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Revista Escuela de Historia

versión On-line ISSN 1669-9041

Rev. Esc. Hist. vol.14 no.2 Salta dic. 2015

 

ARTICULO ORIGINAL

El viaje de Fernando el Católico a Nápoles. La reorganización de las redes clientelares con el fin de estabilizar el Reino,1506-1507

(King Ferdinand's journey to Naples. The reorganization of patronage networks to stabilize the kingdom, 1506-1507)

Franco Tambella
CONICET, francotambella@gmail.com


Resumen:

Fernando el Católico viajó a Nápoles a fines de 1506 para asegurar el regno dentro de la órbita de la Corona de Aragón. Luego de las victorias del Gran Capitán y el fallecimiento de Isabel la Católica, el monarca se vio en la necesidad de articular nuevamente las relaciones de clientela y patronazgo con los barones del sur de la Península Itálica, para integrar a Nápoles en la corona ibérica.

Abstract:

King Ferdinand traveled to Naples at the end of 1506 to ensure the regno within the orbit of the Crown of Aragon. After the Great Captain's victory and the death of Isabel la Católica, the king needed to reframe patronage relations with the barons of southern Italian peninsula, to integrate Naples to the Iberian crown.

Palabras Clave: Corte; Lazos clientelares; Nápoles; Fernando el Católico

Key words: Court; Patronage networks; Naples; Ferdinand the Catholic


Desde hace tres décadas, la historiografía de la modernidad ha estado revisando y replanteándose los conceptos centrales que permitían comprender el período. De este modo, los conceptos de Estado Moderno y Absolutismo1 han sido analizados desde las perspectivas de la Nueva Historia Política que busca abandonar desde mediados de la década de 19802, las perspectivas estructuralistas que habían dado forma a la historiografía modernista desde mediados del siglo XX.

Desde los trabajos del revisionismo inglés y francés sobre las Revoluciones de la Modernidad, la historiografía política de la Edad Moderna se ha avocado al estudio de su objeto desde la perspectiva de la nueva historia política como historia del poder. La corte y las facciones cortesanas han aparecido desde entonces como las formas en las que se articulaban los usos políticos, permitiendo el acercamiento metodológico a los lugares donde se realizaban las políticas, como era el entorno cercano al rey3.

En cuanto a la corte, ha habido tres grandes períodos de avance en los estudios sobre ella marcados por grandes intentos compiladores que aportaron alguna noción interesante acerca de su naturaleza4. El primero de ellos fue el estudio comparativo que Arthur Dickens dirigió en 1977, donde se marcó la importancia de los símbolos físicos tanto para el Palacio como para la Iglesia5, lo que permitió entrever la importancia de la corte en estos sistemas políticos de la modernidad por haber sido el sitio donde esos símbolos tenían lugar. Los estudios que este enfoque permitió tenían la particularidad de analizar las relaciones de gobierno y los componentes no institucionales del poder, así como los elementos antropológicos y culturales de la acción cortesana.

En 1994, se puede apreciar el comienzo de un segundo período cuando los historiadores italianos Giorgio Chittolini, William Hudon, Anthony Molho, y Pierangelo Schiera organizaron un congreso sobre política de la Edad Moderna en la ciudad de Chicago, donde quisieron esclarecer los orígenes de las estructuras estatales liberales. En la publicación final del congreso quedó incorporado el tema de la corte, que fue ampliamente discutido. La conclusión a la que arribaron no fue otra que para la modernidad Estado y Corte, tenidas hasta entonces como antagonistas, eran en definitiva, la misma cosa indistinta e indivisible6.

El tercer momento se vincula a la obra que en 1999 articuló John Adamson, un trabajo muy semejante al coordinado por Dickens en 1977. En él, Adamson definió Corte de un modo mucho más amplio, como una matriz de relaciones políticas y económicas, religiosas y artísticas que convergían en la casa del rey. De este modo los autores en la compilación trabajaron sobre el carácter político y cultural del espacio de la Corte.

Desde entonces y hasta el día de hoy se han abierto nuevas investigaciones, sobre todo las encabezadas por el grupo del IULCE (Instituto Universitario "La Corte en Europa", dirigido por Martínez Millán), donde se le da un papel primordial a la Corte como institución política, cultural y económica, interpretándola como el sistema político de las monarquías en la Edad Moderna7, y no como un mero aspecto del mismo.

En este mismo marco Manuel Rivero Rodríguez8 ha expuesto que las relaciones exteriores en la Edad moderna se realizaban entre esferas de dominio y jurisdicción superpuestas. Éstas descansaban en los llamados potentados, los cuales tenían partes del poder, siendo éste un atributo de compleja distribución entre los estamentos, las familias, los señores, las ciudades, las órdenes militares, etc. Para completar el cuadro, estos diferentes poderes estaban representados en una visión organicista del "cosmos", ordenado de acuerdo a la función que a cada poder le toca, por lo que las relaciones entre los diferentes actores eran desiguales y jerárquicamente organizadas, lo que es fundamental al momento de comprender las relaciones entre el Reino de Nápoles y el Papa.

Las nuevas formas de estudiar la historia política se han acercado desde entonces a nuevas categorías y conceptos que permitiesen explicar las relaciones informales de poder existentes en el ámbito cortesano9. Así, "servicio" se convirtió en una categoría clave para la nueva historia política al momento de reconstruir la Modernidad Europea10. Adaptada a la Modernidad, pero surgida de la extensa historiografía escrita sobre la Europa Medieval, esta herramienta analítica ha permitido a los investigadores modernistas de las últimas décadas una comprensión mayor de los procesos sociopolíticos que atravesaron las diversas Monarquías Modernas. Comprender las diversas formas en que se presentaban los lazos de servidumbre, vasallaje, o feudo-vasalláticos ha permitido comenzar a reconstruir la intrincada superposición de redes de relaciones políticas personales, que eran tanto privadas como de público interés para la Modernidad Europea11.

Desde entonces se comenzó a focalizar en las relaciones que construían las realidades políticas de la Modernidad, siendo la primera de ellas la relación entre rey y reino12. En esta perspectiva, las Monarquías Modernas son entendidas como un constructo creado a base de relaciones personales que las Dinastías pugnaron por hacer perdurables más allá de la vida de quien tejiese la red relacional original13. La Corte en este entramado cumplía un rol fundamental tanto en calidad de centro legislativo y administrativo de las Monarquías Dinásticas, como el lugar donde la relación entre los reyes y el reino tenían escena14.

Estos aportes hoy nos permiten vislumbrar que las relaciones dentro de las monarquías dinásticas no solo dependían de las relaciones personales entre potentados, sino que éstas eran complementadas por vínculos directos de los monarcas con sectores nobiliarios de los reinos y estados que podían ejercer influencia en su favor.

Para la Corona de Aragón, es fundamental la construcción del entramado de servicio y vasallaje construido por casas o familias que se articulaban formando una comunidad cuya cabeza era el rey15. La construcción histórica de carácter "agregativo" de la Corona de Aragón se basaba en la capacidad de cada casa, estamento, familia o reino de pactar con el monarca sus fueros y normas de regulación, al tiempo que regulaba la articulación con el resto del entramado sociopolítico.

En este marco, lo que la historiografía ha denominado "sistema pactista" de gobierno en la Corona aragonesa es el reflejo de este sistema dinámico de desarrollo constante que hacía y deshacía las normativas de acuerdo al cambio en las fuerzas relativas que pesaran y contrapesaran en cada momento. El conflicto, incluso el conflicto bélico, en este sistema servía para apuntalar la posición de la monarquía, ya que el rey se presentaba como la autoridad que regula y arbitra los cambios en el poder y la relación de las diferentes fuerzas.

De esta forma, el viaje de Fernando el Católico a Nápoles en 1506, adquiere la dimensión de un hito en la creación de las normas que debían mantener la relación de Nápoles con la Corona de Aragón, buscando reflejar la relación de fuerzas del momento, pero, sobre todo, apaciguar un reino, cuya división interna amenazaba con desestabilizar el poder ibérico en la península, alejando al regno de la órbita fernandina.

El viaje de Fernando el Católico y la reestructuración del reino

A mediados de 1506, el partido fernandino se encontraba muy debilitado y en retirada en la corte castellana16. La muerte de Isabel la Católica y la negativa de amplios grupos castellanos (en particular los Grandes de Castilla17) a reconocer al Rey Católico como su sucesor, habían llevado al alejamiento de don Fernando y sus partidarios de los lugares de poder de la corte.

El encuentro que mantuvieron Felipe el Hermoso y Fernando el Católico en Villafáfila el 27 de junio de 1506 selló la retirada de los grupos fernandinos de Castilla. Este hecho confirmaba una situación de pleno repliegue del partido fernandino en Castilla, evidente desde la muerte de la reina Isabel y del segundo matrimonio del rey Fernando. La retirada fue indiscutible cuando el monarca aragonés concedió plenos poderes de gobierno en Castilla a su yerno reconociendo la incapacidad de gobernar de su hija, la reina Juana18.

El Rey Católico se encontró, entonces, en la necesidad de reorganizar a sus partidarios para afianzar su control sobre los estados patrimoniales que aún mantenía. Tanto en la península Ibérica, como en Italia, donde las recientes victorias y pactos con la corona francesa habían dejado a Don Fernando como rey "de facto" del reino de Nápoles, el monarca buscó ponerse a la cabeza de un entramado clientelar que lo identificara como rey. Las complicaciones eran múltiples, ya que a la avanzada felipista se sumaba falta de reconocimiento por parte del papa Julio II, señor feudal del Reino de Nápoles, quien debía nombrar y coronar a Don Fernando para que ese estado dejase de estar dudosamente atado al monarca. La falta de reconocimiento, sin embargo, entraba en conflicto frente a la presencia de las fuerzas ibéricas en el Reino Partenopeo, y a los compromisos que las elites italianas habían tomado con el monarca convirtiéndose en adeptas a don Fernando, lo que permitía que éste no dejara de ser un estado del rey Católico.

En este contexto, la reafirmación del partido fernandino en el sur de Italia era indispensable para mantener al Regno dentro de la esfera aragonesa. Esta necesidad llevó a que el rey Católico efectuara una reconfiguración profunda de sus pactos con las elites italianas y los servidores hispanos que lo habitaban.

Luego de la concordia de Villafáfila, Don Fernando emprendió el viaje a Nápoles que tanto había postergado, partiendo desde Aragón hacia el sur italiano en septiembre de 1506. El Rey Católico fue sorprendido, en pleno viaje, por una misiva que informaba de la muerte de su yerno y la vacancia del reino por la presunta locura de la Reina Juana19.

Estacionado momentáneamente en Portofino, el Rey aragonés se encontró con que parte de los antiguos opositores a su política en la corte castellana reclamaban con urgencia su retorno, argumentando que cualquier asunto de Nápoles podía ser tratado desde la Península. A su vez, para convencerle, respaldaban su pedido en los grandes servicios hechos por Castilla para el engrandecimiento de Don Fernando20.

La respuesta del monarca a los nobles castellanos fue enviada el 6 de octubre de 1506, donde el Rey informó que proseguiría con su viaje a fin de visitar los estados napolitanos, lamentaba la muerte de su yerno (a quien llamaba "Serenísimo Rey Don Felipe mi fijo"21), ordenaba obedecer a su hija, la reina Juana, y mitigaba aquellas recomendaciones que había hecho en contra de su capacidad de gobernar22. A pesar que la principal amenaza felipista parecía comenzar a disiparse, la intención del monarca era proseguir su viaje hacia el sur con el afán de reorganizar los lazos políticos que daban forma al Regno napolitano, a fin de atarlo a una órbita más fernandina.

En este punto es importante detenernos a analizar la entrada de Fernando el Católico a la ciudad de Nápoles en Noviembre de 1506, porque fue una muestra de los sentimientos de los poderes del estado partenopeo para con el monarca. Como argumenta Francisco Aranda Pérez, las relaciones de servicio contra-prestadas por un beneficio, tenían que estar patentemente visualizadas a la vez que protocolizadas y ritualizadas como cualquier ejercicio del poder. Estas formas de política dependían de ceremonias donde se reafirmaban las obligaciones y derechos mutuos en una teatralización llena de símbolos23. Por este motivo, las entradas reales eran una ceremonia política donde se afianzaban los lazos del monarca con la ciudad que visitaba, rodeados de espectáculos, las mayores pompas y el regocijo generalizado del pueblo24.

En el caso del rey aragonés y su primer ingreso a la ciudad de Nápoles, el monarca debió esperar en el castillo del Ovo a que se prepararan los fastos y festejos de la ceremonia. La demora se debía a que la ciudad (como cuerpo integrado de las elites y las corporaciones del regno) no sabía si debía regocijarse por la entrada del Rey Fernando o estar de luto por la muerte del rey Felipe. Este problema no fue menor, porque la intromisión de los partidarios y vasallos de Felipe I en el centro y sur de la Península había logrado poner en duda la sujeción del reino Partenopeo a la corona aragonesa y al rey Fernando.

El rey Fernando demoró su llegada a petición de los representantes que le enviaron los napolitanos, deteniéndose en Gaeta y Pozzuoli varios días antes de entrar en el Castillo del Ovo, donde recibió nuevos enviados de Nápoles. La principal preocupación del rey Católico para la entrada en el reino italiano era que "aquella ciudad mostrara tanta señal de alegría en su entrada"25. Los enviados al Ovo representaban al baronaggio del reino y solicitaron que el rey tuviese a bien no permitir que ningún representante del pueblo llevara ninguna vara del palio. El rey, a fin de fomentar el júbilo, prometió tener en cuenta las diferencias existentes en el reino y al poco tiempo también decretó la libertad de los barones rebeldes angevinos, buscando formar concordia y aumentar la calidez de su recibimiento.

El regocijo con que fue recibido Fernando el Católico fue una declaración de principios por parte de las elites napolitanas, quienes mostraron que aceptaban el nuevo monarca por los reconocimientos que éste había hecho a las tradicionesdel reino. Respondiendo favorablemente a tal demostración, Fernando juró en el arco de entrada de la ciudad respetar sus privilegios y costumbres, tal y como era uso durante el reinado de los Reyes Católicos26.

Una cuestión a tener muy presente es que el rey no solo buscó su lazo con el Reino y la Ciudad al entrar jubilosa y ceremoniosamente en ella, sino que también reforzaba a través del simbolismo los lazos clientelares que lo unían con la familia Colonna.

Allí juró el rey sus privilegios, y costumbres: y viniendo ante él, el Próspero, y Fabricio Colona, y el duque de Termens, tomó el rey el estandarte real: y de su mano le dio a Fabricio Colona, y le nombró por su alférez mayor. (…) En saliendo del arco los recibieron debajo del palio: y los que llamaban electos del pueblo, que son los que tienen cargo del regimiento de la ciudad, tomaron las varas, y los barones llevaron de rienda al rey, y a la reina: y Fabricio Colona, por consejo de algunos caballeros, se puso con el estandarte real delante de la guarda que seguía al rey: y el Gran Capitán le hizo pasar adelante: y junto con él iban los reyes de armas: y luego iba el Gran Capitán con el Próspero a su mano derecha con una ropa de raso carmesí abierta por los lados, forrada en brocado: y llevaba un sayo muy rico de canutillo de oro, y entorno dél iban sus alabarderos, y gentiles hombres vestidos de seda, con su devisa.27

Los Colonna eran una de las familias más antiguas e influyentes de Italia, con una historia que se remontaba al Imperio Romano. La familia Colonna había conseguido que diez de sus miembros fueran convertidos en cardenales hacia 1503, estando Giovanni Colonna en dicho cargo al inicio de ese siglo28. Siendo muy fuertes en Roma, poseían una tradicional rivalidad con la familia de los Orsini, ambos linajes de origen romano, pero de gran peso en toda la Península.

Manuel Rivero Rodríguez recordando lo estudiado por Norbert Elías al analizar el caso de la corte francesa en el reinado de Luis XIV, explica que en este período histórico, al mezclarse los intereses privados con los negocios oficiales, era inevitable que los asuntos de gobierno se vieran influidos por rivalidades familiares29. Un análisis similar es posible para toda la península itálica a finales del Quattrocento, ya que ese era el ritmo de la política entre potentados locales y extranjeros.

Al principio de las Guerras de Italia, los Colonna se hallaban confederados con Carlos VIII, luchando en contra de los intereses de los Trastámaras napolitanos y el papa Alejandro VI30. Su alianza en un primer momento había sido con Carlos VIII y a él sirvieron al principio de las Guerras de Italia, mientras que sus enemigos, los Orsini, batallaban por la causa Trastámara31. Ni bien comenzó la invasión del rey francés sobre la Península, los Colonna se aliaron con Giuliano della Rovere, cardenal de San Pedro (futuro papa Julio II y feroz enemigo de Alejandro VI) y tomaron el castillo de Ostia para hostigar al Papa32.

Sin embargo, el cronista aragonés Jerónimo Zurita señala que los Colonna, con Próspero a la cabeza, mostraban ciertos escrúpulos en luchar abiertamente contra el Papa33. Finalmente, Próspero cayó prisionero al ir a parlamentar con Alejandro VI y, si bien fue liberado cuando los Orsini cambiaron lealtades al bando francés, siguió cortando el avituallamiento de Roma desde la fortaleza de Ostia34.

Los Colonna abandonaron al rey francés cuando comprobaron que las tropas de Carlos VIII continuaban el saqueo de Nápoles y el sur italiano, a pesar que el monarca se hubiese coronado en la ciudad Partenopea en febrero de 1495. El mayor quiebre con la facción francesa había sido por el despido de los consejeros italianos de la corte regia de Carlos VIII. De ese modo, cuando regresó Ferrante II a Nápoles, ayudado por las tropas ibéricas al mando de Gonzalo Fernández de Córdoba, Próspero y Fabrizio Colonna se declararon a favor de la causa Trastámara, siendo el primero nombrado capitán general del reino por el propio Ferrante luego de retomar los castillos que estaban en manos francesas35.

Hacia 1503 todos los contemporáneos reconocían la importancia de tener a los Colonna de clientes del rey aragonés en la península, si quería conservar o acrecentar sus estados en ella. A decir de Zurita:

Con esto juntamente atendía [el Gran Capitán] a entretener a los Coloneses: juzgando que si de las cosas de Italia quedase parte al Rey Católico, no la podría sustentar, ni tener sin ellos, o Ursinos, que buena fuese. Mayormente que aun para con el Papa le convenía tenerlos a su mano: y dioles buena esperanza, que les serían restituidos los estados, que tenían en aquel reino, que en esta sazón los poseían los contrarios: y ellos eran los principales que servían al rey en esta necesidad.36

En esos años de servicio Fabrizio y Próspero Colonna fueron de gran importancia en el ámbito militar. Siendo generales probados en los más variados campos de batalla de toda Italia, los dos primos sirvieron como capitanes bajo el mando de Gonzalo Fernández de Córdoba desde 1495 a lo largo y ancho del reino partenopeo. Ambos nobles italianos fueron de remarcable importancia en el desarrollo de las guerras de Fernando el Católico contra Carlos VIII (desde 1495 a 1497) y contra Luis XII (desde 1499 a 1503).

Como reconocimiento al apoyo y al valor de los servicios dados por esta familia italiana, Fernando el Católico no dejó de prometerles y entregarles dones. Las promesas de restitución y engrandecimiento de los estados Colonna iban acompañados de una ayuda más sustantiva a la familia en general. Próspero Colonna apareció en calidad de Capitán de caballería de tropas napolitanas con 100 ducados al año de sueldo para la caballería y 60 para los hombres de armas37

En reconocimiento a estos y muchos otros servicios, la entrada a la ciudad del monarca fue acompañada por Fabrizio y Próspero Colonna, ambos en lugares privilegiados, no solo mostrando su cercanía a la corona, sino también siendo recompensados con cargos y honores.

Allí juró el rey sus privilegios, y costumbres: y viniendo ante él, el Próspero, y Fabricio Colona, y el duque de Termens, tomó el rey el estandarte real: y de su mano le dio a Fabricio Colona, y le nombró por su alférez mayor. (…) En saliendo del arco los recibieron debajo del palio: y los que llamaban electos del pueblo, que son los que tienen cargo del regimiento de la ciudad, tomaron las varas, y los barones llevaron de rienda al rey, y a la reina: y Fabricio Colona, por consejo de algunos caballeros, se puso con el estandarte real delante de la guarda que seguía al rey: y el Gran Capitán le hizo pasar adelante: y junto con él iban los reyes de armas: y luego iba el Gran Capitán con el Próspero a su mano derecha con una ropa de raso carmesí abierta por los lados, forrada en brocado: y llevaba un sayo muy rico de canutillo de oro, y entorno dél iban sus alabarderos, y gentiles hombres vestidos de seda, con su devisa.38

Las galas estaban extendidas por toda la ciudad y la representación del recibimiento del monarca en la puerta de cada casa perteneciente a alguna personalidad de importancia en el reino sirvió para mostrar que el reino se ataba a la red de Fernando el Católico. La entrada siguió, como era usual para los Reyes Católicos, hacia la iglesia mayor donde la compañía fue recibida por el clero secular y las órdenes, que acompañaron la procesión con la suya propia.

En nueva procesión acompañado por príncipes y barones del reino, Fernando el Católico llegó a la posada de Gonzalo Fernández de Córdoba, donde mostró públicamente el favor que le brindaba "cuanto nunca hizo de rey a vasallo"39. La figura del Gran Capitán tenía un peso innegable dentro del reino, y esta demostración de buena voluntad por parte del Rey fue brindada para reconocer los valiosos servicios del andaluz a la corona y en un intento de mantener dentro del espectro real a sus adeptos40.

No escapaba al rey que Gonzalo Fernández, actuando como Lugarteniente General del Reino, había profundizado sus lazos con la nobleza castellana, al tiempo que comenzaba a construir vínculos con la nobleza napolitana y el Sacro Imperio. Varios años antes, en febrero de 1489, el noble andaluz se había casado con María Manrique, hija de Pedro Manrique, Duque de Nájera41 cuestión que permite echar luz sobre el accionar del Gran Capitán frente a la llegada de Don Fernando a Nápoles. Al fallecer Felipe I, el grupo de leales felipistas castellanos encabezados por Pedro Manrique42 buscó un acercamiento al emperador Maximiliano I, considerando a Carlos de Gante (futuro Carlos I) como el verdadero heredero de los estados de su padre. La situación había forzado tal salida desde el extendido consenso forjado alrededor del mito de la insania de la Reina Juana I.

Zurita recoge en sus libros al menos un contacto probado entre Fernández de Córdoba y Maximiliano43, en donde el Rey de Romanos ofreció apoyo al lugarteniente de Nápoles a cambio de que éste apoyara la causa de Felipe el Hermoso. Por otro lado, es importante resaltar que en 1505 cuando el Rey Fernando pretendió habilitar como heredero a su hijo bastardo Alfonso de Aragón, quien era arzobispo de Zaragoza, Gonzalo Fernández estorbó en las gestiones posibilitando que Maximiliano y a su hijo Felipe el Hermoso tuviesen ocasión para influir en la curia papal y anular el pedido44.

Maximiliano I prestaba oídos a los miembros de este grupo por su fuerte interés de conseguir que su nieto Don Carlos heredara los estados flamencos, borgoñones, españoles, austríacos e italianos45. El actor principal de este partido felipista antifernandino en la corte del Rey de Romanos era el legado papal y cardenal de Santa Cruz, Bernardino López de Carvajal, quien influía en las decisiones que Maximiliano I tomaba con respecto a Castilla desde el fallecimiento de Felipe el Hermoso46.

El matrimonio de Fernando el Católico con Germana de Foix parecía interponerse a los anhelos del partido felipista, dado que un posible heredero directo de esa unión significaba una vuelta a la separación de las coronas ibéricas y que el sur de la Península Italiana se alejara del área de influencia Habsburgo. Los pactos signados entre Fernando el Católico y Luis XII en Blois proveían, incluso, que en caso de la muerte prematura del rey aragonés fuese su esposa la que heredase el reino de Nápoles, a fin de acercarlo a la órbita angevina por ser Doña Germana prima del monarca francés por vía de los Foix-Albret.

Consciente de la existencia de tal problema por los recelos que recientemente presentaba Maximiliano I, el rey convocó a parlamento general en todo el reino donde expresó que no deseaba dañar la herencia de su nieto Carlos, haciendo que se jurase fidelidad y se hiciese homenaje a su persona, a la de la reina Juana su hija, y a sus sucesores, pero no a la reina Germana, con la excusa que no se encontraba allí y que ya había sido jurada en Valladolid47.

En este punto es interesante volver a la descripción que Zurita realizó en su crónica de la remoción de Gonzalo Fernández de Córdoba. En el libro VIII de su obra Libros postreros, el historiador español explica:

Como las sospechas y temores que hubo antes que el Rey pasase al reino de Nápoles, que el Gran Capitán tuvo deliberado de apoderarse dél, y tenerlo en buena defensa, para la Corona Real de Castilla, como conquista della , y por el príncipe Don Carlos (…) y estos temores fueron tan públicos entre las gentes, y se confirmaron tanto, como las quejas que el Rey tuvo, del modo con que se gobernó en disponer de la hazienda tan libremente, como lo hizo, en el ordenar las cosas del Estado, y de la guerra, para sacarle del Reyno con dulzura, y buena gracia, y dexar a otro en su lugar, a quien el Rey no fuese tan obligado (…)48.

Aunque el erudito loaba las buenas obras de Gonzalo Fernández de Córdoba, el fragmento recoge asimismo los temores albergados por el Rey Católico. Los recelos que Don Fernando profesaba estaban relacionados al hecho de que el Gran Capitán anexase los territorios napolitanos a la Corona de Castilla y a la herencia de ese reino por parte de Carlos de Gante. Agregado al hecho de ser un noble andaluz perteneciente al linaje de los Aguilar y al de su casamiento con María Manríquez, emparentado con la familia de los Duques de Nájera, existen sobrados testimonios que hablan de contactos entre Don Gonzalo y el Sacro Emperador.

A su vez, el embajador en Roma Francisco de Rojas cargó con la responsabilidad de la elección papal de 1503 a Gonzalo Fernández de Córdoba49,

ya que en ella fue erigido el Papa Julio II de quien se sospechaba era pro-francés. Por detrás del hecho, estaban las intenciones del propio embajador de impulsar la candidatura a la Tiara del cardenal de Nápoles que estaba enemistado con miembros importantes del ejército del Gran Capitán50 y quien le había prometido el capelo cardenalicio al embajador en Roma.

Así, el intrincado juego de intereses había contribuido a armar dos facciones en pugna dentro del partido trastámara. Por un lado la articulada en torno a Nápoles, el Gran capitán y el ejército bajo su mando. En él coexistían personajes tanto ibéricos como itálicos fuertemente antiangevinos que se habían beneficiado por los despojos de las guerras en el sur de la península, o que buscaban sacar rédito de ellas. A ellos se sumaba el Santo Padre quien había dado una carta de buena voluntad para con los Reyes Católicos si recibía el apoyo de Fernández de Córdoba51. Por otro, el articulado en torno al embajador en Roma que incluía personajes como los Colonna, descontentos por el trato que recibían en Nápoles, don Diego Hurtado de Mendoza conde de Melito, los Cardenales Grimaldo y San Jorge, don Juan Bautista Espinelo y don Antonio de Cardona52.

El primer paso para ejercer un control mayor sobre el regno había sido dado en 1505, con la creación en la corte aragonesa de un "Consejo de Nápoles"53, formado a base de miembros de la cancillería y el Consejo Real, con el fin de aconsejar al monarca sobre las políticas en Nápoles, restando poder al virrey lugarteniente.

Finalmente el Gran Capitán fue removido de su lugar de prominencia en Nápoles en 1507, pero la situación con el Papa y la firme posición de algunos adeptos al lugarteniente dentro del reino hicieron muy difícil la tarea. Don Fernando por un lado debía apartar a un posible conspirador felipista, pero al mismo tiempo debía mantener a los adeptos que le permitiesen mantener el regno sin agitar el avispero Habsburgo. Fue por eso que la remoción del Gran Capitán se hizo con grandes honores, incluido el nombramiento como Duque de Sessa y varias ciudades del Reino de Nápoles54. El Rey Católico había comprado a Juan de Borja, Tercer Duque de Gandía55, el ducado de Sessa, con el fin de entregarlo al noble andaluz junto al condado de Carinola, Montefosculo, y la baronía de Flume.

El parlamento napolitano y el ordenamiento del reino

Al tiempo que el rey Católico entraba y comenzaba a establecerse en Nápoles, Julio II impulsó la toma de Bolonia que estaba a manos de Giovanni II Bentivoglio56. Bolonia había estado bajo el poder de los Bentivoglio desde mediados del siglo XIV, pero era una reivindicación de los Estados Pontificios que el Papa della Rovere no quería dejar en manos de otro potentado.

El Santo Padre Julio II fue un personaje icónico de la política pontificia a principios del siglo XVI. Sobre él, Von Pastor destacó que sus contemporáneos consideraban que tenía el alma de un Emperador y su apariencia era distinguida, grave y digna57. De ojos profundos y apremiantes, labios apretados, nariz pronunciada y una cabeza de gran tamaño. Recuperando el testimonio del embajador veneciano en Roma, el historiador mostraba que no era paciente para escuchar, pero que quien sabía manejarse con él, si era de su confianza, lo encontraba siempre bien predispuesto58.Sin embargo el mismo embajador destacó que nadie tenía influencia sobre él, que era terriblemente determinado y que rara vez consultaba a alguien por sus acciones. El cronista italiano Francesco Guicciardini lo caracterizó a su vez como hombre de muy difícil ánimo, pero que destacó por su gran séquito, su liberalidad, su magnificencia y por ser un gran defensor de su dignidad y de la libertad eclesiástica59

Las condiciones por las que accedió a la Silla en 1503 fueron extraordinarias, debido a que su candidatura a la misma comenzó a gestarse en el Cónclave que designó a su antecesor, Pio III de muy corto pontificado, y contaba con los apoyos necesarios para ser consagrado incluso antes que el Cónclave que lo eligiera60. Entre sus apoyos estuvieron los cardenales del partido "español", un grupo de personajes de origen ibérico, creados muchos durante el pontificado de Alejandro VI, que no estaban dentro de la órbita del partido fernandino y que deseaban distanciarse de su pasado en el partido Borja61, al tiempo que firmó un pacto62con Cesar Borgia, hijo del anterior, por el cual garantizaba que el duque de Valentinois conservara sus posesiones a cambio de su apoyo dentro del Colegio63. Cuestión curiosa en el juego de la política Romana, antes de la muerte de Alejandro VI, Giuliano della Rovere como Cardenal de San Pietro ad Vincula había sido uno de los mayores opositores a los Borgia64.Sin embargo, a pesar que gracias al concordato Giuliano della Rovere fue elegido Papa, este no cumplió ninguno de los puntos a los que se había comprometido65 y mandó a apresar a Cesar Borgia para que le devolviese los estados usurpados66.

La elección de este pontífice no fue del agrado de Fernando el Católico, quien temía que el mismo fuera francófilo y desbaratara lo que se estaba consiguiendo por las armas en Nápoles67. Si bien es cierto que Giuliano della Rovere se había acercado muchas veces al partido francés que operaba en la península, también es muy importante resaltar dos cuestiones fundamentales de las políticas de alianzas del momento. Por un lado, que las uniones de conveniencia abundaban dentro de los potentados italianos, sobre todo en personajes como el Cardenal de San Pedro, donde múltiples fidelidades permitían una flexibilidad notable favorecida por su posición en la corte romana68.

Por otro, se puede observar que la compleja política italiana presentaba siempre diversos partidos, cada uno con sus aspiraciones y posiciones, tomando diferentes bandos constantemente, lo que complejiza enormemente la tradicional visión de una península dividida entre un partido güelfo y uno gibelino aún a principios del siglo XVI69.

Dentro de este complejo entramado italiano, Giovanni II Ventiboglio de Bolonia había actuado como un poder cercano al bando angevino70 a lo largo de la guerra, pero con diversos conflictos con el Duque de Valentinois71. La avanzada del Papa sobre la ciudad le presentó al Rey Católico la oportunidad de empezar a ejercer presión sobre el Santo Padre a través de la realización de favores o la negativa a hacerlos, con el fin de conseguir la investidura del Reino de Nápoles. Ante este escenario, Fernando el Católico, envió a su embajador Francisco de Rojas con el fin de brindar su apoyo al Papa con tropas y dineros, creando una alianza donde los dos poderes trabajaría juntos para conseguir la estabilidad en la Península72. La confederación prontamente creció sumando a Luis XII73 como el nuevo gran aliado de Julio II y Fernando de Aragón, una unión que perduraría varios años hasta el desarme de la Liga de Cambray en 1511.

En este contexto fue llamado el primer parlamento reunido en la ciudad de Nápoles en 1507, donde Fernando el Católico intentó de poner en orden el reino de acuerdo a lo pactado en Blois. La tarea no fue sencilla, porque los barones que habían sido beneficiados por los repartos de dominios por parte de Gonzalo Fernández de Córdoba eran los que habían luchado bajo sus órdenes en la guerra. Sin embargo, para alcanzar la paz en el Reino, éstos fueron desposeídos de muchos de sus bienes recientemente adquiridos, lo que llevó a que fueran recompensados con rentas y promesas de mayores beneficios a cambio de sus servicios74.

La primera medida que el Rey Católico encaró para estabilizar el reino fue perdonar el cobro de pagos fiscales a la Corona a fin de morigerar el peso económico que la guerra tuvo sobre el regno75. Esta medida buscó continuar las políticas tradicionales del reino y descargar el peso impositivo sobre los sectores populares, para demostrar en este sentido el ser el heredero de Alfonso el Magnánimo, su tío.

También durante el parlamento se falló la liberación del príncipe de Rossano, del Duque de Atri, de Honorato y Alonso de Sanseverino, y Fabricio Gesvaldo, entre muchos otros partidarios del bando angevino que habían quedado prisioneros durante la guerra contra los monarcas franceses76. La liberación de los angevinos había sido planteada en la Concordia de Blois, firmada con Luis XII en Blois y contribuyó a dar mayor estabilidad al Reino Partenopeo.

La cuestión del reparto de dominios y tierras, restituyendo los estados a los barones napolitanos tanto del bando trastámara como angevinos, fue un asunto complejo dado la cantidad de guerras que habían explotado antes de comenzar los enfrentamientos de 1494. El problema central en el reparto de las tierras era equilibrar las pretensiones de los barones respetando las mercedes entregadas por los reyes anteriores de la dinastía Trastámara.

Próspero Colonna formaba parte del grupo favorecido por el primer ordenamiento del reino a manos del Gran Capitán y debido a las nuevas políticas regias vio cómo sus estados disminuían, pero era recompensado con diversas rentas otorgadas por el Rey Católico. De ese modo, los litigios iniciados por el príncipe de Salerno y el duque de Trageto contra Próspero Colonna por diversas posesiones que él ocupaba fueron resueltos en contra del Colonna, pero a cambio de ello, éste recibió en ambos casos una compensación monetaria77. Una problemática muy presente y de importancia para el futuro del regno, fueron los conflictos por las heredades y redistribuciones de las llamadas "Tierras de Labor"78, al norte de la ciudad de Nápoles. En ellas, el rey buscó recuperar las mercedes otorgadas a barones napolitanos y nobles aragoneses que habían quedado sin descendencia o que podían ser recompensados en la Corona de Aragón79. Al recuperar para la corona varias tierras y villas que estaban en manos de nobles, Fernando el Católico buscó incrementar la cantidad de mercedes que podría realizar para aquietar a la nobleza y los fondos con los que se podría reparar los daños de las guerras pasadas.

En cuanto a la estructura cortesana del reino, el rey Católico dispuso la continuidad de la existencia del "Consejo de Nápoles" en la corte aragonesa, pero sobre todo en la partenopea80. La función que ese órgano cumpliría sería la de llevar un control e informar al rey sobre las actuaciones de los virreyes, gobernando y corrigiendo cualquier problema que encontrasen. Éste sería el nacimiento del Consiglio Colaterall de Nápoles, cuyas tareas se solaparían con las del tribunal Real de la Cancillería.

A su vez, el establecimiento de una casa virreinal autónoma destinada a absorber a la élite local dentro de la corte vicerregia brindó una autonomía notable para los virreyes al dotarlos de una curia independiente, pero al mismo tiempo consiguió atar a las élites locales a las redes fernandinas. Las articulaciones de la corte virreinal con los mecanismos de control regio se complementaron con la inclusión de gentiluomini81 a la Casa del Rey aragonesa, lo que permitió una relación dinámica y fluida entre los barones napolitanos y los intereses aragoneses.

Fernando el Católico regresó a la Península Ibérica a enfrentar la situación de agitación política que se había desatado entre los partidarios de la Reina Juana y la casa de los Habsburgo. Antes de partir, el monarca dejó a su sobrino, Juan de Aragón conde de Ribagorza como virrey, manteniendo una fórmula virreinal tradicional de monarquía dinástica elaborada por los monarcas aragoneses82. La principal recomendación que dejó el Rey Católico a su virrey fue que mantuviese buenas relaciones con los Colonna y los Orsini, pero que estuviera más cerca de los primeros.

El Embajador en Roma y su rol en las redes clientelares

Al momento de abandonar el reino Partenopeo, Fernando profundizó la transformación del partido fernandino en la Península Itálica dejando un sucesor para Francisco de Rojas, Jerónimo de Vich. El embajador Rojas había nacido en Toledo alrededor del año 144683, de una familia notable que le garantizó los estudios y una buena posición en la corte. Participó en la Guerra de Granada y fue beneficiado con varios encargos al exterior que lo llevaron a Roma hacia 1488. Luego de haber oficiado de embajador en la Ciudad Eterna, fue enviado a negociar el doble matrimonio de los hijos de los Reyes Católicos con los príncipes imperiales Felipe y Margarita.84 Al volver a Roma en 1501 se encontró con la segunda etapa de la guerra por Nápoles en marcha y un ambiente político caldeado por los enfrentamientos de partidarios trastámara y angevinos en toda la Península.

Hacia 1503, con una victoria casi asegurada en Nápoles con tropas trastámara bajo el mando de Gonzalo Fernández de Córdoba, Francisco de Rojas había conseguido que el linaje de los Orsini se uniera a sus antiguos rivales, los Colonna bajo banderas Trastámara y contra un gran enemigo común, Cesar Borgia, el Duque de Valentinois85. Lo cierto es que para ese entonces, el Gran Capitán había comenzado a construir un partido propio que acercándose a los ideales del trastámara, chocaba con los intereses del enviado en Roma86.

Durante este tiempo Francisco de Rojas procuraba fortalecer su facción, mantener la prevalencia trastámara, reclamar al Santo Padre por la investidura del Reino Partenopeo que le estaba enfeudado  y mantener a raya a Bernardino López de Carvajal, cardenal de Santa Cruz, quien estaba aliado a la facción de los grandes nobles castellanos quienes apoyaban a Felipe el Hermoso en su reclamo por el trono castellano87.

La crisis dinástica se expresaba en la Península Itálica como una crisis de la configuración del partido trastámara que rápidamente debía evolucionar a favor de Fernando el Católico o desaparecer en el naciente partido felipista o cualquier partido italiano. La cautela experimentada por muchos de los miembros del partido trastámara comenzó a desaparecer ante la creciente estrella del Archiduque y la llegada del nuevo embajador castellano a Roma, Antonio de Acuña en 150588. Rojas, sin embargo, mantuvo su posición en Roma hasta 1507, y en noviembre de 1505 finalmente consiguió el apoyo de Fernando el Católico para su solicitud del capelo cardenalicio89.

El rol que en adelante pasaría a jugar el embajador en Roma sería fundamental en el armado de las redes políticas en la Península Itálica. En los meses que siguieron a la toma de Bolonia, Fernando el Católico escribió a menudo a don Francisco de Rojas y le solicitó se encargara de pedir por la asignación de beneficios eclesiásticos a aquellos que habían servido bien al monarca durante las guerras con el trono Valois90, con lo que en efecto se convertía en el principal bróker de la red político-religiosa que comenzaba a reformular el Rey Católico. Sin embargo, el gran problema que el rey Fernando tuvo que enfrentar durante su servicio fue el de la debilidad que presentó frente a los diversos papas91.

Su sucesor fue Jerónimo de Vich, Barón de Llaurí, Beniomer, Beniboquer y Matada, nació en Valencia el 29 septiembre de 1459. Era miembro de una familia que hacía años estaba al servicio de los monarcas aragoneses, al grado que su padre acompañó a Alfonso V el magnánimo a Nápoles92. Este cambio en el rol central de embajador en Roma marcaba la determinación del Rey Católico de atar los lazos de la política italiana a su órbita, para evitar que se repitiera un problema similar al del partido felipista.

Su primera acción como embajador fue presentarse ante el Santo Padre para disculparse por no haber enviado el Rey Católico obediencia desde que había entrado en el regno93. En esa embajada lo acompañaron Francisco de Rojas, el maestre de Montesa Bernardo Despuig y Antonio Agustín94. Esa embajada tuvo que comenzar las negociaciones en torno a la investidura de Nápoles, la concesión del capelo cardenalicio a Cisneros, cuestiones de patronato regio y de jurisdicción sobre clérigos95.

El nombramiento en Nápoles de virreyes con menos peso simbólico que el Gran Capitán luego de la destitución honorífica de este último, terminó por confirmar al embajador de Roma, en este caso Jerónimo de Vich, como el principal organizador de las redes políticas fernandinas en Italia. Esto lo denota, por un lado, la continua presencia de solicitudes de prebendas y beneficios eclesiásticos para servidores del Rey Católico presente en las cartas que se enviaban. Por otro lado, Vich se convirtió en el canal a través del cual Fernando V comandaba a sus servidores que asistieran en las empresas que el Papa decidía llevar adelante en el momento es que su acercamiento a la corona francesa y a la Santa Sede era más crítico.

Conclusión

Luego de la situación de debilidad desde la muerte de la reina Isabel, Fernando el Católico afianzó su posición en el reino napolitano a través de la creación de un fuerte vínculo entre las familias nobles del reino y su persona. Manteniendo la tradición monárquica aragonesa de representarse como padre de cada uno de sus estados, atrajo a la órbita Trastámara a aquellos nobles reticentes y abiertamente angevinos, contradiciendo las políticas del Gran Capitán. Estas gestiones permitieron articular una facción fernandina que quitó de los puestos de poder a los sospechados de felipistas, y repuso los estados y mercedes de la poderosa nobleza partenopea en una búsqueda por sumarlos a su causa.

Actuando de ese modo, el rey Católico consiguió mantener el modelo agregativo de la monarquía, consolidando un vínculo entre Nápoles y Aragón que favorecería la inclusión del regno al reinado de su nieto y sucesor, Carlos I.

Estas políticas de vinculación a las redes clientelares de los monarcas consiguieron consolidar una forma de política muchas veces llamada informal, pero claramente efectiva que configuró un acceso al poder típico en la Edad Moderna. Los lazos de servicio y mercedes y el rol de monarca como ordenador del cosmos de su patrimonio, fueron las líneas centrales por las cuales la monarquía, que comenzaba a hacer una Monarquía Hispánica con toda propiedad.

 

Notas:

1. Pablo Vazquez Gestal, "La corte en la historiografía modernista española. Estado de la cuestión y bibliografía" Cuadernos de Historia Moderna, Anejo II,(2003), 271 y 272.

2. Xavier Gil Pujol, Tiempo de política. Perspectivas historiográficas sobre la Europa moderna. (Barcelona: Universidad de Barcelona, 2006) 14 y 15.

3. Vázquez Gestal, "La corte," 273-275.

4. José Martínez Millán, "La sustitución del 'sistema cortesano' por el paradigma del 'estado nacional' en las investigaciones históricas", en Libros de la corte, 1 (2010) 5 y 6.

5. Martínez Millán, "La sustitución del 'sistema cortesano'", 5.

6. Martínez Millán, "La sustitución del 'sistema cortesano'", 6.

7. Además de sus publicaciones periódicas en la revista Libros de la Corte, podemos destacar entre sus obras más importantes a: José Martínez Millán Coord., La corte de Carlos V, (Madrid: Sociedad Estatal para la Conmemoración de los Centenarios de Felipe II y Carlos V, 2000); José Martínez Millán Dir. La monarquía de Felipe III (Madrid: Fundación Mapfre, 2008); José Martínez Millán y Manuel Rivero Rodríguez Centros de poder italianos en la Monarquía Hispánica, (Madrid: Polifemo, 2010); José Martínez Millán coord. y José Eloy Hortal Muñoz coord., La corte de Felipe IV (1621-1665): reconfiguración de la monarquía católica, (Madrid: Polifemo, 2015)

8. Manuel Rivero Rodríguez Diplomacia y relaciones exteriores en la Edad Moderna. (Madrid: Alianza Editorial, 1999)

9. Rivero Rodríguez Diplomacia 275.

10. Francisco Aranda Pérez, "Servir a quién, en qué y cómo: vasallos en la política hispánica moderna", Alicia Esteban Estríngana Ed., Servir al rey en la monarquía de los Austrias. Medios, fines y logros del servicio al soberano en los siglos XVI y XVII, (Madrid: Sílex, 2012) 53-55.

11. Aranda Pérez, "servir a quien" 72-73

12. Gil Pujol, Tiempo de Política 87

13. José Martínez Millán e Ignacio Javier Ezquerra Revilla, "La integración de las elites sociales en las monarquías dinásticas: los continos", en Espacios de poder: cortes, ciudades y villas (S. XVI-XVIII), Editor Jesús Bravo Lozano (Madrid: Actas de Congreso celebrado en La Cristalera por la UAM, 2002) 340-341.

14. Martínez Millán y Ezquerra Revilla, "la integración de las elites sociales" 341.

15. Manuel Rivero Rodríguez, "De la separación a la unión dinástica: la Corona de Aragón entre 1504 y 1516", en La corte de Carlos V, Editor José Martínez Millán (Madrid: Sociedad Estatal para la Conmemoración de los Centenarios de Felipe II y Carlos V, 2000), 73.

16. José Martínez Millán "De la muerte del Príncipe Juan al fallecimiento de Felipe el Hermoso (1497-1506)" en La Corte de Carlos V Coord. José Martínez Millán, Tomo I Corte y gobierno, (Madrid, Sociedad Estatal para la Conmemoración de los Centenarios de Felipe II y Carlos V, 2000), 63-72.

17. Martínez Millán "De la muerte del Príncipe Juan" 70.

18. Martínez Millán "De la muerte del Príncipe Juan" 71.

19. El trabajo de Bethany Aram es especialmente esclarecedor en este particular. La situación política de la reina Juana mejoró considerablemente con el fallecimiento del rey Felipe I el Hermoso, ya que pudo comenzar a estructurar su casa y corte de acuerdo a su gusto, al tiempo que solicitó la venida de su hijo Fernando en 1507 para tener algún control en la sucesión dinástica. Sin embargo, la doble figura de la reina devota por un lado, pero corrompible por otro, encontró que debía adaptarse a la imagen de hija obediente que le otorgó el Rey Católico. Bethany Aram, La reina Juana. Gobierno, piedad y dinastía., (Madrid: Marcial Pons, 2001) 163-166.

20. Jerónimo Zurita, Los Cinco libros postreros de la historia del Rey Don Hernando el Catholico, Libro VII, (Zaragoza: Colegio San Vicente Ferrer, 1610) 85-86.

21. Miquel Salvá y Pedro Sainz de Baranda, CODOIN, Tomo VIII, (Madrid: imprenta de la Viuda de Calero, 1846) 307 y 308.

22. Salvá y Sainz De Baranda, CODOIN, 307 y 308.

23. F. ARANDA PÉREZ, "Servir a quién" 7.

24. Rosana de Andrés Díaz, "Las 'entradas reales' castellanas en los siglos XIV y XV, según las crónicas de la época", En la España Medieval,4, (1984) 50-55

25. Zurita, Los Cinco libros postreros, Libro 7, 60.

26. Zurita, Los Cinco libros postreros, Libro 7, 61; de Andrés Díaz, "Las 'entradas reales'" 50

27. Zurita, Los Cinco libros postreros, Libro 7, 61

28. El cadenal Colonna había sido una pieza clave en el acercamiento de la familia a la órbita fernandina. Durante el pontificado de Alejandro VI, Giovanni Colonna había sido privado de sus rentas por el Santo Padre debido a su procedencia familiar y a un antiguo resentimiento entre los Colonna y los Borja. Para paliar su situación, Giovanni fue refugiado por orden de los Reyes Católicos en la corte de Sicilia, donde el rey aragonés lo proveía y mantenía (Zurita, 2005, Libro 5: 47).

29. Manuel Rivero Rodríguez "Cortes y 'poderes provinciales'. El virrey Colonna y el conflicto con los Inquisidores de Sicilia", en Cuadernos de Historia Moderna, 14, (1993) 73 – 101.

30. Miguel Ángel Ladero Quesada Ejércitos y armadas de los Reyes Católicos. Nápoles y el Rosellón (1494-1504), (Madrid: Real Academia de la Historia, 2010) 38.

31. Jerónimo Zurita, Los Cinco libros primeros de la segunda parte de los anales de la corona de Aragon, Libro I, (Zaragoza: Colegio San Vicente Ferrer, 1610) 46.

32. Zurita, Los Cinco libros primeros, Libro I, 63.

33. Zurita, Los Cinco libros primeros, Libro I, 76 y 77.

34. Zurita, Los Cinco libros primeros, Libro I, 97.

35. Zurita, Los Cinco libros primeros, Libro II, 29.

36. Zurita, Los Cinco libros primeros, Libro V, 1 y 2.

37. Ladero Quesada, Ejércitos..., 458.

38. Zurita, Los Cinco libros postreros, Libro 7, 61.

39. Zurita, Los Cinco libros postreros, Libro 7, 62.

40. El cronista José Raneo, en su obra Libro donde se trata de los virreyes lugartenientes de Nápoles, publicado en 1634, explicaba que uno de los motivos capitales del viaje de Fernando al Regno fue el recelo que le generaba el renombre y el reconocimiento que Gonzalo Fernández había logrado gracias a la conquista de Nápoles. Ese sentimiento, continuaba el autor, llevó al Rey a apersonarse en sus estados del sur de la Península Itálica para recuperar el renombre que también él merecía y reemplazar al Gran Capitán por su sobrino, Juan de Aragón, duque de Ribagorza. Aunque excusando a Fernando, Raneo reconoce que los recelos no estarían basados en motivos políticos, sino en mera desconfianza por la autonomía de Fernández de Córdoba. Salvá, CODOIN, Tomo XXIII, 41 y 42
En una fecha más reciente, Ernest Belenguer en Fernando el Católico, (Barcelona: Editorial Península, 1999) ha sostenido que las razones de animadversión hacia Don Gonzalo estaban presentes en la mentalidad del Rey Católico al momento de iniciar su viajar a Nápoles. Desde esta perspectiva, se resalta el hecho de que el Gran Capitán había aplazado repetidas veces las órdenes reales de retorno a la Península Ibérica, y en su lugar, se comportaba como si fuera un rey autónomo, beneficiando a sus allegados en Nápoles, como es el caso de sus soldados, oficiales y de la familia Colonna, linaje clave para entender la política napolitana. Ver José Enrique Ruiz-Domènec, El Gran Capitán, (Barcelona: Ediciones Península, 2002) 408-416.

41. Belenguer, Fernando, 261.

42. "(…) que lo juraron en nombre de todos los pueblos, hubo algunos prelados, y grandes que lo aprobaron, y juraron, no faltaron otros grandes que lo contradijeron: y con su favor otros particulares. Puesto, que el que se señaló más entre todos, fue don Pedro Manrique duque de Nájera: que sin ningún medio comenzó a hacer muy grande contradición, cuanto pudo, con sus amigos, y deudos: y fue el que se declaró más en procurar, que otros grandes no viniesen en ello." Zurita, Los Cinco libros postreros, Libro VI, 12.

43. Rivero Rodríguez, Diplomacia, 17-20.

44. Rivero Rodríguez, "De la separación", 88-89.

45. Zurita, Los Cinco libros postreros, Libro VII, 86-87.

46. Fernando el Católico desconfiaba del cardenal de Santacruz, Bernardino López de Carvajal y comunicó sus desconfianzas a Margarita de Austria y al Papa Julio II (Zurita, Los Cinco Libros postreros, Libro VIII, 45 y 77). Los López de Carvajal parecían estar estrechamente vinculados al partido felipista no solo por los reveses constantes que el Cardenal propiciaba a la política fernandina frente al Rey de Romanos, sino también porque el propio hermano de Bernardino López, Garci López de Carvajal estaba en la resistencia de los grandes felipistas a las medidas impulsadas por la reina Juana luego de la muerte de Felipe I. Ver Zurita, Los cinco libros postreros, Libro VII, 102.

47. Zurita, Los cinco libros postreros, Libro VII, 62.

48. Zurita, Los cinco libros postreros, Libro VIII, 139.

49. Zurita, Los cinco libros primeros…, Libro 5, 159.

50. Zurita, Los cinco libros primeros…, Libro 5, 157. 

51. Zurita, Los cinco libros primeros…, Libro 5, 158.

52. Zurita, Los cinco libros postreros…, Libro 6, 55.

53. Manuel Rivero Rodríguez, "De la separación…", 93.

54. AHN, BAENA, C. 23, D. 67. El título permaneció en la Familia de Gonzalo Fernández de Córdoba como lo muestran AHN, BAENA, C. 14, D. 6, y AHN, BAENA, C. 35, D.13. Este dato es importante porque crea un conflicto a los historiadores que han ensalzado la figura del Gran Capitán retratándolo, muchas veces, como víctima de los celos del Rey Fernando el Católico. Si bien Fernández de Córdoba fue removido de su posición en Nápoles y le fue negado el servir al Papa o cualquier otro potentado, el rey no lo condenó a morir en la pobreza como parte de la historiografía quiere hacer creer. Tanto el ducado de Sessa con sus rentas y ciudades, como el Ducado de Terranova con sus rentas y sitios permanecieron en su familia, aún después de su muerte.

55. Éste era hijo de Juan de Borja y Cattanei, hermano mayor de César Borja, muerto en 1497 como se ha dicho.

56. Zurita, Los cinco libros postreros, Libro VII, 62.

57. Ludwig Von Pastor, History of the popes, from the close of the middle ages. (Londres: Kegan Paul, Trench, Trübner & Co. Ltd.; 1911) Vol. VI, 212.

58. Von Pastor, History of the Popes…, 213.

59. Guicciardini, F., Historia de Itallia. Traducción de Don Otón Edilo Nato de Betissana, , Madrid, Editorial de Antonio Román, 1683, p.244.

60. Guicciardini lo describió como "cosa jamás vista".

61. Von Pastor History of the Popes…, 209-211.

62. Von Pastor History of the Popes…, 191.

63. Von Pastor History of the Popes…, 208.

64. Es emblemático que ni bien comenzó a avanzar el rey francés sobre la Península, los Colonna se aliaron con Giuliano della Rovere, cardenal de San Pedro y tomaron el castillo de Ostia para hostigar al Papa Alejandro VI (Zurita, Los cinco libros primeros…, Libro 5, 63), tal y como se comento. Además, poco antes de la muerte de Pio III el mismo Della Rovere pidió que se desbandara el ejército armado por César Borgia (Von Pastor, History…, 205)

65. José María Doussinague, Fernando el Católico y el Cisma de Pisa, (Madrid: Espasa Calpe, 1946), 47.

66. Paolo Giovio, Libro de la vida y chronica de Gonzalo Hernandes de Cordoba, llamado por sobrenombre el Gran Capitan. Por Pablo Jovio Obispo de Necera. Agora nuevamente traduzida al romance Castellano por Pedro Blas Torrellas, (Zaragoza: Editado por Guillermo Simon, 1555), 95.

67. Zurita, Los cinco libros primeros…, Libro 5,158.

68. Fernandez de Córdoba Miralles, A., "El cardenal Giuliano della Rovere y los reinos ibéricos. Rivalidades y convergencias en el Mediterráneo occidental", en Cantatore, F. et al. Giulio II e Savona. Sessione inaugurale del Convegno Metafore di un pontificato. Giulio II, 1503-1513, (Savona: Inedita Saggi, 2009)

69. Rivero Rodriguez, Diplomacia…, 41.

70. Zurita, Los cinco libros primeros, Libro 4, 60; y Zurita, Los cinco libros primeros, Libro 5, 30.

71. Zurita, Los cinco libros primeros, Libro 4, 36.

72. Zurita, Los cinco libros postreros, Libro 7, 62.

73. Zurita, Los cinco libros postreros, Libro 7, 88 y 91.

74. Zurita, Los cinco libros postreros, Libro 7, 114

75. Zurita, Los cinco libros postreros, Libro 7, 109.

76. Zurita, Los cinco libros postreros, Libro 7, 110.

77. Zurita, Los cinco libros postreros, Libro 7, 111-113

78. Las Tierras de Labor eran una extensión territorial que abarcaba el norte de la Campagna, entre las ciudades de Nápoles y Gaeta, abarcando el norte de la provincia actual de Nápoles y la actual provincia de Caserta.

79. Zurita, Los cinco libros postreros, Libro 7, 111.

80. Manuel Rivero Rodríguez, "De la separación…", 93.

81. Manuel Rivero Rodríguez, "De la separación…", 94.

82. Manuel Rivero Rodríguez, La Edad de oro de los Virreyes, (Madrid: AKAL, 2010) 41

83. Rodríguez Villa, A., "D. Francisco de Rojas, embajador de los reyes católicos", en Boletín de la Real Academia de la Historia, (Madrid: XXVIII,1896), 181 -182.

84. Alessandro Serio, "Una representación de la crisis de la unión dinástica: los cargos diplomáticos en Roma de Francisco de Rojas y Antonio de Acuña (1501-1507)", en Cuadernos de Historia Moderna, N° 32, 2007, 17.

85. Zurita, Los cinco libros primeros…, Libro 5, 126.

86. Serio, "Una representación…", 18.

87. Serio, "Una representación…", p.23.

88. Serio, "Una representación…", p.24.

89. Rodríguez Villa, "D. Francisco de Rojas…", 191.

90. Serio, "Una representación…", 28.

91. Álvaro Fernández de Córdova Miralles, "Diplomáticos y letrados en Roma al servicio de los Reyes Católicos: Francesco Vitale di Noya, Juan Ruiz de Medina y Francisco de Rojas." En Dicenda. Cuadernos de filosofía hispánica, Vol. 32(Madrid: Universidad Complutense de Madrid, 2014), 133.

92. Rivero Rodríguez, La Edad de oro, 41

93. Zurita, Los cinco libros postreros, Libro VII, 136-137.

94. Barón de Terrateig, Política en Italia del Rey Católico. 1507-1516., (Madrid: CSIC, 1963), Tomo I, 47, 59, 60, 63-67 y 149-156

95. Álvaro Fernández de Córdova Miralles, "Diplomáticos y letrados…", 135.

 

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