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Revista argentina de sociología

versión On-line ISSN 1669-3248

Rev. argent. sociol. v.6 n.10 Buenos Aires mayo/jun. 2008

 

Sobre la construcción de juicios en la erótica de la vejez

Ricardo Iacub

Universidad de Buenos Aires.

riacub@fibertel.com.ar
Doctor en Psicología, Universidad de Buenos Aires.
Director del Programa de Actualización en Psicogerontología Clínica y Social, Facultad de Psicología Postgrado, UBA.

Abstract

El objetivo de este artículo es presentar los orígenes culturales de ciertos juicios, hoy leídos como prejuicios o estereotipos, que limitan la erótica en la vejez, y abordar críticamente dichas creencias, aunque ubicándolas en los contextos que emergieron, lo cual permite la problematización de sus premisas al tiempo que la comprensión de sus postulados, posibilitando, con ello, ampliar el debate cultural y profundizar la incidencia de los discursos y sus juicios.

Palabras clave: Erótica; Vejez; Juicio; Prejuicio; Limites.

This article discusses the cultural origins of those value judgments --today defined as prejudices or stereotypes-- which limit the erotics of old age. It seeks to analyze them critically, while placing them in the contexts in which they emerged. This allows us to problematize the premises underlying value judgments and understand their postulates, thus extending the cultural debate and the impact of discourses and their value judgments.

Keywords: Erotics; Old Age; Judgment; Prejudice; Limits.

Introducción

Uno de los rasgos predominantes en la actualidad es la visión negativa y limitante de la erótica de la vejez. Ésta coexiste con una crítica desde el discurso gerontológico, que busca demostrar que estos prejuicios y estereotipos no responden a criterios científicos.
El objetivo de este artículo es presentar los orígenes culturales de ciertos juicios, hoy leídos como prejuicios o estereotipos, que limitan la erótica en la vejez, y abordar críticamente dichas creencias, aunque ubicándolas en los contextos que emergieron, lo cual permite la problematización de sus premisas al tiempo que la comprensión de sus postulados, posibilitando, con ello, ampliar el debate cultural y profundizar la incidencia de los discursos y sus juicios.

Concepción sobre la erótica

El arte erótico, o ars erótica según Foucault, plantea al placer "no en relación con una verdad absoluta de lo permitido y de lo prohibido ni con un criterio de utilidad sino que, primero y ante todo, en relación consigo mismo...", aunque se mantenga siempre, de modo fantaseado o real, en relación con el otro.
El erotismo se encuentra influenciado por las narrativas históricas y literarias que promueven esquemas ideales desde donde se promueven nuevos libretos sociales que conforman una estética del amor o del deseo. Es así que el erotismo, para Featherstone, es esa infinita variedad de formas basadas en una constante invención, elaboración, domesticación y regulación del impulso sexual; o, para Bauman, "el procesamiento cultural del sexo".

Sobre el juicio

El interés que toma el concepto de juicio en este artículo tiene que ver con su relación causal al término prejuicio, el cual se ha constituido en uno de los factores argumentativos de mayor peso de la moderna gerontología, la que busca desplazar significados negativos, reduccionistas o no científicos, por otros adecuados a sus nuevas pautas discursivas.
La palabra juicio, por otro lado, contiene una fuerza argumentativa especial en nuestra cultura, ya sea porque en su multiplicidad de significados anuda el juicio intelectual capaz de afirmar, negar o comparar, con el juicio que trata y diferencia lo bueno de lo malo, lo verdadero de lo falso; así como una enorme cantidad de significados y usos a nivel del derecho, en donde el juicio se contrapone a la demencia, es decir, bordea la razonabilidad de los dichos.

Las cuatro modalidades de los juicios

1. El límite frente a la imagen de la vejez

Entendemos este límite como el rechazo, disgusto o negación erótica de la imagen de la vejez en el propio sujeto o en el otro, lo cual puede ser pensado como limitación cultural de una representación estética de la erótica en la vejez.
Según Foucault (1984), en la Antigüedad, la actividad y los placeres sexuales no habían sido establecidos como reglas fijas, sino como criterios relativos a una estética de la existencia. El hombre hacía de su propia vida una obra, cuyos valores respondían a pautas de estilo. Es por ello que las expresiones más habituales de lo erótico en la vejez no encontraban una prohibición específica ni parecían ser algo inhabitual, sino que se las calificaba de antiestéticas o de vergonzantes, lo cual configura un tipo especial de limitación.
Dicha limitación conjuga la edad como referencia ineludible de lo feo, de la enfermedad, del sueño y de la muerte. Razón por la cual la noción del momento oportuno o kairós aparece como una de las referencias a un término esperable. "La política del momento oportuno rige tanto en lo que concierne al individuo, a la ciudad, al cuerpo y al alma. El uso de los placeres también va a estar regido por la misma lógica" (Foucault, 1986). El poeta griego Rufino lo sintetiza en un epigrama, de esta forma: "Breve es la edad de los placeres; después, durante el resto de la vida, la vejez los impedirá y, al final, la muerte".
Existen múltiples e insistentes referencias a la edad y su respectiva limitación sobre los deseos carnales y el amor en textos de distintos poetas: Rufino calificó a la vejez como "una fuerza destructora del amor", Filodemo escribió que las canas "auguran el término de este sentimiento", Agatías pensaba que en esta etapa vital "el aguijón de tu locura amorosa se halla embotado" (Iacub, 2004).
La negación de la erótica asociada específicamente a lo estético está referida a que las formas de los cuerpos viejos eran ligadas a lo feo, la enfermedad y la muerte, es decir, los aspectos que revelaban lo más humano, por lo temporal del cuerpo. La filóloga Alicia Esteban Santos señala la contraposición recurrente entre la juventud y la vejez, en este caso, como "los dulces dones de Afrodita", frente al dolor, fealdad y pérdida de amor y honra de la vejez. Podbielski sostiene que, en aquellos poemas donde el amor era el tema principal, constituía una regla que la muerte y la vejez aparecieran como elementos secundarios y -podría agregarse- casi como figuras que se contraponían al erotismo. Tibulo lo expresó de esta forma:

"Ya llegará la muerte con su cabeza cubierta de tinieblas, ya se deslizará la edad de la pereza; no estará bien visto amar, ni decirnos ternezas, con la cabeza canosa. Ahora hay que servir a una Venus alocada, ahora que romper puertas no resulta vergonzoso y andar de peleas gusta. Aquí soy yo un buen soldado" (I, 200).

La vejez aparecía generalmente impidiendo los placeres, como prolegómeno de la muerte, y fuertemente asociada a la enfermedad y a la ausencia de belleza1. En Las Avispas, de Aristófanes, Bdelicleonte le dice a su padre Filocleonte: "¡Tal por cual, tal por cual, viejo verde, ya estoy viendo que te gusta comer truchas...! ¿Enamorado a tu edad? Creo que mejor te caería un féretro bien labrado. ¡Por Apolo, sí que no harás eso sin castigo!".
Horacio, quizás el más brutal de los poetas latinos, marcaba con particular vehemencia la repugnancia del cuerpo de una vieja y su dificultad para excitar el deseo masculino:

"¿Preguntar tú, podrida por tus años sin cuento, qué es lo que enflaquece mi virilidad; tú, que tienes renegrida la dentadura y a quien una vejez añeja ha surcado la frente de arrugas; tú, cuyo asqueroso trasero se abre entre las nalgas enjutas, como si fuera el de una vaca enfermiza?... ¿Qué me importa si los libelos estoicos suelen estar esparcidos entre tus almohadillas de seda? ¿Se endurecen acaso menos por eso mis nervios analfabetos, o deja de languidecer por eso mi miembro? A éste, para sacarlo de la ingle orgullosa, tienes que trabajarlo con la boca" (Épodos, 8).

Otra referencia habitual del rechazo erótico por el cuerpo de los viejos era asimilarlos al de los animales, lo cual representaba la imagen de lo distinto y rechazable. Un priapeo2 decía lo siguiente: "Una vieja corneja, una carroña, un cadáver ambulante, hecha un asco por el paso de los años" (N° 57).
Esta frase popular se repetía muchas veces, tanto en la calificación de un cuerpo animalizado como en el de un cadáver, lo cual provocaba un llamado directo al rechazo de cualquier forma de erotismo con la vejez.
La crítica hacia el hombre mayor era menos frecuente, aunque estaba presente. Tibulo presenta un relato muy particular de aquellos viejos que se sometían a las "cadenas de Venus":

"Y, con voz temblorosa, se preparaba para piropear, y con sus manos pretendía disimular sus canas, no se avergonzó de plantarse delante de la puerta de la joven que quería, ni de parar en medio del foro a su esclava. A él los niños, a él los jóvenes en estrecho círculo lo rodean y le escupen todos en los flexibles pliegues de su ropa" (Tibulo, Elegías, Libro I).

Así, si los jóvenes constituían la propia representación del deseo sensual, lo eran en igual forma del amor, por lo que los viejos estaban excluidos del lugar de objetos y sujetos del deseo (salvo por su dinero, en las Sátiras) y también del amor. Sin embargo, existía una serie de excepciones en lo referido a este último, por ejemplo, cuando se avizoraba que la mujer joven deseada sería amada incluso en su vejez (Platón, Fedro, 86 a-b); o, a veces -expresado al mejor estilo freudiano-, cuando se asociaba la dificultad para el sueño, o el acto fallido, con el deseo sensual (Iacub, 2005).
Por todo esto, la limitación estética frente a un cuerpo que se considera desagradable podemos asociarla fuertemente con la lectura grecolatina.

2. La respetabilidad como demanda moral

Lo erótico en la vejez aparece criticado desde una serie de criterios propios de la lectura cristiana de la vejez y de la sexualidad. La idea de la respetabilidad implica, en este caso, la concepción de un sujeto que por sus cualidades específicas es llamado a cumplir ciertos roles sociales que suponen una mayor demanda o exigencia moral.
La respetabilidad surge como un resabio de la lectura del Antiguo Testamento acerca de los viejos. El considerarlos sabios o bondadosos implicaba ciertas posiciones de poder, al tiempo que una fuerte demanda moral, lo que llevó a Isenberg (1993) a considerar que el rol otorgado era conservador, ya que implicaba la protección de las instituciones y la tradición cultural.
El cristianismo retoma, en cierta medida, dicha posición, aunque no considere la edad como un factor en sí tan determinante como en el judaísmo. Por el contrario, cierta lectura propia de la cultura grecolatina llevará a que se extremen críticas hacia el cuerpo del viejo como producto del pecado.
Por otro lado, en lo que respecta a la posición cristiana frente al erotismo, hallamos que la vejez y sus imágenes representaban lo inconducente de la búsqueda sensual -que no llevaba más que a la decrepitud-, lo cual servía como ejemplo de la vanidad del mundo terrenal. Según San Juan Crisóstomo (m. 406), el pecado afectaba la carne y la envejecía más allá de una edad específica, y sostenía la conveniencia del castigo para aquellos ancianos que se volvieran esclavos de la avaricia, del amor, de la vanidad, del vino, de la cólera y de los placeres. El sacerdote Salviano de Marsella se preguntaba qué esperanzas podían quedar para quienes no abandonasen el pecado ni siquiera por "la decadencia de la edad" ni por "la miseria de la pobreza", y la respuesta, para el primer caso, lo llevaba hasta la idea de "lo monstruoso". También criticaba a aquellos viejos que carecían de fuerza para caminar, pero la poseían para beber o bailar. En este mismo sentido, San Ambrosio (333-397) consideraba que en la vejez el pecado era inexcusable (Minois, 1987). San Agustín tomó como ejemplo de corrupción a aquel anciano que seguía detrás de los deseos sexuales sin que "los hielos de la vejez" hubieran "apagado el fuego de sus pasiones". Los pecados de la carne -decía- eran menos posibles a esta edad, aunque al mismo tiempo consideraba que seguían estando presentes y que el viejo debía defenderse de ellos: "Nuestros mismos enemigos parecen estar fatigados por la edad, pero incluso estando muy fatigados no dejan de turbar el reposo de nuestra vejez por todos los medios posibles". Por esta razón, los manuales de los confesores determinaban que los ancianos que se entregasen a una vida licenciosa deberían ser juzgados más duramente que los jóvenes, a los que los excusaba el ardor de la juventud. Así, San Bernardo (1091-1153) consideraba al casamiento tras la viudez una empresa "tan indecente como ridícula".
De esta manera, la doctrina paulina concebía a la vejez como la marca del pecado, que debía ser redimido en la fe y mediante la práctica de una moral consecuente y firme. Por lo tanto, no era un período para el egoísmo, la pereza y mucho menos cualquier forma de goce erótico, sino para una seria y disciplinada búsqueda de la virtud (Post, 1992).
La lectura cristiana lleva a encontrar en el envejecimiento corporal y la cercanía de la muerte un valor positivo, en tanto podía promover un crecimiento espiritual. San Agustín, en Confesiones, señala que:

"Ellas [las criaturas] no tuvieran ser alguno si no la hubieran recibido [el alma] de Vos y fuera de él [el cuerpo]: ya nacen, ya mueren: nacen como comienzan a ser; crecen para perfeccionarse, y después de perfectas envejecen y acaban; pero no todas las criaturas se envejecen y todas se acaban".

El envejecer, de esta manera, se convierte en una oportunidad para enfatizar la importancia de los valores morales y espirituales por sobre los corporales. La decadencia externa se transformaba, entonces, en completud interna (Post, 1992). La quietud inalterable frente a toda esa transitoriedad sólo la daba el alma.
Así, la práctica de la virtud brindaba un propósito a la vida y la rejuvenecía. Se aludía entonces, de un modo metafórico, al rejuvenecimiento del alma de aquel que se acercaba a Dios y del envejecimiento de aquel que se alejaba. Para Meister Eckhart, el alma formada en la imagen de Dios era joven, podía
cansarse, debilitarse y envejecer en la existencia corporal, pero también renovarse y rejuvenecerse a sí misma a través de la purificación (Shahar, 1998).
De esta forma, la respetabilidad asociada a la percepción del pecado se relaciona de un modo ejemplar con la vejez, ya sea por la noción de una sexualidad que sólo se justifica por lo reproductivo o por la idea de una decrepitud que resulta un acicate para el logro de la juventud eterna por la vía del crecimiento espiritual.

3. De la asexualidad a la perversión

La creencia en la asexualidad de los viejos se encuentra fuertemente arraigada en la actualidad, aunque curiosamente coexiste con otra creencia acerca de la supuesta perversión de aquellos que muestran su interés sexual, calificándolos como "viejos verdes". Esta particular pendularidad del deseo aparece asociada a la peligrosidad del erotismo en la vejez, que remite a una consideración de la sexualidad como base de la psicología del sujeto.
Foucault señalaba que en el siglo XVIII se produjo una incitación política, económica y técnica a hablar de sexo, la cual tomó la forma de análisis, contabilidades, clasificaciones y especificaciones, e incluso se convirtió en un asunto policial. La administración pública comenzó a considerar la cuestión poblacional como tema de Estado y a dirigir políticas natalistas que tenían en cuenta el modo en que cada individuo desarrollaba su propia sexualidad. Ésta se definió "por naturaleza" como un dominio penetrable por procesos patológicos y, para ello, se instrumentaron "intervenciones terapéuticas o de normalización" (Foucault, 1995), lo que dio lugar a una ciencia de la sexualidad o scientia sexuales.
Hacia el siglo XIX y comienzos del XX, muchos autores comenzaron a considerar las transformaciones patológicas y psicológicas del envejecimiento como una consecuencia de los cambios sexuales producidos en este período. Ejemplo de ello lo constituye el ginecólogo Enoch H. Kisch, quien observaba, a propósito de la menopausia, la aparición de una fuerte religiosidad, producto del desplazamiento de su sensibilidad. Al convencerse la mujer de que sus encantos sexuales habían disminuido, se tornaba irritable y egoísta. Desplazamiento mediante, manifestaba "esa tendencia al entusiasmo religioso que con frecuencia degenera en enfermedad" (Kisch, 1874).
Gregorio Marañón sostenía que existían momentos críticos asociados a la sexualidad en distintas etapas vitales, los cuales promovían la intersexualidad, es decir, un progresivo cambio de sexos. El primero era la pubertad, en el cual el hombre tendía al afeminamiento; mientras que el segundo se daba con el enveje
cimiento, donde la mujer se virilizaba. La intersexualidad de la mujer climatérica determinaba una psicología específica. Al mismo tiempo, Marañón observaba que, gracias a los cambios biológicos que sufrían, las mujeres mejoraban en sus actividades públicas y les daban a éstas un cauce filantrópico o de propaganda social. También afirmaba que la tendencia a las neurosis o a las psicosis eran "singularmente abundantes" en esta etapa, ya que tales patologías estaban causadas por la insatisfacción de sus tendencias eróticas (Iacub, 2002).
Excepcionalmente, el climaterio podría generar en las mujeres la apetencia erótica, aunque esto ocurría en aquellas con una "constitución intersexual anterior y que, con motivo de su ocaso fisiológico, hace su explosión clínica". La alteración de la libido más habitual en estos años, señalaba Marañón, era la erotomanía, consecuencia propia de la tendencia viriloide (Marañón, 1930).
Una de las manifestaciones frecuentes de este hipererotismo climatérico es la aparición -o el aumento en la intensidad y en la frecuencia- de los sueños sexuales, acompañados casi siempre de orgasmo, que pueden repetirse varias veces durante la noche y que suelen intranquilizar profundamente el espíritu de muchas mujeres escrupulosas, a las que tranquilizaba diciéndoles que se trataba de una enfermedad y no de un problema moral (Iacub, 2005).
El psiquiatra francés Henry Ey sostenía que, en la edad de la "declinación" (vejez), el sujeto debía hacer una "modificación de la relación energética con el medio que sobreviene en el curso de la senescencia, característica esencial de esta edad" (Ey, 1985), cuando también se produce, según el mismo autor, una regresión, por carencia de recursos biológicos y por pérdida de estímulos sociales3.
En relación con los trastornos mentales de la menopausia, presentó un debate antiguo entre quienes negaban que los cambios hormonales fuesen causa de dichos trastornos, como Chaslin y Hoven, y aquellos que veían al componente hormonal como un factor decisivo, como Régis, Marañón y Runge. Aunque en su descripción persistían las dudas propias de la época, en el Tratado de Psiquiatría descubrió diversas tendencias en los fenómenos posmenopáusicos, que iban desde la astenia física y psíquica hasta la hiperactividad, y desde la frigidez hasta el crecimiento de la libido. También registró una serie de enfermedades propias de esta etapa, entre las que se encontraban los estados maníacos depresivos y las reacciones delirantes de la menopausia, con sus variantes: las psicosis agudas (cargadas de excitación erótica), los delirios de evolución crónica o la epilepsia (Iacub, 2005).

Nascher (1919) consideraba que en las mujeres se producían tempranas manifestaciones subjetivas del envejecimiento como consecuencia de las pérdidas energéticas padecidas con el climaterio. Más que en el hombre, sostenía, los cambios mentales femeninos incluyen todas sus facultades y llegan a alcanzar la completa demencia.
Estas descripciones del envejecimiento, que oscilaban entre la sexualidad, la locura y la muerte, dieron lugar a discursos acerca de la importancia del control del erotismo en esta etapa vital. Con objetivos y postulados diversos, todos señalaban que los cambios en la sexualidad determinaban otros cambios psicológicos, y acordaban en la peligrosidad de ésta en los planos individual y social. Subyacían a dichos argumentos teorías "energéticas" que demarcaban una serie de circuitos, en los que las variaciones psicológicas podían explicarse por carencia de energía sexual, por su exceso o por otros cambios físicos (Iacub, 2002).
Esta visión producirá la asexualidad como modalidad normatizada y demandada socialmente, así como la perversión al modo de respuesta a lo que se considera exceso, por contener un deseo sin objeto reproductivo y con el riesgo de un desgaste excesivo que podría limitar la cantidad de vida de un sujeto; cuestión que veremos con más detalle a continuación.

4. El control corporal como forma de deserotización

En el siglo XIX, la vejez se convierte en un problema médico, el cual dará como resultado la construcción de la geriatría. Esta variante en la forma de pensar el envejecimiento fue precedida por un cambio de enfoque en la medicina ocurrido durante el siglo XIX, que tendió a diferenciar y particularizar a los grupos poblacionales a partir de un esquema rígido de salud/enfermedad (Iacub, 2002).
A comienzos del siglo, las imágenes de la decadencia "natural" del cuerpo de los viejos fueron puestas en cuestión (Achembaum, 1995), y los expertos concluyeron que las debilidades asociadas a la vejez eran causa, y no consecuencia, de esta etapa vital. Con ello, retomaban un debate sobre la cuestión que ya había sido planteado por Galeno, e instalaban la teoría de la vejez como enfermedad en sí misma.
El vocabulario que se volvió frecuente entre los médicos para designar la particularidad de la vejez incluía términos como "debilitamiento", "alteración", "atrofia", "degeneración", "lesión", "esclerosis", "ulceración". También surgió una larga serie de patologías, definidas por la edad, que recibían el
epíteto de "seniles", como marca característica que las especificaba: "arco senil", "demencia senil", "psicosis senil", "gangrena senil", "síncope senil" (Bourdelais, 1993), lo cual dio lugar a la construcción de una normativa sobre el bienestar bio-psicológico. Jean-Martin Charcot planteó un conjunto de particularidades propias de las enfermedades de la vejez, a partir de los exámenes cerebrales y los hallazgos de las patologías características de esta etapa4. Así, los atributos ligados a la sabiduría con los que se había revestido la imagen del viejo se transformaron y surgió un nuevo imaginario, donde el cuerpo de éste apareció como una curiosidad cercana a lo monstruoso (Bourdelais, 1993).
Thomas Cole (1997) considera que un sentimiento de culpabilidad y vergüenza -asociado a la antigua noción de pecado- fue emergiendo en relación con el cuerpo deteriorado y enfermo, propio de ciertos envejecimientos. Así, los signos de la enfermedad fueron entendidos como el resultado del descuido, el derroche y la falta de cálculo5. Historiadores de la vejez, como Cole, Haber o Gruman, señalan que esta misma división fue incorporada, años más tarde, por los principales ideólogos de la gerontología y la geriatría (Iacub, 2004).
La metáfora moderna del cuerpo como una máquina lo asociaba a un bien que resultaba necesario mantener en funcionamiento. Ello suponía también la educación corporal, así como el desarrollo de sus aptitudes y de su utilidad, lo que Foucault denominó "la anatomopolítica del cuerpo humano". Fue surgiendo, de este modo, una nueva conciencia corporal que promovía el cuidado personal a través de la higiene, como una nueva forma de virtud. La salud implicaba, a su vez, capacidad laboral y funcional (Iacub, 2005).
Con respecto a los goces, dentro de una sociedad que ponderaba la producción de valor más que el disfrute poco redituable, hallamos una serie de lecturas que tenderán, desde una visión victoriana y burguesa, a limitar esa sexualidad en pos de una mayor duración de ese bien privilegiado, el propio cuerpo, más aún cuando ya no se podía ser reproductivo. El mismo Nascher se sorprendía cuando sostenía que en su época, a diferencia de los antiguos, querían que dure más su vida que la de su sexo. Son conocidas las vasoligaduras a través de las cuales los hombres cerraban los conductos que permitían circular el semen hacia el exterior, evitando con ello esa energía necesaria para alargar la vida.
De esta misma manera, el cuerpo del viejo comenzará a ser visto como algo a cuidar y donde el ejercicio sexual puede dañar al sujeto.

Conclusión

Las diversas maneras en que se limita el cuerpo de los viejos nos permite recorrer distintos momentos de la cultura occidental. El objetivo de este recorrido es poder tener un posicionamiento crítico y lograr observar la realidad como una construcción de juicios relativos a momentos históricos y culturas específicas.
La desnaturalización de los juicios aparece como un elemento central en la reconsideración de los argumentos con los que una sociedad trata, piensa y construye sus discursos.

Notas

1. Existen pocas referencias a la belleza de los viejos. Una de ellas se encuentra en la tradición de la portación de los ramos de olivos para la diosa Atenea, mediante la cual se consagraba a la belleza en cada etapa vital. Las otras referencias son de viejos que no parecen serlo (véase A. Carito, epigrama de Filodemo) o de aquellos ungidos de juventud.

2. Forma narrativa caracterizada por ser breve y vulgar, de aquellas que podían ser encontradas en los baños.

3. Lo curioso es que, a la hora de tomar partido por una explicación, se inclina por los primeros. También se plantea si la inadecuación social del erotismo en la vejez no determinaría ciertos cambios psicológicos. Sin embargo, considera que esta explicación no es totalmente válida como respuesta.

4. Bichat constataba la arteriosclerosis en siete de cada diez viejos.

5. El cuerpo fue abordado, incluso, desde un criterio economicista.

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Aceptado: 28 de marzo de 2008.

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