa. El signo, además, obtiene su identidad de la relación diferencial que necesariamente mantiene con otros signos. Y no posee una existencia anterior e independiente del sistema semiológico al que pertenece, todo lo cual hace del signo saussureano un objeto enrarecido para la epistemología tradicional: es una entidad insustancial que no coincide consigo misma, e implica, además, un rechazo firme a la concepción del lenguaje como nomenclatura y como instrumento de un sujeto dueño de sus actos lingüísticos.

Lejos de estar ante una herramienta versátil, nos encontramos con una institución social cuya robusta organización interna se impone, como una realidad, a todo aquel que se proponga decir, escuchar o pensar lo que sea. Con esto, su pretendida subordinación se convierte en señorío y su li gereza fantasmal adquiere una materialidad inaudita, ya que ni los objetos ni los sujetos pueden constituirse con independencia de sus estructuras.

El modelo de la lengua y la lógica del signo, establecidos de este modo, comportan, entonces, una conmoción considerable respecto de los mo dos tradicionales de plantear el problema del sujeto y del referente (o la realidad) y, en consecuencia, de la verdad. Con esto, el estructuralismo in cursiona, lo quiera o no, en el campo de la filosofía. Lo hace, incluso, pro fundamente. Sin embargo, antes de precipitarnos sobre esa senda, muy transitada, es preciso atender a los conceptos primarios de los que depen den ese modelo, esa lógica y esos problemas, a saber, sistema y diferencia, conceptos de andamiaje mediante los cuales, el estructuralismo primero y el posestructualismo después, proponen una reorganización (radical) de la theoría, resistiéndose a (re)plantearlos dentro de las fronteras de una sola disciplina, aunque ella sea, como pretende la filosofía, la “madre de las ciencias” (o, más bien, precisamente por ello).

Por eso, importa subrayar que lo decisivo fue la producción y la ge neralización del concepto estructuralista de estructura como sistema de signos. La clave en este punto (clave) es que la lengua, y por extensión todo sistema societal, es comprendido como un sistema cerrado, tendien te al equilibrio, que totaliza sus componentes (las diferencias). De mane ra que, aun cuando de este modo haya descubierto y comenzado a des plegar la diferencia lingüística entendida como diacrítica e insustancial, el estructuralismo seguía trabajando dentro del (tradicional) paradigma de las partes y el todo (donde el todo precede y determina cabalmente a los elementos que lo constituyen). Aquí el sistema es lógica y ontológicamente primario, lo que equivale a decir que el principio del sistema como pura forma colisiona con el principio del signo como pura diferencia, y lo subsume. Con ello, revela un sustancialismo no de la parte, sino del todo, típico de los enfoques holistas.

Lo que llamamos posestructuralismo es un movimiento generado por diversas estrategias orientadas a atravesar esta clausura del sistema-signo, y cuya consigna compartida fue la de liberar a la diferencia de la sumisión a cualquier totalidad, sea estructuralista, dialéctica, organísmica o mecá nica. Son estrategias que, por lo mismo, se orientaron prioritariamente a afirmar el carácter diferencial de la diferencia en general (y de la diferencia lingüística en particular). Esto se consiguió, sobre todo, a través de una crítica (interna-externa) del signo saussureano por la vía del desarrollo y la radicalización de su estatuto relacional, lo que llevó a la gestación de nociones tales como différance (Derrida), la lengua (Lacan), el texto (Kristeva, Barthes, Derrida) y la diferencia intensiva (Deleuze).

Todas estas nociones implican una crítica al esencialismo subrepticio transportado por la concepción de lenguaje como sistema de signos (y por implicación de la concepción estructuralista de sistema y de diferen cia en general). De lo que se trataba, en todos los casos, era de afirmar el carácter ontológicamente primario de la diferencia respecto de la identi dad y la representación. Estas nociones propiamente posestructuralistas revelan que el lenguaje no es solo código cuyas reglas hacen posible el sentido, la comunicación y el sujeto, sino que comporta, además, una di mensión polívoca, indeterminada e infinita que los destituye. Cumplen en indicar que “lo primero” en el lenguaje no es el sistema como estruc tura de significación, sino el desplazamiento incesante de las diferencias (la significancia). Aluden a un espacio hecho ya no de signos, sino de sig nificantes (puesto que el significado sería un efecto de su combinatoria). Es un espacio concebido como un campo múltiple e indefinido, en cons tante desequilibrio y mutación, sin esencia ni origen primero que ordene y guíe su despliegue, sin un centro regulador que garantice un sentido único y estable.

A este descubrimiento corresponde la elaboración del principio poses tructuralista de andamiaje al que podemos llamar principio de la diferen cia radical y del que se desprenden las conocidas afirmaciones-emblema que enuncian algunas de sus consecuencias mayores: no hay significado trascendental (Derrida), no hay otro del Otro o no hay metalenguaje (Lacan) y todo es connotación (Barthes).

No debería sorprender entonces que la literatura de vanguardia y la locura resulten objetos privilegiados de las investigaciones posestructura listas, tanto como ejemplos testimoniales de sus tesis primarias. Y, acaso más importante, que se presenten modelos generalizables de los procesos en juego cuando la diferencia se libera de sus ataduras sistémicas. El valor epistemológico del lenguaje poético y del discurso delirante radicaría en permitir aprehender la lógica otra del campo semiótico (diferencial, infi nito) donde se hace y se deshace el lenguaje en tanto convención colectiva y estructura estructurante (o simbólica).

En estos idiomas residuales, márgenes patológicos o artísticos de la vida social e individual, se muestra, a la luz del día, por así decirlo, la modalidad caótica de la diferencia significante que el posestructuralis mo postula como siendo a la vez el sustrato y el abismo de todo sistema institucionalizado y sus sujetos. Por lo cual, dichas expresiones adquieren también un valor político. En su apertura y su deriva irrefrenables, reve lan que, en definitiva, el significante nada representa, que es tanto ger men como disolución del sentido, pero también exponen su capacidad de poner fuera de sí a los individuos y los grupos que se ven cautivos de su dinámica desatada. Con ello, la diferencia significante da cuenta de la notable materialidad del lenguaje, pero ahora en su función desestructu rante (semiótica y no simbólica, para decirlo con Kristeva).9

Junto con este énfasis en la infinitud diferencial del lenguaje, el po sestructuralismo, en sus distintas versiones, se caracteriza también por cierto “giro pragmático” en la concepción del lenguaje. Conceptos como prácticas significantes, performatividad e iteración se proponen señalar el carácter abierto, dinámico, descentrado y abisal de la articulación signifi cante, pero también vienen a reafirmar su capacidad productiva de reali dad social y subjetiva (o de realidad sin más).

De esto último ya había dado cuenta el estructuralismo, pero ahora se enfatizan las prácticas de significación más que los códigos semiológicos, las estrategias más que las reglas. Y ello vale en relación con las lenguas na turales como a cualquier otro sistema social. Pero entonces la clave reside ahora en saber cómo los sentidos cambian y se resignifican con los usos y los contextos, más que en tratar de identificar qué es lo que los códigos de finen y determinan en abstracto. Si esto no supone la presunción de una instancia distinta del código, al menos sí implica una distancia entre el código y su actualización, distancia donde las prácticas de variación, ite ración, estrategización, transformación, etc., pueden tener lugar. Implica también y, sobre todo, el interrogante por las condiciones de posibilidad de esa distancia y esas prácticas.

Si en verdad estamos ante un movimiento de atravesamiento, no po dría reafirmarse allí al sujeto como soporte de la estructura, puesto que este solo podría reproducirla. Tampoco puede reponerse al sujeto ha blante preestructuralista. Por eso, se comete un error cuando se estima que la relación de primacía de la lengua sobre el habla, establecida por el estructuralismo, es reemplazada por la prevalencia del habla sobre la len gua en el posestructuralismo. Una inversión simple permanecería dentro de los límites teóricos y metodológicos del modelo de la lengua.

Para que este modelo sea efectivamente rebasado, será preciso recons truir al habla como práctica social colectiva, como discurso, lo cual im plica situarla en un sistema teórico, distinto del estructuralismo clásico, que solicita, precisamente, una concepción alternativa de sistema (y, lle gado el caso, de sujeto). Pero todo esto vendrá después de que haya pasado la efervescencia del primer momento posestructuralista y su énfasis en la diferencia “liberada”. No habría pues, en este momento, una verdadera teoría de la de práctica (lingüística o de otro tipo). Ella comenzará a de linearse cuando, junto al principio de la diferencia radical, se establezcan los principios de su articulación. Y esto tendrá lugar en, al menos, dos ti pos de desarrollos divergentes en los que el problema de la práctica vuelve a encontrarse con el problema del sistema en general, y de los sistemas de sentido en particular. Una de ellas será la (meta)teoría de los dispositi vos y los agenciamientos elaborada en los textos relativamente tardíos de Foucault,10 Deleuze y Guattari.11 La otra será la formulación de la (meta) teoría del discurso que va del último Lacan12 a Laclau, Zizek y Butler.13

Inconsciente y deseo. El posestructuralismo como posfreudismo

Como se sabe, la posición básica del inconsciente freudiano radica en ser lo otro de un yo consciente. Al “yo soy yo” identitario de la tradición racionalista clásica, se opone la división y la alterización del individuo: “hay algo en mí que no es yo”. Y se agrega: “eso” me es desconocido, al tiempo que me domina. Aceptados estos principios, lo decisivo es saber de qué otredad se trata. ¿Cuál es su estatuto y sus características distinti vas? ¿Cuáles son los modos de acceder a su conocimiento? Es en torno a estas preguntas como se puede medir la deuda y las distancias del pensa miento estructuralista y posestructuralista con Freud, tanto como ubicar la posición metateórica del inconsciente en cada una de estas perspectivas paradigmáticas.

El estructuralismo realiza al menos tres intervenciones en torno a lo que establece como el concepto Freudiano de inconsciente: (a) procura purgarlo de todo lo que en él pudiera quedar de biologisismo (sobre todo en los conceptos de pulsión); (b) busca preservarlo de sus tentaciones de recentramiento (sea sobre el yo, sea sobre el ello); y (c) quiere socializarlo (o mejor, terminar de socializarlo). En Lévi-Strauss primero, y luego en Lacan, esta tarea se emprende con máximo vigor. Se trataba de radicalizar la ruptura epistemológica que implica la afirmación psicoanalítica de un sujeto del deseo inconsciente, mediante las herramientas provistas por la lingüística estructural, la teoría matemática de grupos, la topología, y la cibernética. Ello implicaba reemplazar los razonamientos mecanicis tas de Freud apoyándose en la lógica de estos modelos científicos, para producir una serie de reformulaciones que llevarían a comprender al in consciente como un lenguaje (o más bien como una lengua), y al sujeto como una posición estructural distribuida en diversos sistemas semio lógicos. O, en otros términos, el punto era hacer ingresar las estructuras estructuralistas en el corpus subversivo del psicoanálisis para subvertirlo. Tal es el sentido del famoso “retorno a Freud” de Lacan (y otro tanto puede decirse del retorno a Marx de Althusser).14

Buscando situar el problema en el lugar adecuado, se dirá que el in consciente es “el discurso del Otro”, siendo el Otro, ante todo, el sistema de la cultura, las posiciones que fija y los intercambios que permite. Esta perspectiva, propia del estructuralismo clásico, queda establecida por Lévi-Strauss cuando rechaza la visión individualista y romántica del in consciente entendido como el espacio más interno y convulsionado de la subjetividad (reservorio pulsional reprimido), y lo reemplaza por su tra tamiento como el conjunto de leyes formales del entendimiento huma no (a las que atribuye un carácter universal). De allí que pueda escribir: “El inconsciente se reduce a un término por el cual designamos una fun ción: la función simbólica”.15

Las pulsiones, las emociones, las representaciones, las imágenes son el material (o sustancia) que el inconsciente, en tanto forma vacía y dife rencial, distribuye según sus estructuras significantes y produce, de este modo, un discurso (estructuralista). De manera que la relación entre el material psicológico y sensible de cada quien y este inconsciente tran sindividual es análoga a la que existe entre la lengua y el habla según la lingüística saussureana. Lo propio del estructuralismo es colocar un in consciente claro, conceptual y societal, donde creyó encontrar un incons ciente afectivo, oscuro, pasional e individual.

La obra de Lacan registra un periplo que va de la incorporación de este enfoque estructuralista a su atravesamiento posestructuralista. En un primer momento, lo que en Lévi-Strauss se establece con rudeza, aquí se refina y complejiza. Traducido según las inflexiones teóricas de Lacan, leemos que “el inconsciente no es lo primordial ni lo instintual, y lo único elemental que conoce son los elementos del significante”; se trata de “un concepto forjado sobre el rastro de lo que opera para constituir al sujeto”. Y a esto agrega que el lenguaje es “causa del sujeto” y su deseo.16

Lengua je quiere decir, en este momento, ante todo, orden simbólico o cultura, cuyos sistemas producen y fijan posiciones de sujeto, en primer lugar, la familia, pero también, la moral, el derecho, la ciencia, el arte, etc., a los cuales se agrega el sistema propiamente lingüístico (acaso el más impor tante). Pero quiere decir también, y a la vez, sistema lingüístico a secas (sobre el que Lacan realiza tempranamente una crítica del signo, buscan do establecer en su lugar una “lógica del significante”). Esta basculación, donde la relación entre el sistema lingüístico y los sistemas societales nunca termina de tematizarse claramente, es típica del estructuralismo clásico (tanto como del posestructuralismo textualista y discursivista).

En cualquier caso, la clave para retener aquí es que con este concepto de lenguaje y de sujeto, el deseo inconsciente deja de ser la reactivación de huellas mnémicas producidas por pulsiones internas satisfechas (o no) por el exterior social o natural -como en Freud- para pasar a ser deseo del deseo del Otro, esto es, del orden sociosimbólico (y sus enlaces imaginarios) que hacen de todo individuo sociológico un sujeto dividido por -y efecto de- el significante. De este modo, se profundiza el des centramiento del sujeto iniciado por el psicoanálisis freudiano, pero no por la acción de un interior pulsional-corporal (lo que sería, en realidad, un recentramiento), sino en favor de un exterior societal estructurante.

El esquema lambda de Lacan no puede ser más claro a este respecto. Este esquema es emblemático también respecto de la clausura implicada en los conceptos estructuralistas de sistema como lengua y de sujeto como posición, que conducen al reproductivismo societal perpetuo del holismo clásico. Es decir, resultan incapaces de dar cuenta de la génesis, las varia ciones y las transformaciones de los sistemas y de los sujetos históricos.

Ahora bien, en cierto punto de la obra de Lacan, esa clausura y ese equilibrio estructurales quedan dislocados con la introducción del obje to a -como objeto imposible, causa del deseo- y con la creciente im portancia atribuida a lo real como límite de la significación. Esto, junto con el establecimiento del principio “no hay otro del Otro” y la formula ción de conceptos como la lengua, resulta un verdadero paso más allá del estructuralismo y del psicoanálisis clásico.

Esta constelación conceptual, que subsume a los desarrollos ante riores sin descartarlos, constituye una verdadera subversión de aquellas subversiones, por la que podemos afirmar que en Lacan se da el primer posestructuralismo. Sin desarrollar aquí estos conceptos, señalemos que producen una rearticulación paradigmática en el corpus lacaniano. Ella comporta una segunda torsión que lleva a entender al inconsciente como un discurso del Otro, pero esta vez es Otro posestructuralista, es decir, como una estructura que ahora es abierta, radicalmente descentrada y carente de fundamento, puesto que se encuentra constituida por tres registros, no solo el simbólico (Gran Otro) y el imaginario (pequeño otro), sino también el real como Completamente otro.

A partir de entonces, podrá decirse que el discurso (no la lengua) es la causa del sujeto, pero también que el sujeto vive en lo real-insimbolizable, con lo cual lo real funciona como un límite al cierre de todo sistema (so cial y subjetivo) que, sin embargo, se estructura en la pugna por una totali zación que sería tan necesaria como imposible, según la fórmula lacaniana de Laclau y Mouffe.17 Dado ese paso, el inconsciente no es lo otro pulsio nal de un yo consciente, entendido con un modelo energetista mecánico (Freud), y deja de ser el discurso del Otro pensado con los modelos (filo) cibernéticos del estructuralismo. Y esto porque se pasa a postular un real imposible de simbolizar como límite y condición de todo sistema societal y subjetivo, dando lugar a lo que puede llamarse paradigma de la falta constitutiva o, simplemente, posestructuralismo lacaniano.

Hay, además, otro tipo de comprensión posfreudiana y posestructu ralista del inconsciente, uno que parte de presupuestos y antecedentes distintos a los del paradigma de la falta constitutiva, y se encamina en una dirección divergente. Con todo, también se construye en diálogo y en polémica con el estructuralismo y el psicoanálisis, y los atraviesa a su manera. Las referencias aquí son, sobre todo, algunos textos de Lyotard18 y las obras que Deleuze y Guattari escribieron juntos. En esta perspec tiva, la cuestión del inconsciente y el deseo sigue siendo la cuestión de la intersección o montaje entre psyché, socius y physis, pero tratada más desde el punto de vista de las fuerzas que de las formas. Nociones tales como cuerpo sin órganos, deseo maquínico, lo figural y dispositivo libi dinal, dan cuenta de la negativa de esta versión del posestructuralismo a comprender al inconsciente como dominado por el signo o por el signi ficante, y considerándolo, en cambio, como una multiplicidad intensiva. De allí que trabaje con nociones energéticas como las de libido, investi mento o catexis, pero reformulándolas de manera tal que el deseo nunca es energía indiferenciada y natural -somática o psicosomática- sino que está siempre dispuesto (o agenciado) en un campo heterogéneo que es de entrada sociohistórico.

Con ello, se apuesta al establecimiento de una teoría materialista del inconsciente, al menos en dos sentidos. Por un lado, se critica como neoidealista la concepción psicoanalítica del Edipo como estructura tras cendental, al tiempo que se trabaja con modelos más próximos a la revo lución de la microfísica, tomada en sus consecuencias epistemológicas, que a la mecánica clásica de Freud y a la dialéctica trágica de Lacan y sus herederos. Aquí el funcionamiento del inconsciente es concebido como un proceso de producción deseante, inmanente a lo real y en fuga respec to de la representación, lo que incluye tanto al “teatro de la conciencia” como al de la mediación edípica inconsciente. Esto implica que el inconsciente no dependería del Edipo, entendido como encrucijada universal y ahistórica, ni de su relevo (pos)estructuralista, la castración simbólica. El complejo de Edipo, sea freudiano o lacaniano, es visto aquí como un dispositivo de control social (molecular, precisamente) que, surgido en el capitalismo, estructura los flujos de deseo de acuerdo a las necesidades de su reproducción. Se trata pues de un inconsciente que, en sus dinámicas fundamentales es “productivo, molecular, micrológico o micropsíquico” y “ya no quiere decir nada y ya no representa nada”.19 Y será el despliegue conceptual de su microsociológica uno de los pivotes de lo que en otro lugar hemos llamado paradigma de la diferencia infinitesimal,20 y del que puede decirse que todavía se encuentra en formación.

Más allá de las (notables) diferencias reseñadas, importa destacar que el inconsciente no es en ningún caso un concepto psicológico, ni está cir cunscrito a una teoría regional determinada, sino que es uno de los con ceptos de andamiaje del posestructuralismo en sus distintas vertientes y que, en todas ellas, pasa de ser un reservorio topográfico de lo reprimido pulsional, tal como lo concibió el psicoanálisis clásico, a configurar el espacio liminar o topológico donde el deseo humano se constituye en la intersección del cuerpo y lo social.

Importa señalar, finalmente, que este montaje radicaliza la imbrica ción de lo corporal, lo psíquico y lo social, pero a prevalencia de este úl timo. Resta entonces poner en claro el modo en que lo histórico y lo po lítico se radicalizan, a su vez, en lo social, para alcanzar la caracterización general del posestructuralismo en tanto subversión de subversiones.

Lo histórico-social. El posestructuralismo como posmarxismo

A propósito de la obra de Marx, podría afirmarse lo siguiente: por creerse conocidas, sus tesis más elementales han llegado a perder el carác ter disruptivo que las define, y han quedado sumergidas bajo los hábitos mentales y las prácticas institucionales a las que dieron lugar. No fue otra cosa lo que sucedió, a ojos del estructuralismo y del posestructuralismo. Para ambos movimientos del pensamiento francés y sus zonas de influen cia, se trataba entonces de “recuperar” a Marx. Pero las operaciones, en cada caso, no fueron las mismas. El posestructuralismo apostaba a un atravesamiento en lugar de a un retorno: se buscaba ir desde Marx más allá de Marx, a través del corpus de su obra y contra (algunos de) sus principios fundamentales.

Ello implicaba, ante todo, reconocer la potencia que todavía alberga ba esa obra, de la que se rechazaba la dialéctica y se afirmaba el materialis mo. En primer lugar, la afirmación del ser social como fundamentalmente histórico, y de la historia como un proceso conflictivo de estructuración y transformación de las formas de organización societal. Luego, la comprensión de las formas de subjetividad y las representaciones colectivas como productos de dichas formas de organización. Finalmente, tal ma terialismo comportaba no solo la historización, sino también la politiza ción de la filosofía en particular y de la actividad teórica en general, puesto que se registraba su dependencia, tanto como su incidencia, respecto de los procesos históricos en los que se encuentra inscripta tanto la teoría como la práctica social. Todo esto significó una subversión de las tradicio nales formas en las que se había concebido el conocimiento, la sociedad y el sujeto, por lo que, de esta manera, Marx se aproxima a Nietzsche y también Freud. Bellas páginas de Althusser21 dan cuenta de ello de mane ra muy precisa.

Para el posestructuralismo, el espacio de pensamiento que estas rup turas hicieron posible no fue solo un fenómeno ambiental, es decir, deter minante, pero inespecífico. Esto se ve, sobre todo, en sus recurrentes usos de algunas categorías de análisis marxistas tanto como en sus diversas ca racterizaciones de la génesis y la reproducción del capitalismo (todas ellas siempre, en algún sentido, marxistas). Así Lacan22 anunció que Marx ha bía descubierto el síntoma y homologó el concepto de plusvalía a su con cepto de plus-de-goce. Por su parte, Sollers23 y el grupo Tel Quel hablaron de una teoría materialista de escritura, y Baudrillard24 reinterpretó la ley del valor y el fetichismo de la mercancía en las sociedades posindustriales. Así también, la genealogía de los procesos de organización del trabajo y su relación con la acumulación de capital en Foucault25 o la descripción general del capitalismo en Deleuze,26 entendido como el agenciamiento de los flujos de dinero, tecnología y trabajo liberados de las estructuras feudales. Así, incluso, la espectrología de Derrida27.en Spectres de Marx.

En ninguno de estos casos fue cuestión, como se ha dicho a veces, de forjar la imagen de un Marx “posmoderno”, es decir, de recuperarlo solo en sus márgenes textuales a los efectos de apropiarse de su prestigio, para vaciarlo luego de su resolución política anticapitalista. Tampoco se trató de una simple puesta al día de sus análisis socioeconómicos, ni del mero uso de las categorías marxistas en campos que hasta entonces les eran extraños, ni aun de la purga de los aspectos que se tenían como más reaccionarios (el hegelianismo), mediante una relectura crítica de amplio alcance.

Durante el siglo xx, hubo notables tentativas en todos estos sentidos. Figuran, entre las más importantes, el encuentro del marxismo con el existencialismo, el psicoanálisis y el estructuralismo. Pero esto era otra cosa. La clave y el desafío posestructuralista era asumir lo que se con sideraban los vectores más avanzados de la teoría y la crítica marxistas, conduciéndolos, las más de las veces a su pesar, hacia un campo teórico (y por lo tanto político) otro. Algo así como utilizar lo que hay de sub versivo en el marxismo para subvertirlo a su vez, y hacerlo en pos de una alternativa de carácter emancipador. De ese tamaño eran la ambición y la radicalidad del movimiento en cuestión, y este es uno de los sentidos en los que el posestructuralismo se concibió a sí mismo como una vanguar dia (o mejor, como una neovanguardia).

Los dos grandes operadores de este atravesamiento orientado a pen sar de otro modo lo histórico-social fueron, precisamente, los desarrollos conceptuales en torno al lenguaje y al deseo inconsciente antes referidos. Esto llevó, en su despliegue, a rechazar casi todas las categorías analíticas marxistas fundamentales y, de manera más general, al intento de formular un nuevo materialismo. Porque si el materialismo histórico consiste básicamente en situar la génesis, la reproducción y la transformación de las formaciones societales, las representaciones y los sujetos en el seno de relaciones sociales conflictivas y cambiantes, entonces, debe formular se de nuevo cuando se postula que las relaciones que importan no son tanto las relaciones de producción como las de significación y de fuerza. Las categorías de la economía política se ven así sustituidas por la sintaxis del lenguaje, el deseo y el poder (y es esta la que eventualmente deberá dar cuenta de los procesos de la economía económica).

Con este desplazamiento, la economía determinante pasa a ser la libi dinal (Lyotard, Baudrillard), del significante (Lacan, Derrida, Kristeva, Barthes, Laclau), del deseo como fuerza productiva (Deleuze y Guattari), o de las relaciones de poder/saber y gobierno de los cuerpos (Foucault). Tienen lugar así los prolegómenos de un nuevo materialismo que perfec tamente puede ser adjetivado como histórico. En realidad, y para ser más exactos, al menos dos tipos de materialismo posestructuralista se esbozan, de esta forma, como líneas de articulación paradigmática distintas: un materialismo del significante (sea textualista o discursivo) y un materia lismo molecular o microfísico (sea del deseo o del poder).

Más allá de sus afinidades y diferencias, aquí importa subrayar que ambos se caracterizan por desarrollar estrategias críticas respecto de cual quier forma de comprensión de los sistemas societales como totalidades. A la hora de pensar lo histórico-social, el programa posestructuralista también se orienta al rechazo de los sustancialismos holistas (e individualistas), a la vez que afirma a la diferencia radical como primitivo. Esto lleva a establecer la imagen de lo social como un campo abierto de procesos múltiples que nunca remiten a un centro o fundamento antropológico (el logos o el soma), pero tampoco sociológico (el Estado, la clase). En ese sentido, la sociedad no existe para el posestructuralismo. Es decir, no hay nada como un sistema de sistemas (sea este mecánico, organísmico, dia léctico o estructural). En la formulación de esa imagen teórica, se juegan los mayores esfuerzos del primer momento de sus investigaciones y a ella se sacrifica todo lo demás.

Puede decirse que los análisis del capitalismo realizados en este con texto, por interesantes, equivocados o inocuos que parezcan, importan menos que los principios o puntos de partida que allí se alcanzaron. Y lo mismo aplica para las cuestiones de las clases y el Estado que, si bien no fueron desechadas, quedaron, sin embargo, y tal vez hasta hoy, subteorizadas y a la espera de revisión a la luz de estas premisas. En todo caso, estas premisas llevan a pensar que -sean lo que sean- ni el modo de produc ción capitalista, ni las clases, ni el Estado, están en el centro de la dinámi ca sociohistórica puesto que, como el sujeto del inconsciente, también la sociedad está descentrada respecto de sí misma (o más radicalmente, lo social no tiene centro).

Con todo, y como queda dicho, en un segundo momento, el princi pio de la diferencia radical trabajosamente conseguido estaba llamado a confrontarse con el (tradicional) problema de la unidad de lo múltiple. Este problema debe reformularse entonces como el de la composición, articulación o disposición de las diferencias en su diferir continuo y en su heterogeneidad irreductible. No alcanzaba con sacar a la luz el carácter primario de la diferencia y realizar, desde allí, una crítica radical al pen samiento conjuntista identitario. Tampoco bastaba con destacar el valor creativo y político de los procesos de desubjetivación, ni con haber llega do a la comprensión de lo social como un campo abierto, descentrado, acontecimental y sin fondo. Tanto para la teoría como para la política era imprescindible, además, pensar de nuevo los sistemas sociales.

En este punto resulta posible -y necesario- distinguir nuevamen te dos direcciones diferentes en el campo posestructuralista. Una tiene como referencia principal a las obras elaboradas a partir de los años 1970 por Lacan, y la otra a las obras de Deleuze, Foucault y Lyotard del mismo período. Ambas vertientes parten de la comprensión posestructuralista de lo social como una multiplicidad de fuerzas que es preciso articular para que los sistemas sociales, los grupos y los individuos tengan lugar. Pero mientras que la primera entiende a los conjuntos sociales como el producto de articulaciones hegemónicas en el campo de la discursividad, la segunda los trata como redes de dispositivos libidinales, de poder/sa ber, o como agenciamientos de cuerpos y de signos.

Siendo sus discrepancias acaso tan importantes como sus correspon dencias, nos limitaremos a señalar que con estos nuevos conceptos de andamiaje se pasa del énfasis en el carácter desestabilizador, desestruc turante y difiriente de la diferencia, al esfuerzo por formular la (meta) teoría de su composición sistémica, ya sea de un discurrir articulado o de un disponerse estratégico. Sea por la vía del dispositivo-agenciamiento o del discurso-hegemonía, se consigue ir de la diferencia como primitivo a nuevas formas de concebir su articulación o disposición estructurada y es tructurante en sistemas; ellos mismos, abiertos, descentrados y difirientes o iterantes. Esta comprensión de los sistemas sociales es, además, y en am bos casos, radicalmente política, puesto que los considera siempre como inmersos en un campo de relaciones de fuerzas y sentidos en conflicto que los precede, los constituye y los excede.

Estos conceptos constituyen un paso adelante realmente significativo en el devenir posestructuralista y, acaso, comportan su disolución en tan to movimiento, puesto que cristalizan su bifurcación en dos perspectivas

paradigmáticas distintas. En cualquier caso, no se estuvo verdaderamente más allá del estructuralismo (y de la dialéctica) hasta que las concepcio nes holistas de sistema se reemplazaron por esta comprensión de los siste mas como multiplicidades y no-todos. Con ella, se logra ir más allá de los Márgenes de la filosofía,28 las Derivas desde Freudy Marx,29 y la Revolución del lenguaje poético30 (por nombrar algunos títulos insignia del primer momento) y se accede a la articulación positiva de un campo metateórico que permite una comprensión (nueva u otra) de la génesis, las dinámicas y las transformaciones de los sistemas en general, y de los sistemas sociales en particular. Junto con esto, tiende a abandonarse el vanguardismo polí tico, sin renunciar al vanguardismo teórico.

Conclusión

Formulando un recorrido más lógico que exegético, podemos distin guir dos etapas del posestructuralismo. Un primer momento está carac terizado por la búsqueda de salidas del universo cerrado de los enfoques totalizantes sobre la sociedad y del sujeto, mediante la teorización expe rimental de las potencias del deseo y el lenguaje en su irreductible diferir, infinitud, exceso y contingencia. Este momento fundacional está ligado a la agitación social, política y cultural de fines de los años 1960, en el que el posestructuralismo se concibió como una vanguardia teórica y defendió a la teoría como un arma política de primer orden (siguiendo en esto la línea que une a Marx con Lenin y a ambos con Althusser), solo que ahora se trataba de atravesar el canon de la teoría occidental regido por las leyes de la representación, es decir, por paradigmas conceptuales que, de uno u otro modo, siempre terminan subsumiendo la diferencia al sistema y el sistema a la totalidad (marxismo, psicoanálisis y estructuralismo inclui dos). Estas operaciones, por cierto, no son privativas de los sistemas de pensamiento filosóficos y científicos, sino que se hallan inscriptas en la lógica misma de los sistemas sociales y rigen su actividad de producción, organización y clasificación del mundo social y subjetivo.

Se trataba de llevar a la teoría en tanto theoría -o théatron- más allá de sí misma, procurando hacer aparecer, de un modo que en definitiva es conceptual, las fuerzas que la representación estaba llamada a ocultar (mediante el trabajo de los conceptos, precisamente). Por eso, el poses tructuralismo forjó conceptos o cuasi conceptos que buscan dar cuenta de una exterioridad en primera y última instancia irrepresentable, es decir, capaces de hacer surgir los “no objetos” o los “cuasiobjetos” que los siste mas societales identificantes y el pensamiento representacional excluyen u ocultan para existir. Descubrimiento, entonces, o invención, del objeto a y la lengua (Lacan), la différance (Derrida), lo figural (Lyotard), la dife rencia infinitesimal o intensiva (Deleuze), el texto o la intertextualidad (Kristeva, Barthes) y la significancia (Kristeva).

Cualesquiera sean sus no concordancias funcionales y sus discrepan cias ontológicas, estas nociones comparten un carácter alterizante y no identitario (y, por lo tanto, resistente a su definición). No responden a la lógica conjuntista identitaria y en cambio solicitan lógicas otras, capaces de desafiar las formas de representación tradicionales (y, si fuera posible, la representación tout court). Junto a ellos se elabora una serie de méto dos heterodoxos que les corresponden en gran medida: el psicoanálisis como antifilosofía, la deconstrucción, el esquizoanálisis, el semanálisis, la arqueología de los discursos.

Todas estas creaciones son portadoras -con distintos grados de ela boración- de un pensamiento otro, que se quiere crítico y alternativo respecto del pensamiento de la totalidad, la identidad y las esencias. Pero para transformarse verdaderamente en una nueva epistemología, resultó imprescindible que se pudiera pensar no solo lo que el sistema excluye, sino el sistema mismo, cosa que ha tenido lugar en un segundo momento en el que, con la diferencia radical como principio, se formularon concep tos cuyo principal oficio es dar cuenta de los conjuntos y los sistemas, pero ahora como multiplicidades que articulan o disponen multiplicidades, sin reducirlas a la identidad y sin totalizarlas (lo que para las epistemolo gías clásicas es un sinsentido).

Posestructuralismo, entonces, como movimiento heterogéneo y di vergente, dirigido al atravesamiento de la theoría mediante estrategias escriturales de apertura crítica e hibridación monstruosa. Estrategias ca paces de poner fuera de sí al sujeto clásico del conocimiento, puesto que implicaron una violación sistemática y experimental de las fronteras que tradicionalmente separan a la filosofía de las ciencias sociales y na turales (y a estas ciencias entre ellas). Posestructuralismo como práctica de la transgresión metódica y la deriva rigurosa, llevadas a cabo con una audacia que todavía irrita a los guardianes de todas las disciplinas y que, no sin antecedentes, inaugura una época que todavía es la nuestra.

Notas

1 Etienne Balibar, “El estructuralismo: ¿una destitución del sujeto?”, Instantes y azares, n.o 4 (2007): 155-172.

2 Manfred Frank, What is Neo-Structuralism? (Minneapolis: University of Minnesota Press, 1989).

3 Richard Harland, Superestructuralism: The Philosophy of Structuralism and Post-Structuralism (New York: Routledge, 1987).

4 Vincent Descombes, “The Ambiguity of the Symbolic”, Theory Culture Society, n.o 3 (1986): 69.

5 Patrice Maniglier, “The Structuralist Legacy”, en Rossi Braidotti, History of Continental Philosophy (Durham: Acumen, 2010): 81.

6 Martin Heidegger, Identidad y diferencia (Madrid: Anthropos, 1988).

7 Michel Foucault, Historia de la sexualidad 2: el uso de los placeres (Buenos Aires: Siglo XXI Editores, 2003).

8 Ferdinand de Saussure, Curso de lingüística general (Buenos Aires: Losada, 1980).

9 Kristeva, La révolution du langage poétique (París: Le Seuil, 1974).

10 Michel Foucault, Vigilar y castigar: el nacimiento de la prisión (Buenos Aires: Siglo XXI Editores, 1989); Michel Foucault, Historia de la sexualidad I: la voluntad de saber (México: Siglo XXI, 1991).

11 Gilles Deleuze y Felix Guattari, El anti-Edipo: capitalismo y esquizofrenia (Buenos Aires: Paidós, 1995); Gilles Deleuze y Félix Guattari, Mil mesetas: capitalismo y esquizofrenia (Valencia: Pre-textos, 2002).

12 Jacques Lacan, El seminario 20: Aún (Buenos Aires: Paidós, 2009).

13 Judith Butler, Ernesto Laclau y Slavoj Žižek, Contingencia, hegemonía y universalidad: diálogos contemporáneos en la izquierda (Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2011).

14 Louis Althusser, La revolución teórica de Marx (México: Siglo XXI Editores, 1968).

15 Claude Lévi-Strauss, Antropología estructural (Buenos Aires: Paidós, 1995), 226.

16 Jacques Lacan, Escritos 1 (Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores, 2010), 448.

17 Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, Hegemonía y estrategia socialista (Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2006).

18 Jean François Lyotard, Economía libidinal (México: Fondo de Cultura Económica, 1990); Jean François Lyotard, Des dispositifs pulsionnels (París: Galilée, 1994).

19 Deleuze y Guattari, El anti-Edipo, 216.

20 Me permito remitir a Sergio Tonkonoff, From Tarde to Deleuze and Foucault: The Infinitesimal Revolution (New York: Palgrave Macmillan, 2017)

21 Louis Althusser, Escritos sobre psicoanálisis: Freud y Lacan (Buenos Aires: Siglo XXI Editores, 1996).

22 Jacques Lacan, Seminario 23: el sinthome (Buenos Aires: Paidós, 2008); Jacques Lacan, Seminario 16: de un Otro al otro (Buenos Aires: Paidós, 2007).

23 Sollers, “Ecriture et Révolution”. En Tel Quel: Théorie d’Ensemble (París: Seuil, 1968), 76-79.

24 Jean Baudrillard, Crítica de la economía política del signo (Buenos Aires: Siglo XXI Editores, 1999).

25 Foucault, Vigilar y castigar: el nacimiento de la prisión, 203-204.

26 Deleuze y Guattari, El anti-Edipo, 266-267.

27 Jacques Derrida, Spectres de Marx (París: Galilée, 1993)

28 Jacques Derrida, Márgenes de la filosofía (Madrid: Cátedra, 1998).

29 Jean-François Lyotard, Dérive à partir de Marx et Freud (París: Galilée, 1994).

30 Julia Kristeva, La révolution du langage poétique (París: Le Seuil, 1974).

Recibido: 04 de Septiembre de 2020; Aprobado: 22 de Marzo de 2021

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