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Revista Escuela de Historia

versión On-line ISSN 1669-9041

Rev. Esc. Hist. vol.13 no.1 Salta jun. 2014

 

COLABORACION NACIONAL

De las sustancias a las relaciones, de la política dirigida por reglas a la política modificadora de reglas.
Aportes de la nueva historiografía para el estudio de Salta y la región en el siglo XIX

(From substances to relationships; from politics led by rules, to politics that amends rules. Contributions from the new historiography to the study of Salta and the region in the nineteenth century)

María Fernanda Justiniano
Universidad Nacional de Salta, Doctora en Historia, Enseña Historia Económica, Historia Moderna e Historia de las Instituciones, mafernandajustiniano@yahoo.com.ar


Resumen:

Este artículo tiene como primer objetivo mostrar cómo se ha presentado la renovación historiográfica en los estudios sobre el siglo XIX de Salta y la región. Se entiende que las contribuciones de Tulio Halperín Donghi, Revolución y Guerra  y de Natalio Botana, El Orden conservador, fueron seminales en el proceso de modificación de las perspectivas de análisis.
Como segundo objetivo se plantea rendir tributo a estas dos grandes obras de la historiografía argentina y a quienes la escribieron.

Palabras clave: Historiografía; Argentina; Salta; Halperín Donghi; Natalio Botana

Abstract:

This article aims to show how historiographical renewal is presented in the studies of the nineteenth century of Salta and its region. It is understood that the contributions of Tulio Halperin Donghi, Revolution and War and Natalio Botana, the conservative Order, were seminal in the process of changing perspectives of analysis. The second objective is to pay tribute to these two great books of argentinian historiography and who wrote them.

Keywords: Historiography; Argentin; Salta; Halperín Donghi; Natalio Botana


Antes de avanzar en la exposición, es dable recordar que la historiografía occidental tuvo un punto de inflexión en los años '80 y '90.1 Décadas después puede sostenerse que la historia salió de este trance renovada, además de haber afirmado su carácter de disciplina en construcción e hija de su ambiente.2 A diferencia de otros campos de las ciencias sociales, no fue seducida por los discursos posmodernos, aunque sí se vio afectada por el quiebre de los enfoques que habían acompañado su esplendor durante los años de la segunda posguerra: el marxismo, el estructuralismo y el funcionalismo.3 Los dos modos de hacer historia más sólidos que se desarrollaron en Europa y tuvieron impacto planetario después de la segunda posguerra, Annales y la tradición historiográfica marxista británica, fueron blanco de múltiples cuestionamientos.4

A juicio del historiador alemán Jürgen Kocka, la historia asistió a múltiples giros que la redefinieron y reposicionaron en el contexto de las ciencias sociales con un balance que dio pérdidas pero también ganancias: un giro cultural, un giro constructivista y un giro lingüístico.5

Los movimientos descriptos se iniciaron antes de los '70. Los franceses Roland Mousnier, François Furet y Denis Richet  se contaron entre los primeros en poner en tela de juicio el análisis económico y social dominante después de los años de 1930. Al estudiar la sociedad francesa del antiguo régimen, y a contrapelo de sus contemporáneos, Mousnier  priorizó las dimensiones política y cultural en sus estudios del campesinado francés. Consideró poco apropiado el uso de conceptos o categorías propios del análisis de la sociedad posrevolucionaria y afirmó que la jerarquía social no estaba determinada por la fortuna ni la actividad profesional, sino por la estima social.6 El segundo cuestionamiento provino de François Furet y Denis Richet, quienes a mediados de los años de 1960 pusieron en discusión la categoría de revolución burguesa otorgada al proceso revolucionario francés. Con ello, cuestionaron también el esquema evolucionista marxista en el cual  se la había insertado.7 Ambos sostuvieron que la Revolución era, en realidad, una crisis política y que su estudio tornaba necesario desplazar la mirada de lo económico y lo social hacia lo político y lo cultural.

Finalmente, Pierre Renouvin objetó los estudios económicos y sociales desarrollados hasta entonces y propuso atender en los trabajos de historia política el análisis de media y larga duración para  captar los movimientos profundos de las sociedades: condiciones geográficas de los Estados,  poblaciones, intereses económicos y la mentalidad colectiva, entre otros aspectos.

Los cuestionamientos se extendieron al determinismo y al universalismo que habían caracterizado a la ciencia tradicional en los últimos doscientos años. Fueron más los estudiosos de las disciplinas sociales que coincidieron en que las grandes generalizaciones elaboradas sobre la realidad social no eran universales, porque partían de valores y apreciaciones exclusivos de la concepción occidental. Junto a ello, advirtieron que los fenómenos sociales se desarrollan en contextos particulares, de modo que deben ser comprendidos a partir de tales contextos. Dando por cierto que no existe una realidad uniforme, los investigadores se preocuparon por comprender la racionalidad de "los otros".

En general, concordaron que el fin no consistía en invalidar la empresa científica, sino en abrir el campo científico a nuevas posibilidades de conocimiento, para lo cual se debía tomar distancia de los principios de inteligibilidad que dominaron la actividad científica hasta casi finales del siglo XX.

Los '80 fueron años de retornos anunciados. Volvió el relato, pero ahora utilizado para criticar los mecánicos modelos sociológicos. Reaparecieron en el escenario historiográfico el sujeto que actúa, la biografía, el problema de la nación, el acontecimiento político, pero ahora bajo el ala de esta "nueva historia política" que ya no es denostada.8

En Argentina, los estudios de historia política fueron  los más receptivos de estos nuevos aires. Abrevaron, en su gran mayoría, en la historiografía francesa  que encontraba en los planteos de Furet, Renouvin y Richet los puntos de referencia para una nueva práctica historiográfica caracterizada por el deslizamiento cultural. Maurice Agulhon, Pierre Rossanvallon, Mona Ozouf y François-Xavier Guerra fueron destacados referentes en materia de historia política.9

Estas nuevas perspectivas surgidas en un clima de incertidumbre rechazaron las teorías sociales de la modernidad porque suponían una gran narración occidental y utópica para interpretar el cambio social. La sociedad industrial, además, creó en su propio desarrollo amenazas que, transformadas en un peligro permanente, confrontaron con las bases propias de la modernidad.

De este modo, los principios que otorgaron un significado colectivo y un norte para el funcionamiento de las sociedades modernas, como la conciencia de clase o la fe en el progreso, dieron muestras de su agotamiento y quiebra.10 Junto a ellos se resquebrajaron las democracias occidentales con sus formas de gestionar la economía capitalista hasta bien entrado el siglo XX. El neoliberalismo, la xenofobia, la intolerancia, el autoritarismo, se constituyen en datos de la convivencia política del siglo XXI.

Las instituciones de la modernidad, como el orden y el control, están desmoronándose por los constantes riesgos ambientales, económicos, sociales y políticos. Las pérdidas de las viejas seguridades hacen recaer sobre los individuos el esfuerzo de definición y control de estas amenazas. El sociólogo alemán Ulrich Beck, definió esta instancia como "proceso de individualización", entendiendo como tal al hecho de que sean los propios sujetos quienes dominen las "oportunidades arriesgadas".

De este modo, los contextos de riesgo obligan a una autorreflexión sobre los fundamentos de la cohesión social y al examen de las convenciones y principios de inteligibilidad elaborados hasta hoy. Tal como expresó Beck: la sociedad devino en reflexiva y se convirtió en tema y en problema de sí misma.11

La historiografía no escapa a estos movimientos. La incertidumbre destruye y arrasa con las antiguas certezas y con las formas de construirlas.

En Argentina y en Latinoamérica la situación fue doblemente disruptora porque a la par también se resquebrajaron la ilusión  en la democracia y en el supuesto bienestar que ésta traería consigo. Incluso, el crecimiento económico de la última década basado en la exportación de bienes primarios a gran escala, denominado también Consenso de los Commodities12 no supuso la superación de la "paradoja latinoamericana", caracterizada por la convergencia tenaz entre democracia y desigualdad.13

En un clima de desencanto cundió la desesperanza en la política oficial, en el sistema político conocido y en la política dirigida por reglas. A la par de este descrédito comenzó a inventarse otra política, modificadora de las reglas estatuidas. Se trata de una política reflexiva que involucra tanto a las nuevas normas como al proceso de cambio del sistema de reglas.

Se asiste a una invención de lo político que confronta con el concepto de política de la modernidad, cuyas coordenadas discurrieron entre los polos izquierda-derecha y público-privado.14 Ahora, el sujeto se desvincula de la antigua política y se revincula, desde otros lugares y desde otras prácticas, a la política modificadora de reglas.

Como expresa Pierre Rossanvallon, la política es tanto un campo como un trabajo. Como campo el concepto hace referencia al espacio donde se articulan los múltiples hilos de la vida de los hombres y las mujeres, como así también al marco global que le otorga sentido a sus discursos y acciones. En tanto trabajo alude al proceso por el cual una agrupación humana, que sólo es una simple "población", toma progresivamente la forma de una verdadera comunidad.15

Las nuevas preocupaciones de la historia política están marcadas por estos derroteros que amplían su campo de indagación y la tornan más reflexiva. Siguen presentes temas como la competencia entre partidos, el día a día del ejercicio del poder y de la vida cotidiana de las instituciones gubernamentales de un país. En forma paralela, surgen nuevos tópicos asociados al Estado y la nación, como la igualdad, la justicia, la identidad, la diferencia, la ciudadanía.

Este debate se hizo presente en la producción historiográfica de la Argentina. El período conocido como de la consolidación del Estado, (1880- 196) es prolífico en nuevos temas y problemas que tienen como referencia obligada la formación del Estado argentino y la construcción de su comunidad política. La llamada Nueva historia política Argentina nació amarrada a dos instituciones de la modernidad: el Estado nacional y el capitalismo.16

Los historiadores argentinos participaron del "giro constructivista" que se produjo en la disciplina y dividió las aguas entre las interpretaciones del pasado y las actuales.

José Carlos Chiaramonte propuso despojarse de las antiguas lecturas erróneas y atender al papel básico y central que le cupo a la ciudad hispanoamericana como cimiento de los futuros Estados.17 Atrás quedó esa idea, ese mito de los orígenes, ese antiguo relato propugnado por la historiografía tradicional, que argumentaba la existencia de un Estado y una nación argentina al momento de la revolución de mayo de 1810.18

Oscar Oszlak fue uno de los primeros en confrontar con este gran relato nacional al proponer que el Estado argentino había sido la resultante de todo un proceso histórico de formación en cuyo curso también tomó forma la nación argentina.19

La nueva atmósfera historiográfica se hizo presente en el marco de una paradoja. Por un lado, se desvaneció la antigua certeza sobre los orígenes del Estado argentino, pero por otro el Estado continúa siendo el centro articulador de los interrogantes actuales.

Tanto la historia tradicional, más ocupada de los hechos políticos, como la historia económica y social tomaron como unidad de análisis el Estado nacional. A medida que los intereses se fragmentaron, se balcanizó el espacio de estudio. La región, las provincias, las ciudades constituyeron un nuevo nivel de análisis que presentó cada vez más particularidades y diferencias. Esto aleja o dificulta los intentos de mantener un nuevo relato articulador a nivel nacional, sin que ello implique eludir al Estado nación, que siempre está presente. La colección de Nueva Historia Argentina, desde su propio título y contenido, confirma las aseveraciones anteriores. El eje central de la obra de varios tomos es la historia argentina, en cuyo abordaje se regionalizan espacios y temas dando cuenta del cambio de perspectiva.20

De todas formas, el análisis de nivel nacional no fue abandonado, como tampoco la dimensión socioeconómica de análisis, e incluso hubo quienes abogaron abiertamente por una historia social como perspectiva analítica que implique el estudio de toda experiencia humana.21

Las posiciones son firmes y no están exentas de tensiones, pero tal como se expresó en líneas anteriores, en unos u otros casos, el Estado argentino sigue actuando como articulador de problemas y respuestas en el contexto de un nuevo clima historiográfico que amplía cada vez más el horizonte de las preguntas,  los métodos y  las fuentes.22

Otra de las temáticas abordadas por la nueva historia política fue la identidad nacional y el papel que le cupo al Estado en su formación. La obra de Lilia Ana Bertoni sintetizó las nuevas formas que adquirió la renovación historiográfica. Desde una perspectiva constructivista, aquella que los anglosajones denominaron el nation state building,23abordó la cuestión nacional no desde el hecho consumado sino desde la incertidumbre y la posibilidad. Propuso el análisis de los diferentes proyectos nacionales existentes, los actores que los vehiculizaron y las luchas de cosmovisiones que tuvieron como colofón una construcción ideológica de concepciones defensivas y exclusivistas.24 Para Bertoni, el triunfo de esta concepción de nación a fines del siglo XIX se debió a la amenaza constante del fantasma de la heterogeneidad cultural que podía tanto propiciar la fragmentación interior como impedir la plena realización de una nación que era concebida como homogénea.25

Atravesada por el debate de la nación está la discusión sobre los sujetos o protagonistas de la historia, la cual conlleva el problema de la identificación y el análisis de los atributos identitarios de los actores.

François Xavier-Guerra, latinoamericanista, hombre del ámbito académico francés, fue entre los historiadores de Iberoamérica quien tuvo mayor incidencia en el desarrollo de estas preocupaciones. Guerra observó que los actores no son comprensibles aisladamente, sino en relación con los demás actores circundantes, porque sus actividades y sus acciones dependen del campo geográfico o social, de sus relaciones de oposición o de afinidad  con otros actores, de su posibilidad de acceder o no, en una situación dada, a un tipo determinado de recursos -económicos, militares o políticos-, de sus alianzas con grupos más vastos, ya sean regionales, nacionales o internacionales, es decir de sus vínculos, sus nexos.26

Con el regreso del actor, parafraseando el título del libro de Alain Touraine, se comienza a dar repuesta a uno de los conflictos teórico-metodológicos presentes en las ciencias sociales desde el siglo XIX: "human agency vs. structure". La discusión también se extiende al campo de la producción de la historiografía política argentina.

Junto al abandono de los análisis económicos y sociales se renuncia también a los conceptos que abstraían los colectivos sociales, es decir la historia en plural de Marc Bloch y Lucien Febvre, o las preocupaciones en torno a las clases en sí o para sí de los historiadores marxistas.27 Parafraseando a Mustafa Emirbayer puede afirmarse que en la actualidad los historiadores se enfrentan a un dilema fundamental: se debe concebir el mundo social como conformado ante todo por sustancias o por procesos, por "cosas" estáticas o por relaciones dinámicas y en constante desarrollo.28

Estos debates tuvieron precursores anticipados, por estas tierras, en las obras de Tulio Halperín Donghi y Natalio Botana. Baste recordar las aserciones formuladas por Botana hace ya casi 50 años y que representaron en su momento un cambio de perspectiva. Fueron un punto de inflexión en las formas de preguntar y responder que incorporó los grandes debates teórico-metodológicos que se estaban produciendo en el campo de las ciencias sociales:

La cuestión es más ardua. Exige, por lo menos para desbrozar camino, un modo de comprensión que incorpore al campo de la historia las experiencias vividas o las significaciones suscitadas por esas experiencias que trascienden las conciencias individuales...
Un modo de aproximación semejante parece adecuado al entendimiento político del régimen del ochenta y no pretende penetrar en otros territorios librados al análisis de la historia económica o social. La modestia implícita en este intento (para muchos pasado de moda) no enmascara la ambición, que otros a derecha e izquierda acarician morbosamente, de subsumir al estudio de la economía y la sociedad bajo la jerarquía de la política... Bastará, por ahora, el ensayo de comprensión de la manera como los actores implantaron un principio de legitimidad, pusieron en marcha un sistema de dominación, lo conservaron, lo defendieron y hasta lo reformaron.29

Unos años antes Tulio Halperín Donghi había publicado Revolución y guerra, una obra central de la historiografía argentina en la cual abordó la formación de la elite dirigente  durante el siglo XIX:

Éste es ante todo un libro de historia política [...] el propósito es seguir las vicisitudes de una elite política creada, destruida y vuelta a crear por la guerra y la revolución. Ello supone la consideración de un conjunto de problemas:¿cuáles son, dentro del conjunto de relaciones sociales existentes antes el surgimiento de una actividad...30

Como contrapartida a la historia tradicional, y siendo partícipe de las tendencias que estaban gestándose en esos momentos,31 Halperín Donghi ya advirtió en los años '70 la necesidad de tomar en cuenta a la familia de elite -y no a los individuos- como actor histórico relevante para comprender los procesos históricos de las provincias del interior argentino.

Tanto Revolución y guerra como El orden conservador son obras que proyectaron su influencia en el quehacer historiográfico hasta hoy. Sin embargo, cobraron especial relevancia en la década de 1990  por la vigencia de sus planteos teóricos y metodológicos.

En 1994 el trabajo de Botana contó con una nueva edición en la cual el autor sumó un sustancioso estudio preliminar. Allí realizó un balance de los trabajos -algunos publicados y otros inéditos- que a su juicio trataban problemas históricos semejantes a las preocupaciones abordadas en El orden conservador.

También en 1994 el texto de Halperín fue reeditado, aunque la segunda edición corregida salió a la luz sólo siete años después de la primera. En la obra, presentada como un texto de historia política, el autor aclaró que iniciaba el análisis con un examen de la economía y la sociedad rioplatense en transición hacia la independencia porque le parecía imposible ignorar las dimensiones mismas de la colectividad cuya historia trazaría.

Estos trabajos convirtieron a la Política y la Familia en un par analítico imprescindible en el abordaje de los procesos históricos más alejados de la capital argentina. Las prácticas nepóticas de poder de los grupos dominantes regionales fueron objeto de un debate al cual Eduardo Saguier aportó algunas respuestas, al sostener que eran el resultado de una elite condicionada a cohesionarse y a coaligarse para preservar un espacio de poder propio,  libre de intromisión de las elites burocráticas centrales.32

A mediados de la década de los 70 el concepto de región se incorporó como una herramienta analítica de los estudios históricos.33 Las historias provinciales que concebían a la provincia como una región preestablecida entraron en retroceso. La llamada historia regional no tardó en convertirse en un nuevo género histórico que se afianzó durante la pasada década. Los historiadores abocados a los estudios regionales convinieron en que las provincias eran  espacios reducidos para explicar muchos de los procesos históricos. Visualizaron, además, que el proceso de desarrollo nacional se reproduce con sus particularidades específicas en cada una de las regiones que lo integran.

La cuestión regional en relación a un todo nacional comenzó a manifestarse con firmeza en la producción historiográfica del Noroeste argentino. Los interrogantes se orientaron hacia la estructuración y consolidación del espacio económico regional y sus articulaciones con el Estado nacional.34 En la historia política los vínculos familiares cobraron relevancia para entender los procesos regionales y transregionales. En los años '90  se remarcó la necesidad de enfocar los estudios en las redes familiares y extenderlos a las redes sociales.

De esta manera se introdujo la perspectiva relacional. El análisis de redes (network analysis) pasó a formar parte de los estudios históricos en general y en los de historia política en particular.35 Diana Balmori, Stuart Voss y Miles Wortman presentaron a comienzos de los '80 una obra -ahora clásica- que proponía una tipología de las trayectorias de las "redes de familias de notables", cuya influencia fue significativa en el trabajo historiográfico latinoamericano.36

El énfasis en la familia o las redes familiares como protagonistas de la historia contribuyó al resquebrajamiento de la dicotomía público-privado. La familia dejó de ser una entidad privada para ser considerada la unidad básica de análisis y el actor principal de la historia Iberoamericana desde mediados del siglo XVIII hasta principios del siglo XX. Beatriz Bragoni, historiadora argentina, presentó una de las propuestas más relevantes en este tema. La originalidad de su estudio radicó en el hecho de estudiar la trayectoria de una única familia, la de los González, que a lo largo del siglo XIX conquistó un lugar preeminente en la sociedad y la política mendocina.37

Bragoni, como muchas de las investigaciones citadas y por señalar, entabló un diálogo con un pasado al cual no concibe como inevitable, sino abierto a las posibilidades y a las incertidumbres. De este modo, interrogarse sobre las estrategias de los sujetos se convirtió en una constante de la historia de familia y redes familiares. Atrás quedaron aquellos estudios empeñados en descubrir los mecanismos o reglas que gobernaban las estructuras familiares. La mudanza de perspectiva quedó explícita en este cambio de vocabulario: se trata de evitar otorgar para el principio de la práctica de los agentes la teoría que se debe construir para dar razón de ella.38

Esta ruptura con el proyecto occidental de la modernidad y las teorías que lo proponen, con la acción sin agente que suponía el estructuralismo, con la construcción de las clases a partir únicamente de datos objetivos, influyó para que en los estudios se extienda el uso de conceptos tales como  elite,  familias de elite o estrategias.

El proceso de identificación de los actores permitió diferenciar las familias y las redes integrantes de las elites, además de distinguir la elite política de la elite social y de la elite económica, como así también la acción colectiva de la acción individual.39 Entre los trabajos ubicados en esta línea, y que abordaron tanto el período comprendido por esta tesis como el espacio del Noroeste, pueden citarse las producciones de Daniel Campi y María Celia Bravo.

En un artículo sobre la elite y el poder en Tucumán durante la segunda mitad del siglo XIX, los historiadores tucumanos optaron por el término elite, entre otras categorías más problemáticas y restringidas como clase dominante o dirigente, porque consideraron que el concepto elegido les permitía incluir de un modo más amplio al conjunto de individuos, familias y sectores propietarios, en los cuales confluyeron el prestigio social, la riqueza y el poder. Arribaron a la conclusión de que en Tucumán el grupo de familias que controló de un modo más o menos exclusivo la gobernación, la legislatura y el aparato administrativo durante la segunda mitad del siglo XIX, era la referencia obligada de la elite.40

A su vez, Gustavo Paz advirtió que la ecuación elite política igual a elite económica no es aplicable a la sociedad jujeña, al sostener que la desaparición del Estado colonial y su reemplazo por las frágiles estructuras políticas de la primera mitad del siglo XIX posibilitó que los linajes de la elite consoliden su poder sin la tutela de un Estado que los controlara. Fue en este momento cuando se expandieron y consolidaron los llamados gobiernos de familia, fenómenos a los cuales consideró como comunes en América Latina, especialmente en las zonas alejadas de los centros nacionales de poder.

Paz, al igual que Campi y Bravo, desmitificó ciertos lugares comunes, construcciones ideológicas urdidas y sostenidas en el tiempo. En su estudio sobre la familia Sánchez Bustamante, a diferencia de la mayoría de los análisis de familias de elite, sostuvo que  la riqueza y el poder no iban de la mano en el caso jujeño. En tal sentido, reseñó que entre 1853 y 1875 la elite política jujeña había sido reclutada entre las familias extensas de la elite tardocolonial  que retornaron a esa provincia una vez caído el rosismo. Fue el llamado gobierno de los "conspicuos".41

La cuestión de los vínculos, nexos o ligámenes adquirió mayor relevancia analítica a medida que los historiadores avanzaron en los conocimientos de las sociedades que estudiaban. François Guerra señaló que la política es el lugar donde actúan grupos estructurados por hombres unidos por lazos permanentes. Entendido, de esta manera, el actor no es individual sino colectivo. Tal aserto, a juicio de Guerra,  es apreciable tanto en las sociedades del Antiguo Régimen o tradicionales como en las sociedades modernas.42

Esta perspectiva fue criticada por reducir el espacio de interacción observable y dejar a los actores atrapados en esos grupos permanentes. Al respecto, Zacarías Moutokias planteó que para superar la definición que otorga a las relaciones sociales un papel preciso y definido es necesario alejarse de los vínculos más ritualizados y poner el acento en aquellos que atraviesan las categorías con las cuales los actores piensan la estratificación.43

Darío Barriera ubicó a Moutokias en un modelo configuracional, ya que permite una vuelta más sobre el modo de analizar los vínculos, las relaciones sociales y los márgenes de acción.44

Estas observaciones son sumamente útiles para reflexionar sobre el modo en que fue concebida la familia de elite en la mayoría de los estudios y sobre la forma en que determinados actores desarrollaron, tomaron o inventaron diferentes estrategias para posicionarse a sí mismos y a sus parientes en la cúspide de una sociedad, como así también para conservar ese lugar.45

La ciudadanía política -entendida como creación- fue otro de los tópicos que acompañó al surgimiento de la nueva historia política. Es dable detenerse en la presentación que hizo Marta Bonaudo en uno de sus artículos para adentrarse en esta nueva perspectiva. La historiadora santafesina sostuvo que para mirar una vez más el complejo mundo de la ciudadanía decimonónica habría que poner al descubierto los diferentes caminos que condujeron a su constitución. Indicó que, primero, habría que detenerse en el proceso de construcción político inicial entre pares, donde ser ciudadano era una condición natural. Y consideró que, en este primer escenario, habría que analizar las estrategias desplegadas y detectar las posibilidades que tuvieron los individuos como tales en determinados contextos políticos.46

Estos nuevos análisis de la ciudadanía se descentraron del modo clásico jurídico-formal de entender la ciudadanía. La perspectiva reflexiva contribuyó a desplazar la ciudadanía de objeto de investigación a instrumento de investigación. Al respecto, Antonio Annino señaló que fueron la propuesta y el debate que abrió el sociólogo inglés Thomas Humphrey Marshall los que ayudaron a este descentramiento, ya que al preocuparse por el modelo triádico de Marshall los historiadores prestaron menos atención a la coherencia entre la realidad estudiada y la doctrina jurídica.47

"Pareceré un sociólogo típico si empiezo diciendo que propongo dividir la ciudadanía en tres pares. Pero el análisis, en este caso, está guiado por la historia más que por la lógica. Llamaré a estas tres partes, o elementos, civil, político y social. El elemento civil consiste en los derechos necesarios para la libertad individual -libertad de la persona, libertad de expresión, libertad de pensamiento y de religión, el derecho a la propiedad, a cerrar contratos válidos y el derecho a la justicia-...
Con el elemento político me refiero el derecho a participar en el ejercicio del poder político como miembro de un cuerpo investido de autoridad política, o como elector de los miembros de tal cuerpo...
Con el elemento social me refiero a todo el espectro desde el derecho a un mínimo de bienestar económico y seguridad a participar del patrimonio social y  a vivir la vida de un ser civilizado conforme a los estándares corrientes  en la sociedad".48

Para Marshall el concepto de ciudadanía tenía tres componentes que se correspondían con determinadas etapas que se sucedían entre sí: el civil, el político y el social. Los derechos civiles surgieron con el nacimiento de la burguesía durante el siglo XVIII, en su lucha contra los privilegios de la aristocracia, y se fraguaron alrededor de la propiedad privada, la igualdad ante la ley, la libertad de comercio y de expresión. Los derechos políticos, en tanto, se alcanzaron a lo largo del siglo XIX con el acceso paulatino al sufragio universal, a partir de las reivindicaciones de la clase trabajadora. Por último, los derechos sociales a la educación, el trabajo, la salud y las pensiones fueron adquiridos a lo largo del siglo XX con el desarrollo del Estado de bienestar y la conquista de las reivindicaciones sociales.49

Hilda Sábato, historiadora argentina y pionera en los estudios sobre ciudadanía en Latinoamérica, sostuvo que el modelo marshalliano fue adoptado por una buena parte de la historiografía tradicional latinoamericana, ya sea explícita o implícitamente. Los nuevos trabajos desarrollados en la década de los '90, sin embargo,  revelaron que en Iberoamérica la perspectiva de Marshall no era aplicable. Lejos de producirse un proceso gradual, como expuso el sociólogo inglés, los procesos de Independencia introdujeron un concepto relativamente amplio de ciudadano que tendió a incluir a todos los varones adultos, libres, no dependientes. De esta manera la ciudadanía iberoamericana estuvo muy próxima al citoyen de la Francia revolucionaria.50

Tanto Marshall como sus seguidores fueron deudores del estado de los conocimientos y de las formas de conocer de la época.51 Los cuestionamientos posteriores, justamente, apuntaron a la  imposibilidad de la aplicación universal de la propuesta. El modelo también recibió críticas por su análisis progresivo expresado en una concepción evolucionista y lineal de la construcción de la ciudadanía y por su visión estatalista, que entendía que los derechos eran concedidos desde el Estado. Por el hecho de excluir de su análisis a las mujeres y no concebir una ciudadanía plena, el modelo marshalliano también recibió otra invectiva.

Finalmente, la mirada se desplazó de la definición formal, legal o jurídica de la ciudadanía para situarse en el estudio de determinadas prácticas de poder en situaciones históricas específicas. Una de las preguntas centrales que atravesó los debates fue si la ciudadanía, el derecho a tener derechos, era el resultado de las luchas sociales o se trataba de concesiones desde el Estado.52

Los historiadores que trabajan el siglo XIX orientaron sus indagaciones hacia los actores y las prácticas políticas desplegadas para obtener, ejercer, y conservar el poder político. Sabemos que esta centuria, que se abrió con los procesos independentistas, fue una etapa pródiga en proyectos, ensayos que siguieron diferentes direcciones y que sostuvieron diferentes experiencias de organización política. De nuevo aquí es indispensable citar al texto Revolución y guerra, en el cual Tulio Halperín Donghi mostró la existencia de tres proyectos revolucionarios "en el país" a los que definió según sus espacios de acción en: a) la revolución en el interior; b) la otra revolución: Artigas y el Litoral, y c) la revolución en Buenos Aires.

Natalio Botana, en cambio, recurrió a las imágenes de la república prescriptiva y la república posible para hacer referencia a las realidades a las que se vieron enfrentadas las elites decimonónicas -en términos teóricos y prácticos- ante la grave contradicción que se presentaba entre el principio de legitimidad de la monarquía hereditaria y el principio de legitimidad de la república electiva. Esta búsqueda de fórmulas prescriptivas que conciliaran la desigualdad del antiguo régimen con los principios igualitarios emergentes estuvo jalonada de errores y fracasos, sedimento futuro para nuevos proyectos institucionales.53

Recién a partir de 1830 se formuló en el Río de la Plata un discurso de "la sociabilidad" que difundió la idea de una nueva representación contractual de la comunidad política, caracterizada por un sentimiento racional de pertenencia comunitaria y por una definición cultural de la nueva nacionalidad. Al respecto, Pilar González Bernardo observó que la generación de 1837 fue la que se distinguió por su particular identificación con el nuevo discurso y convertirlo en un dogma.54

Estos proyectos emergentes fueron analizados con sus especificidades regionales en diferentes trabajos. En una serie de artículos, Marta Bonaudo abordó la República posible que se configuró en la Santa Fe decimonónica, caracterizada por la coexistencia de diferentes visiones ciudadanas en confrontación.55 Describió que la lógica política de los actores individuales o colectivos estuvo definida por la reciprocidad -contribuir y distribuir- entre quienes se consideraban pares con el fin de otorgarle consenso interno a la facción. Para el elector, que no era par, la lógica era la inclusión subordinada, que era realimentada por las antiguas devociones o tradiciones.56

 Indicó que la dimensión familiar, en forma frecuente, proporcionó el esqueleto de la trama desarrollada, sin que ello implique el desconocimiento del peso que tiene la dinámica del hombre a hombre, en un universo de vínculos y reciprocidades diferenciales, y los lazos de afectividad y de compañerismo.57

Otro rasgo de la República posible señalado por Bonaudo fue el papel que tuvo la violencia, que alcanzó toda su plenitud en la lucha facciosa. Además de constituir un ingrediente significativo del proceso de construcción política de un poder central garante del mando y de la sucesión. La finalidad más obvia de la violencia fue la destrucción del adversario político, entendiéndola como la eliminación física del otro mediante el asesinato y la cárcel o estratagemas como la amenaza y la persecución.58

Otra línea que abrieron los estudios de la ciudadanía fue la del ciudadano armado. Al estudiar la sociedad tucumana anterior a 1880, Flavia Macías propuso concentrar la mirada en las modalidades de conformación de la ciudadanía armada en un contexto donde ciudadanía armada, ciudadanía política y las prácticas facciosas evidenciaban una íntima vinculación.59

Uno de los temas más trabajados en los últimos tiempos fue el electoral. El avance de los conocimientos fue tal que ha logrado cambiar considerablemente la imagen que se tenía del siglo XIX. En un esclarecedor y reflexivo artículo, Antonio Annino subrayó que el voto fue como la punta del iceberg; una vez que se exploró su veta se descubrieron a cada paso conexiones profundas con dimensiones fundamentales de la sociedad, que iban incluso más allá de la esfera política.60 Como se ha observado en apartados anteriores, la vigencia de los enfoques evolucionistas después del período de entreguerra incidió para que este crucial papel del voto fuera señalado tardíamente.

El problema se torna más complejo si se observa que es el propio liberalismo el que está comprendido en este esquema lineal y gradual.61 Por esta razón, el liberalismo decimonónico fue leído como un fracaso, ya que no llegó a superar las diferentes etapas y  lograr la democracia configurada recién después de la segunda posguerra.

Estos esquemas aplicados también en América Latina hicieron que la historiografía considere al siglo XIX como un apéndice retrospectivo del siglo XX y que sólo en los últimos años consiguiera reconocer su autonomía.62

En realidad la cuestión es más amplia. Las líneas que aquí se marcaron suponen el abandono del concepto de política de la modernidad con todo su sistema de coordenadas. Por un lado el descentramiento de la política dirigida por reglas que actuaba como eje de los análisis y por otro la renuncia al desglose sociológico de lo social que desplaza el objeto de indagación a las relaciones y al contenido relacional.

 

Notas:

1. Surgieron diferentes expresiones para definir esta instancia y se extendió la idea de una "crisis de la historia" o una "crisis de inteligibilidad de la historia". Hubo quienes plantearon que la disciplina atravesaba por una "crisis de identidad y de actuaciones", o por un "tiempo de dudas o  incertidumbres". Otros vaticinaron el "fin de un paradigma" o al menos arguyeron que se estaba ante "una anarquía epistemológica". Roger Chartier, ligado a la historia cultural francesa, fue uno de aquellos que no acordó con la llamada crisis de la historia ni coincidió con quienes pregonaban un nuevo paradigma. Al respecto, planteó que se asistía a verdaderas mutaciones del trabajo histórico. Para Chartier, dichas mutaciones estaban ligadas con una toma de distancia respecto de las prácticas de investigación y los principios de inteligibilidad propios de la renovación historiográfica francesa inaugurada en 1930. En Roger Chartier, El mundo como representación. Historia cultural: entre práctica y representación, (Barcelona: Gedisa, 1999), 45-62.
Marcel Gauchet, en cambio, consideró que se estaba ante un nuevo paradigma cuyo rasgo era el retorno de la conciencia a través de la recuperación de la acción explícita y reflexiva. En Marcel Gauchet, "Changement du paradigma dans les sciences sociales", Le Débat, 50, (1988).

2. Este escrito se realiza sobre un texto seminal que formó parte del estado de la cuestión de la tesis de doctorado, titulada La elite salteña (1880-1916). Estrategias familiares y evolución patrimonial. Fue defendida en 2008 en la Universidad Nacional de La Plata y su dirección estuvo a cargo de Noemí Girbal. A casi una década sigo convencida que la Historia es la disciplina que mejor ha respondido a estos cambios y desplazamientos en los modos de conocer.

3. El posmodernismo se caracterizó por su descrédito por la ciencia y la tecnología occidentales, el desdén por el método y su rechazo a las llamadas teorías generales metanarrativas. Otro rasgo fuesu insistencia en la representación de la vida social como texto y la elevación del texto y el lenguaje al rango de fenómenos fundamentales de la existencia. También se distinguió por el  constante cuestionamiento de la realidad y de la idoneidad del lenguaje para describirla y por su advocación de la multiplicidad de voces dispares. Los posmodernos atacaron al unísono o individualmente la totalidad de la empresa científica, incluidos sus fundamentos empíricos, lógicos y ético-morales. Para los posmodernos no hay dogmas sagrados y la ciencia no se acerca más a la verdad que cualquier otra lectura de un modo incognoscible e indeterminable: "No puede demostrarse nada; no puede desmentirse nada". O más aún: "El conocimiento es el discurso del poder". En Marvin Harris, Teorías sobre la cultura en la era posmoderna, (Barcelona: Crítica, 2000), 153-158.
Patrick Joyce, uno de los más reconocidos historiadores posmodernos británico, analizó la relación entre la Historia y el posmodernismo en Gran Bretaña, a la par  que realizó comparaciones para el caso de Estados Unidos y Francia. Postuló que la disociación entre filosofía e historia contribuyó a que el posmodernismo encontrara oídos sordos en la isla, aunque expresó que en la historia del trabajo se siente su influencia. En su opinión, cosa muy distinta ocurrió en el continente, donde filósofos como Michel Foucault, Jean François Lyotard y Jacques Derrida, entre otros, dejaron marcas en la práctica historiográfica francesa. Señaló que fue en los Estados Unidos donde el posmodernismo hizo mayor pie y se expresó en los estudios multiculturales. En Patrick Joyce, "The return of history: postmodernism and the politics of academia history in Britain", Past and Present 158, (1998): 207-235.

4. Los pensadores parisinos, seguidores de Jean Paul Sartre comenzaron a cuestionar a las perspectivas estructuralistas otrora exitosas, porque entendían que éstas capturaban al individuo en redes de signos y relaciones simbólicas fijas. En 1960 intelectuales franceses de la talla de Jacques Derrida, Jean Francois Lyotard, Jean Braudillard y Michel Foucault emprendieron severas críticas al estructuralismo. Se abrió paso el denominado postestructuralismo, tendencia teórica según la cual las estructuras -incluidas las instituciones sociales, la economía moderna y las estructuras psíquicas, de textos y signos y de sistemas ideológicos, como el modernismo, con su gran relato del progreso- siempre expresaron exclusiones que no eran explicitadas.
Para Matt Perry, quien se define como historiador marxista, el posmodernismo provocó que se hable de una crisis en la historia en los '90. Señaló que la mayoría de los postmodernistas, como Lyotard, Foucault, Derrida, Braudillard, Kristeva adoptaron el marxismo entre 1920 y 1930 para abandonarlo al comienzo de la guerra fría, desilusionados con el curso que tomó el socialismo en la Unión Soviética. Situación semejante a este desencanto sucedió en las dos últimas décadas del siglo XX, cuando intelectuales marxistas migraron a las filas del posmodernismo decepcionados del actual socialismo existente en China y Europa del Este. Matt Perry calificó esta migración como una perversa ironía, dada la hostilidad del posmodernismo a la tradición marxista clásica. Matt Perry, Marxism and History, (Malasya: Palgrave, 2002).

5. La descripción de los tres giros realizada por el historiador alemán Kocka resulta sumamente útil para dividir aguas entre las concepciones posmodernas de la historia y las prácticas historiográficas preocupadas por los cuestionamientos que emergieron con fuerza durante la segunda mitad del siglo XX. De esta manera, el giro cultural motorizado por los aportes de Edward Palmer Thompson, o de  Roger Chartier, se diferencia del giro lingüístico -"linguistic turn", término acuñado Richard Rorty- que considera al discurso como punto central de preocupación. Jurgen Kocka, "Losses, gains and opportunities: social history today. (Introducing The Issues) [en línea], Journal of Social History, Fall, (2003), http://search.looksmart.com/p/articles/mi_m2005/is_1_37/ai_109668465/pg_4?pi=ls, [Consulta: 9 de mayo de 2004).

6. Roland Mousnier, Furores campesinos. Los campesinos en las revueltas del siglo XVII (Francia, Rusia, China) (Madrid: Siglo XXI, 1976).

7. Denis Richet, "En torno a los orígenes ideológicos remotos de la revolución francesa: elite y despotismo",  Denis Richet y et al., Estudios sobre la Revolución francesa y el final del Antiguo Régimen  (Madrid: Akal, Juan Calatrava, 1980), 33-34.

8. La complejización de la sociedad puso en evidencia un gran desarrollo de las instituciones estatales y de todo tipo de organizaciones, lo que hizo que se atienda a lo político como un ámbito donde se toman decisiones fundamentales para el conjunto de la sociedad. Otro de los factores que incidieron en esta renovación historiográfica fue la centralidad que adquirió la política  para explicar el proceso histórico mundial inmediato. También influyó el grado de desarrollo alcanzado por las ciencias sociales, sobre todo por la sociología política, y la participación de los historiadores en los debates políticos actuales. En Xosé Ramón Quintana Garrido [en línea], "La política: de viejo a nuevo objeto historiográfico", http://www.h-debate.com/papers/sesionte/6/Quintana%20C.html [Consulta: 15 de febrero de 2006].
Darío Barriera analizó los caminos de la historia política y puso en discusión las características que asumió el retorno, tal como lo anunció Jacques Le Goff en los años setenta del siglo XX. Sostuvo que aquellos ámbitos a los cuales les fue atribuido el rasgo de "retorno" estuvieron organizados alrededor de preocupaciones permanentes de la historia y los historiadores. Para Barriera, estas preocupaciones adquirieron centralidad en determinadas coyunturas. Consideró simplificante explicar el retorno por oposición con las novedades. En Darío G. Barriera, "Por el camino de la historia política: hacia una historia política configuracional", Secuencia, nueva época 53, (2002):164-165.

9. Maurice Agulhon se preocupó por el análisis de lo simbólico, de las imágenes y de la emblemática nacional en la historia política. Uno de sus tantos abordajes se ocupó de las diferentes representaciones de Marianne. Consideró que lo político está incorporado a las costumbres, al punto que para muchos su obra está imbuida del giro cultural descrito en páginas anteriores. Historiadores sajones, como el marxista Matt Perry, ubicaron a Agulhon como un historiador posmoderno.

10. La idea central que subyacía en el siglo XIX es que el hombre tenía una tendencia intrínseca a pasar por una serie de fases de desarrollo a través de su historia: pasado, presente y futuro. Algunos entendieron la noción de progreso como un lento y gradual perfeccionamiento del saber, en general, o de las situaciones morales. En Nisbet, Robert, Historia de la Idea de Progreso, (Barcelona: Gedisa, 1991) p. 20.
Carlos Marx y Federico Engels también concibieron a la historia en términos de avance. Un ejemplo que evidencia esta conjugación de optimismo, avance y fases de desarrollo puede observarse en la siguiente cita del texto de Carlos Marx, Crítica al Programa de Gotha: "En la fase superior de la sociedad comunista, cuando haya desaparecido la subordinación esclavizadora de los individuos a la división del trabajo, y con ella, la oposición entre el trabajo intelectual y el trabajo manual; cuando el trabajo no sea solamente un medio de vida, sino la primera necesidad vital; cuando con el desarrollo de los individuos en todos sus aspectos, crezcan también las fuerzas productivas y corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva, sólo entonces podrá rebasarse totalmente el estrecho horizonte del derecho burgués, y la sociedad podrá escribir en su bandera: ¡De cada cual, según sus capacidades: a cada cual, según sus necesidades'.
También Émile Durkheim, quien tanta influencia tuvo en la práctica historiográfica de los primeros historiadores de Annales y en el funcionalismo posterior, estaba convencido -al igual que sus contemporáneos- que la progresiva expansión del industrialismo llevaría a una vida social armoniosa.
Ni Marx ni Durkheim avizoraron en su época los riegos que implicaría posteriormente el desarrollo industrial.

11. Ulrich Beck, "La invención de la política. Hacia una teoría de la modernización reflexiva", en Ulrich Beck, Anthony Giddens y Scott Lash, Modernización reflexiva. Política, tradición y estética en el orden social contemporáneo, (Madrid: Alianza, 1997), 13-73.
El sociólogo alemán considera que actualmente las sociedades se encuentran en un tránsito de una "modernización simple", propia de la etapa industrial y de los estados nacionales, caracterizada por el orden y el control, a otra "modernización reflexiva", que deviene en autocrítica por cuanto se autoconfronta con los propios resultados de sus acciones y realizaciones: crisis ecológica y revolución científico-tecnológica, expansión de las comunicaciones y desempleo extendido, aumento de la productividad y de las desigualdades.
Es el imperio de la "sociedad de riesgo", término que propone para aseverar que  nada ni nadie se encuentra a salvo de contingencias y peligros. En esta sociedad de riesgo las instituciones tradicionales quedan vacían de sus contenidos, quedan desancladas -término que usa Anthony Giddens- y las decisiones y acciones están  en manos de los sujetos liberados del mundo de la sociedad industrial para instalarse en las turbulencias de la sociedad global.

12. Maristella Svampa, "Consenso de los Commodities, Giro Ecoterritorial y Pensamiento crítico en América Latina", OSAL Observatorio Social de América Latina n° 32 (noviembre de 2012). La autora expresa En el último decenio, América Latina realizó el pasaje del Consenso de Washington, asentado sobre la valorización financiera, al Consenso de los commodities, basado en la exportación de bienes primarios a gran escala. Este cambio del modelo de acumulación, se ha venido intensificando la expansión de proyectos tendientes al control, extracción y exportación de bienes naturales, sin mayor valor agregado, que apunta a subrayar el ingreso a un nuevo orden económico y político, sostenido por el boom de los precios internacionales de las materias primas y los bienes de consumo, demandados cada vez más por los países centrales y las potencias emergentes.

13. Hans-Jürgen Burchardt, "¿Por qué América Latina es tan desigual? Tentativas de explicación desde una perspectiva inusual",  Nueva Sociedad No 239, mayo-junio de 2012, ISSN: 0251-3552, <www.nuso.org>.

14. Ulrich Beck; "La reinvención de la política", 67.

15. Pierre Rossanvallon, "Pour une histoire du politique" [en línea], (Leçon inaugurale au Collège de France, 2001), [Consulta : 23 de febrero de 2006]

16. El sociólogo inglés Anthony Giddens desarrolló un análisis institucional de la modernidad atendiendo a las dimensiones culturales y epistemológicas. A diferencia de Jean-François Lyotard, quien popularizó el término postmodernidad, y en un camino que lo acerca a Beck y a Alain Touraine, sostuvo que no se trata de acuñar nuevas palabras sino de analizar cómo se llegó a este estado de desorientación, que debe entenderse como un período caracterizado por la radicalización y universalización de las consecuencias de la modernidad. Para Giddens el capitalismo y el estado nacional fueron los grandes elementos institucionales que promovieron la aceleración y expansión de las instituciones modernas, cuyos orígenes y difusión fueron fenómenos eminentemente occidentales. En Anthony Giddens, "Dimensiones institucionales de la modernidad".

17. En su análisis, Chiaramonte se ubicó en esta perspectiva constructivista: así se preocupó por mostrar que la identidad política estaba en construcción, que las ciudades hispanoamericanas eran el cimiento municipal de los futuros Estados. José Carlos Chiaramonte, Ciudades, provincias, Estados: Orígenes de la Nación Argentina (1800-1846), (Argentina: Ariel Historia, 1997).

18. José Carlos Chiaramonte, "El mito de los orígenes en la historiografía latinoamericana", Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani, (1991).

19. Oscar Oszlak, La formación del Estado Argentino, (Buenos Aires: Editorial de Belgrano, 1985).

20. Valga como ejemplo el tomo 5 que abordó el período que va de 1880 a 1916. Mientras Fernando Rocchi, Zaida Lobato y Paula Alonso recuperaron en sus análisis la perspectiva nacional, Daniel Campi y Susana Bandieri tomaron la dimensión regional. Campi se ocupó de realidades más definidas como las provincias y Bandieri estudió el proceso de incorporación de la Patagonia al Estado argentino.
La fragmentación en temas también se hizo manifiesta en el tomo 5, donde Juan Suriano analizó el anarquismo; Oscar Terán, el pensamiento finisecular, y  Ema Cibotti a los inmigrantes, junto a otros autores y temáticas.
Mirta Zaida Lobato, Nueva Historia Argentina. El progreso, la modernización y sus límites (1880-1916), (Buenos Aires: Sudamenricana, 2000).

21. Este es el planteo de Luis Alberto Romero, quien analizó la sociedad argentina del siglo XX como una globalidad, atendiendo a la relación entre la democratización de las relaciones sociales y la democracia política. Romero señaló que el historiador apunta a reconstruir la totalidad, aunque admitió que ésta no puede ser realizada completamente. Advirtió, asimismo, que la preocupación de los historiadores está en las estructuras en movimiento, es decir en los procesos. Agregó que la identificación de los sujetos de los procesos históricos es una herramienta central del análisis histórico. En Luis Alberto Romero, Sociedad democrática y política democrática en la Argentina del siglo XX, (Buenos Aires: Universidad Nacional de Quilmes, 2004), 9-16.
Susana Bianchi encaró una apuesta semejante. En Susana Bianchi, Historia Social del mundo occidental. Del feudalismo a la sociedad contemporánea, (Buenos Aires: Universidad Nacional de Quilmes, 2005).

22. Noemí Girbal, en su obra Mitos, paradojas y realidades en la Argentina peronista (1946-1955). Una interpretación histórica de sus decisiones político-económicas, no renuncia al abordaje socio económico ni al nivel nacional de análisis, aunque introduce en este estudio nuevas preocupaciones como la construcción de la memoria y las formas de representación del pasado a fin de comprender la heterogeneidad y particularidad de una etapa histórica de la Argentina. Noemí Girbal-Blacha, Mitos, paradojas y realidades en la Argentina peronista (1946-1955). Una interpretación socio histórica de sus decisiones político y económicas, (Buenos Aires: Universidad Nacional de Quilmes, 2003).

23. El mosaico de nacionalidades y de conflictos desencadenados a partir de la desintegración de la ex URSS puso en el tapete el debate de la cuestión nacional. Josep Llobera, frente a las múltiples contribuciones sobre la cuestión de la nación, propuso la siguiente tipología:
Teorías primordialistas o sociobiológicas: según las cuales la identidad de grupo es algo dado genéticamente. Enfatizan sobre todo en la identidad étnica. Su más conspicuo representante es Clifford Geertz.
Teorías instrumentalistas: argumentan que los grupos étnicos son como naciones y consideran que la identidad es flexible y variable de acuerdo a las circunstancias. Fredrik Barth y Erving Goffman son sus referentes más conocidos.
Teorías de la modernización: consideran al fenómeno de la nación como un rasgo asociado o propio de la modernidad.
 En su tipología Llobera distinguió diferentes tipos de teorías de la modernización: 1. Las teorías de la comunicación social cuyo representante más conocido es Benedict Anderson, 2. Las teorías económicas que clasificó en dos grupos: de inspiración marxista y no marxistas. En el primer grupo ubicó a Nairm, Hobsbawm y Wallerstein y en el segundo a Ernest Gellner. Por último, un tercer grupo de teorías de la modernización cuya característica es la centralidad que otorgan a los planteos políticos ideológicos. Aquí citó como los referentes más caracterizados a Breulliy y Giddens, entre otros. Joseph Llobera, "Recent theories of nationalim"; Working Papers 64, Institut de Ciències Polítiques i Socials, Barcelona (1999).
El planteo de Bertoni recuperó los aportes de Eric Hobsbawm y Terence Ranger, que concibieron a la nación como una invención o una creación, una nueva tradición inventada que es presentada como antigua.

24. Lilia Ana Bertoni, Patriotas, cosmopolitas y nacionalistas. La construcción de la nacionalidad a fines del siglo XIX, (Buenos Aires: FCE, 2001).

25. Lilia Ana Bertoni, "Acerca de la nación y la ciudadanía en la Argentina: concepciones en conflicto a fines del siglo XIX", en La vida política en la Argentina del siglo XIX. Armas, votos y voces, comp. Hilda Sábato y Alberto Lettieri (Buenos Aires: Argentina, 2003), 155.

26. François Xavier Guerra, "Hacia una nueva historia política. Actores sociales y actores políticos", Anuario del IEHS, (1989): 243-264.

27. Roger Chartier planteó que las nuevas generaciones de historiadores comenzaron a renunciar a la posibilidad de descripción de la totalidad social y al modelo braudeliano que los intimidaba. En su opinión, trataron de pensar en los funcionamientos sociales fuera de una partición rígidamente jerarquizada de las prácticas y de las temporalidades (económicas, sociales, culturales, políticas), sin que se le otorgue primacía a un conjunto particular de determinaciones (sean estas técnicas, económicas o demográficas). En Roger Chartier, El mundo como representación. Historia cultural: entre práctica y representación, (Barcelona: Gedisa, 1999), 45-62.
En el marxismo occidental el cambio de perspectiva vino dado por la labor de los historiadores marxistas británicos que contribuyeron a transformar  la historia social. En este grupo Edward Palmer Thompson  fue quien realizó las mayores innovaciones conceptuales: la economía moral de la multitud, lucha de clases sin clases y la importancia de la costumbre. Su audaz y sólida reformulación del concepto de clase hizo que fuera objeto de críticas, particularmente de los marxistas estructuralistas.
Los estudios de Thompson pusieron el acento en  una clase obrera en formación y alertaron sobre la dimensión cultural que embebe a las experiencias de clase. Thompson entendió que la clase es un proceso relacional que no puede ser aprehendido desde concepciones estáticas.

28. Mustafa Emirbayer, "Manifiesto en pro de una sociología relacional", Revista CS en Ciencias Sociales n° 4 (julio-diciembre 2009).

29. Adviértase la innovación teórico-metodológica que propuso Botana hace cuatro décadas. Las negritas son nuestras. Natalio Botana, El orden conservador. La política argentina entre 1880-1916. Nueva edición con un estudio preliminar,  (Buenos Aires: Sudamericana 1994), 12-13.

30. Tulio Halperín Donghi, Revolución y guerra, formación de una elite dirigente en la argentina criolla, (Buenos Aires: Siglo XXI, 1994), 9 y 10.

31. Bernardo Frías, Tradiciones históricas salteñas (Buenos Aires: 1930).
Atilio Cornejo, "Historia de Salta (1860-1930)", Instituto San Felipe y Santiago de Estudios Históricos en Salta37, (1984).
Fernando Figueroa, Tierra Gaucha, (Salta: 1963).
Luisa  Miller, "Legislación rural en Salta en el período 1880-1885", Cuarto Congreso Nacional y Regional de Historia Argentina (Buenos Aires: Academia Nacional de la Historia, 1983).
Luisa Miller, "La Provincia de Salta bajo los gobiernos conservadores (1886-1891)", VII Congreso Nacional y Regional de Historia Argentina (Neuquén: Academia Nacional de la Historia, 1989).
Teresa Cadena de Hessling,  Historia de Salta (Salta: 1984).
Luis Colmenares y Myriam Corbacho, "Salta durante el progresista gobierno de Miguel Ortiz", en Cuarto Congreso Nacional y Regional de Historia Argentina  (Buenos Aires: Academia Nacional de la Historia, 1984).
Pedro Fernández Lalanne, Los Uriburu (Buenos Aires: 1989).
Ernest Sweeney y Alejandro Domínguez, Robustiano Patrón Costas (Buenos Aires: 1998).

32. Eduardo Saguier, "Nepotismos provinciales", en Todo es Historia 291, (1991).

33. Marcos Giménez Zapiola, El régimen oligárquico, materiales para el Estudio de la Realidad Argentina (Buenos Aires: 1975).
Jorge Balán, "Una cuestión regional en la Argentina: burguesías provinciales y el mercado nacional en el desarrollo agroexportador", en Desarrollo Económico Nº 69, (1978).
Donna Guy, Política Azucarera Argentina, Tucumán y la generación del 80,  (Tucumán: 1981).
Carlos  Páez de la Torre, Tucumán (Buenos Aires: 1984).
Noemí Girbal-Blacha, "Estado, modernización azucarera y comportamiento empresario en la Argentina (1876-1914). Expansión y concentración de una economía regional", Anuario de Estudios Americanos T XLV, (1988).

34. María Silvia Fleitas, "Desarrollo regional, azúcar y política en el Noroeste argentino", coord. Daniel Campi; Jujuy en la historia. Avances de investigación I, (Jujuy: Universidad Nacional de Jujuy, 1993).
 María Silva Fleitas, "Posturas de los sectores dirigentes del NOA ante la cuestión del "desequilibrio regional" en la Argentina", coord. Marcelo Lagos, Jujuy en la Historia. Avances de Investigación II, (Jujuy: Universidad Nacional de Jujuy, 1995).
María Silvia Fleitas, "El pensamiento político y social de la elite azucarera del Noroeste argentino, 1910-1930",  Revista De Indias 206, (1996).
Daniel Campi, "Estado nacional y desarrollo regional. El noroeste argentino y el modelo agroexportador, 1870-1914", en VI Jornadas Interescuelas, (Montevideo: 1995).
Daniel Campi, "La renovación historiográfica en el Noroeste argentino en las últimas dos décadas", en  las VI Jornadas Interescuelas, (Montevideo: 1997).
Daniel Campi, y Marcelos Lagos, "Auge azucarero y mercado de trabajo en el Noroeste argentino, 1850-1930", en  Revista Andes (Universidad Nacional de Salta (1996), Nº 6.
Antonio Mitre, El monedero de los Andes. Región económica y moneda boliviana en el S XIX (La Paz: Hisbol, 1987).
Erick Langer, "Espacios coloniales y economías nacionales: Bolivia y el norte argentino (1810-1930)", Siglo XIX, Revista de Historia, N° 4, (1987).
Erick Langer, y Viviana Conti "Circuitos comerciales tradicionales y cambio económico en los Andes centromeridionales (1830-1930)", Desarrollo Económico 121, (1991).
Viviana Conti,"Una periferia del espacio mercantil andino, el norte argentino en el siglo XIX", en  Avances de Investigación, (Salta: Universidad Nacional de Salta, 1989). Viviana Conti, "El norte argentino y Atacama: Producción y mercados", en Revista SXIX, nueva época, (1993),  Nº 14, julio-dic, 1993.

35. La mayoría de los historiadores concibieron a las redes como una técnica de utilidad para el análisis histórico. Sin embargo, otros estudiosos de lo social postularon a las redes como una aproximación teórica y  metodológica. Teoría, metodología o técnica no puede desconocerse que el análisis de redes se extendió a una variedad de fenómenos sociales y alcanzó una sofisticación informática expresada en la variedad de software desarrollado.

36. Diana Balmori, Stuart Voss y Miles Wortman, Las alianzas de familias y la formación del país en América Latina, (México: FCE, 1990), 14-17.

37. Beatriz Bragoni, Los hijos de la revolución. Familia, negocios y poder en Mendoza en el siglo XIX, (Argentina: 1999, Taurus).

38. Pierre Bourdieu, "De la regla a las estrategias", en Cosas Dichas, (España: Gedisa, 2000), 68 y 70.

39. No puede dejar de citarse dentro de estos abordajes recientes la propuesta de Roy Hora, quien desplegó muchos de los enfoques enunciados aquí. En su trabajo desmitificó ese lugar común en que la historiografía argentina hizo recaer a la llamada oligarquía terrateniente al construir una imagen estereotipada: la de una augusta elite social que fundaba su supremacía económica sobre la propiedad de la tierra y se constituía en el grupo más rico y poderoso y, a la vez, en el más reaccionario.
Sin renunciar al análisis social y económico, Hora se abocó a la identificación de los actores, en una acción que le permitió establecer que la elite terrateniente de la Pampa húmeda en las últimas décadas del siglo XIX adquirió unidad y conciencia de sí misma. A la par, Hora se preocupó por los vínculos con la elite política sin renunciar por ello a un análisis social y económico.

40. María Celia Bravo y Daniel Campi, "Elite y poder en Tucumán, Argentina, segunda mitad del siglo XIX: Problemas y propuestas", Secuencia - nueva época, 47, (2000): 76.

41. Gustavo Paz, "El gobierno de los conspicuos: familia y poder en Jujuy, 1853-1875", comp. Hilda Sábato y Alberto Lettieri, La vida política en la Argentina del siglo XIX. Armas, votos y voces", (Argentina: FCE, 2003), 224-225y 228.

42. François Guerra, "Hacia una nueva historia", 246-247.

43. Zacarías  Moutoukias, "Narración y análisis en la observación de vínculos y dinámicas sociales: el concepto de red personal en la historia social y económica", comp. María Bjerg y Hernán Otero, Inmigración  y redes sociales en la Argentina moderna, (Tandil: IEHS/CEMLA, 1995).

44. Darío Barriera, "Por el camino de la historia política", 183.
Si bien el concepto "configuracional" logra asir algunas de las dimensiones del cambio operado teórica y metodológicamente en el quehacer de la historia política, no deja de aludir a múltiples formaciones, figuras y a una secuencia de imágenes.

45. Tristan Platt, en un artículo sobre los hermanos Ortiz citado en capítulos anteriores, brindó elementos para identificar la construcción material y simbólica realizada por la familia para posicionarse en la cúspide de la sociedad de la época. Ello abarcó desde la elección de la esposa y la compra estratégica de la vivienda familiar hasta el ocultamiento de determinadas actividades económicas y la invención de un "tapado" para legitimar y hacer más grande la fortuna familiar. Tal como se expresó en el capítulo 3, los primos hermanos habían hecho su riqueza en las minas bolivianas, pero a fines del siglo XIX y principios del XX esta forma de hacer dinero no era bien considerada. Menos aún, la  actividad de prestamista que ejercía  Serapio Ortiz.

46. Ni los protagonistas, ni los descendientes, ni los estudiosos, ni la sociedad local se cuestionaron sobre su pertenencia o no a la elite salteña, porque este era un lugar social adquirido y considerado como permanente.

47. Marta Bonaudo, "Revisitando a los ciudadanos. De la República posible (Santa Fe 1853-1890), Anuario IEHS, 18, (2003): 213-214.  Se resaltaron los términos que dan cuenta del giro reflexivo y constructivista que tomó la historia política en nuestro país.
Antonio Annino, "Ciudadanía 'versus' gobernabilidad republicana en México. Los orígenes de un dilema", coord. Hilda Sábato, Ciudadanía política y formación de las naciones. Perspectivas históricas de América Latina, (México: El Colegio de México/FCE, 1999), 64.

48. Thomas Marshall, "Ciudadanía y clase social", comp. Waldo Ansaldi, Ciudadanía(s). Documento de trabajo/3, (Buenos Aires: MERCOSUR cultural, 1998), T. 1, 10-11.

49. El núcleo del trabajo de Marshall  está en la conferencia que ofreció en  honor del economista Alfred Marshall en  1949 con el titulo Citizenship and social class. Aquella disertación se convirtió en un trabajo germinal que inspiró a muchos otros estudiosos, desde Dahrendorf hasta Giddens, e influyó también en las posteriores discusiones sobre la estructura de clases, el desarrollo del concepto de ciudadanía y las políticas de bienestar.   Joseph Picó, "La sociología insular: Th. Marshall y el moralismo fabiano", [en línea], http://www.bib.uab.es/pub/papers/02102862n68p9.pdf, [consulta del 20 de marzo de 2006]. Este trabajo de Picó forma parte del libro editado por Editorial Alianza y titulado Los años dorados de la Sociología.

50. Hilda Sábato, "Introducción", coord. Hilda Sábato, Ciudadanía política y formación de las naciones. Perspectivas históricas de América Latina, (México: El Colegio de México/FCE, 1999), 19.
Los aportes de Sábato fueron numerosos. Una de sus primeras obras en torno de estas cuestiones fue: Hilda Sábato, La política en las calles. Entre el voto y la movilización ciudadana, Buenos Aires, 1862-1880, (Buenos Aires: 1998).

51. En Argentina entre sus receptores se encuentran José Luis Romero y Gino Germani.

52. Elizabeth Jelin  cita a Gustaren y expresa que el concepto de ciudadanía hace referencia a una práctica conflictiva vinculada al poder que refleja las luchas acerca de quiénes podrán decir cuáles son los problemas comunes y cómo serán abordados. Elizabeth Jelin, "La construcción de la ciudadanía: entre la solidaridad y la responsabilidad", comp. Waldo Ansaldi, Ciudadanía (s). Documento de Trabajo/3, (Buenos Aires: MERCOSUR cultural, 1998), T. 2, 40 y 41.

53. Natalio Botana, El orden conservador, 40-44.
Agregó Botana que Juan Bautista Alberdi fue el autor de una fórmula prescriptiva que gozó del beneficio de alcanzar una traducción institucional sancionada por el Congreso Constituyente en 1853. La fórmula fue resistida por Buenos Aires y el interior, pero por su persistencia alcanzó los acontecimientos de 1880 y justificó la acción política de los protagonistas del régimen que se avecinaba.

54. Pilar Gónzalez Bernardo, "La nación como sociabilidad. el Río de la Plata. 1820-1862" [en línea], Cuadernos de Historia Latinoamericana N° 2, (1994), http://www.ahila.nl/publicaciones/cuadernos.html, [Consulta, 12 de enero de 2003].

55. Marta Bonaudo, "De representantes y representados: Santa Fe finisecular (1883-1893)", coord. Hilda Sábato, Ciudadanía política y formación de las naciones. Perspectivas históricas de América Latina", (México: FCE, 1999), 271.

56. Marta Bonaudo, "Revisitando los ciudadanos", 213-231. Este trabajo de Bonaudo ya fue citado anteriormente. Constituye una excelente orientación teórica y metodológica para el estudioso del siglo XIX que pretende abordarlo desde una mirada de la nueva historia política.

57. Javier Moyano continuó con la línea que otorga una mayor importancia a los lazos parentales para explicar la competencia política en Córdoba durante la primera década del siglo XX. Remarcó que estos vínculos no son los únicos ni son perpetuos, aunque sí relevantes para explicar las lealtades, incluso más que las filiaciones ideológicas. Para Moyano el peso de las estructuras tradicionales coexiste en un mundo en transformación, por cuanto muchos dirigentes tuvieron que recurrir a las viejas prácticas  para garantizar la lealtad de los amigos y neutralizar las fuerzas de los opositores. En Javier Moyano, "Competencia interoligárquica en Córdoba ante la crisis del predominio roquista. 1900-1908", comp. María Estela Spinelli, Alicia Servetto, Marcela Ferrari y Gabriela Closa, La conformación de las identidades políticas en la Argentina del siglo XX, (Argentina: UNC, UNdel Centro, UN de Mar del Plata, 2000), 50-51.

58. Sobre este tema también puede consultarse Marta Bonaudo, "Las elites santafesinas entre el control y las garantías: el espacio de la jefatura política", comp. Hilda Sábato y Alberto Lettieri, La vida política en la Argentina del siglo XIX. Armas, votos y voces, (Argentina: FCE, 2003).

59. Flavia Macías, "Ciudadanía armada, identidad nacional y Estado provincial. Tucumán, 1854-1870", coord. Hilda Sábato y Alberto Lettieri, La vida política en la Argentina del siglo XIX. Armas, votos y voces, (Argentina: FCE, 2003), 137-154.

60. Antonio Annino, "El voto y el XIX desconocido", [en línea], Istor 17, (2004): 43, http://www.istor.cide.edu/num-anteriores.html, [Consulta: 7 de diciembre de 2005].

61. Una revisión del tratamiento del liberalismo en Argentina puede encontrarse en Elías José Palti, quien señaló que la historia política argentina del siglo XIX apareció desde esta perspectiva como la marcha épica por la cual los principios liberales-iluministas consagrados por la revolución de 1810 habrían de ir imponiéndose sólo gradualmente, junto con la progresiva ampliación del círculo de los ciudadanos activos, hasta culminar en 1912 con la proclamación efectiva del sufragio universal (masculino). En Elías José Palti, "Orden político y ciudadanía. Problemas y debates en el liberalismo argentino en el siglo XIX" [en línea], E.I.A.L V5, Nº 2, (1994), http://www.tau.ac.il/eial/V_2/palti.htm, [Consulta: 7 de mayo de 2006].

62. Antonio Annino, "El voto y el XIX desconocido", 45.

 

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