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Revista argentina de sociología

versión On-line ISSN 1669-3248

Rev. argent. sociol. v.6 n.11 Buenos Aires jul./dic. 2008

 

Distribución territorial de las ocupaciones de los jóvenes rurales en el Uruguay

Juan Romero

Universidad de la República, Facultad de Ciencias Sociales, Unidad de Estudios Regionales, Uruguay

jromero@montevideo.com.uy
Juan Romero. Sociólogo. Profesor Adjunto por la Universidad de la República, Facultad de Ciencias Sociales. Máster en Sociología por la Universidad de San Pablo, Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias Humanas.

Abstract

Este artículo analiza la dinámica ocupacional en el territorio rural uruguayo provocada por la modernización agraria de los últimos 30 años y, especialmente en los últimos 10, su impacto en los jóvenes, en qué sectores de la producción se ocupan, su papel en la estructura del mercado laboral y las diferencias territoriales. También se pretende colocar en debate la pertinencia del enfoque conceptual de la nueva ruralidad, dado que dicho enfoque en los últimos años ha despertado el interés sobre el objeto de la disciplina. La dinámica observada del empleo en los espacios rurales configura nuevas interrelaciones entre el espacio urbano y rural, mostrando novedosas dinámicas territoriales. Los datos que se presentan permitirían interpretar a este proceso social como heterogéneo en el territorio y con diferentes impactos en los grupos generacionales. La conclusión a la que arribamos en función de estos datos es que el uso de este enfoque no tiene el mismo grado de validez para todas las regiones del territorio rural del Uruguay y que la dimensión de análisis generacional abre una nueva perspectiva de interpretación acerca de la dinámica en la estructura del mercado de empleo a partir de las transformaciones productivas.

Palabras clave: Dinámica ocupacional; Juventud rural; Modernización agraria; Empleo rural no agrario; Territorio rural.

This paper analyzes the impact of employment dynamics on the Uruguayan rural youth, in order to draw some preliminar y conclusions and identify the main characteristics of this sector and its geographical differences. The research also seeks to discuss the usefulness of the notion of «new rurality,» due to the interest it has aroused over the last years as regards the object of study.
The dynamics studied on rural employment traces new interrelations between the urban and rural space, with new territorial dynamics. The data gathered would indicate that this social process is heterogeneous in Uruguay and has differential impact according to age groups. The conclusions show that the use of the "new rurality" approach cannot be applied equally for all rural regions in Uruguay, and more importantly, that the generational factor opens a whole new analytical perspective.

Keywords: Dynamic occupational; Rural youth; Agrarian modernization; Rural nonfarm employment; Rural territory.

Introducción

En las últimas décadas, la sociología rural comenzó un proceso de cambio sobre su forma de "mirar" al mundo rural. Este proceso se inicia con fuertes críticas al modo productivista por parte de los ambientalistas, lo que ha significado cuestionar la tradicional equivalencia entre desarrollo rural y desarrollo agrario. Este debate todavía se mantiene abierto y muchas de sus "caras" no se profundizan lo suficiente. La ruptura entre lo rural y lo agrario que permite la territorialización posibilita redescubrir viejos fenómenos existentes en la sociedad rural latinoamericana, para así pensar en los desafíos actuales. Sin duda que la pluriactividad, lo rural como espacio de consumo, el valor del paisaje, el capital social acumulado, la existencia de importantes patrimonios territoriales y otros tantos fenómenos y características que hoy se señalan como la nueva ruralidad, son atributos con antigüedad en nuestra sociedad rural.
Pero la mirada territorial permitiría colocar en debate estos temas, por lo que contribuye una propuesta atractiva para renovar el abordaje sociológico de estas regiones y espacios rurales, saliendo de la dicotomía reduccionista y posibilitando repensar nuevos caminos para el desarrollo regional, pero, como señalamos anteriormente, no debemos confundir la potencialidad de este análisis con la evidencia empírica, debemos procurar con detalle el grado en que se encuentran presentes en las diferentes regiones estos fenómenos y determinar en qué medida son producto de cambios recientes o de viejas dinámicas territoriales dejadas de lado en análisis anteriores. A partir de este diagnóstico, se podría pensar en qué medida estos fenómenos pueden articularse con un nuevo eje analítico, para construir propuestas de desarrollo social en los territorios rurales.
Por lo tanto, la pertinencia de este enfoque territorial, en lugar del agrario tradicional, depende de la constatación empírica de la existencia de una red de relaciones sociales en un determinado territorio rural que no esté estructurado únicamente sobre el eje de las relaciones sociales agrarias.
Uno de los indicadores empíricos más apropiados para determinar la pertinencia de este análisis es el tipo de ocupación existente en los espacios rurales. En este sentido, cuanto mayor sería la diversidad de ocupaciones existentes en un territorio, mayor sería la pertinencia del uso de los conceptos de nueva ruralidad y de su abordaje territorial de los problemas del desarrollo. En tanto, si el nivel de ocupación no agrícola es muy bajo es necesario un análisis centrado en los procesos sociales agrarios, para interpretar su situación presente y pensar en su desarrollo.
Entonces, el aumento del empleo no agrícola en los espacios rurales colocaría nuevas interrelaciones entre lo urbano y lo rural, que conformarían novedades en las dinámicas territoriales. Es preciso diferenciar el problema de la ruralidad de un territorio (periurbano o campo urbanizado) que viene perdiendo las características de una producción agrícola exclusiva, la que a su vez se encuentra en progresiva competitividad regional y mundial. No se trata aquí de defender a la agricultura como sector productivo de bienes fundamentales, pensando que se está salvaguardando el territorio rural. Jerárquicamente, el territorio rural incluye la agricultura y no viceversa, por lo cual parece más apropiado optar por este nivel para la intervención.
Las propias estructuras productivas y las correspondientes dinámicas sociales en el plano rural impiden que las sociedades utilicen más y mejor todo el potencial que caracteriza a los jóvenes en tales territorios, quienes se ven enfrentados a mecanismos de reemplazo generacional extremadamente lentos lo cual, sumado a la sugestiva atracción que generan los estilos de vida urbanos, los arrastra sistemáticamente hacia los centros poblados más cercanos o, directamente, a las grandes ciudades.
En este contexto, los investigadores sociales latinoamericanos se enfrentan con el desafío de una sociedad dinámica y cambiante en la cual el propio joven rural ha venido transformándose por situaciones "externas" a él, pero también por su propia acción en la sociedad rural que vive. Ante ello, el desafío planteado resulta de la necesidad de reformular y analizar los conceptos, las categorías y las técnicas que se han venido desarrollando, para estudiar y conocer mejor los fenómenos sociales rurales que afectan a los jóvenes y, de esta manera, generar un conocimiento más susceptible a las diferentes políticas que se puedan realizar para la mejora de su calidad de vida.
Por este motivo, en este trabajo se intentará analizar la dinámica de la población ocupada en el territorio rural uruguayo, para lograr tener una primera aproximación al impacto de la modernización agraria a escala territorial, incorporando la dimensión generacional en el análisis.

Definiciones conceptuales

En América Latina, en las últimas décadas, los cambios producidos en el escenario agropecuario han tenido como vector principal la modernización de su estructura productiva. Ahora, ¿de qué hablamos cuando hacemos referencia a modernización o procesos de modernización? En este sentido, citamos a Piñeiro, quien nos dice lo siguiente: "Procesos que provocan el desarrollo de las fuerzas productivas y la expansión y penetración del capitalismo agrario, desplazando a otras formas de producción (como la agricultura familiar) o a formas de capitalismo poco intensivo como el de la estancia ganadera" (Piñeiro, 1991: 11). Entendemos a dichos procesos como la disminución de los tiempos muertos en la producción agropecuaria vía incorporación tecnológica de capital, que intensifica el tiempo de utilización de la fuerza de trabajo, acelerando de esta manera el desarrollo de las fuerzas productivas y alterando las relaciones sociales de producción en el espacio social rural. Por otra parte, dichos cambios se expresan en los nuevos patrones o perfiles de producción agropecuaria, con un acento marcado en la agroexportación, la liberalización del mercado de tierras, el aumento de la asalarización de la mano de obra, el surgimiento de nuevos actores sociales como lo son las asociaciones empresariales de los nuevos rubros exportables, la articulación entre el capital agrario y el capital industrial en las agroindustrias.
Este proceso se puede observar a través del tiempo en nuestra América Latina en dos grandes momentos, uno de ellos por medio de la llamada Revolución Verde, la cual se desarrolló durante la posguerra y consistió en la incorporación de fertilizantes, semillas de alta productividad, agroquímicos, tractores, cosechadoras, etc., encadenados en forma de "paquete", o sea, que equivale a formas integradas y controladas de aplicación de estos insumos, con el fin de aumentar la productividad.
La Revolución Verde, en una primera instancia, representa una de las principales direcciones de los capitales, destinados a trasplantar productos de otras regiones a climas tropicales y subtropicales: "A través de la difusión internacional de las técnicas de investigación agrícola, marca una mayor homogeneización del proceso de producción agrícola en torno de un conjunto compartido de prácticas agronómicas y de insumos industriales genéricos" (Goodman, Sorj y Wilkinson, 1990: 34).
En una etapa más actual se desarrolló la combinación entre el capital agrario y el capital industrial, lo que originó los complejos agroindustriales, por medio de los cuales se consolida la modernización e industrialización de la agricultura como un espacio donde se configura el avance de las relaciones capitalistas en la agricultura y, por ende, situación donde se materializa la subordinación definitiva del trabajo al capital (Tubío, 1998).
En definitiva, nos encontramos con un nuevo escenario agrario latinoamericano en el cual Uruguay no escapa de las generalidades, las cuales se podrían resumir en: agroindustrialización de la producción que vincula a los países con el mercado externo y a la problemática que esto atañe; transnacionalización del capital a diferencia de la aplicación de capitales nacionales en el proceso sustitutivo de importaciones; aceleración en el ritmo de los cambios tecnológicos y de sus herramientas difusoras. El actor emergente que llevó adelante estos cambios es el empresario agrario vinculado a los complejos agroindustriales. Y, por otro lado, la contracara de estas transformaciones se expresa en la exclusión de los agricultores familiares y la constitución de los trabajadores asalariados rurales en un sector empobrecido (Piñeiro, 1998; Gómez y Klein, 1993; Kay, 1997; Tubío, 1998).
Por último, pensamos que Kay resume de manera concisa los fenómenos expuestos anteriormente, señalando que, más allá de caracterizar al agro latinoamericano, no significa que se hubieren desarrollado homogéneamente sino que han presentado sus matices en los diferentes países. Kay agrega lo siguiente: "El incremento del paso de las transformaciones capitalistas en el medio rural, junto a los cambios en la estructura de tenencia de la tierra seguidos por las reformas y las contrareformas agrarias, han reestructurado las relaciones técnicas y las relaciones sociales de producción. Sumándosele a lo anterior la influencia que ha tenido la expansión y dominio de las agroindustrias, seguida del crecimiento de la agricultura de exportación, en la reconfiguración de los mercados de trabajos rurales y en las relaciones de producción en varios de los países latinoamericanos" (Kay, 1997: 8).

Modernización agraria

Existe un amplio consenso técnico y académico en que el agro uruguayo ha sufrido, en las últimas tres décadas, una profunda transformación productiva a raíz de la introducción de nuevos rubros de producción y de una creciente integración agroindustrial, lo que derivó en una acelerada incorporación de cambios tecnológicos. Este proceso ha sido designado por varios investigadores como un proceso de modernización agraria. Sin embargo, este fenómeno presenta la característica particular de haberse desarrollado fuera del sector tradicional de producción de carne y lana, el cual ha mantenido esencialmente las mismas formas de producción desde mediados de siglo, lo que ha generado, salvo algunas variaciones estacionales, su estancamiento de largo plazo (Riella, Romero y Tubío, 1999).
Este doble movimiento del sector ha sido caracterizado como una situación de estancamiento dinámico, donde los sectores agroindustriales aportan el dinamismo al sector, mientras la ganadería de carne y lana mantiene su producción global estancada. Sin embargo, este contexto de estancamiento dinámico no ha significado un freno para la modernización agraria en el medio rural, la cual ha generado severas transformaciones en la estructura agraria, en el mercado de empleo, en los grupos sociales, en facciones y clases sociales vinculadas al sector. Estos cambios han producido una rearticulación de las interrelaciones entre la sociedad rural y la sociedad urbana, que ha dado lugar a lo que muchos analistas designan como una nueva ruralidad.
La profundidad de estos cambios ha puesto de manifiesto las relaciones existentes entre el desarrollo social y económico de las distintas regiones del país y la forma y magnitud en que se desarrollan en ellas los procesos de modernización agraria. A pesar de ello son muy escasos los estudios que se han preocupado por esta temática, y los que se han realizado han tenido un énfasis sectorial, por lo que no alcanzan a dar cuenta en forma exhaustiva de las relaciones entre la modernización agraria y el desarrollo social de las distintas regiones del país donde se dan estos procesos (Riella, Romero y Tubío, 1999).
Estos procesos de transformaciones agrarias se inician en la década del '70 cuando los rubros ligados a las cadenas agroindustriales comenzaron a recibir un fuerte apoyo estatal en el marco de una política destinada a fomentar las exportaciones no tradicionales. En estas circunstancias, los rubros como el arroz, la soja, la cebada cervecera, el citrus, la lechería y, recientemente, la forestación recibieron fuertes inversiones en materia agroindustrial, en bienes agrícolas, en sistemas de investigación y transferencia tecnológica, logrando incrementar en forma sostenida la productividad del suelo y del trabajo.
Este apoyo de parte del Estado por medio de la dictadura iniciada en 1973 promueve, con mayor énfasis, un nuevo modelo socioeconómico que buscaba crear las condiciones para restaurar la acumulación del capital, la cual sufrió serias dificultades en los años anteriores.
Astori (1981) señala que durante el período 1974-1981 se caracterizó por el reajuste de las condiciones de producción y distribución de los lucros obtenidos y por la reinserción del país en el mercado mundial. El modelo neoliberal tuvo éxito en sus primeros seis años al dinamizar la economía del país, la cual estuvo estancada durante la década anterior. El desarrollo económico medido a través del producto bruto interno creció durante ese período un 5%, porcentaje mayor al 0,3% del período 1961-1968 y del 1,9% del período 1968-1973 (Macadar, 1981).
Este crecimiento no se apoyó en la agricultura, sino en la construcción, la industria y el comercio. Como se mencionó, también ocurrieron cambios en la forma de inserción del Uruguay en el mercado mundial. Las exportaciones aumentaron, durante este período, de 382 millones de dólares en 1974, a 1058 millones de dólares en 1980, superándose así la tradicional barrera de los 200 millones de dólares de exportaciones de los años anteriores, que se apoyaban en la carne y la lana.
El crecimiento de las exportaciones se sustentó en los productos no tradicionales, que representaron el 38% del total de las exportaciones de 1974 y pasaron a representar el 60% seis años después (Macadar, 1981: 291). Las importaciones también crecieron entre 1974 y 1980: para 1974 el valor aproximado fue de 400 millones de dólares y para 1980 el valor fue de 1027 millones de dólares, lo que provocó un déficit considerable en la balanza comercial (Macadar, 1981: 294).
El aumento de las importaciones se generó en la disminución de las barreras aduaneras, en la disparidad cambiaria entre el peso y el dólar (el valor del peso era mayor que el del dólar) y en la dependencia en la compra del petróleo (Piñeiro, 1985). En este sentido afirma Piñeiro: "El déficit en la balanza comercial se incrementó por el pago de 'royalties' e intereses, y especialmente debido al pago de intereses y amortizaciones de la deuda externa, haciendo que la balanza de pagos fuese fuertemente negativa. Este déficit se compensó con nuevos créditos de bancos privados, del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial. La deuda externa, medida en dólares corrientes, aumentó tres veces entre 1973 y 1980, llegando en este último año a un récord de 2 mil millones de dólares (Macadar, 1981)" (Piñeiro, 1985: 68).
Otra de las características durante este período es el aumento de la importancia del sistema bancario y financiero. Los bancos e instituciones similares crecieron favorecidos por los lucros obtenidos gracias a la diferencia entre las tasas pasivas y activas de los intereses aplicados sobre el capital. Entre los instrumentos de la política macroeconómica utilizados, el mecanismo de sobrevalorizar el peso nacional con relación al dólar vía el control del tipo de cambio fue uno de ellos. Desde 1978 hasta 1982 fue utilizada esta herramienta administrativa cambiaria, lo que provocó la sobrevalorización del dólar. En un inicio la diferencia era pequeña, pero llegó a ser importante en 1982, lo que ocasionó importantes consecuencias en la economía nacional, con especial énfasis en la agropecuaria.
Astori (1981) indica que posiblemente se podría haber conseguido uno de los principales objetivos del nuevo modelo: la tasa de retorno del capital invertido, el cual creció durante este período. La tasa media de retorno creció de 5,4% en 1973 a 8,7% en 1979 (Piñeiro, 1985). El retorno del capital fue favorecido por la pérdida de los salarios medida en términos constantes. Tomando los salarios de 1970 como base 100, diez años después el valor real de éstos era del 57% (Melgar, 1981). De forma semejante, Faroppa (1982) estimó que el aumento de la tasa de retorno sobre el capital invertido se favoreció gracias al empobrecimiento de los trabajadores asalariados.
En definitiva, el proceso de modernización agraria se intensifica y se ve promovido desde el Estado al consolidarse y desarrollarse un nuevo modelo de acumulación basado en la política neoliberal. Este nuevo contexto genera fuertes impactos a los actores que crecieron y se consolidaron en el anterior modelo social y económico, y también plantea un nuevo marco en el agro uruguayo, con nuevos actores y consecuencias sociales y económicas. Entre estas consecuencias, uno de los sectores sociales que no fueron ajenos a ellas son los jóvenes rurales, pero es necesario especificar qué se entiende por dicha categoría de análisis.

¿Qué es ser joven? Y ¿rural?

Con frecuencia el término "juventud" se utiliza genéricamente, asociándose a grupos de edad particulares o a una etapa específica del ciclo vital que presenta características comunes en todas las poblaciones. En realidad, la juventud de un territorio, un país o una región se compone de sectores y grupos heterogéneos, con condiciones de vida desiguales y con diversas formas de apropiación del medio natural, cultural y social.
Hay condiciones estructurales para que esto ocurra, como la distribución asimétrica del gasto público al interior de las sociedades, que hace que las oportunidades de educación, empleo y salud sean desiguales entre jóvenes de distintos territorios. Pero en la naturaleza heterogénea de la juventud entran en juego otros factores como la subjetividad, el sustrato étnico-cultural, el género, la pertenencia a un estrato socioeconómico dado y el contexto histórico generacional e intergeneracional de cada joven. Así, por ejemplo, ser joven, y ser un joven del medio rural, es una condición particular que no viven igual jóvenes rurales, inclusive de un mismo país.
Cuando hablamos de juventud queremos hacer referencia a la etapa de la vida que empieza con la pubertad y termina con la asunción plena de las responsabilidades y la autoridad del adulto, es decir, cuando asumen la jefatura de un hogar económicamente independiente, tanto por el hombre como por la mujer (Durston, 1998). Por ello decimos que la juventud se define por las oportunidades de participación en la sociedad. La existencia o ausencia de oportunidades para los/as jóvenes define la manera en que desempeñan roles, así como sus posibilidades de adquirir, reforzar o ampliar habilidades básicas para la inserción laboral y el desenvolvimiento en el contexto cultural, social y político. En este sentido, la juventud constituye un proceso de transición hacia la edad adulta, donde las personas se insertan a las actividades productivas adquiriendo paulatinamente más responsabilidades (IICA, 2000).
Una etapa en la cual aumenta progresivamente el trabajo en la jornada cotidiana y disminuye el juego, mientras que el aprendizaje llega a su auge en esta etapa para posteriormente comenzar a decrecer (Durston, 1998).
Las normas, valores, prácticas relacionales y, en general, la visión de mundo de los jóvenes, parten de los referentes culturales particulares del grupo social donde éstos viven el proceso de socialización. El ser joven se da en espacios institucionales centrales como la familia, la escuela, el colegio y/o lugar de trabajo, y en núcleos más informales, pero muy influyentes, como el grupo de amistades. A manera de múltiples espejos, la visión que el joven construye de sí mismo tiene relación con la forma en que mira la sociedad, y ésta, a la vez, se refleja en sus jóvenes con toda su fuerza contradictoria.
En este sentido, y apoyándonos en la conceptualización de Durston, entendemos que se deberían tomar tres procesos distintos y simultáneos que influyen unos a otros en la conformación del joven: el ciclo de vida de la persona, la evolución cíclica del hogar en que la persona vive y las relaciones intergeneracionales e intrageneracionales que surgen, en gran medida, de la interacción entre el ciclo de vida del hijo/a y el de la evolución de su hogar de socialización.
Cabe señalar que estas dimensiones conceptuales son presentadas a manera de esbozo teórico del concepto y posibilitan interpretar los resultados empíricos. En particular, los datos que se presentan darán cuenta de las relaciones intergeneracionales en lo que respecta al papel y ocupaciones a ser desarrollados en la estructuración del mercado laboral, impactado por el proceso de modernización agraria impulsado en la década del '70.
En este sentido, se ha señalado al conflicto intergeneracional como una de las causas de la invisibilización del aporte de la población joven al funcionamiento de la sociedad. La subordinación del joven se relaciona al esquema patriarcal-autoritario, en el cual el ejercicio del poder, por parte de las generaciones adultas, invisibiliza sus aportes y su potencial. Si bien el sistema patriarcal es un factor que incide directamente en la invisibilización de los jóvenes, ésta se revela como multicausal. La desigualdad estructural de las sociedades y la inequidad en la distribución de la riqueza social crean condiciones para la exclusión sistemática de sectores sociales que se realiza por uno u otro medio (IICA, 2000).
El joven rural presenta condiciones objetivas y subjetivas, características socioculturales que lo distinguen de otro joven. En este sentido, los jóvenes rurales se plantean estrategias de vida en el presente y para el futuro que estarán orientadas por el contexto socio-económico-productivo-cultural del cual forman parte. Pero también el hogar juega su papel. Es por ello que lo entendemos como la unidad doméstica, de residencia y consumo, que cuenta con un solo presupuesto familiar y donde se suele cocinar y comer juntos, el cual posee un proceso de creación, ampliación, escisión y declinación (Durston, 1998).
En este sentido, se conceptualiza a la familia como "el sistema social más propicio para la actualización, cuidado, impulso y tratamiento comunicativo de la individualidad emocional a través de las relaciones cálidas, íntimas, privadas y amorosas que caracterizan su operatoria" (Rodríguez, 1997). Al continuar reflexionando por esta línea, pensamos que la conformación de la familia rural conlleva a la estratificación de los roles a desarrollar por sus integrantes, en donde las funciones económicas continúan siendo motor funcional en la estructuración de la familia como sistema social base.
En el hogar rural, la determinación de una estrategia común es el resultado de una interacción y una transacción entre los intereses divergentes de sus miembros. Ante las características de la unidad productiva, ya sea de perfil empresarial familiar, productor familiar o campesino, estarían asociadas al ciclo de desarrollo del hogar y, en especial, con el ciclo de vida del jefe del hogar/unidad productiva. Por lo cual, a medida que avanza la evolución cíclica del hogar, el jefe del hogar/unidad productiva controla cada vez más recursos, lo que es legitimado socialmente y culturalmente por los miembros del hogar, incluidos los hijos jóvenes, aunque sus intereses presionan en la toma de decisiones sobre la distribución de los factores productivos, siendo uno de ellos la tierra (Durston, 1998).
Durston agrega al respecto: "Predomina la tendencia a que a medida que avanza el ciclo de vida del jefe, en el ciclo de desarrollo del hogar aumenta paulatinamente tanto el número de miembros como la relación entre trabajadores activos y dependientes; en consecuencia, también tiende a incrementarse la cantidad de tierra poseída" (Durston, 1998: 11).
En definitiva, podemos resumir que el objetivo prioritario del jefe de hogar/unidad productiva joven es el de la subsistencia/consumo, el de mediana edad se centra en la acumulación/capitalización y, finalmente, el jefe mayor da prioridad al objetivo de maximizar su prestigio, sobre la base de una combinación de riqueza, poder, generosidad y servicio, mientras que entre aquellos jóvenes que no poseen tierra la presión intergeneracional es la de poder acceder a ella y conformar su hogar o aumentar sus activos educativos (en especial las mujeres) y emigrar a los espacios urbanos.
La etapa de la juventud es una etapa de especial tensión intergeneracional, en donde los intereses del jefe del hogar/unidad productiva (mayor de 30 años) presentan la posibilidad de iniciar un ciclo de posible acumulación y alejamiento de la pobreza, al contar con la fuerza de trabajo de sus hijos/as mayores, nueras y yernos. Coincide en el tiempo con el de máximo interés de los hijos/as en concretar y adelantar la ruptura de esa relación de dependencia y control, a lo que se suma el interés de los jóvenes por el cambio cultural y por las nuevas posibilidades de poder económico independiente que abren la educación y el trabajo asalariado.
Durston, en este sentido, agrega: «La creciente tensión entre las nuevas oportunidades y el predominio tradicional de la estrategia de vida del jefe masculino también explica el hecho de que la mujer joven campesina opte ahora cada vez más por buscar trabajo remunerado o educarse e ir a la ciudad a desempeñar funciones, preferentemente no manuales» (Durston, 1998: 12).
Estas situaciones de conflicto presentan en la tierra uno de sus principales activos, por los cuales la generación nueva confronta sus intereses con la anterior, pero también denota el tipo de desarrollo en el medio rural que posibilite su sustentabilidad. Con ello queremos decir que muchos jóvenes se encuentran dispuestos a desarrollar sus estrategias de vida en el medio rural y que no pueden formar su hogar, y por lo tanto se les vuelve imposible materializar tales estrategias. En muchos de los casos por la escasa renovación generacional en la propiedad de la tierra, por la falta de acceso a líneas de créditos destinadas a los jóvenes rurales y políticas públicas destinadas a su promoción social, a los cambios generados en la estructura del mercado laboral por el desarrollo de nuevos modelos productivos, especialmente aquellos que intensifican la relación capital/trabajo y, por último, se agrega la emigración juvenil al medio urbano, en especial de las mujeres.

El territorio rural uruguayo: dinámica de empleo

Las diferentes perspectivas analíticas que trabajan en la sociología rural atribuyen cada día más importancia al enfoque territorial, el cual comienza a presentarse como una unidad de análisis conceptual a ser tenida en cuenta entre los especialistas del tema
La emergencia del abordaje territorial plantea el supuesto de que el nivel adecuado de análisis empírico y conceptual de los problemas concretos debería ser el espacio de acción en el cual transcurren las relaciones sociales, económicas, políticas e institucionales. Ese espacio es construido a partir de la acción entre los individuos y el ambiente o contexto objetivo del que forman parte. Por lo cual el contenido de este espacio es entendido como territorio, pero no se trata apenas de la categoría teórica, pues esa perspectiva también propone que las soluciones y las respuestas normativas a los problemas existentes en esos espacios se encuentran en ellos mismos.
El abordaje territorial promovió la superación del enfoque sectorial de las actividades económicas (agricultura, industria, comercio, servicios, etc.) y sustituyó la dicotomía espacial rural versus urbano o campo versus ciudad. En la perspectiva territorial, las dicotomías son sustituidas por la diversidad de las acciones, estrategias y trayectorias que los actores (individuos, sindicatos, empresas o instituciones) adoptan, teniendo presente su reproducción social y económica.
No hay determinismo de cualquier orden o evolución predeterminada, pues la viabilización de los actores y de los territorios dependerá del modo particular y específico de cada tipo de interacción, de las decisiones y racionalidades. Como resultado emerge la diversidad y la heterogeneidad social y económica de los territorios, que se constituyen en el perfil característico de los distintos caminos y trayectorias que pueden ser seguidos en dirección al desarrollo (Pecqueur, 1992, 1996; Schneider y Peyre Tartaruga, 2005).
Se puede plantear que la noción de territorio debería ser pensada no exclusivamente en función del Estado-nación y las diferentes formas de ejercicio de su poder, como fue presentada por la escuela geográfica francesa y alemana durante el siglo XX.
Ahora, en los últimos 25 años aproximadamente, se intensificaron las transformaciones socioespaciales y político-institucionales del capitalismo en su fase post-fordista, o sea, los efectos más generales de la reestructuración de los procesos productivos que apenas se globalizan, pero se reestructuran y afectan espacios sociales determinados.
En este sentido, el concepto de territorio emerge como un proceso vinculado a la globalización y a través del cual se define como una unidad espacial integrada por un tejido social con una identidad particular, que tiene como sustento material una determinada base productiva del sector primario, articulado con otras formas de producción y de organización del trabajo, consumo e intercambio y coordinado por instituciones y formas de organización que operan en él.
En el caso del agro uruguayo ha tenido, en las últimas tres décadas, una profunda transformación productiva a raíz de la introducción de nuevos rubros de producción y de una creciente integración agroindustrial, lo que derivó en una acelerada incorporación de cambios tecnológicos. Sin embargo, este fenómeno presenta la característica particular de haberse desarrollado fuera del sector tradicional de producción de carne y lana, el cual ha mantenido esencialmente las mismas formas de producción desde mediados de siglo, lo que ha generado, salvo algunas variaciones estaciónales, su estancamiento de largo plazo (Riella, Romero y Tubío, 1999).
Estas dos dinámicas diferenciadas dentro del sector1 han producido impactos territoriales muy heterogéneos, dando lugar a una nueva regionalización de las áreas rurales. Sin embargo, la sociología rural no ha prestado mayor atención a estos procesos y a sus efectos sobre el territorio. Son muy escasos los estudios que se han preocupado por esta temática, y los que se han realizado han tenido un énfasis sectorial, por lo que no alcanzan a dar cuenta en forma exhaustiva de los efectos territoriales y el impacto que han tenido en las actividades no-agrarias y no-productivas del espacio rural de estas regiones del país. Un indicador que expresan en toda su magnitud estas transformaciones son los mercados laborales regionales. Las características de algunos de estos mercados muestran una rearticulación de las interrelaciones entre la sociedad rural y la sociedad urbana que puede hacer pertinente, en algunos casos, el uso del enfoque de la nueva ruralidad para comprender sus procesos sociales.
Para poder aproximarnos a esta realidad analizaremos la estructura ocupacional de las distintas regiones rurales, para apreciar en qué grado se han desarrollado las ocupaciones no agrarias en cada una de ellas. Para este análisis utilizaremos los datos de la última Encuesta de Hogares Rurales2 realizada a fines de 2000 por el Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca, la cual se diferencia de la Encuesta Continua de Hogares3 realizada por el Instituto Nacional de Estadística.
De acuerdo con la información relevada en el año 2000,en el Cuadro 1 podemos apreciar que el 60,8% de los ocupados de la PEA del territorio rural uruguayo trabaja en el sector primario, el 10,9% en el sector secundario y el 28,3% en el terciario.

Cuadro 1. Distribución de las ramas de la producción en el Uruguay

Fuente: Encuesta de Hogares Rurales, MGAP, 2000, y Encuesta Nacional de hogares ampliada, INE, 2006.

La información nos indica con nitidez la importancia de la ocupación noagraria en el conjunto del país rural. Un 39% de las ocupaciones para la población rural se genera en sectores distintos al sector que tradicionalmente se pensaba como única fuente de creación de empleo en estos territorios. Este primer hallazgo nos indicaría la posible relevancia y pertinencia del enfoque propuesto por la corriente de la nueva ruralidad para entender buena parte de la dinámica y de los desafíos de estos territorios. Posteriormente, en el año 2006, en la Encuesta Nacional de Hogares Ampliados (en adelante ENHA) se posibilitó incorporar en el estudio a los hogares de las localidades con menos de 5000 habitantes del país, y se pudo notar que la tendencia observada en el año 2000 se ha consolidado, ya que han aumentado aproximadamente 4,5% aquellas ocupaciones generadas en sectores diferentes del primario, lo que habla de un crecimiento anual de aproximadamente un 0,7% de este tipo de ocupaciones. Por lo tanto, los sectores secundarios y terciarios se presentan como generadores de ocupaciones en el territorio rural uruguayo de forma permanente, especialmente el sector terciario, el que ha creado mayor porcentaje de ocupaciones, siendo el responsable de aproximadamente el 72% del crecimiento total de ocupaciones no-agrarias en el territorio rural uruguayo.
La información indica, por un lado, la relevancia y pertinencia del enfoque propuesto de la dinámica territorial y, por otro, el de la reestructuración productiva post-fordista para entender, en buena parte, el dinamismo operado en el mercado laboral de estos territorios.
Una segunda perspectiva de análisis de esta información es la comparación con otros países, de los cuales disponemos de este tipo de información para poder ponderar la real magnitud del fenómeno. El caso más cercano es el del Estado do Rio Grande do Sul, en Brasil, donde encontramos que aproximadamente el 70% de la PEA rural desarrollaba tareas en el sector primario, el 11,5% en el sector secundario y el 18,5% en el sector terciario, estos datos según Schneider (2001). Por lo tanto, Uruguay presenta un porcentaje algo mayor de actividades no-agrarias que la región sur de Brasil, pero su peso no parece presentar una dispersión importante en torno a esa región vecina. En tanto para el conjunto de Brasil rural, las actividades no-agrarias representan un 23% del total de la PEA, mostrando diferencias importantes con respecto a nuestro país.
La heterogeneidad del país norteño no permite afirmar sobre las características que llevan a esa diferencia, ya que este porcentaje también varía significativamente para las cinco grandes regiones de Brasil (Graziano da Silva y Del Grossi, 1998).
Si comparamos con los países en desarrollo vemos, en cambio, que el porcentaje es bastante superior. En los países europeos, el porcentaje de actividades agrícolas de las regiones rurales4 es sensiblemente inferior al que se registra en nuestro país. Los porcentajes mayores los encontramos en los países del sur de Europa, como España y Portugal, con un 25% y 23% respectivamente, reduciéndose ya su peso en Italia a un 16%, y Francia alcanza solamente un 11% (Schneider, 2001). La comparación con estos países del Viejo Continente nos indicaría que nuestra situación dista mucho de la que ha generado el debate sobre la nueva ruralidad, por lo que desde ya se advierte que hay que ser muy cauteloso en la utilización de estas conceptualizaciones para interpretar nuestras realidades en Latinoamérica. De hecho, se constata que la relación entre ocupación agraria y no-agraria entre los dos continentes es casi la inversa. Mientras aquí tenemos un claro predominio de las actividades agrícolas, la generación del empleo en Europa de este sector alcanza a representar, en los países de mayor peso, tan sólo una cuarta parte de los empleos de los territorios rurales.
En términos de la evolución de este fenómeno en las últimas décadas en el país es muy poca la información con que se cuenta. La única fuente confiable y posible para establecer una comparación data de principios de la década de los 60 (CINAM-CLAEH). En este estudio se indica que las actividades noagrarias representaban a esa fecha un 25% de la ocupación de las regiones rurales. Las cuatro décadas transcurridas desde ese registro indican un lento crecimiento de este fenómeno, vinculado principalmente a la acción de las políticas públicas de desarrollo urbano en las localidades menores y no a un cambio cualitativo significativo respecto de este indicador.
Cuando se observa esta evolución para las regiones esencialmente rurales de algunos países de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico), nos encontramos que, por ejemplo, en Estados Unidos el sector primario presentaba (tomando como base 100=1980) un índice del 88%, en Francia en el sector primario el índice era del 71%, mientras que en los países mas mediterráneos, como España, el índice en el sector primario fue del 90%, Por tanto, en todos ellos se da también una tendencia paulatina al descenso de los empleos agrícolas en los territorios rurales.
Comparando con la región sur de Brasil, la evolución de las ocupaciones no-agrarias también es en el mismo sentido, pasando entre 1981 y 1997 de 19% a 27,9%. Esta variación en tres lustros es similar a la ocurrida en Uruguay entre las últimas cuatro décadas, lo que parecería indicar que en esta región de Brasil los cambios en esta materia son más acelerados.
En el Cuadro 2, pasando al análisis territorial del fenómeno, se observa el comportamiento de las cuatro grandes regiones rurales del país5 y se advierten diferencias territoriales significativas. La región norte es la que posee mayor proporción de ocupados de la PEA en el sector primario, seguida de la región centro norte, centro sur y sur, respectivamente. En tanto que para el sector secundario, la región sur presenta mayor peso proporcional, seguida de la región centro sur, centro norte y norte, respectivamente, y por último, el sector terciario presenta una situación semejante al secundario con relación a los pesos proporcionales de las regiones.

Cuadro 2. Regiones del país según ramas de la producción

Fuente: Encuesta de Hogares Rurales, MGAP, 2000

En el Cuadro 3 se puede observar el impacto en las diferentes regiones elaboradas de la dinámica de las ocupaciones no-agrarias. Se observa que, en líneas generales, las regiones mantienen la tendencia observada en el año 2000, a diferencia de la región Norte y Centro Norte, las cuales en promedio pierden un 20% de ocupaciones originadas en la rama primaria.

Cuadro 3. Regiones del país según ramas de la producción - 2006

Fuente: Encuesta Nacional de Hogares Ampliada, INE, 2006.

El crecimiento de ocupaciones de origen industrial es muy importante en las regiones últimamente mencionadas, lo que puede ser explicado por el dinamismo implementado por la agroindustria forestal, como lo es también el crecimiento de las ocupaciones de servicios, especialmente en la región Norte.
En definitiva, las regiones mantienen sus perfiles ocupacionales a nivel macro, pero con importantes cambios en los sectores de ocupaciones generadas entre las dos mediciones de esta década, impactando en la dinámica ocupacional micro de las sociedades rurales de dichas regiones. Según análisis realizados por Riella, Romero y Tubío (1999), los procesos de transformación agraria y modernización social en el Uruguay en los últimos treinta años han provocado impactos distintos en estas cuatro regiones, que pueden explicar este comportamiento diferenciado de su mercado de empleo y, en especial, sobre las ocupaciones no-agrarias.
La región Sur muestra una estructura agraria con una presencia mayoritariamente de pequeños establecimientos con base de producción familiar dedicados a rubros intensivos (frutícola, hortícola y lechería), la cual ha sido impactada por la metropolización de la ciudad de Montevideo, siendo desde este punto de vista la región rural con mayor cercanía e intercambio con el principal conglomerado urbano del país. En tanto, en la región Norte predomina el gran establecimiento de explotación ganadera extensiva, con una red urbana de ciudades intermedias muy poco desarrollada. La región Centro Sur es la base de la producción agrícola y lechera, con tierras muy fértiles y una red urbana más densa. La región Centro Norte tiene algunos cultivos extensivos, con predominancias de explotaciones ganaderas de gran porte y una red urbana de ciudades intermedias pero menos densa que la región anterior.
Según las macro características expuestas de cada región, se observa que la distribución territorial de las ocupaciones no-agrarias parece presentar una asociación importante con el grado de intensidad, distribución de la tierra y densidad de los centros urbanos cercanos.
Estos resultados indican que la pertinencia de la utilización de la nueva ruralidad no es la misma en cada región. En las regiones Centro Norte y Norte continúan predominando (con un promedio entre ambas regiones del 62%) las ocupaciones del sector primario, a pesar del crecimiento de las ocupaciones no-agrarias, generando una nueva dinámica en el mercado laboral, la cual deberá ser analizada en mayor profundidad. Ante ello, se desprende que para analizar y explicar sus problemas actuales será más pertinente usar los conceptos de la sociología de la agricultura, los que permitirían observar los procesos sociales agrarios que configuran estos territorios.
En tanto, en las regiones Centro Sur y Sur se observa un leve crecimiento de las ocupaciones primarias en el período de estudio para la región Sur y su disminución en la región Centro Sur, pero mantiene la tendencia de ser de los territorios con mayor promedio de ocupaciones no-agrarias, en el caso de la rama terciaria de un 33% y en la secundaria de un 13% para el año 2006, inclusive con aumentos de dichos promedios con relación al año 2000. Por lo cual se consideran más adecuados para el análisis de los procesos sociales que se desarrollan en dichos territorios los aportes del enfoque de la nueva ruralidad, dado que se ajustan a esta realidad social del medio rural.
En el Cuadro 4 se puede observar la información referida a los diferentes grupos etarios según las ramas de la producción. En tal sentido, se aprecia que los niños (entre 10 y 14 años) y los ancianos (mayores de 60 años) trabajarían más en comparación con el resto de los grupos etarios en el sector primario, los jóvenes (15 a 30 años) en el sector secundario y los adultos (31 a 60 años) en el sector terciario. Tal situación estaría indicando que la dimensión generacional para el análisis de las ocupaciones no-agrarias en la sociedad rural uruguaya es una categoría relevante y debe ser considerada también en sus efectos territoriales.

Cuadro 4. Grupos estarios según ramas de la población - 2000

Fuente: Encuesta de Hogares Rurales, MGAP, 2000.

Los datos a continuación presentan la situación de los diferentes grupos etarios por ramas de la producción de acuerdo con la ENHA 2006, para de esta forma realizar la comparación entre estos dos momentos del tiempo.

Cuadro 5. Grupos etarios según ramas de la producción

Fuente: Encuesta Nacional de Hogares Ampliada, INE, 2006.

Se observa, en primer lugar, que los niños que trabajan se concentran en las actividades primarias y no se detecta actividad en el resto de las ramas, diferentes hipótesis se pueden plantear al respecto, mayor control por parte del Estado, mayores estímulos por medio de políticas sociales que procuran incentivos económicos a aquellas familias que retienen a sus hijos en el sistema educativo y retrasan su ingreso o lo retiran del mercado laboral. Mientras que se mantiene como grupos que "sostienen" de mano de obra a la rama primaria a los ancianos y adultos, es de señalar que la reducción de ancianos trabajando en esta rama es mayor a la presentada por la rama en sí, es decir, mientras que los ocupados en la rama primaria pasan de ser el 61% (redondeando cifras) en el 2000 al 56%, representando un 5% menos, dicha reducción en los ancianos es de aproximadamente el 9%.
Por otra parte, se observa que la mayoría de los jóvenes se encuentran ocupados en la rama primaria, seguida por la rama terciaria, y es de señalar que el crecimiento ha sido de 4% de jóvenes ocupados en dicha rama, mientras la misma ha crecido un 3% entre el 2000 y 2006. A su vez, los adultos se ocupan mayoritariamente en la rama primaria y luego terciaria, pero en situaciones diferentes, y ha disminuido su peso en la rama primaria con relación al 2000 y crecido en la rama terciaria, pero en ambos casos con pesos porcentuales por debajo de la disminución o crecimiento porcentual de las ramas de ocupación.
Por último, los ancianos mayoritariamente se ocupan en la rama primaria prácticamente 7 de cada 10, y al analizar por ramas se aprecia que la secundaria y la terciaria la ocupan mayoritariamente jóvenes y adultos: los primeros crecen porcentualmente por encima del crecimiento de la rama terciaria y los segundos prácticamente igual al crecimiento de la rama.
Ahora, de acuerdo con los últimos datos del Censo de Población y Vivienda de 1996, se pueden evaluar las tres principales ramas de actividad en las cuales se concentra aproximadamente el 75% de la PEA agropecuaria. En este sentido, dichas ramas serían, según el orden del peso porcentual de mayor a menor: cría de ganado, aves y otros; cultivo de árboles frutales y hortalizas, y por último producción agropecuaria.
Los jóvenes rurales trabajan mayoritariamente en la rama de actividad de cría de ganado, aves y otros (32%). Le sigue la rama de cultivo de árboles frutales y hortalizas (27%) y, en tercer lugar, la rama de producción agropecuaria (16%). Mientras que los mayores de 30 años trabajan en el mismo orden de importancia pero con distintos pesos porcentuales en cada rama de actividad: en cría de ganado, aves y otros un 42%; en cultivo de árboles frutales y hortalizas un 28%, y en producción agropecuaria un 21%, totalizando un 91% de la actividad de los mayores en estas tres ramas de actividad.
En resúmen, existen tres ramas de la actividad que concentran el trabajo en el medio rural uruguayo, pero con una distribución etaria diferente: mientras que en los mayores de 30 años se concentra homogéneamente el trabajo en dichas tres ramas, entre los jóvenes existe una mayor diversificación laboral y búsqueda de trabajo por primera vez, la cual es posible estimar en aproximadamente un 15%.
Finalmente, desde la perspectiva de la construcción social del territorio, la distribución de la variable grupo etario, según el tipo de ocupación, estaría determinando posibilidades y limitantes estructurales de cada territorio. En las regiones donde predominan las actividades no-agrarias existiría una dinámica territorial que tiende a retener a los individuos jóvenes y adultos. En tanto, en las regiones donde predominan las actividades agrarias especialmente basadas en modelos de producción extensivos, la composición por edades tiene una sobre-representación de ancianos y niños, "estrangulando" su pirámide de edades justamente en aquellas de mayor productividad. Este fenómeno es sólo un ejemplo de las interrelaciones que se establecen en los territorios y conforman en conjunto el entramado de sus limitantes y oportunidades para alcanzar un desarrollo territorial socialmente sustentable. Es en estos interrelacionados procesos sociales de construcción del territorio donde pueden eventualmente surgir fenómenos vinculados a la nueva ruralidad. Pero se debe tener presente que éstos estarán originados, con diferentes grados de vinculación, a la histórica cuestión agraria de los países periféricos.

Comentarios finales

La distribución territorial de las actividades productivas de los jóvenes rurales en el Uruguay parecería presentar ciertas especificidades, dado que éstos ingresan al mercado laboral en las actividades tradicionales, como la cría de ganado, aves y otros, pero con especial énfasis en las actividades agro-exportadoras, como la producción frutícola, hortícola y forestal.
Estos jóvenes se encuentran en poblaciones con menos de 5000 habitantes, es decir, en poblaciones de entre 900 y 5000 habitantes según la información analizada, por lo que sería en estas localidades en las que los jóvenes desarrollan sus actividades donde presentarían potencialidades diferenciadas con relación a los jóvenes de mayores conglomerados humanos o de aquellos en poblaciones dispersas. Esta situación estaría planteando una reorganización social de las fronteras entre los espacios rurales y urbanos de acuerdo con su densidad poblacional. Ante lo cual, la perspectiva analítica que ofrece la construcción social del territorio posibilita considerar estas diferencias, en un supuesto "homogéneo" espacio social denominado rural.
En este sentido, se observa que los resultados nos orientan a la utilización pertinente y cuidadosa de los conceptos de la denominada nueva ruralidad, los cuales no pueden ser aplicados de la misma manera para cada territorio en cuestión, dado que algunos de ellos han logrado dinamizar su estructura productiva generando cambios en su estructura social y en la configuración de su espacio social, el cual denominamos como territorio. Y tal marco teórico es aplicable para comprender y explicar los fenómenos que allí ocurren, pero en otros territorios rurales, específicamente al Norte del Río Negro del Uruguay, los fenómenos sociales expresan otra lógica productiva, en la cual las estructuras sociales y de configuración espacial responderían adecuadamente a aquellos conceptos que tratan de los procesos sociales agrarios.
En segundo lugar se aprecia, con relación a las ocupaciones que desarrollan los jóvenes en los territorios rurales, que éstas obedecen a dinámicas territoriales asociadas con las características de los modelos productivos de los mismos, en aquellos en los cuales la modernización agraria "penetró" en mayor grado intensificando la relación capital/trabajo, y posibilitó la inserción de los jóvenes en las denominadas ocupaciones no-agrarias y como mano de obra adaptada a las exigencias post-fordistas en los emprendimientos agroindustriales y sectores productivos primarios como el citrus, el arroz, la cebada, la lechería, la forestación, en los cuales la modernización agraria se expresa en mayor grado. En estos territorios, la población juvenil tiende a ser retenida, localizada al Sur del Río Negro, mientras que al Norte el modelo de producción se caracteriza por ser extensivo (explotación ganadera, básicamente, tanto ovina como vacuna), con tendencia a la baja retención de los jóvenes y por ser éstos reposición de mano de obra. En definitiva, los jóvenes se presentan como un sector social que forma parte de la construcción social del territorio, integrando las dinámicas productivas que estructuran al territorio y caracterizan su papel en el mercado laboral rural.

Notas

1. El doble movimiento ha sido caracterizado como una situación de estancamiento dinámico, donde los sectores agroindustriales aportan el dinamismo al sector, mientras la ganadería de carne y lana mantiene su producción global estancada.

2. Dicha encuesta tiene una definición de población rural amplia, abarcando a los hogares de las localidades con menos de 5000 habitantes, es decir, un 25% de la población total que no está integrada a la Encuesta Continua de Hogares (ECH) y sobre la cual se conocía muy poco, ya que sólo se contaba para el análisis de esta población con los censos nacionales, que ocurren cada 10 años.

3. Dicha encuesta abarca a los hogares de las localidades con más de 5000 habitantes.

4. Estas comparaciones adolecen del problema de que no se cuenta con una definición estricta de regiones rurales compartida por todos los países.

5. Regiones definidas por cercanía geográfica. Norte: Departamentos de Artigas, Rivera, Cerro Largo y Salto. Centro Norte: Departamentos de Paysandú, Río Negro, Tacuarembó, Durazno y Treinta y Tres. Centro Sur: Departamentos de Soriano, Flores, Florida, Lavalleja y Rocha. Sur: Departamentos de Colonia, San José, Canelones y Maldonado.

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Recibido: 11 de Agosto de 2008
Aceptado: 15 de Septiembre de 2008

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