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Revista Escuela de Historia

versión On-line ISSN 1669-9041

Rev. Esc. Hist. vol.13 no.1 Salta jun. 2014

 

COLABORACIÓN INTERNACIONAL

La defensa militar de Chile en 1816-1817

(The chilean military defense in 1816-1817)

Cristián Guerrero Lira
Universidad Bernardo O'Higgins, Universidad de Chile
Avda. Viel 1497, Santiago, Chile, cguerrerolira@gmail.com


Resumen:

Este artículo analiza los factores que condicionaron la defensa militar de Chile entre 1816 y 1817, como asimismo las medidas operacionales adoptadas por las autoridades monarquistas ante los preparativos de invasión del territorio por parte del Ejército de los Andes, concluyéndose que estas realidades facilitaron, indirectamente, el triunfo de las armas revolucionarias.

Palabras claves: Ejército de los Andes; Invasión de Chile; Defensa militar

Abstract:

This article analyzes factors that conditioned the military defense of Chile between 1816 and 1817, as also the actions taken by the monarchists authorities against the invasion projects of the territory by the Army of the Andes, concluding that these realities facilitated indirectly the triumph of revolutionary weapons.

Keywords: Army of the Andes; Invasion of Chile; Military defense


La historiografía chilena relativa a la revolución de independencia se ha alejado considerablemente de las temáticas de índole militar que le fueron tan características durante el siglo XIX. En esa centuria los historiadores, involucrados en el proceso de definición de los elementos identitarios nacionales, tuvieron en ellas un campo propicio para construir imágenes heroicas que eran presentadas como el resumen de la idiosincrasia nacional, remarcándose una serie de conductas tales como el cumplimiento del deber, el arrojo y la valentía que, entre otras, fueron consideradas como parte integrante cuando no definitoria de una forma de ser peculiarmente propia, y que eran presentadas como paradigmas a la sociedad.

           

Por otra parte, la guerra de independencia fue considerada como un elemento de unión, perfilándose en consecuencia una caracterización de ella como conflicto entre "patriotas", un vocablo que hace alusión a un sentido de pertenencia y arraigo al suelo patrio que se compartía con otros, y "españoles" o "realistas", términos que erróneamente empleados como equivalentes, aluden a cuestiones muy distintas como son la nacionalidad y una opción política determinada. Al tener un enemigo naturalmente se reforzaba la identificación colectiva. El realista ("godo", "sarraceno", "matucho" o el término que se empleara) era el contrario, el oponente, el otro, necesariamente distinto del nosotros. Por ello no resulta extraño que en los relatos historiográficos, salvo excepciones, en el campo contrario las virtudes y la heroicidad estén normalmente ausentes. Esta visión estereotipada se ha perpetuado en la memoria histórica nacional como también en la historiografía y en la enseñanza de la historia patria.

           

Por lo anterior, no resulta extraño que las descripciones de los últimos gobernadores coloniales hechas por los historiadores del siglo XIX se caracterizaran por sus adjetivaciones calificativas de sentido negativo, al igual que las que se referían a su acción gubernativa.

           

Como se trataba de construir una imagen nacional, el enemigo resultó ser, en los estudios históricos, un elemento al que no se prestó mayor atención. Sus posiciones políticas eran simplemente descritas como continuistas del régimen monárquico y sus adeptos definidos como defensores de un gobierno que pretendía mantener operativo determinado sistema social, económico, cultural y político que claramente marcaba diferencias y centraba los beneficios en uno de los polos de la relación hispano-americana.

En el análisis y en la descripción de los hechos militares de la guerra de independencia hecho por los historiadores del siglo XIX, y sostenido en gran parte por los del siguiente, la preterición del bando realista fue evidente. Si bien sus objetivos militares eran explicados, al igual que la conformación de sus tropas y varios tópicos más, indiscutiblemente el eje narrativo se hallaba en las fuerzas patriotas pues eran ellas las que luchaban por la libertad. En la revisión de cualquier obra de carácter general o de alguna historia militar específica, resulta evidente que los autores tomaron la mano de uno de los ejércitos intervinientes en el conflicto y se aferraron a ella hasta la conclusión de la contienda. Esto es apreciable en la mayoría de los escritos que tratan sobre la batalla de Chacabuco, tal como se aprecia en la obra de Francisco Javier Díaz,1 Enrique Monreal,2 y Alberto Lara,3 en las que los autores exponen con bastante detalle los preparativos, rutas y estrategias del Ejército de los Andes y, respecto de su adversario solo incluyeron algunas referencias a la ubicación de tropas. Algo similar se aprecia en los estudios de Leopoldo Ornstein4 y Hans Bertling,5 quienes a lo anterior agregaron aclaradoras digresiones de índole táctico. Otros autores, ya más modernos, pero que se mantienen en esta misma línea son Carlos Salas6 y Pablo Camogli.7 En su conjunto, estos investigadores indican la disposición de tropas realistas en los meses previos a la batalla de Chacabuco y especulan sobre las razones de su distribución geográfica, haciendo hincapié en los efectos de la acción de los grupos de montoneros que actuaban en consonancia con el plan del general San Martín, pero no ahondan más allá.

Ha habido, entonces, un gran ausente en los estudios histórico-militares de la guerra de independencia en Chile: el ejército del Rey. En esto resulta evidente que el resultado del conflicto tuvo su parte pues, mal que mal, el triunfo y la gloria correspondiente quedó en otras manos. Sin embargo, esto no puede ser un obstáculo para tratar de comprender una misma realidad desde otra perspectiva y, en este sentido, el cruce de los Andes por el ejército comandado por José de San Martín en 1817 y su triunfo en los campos de Chacabuco abren la posibilidad de plantear la otra cara de la moneda, es decir, estudiar y tratar de comprender hasta qué punto la realidad militar que se vivía en Chile fue un factor también decisivo en el triunfo revolucionario, sin desmerecer el enorme esfuerzo realizado tanto en la preparación de éstas tropas, en el tránsito mismo de la cordillera y en el valor demostrado en batalla.

Un buen ejemplo de todo esto es Casimiro Marcó del Pont, personaje siempre descrito como un ser atrabiliario, temperamental y poseedor de una gran ineptitud que, en materias militares, se contrasta con las habilidades del general San Martín, atribuyéndosele al primero gran parte de la responsabilidad de la derrota del ejército realista en 1817, todo esto sin estudiarse a cabalidad las posibilidades que efectivamente tenía de organizar una defensa eficiente y sin considerarse que la guerra, como fenómeno humano, no puede ser comprendida adecuadamente si es que no se consideran la totalidad de los factores involucrados en ella; y esto implica necesariamente un análisis doble pues allí donde uno de los contendores tenía debilidades, el otro encontraba oportunidades. Nuestro objetivo en el presente trabajo es analizar y describir las posibilidades que los realistas tenían en Chile de organizar la defensa del territorio, considerando el problema exclusivamente desde el punto de vista operacional, sin adentrarnos en otras materias más allá de lo estrictamente necesario.

En líneas generales puede afirmarse que tres fueron los factores que impidieron a los gobiernos restauradores de la monarquía en Chile implementar una estrategia defensiva eficiente ante la invasión por parte del Ejército de los Andes. En primer lugar, la carencia de recursos para emprender obras defensivas, reclutar nuevos contingentes y conseguir el armamento respectivo; en segundo, la gran extensión del frente por el cual el enemigo podía proyectar la acción de su fuerza militar y, por último, y derivado de los dos anteriores, el escaso número de efectivos que podía destinar a la defensa.

Dificultades Financieras

En lo que respecta a las finanzas públicas chilenas, es posible afirmar que éstas fueron fuertemente afectadas por las campañas militares emprendidas entre 1813 y 1814, las que adicionalmente implicaron la paralización del comercio marítimo entre Chile y Perú, al menos mientras las hostilidades estuvieron vigentes, y también el comercio chileno-rioplatense a partir de octubre de 1814, el que solo en 1813 había implicado el ingreso por la cordillera de mercancías avaluadas en 3.245.950 pesos y que generaron un ingreso fiscal por 129.699 pesos.8

La trascendencia de esta última realidad económica para la región rioplatense fue expuesta detalladamente por Tomás Guido en la memoria que presentó en 1816, atribuyéndole directamente el origen de la precaria situación fiscal, la que se conjugaba con la pérdida del Alto Perú.9

Los efectos de la desarticulación de los circuitos económicos que funcionaban plenamente hasta la guerra --y que implicaban la venta de trigo chileno al Perú en grandes cantidades, así como la adquisición de bienes provenientes de la ruta Buenos Aires, Mendoza, Santiago--, se hicieron sentir prontamente.

En junio de 1815 el gobernador Mariano Osorio representó esta situación al virrey del Perú dándole cuenta de la carencia de recursos, de las constantes peticiones de situados provenientes desde Valdivia y Concepción, las que dificultosamente podían ser satisfechas, y de las dificultades habidas para pagar a las tropas: "Los apuros de este erario afligen progresivamente a proporción que se consumen los escasos recursos que ofrece la natural pobreza del país empeorado con la dilapidación y último saqueo de todos los fondos y ramos fiscales y municipales en que dejó el gobierno insurgente, en medio de que se aumentan los reclamos de situados de la Concepción y Valdivia; el de los alcances de las tropas mantenidas con cortos socorros y el de los acreedores de préstamos de dinero y provisiones para la subsistencia y marchas del ejército reconquistador hasta su llegada a esta capital".10

Esta situación también se originaba en el alto gasto militar en que se había incurrido en los años inmediatamente anteriores al texto que referimos, el que, para más, no disminuyó a partir de octubre de 1814 pues el conflicto no había concluido. Debe considerarse que durante las campañas de 1813-1814 los egresos destinados a satisfacer las pagas militares y todos los otros rubros que un ejército en operaciones implicaba eran dobles, existiendo dos ejércitos que debían ser financiados por una misma economía, y destinándose a ellos grandes sumas de dinero. Así, por una parte, encontramos que entre los meses de abril y septiembre de 1813 la Tesorería de Santiago destinó, en promedio, el 56,95% de sus ingresos a gasto militar.11 En el mismo tópico, en los últimos tres meses de 1814, es decir en los inicios de la restauración de la monarquía, la misma tesorería registró los siguientes guarismos

Ingresos y Egresos Tesorería de Santiago. Gasto militar.

Ingresos

Egresos

Gasto Militar

Porcentaje sobre ingreso

239.140

196.360

78.936

57,05

Del total del gasto registrado, Se asignaron 45.825 pesos al pago de las tropas de los batallones de Valdivia, Chillán, Castro, Concepción, Lima, Húsares de la Concordia, Dragones de la Frontera, Carabineros de Abascal y Talavera de la Reina.12 Por su parte, el Libro Mayor de la Intendencia del Ejército realista, para el período marzo de 1813 a diciembre de 1816 registra los siguientes datos13

Libro Mayor Intendencia del Ejército realista
Marzo 1813 - Diciembre 1816
Cifras en pesos

Ingresos

Egresos

Gasto militar

Porcentaje sobre ingreso

1.035.992

1.044.330

740.741

71,50%

La evolución de las pagas del batallón de Talavera de la Reina es ilustrativa de la situación que describimos. En 1815 su mantención implicó un gasto anual de 131.663 pesos, manteniendo ese batallón un promedio anual de 563 hombres. En 1816 fue de 123.131 pesos, con un promedio de 514 hombres. En otras palabras, en 1815 se destinó un promedio de 233 pesos por efectivo y en 1816 se hizo lo propio con 239 pesos por hombre.14 En el mismo bienio, incluyéndose la totalidad de las tropas y todos los gastos militares, tanto ordinarios como extraordinarios, la mantención del aparataje militar realista implicó un desembolso de 1.030.732 pesos y 956.819 pesos, respectivamente, debiendo considerarse que la mayor inversión en este rubro estaba focalizada en el pago de las tropas.15

Paralelamente, las autoridades restauradoras debían enfrentar el algo más moderado gasto administrativo, que especificamos a continuación16

Gasto Administración. 1815 - 1816

1815

1816

Gobierno

20.188

27.860

Real Audiencia

36.590

39.456

Tribunal de Cuentas

9.107

9.108

Tesorería

9.513

12.676

Total

75.398

89.100

Al mismo tiempo, y tal como Osorio lo señalara en el texto que hemos transcrito, se debía atender también a las demandas de situados en Concepción y Valdivia. Según los registros contables de esta última plaza, el gasto militar implicó en 1813 un 38,66% de sus ingresos, cifra que repuntó a 52,45% en 1814, para luego descender a 46,76% en 1815 y a 39,91% en 1816, es decir, no bajando de un tercio.17

Chiloé era otro punto que también debía ser socorrido. En febrero de 1815 Osorio escribió al virrey del Perú informándole haber remitido a esa isla caudales y bastimentos y agregaba que se había hecho ese esfuerzo "en medio de las angustias que padece también este erario para los inmensos dispendios que le recargan en obsequio del benemérito vecindario de Chiloé".18 En octubre siguiente las dificultades para mantener ese auxilio eran notorias y por ello el mismo Osorio informó al gobernador de la isla que carecía de los fondos necesarios para enviar los socorros solicitados.19 En 1816 el nuevo gobernador Marcó del Pont argumentó algo similar: "cada día se imposibilita más este erario para suministrar a V.S. caudales, careciendo para los más instantes erogaciones del día y subsistencia de las tropas a pesar de las crecidas contribuciones impuestas".20

Lógicamente se adoptaron medidas conducentes a incrementar las arcas fiscales. Entre las más destacadas encontramos el incentivo a los donativos de corporaciones y particulares, destacándose los aportes del Consulado de Santiago por 7.700 pesos y otro del marqués de Larraín por 200 pesos mensuales, ambos destinados a la mantención de las tropas.21

También se impusieron donativos forzosos y se reajustaron los montos de varios tributos, especialmente los que grababan las actividades comerciales. El rendimiento logrado se evidencia en que si en 1815 el ejercicio fiscal de la tesorería de Santiago dejó un saldo de 158.918 pesos, al año siguiente este fue de 634.813 pesos.22 Si bien existe un aumento en los fondos recaudados, ello no era del todo suficiente pues se debía atender a los requerimientos de las distintas provincias y también las cobranzas que se realizaban desde Lima de dineros adeudados desde 1812. Por ello fue necesario arbitrar otras disposiciones más como una contribución mensual de 83.000 pesos al año. En el bando que la justificaba, Osorio especificó que considerando que las nuevas imposiciones, el aumento de derechos, ni los empréstitos habían bastado

"para llenar el crecido gasto que causan las tropas de que consta el ejército de mi mando, y otros importantes del real servicio, y que esto no puede minorarse mientras dure la insurrección de las provincias del Río de la Plata; antes bien, me ha puesto en precisión de reforzar varios cuerpos para poner este reino a cubierto de cualquier empresa que intenten formar nuestros enemigos".23

Paradojalmente, entonces, el alto gasto militar implicaba también una gran restricción que imposibilitaba cubrir las nuevas necesidades en el mismo orden, las que empezaron a ser apremiantes a partir de la primavera de 1816, cuando las noticias que se recibían desde Mendoza comenzaron a apuntar claramente en el sentido de que la esperada invasión finalmente se produciría.

¿De qué modo esta realidad imposibilitaba arbitrar medidas tendientes a establecer una defensa efectiva?

En primer lugar deben considerarse las dificultades para ampliar el número de efectivos en la fuerza realista pues cada uno de ellos debía recibir no solo la paga pertinente, sino que ser uniformado, armado y apertrechado. En segundo, la alta dependencia de la disponibilidad de dinero para mantener a las tropas ya existentes, las que sin las pagas correspondientes fácilmente podrían desertar de las filas y, en el peor de los casos, pasarse al enemigo. En tercer lugar, la imposibilidad de ejecutar en la falda occidental de la cordillera obras defensivas que contribuyeran a la defensa.

La Planificación de la Defensa

Tanto Osorio como Marcó del Pont tenían plena conciencia de que en Cuyo se preparaba una fuerza militar que, tarde o temprano, invadiría Chile. El problema era precisar, hasta donde fuese posible, cuándo, por qué rutas y con qué medios ello se haría para así poder disponer de la defensa adecuada, considerando que en un frente que teóricamente podía extenderse entre Copiapó por el norte y Concepción por el sur (1.301 kilómetros), las posibles rutas resultaban casi infinitas.

Lógicamente se descartaban los puntos extremos por cuanto la finalidad del invasor debía ser, indudablemente, la ocupación de la capital y hubiese carecido de sentido práctico invadir por ellos y después emprender una larga y agotadora marcha hacia el centro del país en largas travesías debiendo enfrentar la agreste y desprovista naturaleza de la zona norte, o la resistencia militar que pudiese presentarse si se hacía desde el sur. Ello reducía el área a defender a la comprendida fundamentalmente entre los valles de los ríos Aconcagua y Maule, misma que presentaba los pasos más factibles de ser utilizados: Los Patos, Uspallata, Portillo de Piuquenes y Planchón.

Marcó del Pont procuró recabar la mayor cantidad de información respecto de los preparativos del ejército enemigo para así estar en condiciones de adoptar decisiones estratégicas que garantizasen la pervivencia del régimen monárquico en Chile. Para ello destacó espías en Mendoza. Ciertamente muchos de ellos fueron descubiertos y otros tantos utilizados en complejas operaciones de contrainteligencia al permitírseles actuar y conseguir información errónea que luego era transmitida hacia Santiago, hechos que la historiografía chilena y argentina han destacado profusamente pero, aun así, cabe preguntarse cuántos no fueron descubiertos o delatados.

En esta materia se destaca la misión confiada a fray Melchor Martínez en noviembre de 1816. A este fraile, conocedor de varias comunidades indígenas de la zona sur de Chile,24 se le encargó la tarea de cruzar la cordillera en la zona de Curicó, adentrarse en territorio enemigo y obtener de los pehuenches transandinos información respecto de las actividades de los adversarios. Sin embargo, al tener conocimiento de la vigilancia dispuesta por San Martín sobre los pasos cordilleranos, Martínez consideró riesgoso cumplir personalmente el encargo y optó por permanecer en dicha ciudad en espera de los informes que debían remitirle algunos de los emisarios que envió secretamente. Éstos empezaron a llegarle a mediados del mismo mes conteniendo informaciones diversas, tales como haberse encontrado evidencias de un alto tránsito por las huellas cordilleranas, otras referentes a la presencia de un ejército en Mendoza que reunía a 8.000 efectivos, la existencia de una guarnición de 200 hombres en el fuerte de San Carlos y de otra de igual número en el de San Rafael, además de la preparación de una expedición que encabezada por Bernardo O'Higgins cruzaría los Andes por el paso de Antuco a fines de diciembre siguiente para adentrarse en la provincia de Concepción.

Si bien este tipo de informes causaban incertidumbre y sospecha, también validaban los aprestos defensivos emprendidos por el gobernador ante otros de igual origen que anunciaban una alta actividad militar en Mendoza y preparativos de invasión por diversos pasos. 25   Así, en octubre anterior Marcó había dispuesto la custodia de varios boquetes cordilleranos por piquetes armados y también la construcción de obras defensivas en los caminos, que básicamente consistían en la alteración de sus condiciones de transitabilidad mediante la generación de derrumbes. La pobreza del erario no permitía más y embarazaba sus iniciativas.

Un buen ejemplo de esto último lo constituye la propuesta del capitán Joaquín Aurela, quien encontrándose destinado en la ciudad de Santa Rosa de Los Andes propuso la construcción de una fortificación temporal en el paso de Uspallata. La idea fue del agrado del gobernador, pero teniendo un frente tan extenso al que atender no era posible asumir los costos que la obra implicaría:

"Sería bueno poder fortificar el paso de esa cordillera, como usted me lo indica, pero el plan general que conviene adoptar, y los muchísimos puntos de iguales circunstancias a que debe atenderse, siendo escasos los aprestos y las tropas para todos, obligan a escasear baterías de firme en situaciones tan avanzadas y desiertas, y conviene tener reconcentradas las fuerzas cuanto sea dable. Pero, no obstante, podrá usted emprender el foso para seguridad de una simple guardia, que sirva de vigía de transeúntes y de enemigos, para dar prontos avisos, valiéndose para esta obra de los medios con que sus antecesores han ejecutado otras de su especie".26

Efectivamente, las demandas eran muchas y reiteradas. Las autoridades locales de Concepción temían una invasión tanto por tierra como por mar, y solo contaban con el batallón de infantería de la plaza y una pequeña fuerza de Dragones. El gobernador de esa provincia, coronel José Ordóñez, solo logró incrementar la fuerza bajo su mando mediante la incorporación de milicianos escogidos a los que se empezó a instruir con mayor afán. Sin embargo, el armamento escaseaba y solo se pudieron remitir desde Santiago unos doscientos fusiles y dos armeros para que tratasen de reparar los descompuestos. Desde Valdivia también llegaban imperiosas solicitudes de auxilios. El coronel Manuel Montoya, gobernador de esa localidad, pedía instrucciones al gobierno central y al mismo tiempo exigía a su homónimo de Chiloé la remisión de tropas. Lo mismo ocurría con las autoridades de Coquimbo y otros puntos del territorio.27

            El caso de Concepción resulta interesante e ilustrativo pues los requerimientos, y también las quejas de Ordóñez permiten, por la vía de una respuesta del gobernador Marcó del Pont a ellas, establecer la claridad que éste último tenía respecto del próximo ataque del Ejército de los Andes y sus probables rutas de invasión. Decía Marcó en ese texto, fechado el 4 de febrero de 1817, encontrarse en una situación más compleja que su interlocutor debido a la mayor cercanía respecto del enemigo y también por la acción de las montoneras que actuaban en la zona sur de la provincia de Santiago, y agregaba

"Si por estas circunstancias hubieran de arreglarse las defensas, conocerá U.S. la ventajas respectiva de la suya en su menor extensión de cordillera, a más de cien leguas del enemigo interceptadas por países de infieles, que la mía de más de trescientas leguas desde Maule a Copiapó, todas limítrofes de las poblaciones de la otra banda beligerante, viéndome por esto obligado a mantener desamparadas las extremidades, por cubrir el centro de esta capital y sus proximidades, como punto que encierra toda la riqueza y la fuerza moral del reino, y único que ocupa las verdaderas miras del enemigo, siendo conocido su ardid de hacer esas llamadas falsas, con pequeños destacamentos de emigrados revolucionarios y tropas inferiores, para distraer las mías e invadir aquí con seguridad".

Acto seguido le recordaba a Ordóñez que como subordinado debía actuar según las órdenes que se le impartiesen y no autónomamente, aclarando que como Capitán General sus planes estaban reducidos "a continuos movimientos y variaciones según las ocurrencias y noticias del enemigo, cuyo jefe de Mendoza es astuto para observar mi situación, teniendo innumerables espías y comunicaciones infieles alrededor de mí, y trata de sorprenderme", para finalizar manifestándole que en su condición jerárquica inferior, debía poner "en adelante su mayor confianza en las disposiciones de esta superioridad, que procede con circunspección y con detalles más ajustados que los que U.S. puede formar".28

Resulta evidente, entonces, que Marcó del Pont tenía una percepción bastante cierta tanto del área geográfica por la cual se efectuaría la invasión como del real alcance de las estratagemas distractoras -"llamadas falsas"-- que empleaba el general San Martín, al menos en lo que se refiere a descartar una incursión hacia el sur de Chile, y que no se aferraba a una estrategia defensiva inamovible sino que, por el contrario, dinámica de acuerdo a la información que se obtuviesen.

De hecho unos días antes, el 29 de enero de 1817, había escrito al virrey del Perú señalando que para tener éxito el general San Martín no tendría otra posibilidad que dividir la fuerza realista "por medio de llamar la atención a distintos puntos, levantando los pueblos, para de este modo cortarme en el caso de acometer",29 apreciación que es plenamente coincidente con los planes Sanmartinianos.

Así, en la acertada percepción de Marcó del Pont, el área a defender se reducía a la provincia de Santiago que se extendía entre los ríos Aconcagua por el norte y Maule por el sur; sin embargo, y considerando la reducida disponibilidad de recursos y la extensión del frente de invasión, algo más de 300 kilómetros, igualmente se enfrentaba a un problema casi irresoluble.

La solución adoptada por el gobernador fue lógica y concordante con lo que había escrito al capitán Aurela y al coronel Ordóñez pues, considerando todas las circunstancias anteriores, optó por establecer tres zonas de defensa. La primera, comprendida entre los ríos Aconcagua y Cachapoal, quedó al mando del coronel Ildefonso Elorriaga, de amplia trayectoria en las campañas de 1813 y 1814. La segunda, que abarcaba el territorio entre el Cachapoal y el río Maule, inicialmente quedó al cuidado del coronel Juan Francisco Sánchez y luego bajo el mando del de igual grado Antonio Quintanilla. La tercera, que abarcaba la provincia de Concepción y Valdivia, quedó a la custodia de José Ordóñez. En las dos primeras concentró sus tropas, especialmente en la más septentrional, privilegiando al mismo tiempo la movilidad de los distintos cuerpos que se dispusieron en la segunda, conformados básicamente por tropas de caballería, las que en caso de invasión por alguna de las otras dos, podrían desplazarse rápidamente hacia donde fuese necesario.

Las mismas zonas de mayor concentración de tropas eran territorios fundamentalmente agrícolas en los que habitaban, según las cifras del poco fiable censo levantado en 1813, un total de 222.793 habitantes, excluyéndose la población de Santiago que no fue censada.30

 

Con todo, existía un punto que resultaba fundamental en las prevenciones defensivas de Marcó del Pont, su interés en la defensa de la capital, el que también puede evidenciarse en la construcción de una fortaleza en el cerro Santa Lucía.31 La ciudad de Santiago era la meta a la que aspiraba el enemigo, y también un punto psicológicamente importante de mantener en manos del rey para evitar la proliferación de movimientos insurreccionales una vez que la invasión empezara. Se presupuestaba que si la capital caía en manos enemigas sería casi imposible detener la debacle realista, cosa que el curso posterior de los hechos -resistencia en Talcahuano, segunda expedición de Osorio, derrota revolucionaria en Cancha Rayada y de los realistas en Maipú—, se encargó de desmentir pues aún quedaba abierta la posibilidad de recibir refuerzos desde Perú.

Un problema adicional lo representaban las montoneras. La historiografía ha sido persistente en sostener que la acción de estos grupos en la zona de Colchagua (San Fernando) a fines de 1816 no solo mantuvo un espíritu de libertad sino que también logró producir una desconcentración del ejército realista. Esta afirmación, sin ser falsa, debe a nuestro juicio ser relativizada primero por la escasa proyección de la acción de resistencia anti-realista de estos grupos y, segundo, porque la distribución de las fuerzas militares del ejército del rey no muestra variaciones significativas.

Respecto de lo primero debe considerarse que el número de acciones emprendidas por estos grupos no fue elevado. En efecto, éstas se concentraron entre noviembre de 1816 y fines de enero siguiente, y se limitaron a la ocupación de las casas de una hacienda en Cumpeo, al asalto a dos poblados (Melipilla y San Fernando) y un ataque a la ciudad de Curicó. En lo concerniente a estos últimos hechos, que parecen revestir mayor gravedad, hay que tener presente que la primera ciudad nombrada no contaba con guarnición militar, lo que facilitaba enormemente la incursión, y que la ocupación de la segunda solo duró unas pocas horas.

Si bien estas acciones complicaban más aun al gobierno de Marcó del Pont, su efecto parece haber sido más bien psicológico, agudizando la desconfianza del gobernante hacia los habitantes de esos territorios pues se determinó ofrecer recompensa por las cabezas de Manuel Rodríguez y José Miguel Neira, y se arbitraron varias medidas que tendían a establecer una serie de controles sobre los desplazamientos de la población en las áreas rurales (toques de queda, obligatoriedad del uso de pasaportes, imposibilidad de circular en grupos superiores a tres personas, etc.),32 sin que para ello se hayan destinado mayores fuerzas.

Respecto del posicionamiento geográfico de las tropas del rey resulta de gran utilidad la detallada relación que de su ubicación y estado remitiera a Mendoza en febrero de 1816 uno de los espías de San Martín, Aniceto Almeyda, y que especificamos en la siguiente tabla, estableciendo un punto inicial para una posterior comparación:  

Distribución Fuerza Realista en Chile. Febrero de 1816

Batallones

Efectivos

Ubicación

Jefes

Armamento y Disciplina

Infantería

Chillán

840

Chillán: 800
Coquimbo: 40

Sánchez

Regular

Valdivia

560

Talca: 200

Piquero

Regular

Valle: 200

Puerto: 80

Santiago: 80

Talavera

560

Santiago: 560

Maroto

Bueno

Chiloé

660

Santiago: 600

Arenas

Bueno

Coquimbo: 60

Concepción

500

Concepción: 500

Vildósola

Regular y bueno

Sub Total

3.120

Caballería

Dragones

600

Santiago: 300

Morgado

Regular y bueno

Concepción: 200

San Fernando: 100

Carabineros

370

San Fernando-Curicó: 370

Quintanilla

Bueno y regular

Húsares

330

Quillota: 330

Barañao

Bueno y regular

Subtotal

1.300

Otras Fuerzas

Artillería

400

Santiago: 130.
Restantes distribuidos

Cacho

Muy variable

Reclutas

200

Subtotal

600

Total

5.020


Fuente: Leopoldo Ornstein. La Campaña de los Andes., p. 195.

Si bien en estos datos no está disponible la ubicación geográfica precisa de algunos de los cuerpos incluidos, en líneas generales puede establecerse la situación que nos muestra el gráfico que insertamos a continuación, que evidencia la concentración de tropas en la zona central, comprendida entre los ríos Aconcagua y Maule, y no precisamente en el área en que desde fines de ese año actuarían las montoneras. En efecto, el total de efectivos destinados a los poblados de San Fernando, Curicó y Talca era solamente de 670 hombres, de los que 470 eran de caballería.


Fuente: Elaboración propia.

¿Qué ocurría a inicios de 1817? Las referencias que entrega Ornstein para dilucidar cuál era la situación a inicios de ese año no resultan ser de mayor utilidad pues solo especifican la ubicación de compañías y escuadrones, sin detallarse cuántos hombres formaban cada una de esas agrupaciones. Aun así, y suponiendo un número más o menos uniforme en ellas, permiten inferir que no hubo un cambio significativo en la situación respecto del año anterior.

Este autor señala que el valle de Aconcagua y la cuenca de Santiago estaban guarnecidos por 12 compañías de infantería (4 de Talavera, 4 de Chiloé y 4 de Valdivia), un escuadrón de húsares y 200 artilleros. A estas fuerzas se sumaban el regimiento de dragones situado en Rancagua y dos escuadrones de caballería en Curicó, poblados que se ubican, respectivamente, a 83 y 190 kilómetros de distancia respecto de Santiago, debiendo tenerse en cuenta su alta movilidad por tratarse de efectivos montados.33

 En abril de 1817, en Lima, el general Rafael Maroto informó que con inmediata anterioridad a la batalla de Chacabuco la fuerza realista en la capital y sus alrededores ascendía a 3.317 hombres, y la diferenciaba claramente de las tropas que guarnecían otros puntos como Coquimbo, Valparaíso, Concepción y Valdivia, las que habrían oscilado entre los 950 a 1.000 efectivos. Así, el ejército del rey habría estado compuesto por 4.267 ó 4.317 efectivos.34  Estas cifras dadas por el brigadier derrotado en Chacabuco no concuerdan con lo que él mismo planteó un poco más adelante en el documento al señalar que las diversas acciones distractoras, previas a la invasión, habían logrado la desconcentración de las tropas realistas. Respecto de esto debe considerarse la relativa verosimilitud de este tipo de documentos pues en los partes de batalla siempre se encuentran explicaciones para la derrota y elogios para la victoria, con todo, y aunque Maroto no entrega cifras precisas y detalladas como las que hemos visto para 1816,35 éstas igualmente sirven para hacerse una idea aproximada de la distribución geográfica de la fuerza, la que expresamos en el gráfico siguiente

Gráfico 2


Gráfico 2

Si bien para efectos de comparación en este último grafico no contamos con datos numéricos para la zona norte del país, éstos no podrían alterar significativamente la situación que estudiamos. Basta con consignar, por ejemplo, que la guarnición de Copiapó estaba conformada por 27 vecinos, y que la de Coquimbo se basaba en la milicia local.36

Como fuere, las cifras disponibles permiten afirmar que la fuerza realista principal se mantuvo en las dos primeras zonas de defensa ya especificadas, concentrándose en la primera (la ubicada entre el Aconcagua y el río Cachapoal) y destinándose a la segunda (entre los ríos Cachapoal y Maule) una fuerza secundaria de mayor movilidad.

Opciones Militares Realistas al Momento de la Invasión

Según la opinión de Leopoldo Ornstein, la estrategia implementada por Marcó del Pont fue errónea y evidenciaba tres propósitos. Primero, la defensa de la capital, situación que se patentizaba en la concentración de fuerzas en Aconcagua y Santiago. Segundo, prevenir una posible invasión enemiga por el paso del Planchón y, a la vez, un desembarco en Talcahuano. Dice este autor: "a tal objeto puede responder la instalación del batallón Concepción en la población del mismo nombre y la del batallón Chillán con dos escuadrones de caballería en Curicó". Tercero y último, contrarrestar posibles alzamientos de la población, lo que sería tarea de las fuerzas ubicadas en San Fernando, Talca y otras localidades.

Estas apreciaciones nos merecen ciertos reparos. En primer lugar, resulta erróneo sostener que la destinación del batallón Chillán con dos escuadrones de caballería a la ciudad de Curicó tuviese por finalidad facilitar la defensa de Concepción, especialmente si consideramos una simple cuestión de distancias pues, en línea recta, Curicó se ubica a 261 kilómetros al norte de Concepción y a 190 kilómetros al sur de Santiago. Evidentemente al destacarse en la primera plaza una fuerza de caballería perfectamente podría concurrirse a la defensa de ambos puntos, siendo más factible hacerlo respecto del primero. En todo caso, llama la atención la condicionalidad señalada por el autor.

También merece cuestionamiento lo afirmado al indicarse que las decisiones tomadas por Marcó serían militarmente erradas señalándose que hubiese sido mejor optar por concentrar el grueso del ejército en la capital y dejar la custodia del resto del territorio a cargo de las fuerzas de milicias, tal como lo habría sugerido Judas Tadeo Reyes.37 Sobre esta opinión debe considerarse lo que ya hemos visto, es decir, que efectivamente la mayor parte del ejército se concentraba en la provincia de Santiago destinándose a su parte sur tropas con una alta capacidad de desplazamiento. En esta misma materia, cabe señalar que más peligro pudiese haber entrañado una casi total desmilitarización de la provincia de Concepción y de la plaza de Valdivia pues evidentemente Marcó no podía echar en "saco roto" y sin mayor ponderación las noticias que recibía, fuesen estas ciertas, falsas, o artificiosamente falsas, --asunto que por demás era imposible de determinar a ciencia cierta--, y debía atender a todas ellas.

En tercer lugar, ¿podía Marcó fiarse de las fuerzas milicianas?, verdaderos soldados "colecticios" para usar una expresión de Joaquín de la Pezuela38 y que creemos plenamente aplicable a estas fuerzas cuyo valer militar, salvo excepciones, no era comparable al de las tropas de línea y que, adicionalmente, al estar conformadas por vecinos no contaban con un entrenamiento regular y una experiencia constante y permanente en las campañas anteriores. Basta recordar los dichos del coronel realista Antonio de Quintanilla relativos al momento en que en 1813 los milicianos voluntarios de Chiloé se negaron a cruzar el río Maule:

"Al día siguiente te emprendió la marcha en dirección al vado que se había elegido para pasar el río, pero ya próximos se plantó uno de los batallones de Chiloé manifestándose en desobediencia y negándose a pasar el río. Se les amenazó, se les rogó y se hicieron cuantos esfuerzos son imaginables, tanto por el general como por los jefes y hasta por dos frailes que en calidad de capellanes iban en el ejército. Nada bastó. Por último se mandó seguir la marcha a los demás batallones y se negaron igualmente. En tal situación se acampó el ejército".39

También nos entrega un indicio de su desempeño el hecho, bastante simple, de que no se recurriera a esas fuerzas que al menos numéricamente resultaban muy superiores a las del ejército de línea. Piénsese que en la zona comprendida entre los ríos Aconcagua y Maule, y según el ya citado censo de 1813, la cantidad de milicianos de infantería y caballería registrados ascendía a 13.750 hombres. De haber sido fuerzas confiables se les habría utilizado con mayor profusión. También debe recordarse lo ya dicho respecto del reforzamiento de la guarnición de Concepción con algunos milicianos escogidos, no con la totalidad de los disponibles.

          

 Por último, ¿podía Marcó adoptar otras disposiciones teniendo un frente que en términos teóricos representaba una línea de alrededor de 570 kilómetros que debía defender con 5.020 hombres, o con 4.550, según las cifras que entrega Diego Barros Arana40, lo que equivaldría a siete u ocho soldados por kilómetro? Evidentemente no y, por tanto, al existir la sospecha de que la ruta de invasión principal que potencialmente utilizaría el enemigo sería cercana a la capital, --asunto respecto del cual no se podía tener una noción absoluta, pero si un grado aceptable de certeza--, se imponía la necesidad de concentrar al contingente en determinados lugares porque de lo contrario, es decir, desperdigar las fuerzas, cualquier defensa carecería de sentido.           

          

Demostrando una clara conciencia de que la guerra no era una cuestión netamente local, sino que tenía una perspectiva más amplia que involucraba a otros sectores geográficos aledaños, Marcó del Pont propuso como solución a su complejo escenario un movimiento militar mayor que alejase el peligro de invasión. Por ello solicitó que el ejército del rey acantonado en el Alto Perú iniciase sus operaciones cuanto antes para con ello se forzar al gobierno de Buenos Aires a disponer en ese frente de las fuerzas que estaban concentradas en Mendoza, aliviándose así la presión sobre Chile. De esta iniciativa da cuente una carta que remitió al mariscal José de la Serena, pero que no llegó a su destinatario por haber sido interceptada por las fuerzas del general Belgrano. Fechada el 3 de diciembre de 1816, el gobernador manifestaba en ella que debía

 "manifestar a  U.S. que mi situación actual es apurada, anunciándose próxima una fuerte expedición al mando del gobernador de Mendoza don José de San Martín contra este reino, por diversos puntos atacables en la distancia de 400 leguas limítrofes, para cuya defensa son escasas las tropas de mi mando, debiendo atender al mismo tiempo a la seguridad interior de un país subyugado, solo por la fuerza, rodeado de descontentos y partidarios de los enemigos. A no ser este contraste, me resolvería a pasar la cordillera y buscarlos en sus propios hogares; por tanto me veo en el caso de necesitar que U.S., estrechándolos en el Tucumán, observe sus retiradas para contenerlos sin que trascienda a Chile, mientras yo me limito a la defensa pasiva de los puntos por donde puedan intentarlo".41

A todas luces la idea habría resultado tardía pues la data de la solicitud solo distaba un mes y unos pocos días del inicio de la invasión, tiempo del todo insuficiente para haber iniciado un movimiento como el descrito en ella.

Esta propuesta formaba parte de una percepción más general, caracterizada por la conciencia de que sólo con el auxilio virreinal peruano se podría contener la invasión sanmartiniana pues los recursos del territorio eran insuficientes para ello. En efecto, según costa en un oficio de Marcó al Virrey, fechado el 28 de noviembre de 1816, acababa de recibir los pertrechos de guerra que le habían sido remitidos desde Lima y manifestaba quedar "igualmente reconocido a sus advertencias y esperanza en que me deja de los más socorros necesarios a este reino, siempre que haya arbitrio", para finalizar solicitando la remisión de mil efectivos de tropa europea y los correspondientes cuadros de oficiales y suboficiales.42

La estrategia defensiva realista también estaba condicionada por la realidad geográfica del territorio, extremadamente extenso y angosto, cuestión que hasta hoy plantea problemas teóricos de difícil resolución. En este sentido, Hans Bertling señala claramente que la proyección de la región andina hasta "muy al interior del territorio y a inmediaciones de la parte más importante de él", es decir el valle central, obliga a disponer de las fuerzas principales de defensa en esa misma zona, "de manera que los combates decisivos tendrán lugar en las inmediaciones [de los puntos más importantes] y las consecuencias de un caso fatal serían determinantes, decisivas y sólo difícilmente reparables".43

Marcó del Pont presupuestó que la dirección del ataque de San Martín sería directamente hacia Santiago, evitando así el enemigo un largo desplazamiento hacia la capital si penetraba en el territorio por el norte o el sur, movimiento que hubiese demandado gran cantidad de tiempo a la fuerza invasora, aunque también debió haber resultado lógico que el gobernador de Chile presumiese que la información con que contaba San Martín respecto de la concentración de tropas realistas potencialmente tuviese algún peso en la planificación de la invasión, decidiendo a su contendor a operar por el sur o por el norte para así evitar enfrentar esa resistencia, existiendo la posibilidad, para los defensores, de efectuar un reordenamiento táctico.44

Con todo lo especulativo que este último razonamiento puede ser, lo concreto es que las disposiciones adoptadas por Marcó del Pont se centraron más en la hipótesis de un ataque directo, como realmente ocurrió, sin que ello implicase desguarnecer completamente otros puntos importantes del territorio que, en caso de derrota pudiesen servir para un repliegue táctico, como efectivamente sucedió con Concepción y Talcahuano en el sur, y manteniendo una fuerza suficiente para controlar la actividad de las montoneras en Colchagua.

Altamente pertinente nos parece el análisis que hace Bertling respecto de las posibilidades reales de presentar una defensa eficiente en el valle del río Aconcagua pues en él se pueden encontrar elementos que explicarían las decisiones tomadas por los mandos realistas tras los combates de Guardia Vieja, Achupallas y Las Coimas, que aseguraron la penetración de la fuerza invasora. Dice Bertling:

"Las condiciones topográficas del valle de Aconcagua y de sus inmediaciones no eran muy favorables para una defensa tenaz, especialmente con fuerzas reducidas como las realistas. Un gran inconveniente formaba el cordón situado al norte del mismo valle, al cual se podía subir desde el norte sin dificultades muy grandes; además, hay varios cajones que bajan desde ese alto en dirección al  sur y hacia el mismo llano. Estas circunstancias hubieran permitido al invasor mandar por dicho cordón pequeños destacamentos al valle, para producir perturbaciones e interceptar las comunicaciones entre los defensores del camino de Uspallata y del cajón del río Putaendo, lo que pudo haber traído consecuencias muy fatales por no existir posiciones u otras condiciones topográficas favorables para oponerse a su avance, desde aquel cordón".

A lo anterior, el mismo autor agrega el hecho de que el terreno comprendido entre las localidades de Los Andes y San Felipe no facilitaba la defensa por ser relativamente plano, cultivado y encerrado. Los pequeños cerros existentes, "que en su mayor parte se encuentran en el centro de dicho llano y al norte del río Aconcagua, servían muy poco como posiciones, de manera que una vez llegado el invasor a las entradas del valle mismo, la defensa era sumamente difícil".

La utilización del río Aconcagua como línea de defensa también es relativizada por su posición en medio del valle:

"El valor del río Aconcagua como línea de defensa, por encontrarse casi en el medio del llano, era naturalmente relativo. Es cierto que para el defensor habían [sic] buenos puntos de apoyo en los cerros de los Andes, de Curimón y de San Felipe en la orilla izquierda del río, y que en el lado norte de este, que con el verano es invadeable, no existen posiciones que favorezcan al enemigo, si hubiese intentado forzar el paso. Pero habiéndose adueñado el invasor de Santa Rosa de los Andes, la defensa de la línea del río se hubiera encontrado en una situación insostenible, pues quedaba entonces amenazado el flanco derecho y la comunicación por Chacabuco a Santiago.
Todo esto deja ver que el valle de Aconcagua debía ser defendido en la misma región andina y que una vez perdidas las posiciones en ella, ya no había mucha esperanza para oponerse eficazmente a una invasión simultánea".45

En otras palabras, si el invasor llegaba a sobrepasar las posiciones defensivas ubicadas en la salida de las gargantas cordilleranas no resultaba conducente, ni tampoco práctico, presentar una resistencia mayor. Al verse sobrepasadas las fuerzas realistas en Las Coimas y en Guardia Vieja no resultaba lógico que los realistas contraatacaran hacia alguno de esos dos puntos pues se abría la posibilidad de ser golpeados por la retaguardia desde el otro, y mucho menos fraccionar la fuerza y contraatacar hacia ambos. Sólo quedaba replegarse hacia la cuesta de Chacabuco y en ella ofrecer resistencia.

Coincidentes con este pensamiento encontramos las órdenes que San Martín entregó al general Miguel Estanislao Soler el 16 de enero de 1817, en las que disponía que debía ocupar el valle de Putaendo y la villa de San Felipe el 8 de febrero siguiente, misma fecha en que había ordenado que el coronel Las Heras ocupara Santa Rosa de los Andes,46 debiendo luego ambos comandantes divisionarios contactarse entre sí. Lo anterior no sólo refiere el grado de coordinación que ambas columnas debían tener, sino que también da cuenta del nivel de flexibilidad en la ejecución de las órdenes que su general en jefe les otorgaba, considerándose las circunstancias que pudiesen encontrar al arribar a la zona poblada del valle de Aconcagua, donde la presencia del enemigo pudiese, o debiese, ser mayor que en la cordillera. En este último sentido encontramos las instrucciones cuarta y quinta a Las Heras, en las que se señalaba:

"4º. Si la situación y fuerza del enemigo le permitiese atacarlo en Santa Rosa, lo verificará; así como si puede dejar cortada alguna división marchando rectamente a Chacabuco y [sic] interponiéndose entre la capital y la Villa Nueva, siempre que pueda hacerlo con toda seguridad.
5º. Si antes de reunirse todo el ejército ha obligado al enemigo a abandonar todo el valle su primer objeto será apoderarse de la cuesta de Chacabuco remitiendo las partidas que crea necesarias para interceptar con la capital los caminos que juzgue convenientes".47

Esto fue precisamente lo que ocurrió en 1817. Las fuerzas realistas, tras fracasar en la defensa del valle de Aconcagua, se concentraron en Chacabuco donde recibieron el refuerzo de las tropas que se desplazaron desde Santiago. Pudiese reprocharse el corto número de defensores realistas ubicados en Achupallas y Guardia Vieja y la falta de fortificaciones, pero debe considerarse el marco general de la disponibilidad de tropas, la carencia de recursos y la multiplicidad de posibles rutas de invasión.

            Lo ocurrido en los días previos a la batalla de Chacabuco, cuando ya se tenía claridad sobre la presencia de fuerzas invasoras en Aconcagua y de otra fuerza enemiga en la zona de Curicó y Talca también confirma lo anterior. En una Junta de Guerra celebrada en Santiago el 5 de febrero imperó la idea de que el grueso del ejército enemigo era el que entraba por los pasos de Los Patos y Uspallata, por lo que se acordó reforzar a la división comandada por Atero enviando 200 Carabineros de Abascal y, al mismo tiempo, se ordenó al coronel Morgado reunir las tropas diseminadas entre Colchagua y Talca para su desplazamiento hacia la capital.48 Sin embargo, el resultado del combate de Las Coimas obligó a los realistas a dirigirse hacia Chacabuco, en una acción concordante con los planteamientos teóricos que tiempo después hiciera Bertling.

Una alternativa de curso de acción fue la planteada ese mismo día por el general Rafael Maroto, quien propuso desamparar la capital y partir con las tropas y los civiles que quisiesen migrar hacia el sur, incorporando en el trayecto a las partidas que se desplazaban en sentido contrario desde Colchagua y Talca, para fortalecerse en Talcahuano, donde se podrían recibir auxilios externos.49 La suerte de esta proposición fue decidida por Marcó del Pont quien consideró más que las cuestiones de orden militar las de carácter político pues la caída de Santiago podría haber implicado, a su juicio, un levantamiento generalizado de la población del territorio.50

Agreguemos que la conducta del gobernador en esos mismos días hace suponer un espíritu derrotista que se expresó, por ejemplo, en el envío de parte de sus bienes personales a Valparaíso con instrucciones de que fuesen despachados lo antes posible hacia Callao, y también en la determinación que adoptó el 8 de febrero en el sentido de remitir hacia el mismo puerto al brigadier Manuel Olaguer Feliú con la misión de preparar allí el embarque de las tropas. Ese mismo día Marcó escribió al gobernador de Valparaíso, José Villegas en los siguientes términos:

"Los enemigos por todas partes asoman en grupos considerables y cada día descubren más sus ideas de comprometernos, llamándonos la atención por todas partes para apoderarse a un tiempo mismo del reino todo, o para dividir nuestras pocas fuerzas para tamañas atenciones. Si ocurro a ellas, según se presentan, muy en breve disminuiré mi pequeño ejército con las pérdidas que son consiguientes; si me reduzco a la capital, puedo ser aislado, y perdida la comunicación con las provincias y ese puerto, me quedo sin retirada y expuesto a malograr mi fuerza, que pudiera desde luego contrarrestar la de los invasores, si los pueblos estuvieran en nuestro favor; pero levantado el reino contra nosotros, y obrando de acuerdo con el enemigo, toda combinación es aventurada, y todo resultado incierto".51

Conclusiones

De las circunstancias expuestas surge claramente la existencia de una serie de situaciones que dificultaron la situación y la actuación del ejército realista y que, indirectamente, beneficiaron al de los Andes, lográndose los resultados consabidos.

En primer lugar la escases de recursos derivada de la situación de la hacienda pública. La carencia de mayores fondos, a pesar de todas las medidas tributarias adoptadas, no permitió ampliar las fuerzas disponibles, ni tampoco realizar obras defensivas en los principales pasos cordilleranos ni en sus zonas adyacentes hacia el oeste.

En segundo lugar, la escasez de contingente no permitía guarnecer todas las rutas que el enemigo posiblemente utilizaría para invadir, hecho que se veía agravado por el accionar de las montoneras en Colchagua, que obligaba a distraer una parte menor de esas mismas tropas en labores de una índole distinta.

En tercero, las dificultades tácticas generadas por la conformación del territorio en la zona cercana a la capital, que obligaban a detener la invasión en plena cordillera, especialmente si el enemigo trataba de internarse por el valle de Aconcagua, lo que para los realistas era la ruta que más probablemente se utilizara.

Considerando lo anterior, la estrategia adoptada por Marcó del Pont parece ser apropiada: dividir en territorio en tres zonas, siendo las dos más septentrionales, las que en el fondo correspondían a la provincia de Santiago, las de mayor prioridad pues en ellas se concentró el grueso de la fuerza disponible, conformándose el contingente de la segunda (la ubicada entre los ríos Cachapoal y Maule) de un fuerte número de hombres de caballería, lo que le daría la movilidad necesaria para desplazarse indistintamente hacia cualquiera de las dos contiguas.

También se concluye de lo anterior que la acción de las montoneras no habría sido tan eficiente en el objetivo de lograr una desconcentración de la fuerza realista pues al compararse los datos correspondientes a 1816 con los del año siguiente, su posicionamiento geográfico no experimentó grandes modificaciones. En esto debe recordarse que inicialmente San Martín tenía proyectado presentar batalla el día 14 de febrero pero, al tener noticia del desplazamiento de los efectivos realistas desde esta misma segunda zona, decidió adelantar sus planes en dos días, combatiéndose antes del arribo de estas a la zona de Chacabuco.

Por último, la decisión del mando realista de concentrar sus efectivos en Chacabuco es consistente con los análisis teórico-tácticos realizados posteriormente y también con las proyecciones del general San Martín, quien en sus órdenes operativas a los comandantes de las columnas invasoras señalaba que se debían enviar partidas de observación a esa zona y también para interceptar las comunicaciones enemigas.

En síntesis, las autoridades realistas, considerando sus recursos y hombres, no podían presentar mejor defensa que la que efectivamente presentaron a la invasión sanmartiniana y en esto tuvieron un rol fundamental los condicionamientos económicos y, más que nada, los factores de índole geográfico.

 

Notas:

1. Francisco Javier Díaz, La Campaña del Ejército de los Andes en 1817. Talleres del estado Mayor General, Santiago, 1917.

2. Enrique Monreal, El Paso de los Andes y la Batalla de Chacabuco. Imprenta de la Revista de Ingenieros, Concepción, 1924.

3. Alberto Lara, La Batalla de Chacabuco. Relación Histórica y Estudio Crítico Militar. Imprenta Universitaria, Santiago, 1917.

4. Alberto Lara, La Batalla de Chacabuco. Relación Histórica y Estudio Crítico Militar. Imprenta Universitaria, Santiago, 1917.

Leopoldo Ornstein, La Campaña de los Andes a la Luz de las Doctrinas de Guerra Modernas, Talleres Gráficos del Colegio Militar, Buenos Aires, 1929.

5. Hans Bertling, Estudio Sobre el Paso de la Cordillera de los Andes Efectuado por el General San Martín en los Meses de Enero y Febrero de 1817 (Campaña de Chacabuco), Talleres del Estado Mayor General, Santiago, 1917.

6. Carlos A. Salas, El General San Martín y sus Operaciones Militares. Instituto Nacional Sanmartiniano, Buenos Aires, 1971.

7. Pablo Camogli, Nueva Historia del Cruce de los Andes. Aguilar, Buenos Aires, 2011.

8. Cristián Guerrero Lira, La Contrarrevolución de la Independencia en Chile. Editorial Universitaria y Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, Santiago, 2002, pp. 241-260.

9. Tomás Guido, Memoria. En Carlos Guido y Spano, Vindicación Histórica. Papeles del Brigadier General Guido. 1817-1820. Imprenta y Librería de Mayo, Buenos Aires, 1882.

10. Archivo Nacional, Chile, Fondo Varios, vol. 224, pieza 4.

11. Cálculos basados en los datos presentados en las razones mensuales de la Tesorería de Santiago publicados en el periódico Monitor Araucano, 1813.

12. Archivo Nacional, Chile, Contaduría Mayor, segunda serie, vol. 2930.

13. Archivo Nacional, Chile, Contaduría Mayor, segunda serie, vol. 3142.

14. Archivo Nacional, Chile, Fondo Varios, vols. 291-292.

15. Archivo Nacional, Chile, Contaduría Mayor, segunda serie, vols. 2931 y 2933.

16. Archivo Nacional, Chile, Contaduría Mayor, segunda serie, vols. 2931 y 2933

17. Cristián Guerrero Lira, La Contrarrevolución de la Independencia en Chile, pp. 241-260.

18. Archivo Nacional, Chile, Archivo del Ministerio del Interior, tomo 26, foja 73 vta y 74.

19. Archivo Nacional, Chile, Archivo del Ministerio del interior, tomo 26, foja 137.

20. Archivo Nacional, Chile, Archivo del Ministerio del Interior, tomo 26, foja 170.

21. Archivo Nacional, Chile, Archivo del Ministerio del Interior, tomo 26, foja 95.

22. Archivo Nacional, Chile, Contaduría Mayor, segunda serie, tomos 2931 y 2933.

23. Citado en Cristián Guerrero Lira, La Contrarrevolución de la independencia., p. 253.

24. Fray Melchor Martínez es el autor de la Memoria Histórica Sobre la Revolución de Chile Desde el Cautiverio de Fernando VII Hasta 1814, obra escrita por orden real y que solo se publicó en la medianía del siglo XIX, siendo una de las fuentes importantes para el estudio de la primera época de la independencia nacional.

25. Diego Barros Arana, Historia General de Chile, Rafael Jover, Editor, Santiago, 1884 y siguientes, tomo X, p. 455 y siguientes. Cabe destacar que O'Higgins había presentado en 1815 al gobierno porteño un completo plan de invasión que incluía el tránsito de tropas por el paso de Antuco.

26. Diego Barros Arana, Historia General de Chile, tomo X, p. 458.

27. Diego Barros Arana, Historia General de Chile, tomo X, pp. 471-472.

28. Gaceta del Gobierno de Buenos Aires, 1º de marzo de 1817.

29. Enrique Mata Vial, editor, Colección de Historiadores y de Documentos Relativos a la Independencia de Chile, tomo XXVIII, p. 215.

30. Archivo Nacional, Censo de 1813, imprenta Chile, Santiago, 1953.

31. Respecto de esta fortificación puede consultarse el trabajo de Pedro Hormazabal E., "El Cerro Santa Lucía, Sitio Histórico Militar", en Revista de Historia Militar, Departamento de Historia Militar, Estado Mayor General del Ejército, Santiago, 2009, Nº 8, pp. 43-49.

32. Cristián Guerrero Lira, La Contrarrevolución de la Independencia en Chile, pp. 109-112 y 116.

33. Leopoldo Ornstein. La Campaña de los Andes., p. 221.

34. En este cálculo, al igual que en el anterior, no se considera a las tropas milicianas. Hans Bertling, Estudio., pp. 199-200,  concuerda con estas cifras.

35. De hecho señala lo siguiente: "Talavera en efectivo, cuatrocientos cuarenta y cuatro; Chiloé como cuatrocientos veinte; Valdivia trescientos veinte; Carabineros doscientos sesenta y tres; Húsares trescientos setenta; Dragones seiscientos; Chillán setecientos; Artillería como doscientos". C. Guerrero Lira. Repertorio de Fuentes Documentales para el estudio de la Independencia de Chile. Instituto O'Higginiano de Chile-Bravo y Allende, editores, Santiago, 2008, pp. 296-297.

36. Carlos M. Sagayo, Historia de Copiapó, Imprenta de El Atacama, Copiapó, 1874, p. 213.

37. Leopoldo Ornstein. La Campaña de los Andes., p. 221.

38. Joaquín de la Pezuela, (Pablo Ortemberg y Natalia Sobrevilla, editores), Compendio de los Sucesos Ocurridos en el Ejército del Perú y sus Provincias (1813-1816). Centro de Estudios Bicentenario, Santiago, 2011, p. 123.

39. Antonio de Quintanilla, Autobiografía, Ediciones de la Universidad de Chile, Santiago, 1952, p. 33.

40. Diego Barros Arana, Historia General de Chile, tomo X, p. 478.

41. Gaceta del Gobierno de Buenos Aires, Extraordinaria, 20 de febrero de 1817.

42. Enrique Mata Vial, editor, Colección de Historiadores y de Documentos Relativos a la Independencia de Chile, tomo XXVIII, pp. 211-212.

43. Hans Bertling, Estudio., p. 196

44. Hans Bertling, Estudio., pp. 205-206.

45. Hans Bertling. Estudio., pp. 215-216

46. Gregorio F. Rodríguez, El General Soler Contribución Histórica. Documentos Inéditos. 1783-1849, Compañía Sudamericana de Billetes de Banco, Buenos Aires, 1909, pp. 107-108.

47. Gregorio F. Rodríguez, El General Soler., p. 108.

48. Diego Barros Arana. Historia General de Chile, tomo X, pp. 578-579.

49. Diego Barros Arana. Historia General de Chile, tomo X, p. 583.

50. Hans Bertling. Estudio., p. 227.

51. Marcó del Pont a José Villegas, Santiago, 8 de febrero de 1817. Archivo de don Bernardo O'Higgins, tomo X, p. 36.

 

Bibliografía:

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2. Barros Arana, Diego, Historia General de Chile, Rafael Jover, Editor, Santiago, 1884 y siguientes.         [ Links ]

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