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Revista Escuela de Historia

versão On-line ISSN 1669-9041

Rev. Esc. Hist.  no.4 Salta jan./dez. 2005

 

COLABORACIONES INTERNACIONALES

Perspectivas para una nueva historia regional en tiempos de globalización

Julio Pérez Serrano*  

El objetivo de este texto es reflexionar sobre algunos planteamientos, unos más acabados que otros, que se han ido introduciendo en el debate historiográfico en época reciente, con una gran variedad de matices e intenciones, acerca de lo que es o debe ser la escritura de la Historia. Intentaremos aquí analizar el modo en que los cambios trascendentales, hoy ya unánimemente reconocidos, que ha experimentadoa nuestro mundo en las últimas décadas pueden influir sobre nuestra concepción de la Historia y sobre las condiciones, enfoques y objetivos de nuestro quehacer profesional. Y particularmente, dado que ése es el tema que desarrollaremos aquí, trataremos también de explicar las razones por las que, a nuestro juicio, la Historia Regional y la nueva Historia Global están llamadas a converger en un nuevo paradigma historiográfico.

Si algo nos ha enseñado el largo y accidentado camino recorrido por nuestra disciplina en los últimos dos siglos es que cuando cambia la historia, tarde o temprano, cambia también la escritura de la historia. Pues bien, el último cuarto del siglo XX es, ya nadie lo discute, un periodo crítico. Como transición de unas realidades declinantes a otras emergentes, lo que quizá más ha calado en nuestra memoria colectiva han sido las imágenes del derribo del Muro de Berlín, el hundimiento de la Unión Soviética y la desintegración del bloque socialista. El fin de la Guerra Fría y el renacimiento de Alemania como motor de la UE, han dado paso a un inestable nuevo -quizá no tan nuevo- orden mundial en el que todavía están definiéndose los actores y el tipo de relaciones que finalmente van a prevalecer.

En esta exposición nos proponemos conectar el debate sobre la globalización y el que en el ámbito historiográfico se da en torno a la posibilidad de construir una Historia Global. Para ello, es clave entender que la irrupción de la globalización en el debate de las ciencias sociales, entendida no como un nuevo periodo, sino como una tendencia de nuestro proceso evolutivo, puede ayudar a reconstruir el objeto de la historia, devolviéndole la unidad y amplitud de miras que las grandes escuelas sobre las que se asienta la modernidad historiográfica -Annales y el marxismo- se habían esforzado en defender.

 1. Las realidades de nuestro tiempo

En 1989, la opinión pública, y también muchos académicos, tenían una percepción bastante simplista de lo que estaba sucediendo. Por influencia de la machacona propaganda ideológica de los vencedores, se suponía que la caída del comunismo dejaría expedito el camino para la extensión de la democracia y los derechos humanos, y conllevaría, por ello, la erradicación de las guerras y de las revoluciones, un mejor reparto de la riqueza y una extensión del bienestar a todos los rincones del planeta. Este horizonte utópico fue considerado entonces alcanzable gracias a la principal consecuencia, rotunda e inmediata, de la victoria de Occidente en la Guerra Fría: la llamada globalización.

El final de la Guerra Fría y la globalización, entendida en estos términos, acabaron por confundirse, tanto en los contenidos como en los tiempos. Sin embargo, un análisis más detenido podría demostrar que se trata de dos realidades completamente distintas, cuya única conexión es el hecho palmario de que es la globalización, aunque en una acepción distinta, la que efectivamente puso fin a la Guerra Fría. Este cambio en los tiempos nos permitirá esbozar unas primeras ideas acerca de la época histórica que nos ha tocado vivir y desde la que inevitablemente habremos de escribir la historia, sea cual fuere el tema, el periodo o el espacio geográfico que pretendamos estudiar.

Veamos. Si es un cambio que afecta fundamentalmente a la esfera de la política y las relaciones internacionales el que promueve el conjunto de procesos que inicialmente se asociaron a la globalización, cabe preguntarse, ¿de qué tiempo han dispuesto las nuevas estructuras para impulsar una mutación de tales dimensiones? Sabemos que la innovación en la esfera política no se traduce de inmediato en la esfera social. Es  más, los condicionantes tecnológicos y los hábitos culturales persisten aun cuando cambien las relaciones de poder. Tenemos ejemplos palmarios de esto en todas las revoluciones y rupturas políticas de la época contemporánea, comenzando por la francesa de 1789 y terminando con los procesos todavía en curso en Oriente Medio y Asia Central.

Sin embargo, la revolución que comenzó en la primavera de 1989 no sólo supuso la entrada de las sociedades afectadas en un mundo globalizado, sino que se supone que permitió el acceso a éste al resto de las regiones del planeta, que poco o nada habían tenido que ver en la caída del comunismo. Lo único que se puede constatar en este sentido es que el fin de la Guerra Fría supuso en efecto el triunfo del capitalismo, que pasó a ser reconocido así como único sistema mundial; pero entre esto y la llamada globalización media un abismo teórico y empírico.

Las cosas cambian si rastreamos los orígenes de todos estos cambios, incluyendo aquellos que acabaron por hacer inviable la experiencia de los regímenes socialistas. Encontramos aquí una línea interpretativa, a nuestro juicio mucho más fructífera, muy alejada del determinismo que subyace en las primeras formulaciones -algunas de ellas interesadas- que se realizaron en la década de los noventa sobre la globalización.

Si la globalización consiste en una fabulosa ampliación del mercado a escala planetaria, encontraremos que desde los años setenta del pasado siglo las sociedades más desarrolladas contaban ya con instrumentos económicos, principalmente financieros, más que suficientes para llevar a cabo la plena integración de grandes mercados continentales.

Paralelamente, en la misma época, en plena Guerra Fría, el espectacular progreso de la microelectrónica, la informática y las telecomunicaciones que ahora conocemos estaba dando ya sus primeros pasos, plasmados en los primeros ordenadores personales e Internet; la tercera fase del proceso industrializador, la denominada revolución científico-técnica, estaba en marcha. Sin embargo, las condiciones de la confrontación bipolar y el carácter prioritario de los razonamientos estratégicos limitaron estos avances al sector en que de hecho habían surgido, como resultado de la investigación en materia militar y de defensa.

La caída del Muro no hizo más que rebajar las exigencias en materia de seguridad y facilitar el trasvase de todo este conocimiento acumulado a la esfera civil, con el consiguiente impacto sobre nuestro estilo de vida, que rápidamente se globalizó.

Obviamente este proceso está cargado de contradicciones que nos llevaría demasiado tiempo analizar con más detalle. Quedémonos, para lo que ahora nos interesa, con la idea de que la última globalización no es un epifenómeno del final de la Guerra Fría, sino un profundo cambio estructural en el seno del capitalismo, promovido por el impulso tecnológico de los años setenta, y que se manifiesta en la intensificación de las relaciones económicas, políticas y culturales a escala planetaria.

Y decimos ultima globalización porque en la historia de la Humanidad es posible reconocerle señalados precedentes, al menos en los últimos 500 años, aunque sería posible retrotraernos en esta línea hasta la revolución neolítica. De ahí que sea más preciso caracterizar nuestro tiempo por lo que tiene de específico, la transición hacia una nueva fase del desarrollo capitalista, el 'capitalismo global', dejando la referencia a la globalización para definir lo que este proceso tiene en común con todas las ampliaciones anteriores del ecosistema humano.

Lo cierto es que, en todo caso, el panorama es mucho más rico y complejo que el que inicialmente auguraban los defensores del fin de la Historia. Sin embargo, todavía persiste una lectura corta y sesgada que pretende patrimonializar los avances tecnológicos, viendo en ellos la confirmación de una hipotética superioridad ontológica del capitalismo, y de presentar el actual reparto del poder y la riqueza como el único técnicamente posible.

Los ciudadanos quedan así excluidos de facto del proceso de toma de decisiones, aun cuando conservan la posibilidad de elegir cada cierto tiempo a sus representantes políticos. Los esfuerzos por sacar de contexto y absolutizar la magnitud de la revolución científico-técnica, promotora de una mítica y todopoderosa globalización, habrían contribuido en última instancia a ocultar el carácter abierto de los nuevos tiempos y las múltiples opciones que el cambio tecnológico pone hoy al alcance del conjunto de la Humanidad.

 2. La crisis de la historia

Si esto se hubiese logrado, realmente el fin de la Guerra Fría y la globalización habrían condenado a la historia al jardín de las bellas artes, tal y como propugnaron no hace tanto tiempo algunas corrientes posmodernistas. Pero, como se dijo al principio, el último cuarto del siglo XX no sólo no nos ha dejado en el desempleo, sino que ha devuelto a la historia un enorme protagonismo, en la medida en que existe una necesidad, e incluso una urgencia, sentida por muchos ciudadanos, de comprender lo qué está pasando, y también quiénes somos y de dónde venimos.

Y en efecto este tiempo encierra lecciones fundamentales para la renovación de nuestra disciplina, que podría acceder así también a compartir los beneficios de la globalización, puesto que ya de hecho comparte algunos de sus efectos indeseables.

¿Cómo vivió la historia este periodo crítico?

Lo hemos dicho, cuando la historia cambia, cambia la escritura de la historia. Ciertamente, la historia como disciplina científica ha experimentado también una profunda crisis coincidente en el tiempo con la que puso fin prematuramente al siglo XX. A finales de los ochenta era evidente el agotamiento del neopositivismo, Annales y el marxismo. Aunque cada una tiene sus especificidades, todas declinaron en última instancia porque eran las formas de escribir la historia de un mundo de extremos, en palabras de Hobsbawm, que estaba a punto de fenecer.

Comenzó así un periodo de fragmentación y conformismo individualista asentado en la aceptación resignada de la inevitabilidad de la 'crisis de la historia'. Este vacío fue parcialmente ocupado por el posmodernismo y la historia de los grandes hombres, a la vez que retornó la vieja historia rankeana. En una escala menor, las especialidades históricas se tornaron meras temáticas, que se multiplicaron hasta la atomización, un proceso agudizado por la difusión de la historia localista.

La caída del muro de Berlín favoreció por ello inicialmente los intentos que, desde EEUU, se estaban realizando para enterrar definitivamente el paradigma de la historia total, compartido por Annales y el marxismo, y liderar la renovación historiográfica en sintonía con los intereses globalistas. En este contexto se han ido formulando sucesivas interpretaciones académicas que inicialmente han logrado un gran predicamento, pero que han decaído pronto por el mero contraste de los hechos. Tal es el caso de las tesis del 'final de la historia', de F. Fukuyama (1989), o del 'choque de civilizaciones', de S. Huntington (1993) que, aunque distintas, y en apariencia contradictorias, convergían en la aspiración de tutelar a los historiadores en el ámbito ideológico, condicionando una investigación que, sin embargo, se pretendía que fuese lo más atomizada e individualista posible.

De hecho, ya en 1987 Paul Kennedy había advertido en Auge y caída de las grandes potencias la decadencia del imperio estadounidense a causa del alto coste del mantenimiento de su supremacía militar. Fukuyama intentó revertir esta situación por medio de la mitología y el autoestímulo, pero la Guerra del Golfo puso fin a este último sueño americano. Huntington, identificó un enemigo y articuló un esquema interpretativo que el 11-S vino en cierta medida vino a confirmar. Sin embargo, la falta de capacidad de los EEUU para concitar adhesiones en esta segunda guerra fría, ahora contra el terrorismo, ha mermado mucho la vigencia de este modelo y nos ha hecho recordar las previsiones de Paul Kennedy. Dos grandes intelectuales norteamericanos, ninguno de ellos historiador, N. Chomsky e I. Wallerstein, desde distintas posiciones, han reiterado las advertencias sobre la fragilidad de la hegemonía norteamericana y las expectativas de un cambio profundo en el sistema internacional.

Es en estas circunstancias donde la Historia Global hace su aparición, también en EEUU, bajo la fórmula de la World History, si bien en su evolución este enfoque geográfico se ha enriquecido también con la connotación de historia integral, rescatada de la vieja historia total. De este modo, la Historia Global se presenta como la alternativa potencialmente más sólida de enfrentar teórica y empíricamente la discusión con las tesis históricas inspiradas por el discurso globalista. Comparte con este enfoque la pretensión de ofrecer interpretaciones globales, pero no el prejuicio ideológico de que éstas deban servir para legitimar la posición hegemónica de los EEUU en el sistema mundial.

Habría emergido así, partiendo de un debate sobre los problemas del presente, la posibilidad de hacer una historia capaz de integrar en un nuevo paradigma las diversas especialidades y temáticas, las distintas secuencias temporales y la multiplicidad de ámbitos espaciales. El conocimiento histórico, parte importante del capital intangible de nuestras sociedades, recobraría de este modo la funcionalidad crítica y transformadora que demanda la intelección del complejo mundo en que vivimos.

Esta Historia Global no podría ser, por supuesto, una mera actualización de los contenidos y los métodos de la vieja historia total, en exceso vinculada al estructuralismo y lastrada por una aspiración holística reiteradamente criticada. Por el contrario, como hija de su tiempo, la Historia Global trasciende la esfera económica, dominante en la historiografía del siglo pasado, y conecta con los enfoques teóricos de la ecología humana y con el modo en que desde esta perspectiva, que es convergente con la de la historia ambiental, se conciben las relaciones hombre-naturaleza-sociedad. El concepto básico, ecosistema humano, permitiría articular el conocimiento histórico acumulado, de un modo distinto a como hasta el momento se ha venido haciendo, por la interrelación de las rígidas e inconexas especialidades históricas todavía vigentes.

El proceso de globalización como experiencia histórica y objeto de análisis permite así identificar los rasgos esenciales de nuestro comportamiento social -algo que la vieja historia siempre había rehuido por la sospecha de determinismo- y, por ende, los vectores que han impulsado nuestra evolución en el tiempo. Una aproximación meramente sociológica a la realidad actual quedaría constreñida a la caracterización de la fase o el estadio actual del proceso, del mismo modo que un acercamiento desde la óptica tradicional de la historia difícilmente lograría reconocer la robusta nervadura que une el pasado, el presente y el futuro. Parece obvio, pero para que la historia constituya una verdadera ciencia es imprescindible restituir la unidad de su objeto. No pueden existir tantas historias como fragmentos temporales seamos capaces de parcelar.

Han desempeñado un papel importante como precursores de esta restitución de la unidad del tiempo histórico que representa la Historia Global los trabajos que, abandonando el cómodo abrigo de las edades y épocas definidas convencionalmente, se han adentrado en el análisis de los procesos de cambio. Las transiciones, las revoluciones, las catástrofes, las guerras, los descubrimientos, sacan a la luz los mecanismos profundos que rigen el funcionamiento del ecosistema humano más allá de las regulaciones propias de cada momento histórico, confirmando que existe ciertamente una unidad. Y es en esa historia-tiempo donde las propuestas de la Historia Global se funden con las de la Historia Actual, que pone el acento en el carácter contemporáneo de cualquier reconstrucción histórica y predica los beneficios de aprovechar la privilegiada atalaya del presente para intentar comprender el pasado e imaginar el futuro.

 3. Nuevos sujetos históricos

Hemos comenzado refiriéndonos a cómo el proceso de globalización que se impone desde los años setenta afecta al debate teórico de la historia y posibilita la emergencia de la Historia Global, pero su impacto se extiende al conjunto de las especialidades históricas. Y no todas salen tan bien paradas. La razón es que se están redefiniendo los sujetos colectivos y, por ende, las categorías empleadas en el análisis histórico.

No olvidemos el importante papel que la historia juega en la construcción de las identidades colectivas. En cada momento la realidad es un complejo de relaciones entre distintos actores, que se constituyen como sujetos de procesos evolutivos muy diversos ("no existen hombres, existen relaciones", diría Marx). La escritura de la historia no sólo contribuye a reconocerlos, a caracterizarlos, a dotarlos de memoria e identidades colectivas, sino que incluso, por todo ello, participa implícitamente en la definición sus objetivos y aspiraciones presentes y futuras.

Un ejemplo muy claro de construcción de categorías y sujetos históricos lo aporta la historiografía liberal-nacionalista del XIX, a la que debemos el haber dotado de contenido a las identidades arquetípicas de Francia, Alemania, Italia o España, a partir de la elaboración teórica del concepto de 'nación' (Hobsbawm). Sin la categoría nación hubiese sido imposible identificar a estos nuevos sujetos, integrando así el puzzle de reinos y principados alemanes o la diversidad de los reinos italianos, y dejando a un lado la noción de monarquía católica, sobre la que se asentaba la identidad imperial de España.

Otro caso evidente es la construcción teórica que Marx y la historiografía marxista hacen de la clase obrera, como categoría de análisis y como sujeto histórico. La llamada 'clase para sí' lo es en la medida en que se reconoce como tal, asume un determinado constructo de memoria colectiva y hace suya una misión histórica que se supone íntimamente vinculada con esta identidad. Para caracterizar este sujeto fue necesario, simultáneamente, ir construyendo, en el orden teórico, la categoría 'clase', necesaria para poder dar cuenta de las especificidades de este colectivo en relación con lo que entonces se denominaba pueblo, estado llano, jornaleros o gente común.

Como vemos, la construcción teórica de las categorías 'nación' y 'clase', que debemos a la historiografía del XIX, supuso la irrupción de los dos grandes sujetos que vertebraron el siglo XX: la clase obrera y el Estado-nación. Juntos, en conflicto o en abierta confrontación, ambos actores protagonizaron la mayor parte de los procesos colectivos de la última centuria, incluyendo guerras, revoluciones y formación de grandes Imperios. Además, extendieron estas categorías al resto del mundo, como lo prueba el hecho de que en la descolonización los objetivos nacionales y clasistas, reformulados, combatieran a menudo en el mismo bando.

Pues bien, en las nuevas condiciones históricas que hemos venido describiendo es previsible que el ciclo vital de estos dos grandes sujetos comience a declinar. Evidentemente, las naciones y las clases nos acompañarán durante todo el siglo que ahora comienza, y quizá más adelante aún, pero su centralidad como categorías de análisis parece que ya ha empezado a resentirse. Y lo mismo cabe decir de la omnipresencia de estos sujetos en todos los procesos históricos relevantes.

La revolución del 68 fue un primer aviso, todavía en el mundo bipolar dominado por el conflicto cruzado de clases y naciones. Desde 1973, las tendencias profundas de la revolución tecnológica habrían ido gradualmente modificando las condiciones de la existencia social y, desde 1989, es palmaria la pérdida de vitalidad de estos actores en el mundo globalizado, así como la incapacidad de las categorías teóricas que los sustentan para dar cuenta precisa de todos los procesos en curso.

Cada vez son más los análisis que, mediante la empiria, confirman lo que había sido una percepción subjetiva de muchos ciudadanos: que clase obrera había comenzado ya en los años sesenta su lenta desintegración en los países europeos, donde tomó cuerpo y cristalizó como sujeto colectivo. Y ello, porque las tradicionales funciones productivas del obrero en el sistema de fábrica fueron progresivamente reemplazadas por un amplio abanico de actividades, buena parte de ellas respondiendo a funciones nuevas de gestión, administración y control de las empresas.

El declive de las organizaciones políticas de clase, obreristas, en la Europa de los años setenta y su progresiva fragmentación en alas y tendencias representa las dificultades del sujeto para adaptarse tal cual a los nuevos tiempos. Y no sólo en Occidente, sino también en la Europa oriental, donde el Estado obrero (síntesis de las dos grandes categorías del XIX) manifiesta una pérdida continua de legitimidad, credibilidad y respaldo social desde finales de los sesenta, pese a que oficialmente la clase obrera era mayoritaria y ostenta todo el poder político.

También fuera de Europa las categorías del análisis marxista, que habían llegado con retardo, manifiestan su inadecuación para definir el sistema de relaciones realmente existente, mayoritariamente campesino, con componentes étnicos, tribales o de casta difícilmente englobables en las categorías clasistas. El declinar de las utopías emancipatorias basadas en el objetivo estratégico de la conquista del poder por parte de la clase obrera es un rasgo claro de este desfase teórico. La muerte del Che en Bolivia puede ser interpretada como un símbolo de cuáles eran las tendencias emergentes ya en 1967. Entre este momento y la revolución sandinista de 1979, la emergencia del capitalismo global se había hecho patente. La ineficiencia de la 'clase obrera' para actuar como categoría central del análisis social tuvo como consecuencia directa el rápido declive de la historia del movimiento obrero y, en general, de toda la historia social basada en los análisis clasistas. Por fortuna para la historia social, este repliegue se vio compensado por la emergencia de nuevos sujetos, tradicionalmente relegados en la historia y en la escritura de la historia, como las mujeres, cuya poderosa irrupción ha instalado una nueva categoría, el 'género', en un lugar destacado de la actual reflexión historiográfica.

Hasta aquí, el devenir reciente de este sujeto. Veamos ahora qué ha sucedido con el otro gran protagonista teórico del siglo pasado, la nación. Encarnado después de las revoluciones liberales del XIX en la forma histórica del Estado-nación, este sujeto ha manifestando también su incapacidad para abordar en solitario y sin sufrir profundas mutaciones los nuevos desafíos que el desarrollo económico ha impuesto en los últimos treinta años.

Los acuerdos de París para crear la CECA, en 1951, y el Tratado de Roma, suscrito en 1957, del que surgen la CEE y el EURATOM, son la prueba más evidente de que el Estado-nación había comenzado también a declinar. Paradójicamente, los principales firmantes, Francia, Alemania e Italia habían sido los tres grandes ejemplos de la gran potencialidad de la nación como categoría histórica capaz de definir sujetos colectivos en el siglo XIX.

Sin embargo, las nuevas exigencias económicas y tecnológicas, incluyendo la dependencia de la energía nuclear, los llevó a la integración sólo unos años después de haberse enfrentado en una contienda que había ocasionado más de 50 millones de muertos a escala planetaria.

La articulación supranacional para obtener los máximos beneficios del impulso económico arrastró también, aunque con un comprensible desfase cronológico, al Estado más consolidado del Occidente europeo, el Reino Unido, que acabó, sin embargo, reconociendo sus limitaciones y formalizando su adhesión a la CEE en 1972. Sus vínculos especiales con los EEUU, el respaldo que le proporcionan las relaciones en el seno de la Commonwealth y su tradicional aislacionismo respecto a los problemas continentales no impidieron tampoco que en 1989 firmara el Acta Única Europea y en 1992 el Tratado de Maastricht. Queda pendiente la moneda, pero todo apunta a que este último y decisivo paso también acabará dándose.

En otros continentes las limitaciones del Estado-nación se han manifestado si cabe con mayor evidencia, en la medida en sus procesos de nacionalización habían sido más cortos y esta estructura estaba menos consolidada. La necesidad de la articulación supranacional, en lo económico, ha llevado a la gran potencia del siglo XX, los EEUU a formalizar acuerdos con México y Canadá, y a pretender extender esta fórmula a todo el continente americano. El TLC o el ALCA son proyectos, no obstante, más improvisados y menos creíbles que el de la UE, dado que pretenden agrupar a elementos muy desiguales en torno a un gran centro de poder, lo que hace recordar más la vieja fórmula del Imperio que la moderna de la integración supranacional.

En Asia Oriental, la región más dinámica hoy en los tecnológico y en lo económico, sucede otro tanto con Japón y los llamados Siete Dragones, aunque en esta zona es China el factor clave, por su peso demográfico, económico y territorial. Su especificidad política constituye un factor de incertidumbre que condiciona la relación con sus vecinos, siempre en la contradicción de apartar los prejuicios ideológicos e integrarse con China en un gran mercado asiático o, por el contrario, priorizar la seguridad y mantener las buenas relaciones con la Gran Área norteamericana. El propio Huntington reconoce la inevitabilidad de la primera opción.

En todo caso, es evidente que en el mundo de hoy las identidades nacionales se diluyen, de forma gradual nunca como ruptura, a favor de otras referencias más operativas.

En resumen, con el último impulso tecnológico las categorías y sujetos históricos gestados en el XIX, y plenamente activos en el XX, han ido perdiendo fuelle, fruto de lo cual es esta doble crisis: la de los proyectos emancipatorios obreristas, especialmente clara en el derrumbe del comunismo, y la de los Estados nacionales, abocados a la integración supranacional y simultáneamente amenazados en el interior por tendencias centrífugas.

La escritura de la historia tiene ahora en sus manos dar cuenta de todo esto. Para ello, la historia deberá hoy también identificar nuevos sujetos colectivos y construir nuevas categorías de análisis. Una tarea apasionante, sin duda, aunque no estará exenta de problemas, dado que los paradigmas de la modernidad historiográfica continúan todavía activos, aunque debilitados, y serán especialmente sensibles a cualquier innovación.

Menores serán los conflictos si entendemos que la elaboración teórica que se necesita no ha de venir a hacer tabla rasa de este pasado, sino todo lo contrario, a reforzar la funcionalidad de la historia como ciencia social. El análisis de las clases sociales y, por supuesto, de la clase obrera, es y será muy importante siempre para comprender nuestro tiempo, dado que ni como sujeto histórico ni como categoría historiográfica la clase obrera ha agotado su ciclo. Y lo mismo cabe decir de los Estados-nación, cuyo protagonismo continuará siendo indudable en el largo proceso de consolidación de las nuevas realidades que acabamos de describir, y que ahora sólo están despuntando.

Pero una potencialidad del razonamiento histórico es justamente esa: detectar anticipadamente la emergencia de nuevas realidades. El estudio histórico de nuestro tiempo ha aportado ya, de hecho, algunos elementos relevantes en lo que se refiere al reconocimiento y caracterización de los nuevos sujetos emergentes.

 4. La región como objeto del análisis histórico

Y es en este punto donde procede, por tanto, que hablemos de la región y de sus relaciones con la Historia Regional. Hemos visto cómo la globalización ha conmocionado a dos de las más clásicas especialidades históricas, la historia social de inspiración marxista y las historias nacionales. Sin embargo, en cuanto a la Historia Regional ha incidido en un sentido diametralmente contrario.

Veámoslo primero en cuanto a la región como renovado objeto de estudio.

En la transición al capitalismo global la organización de las comunidades en el territorio se ha visto en efecto  afectada por dos grandes procesos en apariencia divergentes. Uno es la regionalización, el fortalecimiento de las regiones en el ámbito nacional e internacional, afectando también a las regiones transfronterizas. Es el caso de las autonomías en España, del reconocimiento de las regiones en el seno de la UE y de los acuerdos de éstas con otras de terceros países, como Marruecos.

El otro es la integración supranacional, pero no hasta el nivel de conformar una única comunidad planetaria (la mítica 'aldea global'), sino sólo hasta la construcción de grandes regiones, basadas a menudo en acuerdos económicos, pero con innegables aspiraciones políticas, como la propia UE, el TLC o el ALCA, MERCOSUR..., o fundamentadas en identidades culturales y religiosas preexistentes.

Es importante entender, por tanto, que la última globalización es más un proceso de reorganización regional del planeta y de formación de grandes áreas integradas en lo económico, lo político o lo cultural, que el advenimiento de un nuevo mundo unificado. Lo que ha sucedido en estas décadas enlaza perfectamente con el proceso de constitución de las tres grandes potencias regionales que se enfrentaron en las dos guerras mundiales, EEUU, Japón y Alemania; un proceso que durante la Guerra Fría atenuó temporalmente sus perfiles para dar encaje al nuevo regionalismo ideológico que dominó el mundo bipolar.

Como se ha dicho, el discurso globalista ha intentado presentar estos cambios haciendo hincapié en las tendencias integradoras, proyectándolas a escala planetaria a raíz de las intervenciones militares estadounidenses, y buscando quizá la continuidad de un nuevo siglo americano, de acuerdo con la expresión de D. Ramsfield, parafraseando a Henry Luce (1941).

Los datos, sin embargo, sólo confirman el auge de los intercambios transnacionales y el fortalecimiento de la regionalización, en la perspectiva de constituir un hipotético sistema multipolar o, eventualmente, una nueva bipolaridad. En este nuevo mundo distintos actores regionales supranacionales van a cooperar, competir, confrontar y, llegado el caso, enfrentarse militarmente por la hegemonía.

La evolución del propio pensamiento conservador norteamericano manifiesta que tras la Guerra del Golfo, la hipótesis más verosímil es la de que no será posible mantener por mucho tiempo la imagen de un mundo unipolar. Sobre esto, la literatura de relaciones internacionales es muy prolija y no procede ahora extenderse más en ello. Señalaré sólo que la mayor parte de los análisis apuntan a una bipolarización Oriente-Occidente, sobre la base de la alianzas dinámicas entre los actores regionales.

Ciertamente, la región ha estado presente desde antiguo en el análisis histórico. De hecho, la Historia Regional tiene una larga, aunque discontinua y desigual tradición. Sin embargo, en el análisis de los procesos recientes, la región ha emergido, como vemos, con una gran fuerza, en la medida en que ha reflejado mejor que ninguna otra estructura los cambios derivados del último impulso tecnológico. El declive de la nación ha corrido paralelo en muchos países a la emergencia de las regiones, un relevo favorecido también por el carácter laico, funcional y desprovisto de toda connotación esencialista y litúrgica que posee la región en contraste con la nación.

La nación, por ello, difícilmente -y a menudo por poco tiempo- ha logrado escapar en su evolución a los condicionantes ideológicos del nacionalismo, dado que de hecho los Estados nacionales más antiguos se constituyen en el contexto de la lucha de la burguesía por asentar su poder en el XIX. Por el contrario, la región, en su actual formulación, es un sujeto emergente, que manifiesta la secularización de nuestro mundo y su ampliación por medio de la recuperación de la diversidad como un valor de futuro para la convivencia social, que se expresa por medio de la interrelación de las distintas comunidades a escala planetaria.

Estas nuevas regiones continúan atribuyendo al territorio una destacada importancia, pero no como una variable dependiente de los intereses nacionales, principalmente en materia de defensa y seguridad. La noción de frontera, como límite del territorio nacional, se encuentra en las antípodas de la frontera desde el punto de vista de las modernas regiones. Para éstas, el territorio continúa siendo un recurso que las comunidades disfrutan, pero que es necesario compartir, dada la creciente interdependencia de nuestras economías.

El papel destacado del turismo en el desarrollo regional es un reflejo claro de cómo el territorio es un factor económico importante, no tanto por el uso exclusivo que pueda hacerse de él, sino por el hecho de que se puede compartir. En la región, asimismo, la frontera es el espacio de intercambio, de flujo, de comunicación, por el que la comunidad se conecta con el exterior, en un sentido diametralmente opuesto al de la frontera como limes, baluarte o fortaleza, de acuerdo con el paradigma del Estado-nación.

La región se está constituyendo, por tanto, como una categoría histórica dotada de una gran potencialidad explicativa, sin adscripciones permanentes a clases, programas políticos o ideologías, algo que tampoco había logrado nunca evitar la nación. Como no pertenece esencialmente a nadie ni posee un destino o una misión trascendente, la región no está fosilizada por unos límites políticos, sino en constante interacción con el entorno, a partir de conexiones geográficas, económicas, culturales, históricas o antropológicas, lo que hace que el historiador pueda ser más creativo a la hora de definirla y abordar su construcción.

Actualmente las regiones existen dentro, entre y sobre los Estados constituidos y, como se ha dicho, están siendo el principal factor de cambio estructural en las últimas décadas. Un ejemplo palmario es la doble definición de 'Unión Europea' y 'Europa de las regiones', que refleja la doble tensión, hacia la integración y hacia la regionalización, que sufren en Europa los Estados nacionales.

 5. Historia global e historia regional

Por lo que se refiere a las relaciones que esta nueva perspectiva histórica puede establecer con la Historia Regional, habría que comenzar señalando que la evolución de los acontecimientos parece mucho más favorable a una interpretación crítica y plural del mundo en que vivimos. De hecho, la reciente globalización, contra lo que inicialmente parecía, está demostrando que el entendimiento de los problemas globales sólo puede darse sobre la base de la diversidad regional y cultural. En el ámbito de la historia, el intercambio académico será más eficaz, alcanzará un mayor grado de consenso, y las propuestas serán más realistas, cuanto más igualitaria y diversa sea la discusión. Es decir, todo lo contrario del viejo eurocentrismo y del modo en que durante décadas se escribió la llamada 'historia universal'.

En las actuales condiciones históricas, el cambio internacional más relevante para nuestro análisis se está dando, aunque a veces nos resistimos a verlo, en las relaciones historiográficas. De un modelo basado en la difusión internacional de las propuestas elaboradas en los grandes centros del saber académico, por el sistema de las dependencias historiográficas derivadas de dependencias económicas, políticas y culturales, estamos pasando a una descentralización sin precedentes, impulsada por la globalización de la información y el conocimiento.

Los países de la periferia ya contaban con el poco conocido precedente de la historiografía poscolonial, originada en la India (a partir de los estudios subalternos gramscianos), basada en el estudio histórico de las clases subalternas y la revisión, desde las ex-colonias, de las historias nacionales y universales heredadas de las respectivas metrópolis. La historiografía latinoamericana cuenta también con una larga tradición de trabajos empíricos, aunque todavía es muy dependiente en lo teórico de los grandes centros del saber histórico tradicional.

La Historia Global se presenta así, parafraseando a P. Vilar cuando se refería a la historia marxista, como una verdadera historia en construcción, en la que las relaciones historiográficas están sujetas a constantes cambios. Ahora son precisas alternativas que ya sean en origen multinacionales y globales, inclusive para obtener reconocimiento y mantener influencia en ámbito académico nacional. Esta multifocalidad está disolviendo poco a poco las viejas relaciones centro-periferia y se ha visto potenciada por las nuevas tecnologías que hacen visibles los efectos igualadores de la globalización.

La Historia Regional podría ser, de este modo, la otra gran beneficiaria de esta desfocalización historiográfica. Su futuro dependerá, desde luego, de los avances de esa globalización más democrática, más social y más pacífica. Pero también desde el conocimiento histórico del pasado y del presente de nuestras regiones, los historiadores podremos contribuir a combatir las tendencias globalistas que están interactuando en este complicado proceso.

Desdibujado el mapa historiográfico y afectada su estructura jerárquica, la Historia Regional puede converger con la Historia Global en nuevo modelo de relaciones historiográficas internacionales, más en consonancia con las exigencias del tiempo presente, cimentado en el intercambio igualitario, el multiculturalismo y la utilización de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación.

El intercambio de reflexiones, investigaciones y experiencias historiográficas entre regiones, países y continentes puede ser la gran aportación de este poderoso binomio a la mejora cualitativa del conocimiento histórico, todavía demasiado condicionado por la producción de los centros. Y esto, que sirve para el ámbito internacional, es válido también respecto al interior de cada país, donde determinados centros a menudo eclipsan la producción de las regiones, incluida aquella que se hace desde las regiones pero que está referida al conjunto del país o a la esfera internacional. La convergencia de intereses, enfoques, metodologías y formas de sociabilidad académica entre quienes escriben la historia en diferentes ámbitos es cada vez más posible porque en este mundo globalizado, las preguntas y las respuestas históricas e historiográficas difieren cada vez menos de una región a otra, de un país a otro, de un continente a otro.

Lógicamente para que esta convergencia entre la Historia Global y la Historia Regional sea posible es necesario que ambas se miren a los ojos. Esto significa, en principio que esta última adopte una perspectiva global, y que la primera no sucumba ante la tentación filosófica y mantenga su conexión con la base empírica. Obviamente, la Historia Regional no debe desnaturalizarse, ampliando su objeto hasta el nivel planetario, sino sólo tener en cuenta la existencia de debates e interpretaciones globales que pueden serle útiles y en los que debe participar. Sin esta perspectiva común sería también imposible el intercambio horizontal igualitario entre las diversas historias regionales, a que nos hemos referido. 

La relación entre la Historia Regional y la Historia Global no reproduce el modelo jerárquico que en el viejo paradigma de Annales unía la historia local con la historia total, basado en la existencia de un horizonte utópico hacia el que la historia avanzaba parcelando y especializando cada vez más la disciplina en estructuras y niveles. Por el contrario, la Historia Regional y la Global se relacionan de forma igualitaria, colocando los enfoques globales en el punto de partida y no en el de llegada de nuestras investigaciones, y haciendo converger diferentes métodos, fuentes y géneros historiográficos. Supone esto que la historiografía debería recuperar su papel como referente teórico del quehacer empírico del historiador.

El objetivo de la convergencia que venimos proponiendo es lograr, en la teoría y en la práctica, nuevas síntesis que hagan posible una historia propia de nuestro tiempo, global en el doble sentido de mundial e integral, cuyos beneficios materiales se extiendan a todos los continentes, hacia adentro y hacia fuera de los viejos Estados-naciones. Significa esto transgredir la matriz eurocéntrica y metropolitana, superar el 'choque de civilizaciones', repensando la historia sin perder de vista las necesidades de la Humanidad. Esta nueva racionalidad global ha de contrarrestar los restos de la mentalidad colonial, y su correlato de los nacionalismos periféricos, muy presentes en las historiografías de origen occidental.

La dimensión global (opuesta a parcial), comprendida tanto geográfica como metodológicamente, es capital para el progreso de la Historia Regional, que podría así expresar el compromiso de historiador con valores y principios universales, esenciales para millones de personas en todas las regiones, por encima de las viejas fronteras de la especialidad y de la nacionalidad. No olvidemos que la emergente sociedad de la información precisa de la historia tanto o más que la sociedad industrial del siglo XX. Una Historia Regional así concebida poseería un rigor histórico fundamentado en la globalidad -que presupone la pluralidad- de los métodos, los enfoques y los compromisos.

 6. La nueva historia regional

La Historia Regional está llamada a ocupar, por tanto, un lugar importante en el conjunto de las especialidades históricas del nuevo siglo. Siempre y cuando sea capaz de resituarse y ampliar, como se ha dicho, su horizonte teórico y metodológico en la perspectiva de la Historia Global. Esta nueva Historia Regional será la respuesta a las nuevas condiciones que nuestro tiempo impone a la escritura de la historia y sintetizará las lecciones de la experiencia histórica de la última globalización.

En este sentido, la Historia Regional cuenta con antecedentes destacados en la experiencia de tendencias como la geohistoria, que dio a luz la obra magna de F. Braudel sobre el Mediterráneo en tiempos de Felipe II, donde es posible reconocer la idea de una globalización regional.

Muy útiles pueden también resultar las aportaciones de especialistas destacados de otras disciplinas, como I. Wallerstein, que han abordado el proceso de mundialización desde finales del siglo XV sin perder de vista en ningún momento la noción de globalidad concreta, la empiria y las realidades regionales.

Más actuales y quizá decisivos en esta convergencia son los enfoques contenidos en las obras recientes de John R. McNeill, encuadrables en el ámbito de la historia ambiental, dado que aportan la noción de redes humanas, auténtico eslabón de oro para conectar la Historia Regional con la Historia Global.

Este enfoque de la historia como articulación, ampliación, sustitución y mestizaje de redes humanas, muy influido por el paradigma de la ecología humana, acuñado por Amos H. Hawley en los años sesenta, pero escasamente asumido por la comunidad de historiadores, es, a juicio de quien se expresa, el espacio teórico de convergencia más fructífero en que pueden instalarse hoy en día las relaciones entre la Historia Regional y la Historia Global.

Curiosamente, la Historia Regional está especialmente dotada para aprovechar el aporte de los enfoques ecológicos que han penetrado en la historiografía, dado que tradicionalmente ha prestado atención a una buena parte de problemas comunes. El territorio, los recursos naturales, la evolución de las poblaciones, sus asentamientos, la organización social, los sistemas familiares, las relaciones de género, las construcciones simbólicas, todos estos campos han sido ya transitados por la Historia Regional y son elementos esenciales de la teoría de las redes humanas.

En efecto, enriquecer los trabajos de Historia Regional con las referencias teóricas de las redes humanas, como nuevo y principal objeto de la investigación histórica, identificado sin duda gracias a la experiencia del presente (como planteaba M. Bloch), podría darles la coherencia y la comunicabilidad de la que a menudo carecen. Por la misma razón, sin el aporte empírico que la Historia Regional necesariamente deberá proveer a esta nueva forma de ver la historia será imposible validarla, verificar sus límites y dotarla de contenido específico. 

Lo importante, en definitiva, sea cual sea el camino que elijamos para llevar a cabo esta convergencia, es que la Historia Regional incorpore la noción de globalidad y que la Historia Global integre la región como la forma concreta en que es posible percibir esta globalidad. La experiencia de cómo se está dando la transición al capitalismo global, principalmente a escala regional y fortaleciendo los actores regionales, puede ser una referencia muy útil en este sentido. Si además incorporamos el enfoque de las redes humanas las cosas resultarán mucho más fáciles.

La última globalización ha insertado en el mundo a las regiones, pero todavía las conocemos en boca de los analistas y teóricos de los centros. Se habla de ellas en inglés desde las cátedras de las viejas universidades europeas y norteamericanas. Como a finales del XIX, también un momento de globalización promovido por la segunda revolución industrial, el conocimiento del mundo como un puzzle complejo de regiones diversas no tiene por qué conducir necesariamente a una democratización de las relaciones académicas. De hecho, el predominio absoluto del inglés en el ámbito científico y la propia lógica de nuestro sistema universitario hacen que demasiadas veces los aportes historiográficos autóctonos, especialmente latinos, sean tratados como testimonios antropológicos o como fuentes primarias por los especialistas de los centros.

El reto es que la historia de las regiones pueda, aunque no necesariamente deba, ser conocida también por boca de los historiadores autóctonos y en su propia lengua. Es el salto que quizá esta última globalización permitiría dar, dado que ha puesto a nuestra disposición los medios para la difusión a gran escala del conocimiento, reduciendo drásticamente, aunque no de forma absoluta, los condicionantes geográficos.

Para que esto pueda ser así, la Historia Regional deberá, como se ha dicho, conectarse con las interpretaciones globales, tener conciencia de que su ámbito de estudio forma parte de una globalidad concreta. En otras palabras, la Historia Regional tiene que globalizarse, como también están llamadas a hacerlo el resto de las especialidades históricas si quieren asegurarse un lugar en el futuro concierto de las ciencias.

Y esto es posible, dado que de hecho la Historia Regional ya tiene tradición en la incorporación de enfoques globales, quizá no encuadrables en un único paradigma, pero sí susceptibles de generalización. Asimismo, el contexto en que estamos escribiendo ya la historia está muy marcado por las condiciones del capitalismo global, en el que las barreras informativas y las fronteras nacionales ya no son completamente impermeables. Cada vez es más evidente también que si incorporamos enfoques globales en nuestros trabajos, aunque éstos se refieran lógicamente a la Historia Regional, el ámbito de nuestros potenciales lectores desbordará con mucho los márgenes de la comunidad de origen. Y esto porque hoy contamos con nuevos y eficaces medios de difusión e intercambio de conocimiento, y con una movilidad geográfica sin precedentes. Ésta es justamente otra de las razones por las que la Historia Regional es cada vez más global: el carácter internacional de la propia comunidad de historiadores, su trabajo en redes y proyectos conjuntos basados en el empleo del método comparativo.

En definitiva, no debemos confundir la Historia Global con la especulación abstracta sobre la naturaleza de la sociedad internacional o sobre los hipotéticos beneficios y perjuicios de la globalización. La Historia Global se está haciendo en la cantera de la Historia Regional, a partir de la investigación empírica de las realidades concretas de nuestro medio, y se torna global en la medida en que nuestros enfoques, nuestro contexto, nuestra metodología, nuestros cauces de difusión, nuestros lectores y nuestra sociabilidad académica trascienden el ámbito regional.

Al ensamblaje de la Historia Regional en la Historia Global podría aplicársele lo qu J. Fontana escribió en La Historia después del fin de la Historia: "Merece la pena que nos esforcemos en recoger del polvo del abandono y el desconcierto esta espléndida herramienta de conocimiento de la realidad que se ha puesto en nuestras manos. Y que nos pongamos, entre todos, a repararla y a ponerla a punto para un futuro difícil e incierto". Ojalá que así sea.

Director del Grupo de Estudios de Historia Actual (GEHA) de la Universidad de Cádiz. Presidente de la Asociación de Historia Actual. Conferencia enviado para ser leida.

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