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La aljaba

On-line version ISSN 1669-5704

Aljaba vol.24 no.1 Luján June 2020

 

Artículos

TRAMAR/URDIR/ANUDAR GENEALOGÍAS FEMINISTAS SITUADAS. LOS DESAFÍOS DEL ESPACIO Y EL TIEMPO

Weaving, warping, knotting situated feminist genealogies. Addressing challenges of space and time

Alejandra Ciriza1 

1FCPyS- UNCuyo INCIHUSA- CCT CONICET Mendoza

Este trabajo aborda la problemática de la construcción de genealogías feministas desde una perspectiva atenta a sus tensiones y dilemas: las desigualdades de clase, los efectos de la racialización y la ubicación espacial; pero también las que derivan de la irrupción de las jóvenes, que ha producido transformaciones ligadas a las diferencias etarias.

El abrupto crecimiento cuantitativo del movimiento y su notable visibilidad en el espacio público nos ubica ante desafíos. Por una parte el de tramar pasado y presente y recuperar la manera como otras antes que nosotras imaginaron y tejieron eso que nombraron como tramas, urdimbres, anudamientos. Desde Safina Newbery a Silvia Rivera Cusicanqui y Julieta Kirkwood. Por la otra, el de afrontar la dispersión de edades, tradiciones políticas, ubicaciones, clase social, corporalidades, identidades, en una coyuntura histórica marcada por el aumento de las desigualdades, la emergencia de múltiples identidades y el carácter crecientemente internacionalista de un movimiento que no pierde, sin embargo, su dimensión situada y anclada en lo local.

La metodología utilizada implica revisión de debates teóricos y búsquedas documentales en procura de establecer anudamientos entre pasado y presente y de relacionar los espacios en los cuales se despliegan los feminismos.

Palabras Claves: Genealogías feministas ,Experiencia política; Pasado y presente

This paper seeks to address the issues implicated in the construction of feminist genealogies. The perspective adopted incorporates several tensions and dilemmas that pervade the feminist field: those arising from class inequalities, from the effects of racialization, and from geographical locations. It also deals with new transformations as the result of the increased participation of younger generations, which have created an age gap.

Due to its recent exponential growth and increased public visibility, the feminism is facing complex challenges. On the one hand, we must bring together past and present, recalling the ways our feminist ancestors envisioned the warps and wefts and knots of the movement. We must carry out this work of weaving from Safina Newbery to Silvia Rivera Cusicanqui and Julieta Kirkwood. On the other hand, we must confront the effects of dispersions of age, political traditions, location, class, embodiment, identities, in a moment driven both by the internationalist spirit of the movement as well as its situated character, its local grounds.

Methodologically, the work is based on the revision of theoretical debates as well as on documentary searches for the connections between past and present and for the links among the different spaces where feminists are intervening.

Key words: Feminist Genealogies ,Political Experience; Past and Present

El proceso de crecimiento cuantitativo de los feminismos en los últimos años plantea una serie de interrogantes y desafíos, no sólo ligados al campo de las prácticas políticas, sino a los procesos de construcción de vínculos entre las jóvenes que se han ido incorporando al movimiento al calor del Ni una menos, de los paros internacionales de mujeres y de los últimos avatares en la lucha por el derecho al aborto, y las viejas activistas feministas fogueadas en procesos largos, muchas de ellas protagonistas y testigas del nacimiento de los Encuentros Nacionales de Mujeres, partícipes en los Encuentros Feministas Latinoamericanos y del Caribe, pioneras en las batallas por el derecho al aborto, diversas a su vez entre sí en razón de múltiples determinaciones, entre ellas la no menor de las tradiciones políticas, las desigualdades que imprimen la clase y los efectos de la racialización, la dispersión ligada a las disidencias sexuales y corporales y también las diferencias etarias, diferencias que no sólo lo son en la piel, sino en las marcas que sobre ella deja la experiencia (Williams, 2000; Thompson, 2001). También la ubicación espacial que es constitutiva de la experiencia política, incide sobre las formas organizativas y las alianzas con otros movimientos políticos y proporciona puntos de vista, horizontes y tramas relacionales situadas y precisas.

La experiencia remite, según han establecido, entre otros, los intelectuales ingleses pertenecientes al círculo de Birmingham, a comportamientos, acciones, pasiones, resistencias, sentimientos, percepciones, es decir a una gama amplísima de registros del mundo anclados a la subjetividad, pero a la vez vinculados y determinados por condiciones materiales de existencia no elegidas por lxs sujetos. Este doble registro de la experiencia hace de ella una herramienta valiosa para la interpretación de los procesos singulares y colectivos (Ciriza, 2001, Ciriza y otros, 2010).

Ante la enorme complejidad de este momento histórico es preciso atender al entramado de esas experiencias singulares y sociales procurando mirar en una dirección doble: hacia el presente con vistas a reflexionar sobre sus dilemas y desafíos; hacia el pasado a fin de recuperar hilos genealógicos que se han hecho visibles a partir de las iluminaciones que sobre ellos arrojan las condiciones del presente.

Bajo el signo de la condensación del tiempo, como le hubiese gustado pensar a Benjamin, las feministas nos hallamos ante una transformación decisiva del terreno y del movimiento. El desafío no es meramente cuantitativo, sino que remite a dilemas recurrentes en lo que al tramado de las genealogías feministas y las posibilidades de transmisión de experiencias se refiere. Esas posibilidades, que se juegan en el terreno desigual de la lucha de clases, antirracista y antipatriarcal, e incluyen la corporalidad, los rasgos fenotípicos de las personas y las significaciones sobre ellos construidas, habilitan el predominio de ciertas tradiciones sobre otras.

Este tiempo de condensación, marcado por el abrupto rejuvenecimiento y expansión del movimiento si tomamos como punto de partida las marchas de 2015, ha implicado una cierta continuidad en la presencia pública y ha abierto umbrales de visibilidad respecto de temas considerados irrelevantes hasta no hace demasiado tiempo, como el acoso callejero; o sencillamente impronunciables e incluso estigmatizantes, como el asunto del aborto.

Esa suerte de iluminación nueva modifica el tejido, sus figuras, sus anudamientos, hace visibles enlazamientos que un tiempo atrás pasaban desapercibidos, habilita nuevos tejidos, hacen firmes unas urdimbres y deshilacha otras, e incluso permite seguir algún hilo delgado y frágil que alguna vez se pensó perdido. Es el presente el que ilumina con sus tensiones y conflictos al pasado, el que nos impulsa a recuperar hilos perdidos, el que a golpe de desventuras nos hace a veces negar algún aspecto estigmatizado de nuestras genealogías (la ascendencia indígena, negra o proletaria por ejemplo; la tradición política de izquierdas, vista a menudo como incómoda o extemporánea) obligándonos a transformarnos bajo los límites y presiones que lxs vencedorxs ejercen sobre nuestras experiencias. Digo esto desde el supuesto gramsciano de que la historia de los sectores subalternos es episódica y discontinua, y la de las mujeres se halla todavía más dispersa en razón de múltiples determinaciones y de ese persistente lugar de proletarixs del proletario, por decirlo a la manera de Flora Tristán.

¿Qué efectos produce sobre la trama este momento de aceleración histórica y de enorme visibilidad y crecimiento cuantitativo?

¿Cómo hacer visibles, en un movimiento azuzado por la preocupación biopolítica la dimensión de clase, los efectos que induce esta crisis capitalista repitiendo y a la vez variando los mecanismos de la llamada acumulación originaria de capital? A saber, la acumulación por desposesión, la expropiación de bienes comunes, el avance de la mercantilización, el retorno de viejas (y la invención de nuevas) formas de extorsión de los y las trabajadoras, les trabajadores?1

¿Cómo respondemos ante esta inflexión las feministas? ¿Cómo se entrelazan nuestras demandas con las diversas posiciones ante la crisis capitalista? ¿Cómo inciden las determinaciones de clase, la racialización, la ubicación? ¿Qué herramientas de lectura nos han heredado las distintas tradiciones políticas? ¿Cuáles son, entre esas tradiciones, las que han podido formar parte de la trama actual? ¿Cuáles han sido olvidadas, cuáles resignificadas, cuáles perdidas?

Pasado y presente: de lo visible y lo invisible

La irrupción de las jóvenes se suele presentar como una suerte de salto abrupto, sorpresivo, novedoso: la revolución de las hijas, de las pibas. Masiva, desafiante, repentina. Sin antecedentes.

Y sin embargo no es tan así. Si bien la irrupción de las jóvenes implica una ruptura, presentar su ingreso al mundo de la política feminista como si hubiera sucedido en el vacío conlleva el riesgo del borramiento de la historia, como si las jóvenes hubiesen emergido sobre un terreno social y político vacío, hijas del azar y no del complejo entramado de las genealogías feministas. Esa irrupción, lejos de haber sucedido fortuitamente, en una suerte de espacio hueco, desocupado, se inscribe en una trama a la vez que la transforma.

Existe un cierto consenso que establece hitos, momentos de condensación de la temporalidad y la experiencia: el 3 de junio de 2015, a la rabiosa voz de Ni una menos, lanzada en Buenos Aires por un colectivo de periodistas, entre ellas Marta Dillon, una multitud de jóvenes inundó las calles del país, no sólo de Buenos Aires (Ni una menos, 2018); el 19 de octubre de 2016, ante el feminicidio brutal de Lucía Pérez se convocó el Primer paro nacional de mujeres (Dillon y Gago, 2018), un gesto que hizo visible la capacidad organizativa y la imaginación política de los feminismos; finalmente el año 2018 vio el avance de la ola verde ante la posibilidad, lograda tras años de combates callejeros, y también de paciente construcción en espacios institucionales, conciliábulos y cabildeos, de debatir sobre la legalización del aborto en el Congreso por primera vez en la historia argentina (Maffía et als, 2018).

El 3 de junio de 2015, el asesinato de una joven de 14 años, Chiara Páez, que estaba embarazada y fue asesinada por su novio en Rufino, provincia de Santa Fe, provocó una convocatoria a manifestarse desde el movimiento de mujeres, que venía de realizar varias marchas para pedir justicia por diferentes feminicidios. Ni una menos puso en evidencia una realidad escalofriante en Argentina: la creciente violencia contra las mujeres, disidentes corporales y sexuales basada en el odio patriarcal y misógino. De la primera marcha participaron miles de personas a lo largo y lo ancho del país. Irrumpieron allí miles de jóvenes.

Esa masividad abrió los cauces para un segundo acontecimiento, enlazado a su vez con la represión sobre la marcha final del 31 Encuentro Nacional de Mujeres que tuviera lugar pocos días antes en Rosario. El primer Paro Nacional de Mujeres, convocado para el 19 de octubre de 2016, se produjo tras el brutal feminicidio de Lucía Pérez, ocurrido en Mar del Plata, pero también de una serie de acontecimientos que la convocatoria describe:

Paro de mujeres dijimos desde #NiUnaMenos con la rabia por el femicidio de Lucía en Mar del Plata. Y en el mismo día, el odio de una madre mata a su hija lesbiana, y al día siguiente, dos adolescentes son acuchilladas en La Boca. Con los cuerpos todavía movilizados por el Encuentro Nacional de Mujeres en Rosario y con la bronca de la represión que sufrimos latente, la idea empezó a salir de las redes para convertirse en una asamblea que alojó la sede de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP). Fuimos cientos de mujeres organizadas -casi 50 organizaciones y sindicatos representados.... Y juntas decidimos parar (Nosotras paramos, 19 de octubre de 2016).

La convocatoria cerraba con una consigna que sintetizaba el llamado a parar recuperando la consigna Ni una menos, Vivas nos queremos. La asociación entre la violencia privada contra las mujeres y la violencia de las relaciones capitalistas se hizo visible de manera flagrante. La violencia contra las mujeres no es sólo un asunto de feminicidios, aunque ellos sean su manifestación más extrema, sino que atañe a la organización misma del mundo social, atravesado por relaciones de dominación y explotación que los hacen posibles. Las vidas de las mujeres y las personas feminizadas no vale nada, pues transcurren frecuentemente en espacios marginales, periféricos, devaluados.

La negativa a privatizar la violencia, la posibilidad de ubicarla en el espacio social y de ligarla a las múltiples formas desiguales de distribución de los bienes económicos, sociales y simbólicos fue permitiendo seguir el hilo que liga capitalismo, racismo, patriarcado y violencia, asociaciones que hasta no hace demasiado tiempo eran escasamente visibles, o por lo menos mucho más difíciles de anudar. En palabras de Marta Dillon y Verónica Gago:

... empezó a vincular la violencia de género con las múltiples formas de violencia que la hacen posible. De este modo nos salimos del "corset" de puras víctimas con que se nos quieren encasillar para inaugurar una palabra política que no sólo denuncia la violencia contra el cuerpo de las mujeres, sino que abre la discusión sobre otros cuerpos feminizados y, más aún, se desplaza de una única definición de violencia (siempre doméstica e íntima, por tanto recluida), para entenderla en relación a una trama de violencias económicas, institucionales, laborales, coloniales, etc. (Dillon y Gago, 2018).

Finalmente, tras años de persistente lucha e insistentes proyectos de legalización, el 14 de junio de 2018 se debatía en la cámara de diputadxs del Congreso de la Nación el proyecto de interrupción voluntaria del embarazo presentado por la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto.2 El debate entre los y las representantes fue precedido de una larga lista de oradoras, muchas de ellas reconocidas militantes por el derecho a abortar y fue acompañado por vigilias en las plazas del país. Vigilias organizadas por feministas a las que se sumaron adolescentes, e incluso niñas acompañadas por sus madres, adolescentes descubridoras del interés central que este asunto tiene para ellas, para elles. Finalmente, el 8 de agosto el proyecto fue rechazado en la cámara de senadores. El ritual de la vigilia se repitió. Al grito de "Aquí nadie se rinde", la marea verde se transformó en una metáfora persistente en los medios de comunicación. Las/les jóvenes habían llegado para quedarse. Una posibilidad nada casual pues pudieron inscribirse en una trama de organización y resistencia antipatriarcal que las albergó. Al mismo tiempo la marea se fue extendiendo por América Latina y el pañuelo se convirtió en emblema de la lucha continental por el derecho a abortar (Coordinadora feminista 8M por el derecho al aborto, 2019).

De tramas, urdimbres y nudos. Qué hilos se tejen y traman en estas luchas y de las genealogías del término

Supongamos, como hemos supuesto muchas de nosotras, que los feminismos constituyen una suerte de trama, una tramadesigual, con hilos largos y fuertes que la atraviesan de norte a sur, de este a oeste. Supongamos, al mismo tiempo, que esas tramas tienen no sólo distintas densidades, sino discontinuidades, tramas de hilos tensos que corren en direcciones contrapuestas, hilos fuertemente visibles yhebras apenas perceptibles.

La irrupción de las/lesjóvenes y la continuidad en las callesha generado una suerte de inversión del mapa: las iniciativasinternacionalistas parten de los sures movilizando en contra de la violencia patriarcal, generalizando en el continente la lucha por el derecho al aborto, agitando las banderas deparos internacionales que ligan violencia corporal y emocional y explotación laboral.

Tratar de iluminar el revés de las tramas, recuperar hilos perdidos tal vez sea importante en este momento de condensación, de desplazamientos espaciales de las iniciativas internacionalistas, de masivización de los feminismos en los sures en un tiempo marcado por una nueva iniciativa privatizadora del capital bajo su forma de capital financiero.

En la urdimbre de los feminismos las tramas se hacende hilos contrapuestos.

La noción misma reconoce una genealogía larga en los debates de las feministas del sur. A partir de las ideas de quienes la utilizaron antes que nosotras podemos ir anudando sentidos, como hubiese querido Julieta Kirkwoood, para quien las tramas feministas son lugares en los cuales anudan tensiones derivadas del "estar juntas entre mujeres" (Kirkwood, 1983, p.10), un acto que, en su perspectiva, modificaba saberes y prácticas. La socióloga y feminista chilena lo señalaba a propósito de esa experiencia, inaugural para ella y para muchas latinoamericanas, de transitar entre mujeres durante el segundo EFLAC que tuviera lugar en Lima en 1983.3

En los inicios del interés por el ecofeminismo y la teología feminista Safina Newbery4 dio en llamar la "urdimbre de Aquehua" (1993) a la trama que tejeríamos las mujeres ante el deterioro del tejido social debido al impacto de las políticas neoliberales en los años 90. Newbery traía a colación la idea de una urdimbre y señalaba la necesidad de recobrar los saberes de las mujeres con vistas a la reparación del tejido social, a la vez que recuperaba como símbolo a la diosa solar toba Aquehua.

Aquehua, cuyo mito tal vez sea preciso relatar, recorre el cielo iluminando a los seres humanos. Es hermana de las mujeres de la tierra, seres que habitaban como ella el firmamento y descendían del cielo a comer. Las cuerdas que les permitían retornar fueron cortadas, de manera fortuita, por los varones que habitaban la tierra. Esos varones pre-humanos caminaban en cuatro patas y estaban cubiertos de pelo. Producto de su unión con las mujeres del cielo es la raza humana. Con Aquehua, en el cielo, viven el Jaguar y el viejo hombre luna con su panza redonda y brillante (La Urdimbre de Aquehua, 1993). No deja deconstituir un asunto a pensar ese temprano interés por recuperar, para nombrarnos e incitarnos a lo colectivo, un mito solar toba. Lxs tobas son un grupo racializado de cazadores-recolectores acorralados por la expansión de la frontera agrícola. Otrora para el cultivo de algodón, hoy paratransgénicos. Esa presión sobre su territorio ha determinado que muchxs integrantes del grupo hayan migrado hacia la periferia de las grandes ciudades. Elegir para nombrarse un grupo racializado, acorralado y perseguido no deja de ser una marca de nuestro pasado feminista que se hace necesario escuchar.

De modo que, como bien percibía Julieta Kirkwood, el estar juntas genera nudos y tensiones, o por decirlo a la manera de Rivera Cusicanqui, los tejidos que resultan son chexes, lugares donde se tejen urdimbres y dibujos en los cuales la contraposición es visible, como lo es el carácter contencioso de nuestras genealogías (Rivera Cusicanqui, 2010).

Supongamos que esas tramas no están terminadas, sino que miles de manos tejedoras tensan, anudan, cortan, dibujan, y lo hacen desde ubicaciones diversas. ¿Qué es posible visualizar, bajo la iluminación de la presencia de las jóvenxs, en la trama de los feminismos bajo las actuales condiciones de existencia?

La marea de jóvenes en lucha por el aborto legal, la contundencia de la violencia segadora de las vidas de miles de mujeres y disidentes corporales y sexuales, el paro internacional, el Ni una menos, hacen visibles algunos aspectos de la trama a la vez que operan como reveladores de tensiones: entre les jóvenes urbanas deseosas de experimentación corporal y sexual y las campesinas fogueadas en la defensa del territorio que se autoidentifican como mujeres; entre las jóvenes feministas vinculadas a los partidos de izquierda, que han logrado poner en cuestión los privilegios de los patriarcas de esos partidos evidenciando ante los ojos de todes los abusos y los acosos, la misoginia y el heterosexismo y las que se regocijan ante el discurso de la diputada Lospennato (2018), integrante del partido del orden que gobierna y somete a todas y todos a hambreo y persecución, pero que argumenta sobre la importancia de la lucha por el derecho a elegir libremente sobre el propio cuerpo; entre las mujeres racializadas, muchas de ellas abiertamente antifeministasy las feministas de clase media, educadas en la naturalización del racismo y la mirada colonial.

De manera evidente esas tensiones rompen tramas en la organización del Encuentro, Nacional para algunas, Plurinacional para otras, que tuvo lugar en La Plata en octubre de 2019.

De manera no casual el asunto de la plurinacionalidad se hizo visible en Trelew. Cuando las mapuches organizadas en defensa del territorio demandaron por el reconocimiento de la plurinacionalidad en razón de la pre-existencia de sus pueblos respecto del Estado-nación argentino, un Estado edificado sobre el genocidio y el exterminio. El debate, aun sin saldar, muestra una de las roturas más profundas de la urdimbre, del mismo modo, aunque los cortes tengan otros sentidos, que la cuestión de la crítica al binarismo, el heterosexismo y sus efectos sobre las vidas de las gentes.

Trelew fue, en ese sentido, un espacio-tiempo de precipitación, de rotura y recuperación de hilos rotos, de evidencia de la no blanquitud del territorio que habitamos, de sus desigualdades, de las marcas del pasado político en el suelo. Trelew es el sitio de una masacre emblemática, la del 22 de agosto de 1972, que tras la fuga de 6 combatientes de organizaciones armadas, se cobró la vida de otros 16 de los 19 que no alcanzaron a fugar y fueron detenidos en la Base Almirante Zar. Lxs tres sobrevivientes, María Antonia Berger (Montoneros), René Haidar y Alberto Camps (Fuerzas Armadas Revolucionarias) relatarían los sucesos al poeta, guerrillero y militante de las FAR y más tarde de Montoneros, Francisco Urondo.

Si las relaciones, experiencias y acontecimientos producen condensaciones témporo-espaciales que a su vez iluminan las tramas en las que nos hallamos implicadas, algo semejante sucedió ante la propuesta de responder con un paro, inicialmente nacional y luego internacionalizado, a la violencia machista. Si para muchas de nosotras la propuesta ponía de manifiesto el nudo entre violencia patriarcal y violencia capitalista, para otras constituía un acto de atropello a su condición de colonizadas y racializadas.

Yuderkys Espinosa escribió con ocasión del 8 de marzo de 2017 un texto de denuncia ante lo que ella leía como una iniciativa racista, una tentativa de borrar a negras e indias del horizonte utilizando métodos de lucha propios de la clase obrera europea (Espinosa, 2017). Lo llamativo es que el texto iba acompañado de las firmas de muchas mujeres privilegiadas, algunas de ellas no sólo blanqueadas o mestizas sino blancas, hegemónicas en la academia "descolonial" del norte, habitantes del centro, como María Lugones y Jules Falquet, o como Catherine Walsh, que vive en Quito, pero forma parte del grupo de afinidad de descoloniales "a la Mignolo", todo lo cual, al menos en mi perspectiva, no deja de ser motivo de desconcierto.

El asunto del paro a la vez que fue un espacio de condensación que permitió visibilizar los nexos entre violencia feminicida y capitalismo, provocó una rotura, o tal vez sólo la hizo evidente. Las voceras del pensamiento descolonial (o muchas de ellas) construyen su perspectiva apelando a la insistente transformación del problema de la colonización en un asunto de "saberes y epistemicidios", de "colonialidad del poder y del saber", de racialización e identidades, de imposición de la "racionalidad moderna", como si ella fuera el producto exclusivo de Europa, y no de la relación de explotación, extorsión, genocidio y racialización que produjo la acumulación originaria de capital en beneficio de esa pequeña península de Asia que vino a llamarse Europa.

Los europeos, varones, blancos, letrados, imaginaron una historia universal a su medida. Una historia que sólo fue posible imaginar a partir de la rapiña y colonización del territorio que nominaron América autoasignándose su "descubrimiento", de la rapiña y colonización de Asia, del secuestro y el sometimiento a esclavitud de miles de seres humanos que pasaron a ser considerados "negros".

El papel diferente asignado a la racionalidad moderna y al capitalismo es la clave de bóveda de las diferencias (y disidencias) en las interpretaciones. También el lugar asignado a la historia, que a menudo se traduce en simplificaciones por las cuales las guerras de independencia, libradas contra el colonialismo español, son equivalentes a la fundación de las repúblicas, a partir de mediados del siglo XIX, durante el ciclo descendente del proceso revolucionario a nivel continental.

Sin polemizar con la interpretación de Espinosa, ni discutir en detalles una tradición tan subalterna como la mía, que por añadidura sólo conozco parcial y fragmentariamente, señalo la hondura del desgarro a la vez que la necesidad de escuchar sus palabras y su rabia por siglos de silencio y de expolio.

Mientras para muchas de nosotras el paro es una herramienta, para otras (que somos parcialmente nosotras) el paro no es otra cosa que la evidencia del privilegio de las trabajadoras blancas ocupadas sobre las trabajadoras racializadas desocupadas, o sobre trabajadoras domésticas, o trabajadoras de la reproducción y el cuidado, como lo somos por otra parte muchas de nosotras, ocupadas o desocupadas en términos formales.

Las marxistas, o las de izquierdas, las que venimos de esa tradición, que somos internacionalistas, pero no deslocalizadas, las que hemos vivido y luchado al sur del sur, las que hemos sido derrotadas en mil batallas y no obstante hemos sobrevivido, hallamos en los hilos frágiles del marxismo, en sus conceptos y genealogías, herramientas para la lectura del presente, pues es en esa clave que es posible establecer los nexos entre capitalismo y patriarcado, precipitar en la consigna "Vivas, libres y desendeudadas nos queremos" registrando el endeudamiento como uno de los nudos centrales de la explotación, la dominación, y la violencia que se ejerce sobre mujeres y disidencias, mantenerse alerta a fin de ligar la racialización y la clase, una determinación borrada en otras perspectivas que asumen la racialización como una determinación identitaria.

Indudablemente el movimiento feminista, variopinto e insurrecto, es el movimiento social más importante en Argentina en los últimos tiempos. En su urdimbre es decisivo el reconocimiento de las genealogías que hicieron posible su emergencia, del mismo modo que su carácter tenso y la tentativa de mostrar las tramas de visibilidad e invisibilidad que las condiciones en las que se teje generan. Si la cuestión de las identidades goza hoy de un destaque amplio, otros asuntos, como las relaciones entre capitalismo y patriarcado han pasado u a ocupar un lugar escasamente perceptible, incluso para quienes son portadoras de tradiciones subalternizadas, no digamos ya para las liberales, para las cuales todo se juega en la idea de libertad como elección, aun cuando se digan sororas y traigan a colación a nuestras ancestras... debidamente indiferenciadas y expurgadas de sus robustas tradiciones de izquierda.

Bibliografía

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1 Tras los pasos de Dorothy Smith (1987) y Mariarosa Dalla Costa (1971), siempre bajo la inspiración de Marx, partimos de una noción amplia de trabajo. Smith propone una definición "generosa" de trabajo que incluye todo lo que las personas hacen que implica esfuerzo y habilidades y se realiza en un tiempo y un espacio determinados (Smith, 2005; Yañez, 2016). Esta definición permite develar trabajos usualmente invisibilizados y abarca por ello no sólo a los/lxs trabajadores asalariadxs, sino a todxs aquellxs que viven por sus manos sin explotar a otrxs para vivir. Es decir: trabajadorxs asalariadxs y no asalariadxs, ocupadxs y desocupadxs, que realizan trabajo productivo o reproductivo y de cuidado. Esta noción generosa incluye el trabajo de reproducción corporal de la especie, que implica un trabajo invisibilizado por la vía de su naturalización, de la misma manera que se ha naturalizado la división sexual y racial del trabajo que asigna a bio-mujeres y personas racializadas el trabajo de reproducción de la vida y de lxs/ las sujetos, es decir, el trabajo doméstico y de cuidado, ambos considerados extensiones de la capacidad de gestar, como si de ella derivara la de cuidar a las personas en la niñez, la ancianidad, la discapacidad, la de mediar en las relaciones interpersonales, la de limpiar y producir lo necesario para la continuidad de la vida. Esta ampliación de la noción de trabajo se hace necesaria a la luz de la tendencia del capitalismo para apropiarse de cantidades enormes de trabajo impago a través de su invisibilización y naturalización, a la vez que avanza transformando en mercancía todo cuanto toca, el cuerpo humano incluido. En esta fase del capitalismo es decisivo pensar teóricamente la cuestión del borramiento de las fronteras entre trabajo formal e informal y el avance del capitalismo sobre los derechos de los/las trabajadores, sobre sus tiempos de descanso y recreación en función de un proceso cada vez más agudo de mercantilización de la vida.

2La Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito había nacido en Córdoba un 28 de mayo de 2005 tras dos asambleas en los Encuentros Nacionales de Rosario y Mendoza (Zurbriggen, R. y Anzorena, C. (Comps) 2013).

3Julieta Kirkwood (1937-1985) fue una socióloga chilena considerada precursora y fundadora de los movimientos feministas de los años '80 y de los estudios de género en Chile.

4Safina Newbery (1922-2003) fue una teóloga y antropóloga feminista, lesbiana y generadora de espacios para pensar las sexualidades. Antropóloga, participó del Censo Indígena Nacional, en la década del sesenta, experiencia que le permitió conocer la vida de tobas (autodenominados qom) y pilagás.

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