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La aljaba

versión On-line ISSN 1669-5704

Aljaba vol.22 no.2 Luján dic. 2018

 

ARTICULOS

SABERES, PRÁCTICAS Y CULTURA MATERIAL DE LAS MUJERES INDÍGENAS PATAGÓNICAS: LA VESTIMENTA COMO DIACRÍTICO IDENTITARIO

KNOWLEDGE, PRACTICES AND MATERIAL CULTURE OF INDIGENOUS PATAGONIAN WOMEN: CLOTHING AS DIACRITIC IDENTITY 

Fernández, Mabel

CIAFIC (CONICET)-FCH (UNLPam)

-Depto Cs Sociales (UNLu)

Guillermo, Ailín

FFyL-UBA


Resumen

En este trabajo nos enfocaremos en el atuendo de las mujeres indígenas patagónicas a través del análisis documental (textual y gráfico) y del registro material. Dado que eran ellas las que mayormente se encargaban de proveer la vestimenta, su estudio nos permitirá conocer una de las tareas que más tiempo les demandaba. Además, la manufactura, mantenimiento y uso del vestido involucra una serie de saberes, labores y objetos diversos: procedimientos técnicos relacionados con su confección, actores sociales que participaban en las distintas etapas de la misma, aprovisionamiento de las materias primas necesarias, artefactos involucrados, espacios y tiempos donde se desarrollaban las actividades, conocimientos requeridos, destinatarios del producto final, trasmisión de los saberes,  distinciones etarias, sexuales y de jerarquías sociales y singularidades que hacían de la vestimenta el registro material y visual de la pertenencia e identidad étnicas. Nuestro objetivo en este trabajo es señalar algunas de estas características del vestido, especialmente esta última, y examinar el registro material potencialmente atribuible a las actividades relacionadas con su preparación, uso y descarte.

Palabras claves: Patagonia-Mujeres indígenas-Vestido-Identidad  

Abstract

In this work we will focus on the attire of the indigenous Patagonian women through documentary analysis (textual and graphic) and material record. Since it is the women who provide the clothes, their study will allow us to know one of the tasks that most demanded them. In addition, the manufacture, maintenance, and use of clothing involves a series of knowledge, tasks and various objects: technical procedures related to their production, social actors involved, provision of necessary raw materials, artifacts involved, spaces and times where the activities were developed, knowledge required, destination of the final product, knowledge transmission; age, sexual and social distinctions, and singularities that made the clothing the material and visual register of ethnic identity.  Our objective in this work is to point out some of these characteristics of clothing, especially the latter, and examine the material record potentially attributable to the activities related to its preparation, use and disposal.

Keywords: Patagonia-Indigenous women-Dress-Identity


 

1. Introducción

En este trabajo analizaremos la vestimenta de las mujeres indígenas patagónicas desde el punto de vista material y, además, como probable identificador de estatus social y pertenencia étnica. Desde la primera perspectiva, nos enfocaremos en la cadena de procedimientos relacionados con su confección, indicando quiénes son los actores sociales involucrados en esta actividad y cuáles los espacios seleccionados para realizarla; su uso, tanto en la vida cotidiana como en situaciones especiales y, finalmente, su descarte. A partir de estas observaciones nos planteamos generar expectativas dirigidas a identificar del registro arqueológico asociado con estas prácticas, sus posibles autores y los espacios donde pudieron desarrollarse. Este planteo nos lleva a utilizar la información procedente de dos tipos de fuentes: documental y material. La primera abarca tanto los escritos como las imágenes producidos por viajeros, funcionarios, sacerdotes, militares, etc., durante la conquista y colonización del territorio pampeano-patagónico, como así también los estudios etnográficos recientes que registran la memoria de las comunidades originarias a través de relatos, historias de vida o entrevistas, que enfocaremos desde una perspectiva etnosociológica (Bertaux, 1997). Estos dos tipos de documentos, que conforman los registros de viajeros, deben tomarse con recaudo ya que, generalmente, están permeados por el pensamiento eurocéntrico y masculino y, en el caso de las imágenes, por las convenciones compositivas que regían la toma fotográfica.

2. Una primera distinción: "pellejos" y "vestidos"

Los documentos escritos que mencionan la vestimenta indígena señalan una primera distinción entre "indios vestidos", haciendo referencia a aquellos que usaban ropa formal, normalmente tejida, y los que se cubrían con "pellejos". Esta diferenciación tenía carácter étnico-identitario y se vinculaba con los grupos denominados araucanos, aucas o mapuches y los tehuelches, respectivamente. Los primeros ubicados en ambas vertientes de la cordillera andina y los segundos en el sector oriental. Esta contraposición aparece muy tempranamente, como lo testimonian las declaraciones de los testigos que acompañaron a Hernando Arias de Saavedra en su entrada en busca de los Césares, entre 1604 y 1605 (Leviller, 1917), y en la posterior expedición de su yerno, Gerónimo L. de Cabrera (2000). Si bien los tehuelches incorporaron las técnicas textiles y el uso de adornos metálicos, una interlocutora indígena, Agustina Kilchamall, señal que los "dibujos" utilizados en los tejidos difieren de aquellos aplicados a los quillangos y apunta que la adopción del tejido se debe, en parte, a la mayor disponibilidad de lanas de guanaco y de oveja frente a la escasez de cueros en momentos en que comenzaron a parcelarse las tierras en el territorio sur (Millán de Palavecino en Corcuera, 2017).

A pesar de los cambios arriba mencionados, la distinción entre ropa tejida y de cuero continúa vigente en la segunda mitad del siglo XIX. Guillermo Cox, marino y cirujano inglés radicado en Chile, en su relato de la vestimenta de las mujeres de los toldos de Huincahual (que identifica como mapuche) apunta:

"La india en su tierna edad, anda vestida en invierno con una pequeña huaralca; en verano con dos mantitas; mas grandes, a la edad de diez a doce años, llevan el vestido común a todas las mujeres. Consta de una manta de lana gruesa o paño que se ata al hombro izquierdo con una aguja, dejando los brazos libres; las dos extremidades vienen a juntarse atrás. El pecho cubierto; otra manta tapa las espaldas, i atada adelante por un alfiler mui grueso adornado jeneralmente de un gran círculo de plata. Otras veces es una bolita que tiene como siete u ocho centímetros de rádio. Los pendientes de las orejas son de plata asi como el cabo del alfiler, i consisten en una planchita cuadrada hasta de diez cm algunas veces. Un alambre de plata semi-circular los sujetaba a las orejas. Su coquetería es tener bonitas pulseras en los tobillos y muñecas hileras de dedales de colores pendientes de la aguja. Peinan sus cabellos en forma de trenzas..."

"Las mujeres Tehuelches solo usan cueros de guanaco como vestido pero con los mismos adornos de las otras." (Cox, 1863: 162)

La capa que se sujeta al hombro es el küpan, kepan o quetpàm, la segunda manta es la ikülla, iculla o iquila, el "alfiler" es el denominado tupu y los pendientes, el chawai.

En el mismo sentido, George Musters, marino y explorador inglés que realizó una travesía por Patagonia entre 1869 y 1870, señala lo siguiente sobre la vestimenta de las mujeres tehuelches:

"El traje de las mujeres consiste en una manta parecida a la de los hombres, pero sujeta a la garganta con un gran alfiler de plata provisto de un ancho disco, o con un clavo o una espina, según sea el grado de riqueza o pobreza de la portadora, y debajo de eso, un bata de percal o tela liviana, que baja desde los hombros hasta el tobillo. Cuando viajan [las mujeres] se ajustan la manta con un ancho cinturón adornado con cuentas azules y tachones de plata o bronce." (Musters, 1964: 240).

La referencia al uso de pellejos alude a los quillangos, capas o mantos de uso generalizado entre los indígenas de Patagonia (Claraz, 1988; Cox 1863; Dixie, 1998; Hilger, 1957; Lista, 2006; Machón, 2013; Morgan, 1976; Musters, 1964; Pigafetta, 1922; Schmid, 1964; A. de Viedma, 1972) llamados gütrruj por los Gününa Küne (tehuelches septentrionales) y kay por los Aóni-kénk (tehuelches meridionales).

Varias fotografías ilustran la preparación y el uso de capas (Fig. 1), como algunas de las tomas realizadas por el fotógrafo Federico Kohlmann, austríaco que llegó a Argentina en 1820 (Biblioteca Nacional, Colección Vistas de la República Argentina: Tomo VIII) o las publicadas por Hatcher en el informe de la Universidad de Princeton (1903).

 

Figura 1. Mujeres tehuelches pintando en el suelo cueros de guanaco, 1895. Original Biblioteca Popular Agustín Álvarez, Trelew.

 

Las relaciones con la sociedades colonial e hispano criolla abrieron un abanico de opciones para la vestimenta, como el uso de telas industriales, incluso de prendas confeccionadas. Francisco Machón (2013) señala, para fines del siglo XIX, que los indígenas patagónicos habían adoptado el traje del gaucho argentino. Sin embargo, se mantuvo el laboreo del cuero para la manufactura de capas. Silvana "Paten" Chapalala (Pati), en su historia de vida, describe la forma en que se vestían y cómo ésta fue variando:

"El vestuario de antes era una pollera larga abajo, como era la enagua de manga corta, finita, entera cerrada en el cuello, pero finita... después la otra pollera gruesa arriba y encima el vestido entero de mangas largas bien cerradito los puños largos hasta los pies... el vestido arriba y después recién el rebozo o "chamal" largo como el quillango... son dos... uno fino abajo prendido con prendedor chiquito y el otro que va arriba con piel o telas gruesas o tejidos de lana abrochado con prendedor grueso... pullover nada... o sea la enagua entera hasta los pies... encima el vestido de algodón lo hacían con telar o si no, cuando pasaba algún mercachifle con caballo, compraban la tela y después rebozo más fino y otro más grueso... (en Aguerre 2000: 69).

A pesar de ello, el diseño mantiene ciertas pautas, como el hecho de ser cerrado: ".nosotros no conocimos nunca el escote, era todo cerradito hasta arriba, y las mangas hasta acá..." (en Aguerre, 2000: 68). Esta afirmación coincide con los relatos de algunos viajeros que mencionan el recato con las mujeres indígenas se vestían y el cuidado que tenían en no mostrar su cuerpo (A. de Viedma, 1972; Antonio Pineda en Priegue, 1971).

En lo que sigue, nos referiremos especialmente al trabajo del cuero.

 

3. La preparación de las prendas

 

¿Quiénes las elaboraban?

Según los datos documentales y las prácticas registradas en sociedades originarias actuales, son las mujeres quienes mayormente se ocupan de elaborar los atuendos (Coan, 2006; Cox, 1863; Dixie, 1998; Hatcher, 1903; Hilger, 1957; Lista, 2006; Musters, 1964) tanto para ellas como para todos los miembros de su grupo social. Machón (2013) apunta que la mujer casada era quien confeccionaba el abrigo de su marido, mientras que los solteros debían pagar por él. Estas labores formarían parte de lo que González Marcén y Picazo i Gurina denominan actividades de mantenimiento (2005: 143).

Tan relevante era el trabajo del cuero para la confección de mantas que George Musters lo considera "La ocupación más importante de las mujeres en el campamento." (1964: 246). Cuando en 1870 la partida del cacique Orkeke llega al paradero Henno, Musters declara que ". todas las mujeres trabajaban activamente en la tarea de fabricar mantas ..." (1964: 223).

Coincidentemente, los datos etnográficos y las historias de vida de interlocutoras[1]  indígenas como Pati (en Aguerre, 2000) y Luisa Pascual (en Priegue, 2007), señalan a las mujeres como las responsables de estas tareas. Aunque el "cuereo", según la primera de ellas, era una actividad de la que todos participaban, el trabajo "fino" de confeccionar el quillango era exclusivamente femenino: ".después que se hacía mujercita se le daba la tarea, se le enseñaba a que lo raspara bien finito...finito...que lo curtieran para aprender y cortar los cueros para quillango..." (en Aguerre, 2000: 79). Carmen Carminatti, de la reserva de Camusu Aike, indica como tareas propias de las mujeres el raspar, sobar y coser los cueros y confeccionar y pintar las capas (en Fernández Garay y Hernández, 2006).

Sergio Caviglia, en un estudio pormenorizado de las capas, registra que son elaboradas por las mujeres, las "caperas", que trabajaban grupalmente. Esta tarea en conjunto refuerza, según el autor, la transmisión de conocimientos y los vínculos etarios (Caviglia, 2002 y 2010).

En cuanto a los textiles, también habrían sido obra de las mujeres. Cuando Musters se encuentra en los toldos de Inacayal, se refiere a un indio pampa, llamado Grabino, como ".un mozo bien parecido, aseadamente vestido con ponchos hechos, según me dijo, por su mujer." (1964:309). Esta prenda, de origen prehispánico, es mencionada en las crónicas desde el siglo XVI pero tiene su mayor difusión a partir de los siglos XVIII y XIX (Corcuera, 2017: 33-34), destacándose como portadora de identidades regionales (ibíd. 37).

Haciendo referencia a las tehuelches meridionales, Musters afirma que "Las mujeres además de hacer mantas, tejen las vinchas para la cabeza a que me he referido ya, con hilo de telas deshiladas obtenidas por trueque en las colonias, o de sus vecinos araucanos." (1964: 247-48).

No hay dudas de que eran las mujeres las principales encargadas de confeccionar los mantos de piel y los tejidos e incluso quienes los comercializaban, ya que en ambos casos  no solo se hacían para consumo interno sino para el intercambio interétnico (De la Cruz, 1836; D'Orbigny, 1999; García 1836; Musters, 1964; Outes, 1917; Poeppig, 1960; Vignati, 1953). Sin embargo, entre los ranqueles algunos hombres podían participar en las tareas relacionadas con la producción de textiles (García y de los Reyes, 1836).

 

¿Cómo se trabajaban las pieles?

El curtido del cuero es una de las actividades que más frecuentemente se asocia con las mujeres. Con ellos confeccionaban su vestimenta y los toldos, valiéndose de raspadores, de punzones y de agujas (Claraz, 1988; Coan, 2006; Cox, 1863; Harrington, 1943; Hatcher, 1903; Lista, 2006; Machón, 2013; Onelli, 1904).

Musters nos brinda una descripción detallada de este trabajo (1964:246-247):

"La ocupación más importante de las mujeres en el campamento era la fabricación de mantas de piel, trabajo que merece una descripción detallada. Se empieza por sacar al sol las pieles, estaqueándolas con espinas de algarrobo. Una vez secas, se las recoge para rascarlas con un pedazo de pedernal, ágata, obsidiana, o vidrio a veces, asegurado en una rama encorvada naturalmente de modo que forma un mango. Luego se le unta de grasa o hígado hecho pulpa, y después se las ablanda a mano hasta hacerlas completamente flexibles; entonces se las tiende en el suelo, se las corta en pedazos con un cuchillo pequeño muy afilado, haciendo muescas para ensamblarlas unas con otras a fin de dar más fuerza a la costura, y se las distribuye entre cuatro o seis mujeres armadas de las correspondientes agujas y hebras de hilo, que consisten en punzones hechos de clavos aguzados y en tendones secos extraidos del lomo del guanaco adulto. Cuando la manta es grande no se le cose todo de una vez; así que la mitad está concluida, se la estaquilla y se le aplica la pintura, de la manera siguiente: se humedece un poco la superficie; luego, cada una de las mujeres toma una pastilla, o pedazo de ocre colorado, si éste va a ser el color del fondo, y mojándola  aplican la pintura con gran cuidado. Una vez terminado el fondo, se pinta con la mayor precisión el dibujo de motitas negras y rayas azules y amarillas, en lo que las mujeres trabajan todo el día con la perseverancia más asidua. Concluido esto, se pone a secar la piel durante una noche, y se termina debidamente la otra mitad y las alas, que sirven de mangas; después junta todo, y una vez terminado el trabajo, la piel presenta una superficie compacta."

Coincidentemente, Hatcher (1903) describe un procedimiento similar para la pintura de las capas. Las mujeres usaban tierras minerales con las que se impregnaban pinceles hechos con lana enrollada. Por medio de ellos transferían los colores (verde, amarillo y rojo) humedeciéndolos con saliva. Trabajaban sin ningún patrón y cuando las piezas de cuero se unían, encajaban perfectamente.

Además de las mantas de guanaco se mencionan las confeccionadas con pieles de zorro, puma, gato montés, carpincho y zorrino (Hatcher, 1903; Machón, 2013; Musters, 1964; Schmid, 1964). A estos animales se agregan el cuis (Machón, 2013) y la liebre patagónica (Musters, 1964; Schmid, 1964) y el ñandú (Hatcher, 1903; Musters, 1964). Annie Brassey (1881) apunta que la manufactura de capas de plumas era una tarea femenina.

Entre los elementos frecuentemente asociados con el trabajo del cuero se mencionan: dos tipos de raspadores (pedernal, ágata, obsidiana, vidrio), espinas de algarrobo o estacas, grasas, leznas de madera o de hueso, cuchillos, agujas, punzones de hueso o  de clavos de hierro, tendones, pigmentos (rojo, negro, amarillo, verde, azul), lápices de pintura o pastillas de ocre y pinceles de lana.

Posiblemente fueran las mismas mujeres quienes confeccionaran los raspadores, según se desprende del relato de Musters (1964:142).[2]

Según Hatcher, las mujeres raspaban los cueros usando raspadores de piedra o de vidrio enmangados en madera o asta. Se valían de un cuchillo para cortarlos y de leznas de madera o de hueso para coserlos. Esta actividad puede observarse en una de las figuras que reproduce (1903: foto 41).

Esta información concuerda con los datos precedentes de las historias de vida de informantes tehuelches. Pati relata el procedimiento para preparar cueros y la confección y el uso de dos tipos de raspadores, uno para el trabajo más grueso y otro para el fino (en Aguerre, 2000). Del mismo modo lo hace Luisa Pascual, si bien en este caso los raspadores referidos son de vidrio (en Priegue, 2007). Interlocutoras de la reserva de Camusu Aike hablan sobre al trabajo de cuero. Carmen Carminati y Ana Montenegro se quejan por la dificultad que tienen para conseguir pinturas para las capas, especialmente el verde (en Fernández Garay y Hernández, 2006: 205).

Asimismo, Musters señala que la provisión de pinturas era tarea femenina (1964: 145).

Pati relata cómo se preparaban y usaban las pinturas:

"Se hace como un lápiz, como una tiza... Se amasa bien la masa, el barro del color que uno quiere... Y se pinta... Se humedece el cuero, a usted le voy a decir, pero me lo han preguntado mucho, se humedece el cuero." (en Aguerre, 2000: 83).

Los tejidos se empelaban para la confección de ropa y de mantas, mientras que los hilos de lana eran usaban como adorno, por ejemplo, entrelazados en los sombreros de junco que usaban las mujeres (D' Orbigny, 1999; Lista, 2006). Se utilizaban lana de oveja o pelo de guanaco (Aguerre, 2000; Coan, 2006). El hilado se realizaba con un huso de mano (Avendaño, 2000; Coan, 2006; Guinnard, 2006), que consistía en una varilla de madera con un peso de piedra redondo y horadado (Zeballos, 1960; D' Orbigny, 1999). Para el tejido se usaron distintos tipos de telares cuya descripción excede los límites de este trabajo.

 

¿Dónde se realizaban las tareas?

El ámbito doméstico fue el espacio utilizado por las mujeres tehuelches para realizar las tareas relacionadas con la preparación de los cueros. Los campamentos, y más precisamente los toldos, eran los lugares donde se desarrollaban estas y otras múltiples actividades. Así lo expresa Musters (1964: 274) "... volvía a nuestro campamento cuando me llamaron a un toldo donde estaban sentadas cuatro mujeres cosiendo mantas." 

Dos décadas después, en mayo 1892, Machón llega al Nahuel Huapi y allí encuentra a una "encantadora india araucana", instalada en el suelo de la entrada de su choza terminado un manto de guanaco (2013: 82).

Pati es mucho más explícita en cuanto a los lugares y momentos en que se realizaban estas tareas. Según su relato, los preparativos para trabajar los cueros se hacían por la mañana, al igual que el aprestamiento de los telares, en el toldo de su abuela, que era el más grande, ya que todos participaban de estas tareas previas. Los trabajos se realizaban en torno al único fogón dispuesto en el lugar y luego cada una se retiraba a terminar el trabajo a sus respectivos toldos. Era la abuela quien dirigía los trabajos y les enseñaba. Una mención similar, sobre una mujer que ordena las tareas, la debemos a Musters, que relata cómo un grupo de mujeres "capitaneadas" por la señora del cacique Orkeke, ".se ocupaban en cortar y coser mantas de guanaco, en tejer vinchas y en charlar." (1964: 120).

Según Pati, en el toldo grande se ocupaban de ". cortar cueros... raspar cueros. Después de la raspada de cueros, la estirada de la lana del guanaco, escarmelar la lana, estirar la lana antes de hilarla para que salga la tierra. Y eso son todos los trabajos que se hacen ahí en el toldo de la abuela. De ahí ya sale todo preparado para que vayan las costureras a costurar cada una a su toldito..." (en Aguerre, 2000: 65).

Además, informa en qué épocas del año se aprovisionaban de pieles y confeccionaban los quillangos. En invierno se cazaba para comer, ya que en esa estación el guanaco está "muy chilludo y no sirve para nada", sus pieles sólo se usan para renovar los toldos, tarea que se realiza anualmente debido al desgaste que producen en los cueros el calor del sol y el de los fogones. Durante el verano se hacían los quillangos, ya que para entonces el guanco había renovado su lana (proceso que comienza durante la primavera) y estaba firme. En cambio, en el caso de leones y gatos, la caza se realizaba a partir de abril, ya que durante el verano perdían mucho pelo (Pati en Aguerre, 2000: 78-79).

El tejido se hacía en el toldo de la abuela, donde había tres telares, y el hilado se realizaba generalmente por la noche, después de comer.

 

4. El uso del vestido

Pati señala que se usaban dos tipos de quillangos, los de trabajo, con el pelo hacia afuera y confeccionados de pieles de chulengos "barbuchos" (que han dejado de mamar) y los pintados, con el pelo hacia adentro (en Aguerre, 2000: 81). Esta vestimenta no sólo servía de abrigo, llevaba una gran carga simbólica y sus diseños variaban según el sexo, la edad, el status social y la trayectoria de vida de cada persona. En palabras de Pati: "...cada persona de lo que ha sido tiene su dibujo..." (en Aguerre, 2000:83)

".cada uno tenía una clase de dibujo... el cacique tenía un solo motivo... Los del cacique eran dibujos tipo triángulos, uno no podía usar ese dibujo... uno con diferente con monedita... este cuadro nomás... este dibujo es del tehuelche más anciano que hay en la tribu... dependía de la edad... una cruz es de los más ancianos que hay en la tribu... Todos los demás, todos, tenían diferente; las mujeres redonditos y el varón joven cuadritos... cuando se dibujaba a uno le decían para quién era... yo no me puedo poner el quillango de uno nada más... no se podía cambiar el quillango; de chiquito ya se usaba el quillango, ya más o menos, la de ellos, porque ya era grande."

Entre ".los tehuelches hay muchos dibujos porque hay que distinguir el cacique, los jóvenes, los ancianos que no son caciques... después la mujer, la primera mujer y la sirvienta." (en Aguerre, 2000: 82).

La diferenciación de estatus también quedó registrada en el relato de Musters, que señala que las mujeres sujetan su capa con alfileres de plata, clavos o espinas, ".según sea el grado de riqueza o pobreza de la portadora." (1964: 240). De la misma forma, Cox reconoce a la esposa principal del cacique Paillacán "por el lujoso atavio." que portaba (1863: 86).

En cuanto a los diseños y colores, los indígenas prefieren ". el colorado con crucecitas negras y rayas longitudinales azules y amarillas por ribetes, o con un zigzag de líneas blancas, azules y coloradas." (Musters, 1964: 274).

Según Pati, el vestido habitual de las mujeres, antes de que llegaran los mercachifles que comenzaron a venderles ropa de confección, se componía de una prenda larga, de manga corta, finita, entera y cerrada en el cuello, sobre la que se usaba una pollera gruesa. Encima se colocaba el vestido de mangas largas, cerrado y largo hasta los pies. Sobre éste los chamales o rebozos, uno fino abajo, prendido con un prendedor pequeño, y el otro arriba hecho de piel o telas gruesas y sujeto con prendedor más grande.  En ocasiones especiales los chamales podían llegar a ser tres (en Aguerre, 2000).

Fuera del vestido habitual, algunos datos nos permiten rastrear los atuendos que se usaban en ocasiones especiales. A modo de ejemplo incluimos las siguientes referencias:

"Usan el cabello, que es muy áspero y no muy largo, y que difícilmente iguala al de los hombres, en dos trenzas, que alargan artificialmente los días de gala, al parecer con crin de caballo tejida con cuentas azules, y cuyas puntas adornan pendientes de plata. Pero creo que esa práctica se limita a las mujeres solteras." (Musters, 1964: 238).

En caso de viajes, las mujeres ". se ajustan la manta con un ancho cinturón adornado con cuentas azules y tachones de plata o bronce." (Musters, 1964: 240).

Luisa Pascual señala que cuando estaban de luto todos usaban ropa negra, pero en realidad era el blanco el color que usaban "los antiguos": "Mi abuela siempre usó la manta -áshjen- blanca, aunque tenía otras." (en Priegue, 2007: 25). Lo mismo sostiene Pati en cuanto al uso del blanco en señal de luto y añade que las mujeres viudas tenían "su dibujo" (en Aguerre 2000: 82). Musters menciona que cuando las personas estaban de luto no usaban los quillangos con los motivos habituales (1964: 274).

Finalmente, los dibujos pintados en las capas constituían un indicador étnico:

".los dibujos de la familia Chapalala eran todo diferentes a los de la familia Vera... todos diferentes... lo mismo si usted veía llegar a un tehuelche lo distinguía por los dibujos ... los tehuelches llevaban la misma forma de pintura pero diferente modelo...claro...porque como ser los manzaneros, sí pintaban, pero pintaban sin dibujos...pintaban los quillangos pero lisos...así no mas sin hacerles dibujos...por eso se distinguía... sólo con color... con dibujo era tehuelche... usted veía llegar a un paisano con su quillango y uno lo miraba para ver qué era..." (en Aguerre, 2000: 82).

 

5. El descarte

Entre las sociedades originarias la relación entre la persona y sus pertenencias era muy estrecha. En el caso de las capas pintadas, hemos visto que siempre eran confeccionadas para alguien en especial, por lo que parece congruente que al fallecimiento del o la propietario/a ninguna otra persona las utilizara. La práctica de enterrar al difunto con sus posesiones más valiosas (entre ellas su vestimenta) y la destrucción de otras, se ajusta con esta idea.

Antonio de Viedma, relata que para la ocasión de la muerte de la mujer del sobrino del cacique Julián, de unos 15 años, cargaron su caballo con las pertenencias de la difunta, lo mataron y luego quemaron toda su carga, incluyendo su ropa. Parientes y amigos arrojaron prendas a la hoguera. Fue enterrada por ".las viejas, a las cuales es peculiar entre ellos el oficio de sepultar." (1972: 915).

Según Pati, cuando alguien moría, fuese hombre o mujer, ".se le ponía todas las prendas, porque ya no dejaban nada... Lo de valor lo llevaban todo..." ".se envolvía en cuero y se lo dejaba, hasta que llegaban todos, uno o dos días, hasta que llegaban se lo preparaba, se lo vestía con lo de valor se lo llevaba el muerto..."  "Antes se decía "murió fulana"; las prendas se enterraban y el toldo listo se desarmaba y se quemaba..." (en Aguerre, 2000: 169-170). También menciona, al igual que Viedma, el sacrificio de animales que eran en parte consumidos en la ceremonia fúnebre y en otra depositados en la tumba (Pati en Aguerre, 2000).

Finalmente, podemos decir que existió una especie de reciclaje de las capas, ya que se menciona que las mujeres ancianas podías usar los mantos que otros descartaban y que, en ocasiones, los quillangos en desuso se utilizaban como pilchas para la cama (Pati en Aguerre, 2000).

        

6. El registro material

Muchos de los objetos relacionados con la manufactura de prendas de cuero son frecuentemente hallados en los sitios arqueológicos. Entre ellos, los raspadores son quizás los más populares entre los artefactos líticos recuperados de los yacimientos de la estepa patagónica, aunque también hemos registrado punzones y agujas de hueso. A pesar de que pudieron ser utilizados en otras actividades, consideramos que la principal función de los raspadores, al menos en la estepa, se asocia con el trabajo de las pieles (Crivelli et al., 2013).

En Casa de Piedra de Ortega (Río Negro, en adelante CPO), una cavidad que posee ocupaciones humanas de los últimos 3000 años, hemos identificado un estrato, denominado e2 (fechado en 2000±90 AP, LP-168), que podría relacionarse con algunas de las actividades mencionadas en las fuentes y asociadas con las mujeres (Fernández, 2017). En principio, el contexto se encuentra en un espacio probablemente doméstico (interior de la cueva), donde hay registro de preparación y consumo de alimentos (fogón, restos óseos de guanaco, cáscaras de huevo de ñandú, desechos y artefactos líticos). La mayor parte de los instrumentos son raspadores (36 sobre un total de 45), que incluyen un único ejemplar de obsidiana con restos de pigmento en su filo, un perforador de la misma materia prima, lascas retocadas y con rastros de uso, restos de ocre, un ejemplar casi completo de un molusco bivalvo marino (Mytilidae), valvas del molusco fluvial Diplodon sp., cuya baja frecuencia apunta a una utilización no alimentaria, un fragmento pequeño de hueso con incisiones geométricas y cuentas diversas. El conjunto artefactual estaría indicando tareas de procesamiento de alimentos y de cueros y, posiblemente, confección de adornos como cuentas de valvas (Figs. 2 y 3).

 

El carácter orgánico de los cueros y textiles limita su conservación, aun así, hemos encontrado evidencias de ambos en sitios reparados de la estepa patagónica: Casa de Piedra de Vergara (Río Negro, en adelante CPV), Cueva Epullán Grande (Neuquén, en adelante LL) y Cueva Epullán Chica (Neuquén, en adelante ECh). Los restos de CPV y parte de los de LL corresponden a contextos de inhumación, donde los difuntos se habrían enterrado con sus ropas, tal como lo señalan los documentos que referimos arriba (Figs. 4a y b).

LL es un yacimiento bajo roca con una secuencia de ocupación humana que abarca desde el Holoceno temprano hasta tiempos posthispánicos. Aquí se hallaron cueros curtidos, perforados y, en algunos casos, cosidos con tientos y con agregados de pigmento rojo. Varios de estos hallazgos se encuentran asociados con la inhumación #8. Se recuperó una manta de cueros cosidos (quillango) de guanaco que envolvía al individuo y que presentaba costuras con motivos escalonados y restos de pigmento rojo. También se hallaron trozos de cueros con incisiones finas escalonadas (Crivelli et al., 1996). Una faja tejida de color rojo con motivo dentado blanco (Perez de Micou, 1996) pasaba por encima del quillango y mantenía el cuerpo sujeto a una cuna confeccionada en cañas de Chusquea culeou (colihue).

Además de cueros y tejidos, se encontraron algunos artefactos de hueso como punzones y agujas. Por ejemplo, de los estratos más recientes de la cueva procede un punzón en astilla de diáfisis de metapodio de Lama guanicoe, cuya porción apical presenta termoalteración y brillo por fricción (Crivelli et al., 1996).

En la misma barda de la Fm. Collón Cura que aloja a LL, se encuentra ECh, una pequeña cavidad que alberga una secuencia que va desde Holoceno tardío hasta el siglo XX (Fernández et al., 2016). En este sitio se hallaron siete restos de cuero e instrumentos óseos que se encuentra actualmente en estudio.

Las evidencias de textiles son menos numerosas y, salvo el caso de la faja de LL, se reducen a restos de fibras. Un vellón e hilos de lana proceden de CPV. Como elementos de producción, podemos agregar el hallazgo de torteros o pesos de huso, confeccionados en piedra o cerámica (Vitores y Fernández, 2016). Se hallaron en LL y en Rincón Chico 2/87 (Neuquén). El ejemplar de la primera es semejante a los descriptos etnográficamente y presentes en algunas colecciones. Textiles y tortero son poshispánicos, lo que se condice con lo expresado en las referencias documentales. La excepción está representada por el peso confeccionado a partir de un tiesto reutilizado, procedente de Rincón Chico 2/87 y que tiene cronología precerámica (c. 700 AP).

Finalmente, en LL también se hallaron trozos de tela industrial, escocesa, cuyo uso se encuentra ampliamente registrado en fotografías del periodo estudiado.

 

7. Consideraciones finales

Documentos escritos e imágenes dan cuenta de una diferenciación étnica, relacionada con la vestimenta, entre aborígenes denominados tehuelches y mapuches o araucanos. Los primeros refieren tempranamente la elaboración textil en el noroeste patagónico y la difusión, primero de sus productos y luego de la técnica misma, hacia fines del siglo XVIII. También coinciden en señalar a la mujer como la encargada de confeccionar la ropa, ya sea de cuero o de lana. Los intercambios entre ambos grupos se encuentran ampliamente registrados, así como todo tipo de relaciones interétnicas.

Si bien los vestigios orgánicos son de más difícil conservación, los artefactos relacionados con la preparación de cueros son mucho más abundantes que aquellos inequívocamente vinculados con la producción textil.

Los datos analizados coinciden en señalar que una parte importante de la vida cotidiana de las mujeres indígenas estaba relacionada con el aprovisionamiento de los materiales necesarios para la confección de la vestimenta (piedra para los raspadores, pigmentos, tendones para coser, lanas, etc.) y con su producción. Estimamos que los cueros serían mayormente provistos por los hombres, quienes se ocupaban de las actividades cinegéticas, aunque no de manera exclusiva. Esta práctica también les suministraba los huesos necesarios para fabricar agujas y punzones. Estas labores no sólo les insumirían un tiempo considerable, sino que requerían de cierto entrenamiento previo.  El aprendizaje sería una parte muy importante del quehacer diario, ya que involucraba la comunicación verbal y gestual y la trasmisión de saberes no sólo técnicos sino simbólicos. Tanto los quillangos como los tejidos son portadores de signos que son compartidos en ese entramado social de las prácticas cotidianas y reproducen rasgos identitarios y de estatus social. A pesar de los cambios introducidos a partir del intercambio con la sociedad hispano criolla, la confección de las capas se mantuvo como así también la memoria de sus contenidos simbólicos.

 

Fe de erratas de fig 1,2,3 y4

 

Agradecimientos

A quienes apoyaron estas investigaciones: UBA, Conicet, ANPCyT y, actualmente, UNLu y UNLPam. A la directora y el personal de la Biblioteca Popular Agustín Álvarez por su amabilidad y colaboración.

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[1] Preferimos este término al de informante, siguiendo la propuesta de Fava (2014).

[2] En otro trabajo argumentamos que estos instrumentos no parecen haberse utilizado para hacer astiles ni arcos (Crivelli et al. 2013), tareas presuntamente masculinas.

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