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Revista argentina de sociología

versão On-line ISSN 1669-3248

Rev. argent. sociol. v.6 n.11 Buenos Aires jul./dez. 2008

 

Juventud y política en la Argentina (1968-2008). Hacia la construcción de un estado del arte

Andrea Bonvillani(1), Alicia Itatí Palermo(2), Melina Vázquez(3) y Pablo A. Vommaro(4)

1 IAPCS, Univ. Nac. de Villa María, Argentina
2 UNLU; CPS, Argentina
3 IIGG-UBA/CONICET,
Argentina
4 FISyP/UBA/CONICET,
Argentina

abonvillani@gmail.com
Licenciada en Psicología. Doctoranda por la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional de Córdoba. Becaria doctoral CONICET. Docente e Investigadora en Universidad Nacional de Córdoba y Universidad Nacional de Villa María.

apalermo@sinectis.com.ar
Lic. en Sociología (UBA). Diploma Superior en Ciencias Sociales (FLACSO). Doctora en Educación (UBA). Docente investigadora Categoría 2, Profesora titular y Coordinadora del Area de Estudios Interdisciplinarios de la Universidad Nacional de Luján. Directora del Instituto de Investigaciones Sociológicas del Consejo de Profesionales en Sociología (centro miembro de CLACSO).

pvommaro@yahoo.com.ar
Profesor de Historia de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Doctorando en Ciencias Sociales de la UBA. Docente e investigador de las Facultades de Filosofía y Letras y de Ciencias Sociales de la UBA. Miembro de la Fundación de Investigaciones Sociales y Políticas (FISyP). Co-coordinador del Grupo de Trabajo CLACSO "Juventud y nuevas prácticas políticas en América Latina".

melinavazquez2005@yahoo.com.ar
Lic. en sociología, becaria doctoral del CONICET, docente de la facultad de ciencias sociales, investigadora tesista del Grupo de Estudios de Protesta Social y Acción Colectiva (GEPSAC) en el Instituto de Investigaciones Gino Germani (FCS-UBA) Candidata al magíster en investigación en ciencias sociales, Facultad de Ciencias Sociales, UBA.

Abstract

En este artículo nos proponemos elaborar un estado del arte acerca de las prácticas políticas de los y las jóvenes en la Argentina entre fines de los sesenta, más exactamente entre 1968-1969, coincidiendo con el momento de movilización que se conoce con el nombre de Cordobazo y la actualidad.
Las dimensiones o ejes de trabajo que sirven como guía para el estado del arte son las siguientes: Educación y movimiento estudiantil; Movimientos sociales, partidos políticos y sindicatos, y Movimientos culturales y estéticas juveniles.
Organizamos el trabajo analizando, en cada etapa histórica, los acontecimientos, acciones, prácticas y problemáticas que consideramos más significativos, a partir de la producción académica existente sobre el tema; es decir, omitimos la consideración de otro tipo de discursos acerca de los jóvenes (como el de los medios de comunicación o el de las políticas públicas). Esto no significa desconocer esos otros discursos o narrativas sobre la juventud, sino que se trata de una opción metodológica para este trabajo inicial.

Palabras clave: Prácticas políticas; Jóvenes; Género; Discursos académicos acerca de los jóvenes y las prácticas políticas; Etapas históricas.

The paper presents a state-of-the-art of Argentine youth politics in the late 1960s -between 1968-1969, related to the popular mobilization known as the Cordobazo- and today's youth politics. The research focuses on education and the student movement, social movements, political parties, and trade unions, as well as cultural movements, and youth aesthetics.
For each historical period, the article analyzes the most significant events, actions, practices, and problems explored by the existing academic research on the subject. At this point, this state-of-the-art does not include other discourses on Argentine youth (such as the media, or public policy). Far from ignoring such discourses or narratives of youth, this is a methodological approach at this early stage of the research.

Keywords: Politics practices; Youth; Gender; Academic discourse on politics and youth; History

Palabras preliminares.

En este artículo nos proponemos elaborar un estado del arte acerca de las prácticas políticas de los y las jóvenes en la Argentina entre fines de los sesenta, más exactamente entre 1968-69, coincidiendo con el momento de movilización que se conoce con el nombre de Cordobazo, y la actualidad.
La decisión de iniciar nuestro análisis con el Cordobazo se fundamenta en que éste fue un momento que sintetizó las transformaciones que venían produciéndose a lo largo de la década del sesenta en relación con el papel protagónico que adquirió la juventud en el plano político, social y cultural. Nos referimos fundamentalmente al cuestionamiento de los valores vigentes, que permitieron a los y a las jóvenes constituirse como un sujeto social con relativa autonomía, con formas de sociabilidad, relaciones afectivas, modos de entender la autoridad y de vivir la sexualidad específicos y desafiantes de lo instituido.
Este clima de época encontró expresión en la Argentina en 1969, al iniciarse un momento explosivo de rebelión popular, caracterizado por el surgimiento de movimientos políticos cuyas prácticas tenían como horizonte la toma del poder, con nuevos repertorios de confrontación. En el año 1969, diferentes circunstancias se conjugaron para transformar lo que inicialmente fue una protesta obrera y estudiantil en rebelión popular. Nacía así el Cordobazo: una gran insurrección urbana que mostraba la emergencia social de los/las jóvenes como actores políticos en un contexto represivo2 , pero con el fuerte estado de movilización que caracterizó a nuestro país a fines de la década de los sesenta.
La primera etapa a abordar se extiende entonces desde el Cordobazo hasta el golpe de estado de 1976, que marca el inicio de la última dictadura militar en Argentina.
Un segundo momento de análisis incluye los años de la dictadura militar (1976-1983), período de fuerte represión, desaparición forzada de personas (fundamentalmente de los jóvenes que habían tenido un compromiso político y social en el ciclo de movilización anterior), censura y cierre de los canales institucionales de participación. No obstante, durante este período se produjeron diferentes manifestaciones de resistencia que tuvieron como protagonistas a los jóvenes. Éstas se expresaron en diferentes planos: cultural, educativo, territorial, laboral, entre otros.
La tercera etapa se extiende desde la restauración democrática hasta el fin del gobierno de Alfonsín (1984-1989). Así, 1989 marca un momento de quiebre respecto de las expectativas construidas en torno a la posibilidad de consolidar un modelo estable de democracia y bienestar social que resuelva la cuestión social pendiente y abierta por la dictadura. La vuelta de la democracia era interpretada como oportunidad para "restituir la política en su lugar". Fue así como se definieron los contornos de la "buena política", cuyo actor principal era el ciudadano; el acto político por excelencia la participación en los actos eleccionarios y la representación política debía articularse por los partidos políticos (Merklen, 2005).
Un cuarto período relevante para el análisis es lo que podríamos denominar "la larga década neoliberal" (1989-2001). En este período, y en el siguiente, se comienzan a hacer evidentes los límites de la idea que había primado en el período de la transición democrática. La democracia, lejos de haber puesto "la política en su lugar", iba mostrando el abismo creciente entre las opiniones de los ciudadanos y las instituciones políticas, la falta de credibilidad hacia los políticos y la baja estima hacia los procedimientos partidarios para seleccionar candidatos capaces de representar al electorado (Novaro, 1995). De ahí la importancia que cobra la emergencia de modalidades de organización colectiva y participación política por fuera de las vías institucionales de implicación con la política, creándose nuevos repertorios de movilización social, demandas y actores político-sociales. De este modo, se mostraron los límites del concepto de ciudadanía como vía de participación e implicación en la vida pública (Merklen, 2005).
Además, en esta etapa se visibilizan los efectos de la profundización de las políticas neoliberales en diferentes planos: social, político, educativo, laboral, económico, entre otros. Este período estalla en 2001 cuando se producen las jornadas del 19 y 20 de diciembre, que expresan las consecuencias sociales de lo que se denominó "sociedad excluyente" (Svampa, 2006), como también los límites del sistema institucional tradicional para procesar las demandas de los actores movilizados.
Finalmente, contemplamos el período post crisis de 2001 hasta la actualidad. El mismo puede subdividirse en dos momentos. En el primero, continúa el ciclo de movilización anterior, que culmina con la denominada Masacre del Puente Pueyrredón, el 26 de junio de 2002, en la que fueron asesinados dos jóvenes piqueteros. El segundo se inicia con la gestión de Néstor Kirchner (2003-2007) y continúa hasta la presidencia de Cristina Fernández de Kirchner y se caracteriza por una relativa recreación de la legitimidad gubernamental y la búsqueda por promover una suerte de vuelta a la institucionalidad.
Las dimensiones o ejes de trabajo que sirven como guía para el estado del ar te son las siguientes: Educación y movimiento estudiantil; Movimientos sociales, partidos políticos y sindicatos y Movimientos culturales y estéticas juveniles.
Organizamos el trabajo analizando, en cada etapa histórica, los acontecimientos, acciones, prácticas y problemáticas que consideramos más significativas, a partir de la producción académica existente sobre el tema; es decir, omitimos la consideración de otro tipo de discursos acerca de los jóvenes (como el de los medios de comunicación o el de las políticas públicas). Esto no significa desconocer esos otros discursos o narrativas sobre la juventud, sino que se trata de una opción metodológica para este trabajo inicial.

Enfoque teórico y propuestas para el estudio de la participación política de los jóvenes desde una perspectiva generacional

Actualmente, existe acuerdo en las ciencias sociales sobre la necesidad de deconstruir la juventud como categoría homogénea y universal, analizando la diversidad de prácticas, comportamientos y universos simbólicos que ella puede incluir, articulada con variables como clase, género, etnia, cultura, región, contexto sociohistórico, entre otras (Bourdieu, 1990; Reguillo, 2000). Investigaciones realizadas en diferentes latitudes muestran claramente que no podemos hablar de "la juventud" en singular, puesto que esto supone considerarla como un sujeto homogéneo que reconoce una -y sólo una- forma de ser joven. Por eso, debemos hablar de juventud en plural, de "las juventud(es)". Única vía de cuestionar y deconstruir aquello que Braslavsky (1986) ha denominado "el mito de la juventud homogénea".
Ahora bien, más allá de las dificultades que presenta y de los límites que han mostrado muchas de sus definiciones, creemos que el concepto de juventud(es) no ha perdido relevancia para el análisis. Obviamente que para ello es preciso contar con una definición que nos permita aprehender (las) en toda su complejidad. Apuntando en esa dirección, recuperamos algunas de las ideas propuestas por Pérez Islas (2000), quien ha establecido criterios relevantes para definir "lo juvenil" incorporando los avances que en diferentes campos de investigación sobre juventud(es) se han desarrollado. Lo juvenil, siguiendo al autor, puede ser entendido como:
a) un concepto cuyo significado debe desentrañarse tomando como punto de partida una perspectiva relacional, es decir, en la que cobre relevancia la consideración de los vínculos con un entorno social más amplio. De ahí que "lo juvenil" no sólo supone la definición positiva acerca de qué es y cómo puede ser definido un "joven", sino además contemplar las disputas sociales en torno a la conceptualización misma de juventud. Así podremos reconocer lo "juvenil" como producto de una tensión que pone en juego tanto las formas de autodefinición, como la resistencia a las formas en que son definidos por "otros sociales" (sean los adultos, las instituciones sociales, otros jóvenes, entre otros);
b)la recuperación de las tensiones que se ponen en juego para conceptualizar "lo juvenil" supone que no podamos desconocer las relaciones de poder y dominación social involucradas en dichas conceptualizaciones, así como sus límites simbólicos, que delimitan fronteras de exclusión en cuanto a un "atributo" asociado con la juventud, que algunos sectores sociales tendrían y del que otros carecerían;
c) las modalidades de "ser joven" no pueden reificarse puesto que han cambiado, y lo seguirán haciendo, a lo largo de la historia y en función de las también cambiantes coyunturas sociales, políticas y económicas. Por eso, es preciso reconocer cómo van reconfigurándose a lo largo del tiempo. Esto último será fundamental en nuestro trabajo, puesto que al estudiar las formas que asume la participación política entre los jóvenes deberíamos ser capaces de reconocer las características distintivas que adquiere "lo juvenil" en cada una de las etapas o momentos históricos.
Como veremos en las próximas páginas, apuntamos en una dirección que nos permita comprender los procesos de subjetivación generacionales como emergentes de los procesos históricos antes que como una característica inherente a la condición juvenil. Por eso, nuestro punto de partida busca confrontar con la idea de que los/las jóvenes, en cuanto tales, tienen mayor predisposición ya sea a la acción y a la participación o al desencanto con la política y a la retracción de los compromisos públicos. Siguiendo a Urresti (2000), para comprender a los jóvenes es preciso "más que pedirles o juzgarlos por aquello que hacen o no hacen respecto de los jóvenes de generaciones anteriores, comprenderlos en su relación con la situación histórica y social que les toca vivir" (2000: 178).
Por eso, la "juventud" es una categoría que cobra significado únicamente en cuanto podemos enmarcarla en el tiempo y en el espacio, es decir, reconocerla como categoría situada en el mundo social (Chaves, 2006). De acuerdo con esto, intentaremos analizar las modalidades en que se "produce la juventud" (Martín Criado, 1998) de acuerdo con experiencias y compromisos vitales, sociales e históricos diferentes, que no hacen sino mostrar los límites que presenta toda clasificación cuyo centro sea la edad biológica.
La generación no puede ser entendida como una mera cohorte, puesto que -como ya lo había señalado Manheim (1993)- la mera contemporaneidad cronológica no es suficiente para definir una generación. Por el contrario, la idea de generación, antes de que a la coincidencia en la época de nacimiento, "remite a la historia, al momento histórico en el que se ha sido socializado" (Margulis y Urresti, 1996:26). Sin embargo una generación tampoco puede comprenderse a partir de la mera coexistencia en un tiempo histórico común, sino que -para ser tal debe poner en juego de una u otra forma, criterios de identificación común entre sujetos que comparten un problema. De esta manera, el vínculo generacional se constituye como efecto de un proceso de subjetivación, ligado con una vivencia común en torno a una experiencia de ruptura, a partir de la cual se crean principios de identificación y reconocimiento de un "nosotros" (Lewkowicz, 2003).
Ahora bien, para poder hablar no sólo de una generación, sino de una generación política debemos contemplar un aspecto más. Los sentimientos, percepciones y prácticas comunes no sólo deben poner en juego una creencia compartida para hacer de un conjunto de sujetos un grupo, sino que además éste debe cobrar existencia sobre la base de un rechazo hacia el orden establecido. Es decir, en la búsqueda - aún cuando esta sea incipiente y fragmentaria- del redireccionamiento del curso de la política como expectativa o misión generacional (Braungart y Braungart, 1986).
Inevitablemente, la definición anterior tiene como supuesto una concepción de la política. Desde nuestro punto de vista, aquello que puede favorecer los procesos de subjetivación comunes a partir de la creación de prácticas disruptivas que disputan generacionalmente asuntos centrales de la vida pública, no puede ser aprehendido si nos mantenemos dentro de los márgenes de una definición estrecha de la política. Es decir, considerando como formas de participación política únicamente un conjunto de prácticas y representaciones que se producen entre los ciudadanos en relación con las instituciones formales de la política: participación en partidos políticos, en procesos eleccionarios, orientaciones hacia el gobierno y sus respectivas instituciones (Sigel, 1989). Deben incorporarse al análisis aquellas otras formas de participación ligadas con la acción colectiva no institucional, ya sea en acciones de protesta o en movimientos sociales, susceptibles de generar marcos de experiencias y subjetivación comunes.
Así, y sólo así, podremos reconocer las especificidades de las modalidades de participación entre generaciones políticas diferentes; sin que esto suponga interpretar a unas tomando como parámetro a las otras, como mencionamos anteriormente. En efecto, como veremos en las últimas dos etapas propuestas de acuerdo con nuestra clasificación, es posible reconocer un desplazamiento -entre los jóvenes- de las formas tradicionales de organización y participación política, hacia otro tipo de espacios y prácticas en los que no sólo no se rechaza la política en cuanto tal, sino que estos espacios y prácticas se politizan sobre la base de la impugnación de los mecanismos delegativos de participación y toma de decisiones (Vázquez, 2007). Si no pudiéramos aprehender esto último como una forma de subjetivación política, evidentemente dejaríamos fuera del análisis un conjunto de prácticas políticas impulsadas por los jóvenes que forman parte de los repertorios de confrontación que han impulsado como parte de una clara disputa generacional.
Para terminar, queremos aclarar que la posibilidad de reconocer el carácter político de un conjunto de prácticas no convencionales o no institucionales, no significa que todas las prácticas juveniles sean políticas, puesto que desde ese punto de vista no podríamos aprehender las características que le imprimen este carácter específico. Reconocemos que la politización es un potencial u horizonte constitutivo de cualquier vínculo social; sin embargo, para que ello sea así es preciso identificar, al menos, cuatro aspectos consustanciales a la politicidad de la acción: 1) la organización colectiva; 2) la visibilidad pública (ya sea de un sujeto, de una acción o de una demanda); 3) el reconocimiento de un antagonista a partir del cual la organización adquiere potencial político y 4) la formulación de una demanda o reclamo que, por lo dicho, adquiere carácter público.

Estado del arte. Momentos y problemáticas:

Desarrollaremos en este apartado el estado del arte sobre la relación juventud- prácticas políticas, en función de los hitos, acontecimientos, acciones y problemáticas significativas en cada momento histórico.

A. 1968-1976
Como dijimos, el acontecimiento histórico con el que iniciamos el abordaje de la primera etapa (1968-76) es el Cordobazo, que puede ser analizado también como parte de un ciclo de rebeliones y movilizaciones populares (Rosariazo, Mendozazo, Viborazo o segundo Cordobazo, entre otros). En este conjunto de levantamientos es significativo el protagonismo de los jóvenes, fundamentalmente los agrupados dentro de organizaciones obreras (sindicales) y estudiantiles (secundarias -Rosario- y universitarias -Córdoba-).
Es importante señalar que las obras académicas y los discursos públicos producidos durante este período no refieren en todos los casos al sujeto juvenil como un actor social de importancia. Más bien los jóvenes aparecen solapados detrás de otras filiaciones que se consideraban más importantes y explicativas como la clase social o la condición de estudiante. También aparecen tras algunas producciones o discursos culturales como el rock, movimientos como los hippies, ciertas vanguardias culturales; o asociados a la militancia política, en general partidaria, aunque luego también dentro de los grupos armados o guerrillas.
No obstante, podemos destacar una obra de Ratzer (1959), editada por una Editorial vinculada al Partido Comunista, en la que tempranamente se consideraba a los jóvenes como un actor social. El autor esboza una definición de juventud que va más allá de la "diferenciación por edades", afirmando que "lo se entiende por edad juvenil varía con los países, las épocas y las circunstancias... la juventud en los seres humanos avanza sobre la mera etapa biológica. Es un fenómeno de otra calidad, que se advierte en la vida social a través de un modo de actuar común y de una masa de aspiraciones similares" (Ratzer, 1959: 5).
Otro tema de interés en relación con esos años es la de la formación, crecimiento y práctica de diferentes grupos armados, denominados también guerrillas. Entre los principales podemos nombrar a Montoneros (asociado con el peronismo) y al Partido Revolucionario de los Trabajadores-Ejército Revolucionario del Pueblo -PRT-ERP, de orientación marxista- (Ver Pozzi). Nuevamente encontramos que lo juvenil no es problematizado como tal, si bien estas organizaciones estaban mayoritariamente conformadas por jóvenes.
También es significativa la problemática de los nuevos movimientos políticos que surgen en el período, ya sea desde la denominada Nueva Izquierda o el Peronismo de Base (PB). Aquí podemos incluir también el crecimiento de las juventudes políticas, aún de partidos ya existentes - por ejemplo, la Juventud Peronista (JP)- (Véase Tortti, 1998; Altamirano, 2001; Cattaruzza, 1997 y Raimundo, s/f).
Por otro lado, surgen numerosos movimientos culturales e intelectuales, que se expresan en un amplio número de revistas, y grupos artísticos - musicales, plásticos, cinematográficos, entre otros- (Terán, 1991).
El movimiento estudiantil secundario y universitario es otro de los espacios de participación juvenil que se despliega en esta época (Véase Romero y Torres, 1988). Ya José Ratzer (1959: 90) había considerado tempranamente a los estudiantes como el emergente de una "cuestión social" y había expresado que "no se puede concebir una generación sin el aporte estudiantil...por tales razones, el estudiantado ocupa una posición especial al interior de las generaciones". Por su parte, Pablo Bonavena (2006) analiza al estudiantado universitario durante este período como un actor en movimiento, que genera "acciones por fuera del marco institucional como ocupaciones de edificios, huelgas, actos, marchas y varias formas de lucha callejera". Podemos agregar también, dentro de esta dimensión, el trabajo de Ana María Barletta (2006) quien caracteriza al movimiento estudiantil como un "actor significativo e identificable por su presencia en el accionar callejero, en los años previos al tercer gobierno peronista (...)No cabe duda que una reconstrucción de la historia del movimiento estudiantil de esta época no puede dejar de lados hechos, circunstancias, ideas, prácticas y caminos que trascendieron las demandas antidictatoriales por una universidad diferente, en un momento en que ésta fue invadida por la sociedad y sus actores políticos y por lo tanto también allí prevalecieron y proliferaron, como en el conjunto de la sociedad, las organizaciones peronistas y las organizaciones armadas, con las dramáticas consecuencias por todos conocidas" (2006: 230).
Una línea de indagación relevante sobre la década de los sesenta, refiere a los procesos de autonomía creciente de los y las jóvenes de clases medias urbanas y su relación con la también creciente participación de ellos, en especial de ellas, en diversos espacios de la vida pública, incluso en la política. Feijoó y Nari (1996) consideran que en esta década de profundo malestar social, cultural y político se comenzó a delinear la Argentina moderna y se produjeron importantes cambios, tanto en la vida cotidiana como en las relaciones de género y entre las generaciones. Para Fernández (1994), los sesenta marcan un momento de giro de las mentalidades respecto del abandono por parte de las hijas jóvenes de los criterios de tutelaje paterno. Esta destutelarización se había producido con los hijos varones algunas décadas atrás. Otros hechos que tuvieron lugar a partir de los sesenta fueron el marcado incremento de la participación de las jóvenes en los estudios universitarios, junto con la diversificación de las opciones de carrera; la incorporación creciente de las mujeres en el mercado de trabajo y la proliferación en los medios de comunicación de masas de programas y artículos que problematizaron abiertamente las relaciones entre los géneros y las generaciones (Palermo, 1998). En síntesis, esta década fue revolucionaria para la vida diaria de las mujeres y hombres de diferentes clases sociales: las costumbres fueron transformadas y nuevas legitimaciones fueron construidas (Feijoó y Nari, 1996).
En estos años los/las jóvenes también intensifican su participación en diversas organizaciones barriales y territoriales. El trabajo social en las villas miseria y en barrios de los suburbios de las grandes ciudades es una expresión de este proceso.
Muchas veces, este trabajo social estaba asociado de alguna manera a sectores de la Iglesia, desafiantes de la línea oficial. Nos referimos por ejemplo al Movimiento de Curas para el Tercer Mundo (MSTM) y a los Curas Villeros, relacionados con la Teología de la Liberación y las transformaciones producidas en la Iglesia luego de la II Guerra Mundial y del Concilio Vaticano II desarrollado entre 1962 y 1965 (Pontoriero, 1991 y Magne, 2004).
Por último, para cerrar este acercamiento inicial al primer momento del relevamiento que estamos realizando, podemos mencionar a los nuevos grupos sindicales, que surgen como una alternativa al sindicalismo peronista asociado a líneas burocráticas o pro-gubernamentales. Nos referimos por ejemplo, a la formación de la CGT de los Argentinos (CGTA) en 1968, al crecimiento de grupos identificados con el clasismo, al desarrollo de las coordinadoras fabriles en 1975 y al nacimiento de la Juventud Trabajadora Peronista (JTP), entre otros. Este nacimiento de nuevos grupos sindicales, que alteran el desarrollo del conflicto sociolaboral en el período, también puede vincularse con el surgimiento de organizaciones rurales como las Ligas Agrarias, sobre todo en las provincias del Noreste argentino.

B. 1976-1983
Hasta el momento, en esta etapa hemos podido distinguir tres espacios de participación de los/las jóvenes. Por un lado, las prácticas de resistencia obrera que se llevaron a cabo en los lugares de trabajo. Por otro, algunas instancias vinculadas con la Iglesia, en general católica. Particularmente, las Comunidades Eclesiales de Base (CEBs), que se difundieron en diversos lugares de la Argentina luego del golpe de estado de 1976. Por último, las experiencias de tomas de tierras y asentamientos, muchas veces relacionadas con las CEBs y que instituyen formas de militancia territorial que tendrán su crecimiento en las décadas posteriores.
Acerca de las formas de participación y resistencia sindicales, podemos mencionar las obras de Pozzi (1988) y Gresores (2002). En la primera se ponen de manifiesto las prácticas cotidianas de resistencia obrera, que se expresaban sobre todo en sabotajes a la producción, luchas locales (con un rol importante de las comisiones internas de fábrica, por ejemplo) e incipientes agrupamientos sindicales que crecieron luego de 1981. Por su parte, Gresores destaca algunas luchas sindicales que demuestran que el movimiento obrero no permaneció pasivo o quieto ante la avanzada militar en contra de sus intereses. En ambos trabajos surge la participación de los obreros jóvenes, en relación con las tradiciones combativas de años anteriores, como sujetos activos de las prácticas de lucha y confrontación que se analizan.
Sobre las instancias vinculadas con la Iglesia y las CEBs, nos remitimos a las obras citadas para en la etapa anterior. Aquí se explica el proceso de surgimiento de las CEBs en el marco del MSTM, a la vez como acontecimiento de ruptura que marca una forma alternativa de vínculo entre la Iglesia y los conflictos sociales -que también muchas veces desborda a la propia institución eclesiástica-, y como expresión de un proceso histórico de cambio que venía de las décadas anteriores. En todos los casos, el proceso de conformación de las CEBs y los espacios alternativos en la Iglesia católica fue protagonizado por jóvenes, sea en el lugar de nuevos sacerdotes comprometidos con la práctica social y política, o de grupos de jóvenes laicos organizados territorialmente.
Respecto de las tomas de tierras y asentamientos, citamos las obras de Cuenya (1984), Aristizabal e Izaguirre (1988), Fara (1989), Cravino (1998), Vommaro (2006) y Vommaro y Marchetti (2007). En todas se destaca el protagonismo juvenil que impulsa estos procesos en los que se expresa un tipo de vínculo entre los jóvenes y las prácticas políticas que deja entrever algunas características que serán rasgos predominantes de las prácticas políticas juveniles en períodos posteriores. Así, la acción directa, la forma asamblearia y la tendencia a la dilución de las jerarquías en los mecanismos de toma de decisiones, la importancia de la participación directa por sobre la delegación y la representación, la tensión como constitutiva de la relación entre la organización social y las instituciones estatales -que puede analizarse también como una incipiente discusión acerca de la autonomía-, y la centralidad de los vínculos territoriales y comunitarios, son rasgos que pueden identificarse en los procesos de tomas de tierras y asentamientos urbanos de esta etapa que tendrán nuevas expresiones años más tarde (Vommaro, 2006 y Vommaro y Marchetti, 2007).

C. 1983-1989
Este período es significativo por cuanto es en el que podemos identificar el nacimiento, dentro de los estudios académicos, de la problemática de la juventud en cuanto tal y como objeto sistemático de estudio. Ubicamos aquí el trabajo pionero de Braslavski (1986), que analiza la situación educacional y laboral, la participación política y la distribución geográfica y social de jóvenes entre 15 y 24 años, con el objetivo de analizar su grado de homogeneidad- heterogeneidad como colectivo social. Podría decirse que se trata de un "trabajo de frontera", porque está marcado por las características socio-políticas de la etapa de transición democrática en Argentina, marco en el cual resalta por ejemplo la existencia de una mayor predisposición en los jóvenes que en los adultos a participar en los partidos políticos, sobre todo en aquellos que proponen proyectos políticos y socioeconómicos alternativos al modelo existente, como la Unión Cívica Radical.
Como lo indica el trabajo de Sidicaro y Tenti Fanfani (1998), la transición democrática mostró entre los/las jóvenes una fuerte pero corta participación política mediada por las instituciones tradicionales de la política: los partidos políticos. Este repentino auge, que no puede ser entendido sin contemplar las expectativas que el retorno de la democracia había generado en gran parte de la población, especialmente entre los jóvenes, cuyos primeros años de vida estuvieron marcados por el contexto de fuerte represión, autoritarismo y violencia estatal hacia las diferentes formas de expresión y participación en la escena pública (desde la participación en recitales hasta la prohibición de participar en cualquier tipo de experiencia política, cuyo riesgo era la pérdida misma de la vida).

D. 1989-2001
Molinari (2006) afirma que es a partir de estos años cuando comienza a modificarse la forma de procesar socialmente la idea de juventud en comparación con décadas anteriores; mientras que "en los setenta, la juventud estaba claramente identificada y delimitada dentro de una franja etaria. El mundo de los jóvenes se constituía oponiéndose con sus prácticas y pensamientos al mundo adulto, que representaba los valores burgueses: de organización familiar, de estilos de vida y sobre todo la aceptación al orden socioeconómico establecido. En los '90 la juventud ya no está atada a la edad cronológica de los sujetos, sino que se transformó en sí misma a una práctica, en la construcción de un estado juvenil. Actualmente lo juvenil es un estilo de vida que, como tal, puede ser adoptado por gente de edades variadas y el mundo adulto en sí se desdibujó cada vez más, perdiendo muchas de las características que lo particularizaban, al juvenilizarse en forma creciente" (2006:75).
Por otra parte, la bibliografía académica sobre los/las jóvenes se multiplica en esta etapa. Podemos hacer referencia a un conjunto de estudios y líneas de análisis que abordan lo juvenil desde diferentes puntos de vista y de acuerdo con distintas inquietudes.
Por un lado, algunos trabajos se proponen realizar una descripción general3 , a partir de datos estadísticos, de la juventud argentina (Deusche Bank, 1992 y 1999; Tenti Fanfani y Sidicaro, 1998). Tenti Fanfani y Sidicaro (1998) se apoyan para esta descripción en una encuesta realizada en Argentina por UNICEF, que incluye como variable las "visiones" de los jóvenes sobre la política, en la que se observa una distancia entre el interés que manifiestan hacia ella (36%) y su participación activa en este campo (2%). Los resultados apuntan a trazar un panorama recurrente en este tema: la apatía explicada desde la falta de legitimidad otorgada a las instituciones políticas.
Ahora bien, aunque se trata de bases empíricas numéricamente importantes, convendría atender a algunas de las críticas que se han formulado a esta forma de aprehender la juventud): "predominio de la contabilidad descriptiva sobre la explicación, ausencia de marco teórico, la juventud se toma como grupo social -aunque no se teorice sobre ello" (Martín Criado, 1998:43). Es decir, que la despreocupación por enmarcar teóricamente el dato empírico, hace que se llegue a enunciaciones de alto impacto mediático pero que carecen de un nivel explicativo conceptual o interno respecto del colectivo joven. Un sesgo de esta perspectiva de análisis es que omite el rastreo de otras formas de participación socio-política no tradicionales las cuales, al invisivilizarse, ocultan novedosas fuentes de activismo juvenil que son relevantes (para mencionar sólo algunas: la militancia en organizaciones populares de distinto tipo, las prácticas socio-culturales de denuncia o expresivas de reivindicaciones de distintos grupos, el ecologismo).
Por otro lado, en el campo de las investigaciones de corte cualitativo, una tendencia de los últimos años es la superación de las "limitaciones que implicaba concebirla (a la participación política de los/las jóvenes) sólo vinculada a la esfera de la política formal tradicional (partidaria y electoral)" (Pérez Islas, 2006: 153).
Sin embargo, la idea de que los/las jóvenes se encuentran alejados de la política y la participación sigue teniendo fuerte presencia en los estudios e investigaciones de la etapa que se conoce como la "larga década" del neoliberalismo en Argentina. Entre estos podemos mencionar los trabajos de Kozel (1996), Mayer (2007), Balardini (2000), Urresti (2000). Si bien los trabajos mencionados permiten analizar y comprender las causas que llevan al alejamiento de los jóvenes de las formas más tradicionales de implicación con la política -mostrando los aspectos sociales, políticos y culturales que posibilitan la comprensión de dicho alejamiento y pérdida de legitimidad de las instituciones estatales y partidarias-, raramente se enfocan en analizar aquellos otros espacios en los que sí podemos identificar un fuerte protagonismo juvenil.
Otros trabajos han indagado el efecto que las transformaciones a nivel de sistema productivo y las profundizaciones del modelo neoliberal han tenido sobre las desigualdades sociales y cómo esto ha impactado en los jóvenes. Molinari (2006) afirma que "los jóvenes aparecen -en este período4 - como un actor fragmentado, agrupados (más que en los partidos políticos tradicionales) en las múltiples y variadas organizaciones que ya no son movimientos de masas generadores de identidades colectivas, sino grupos de pertenencia y contención identitaria que intervienen en forma parcial en la vida social y ya no sienten que el futuro les pertenece, por el contrario deben construir y sostener su presente" (2006:70).
Auyero (1992) analiza el proceso de "desciudadanización" de los/las jóvenes de sectores populares, producto de la creciente pauperización y exclusión social de amplios sectores de la población, y propone indagar el lugar de éstos, no sólo en la democracia formal sino más bien en relación con el trabajo, la escuela y otras vías de integración social, que tradicionalmente han sido mecanismos de ascenso social en la Argentina.
Este diagnóstico, prácticamente omnipresente, encuentra diferentes respuestas entre los autores. Algunos acentúan la imposibilidad de "garantizar" la integración social entre los/las jóvenes, mientras que otros señalan la importancia de las estrategias de movilización y acción colectiva como una vía para la creación de novedosas formas de existencia a partir del activismo político.
A continuación mencionamos cinco líneas de investigación predominantes en cuanto a los temas de estudio más característicos acerca de los /las jóvenes en este período.
1.Jóvenes, trabajo y participación sindical: La bibliografía sobre juventud ha mostrado la relativa pérdida de centralidad del trabajo como eje para la construcción de identidades personales y políticas (Svampa, 2000; Kessler, 1996). Otero (2006) analiza los efectos que han tenido para los/las jóvenes que participan en movimientos de trabajadores desocupados, la participación en emprendimientos productivos en cuanto a las representaciones acerca del trabajo. La cuestión de la participación sindical juvenil ha sido poco investigada, lo cual se explica por la fuerte precarización del empleo que signó el mercado de trabajo en Argentina en los 90' (Bisio y Mendizábal, 2003).
2. Jóvenes y educación: Las perspectivas de análisis más cercanas a nuestro objeto dentro de esta línea de indagación se proponen explorar: a) "las configuraciones políticas construidas en las instituciones escolares, entendidas como parte de la socialización política juvenil" (Núñez, 2008: 150); b) la participación de los/as jóvenes en agrupaciones universitarias (Pronko, 1999, 2001; Picotto y Vommaro, 2007) y c) la difícil relación entre los/las jóvenes de sectores populares y la inserción educativa. Fundamentalmente, éstos se enfocan en la consideración de las transformaciones de la educación pública así como también las dificultades de los/las jóvenes para continuar sus estudios en un ámbito cada vez más alejado de los escenarios de vida de los sectores populares. Tenti Fanfani (2000) y Duschatzky y Corea (2002) problematizan cómo incide el desacople entre las experiencias de los/las jóvenes y la escolaridad en la construcción de la ciudadanía de estos últimos. El trabajo de Obiols y Obiols (1999), reflexiona en torno a la incidencia de los fenómenos propios de la postmodernidad en la constitución subjetiva de los adolescentes y en sus consecuencias a nivel de la sociabilidad escolar.
3. Culturas juveniles: Múltiples trabajos han abordado las prácticas juveniles consideradas desde una perspectiva "estética" como dimensión significativa (Sarlo, 1994). Podemos agregar aquí la crítica formulada por Margulis y Urresti (1996) a la consideración de la juventud como mero símbolo o estética. Sin embargo, muchos de estos trabajos han buscado mostrar cómo podían identificarse aspectos desafiantes y de carácter político en la multiplicidad de estéticas y prácticas entre los/las jóvenes.
4. Jóvenes y género: La línea de investigación que analiza a los y las jóvenes desde una perspectiva de género ha sido abundante en la época y aún lo es en la actualidad. En este sentido, si hay diferentes modos de ser joven, el género es sin duda una de las variables significativas para pensar estas diferencias; otra es la orientación sexual. Estas investigaciones entrecruzan el género con otras perspectivas, tales como la educativa, la del trabajo y empleo, la de culturas juveniles, entre otras. Particularmente relevante para el tema de este trabajo es la línea que aborda la relación entre identidad de género y construcción de la profesionalidad en las y los jóvenes estudiantes universitarios, considerando como variables la participación de éstos en movimientos estudiantiles o la cuestión del poder (Palermo, 2001 y 2008).
5. Jóvenes y movimientos sociales: En esta dimensión podemos ubicar los trabajos que analizan experiencias de organización social juveniles como el caso de Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio (HIJOS), que nace en 1995; los Movimientos de Trabajadores Desocupados (MTDs), sobre todo en sus variantes territoriales y autónomas a partir de 1997 y las agrupaciones estudiantiles independientes que surgen en varias universidades nacionales a partir de los primeros años de la década del noventa.
Estas organizaciones -juveniles o con fuerte protagonismo juvenil- surgen en espacios estudiantiles, culturales, barriales, de derechos humanos y también sindicales donde comienzan a esbozar nociones como las de autonomía y horizontalidad. En un comienzo, dichas nociones se constituyen en una suerte de guía para la acción, surgidas más que nada a partir de un conjunto de intuiciones que definían qué era lo que se rechazaba pero aparecía menos claro aquello que se quería construir. El rechazo hacia las formas clásicas de hacer política era más fuerte que la afirmación positiva de lo que se buscaba. Justamente en esta búsqueda y en este rechazo, las agrupaciones juveniles comienzan a definirse como independientes no sólo de los partidos, los sindicatos y el Estado, sino además de las modalidades de deliberación y toma de decisiones sostenidas por aquéllos.
Se buscaron formas de funcionamiento interno básicamente asamblearias, a partir de las cuales se intentaba anular la construcción de jerarquías internas y promover el ejercicio de la democracia directa, promoviendo la participación del colectivo en el proceso de toma de decisiones y rechazando las formas delegativas y representativas de la política. En relación con esto, se pretendía fortalecer la formación política de sus integrantes a partir de la reflexión sobre la práctica concreta que estaban desarrollando y de la constitución de grupos o comunidades de pertenencia basados en el despliegue de vínculos y de afectos; práctica política que se superponía, deliberadamente, con la vida cotidiana de sus miembros. Asimismo, sus prácticas se desarrollaron a partir de un tipo de intervención disruptiva, donde cobraba centralidad la acción directa. El escrache que instituye HIJOS (Bonaldi, 2006 y Zibechi, 1997 y 2003) y el corte de ruta (o piquete) que instauran los movimientos de trabajadores desocupados, expresan un tipo de acción en el que la apropiación del espacio público sin mediaciones de algún tipo, son centrales en este sentido (Vázquez y Vommaro, 2008; Zibechi, 2003).
Además de los agrupamientos mencionados, podemos destacar también el denominado colectivo 501 y diversos grupos culturales, artísticos y de medios de comunicación alternativos.
Finalmente, destacamos que en este período comenzaron a realizarse no sólo análisis acerca de la juventud, sino además comparaciones con respecto a los jóvenes de los '60 y '70. Así, la participación juvenil, que en el período anterior no era abordada en estos términos, comienza a ser percibida de este modo en función del afán comparativo de algunos estudios. Cabe mencionar, como se observa en el trabajo de Balardini (2000) y de Urresti (2000), que si bien aparece una cierta nostalgia respecto de las formas organizativas y la actitud contestataria de los jóvenes de las décadas anteriores- como se ve en el trabajo de Wortman (1991), se hace un esfuerzo por "desculpabilizar" a los/las jóvenes y analizar sus formas de compromiso político de acuerdo con el contexto histórico social en el que viven, es decir, como emergente o síntoma de una determinada época.
El trabajo de Molinari (2006) también coteja los imaginarios dominantes de la militancia revolucionaria de los '70 y de la década de los '90, a partir del análisis de la dimensión normativa que ambos suponen y de las prácticas de sociabilidad juvenil de uno y otro momento histórico. La autora procura apartarse de una visión escéptica de la inscripción política de las actuales generaciones cuando plantea: "si bien se afirmó que la acción política y la acción social quedan relegadas, esto no significa que sean negadas o inexistentes. Simplemente este actor social cambiante y discontinuo llamado joven busca, inventa o encuentra espacios de acción socio-política que generalmente provocan rupturas e intersticios en los discursos y las prácticas hegemónicas" (2006: 81).
La autora, apoyándose en la obra La voluntad, de Anguita y Caparrós (1997), en la que se analiza la militancia argentina de los '60 y '70 propone que, así como en dicho momento el relato de la juventud podría efectivamente ser analizado en términos del concepto voluntad, en los '90 podría serlo desde el concepto de reflexividad estética debido a la auto referencialidad propia de esta época. Al inscribir el análisis de la juventud en los diferentes contextos históricos, se ubica en el marco del mundo postmoderno, fragmentado en infinidad de posibles elecciones y múltiples relatos, en contraposición al relato totalizador de los '60-'70.
Otro aspecto significativo en cuanto al afán comparativo entre las diferentes décadas, tiene que ver con la formulación de un nuevo patrón interpretativo acerca de las décadas del '60 y del '70, en el que se busca analizar no sólo la participación en organizaciones políticas por parte de los/las jóvenes (siendo este el tipo de enfoque predominante), sino más bien captar aspectos contraculturales gestados en las diversas prácticas de los mismos. En este sentido cabe mencionar los trabajos de Cattaruzza (1997) y Pujol (2003), quienes proponen interpretar aquellas décadas de acuerdo con la noción de "cultura juvenil".

E. 2001-2008
La profunda crisis de fines de 2001 repercutió sobre las esferas política, social, económica y cultural y abrió un nuevo ciclo de movilización, marcado por el regreso de la política a las calles. También conllevó una demanda doble: por un lado, implicó una apelación a la creación de una nueva institucionalidad, que daba prioridad a la autoorganización de lo social; por otro lado, transmitió un llamado a la normalidad que podía entenderse como una demanda de intervención y regreso del Estado para garantizar la seguridad y la ejecutividad. Así, se fue dando forma a un nuevo espacio público, donde tuvieron lugar los primeros cruces e intercambios entre un conjunto heterogéneo de actores sociales movilizados, que buscaban recuperar su capacidad de acción, mediante la creación de lazos de cooperación y solidaridad, fuertemente socavados luego de una larga década de neoliberalismo (Svampa, 2005).
El nuevo escenario otorgaría mayor visibilidad a los movimientos sociales existentes, especialmente a las organizaciones piqueteras, muchas de las cuales fueron estableciendo vínculos con sectores de las clases medias movilizadas, al tiempo que comenzarían a interactuar e insertarse en las redes promovidas por los movimientos críticos a la globalización neoliberal. Asimismo, esta apertura promovió la emergencia y expansión de otras formas autoorganizadas de lo social, como las asambleas barriales, las fábricas recuperadas por sus trabajadores, los colectivos culturales y de información alternativa, las organizaciones de desocupados y las redes del trueque, producto del colapso de la economía formal. Sin embargo, si bien encontramos una profusa bibliografía sobre estas temáticas, estas formas emergentes de acción social en lo público, no son leídas generalmente en clave juvenil, siendo los estudios sobre movimientos sociales -y en especial los que se nuclean a partir de la problemática de la desocupación- una excepción al respecto.
En estos años podemos ubicar un corpus de trabajos que abordan la compleja relación entre condición juvenil y acción colectiva, a partir de la participación de los/las jóvenes en distintas expresiones que ha asumido la participación política a través de organizaciones de fuerte arraigo territorial, las cuales iniciándose a mediados de la década de los 90', se han ido consolidando a lo largo de estos años. En esta línea, podemos mencionar los trabajos de Zibechi (2003), Bonaldi (2006), Vázquez (2007), Vázquez y Vommaro (2008), Piccotto y Vommaro (2007) y Colectivo Situaciones (2002), que analizan la importancia que ha tenido la participación de los jóvenes en espacios organizativos, fuertemente atravesados por la búsqueda de alternativas que les permitan no sólo dar expresión a sus demandas políticas, sino satisfacer sus necesidades materiales básicas, a partir de una situación de fuerte precarización y/o exclusión laboral. Las características centrales de la participación en este tipo de espacios son: mecanismos de toma de decisiones asamblearios, la deconstrucción de las relaciones de jerarquía y el impulso de otras más horizontales, la participación en la escena pública a partir de la acción directa y sin mediaciones y, finalmente, la definición de los colectivos como "autónomos", es decir, independientes del estado, los partidos políticos, los sindicatos y la iglesia. En esta línea, otros trabajos enfatizan en el impacto a nivel subjetivo que tales prácticas producen en los jóvenes, promoviendo una modalidad incipiente de construcción de una ciudadanía protagonista, basada especialmente en la posibilidad de pensarse a sí mismos como sujetos capaces y competentes para participar en estos espacios asociativos a nivel local (Guerreiro y Wahren, 2005; Bonvillani, 2006).
Así, podría pensarse que estos estudios que tienen como eje las "nuevas formas de participación juvenil" a través de acciones colectivas, configuran una nueva línea de investigación que se ha desarrollado fuertemente en los últimos años.
Paralelamente, encontramos varias investigaciones que persisten en focalizar sobre objetos propios de las instituciones tradicionales del mundo político, analizando las representaciones y sentidos que construyen los jóvenes respecto a "democracia y participación" (Bermúdez, Savino y Zenklussen, 2004); "ciudadanía" (Aquín y colaboradores, 2007), "política" (Zaffaroni y colaboradores, 2007). En ellos encontramos un eje articulador: la distancia existente entre un nivel de formulación ideal que entiende a la política como medio para resolver los problemas de la sociedad y otro que es el de las prácticas concretas, caracterizadas como necesariamente corruptas, lo cual parece mostrar la vigencia de la formulación discursiva "que se vayan todos", que identificó a la sociedad argentina en los sucesos de fines de 2001.
Son escasos los estudios que indagan la relación directa de los jóvenes con la política institucionalizada en los distintos niveles de implementación estatal. En esta dirección se puede ubicar el trabajo de Fernández y otros (2006), que analiza las características de los posicionamientos subjetivos que promueve en jóvenes vulnerabilizados un programa de microemprendimientos que los tiene como destinatarios y que ofrece una organización gubernamental del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, destacando que la reproducción de ciertas lógicas clientelares, así como actitudes paternalistas y burocráticas que se despliegan en estas acciones institucionales, lesionan la posibilidad de producir autonomía en ellos que les permita la construcción colectiva en la asunción de sus propios proyectos.
Por último, en un reciente artículo,Vázquez y Vommaro (2008) plantean que desde la asunción como presidente de Néstor Kirchner (2003-2007), se observa una paulatina pero fuerte reactivación del protagonismo juvenil que, a diferencia de la década anterior, se produce en gran medida a través de las vías tradicionales de implicación pública y política. Además, sostienen que, sin desconocer el carácter movimientista que ha tenido históricamente el peronismo -lo cual parece alejarlo bastante de la idea más convencional a partir de la cual se define un partido político-, la gestión del ex presidente y la actual de Cristina Fernández de Kirchner, podrían expresar una suerte de retorno a las vías de la política institucional.
De esta manera, según estos autores, los contrastes entre la década del noventa y la actualidad son, tal vez, la mejor expresión de los procesos de cambio en las generaciones políticas. Esto permite analizar la reconfiguración permanente del actor juvenil como protagonista del escenario político (en sentido amplio), a la vez que vislumbra un horizonte abierto respecto de las derivadas de las diversas modalidades de ser joven en la política de la Argentina futura (Vázquez y Vommaro, op. cit.).
En este período los/las jóvenes también han sido pensados desde su articulación con la dimensión cultural. Así, Wortman (2003) analiza los estilos de vida y los consumos culturales de jóvenes de clase media, centrándose en el impacto que ha producido la década neoliberal en la cual estos jóvenes se han socializado. Se subraya la importancia del consumo musical para la estructuración de la identidad juvenil, destacando la diversidad de géneros que prefieren los jóvenes. En esta línea de trabajo, se muestra que la experiencia de sentir y compartir lo musical va más allá de una preferencia personal: para los jóvenes implica el anudamiento de significaciones que corresponden a diferentes registros, como son la expresividad, una particular forma de sociabilidad y también una manera colectiva de dar sentido a lo que les pasa en su diario vivir, lo cual en especial en el caso del rock nacional adquiere carácter de denuncia5 "puesto que no se encuentran otros medios para realizarlos, principalmente debido a la escasa convocatoria que tienen entre la juventud los partidos políticos y las asociaciones sindicales" (Molinari, 2003: 215).
En un trabajo compilado por Sánchez (2007), se ofrecen un conjunto de aproximaciones a la vida cultural de los jóvenes de tres ciudades argentinas: Córdoba, La Plata y Rosario. En esta producción se indagan las distintas experiencias de este colectivo en relación con sus espacios recreativos, sus modalidades de agrupamiento y sus elecciones estéticas, dejando planteado el interrogante por el alcance "político" -en términos de transformación de las condiciones sociales existentes- que hemos de otorgarle a las prácticas expresivas de los jóvenes.
El estudio de Morduchowicz (2008), analiza los significados de los consumos y prácticas culturales "multimediales" de los adolescentes argentinos, bajo el supuesto de que éstos "forman parte activa de la construcción de su identidad" (2008: 9). La investigación concluye que un criterio fundamental a tener en cuenta en relación a los consumos culturales referidos a los medios de comunicación tradicionales (TV, radio) y a los más novedosos (Internet, telefonía celular) es la condición socioeconómica, que configura no sólo la disponibilidad material, sino también las posibilidades simbólicas de uso de los mismos. Así también se enfatiza en el valor que los/las adolescentes le otorgan a los consumos culturales en términos de reaseguro de pertenencia generacional.

Algunos comentarios finales

En este artículo de revisión bibliográfica académica nos hemos propuesto indagar cómo ha sido postulada la relación de los/las jóvenes con la política, así como las modalidades de construcción de la(s) narrativa(s) acerca de lo juvenil en diferentes períodos del tiempo. Queda pendiente aún la consideración de las interpretaciones provenientes de otras fuentes, como por ejemplo la de los medios de comunicación, que permitan enriquecer y poner en perspectiva las construcciones discursivas que se han producido en la Argentina sobre nuestro objeto de estudio.
De acuerdo con las diversas referencias que hemos realizado, consideramos que es posible plantear dos cuestiones relevantes.
En primer lugar, la importancia que posee la recuperación de una definición de política "amplia", es decir, que incluya un conjunto de prácticas entre los agentes juveniles más allá de la participación en las instituciones formales de la política. Sin reconocer esto último difícilmente los/las jóvenes puedan ser aprehendidos a lo largo del tiempo, puesto que sus prácticas se han ido complejizando y los canales de participación política reconocen otros carriles, más allá de las instituciones formales de la política.
De esta manera nos oponemos a las perspectivas que pueden ser interpretadas como parte de una sociología de la desintegración social (Svampa, 2008). Un tipo de enfoque que ha primado en los estudios sobre juventud y que apunta a desarrollar explicaciones tomando como punto de partida la idea de crisis de lo social, que se expresa en un conjunto de dimensiones heterogéneas: la crisis del estado, de las instituciones, de la política. El punto de partida de estos enfoques es normativo y nostálgico puesto que apunta, por sobre todas las cosas, a dar cuenta de lo que se "ha perdido" -respecto del tema que nos convoca- en relación a las anteriores formas de participación juvenil. Por eso revalorizamos una idea "amplia" acerca de la política que nos permita ir más allá de una sociología de la desafiliación política en la que sólo podemos reconocer atributos de los que eran portadores los jóvenes y progresivamente se fueron perdiendo (Vázquez, 2008).
En segundo lugar, la complejización de los/las jóvenes como objeto de investigación y de los ámbitos en los que tienen lugar sus prácticas políticas, no suponen que debamos posicionarnos en la perspectiva contraria a la que hemos cuestionado más arriba. Es decir, reconocer a priori el carácter político y novedoso en cualquier expresión juvenil. Por ese motivo hemos intentado delimitar algunos criterios para reconocer la politicidad de las prácticas. Aún cuando todo tipo de lazo sea susceptible de politizarse, el carácter político de las acciones no es algo evidente y, por el contrario, merece ser desentrañado. En consecuencia, consideramos que un desafío pendiente es profundizar en esta dirección, identificando y caracterizando los aspectos que permitan reconocer cuándo una acción deviene política. Asimismo, desde nuestro punto de vista, la "novedad" de las prácticas debe asumir más la forma de un interrogante que de una respuesta, puesto que aún queda por indagar qué es lo nuevo de ciertas formas organizativas, de las demandas formuladas, las modalidades en que se produce la construcción de lo juvenil, entre otros puntos. De ahí la importancia que posee avanzar en el reconocimiento de matices y mixturas entre "lo nuevo" y "lo viejo" que se entraman en las acciones juveniles y que muestran una dimensión instituyente que se articula, invitablemente, con prácticas políticas instituidas.
Para terminar, otro de los asuntos pendientes en el análisis tiene que ver con preguntarse por qué la presencia de los jóvenes en -cuanto colectivo con capacidad de agencia política- ha sido muchas veces soslayada. Es decir, por qué autores provenientes de distintas disciplinas y tradiciones han abordado el estudio de fenómenos socio-políticos en los que aquellos han tenido protagonismo, sin que esto se tradujera en una problematización generacional. Al mismo tiempo, no debemos desestimar cuándo y cómo se produce la ampliación y diversificación de los estudios sobre juventud. Como hemos mencionado, los cambios en el concepto mismo de juventud han permitido ensanchar los márgenes de los objetos susceptibles de ser estudiados en relación con los asuntos juveniles. Sin embargo, al menos en la Argentina, la proliferación de los trabajos coincide con un período -que nosotros delimitamos entre 1983 y 1989- en que se profundiza lo que anteriormente hemos denominado como sociología de la desintegración social; lo cual conlleva a que nos preguntemos si es que lo "juvenil" cobra relevancia en la medida en que empieza a ser considerado como un "problema".
Esperamos que este trabajo aporte a la sistematización de la bibliografía más relevante en el tema, como también permita delinear líneas de indagación a futuro tanto para nuestros propios estudios como para los de otros investigadores.

Notas

2. Entre 1966 y 1973 en la Argentina hubo una dictadura militar encabezada, hasta 1970, por el Gral. Juan C. Onganía.

3. En Argentina, a diferencia de otros países de la región, no se realizan encuestas nacionales de juventud. En Latinoamérica, las mismas constituyeron una novedad a partir de fines de la década de los '80. El pionero fue Paraguay que en 1988 produjo la primera. Luego, países como Uruguay (1990), Bolivia (1996); México y Colombia (2000) también aplicaron estos instrumentos a gran escala. Chile se destaca contando con información estadística de sus jóvenes a lo largo de una serie temporal (1994, 1997, 2000 y 2003).

4. La aclaración es nuestra.

5. Esta posibilidad expresiva que ofrece la música rock para jóvenes de sectores populares que siendo los blancos privilegiados de los sucesivos procesos de ajuste ven drásticamente recortadas sus posibilidades de construir futuro, ha sido objeto de tematización, sobre todo a nivel de la opinión pública, a partir de la tragedia de Cromagnón: a fines de 2004 se incendió este local de recitales de la ciudad de Buenos Aires produciendo la muerte de casi 200 jóvenes.

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Recibido:22 de Agosto de 2008
Aceptado: 01 de Octubre de 2008

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