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Revista iberoamericana de ciencia tecnología y sociedad

versión On-line ISSN 1850-0013

Rev. iberoam. cienc. tecnol. soc. v.3 n.8 Ciudad Autónoma de Buenos Aires abr. 2007

 

Nueva Orleáns, paisaje y Eros*

Robert Frodeman (frodeman@unt.edu)

Dept. of Philosophy and Religion Studies
University of North Texas, Estados Unidos

Los debates acerca de los problemas sociales recurren al conocimiento de las ciencias físicas, la ingeniería, las ciencias sociales, etc. como insumos para orientar la toma de decisiones. Por lo general, sin embargo, estos conocimientos acaban sin ser utilizados, o bien son mal usados. Para explicar el uso incorrecto del conocimiento, este trabajo explora el papel que juegan las fallas de voluntad y de integración, y brinda una erótica del conocimiento como medio para lograr una mejor conexión entre la producción y el uso del saber. El caso de Nueva Orleáns y el huracán Katrina brinda un ejemplo para explorar estos señalamientos.

Palabras clave: Producción y uso del conocimiento; Filosofía de la política científica; Eros; Riesgo.

Debates about societal problems turn to the knowledge of physical sciences, engineering, social sciences, etc. as inputs for orienting decision making. Usually, however, this knowledge end up being un- or ill-used. In order to explain the wrong use of knowledge, this paper explores the role played by failures of will and of integration, and offers an erotics of knowledge as a means for better connecting production and use of knowledge. The case of New Orleans and hurricane Katrina provides an example for exploring these points.

Keywords: Knowledge production and use; Philosophy of science policy; Eros; Risk.

Las discusiones de los problemas de la sociedad recurren al conocimiento disciplinario -de las ciencias físicas, la ingeniería y/o las ciencias sociales- para ayudar a guiar la toma de decisiones. Típicamente, no obstante, estos cuerpos de conocimientos terminan sin ser usados, o siendo mal usados. ¿Cómo explicamos este uso incorrecto del conocimiento? Este ensayo explora el papel desempeñado por las fallas de voluntad y de integración, y ofrece una erótica del conocimiento como medio para conectar mejor la producción del saber con su uso. Nueva Orleáns y Katrina brindan una localidad para explorar estos puntos.

I

El conocimiento sobre los peligros del cigarrillo es omnipresente, aunque un cuarto de los estadounidenses adultos todavía fuma. El petróleo es reconocido por ser un recurso limitado y en disminución, cuyo uso está dañando nuestro clima, aunque nuestras autopistas y estacionamientos están atestados de vehículos utilitarios deportivos y mini-camionetas. El agua fósil es extraída de reservorios como el de Ogallala y los múltiples acuíferos de Arizona central, aunque en Phoenix y Tucson abundan las piscinas y la gramilla de los prados (Kentucky bluegrass). Y desde 1980 el gobierno de Estados Unidos ha gastado 35 mil millones de dólares en la investigación sobre el cambio climático, sin efectos discernibles sobre la política nacional.

La nuestra es una era post-industrial, la época de la sociedad del conocimiento. Tanto el crecimiento económico como las deliberaciones políticas dependen cada vez más de la creación y difusión del conocimiento. La moderna sociedad occidental ha inventado un modo característico para abordar los problemas de la visa -mediante el descubrimiento, el desarrollo y la aplicación de conocimiento científico y técnico-. A través de la mayor parte de los tiempos y culturas, la gente ponía su fe en dios, el rey o la naturaleza, y aceptaba el mundo más o menos como éste se presentaba. Más allá de lo meramente pragmático, el conocimiento consistía en identificar el lugar de uno en el orden natural, y en aprender la importancia de moderar los propios deseos a fin de vivir una vida buena. Aun si se la llegaba a pensar, la libido scientia -el infinito deseo de saber- era vista con desconfianza, y se pensaba que conducía a la locura y a la autodestrucción. La tragedia griega estaba basada en tales temas.

Actualmente, nuestra visión del conocimiento es muy distinta. Un signo de la preeminencia de la visión del conocimiento como panacea es la tendencia a largo plazo del financiamiento público para la ciencia. A lo largo de los últimos cincuenta años, los fondos para la ciencia y la tecnología han crecido sostenidamente a través de los caprichos de la moda política. En 2005, la cifra alcanzó los 138 mil millones de dólares en Estados Unidos.1 Esta cornucopia de financiamiento durante un período temporal de décadas brinda hoy un marco para la evaluación: ¿cuánto uso y beneficio provino de los diversos tipos de investigación apoyada?

Con el fin de la larga emergencia de la Guerra Fría, esta pregunta ha recibido una creciente atención, comenzando con el Acta de Resultados de Desempeño del Gobierno de Estados Unidos (GPRA, por sus siglas en inglés), en 1993. El acta requería que el director de cada agencia federal enviara a la Oficina de Gestión y Presupuesto un plan que describiera "metas y objetivos generales, incluyendo resultados, metas y objetivos relacionados, para las principales funciones y operaciones de la agencia (…) una descripción de cómo serán alcanzadas las metas y objetivos (…) y una descripción de las evaluaciones de programa usadas para establecer o revisar las metas y objetivos generales".

La GPRA presentaba un desafío peculiar para la National Science Foundation (NSF). Dada la incertidumbre inherente de la investigación científica avanzada, la NSF estaría en apuros para especificar (por caso) cuántos ganadores de Premios Nobel o patentes resultarían de su financiamiento, o la relevancia política de una cartera de investigación dada. Además, como agencia federal encargada de apoyar la investigación básica, las demandas de tal rendición de cuentas estarían reñidas con las creencias de la era de la Guerra Fría acerca de la necesaria distancia entre investigación básica y aplicada. El gobierno, por supuesto, siempre había financiado la investigación científica debido a su eventual valor social; pero desde Vannevar Bush (1945) en adelante, los científicos habían afirmado que el mejor medio para asegurar la relevancia de la ciencia era aislarla de los pedidos prematuros de que tuviera importancia social. La ciencia florecía mejor en un terreno autónomo, detrás de la pared que la separaba de la sociedad.

La disparidad entre nuestra producción de conocimiento y su falta de uso es reconocida actualmente como un desafío muy importante dentro de la cultura del conocimiento. De un modo algo irónico, esta cuestión ha conducido en sí misma hacia un creciente programa de investigación. Más recientemente, la NSF ha comenzado a financiar investigación bajo el rótulo "ciencia de la política científica". En un editorial publicado en Science en 2005, el asesor presidencial en ciencia, John Marburger, anunció la necesidad de un programa que mejoraría nuestra comprensión del impacto de la ciencia en la sociedad.2

Las primeras señales son que este anuncio será interpretado principalmente según lineamientos económicos. Más que hacer un llamamiento al desarrollo de una teoría general del conocimiento pertinente -o, en realidad, la formulación de una agnatología, o una teoría de la ignorancia- Marburger apuntaba a promover el desarrollo de herramientas para medir cuánto contribuye la investigación científica básica al crecimiento económico. Es decir, Marburger reclama una ciencia, en lugar de una filosofía, de la política científica. La pátina positivista hace una diferencia, dado que asume que lo que importa puede ser contado, y lo que puede ser contado importa. La producción de conocimiento bien puede ser positiva para el crecimiento económico, pero ello habla muy poco acerca de las cuestiones de la política o la ecología -por caso, si los descubrimientos científicos están exacerbando las tensiones con diferentes culturas, o si un mayor crecimiento económico es ecológicamente sustentable-. Estas son cuestiones para una filosofía de la política científica.

Existe, por supuesto, una explicación sencilla para el foco de atención de Marburger: si bien las consecuencias económicas del financiamiento a la ciencia básica son en sí mismas difíciles de identificar, ellas son mucho más fáciles de analizar que los efectos políticos, culturales o económicos (o la falta de efectos) de la producción de conocimiento. El problema es que las conexiones y desconexiones entre la producción y el uso del conocimiento pueden tomar un número de formas: intencionales o accidentales, personales o anónimas, y a lo largo de pequeños o grandes trechos de espacio o tiempo; a través de una simple falla de escucha, transferencias incorrectas, malas interpretaciones de uno u otro lado, intercesión de elementos extrínsecos (léase: política), o el surgimiento de consecuencias no anticipadas. El análisis económico ofrece un tamiz muy amplio para tomar en cuenta tales complejidades.

Así planteados, estos señalamientos son generales y abstractos. Se necesita un ejemplo que nos ayude a pensar sobre las formas en que el conocimiento funciona o no funciona. Consideremos, entonces, el caso de Nueva Orleáns y Katrina.

II

A pesar de los comentarios del presidente Bush ("No creo que alguien hubiera anticipado la ruptura de los diques"), los peligros que acechaban a Nueva Orleáns estaban extraordinariamente bien publicitados. Por tomar sólo un ejemplo: en julio de 2004, la Agencia Federal de Gestión de Emergencias (FEMA, por sus siglas en inglés) realizó un ejercicio de cinco días en el Centro de Operaciones de Emergencia del Estado de Louisiana, en Baton Rouge. Utilizando un huracán imaginario, el fin de este ejercicio era idear una respuesta regional integrada. El "Huracán Pam" consistía en vientos de 120 millas por hora y lluvia que rebalsaba el área de diques de Nueva Orleáns, causaba la evacuación de más de un millón de residentes y destruía medio millón de edificios. El Times-Picayune de Nueva Orleáns le dio seguimiento con una serie en varios días publicando los efectos del Huracán Pam.

¿Cómo explicar la ignorancia general (en ambos sentidos, el de no conocer y el de conocer pero ignorar) de ese bien publicitado conocimiento? Aristóteles nos ofrece un punto de partida. El capítulo 7 de la Ética a Nicómaco consiste en una reflexión sobre la akrasia -la incontinencia o falla de la voluntad-. Aristóteles se pregunta cómo es posible que actuemos de maneras contrarias a las conclusiones de nuestra propia razón. Afirma que la incontinencia puede ser dividida en dos tipos, la debilidad (astheneia) y la impetuosidad (propeteia). La persona débil sigue el proceso de razonamiento, pero luego falla al actuar según su propia conclusión. La razón es relegada por una pasión. La persona impetuosa, por el contrario, simplemente reacciona, sin comprometerse en un acto de razonamiento hasta luego del hecho, si es que se compromete.

La atención de Aristóteles se centra en las que podrían ser llamadas las dimensiones individualistas de la akrasia -el acto de incontinencia suyo o mío propio-. No aborda la akrasia como un problema social, donde los procesos y las conclusiones de razonar parcial o completamente no consiguen afectar el comportamiento de los grupos. En la Retórica, Aristóteles discute la relación entre el orador y la audiencia de un modo general, e identifica tres aspectos de la persuasión: (a) el carácter del orador, (b) la condición emocional de los oyentes, y (c) el argumento (logos) mismo. Pero las fallas de persuasión no son tratadas en sí mismas como casos de akrasia.

Por supuesto, Aristóteles no tenía motivo para desarrollar una teoría de la incontinencia para una cultura del conocimiento residente dentro del estado burocrático. El conocimiento y la estructura burocrática han evolucionado gradualmente con el tiempo, pero ambos alcanzaron formas distintivas en el siglo veinte, las cuales exceden ampliamente la situación de cara a los siglos previos. También es verdad que las culturas anteriores hubieran situado la desconexión entre el orador y una audiencia de masa como el resultado inevitable de la irracionalidad de la multitud. La mayoría de los hombres (en tanto opuestos a la elite con inclinaciones filosóficas; las mujeres, por supuesto, estaban privadas de derechos) eran demasiado fácilmente influenciables por la adulación, la demagogia, la distracción y el interés propio.

La filosofía contemporánea le ha prestado alguna limitada atención a la akrasia,3 pero ha habido pocos intentos de ubicar estas reflexiones en el contexto de las políticas. La política de la ciencia ha centrado su atención en otro lugar -asumiendo que los individuos o grupos racionales e interesados en sí mismos actuarán en base a la información que les sea dada-. Los fracasos en la implementación del conocimiento son tratados como fallas de procedimiento (tales como la falta de un consenso claro dentro de la comunidad científica) o como el resultado de una influencia impropia de intereses especiales. Ningún grupo ha tratado a la akrasia como un problema de política social o de producción de conocimiento. Solamente la psiquiatría ha situado a la akrasia dentro de un contexto de políticas -si bien es cierto que, una vez más, en el marco de casos individuales de éxito o fracaso, más que como un problema general que enfrenta la producción de conocimiento-.4

Reconozcamos el papel desempeñado por problemas tales como la falta de consenso científico y los intereses especiales. Sin embargo, el hacer un uso social más efectivo del conocimiento (científico) es también, en parte, una cuestión de conducir la voluntad individual y social. Esto es, ¿cómo motivamos a las personas para que hagan lo que saben que necesitan hacer -despertando no su propio interés, sino más bien su deseo-?

Cuando situamos a la akrasia en la conjunción entre la producción y el uso del conocimiento surgen una serie de cuestiones. Por ejemplo, en el caso del fumar, los actos individuales de akrasia tienen consecuencias para la sociedad, de modo que ésta ha elegido medidas de paternalismo suave tales como prohibir que se fume en restaurantes. En el caso de Nueva Orleáns, identificar quiénes sufrieron akrasia y por qué implica cuestiones de escala (por ejemplo, los individuos que no se evacuaron, las acciones del alcalde o el gobernador, la FEMA, o el Cuerpo de Ingenieros del Ejército) y tiempo (por ejemplo, las décadas de decisiones sobre diques, la línea de tiempo diaria de decisiones de evacuación). Finalmente, nuestro análisis debe tomar en cuenta la fenomenología o la experiencia vivida que a menudo subyace a la akrasia, cuando las consecuencias de las decisiones individuales quedan a la distancia o cuando las consecuencias resultan de la agregación de pequeñas decisiones.

Si bien no es posible tratar todas estas cuestiones dentro de un breve ensayo, podemos explorar un tema que las atraviesa a todas ellas: el poder integrador del eros.

III

Bajo una patina de conocimiento, las disputas acerca de si o cómo reconstruir Nueva Orleáns han encendido el conflicto entre valores. Los valores en sí mismos son más a menudo dados por supuestos que argumentados; los argumentos consisten generalmente en llevar a este o aquel cuerpo de conocimiento disciplinario en apoyo de un conjunto de valores predeterminados. Quienes discuten ponen sobre la mesa uno o más marcos disciplinarios (por ejemplo, la hidrología, la economía, diversas miradas políticas) y luego los usan para expresar sus valores. Los desacuerdos resultan de la discusión interdisciplinaria, más que de la intradisciplinaria: las disputas dentro de un marco disciplinario dado son mucho menos profundas que las que se dan entre marcos disciplinarios. Esto es lo que esperaríamos, dado que las disciplinas se definen en buena medida en términos de un conjunto compartido de valores acerca de cómo entender mejor las cosas. No obstante, permanece la asunción de que todos coincidiríamos en lo que debemos hacer si tan sólo conociéramos los hechos.

Es más útil hablar de 'compromisos' que de 'valores'. El lenguaje es diacrítico: las palabras se definen las unas por las otras. El 'valor' existe en contraste con el 'hecho'. Estas dos palabras evocan la arquitectura conceptual de la modernidad, en la cual se supone que la ciencia proporciona los hechos objetivos que informan nuestras preferencias subjetivas de valor, que son luego arbitradas por medio del debate democrático. Considérese, por caso, la descripción de Harold Lasswell (1977) acerca del rol de los valores en los estudios de políticas: "La política es el proceso por el cual las bases irracionales de la sociedad son sacadas a la luz (…) Es la transición entre un consenso incontestado y el próximo. Comienza en el conflicto y termina en una solución. Pero la solución no es la 'racionalmente mejor', sino la emocionalmente satisfactoria".

Esta es una arquitectura que actualmente está bajo presión. Los estudios de la ciencia han mostrado que más que ser objetiva o subjetiva, la ciencia es una combinación intrincada de perspectivas personales y sociales, reflexión sólida sobre la naturaleza de las cosas, saltos interpretativos y, si acaso, un exceso de objetividad (Sarewitz, 2000). Los humanistas, por otro lado, están aún recobrándose de los venenos destilados por Ruth Benedict (por ejemplo, Benedict, 1934), que del hecho de que las culturas incluyen una amplia variedad de normas éticas extrajo la conclusión del relativismo ético -que no hay una ética correcta o incorrecta-. Los humanistas no han llegado ni de lejos a expresar un punto análogo al de los estudios de la ciencia: la ética y la axiología, generalmente, tampoco son subjetivas u objetivas, sino que ocupan un espacio epistemológico en muchas maneras equivalente al de la ciencia.

En lo que hace a sus estatus epistemológicos, la principal diferencia entre las ciencias y las humanidades es esta: la ciencia puede a menudo circunscribir su razonamiento, de tal manera que puede producir resultados bien fundamentados, reproducibles, aunque irreales. ¿Por qué irreales? Porque las condiciones del laboratorio no son las del mundo. En el mundo real, las condiciones nunca pueden ser aisladas completamente de otros efectos, ni podemos jamás repetir verdaderamente las mismas condiciones. La 'objetividad' de las ciencias es, en ese sentido, un constructo. Una vez que la ciencia entra en el mundo real, sus resultados son acosados por muchas de las incertidumbres que tipifican a las humanidades. (Esto no es disminuir a las ciencias, que están colmadas de razonamientos bien fundados. Es, más bien, un llamado a elevar nuestra comprensión del estatus del razonamiento en las humanidades).

Carentes de los controles del laboratorio -o la presunción de verdad- los debates sobre cuestiones filosóficas y humanísticas han tenido una tendencia a oscilar entre el relativismo y la creencia dogmática. Dicho de otro modo: hemos coincidido acerca de los métodos para llevar adelante la pesquisa científica (por ejemplo, el control de variable en el laboratorio), incluso si ello ha significado poner entre paréntesis la cuestión de la analogía entre el laboratorio y el mundo. Dentro de las humanidades, por razones tanto epistemológicas como éticas, carecemos de tal control: no somos capaces de controlar todas las variables referidas a las relaciones sociales, y además rechazaríamos cualquier intento de ese tipo como poco ético. Finalmente, los métodos o principios que pueden ofrecer una guía dentro de las humanidades (por ejemplo, la phronesis o Bildung, la hermenéutica o el equilibrio reflexivo) son ignorados o ridiculizados como insalvablemente oscuros.

Una epistemología alternativa a la de los 'hechos' y 'valores' puede ser hallada en la obra de Platón. Los términos análogos en Platón (ignorando por ahora las diferencias entre su filosofía y la de Sócrates) son logos y eros. Logos es un término más rico que 'ciencia' e incluso que 'lógica', ya que incluye todos los medios por los cuales totalizamos nuestra experiencia. El logos, por caso, incluye la narrativa y el razonamiento moral, así como la ciencia. Como ha sido notado por MacIntyre (1984) y otros, el razonamiento científico en sí mismo deriva siempre de una narrativa lógica abarcativa que explica los orígenes, el significado y los propósitos de un experimento.

Pero es el término eros el que es crucial aquí. En primera instancia significa deseo sexual; pero en su sentido más amplio indica el deseo en general. Para Platón también incluye el desarrollo moral y espiritual. La modernidad y Freud en particular han oscurecido nuestra apreciación de este punto: para este último, el deseo es polimormafente perverso. Freud (y la modernidad) no encuentran una meta, un significado inherente o una dirección en nuestros deseos, sexuales o de otra clase. Simplemente son. En cambio, para Platón nuestros deseos pueden y deben ser educados. También tienen un fin natural -el reconocimiento de lo bueno-. Dicho de otro modo, para Platón el eros es una fuerza interdisciplinaria o transdisciplinaria que unifica y dirige los hilos dispares del conocimiento. La educación actual es de naturaleza abrumadoramente técnica; para Platón, la educación consistía principalmente en una educación en el eros. Uno aprendía el modo adecuado de comportarse en el mundo mediante el cultivo del tipo correcto de deseo y el deseo de las cosas correctas. La instrucción en materia de música era la parte más importante de este auto-cultivo, dado que la música afinaba y sintonizaba el alma.

Sustituir el 'eros' por el 'valor', entonces, implica más que simplemente verter vino viejo en botellas más viejas. El valor es el eros trivializado, subjetivizado, convertido en no teleológico y despojado de sus conexiones inherentes con la razón. Como resultado, el conocimiento disciplinario actual brinda orden sin integración, orientación o motivación. Se supone que la integración y la orientación provienen de los valores de cada uno. Pero dado que los valores son preferencias sentidas de modo solipsista, nuestras únicas opciones son sumarlos y tomar un significado, o permitir a la mayoría decidir mediante un voto entre un surtido diferenciado. El resultado, a menudo, es la cacofonía intelectual, se trate de la reconstrucción de Nueva Orleáns o de alguna otra cosa. Se supone que la motivación proviene del propio interés, pero éste es un junco demasiado endeble como para sostener ya sea las decisiones individuales o la política social.

Para Platón nunca se puede separar el ofrecimiento de una explicación de la experiencia, por un lado, y la fuente erótica que reside en la raíz de esa explicación, por otro. El logos no puede ser lógico a menos que sea también erótico. Aunque Platón reconocía que el eros tenía un elemento perturbador, e incluso demencial, también unificaba la búsqueda del conocimiento dirigiéndonos hacia preguntas primeras y últimas, alcanzando no la unidad o la unanimidad, sino más bien un enfoque común de fundamentos y fines.

Platón halló que el aspecto unificador del eros se expresaba mejor a través de la 'música', la combinación de tiempo, ritmo, línea melódica y (a veces) lírica que constituye cada acción y cada relación humana. Cualquiera sea la perspectiva disciplinaria, la música, en este sentido, afina el alma haciéndonos sensibles a la línea melódica así como a la lírica o el contenido proposicional de nuestra conversación. Escúchese la melodía de nuestras conversaciones, tan a menudo estridentes, inflexibles y confrontativas, carentes de empatía o simpatía. Tales sonidos son consistentes con la visión de los valores como preferencias puramente dadas de los consumidores, más que como sujetos del cultivo y el laudo. La línea melódica del pensamiento cuidadoso -un pensamiento que es a la vez crítico, imparcial y generoso, improvisatorio y comprensivo, encarnando lo que los músicos de jazz llaman un 'chase'-5 hace una gran diferencia en lo que se refiere a conectar el conocimiento con los intereses humanos.

Contrastemos esto con la controversia que rodeó a los comentarios de Tim Kusky, un profesor de Ciencias de la Tierra de la Universidad de Saint Louis, en Saint Louis, Missouri. En un noticiero 60 Minutes emitido en noviembre de 2005, Kusky afirmó: "Deberíamos estar pensando en una retirada gradual de Nueva Orleáns y empezar a reconstruir los hogares de la gente, las empresas y los negocios en lugares que puedan durar más de ochenta años". Kusky reclamaba un abandono absoluto de la ciudad, afirmado que la erosión de las costas se había acelerado tanto por Katrina que para 2095 la línea costera se movería al norte de la ciudad, reduciendo Nueva Orleáns a una "pecera" completamente rodeada por el Golfo de México.

Los comentarios de Kusky provocaron una retahíla de condena, muchas de ellas de funcionarios oficiales de Nueva Orleáns y Louisiana, pero también de algunos científicos. Otros científicos salieron en su defensa, algunos de ellos afirmando que sus puntos de vista eran, si acaso, un relato demasiado conservador del futuro que aguardaba a Nueva Orleáns. Sin embargo, el tema a notar aquí no es simplemente la falta de consenso científico en lo referido a las observaciones de Kusky, sino la línea melódica acusatoria y condenatoria que caracterizaba a esta conversación. El debate amargo y polarizado traía las reminiscencias de la controversia despertada por el ensayo de Ward Churchill acerca de los sucesos del 11 de septiembre. En 'Some People Push Back', Churchill se refería estupendamente a las víctimas de las torres del World Trade Center como "pequeños Eichmanns". La tormenta resultante impidió cualquier discusión inteligente sobre el terrorismo, la guerra asimétrica y la distinción entre soldados y civiles.

Por supuesto, todo discurso público se enfrenta con el problema de que las posiciones burdas y extremas desplazan a las matizadas. Esto es tanto la naturaleza humana como la de los medios en una época tecnocapitalista. Pero este hecho lamentable también ha sido bruñido por los argumentos de varias generaciones de humanistas que asumieron e impulsaron la creencia de que no es posible dar buenas razones para las posiciones éticas y políticas de cada uno.

IV

Consideremos a Nueva Orleáns en lo que hace a las categorías de espacio y tiempo. ¿Cuál es la unidad espacial adecuada para comprender la entidad 'Nueva Orleáns'? Poniendo a un lado los límites políticos, 'Nueva Orleáns' puede ser tomado en el sentido del Barrio Francés o la 9th Ward, la región entre el río Mississippi y el lago Ponchartrain, el delta entero del Mississippi al sur de Memphis, la masa de tierra norteamericana que drena el río o, incluso, toda la red socioeconómica a través de la cual bienes y servicios entran y salen del centro de Estados Unidos. En lo temporal, existe la ciudad actual, la foto instantánea que existía el 27 de agosto de 2005, la ciudad con su punto más alto de población en la década de 1960, la Nueva Orleáns de Storyville y Louis Armstrong, así como otras innumerables fechas posibles. De un modo similar, el 'Huracán Katrina' puede ser tomado como la denominación de algo que duró dieciocho horas, diez días (esto es, desde su formación hasta su disolución), un mes (esto es, el período de inundación) o el período completo de la recuperación que durará décadas en el futuro.

Cuando hablamos acerca de reconstruir Nueva Orleáns, ¿qué marco espacial o temporal debemos tener en mente? La mayoría objetaría la sugerencia de Nietzsche acerca de que construyamos nuestros hogares al lado del Vesuvio: un emplazamiento apasionante y colorido, por cierto, con vistas espléndidas, pero también un poco peligroso e incierto. Pero ¿Nueva Orleáns está comprometida en una empresa igualmente audaz?

Los riesgos naturales que enfrenta Nueva Orleáns pueden ser divididos en cuatro categorías:

1. Inundaciones

2. Huracanes

3. El propio curso del río

4. Hundimiento

1) El río ciertamente desbordará otra vez. Los registros históricos y la investigación geológica sugieren que cada veinticinco o cincuenta años ocurre una inundación importante. El reforzamiento de los diques exacerba el peligro de inundación al mismo tiempo que lo encara. Además, ni siquiera tiene que llover en Nueva Orleáns para que se desborde. Una nevada fuerte y un deshielo rápido en las llanuras del norte han probado ser más que suficientes (véase la inundación de 1927).

2) Los huracanes presentan riesgos significativos. En un trabajo reciente, el geólogo Gene Turner afirma que se puede esperar un huracán de categoría 3 o superior cada siete u ocho años. Los huracanes traen daños por viento, olas de tormenta, cantidades enormes de lluvia y la destrucción de los pantanos que protegen a Nueva Orleáns (ver figura 1).


Figura 1. Un mapa elaborado usando el "NOAA Historical Hurricane Track Tool" muestra los diecisiete huracanes categoría 3 o superior que rastreados dentro de las 100 millas náuticas de Nueva Orleáns entre 1852 y 2004. Disponible en http://geology.com/articles/rebuilding-new-orleans.shtml

3) Con respecto al curso futuro del río Mississippi, la mayor parte del sedimento que ha sido llevado río abajo por el Mississippi está ahora atrapado corriente arriba. Pero esto no cambia el hecho básico de que curso actual del río está alterado por un cambio, y habría cambiado al canal Atchafalaya durante la inundación de 1973 a no ser por la intervención del Cuerpo de Ingenieros del Ejército. La figura 2, usada por Gene Turner y reproducida aquí, así como Sharp (2006), muestran que el lóbulo más viejo de depósitos del río (#1) es también el que más lejos está de su actual trazado.


Figura 2 (en Kolb y Van Lopik, 1958).

La estructura de control del Old River al norte de Baton Rouge ha resultado, hasta ahora, exitosa para mantener al río Mississippi en su curso presente, pero llegará el día -no muy lejano en el futuro, a juicio de los geólogos- en que el río simplemente abandone Nueva Orleáns. La ciudad se encontrará entonces sentada a horcajadas de un pantano.

4) Los geólogos usan el término 'hundimiento' ('subsidence') para indicar o que sube el nivel del mar -un peligro real, dadas las cantidades de CO2 y otros gases de invernadero que las actividades humanas liberan en la atmósfera- o el hundimiento de la tierra. Es posible que Nueva Orleáns esté marcadamente afectada por ambos procesos. De acuerdo con el US Geological Survey y el Cuerpo de Ingenieros del Ejército, el delta del río Mississippi posee la tasa más alta de incremento del nivel relativo del mar (tres pies por siglo) de todas las regiones de Estados Unidos. Durante el próximo siglo se espera que Nueva Orleáns se hunda unos tres pies y que el nivel del mar crezca entre tres y seis pies.

De todo esto bien se podría concluir que Nueva Orleáns es meramente un puesto de avanzada temporario. Sub species aeternitatis -de hecho, en la perspectiva más cercana de cien a doscientos años- parece que la única decisión racional es la de Kusky: es tiempo de abandonar la ciudad. En verdad, no obstante, la cuestión pasa a ser la identificación de la adecuada perspectiva temporal y escala para pensar el futuro de Nueva Orleáns.

Martin Heidegger apunta en el prefacio de Ser y Tiempo la tesis que subyace a su obra: "el tiempo como el horizonte posible para cualquier comprensión de lo que sea el Ser". Su argumento es que la definición de lo que es real, y racional, varía con la perspectiva y las circunstancias temporales (y espaciales, podríamos agregar) de cada uno. En definitiva, no ignoramos la herida o los éxitos de una niña porque no estará más aquí dentro de cien años. El cuidado que sentimos por una cosa siempre está abrigado por su fragilidad: no hay ninguna necesidad de cuidar de cosas que son indestructibles. Por el contrario, la incertidumbre, el riesgo y la fragilidad pueden elevar la preciosidad de un objeto. Cada primavera los las flores de cerezo del Washington Mall existen en la pausa entre ráfagas de viento, mientras que en el Louvre la figura tullida de la Venus de Milo habla conmovedoramente del pasaje del tiempo.

El tema puede ser formulado de modos diferentes: ¿en qué medida o de qué manera pasamos por alto o tomamos en cuenta el futuro? ¿Qué papel debería jugar la incertidumbre en nuestras vidas? ¿Las pinturas de arena budistas nos ofrecen alguna perspectiva de la vida en Nueva Orleáns, o en general? La cuestión también puede ser expresada en términos de eros. ¿Cómo son afectados nuestros planes por nuestros cálculos variantes de nuestros compromisos eróticos inmediatos o de largo plazo? En un sentido más amplio, ¿cuál es la relación entre tiempo, racionalidad y deseo?

V

Nueva Orleáns es la ciudad más erótica de Estados Unidos. Ya para el tiempo en que se volvió una ciudad estadounidense, en 1803, los visitantes mencionaban la extraordinaria sensualidad y decadencia de Nueva Orleáns, 'la Gran Babilonia del Sur', en la expresión de un visitante de la década de 1830, con el mayor mercado de esclavos de la nación y el puerto más permisivo, la mayor concentración de burdeles del país, relaciones interraciales y una tradición de concubinato. Nueva Orleáns es la cuna del jazz, un término que en sí mismo recuerda al acto sexual, y es el hogar del mayor Mardi Gras (martes de Carnaval) de la nación. La ciudad nunca le ha llevado el paso al puritanismo de la cultura estadounidense.

Las fuentes de este elevado erotismo son especulativas. Como sucede con Ámsterdam, la situación portuaria de Nueva Orleáns ha fomentado una cierta laxitud de la moral. El comercio de esclavos, que era también un comercio sexual, jugó un papel, cuando las 'fancy girls' de piel clara eran compradas y vendidas para lo que se entendía tácitamente que eran propósitos sexuales (Long, 2004). Los orígenes de la ciudad, en el marco de la cultura francesa y europea en lugar de la las tradiciones británicas, auspiciaron una actitud diferente y más relajada hacia el sexo. Y la situación de Nueva Orleáns en la parte más conservadora de Estados Unidos también crea las condiciones para el retorno de lo reprimido.

Pero notemos también la erótica ligada a la experiencia vivida de la geología, la hidrología y la meteorología de Nueva Orleáns. El lánguido calor tropical promueve la fecundidad y el desenfado; hay una cualidad liminal del paisaje, pantanales mitad tierra y mitad agua que se combinan imperceptiblemente con el cielo. La incertidumbre de la vida en el borde del continente transmite un estremecimiento y una actitud de despreocupación: cada verano trae la temporada de huracanes, con los desconocidos del siglo diecinueve siendo reemplazados por las actuales incertidumbres cuantificadas de pronósticos de cinco días e imágenes de satélites medioambientales de operación geoestacionaria.

Recordemos a Tucídides refiriéndose a los sentimientos de incertidumbre ocasionados por la guerra y la plaga sobre la moral de Atenas: "Ahora los hombres se atrevían descaradamente a lo que antes habían hecho en un rincón, y no sólo como les complacía, (…) resolvieron gastar cuanto antes y disfrutar de sí mismos, considerando sus vidas y riquezas como cosas transitorias" (La guerra del Peloponeso, libro 2, capítulo 53).

El relato de Tucídides, por supuesto, sitúa la decadencia de la sociedad ática del siglo quinto en sucesos políticos y microbiológicos, en vez de hacerlo en las amenazas generadas por la tierra, el mar y el propio cielo. (Aunque cabe hacer notar que Nueva Orleáns tiene su propia historia vinculada a la plaga: la fiebre amarilla asoló la ciudad todos los años entre 1817 y 1899. La última epidemia ocurrió en 1905). Las incertidumbres geológicas e hidrológicas de la vida en Nueva Orleáns no constituyen una plaga moderna. Pero sí contribuyen a la característica actitud de vivir el día a día: laissez les bons temps rouler.

El riesgo es parte del tejido de la ciudad. La erótica de Nueva Orleáns, como la propia seducción, está ligada a la inseguridad. El deseo no es sólo, ni siquiera principalmente, el reconocimiento de una falta, lo que algunos filósofos han descrito como un agujero en el ser. El deseo es promovido por el juego de la incertidumbre: la posibilidad y aun la inevitabilidad de perder algo querido constituye el dolor del deseo, confiriendo al placer un costado filoso. Las incertidumbres hidrológicas de Nueva Orleáns contribuyen a la peculiar joie de vivre de la ciudad y requieren ser satisfechas si en la reconstrucción de la ciudad vamos a evitar que se maten las condiciones culturales singulares que pretendemos restaurar y mantener. La nueva ciudad necesita ser más resiliente, pero no tan blindada ni "agachada" como para convertirse en una fortaleza. Vivir como un natural de Nueva Orleáns es vivir en los márgenes, en la incertidumbre.

Nuestros sentimientos por una cosa pueden hacerse más intensos por su fragilidad y temporalidad. El amor de la gente por Nueva Orleáns está inextricablemente ligado a estas cualidades. Como afirmaba Heidegger, sólo las cosas que pueden morir necesitan cuidado; las cosas invulnerables por definición pueden cuidarse por sí mismas. La cuestión es cómo aprovechar el carácter erótico y transitorio de la personalidad de la ciudad de modo que contribuya a la formación de nuestras discusiones políticas. En la planificación del futuro de Nueva Orleáns nuestras deliberaciones no deberían buscar el consenso, sino más bien una interacción armoniosa que permita (o incluso requiera) la improvisación.

El argumento esbozado aquí no constituye una respuesta a las dificultades de Nueva Orleáns. Buscó, más bien, remarcar las condiciones de posibilidad de un mejor discurso público. Actualmente, la akrasia no es algo accidental, sino que está incorporada en la comprensión modernista de la relación entre hechos y valores, y una división disciplinaria del conocimiento que busca la certidumbre del laboratorio. En lugar de aferrarse a la esperanza de que coincidiríamos sobre qué deberíamos hacer si tan sólo conociéramos los hechos, necesitamos despertar la sensibilidad de las personas hacia un futuro en común, atendiendo a la música de la conversación en la misma medida que al logos o el contenido proposicional de nuestras conversaciones. Los planes para la reconstrucción de la ciudad y la región deben reconocer los vínculos entre las incertidumbres geológicas y meteorológicas de Nueva Orleáns y el ethos creativo, improvisatorio y erótico de la ciudad.

Notas

* Versión original en inglés. Traducción de Claudio Alfaraz.

1 Como porcentaje del presupuesto federal de Estados Unidos, esta inversión ha permanecido sostenida en alrededor del 11% del gasto discrecional. Las inversiones del sector privado en producción de conocimiento están creciendo, y actualmente son en Estados Unidos el doble de las del sector público (y van en aumento).

2 Science, 29 de abril de 2005, vol. 308, Nº 5722, p. 617.

3 Véanse, por caso, Davidson (1980) y Arpaly (2000).

4 Véanse, por caso, Cameron (1997) y Martin (1999).

5 Los 'chases' se asocian con el blues y el jazz: durante las improvisaciones un ejecutante toca un riff melódico y otros miembros de la banda toman el tema, a menudo añadiendo frases adicionales.

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