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Revista Escuela de Historia

versión On-line ISSN 1669-9041

Rev. Esc. Hist. vol.12 no.1 Salta jun. 2013

 

RESEÑA

Raquel Homet, Libro de los hechos y buenas costumbres del Sabio Rey Carlos V. Traducción de la obra de Cristina de Pizán, Editorial Académica Española, Saarbrücken, 2012, 341pp. 

 

Por  Andrea Mariana Navarro    

 

Si bien en la actualidad existe una multiplicidad de obras de síntesis y de estudios sobre aspectos puntuales de los escritos de Cristina de Pizan, ha sido muy desigual la edición de sus libros publicados predominantemente en lengua inglesa y francesa, por ello este trabajo de traducción que realiza Raquel Homet -basado en el mss B  (manuscrito francés 10153) de la BNF y datado como de comienzos del siglo XV- viene a cubrir una larga ausencia y un vacío en la edición de sus fuentes en lengua castellana, ya que hasta el momento sólo contábamos en nuestro idioma con La ciudad de las damas, insuficiente para acabar de conocer el pensamiento y los aportes de esta escritora medieval.

A este mérito y aporte fundamental de la autora argentina tenemos que destacar su estudio introductorio centrado en el contexto histórico de Francia entre fines del s XIV y principios del XV, en el que da a conocer los principales aspectos que definieron la situación política de los reinados de Carlos V -a quien se dedica la obra- y su sucesor en el trono, su hijo Carlos VI, así como los rasgos fundamentales que caracterizaron la vida y la obra de Cristina de Pizan, haciendo especial referencia a las circunstancias y propósitos con los que se concibió la escritura de este libro. Por otro lado, en sus páginas encontraremos las grandes obras de los principales autores de religión, teología, filosofía y "todas las ciencias" que tuvo a su disposición Cristina de Pizan -en el edificio que se convirtió en Biblioteca Real del Louvre- y que fueron documentadas y comentadas por Raquel Homet, permitiéndonos tener una idea más acabada del camino intelectual que la escritora medieval cimentó y continuó. Asimismo, resulta especialmente valiosa la inclusión de un glosario con las definiciones específicas de términos mencionados en el texto, de un índice de nombres con noticias biográficas, de una breve información de lugares para situar al lector en la época y de un vasto repertorio bibliográfico que nos proporciona una mirada actualizada y de conjunto sobre el tema de estudio.

Cabría preguntarse ¿por qué? ¿a qué se debe el interés que suscita esta obra? La historia de Cristina de Pizan contradice muchos lugares comunes de las mujeres de la Edad Media. Entre las escritoras laicas del medioevo constituye un referente del feminismo y de la cultura occidental al punto de que ha sido considerada una de las voces más significativas de la intelectualidad a escala europea, como sabia, filósofa y pedagoga. Su vida e historia es la de una mujer fuera de lo común ya desde la educación recibida. Ese fue el sello de su diferencia. En 1368,  a los 4 años de edad, Cristina de Pizan superó otro límite, el geográfico y cultural que la llevó desde Italia  a Francia, a la corte de París de ambiente humanista que su padre eligió para instalarse con su familia, para prestar sus servicios al sabio rey Carlos V, asegurándose un alto reconocimiento que trajo aparejados beneficios, tierras y rentas. Desde entonces adoptó de ese país su lengua con la que escribió todas sus obras y permaneció en él hasta su muerte en 1430. Diez años de matrimonio con el joven francés Esteban Castel, que había sido designado secretario y notario de la casa del rey le aseguraron también una posición privilegiada, pero la mutación de la rueda de la fortuna -figura emblemática evocada en la Edad Media y el Renacimiento- dio a su vida un curso menos favorable: en primer lugar debido a la muerte del rey en 1380, que tuvo repercusiones negativas no sólo para el reino sino para la casa de Cristina; en segundo término, debido a la muerte de su padre en 1387 y por último debido a su viudez en 1390. Esas adversidades y reveses la llevaron a asumir un estilo de vida autónomo. A los veinticinco años, con tres hijos que mantener, salió del paso usando la pluma para sustentarse con sus propios recursos. Los cambios de  fortuna le habían enseñado el oficio. 

Cristina se opuso a la tradición misógina, como otras mujeres que la precedieron desafió con audacia los límites impuestos por ese monopolio de la cultura letrada que relegaba una parte importante de los escritos de las mujeres por motivos de estilo, desconfianza y contenido. Aprovechó la sabiduría y la enseñanza heredada hasta alcanzar notoria fama proyectando su nombre gracias a las relaciones que había establecido en la corte. Con sus textos respondió al gusto y a los intereses de la sociedad cortesana que le granjeó el aprecio y la distinción en ese círculo, cosechando de esta manera aliados, partidarios, ayuda y favores, haciéndose conocida entre los intelectuales de la época. Sobresalió aquí también Cristina en un campo particular como la historia del mecenazgo de la corte francesa donde, por una parte, el rey Carlos V demostró gran interés por las letras y las ciencias al reunir a sabios ilustres de distinta procedencia y, por otra parte, las peticiones de los señores inducían a la producción de sus manuscritos.

Varias son las razones que nos permiten considerar este texto que reseñamos como uno de los más significativos en su producción y en el inicio de una nueva etapa en la carrera literaria de la autora medieval: fue la primera obra en prosa que escribió y la primera que redactó bajo el patrocinio y encargo del hombre más importante del reino, Felipe el atrevido, duque de Borgoña y hermano del rey Carlos V. Pero su relevancia no sólo radica en ello, sino en el hecho de que Cristina de Pizan se haya adentrado por primera vez en un terreno nada propio del género femenino ya que esta obra fue la primera de una serie dedicada a tratar temas políticos. Mucho menos frecuente era que se le encargara la delicada tarea de construir el retrato de un rey ideal en especiales circunstancias por las que atravesaba la vida política y la monarquía francesa.
La citada obra se escribió en 1404, en época de la Francia gobernada desde 1380 por Carlos VI.  El panorama contrastaba con el del monarca predecesor, su padre Carlos V de Valois, a quien no le habían faltado problemas por resolver, sobre todo en el último trienio de su reinado 1378-1380 desarrollado con más sombras que luces por el enfrentamiento con su primo Carlos II el malo, rey de Navarra, que se alió a Inglaterra para destronar al rey francés; por las hostilidades generadas a raíz de la sucesión del ducado de Borgoña y de grandes señores que se declararon rebeldes sin jurar fidelidad al rey; por la continuidad de la Guerra los Cien Años con los ingleses (1337-1453); por la grave crisis económica y social y el estallido de revueltas urbanas y campesinas que dejaron exhausta a Francia. Sin embargo, no por ello Carlos V dejó de ser considerado buen rey y modelo de gobierno. Después de su muerte y del ascenso al trono de su hijo la crisis se hizo más profunda. Carlos VI padecía una enfermedad mental y ataques frecuentes, pero también excesos de conducta cuando estaba cuerdo, llevaba un estilo de  vida palaciega entregada al desenfreno, a las fiestas y a los dispendios, la corte distaba de ser ejemplar  en lo que se refiere al comportamiento de quienes estaban en el entorno regio. Francia estaba devastada por el enfrentamiento con Inglaterra, el tesoro real se encontraba con serias dificultades económicas, hubo  revueltas contra la recaudación de los impuestos, inestabilidad política marcada por las facciones y sublevaciones  de poderosos nobles, enfrentamientos de los dos señores más importantes del reino Luis duque de Orleáns y Juan Sin Miedo duque de Borgoña y  guerra civil.

En el marco de esa crisis política Felipe de Borgoña tenía buenos motivos para impulsar esta obra: había desposado a su nieta Margarita con el delfín Luis de Guyena y se preocupaba por el futuro de Francia, por la defensa de su casa y por darle continuidad a la gloria de la Corona. Para escribir el libro confió en Cristina de Pizan basándose en el reconocimiento de sus dotes excepcionales como intelectual y como persona respetada en la corte, así como en sus manifiestos sentimientos de afecto y lealtad hacia la monarquía. Así Cristina de Pizan asumió un compromiso: transmitir las características ideales que la institución real requería en unos años convulsionados. Asumió el rol de historiadora y confeccionó este libro en el marco de la tradición de los espejos de príncipes, no sólo con un valor propagandístico, como un homenaje al rey muerto, sino con un valor pedagógico para las generaciones futuras, pensando especialmente en la preparación adecuada que debía tener el delfín Luis de Guyena  para desempeñar correctamente el oficio regio, pero orientado también a un público altonobiliario, los príncipes de Francia o los príncipes de la flor de lis, que hallarían en la historia y en los hechos dignos de ser recordados un ejemplo a imitar, las enseñanzas que conducían al camino correcto, mostrándole la senda de las virtudes y un programa de gobierno para sus señoríos.

Para su redacción Cristina de Pizan buscó testimonios, realizó entrevistas a los miembros de la corte, recopiló anécdotas, consultó diversas obras, se basó en sus recuerdos. Combinó la reflexión teórica y la manera de poner en práctica el difícil arte de gobernar  basándose en el esquema de confrontación de las virtudes y los vicios, exaltando las primeras y silenciando los defectos, extrayendo de la historia que es magistra vitae los buenos ejemplos, exponiendo acerca de los actos del soberano en el gobierno de sí mismo, de su casa y reino.  

Este libro de historia oficial y moralizante se estructuró en tres partes, cada una  de ellas se ocupó de una cualidad que definía al rey Carlos V. En el libro primero desarrolló el tema de la nobleza de carácter del monarca, se dedicó a exaltar su reputación contemplando las buenas costumbres, virtudes y dones atribuidos por Dios como la prudencia, sabiduría, justicia, clemencia, generosidad, castidad, sobriedad, sinceridad, caridad y devoción que el rey practicó de manera constante, perfeccionándolas desde el momento en que ocupó el trono e  intensificándolas con el tiempo. De acuerdo con un plan sistemático y coincidentemente con las ideas políticas del momento, resignificó ese compendio de virtudes que eran imprescindibles para la dignidad regia en su vida cotidiana, privada y pública y para el bien común del reino. Extendió el prestigio del rey hacia el pasado, hasta las raíces mismas de la monarquía francesa -hablando de su origen troyano-  y prolongó su fama hacia el futuro para hacer perdurable la gloria del linaje y de toda su genealogía. Difundió la imagen del monarca como rey cristianísimo, devoto, fiel cumplidor de los deberes religiosos y protector de la iglesia a través de la fundación de instituciones eclesiásticas y colegios, de la concesión de limosnas, donaciones y rentas a las abadías y prioratos pobres, de la construcción y mantenimiento de hospitales y conventos. Ponderó la fama del rey en lo que respecta a la justicia distributiva de honores, privilegios, oficios y beneficios así como en la cuidadosa elección de sus cortesanos nobles, consejeros, sabios, juristas y prelados para administrar la casa real, dirigir la guerra y los asuntos de gobierno. Resaltó las virtudes del soberano en la administración de las finanzas y el gasto público, en el respeto a la ley y a la justicia. Elogió el nuevo protocolo que estableció el rey en la corte de su esposa, la reina Juana de Borbón, por medio del cual  ese espacio social y político se regía conforme a una tratadística de comportamiento perfectos, con códigos de conducta, conceptos de virtud como fundamento de la convivencia, con sus ceremonias que elaboraban el lenguaje de los gestos, símbolos y ritos  de cara a difundir una determinada imagen y representación del poder regio.   

En el libro segundo su narración se centró en el origen, las funciones del orden de la caballería y las virtudes inherentes a ella. Aquí Cristina de Pizan abordó el tema de la guerra, consultó los tratados de caballería  y demostró que los valores que definían a la institución caballeresca tales como la buena fortuna, el juicio, la perseverancia y la fuerza le fueron propicias al rey Carlos V. Pese a las limitaciones físicas y a que no comandó en persona sus ejércitos, lo presentó como un auténtico caballero. Su fuerza, inteligencia y estrategia militar tuvieron probados méritos en la afirmación de la soberanía y en la defensa del orden y de los intereses del reino, por ejemplo en la guerra de reconquista por la cual casi todos los territorios que habían sido entregados a Inglaterra por el tratado de Bretigny-Calais (1360) volvieron a la corona de Francia, en la reorganización del ejército con el envío a España de las compañías blancas de mercenarios para alejarlas de los saqueos que realizaban en Francia y apoyar a Enrique de Trastámara en la sublevación contra su hermanastro, el rey Pedro I de Castilla, en el reforzamiento y pacificación de las fronteras, en el especial empeño en el nombramiento de capitanes adecuados para el mando del ejército, en el reconocimiento como señor de muchos nobles y caballeros que se convirtieron en súbditos fieles rindiéndole homenaje y en el respeto que inspiró a príncipes y gobernantes extranjeros que buscaron su alianza. También indicó las nobles virtudes que tuvieron sus parientes, las principales ramas y frutos de su árbol genealógico: sus hermanos (Luis duque de Anjou y de Turena, Juan duque de Berry y Felipe duque de Borgoña) sus hijos (Carlos que lo sucedió en el trono y monseñor Luis duque de Orleáns) así como los príncipes de sangre real y la nobleza francesa.

 En el tercer libro retomó con mayor énfasis el tema de la sabiduría. Aquí se reflejó claramente la intención y conveniencia de que las nociones de sabiduría y realeza fueran concurrentes al concebir a la sabiduría como rectora de todas las demás virtudes, como guía de todos los actos del rey, como definidora del ideal monárquico. En concordancia con las ideas renacentistas Cristina de Pizan recuperó el saber libresco en un sentido humanista, como complemento necesario de las armas, así destacó de Carlos V su capacidad intelectual y su educación en las artes liberales reflejada en sus dotes para la retórica, en el amor por el estudio, la lectura y el conocimiento de la filosofía, teología, astrología, en la búsqueda de maestros sabios en todas las ciencias (medicina, filosofía, matemáticas, ciencias especulativas) y de traductores de obras del latín a la lengua francesa, así como en su  participación en los debates sobre diversos temas. Sus virtudes se materializaron en el coleccionismo de libros que dio lugar a la formación de una magnífica biblioteca en la que trabajaron copistas, y se concretaron en el apoyo a los estudios de la Universidad de París y en la concesión de privilegios.

Cristian de Pizan expuso sobre el sentido práctico y la aplicación política de la sabiduría, convirtiéndola en virtud gubernativa. De esta manera la sabiduría adquirió en su texto un interés instrumental desde el punto de vista del desempeño regio, y se asoció estrechamente con la prudencia que permitía aplicar el entendimiento a cada contingencia, momento, lugar y persona. Así por ejemplo, el buen criterio del rey se plasmó en la promulgación de leyes y ordenanzas sobre asuntos del reino y las finanzas, en el debate y la consulta de las decisiones con el Consejo Real y el parlamento que reunía a los representantes de los estados y en la capacidad de rodearse de hombres virtuosos y de buenas costumbres. Por otra parte, su dominio en las artes y las técnicas se aplicó  en las construcciones urbanísticas de Paris y sus alrededores que fueron embellecidos con monumentos, palacios, murallas y castillos. En definitiva, mostró todos los beneficios y aprovechamientos de un rey ideal para la prosperidad del reino.

Este libro nos permite redescubrir a Cristina de Pizan, nos desvela otra faceta de su personalidad, la de su pensamiento político -menos conocido-, y nos permite tener una idea más amplia de su contribución cultural para estudiarla desde disciplinas tan diversas como la filosófica, literaria e histórica. Por lo tanto, constituye una fuente valiosa para conocer el papel femenino en la cultura a fines de la Edad Media, nos introduce en el conocimiento del discurso de los espejos de príncipes que se convierten en tratados de gran trascendencia para el estudio de las ideas políticas de los siglos XIV y XV y aportan reflexiones sobre los fundamentos ideológicos del poder real, nos permite analizar la propaganda, las distintas manifestaciones del ceremonial (la unción real, las fiestas, las entradas reales) que fueron utilizados por la realeza con fines concretos.  Esta fuente entronca bien con el gran interés que ha suscitado el estudio de las cortes europeas a fines de la Edad Media para analizarla como espacio de poder y de gobierno, como espacio de la sociedad política y como espacio cultural propio que posee un particular sistema de valores y actitudes específicas que configuran la forma de vivir cortesana, un modo de ser de las elites del reino, lo que nos permite reconstruir el ethos y los usos cortesanos que daban cohesión a sus miembros definiendo el comportamiento público de clérigos, letrados, damas, nobles y caballeros.

Asimismo nos permite concebir y analizar a la corte como un espacio en el que se produce y consume cultura, como un  centro artístico-cultural, generador y promotor de artes, letras y ciencia que condiciona las obras que en ella se producen al tiempo que estas hablan de la imagen y representación que la corte desea poseer. Este libro nos desvela la importancia del patronazgo y del mecenazgo, dos categorías de análisis que explican de qué modo el poder era gestionado y administrado por el rey como fuente de gracia y favores, que muestran el desarrollo de relaciones no institucionales sino de relaciones personales basadas en las nociones de servicio y fidelidad, en los dones y privilegios. En síntesis, gracias a la obra de traducción y a este estudio de Raquel Homet recuperamos una parte del legado de la primera escritora en lengua francesa. Su trabajo conlleva muchos aportes: amplía el conocimiento acotado y sesgado que teníamos de la célebre escritora medieval; difunde y completa ciertos aspectos desatendidos en el estudio de sus obras,  la riqueza de esta fuente nos abre un horizonte de trabajo más que amplio, su lectura sugiere múltiples líneas de reflexión histórica, suscita un fuerte estímulo para el análisis de diversos temas de investigación, lo que hace de este libro una pródiga cantera de recursos de modo que es de suponer que será doblemente aprovechada por los historiadores.

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