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Cuadernos de antropología social

versión On-line ISSN 1850-275X

Cuad. antropol. soc.  n.15 Buenos Aires ene./jul. 2002

 

ARTÍCULOS

Problematización de la pobreza urbana tras las categorías de Pierre Bourdieu

Alicia B. Gutiérrez*

* Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba. E-mail: aliciagutierrez@arnet.com.ar.

Fecha de entrega: marzo de 2002;
Fecha de aceptación:
junio de 2002.

Resumen

Aunque Bourdieu no ha trabajado explícitamente la problemática de la pobreza urbana, sus categorías analíticas constituyen un importante marco de referencia a partir de las cuales se puede construir una aproximación al estudio de ese aspecto de la realidad social.
Partiendo de reflexiones teóricas y metodológicas que sustentaron una investigación llevada adelante en un barrio pobre cordobés, se problematizan las nociones de “pobreza”, de “marginalidad” y distintas vertientes de la perspectiva “estratégica”, para luego presentar otra manera de construir el problema a partir de los conceptos y la lógica analítica de Bourdieu. Con la intención de superar la dicotomía entre teoría y empiria y mostrar la validez de esos conceptos para explicar y comprender ciertos aspectos de la pobreza entendida como un problema relacional e histórico, se pretende contribuir a la creación de conocimiento en torno a la reproducción de la sociedad y de sus mecanismos de dominación-dependencia.

Palabras clave: Pobreza; Espacio social; Instrumentos de reproducción; Capital; Habitus

Abstract

Although Bourdieu has not worked explicitly the problematic of urban poverty, his analytic categories constitute an important frame of reference from which it can be built an approximation to the study of that particular aspect of the social reality.
The notions of “poverty”, “marginalization”, and different points of view of the “strategic” perspective are analyzed through the theoretical and methodological reflections that an investigation performed in a poor quarter of Cordoba has sustained.
With the purpose of overcoming the dichotomy between theory and practice and in order to show the reliability of these concepts to explain and understand certain aspects of poverty , when considered as a relational and historic problem, this paper pretends to contribute to the creation of knowledge in the matter of the reproduction of society and its mechanisms of domination-dependence.

Key words: Poverty; Social space; Instruments of reproduction; Capital; Habitus

Introducción

Aparte del conjunto de entrevistas realizadas con la intención de dar un testimonio —tras la palabra de quienes no suelen tener la posibilidad de expresar públicamente vivencias y sentimientos—, de condiciones objetivas de vida adversas, a la vez individuales y sociales, particulares e históricas, que componen la conocida y difundida obra colectiva publicada bajo el nombre de La misère du monde ( Bourdieu et. al. , 1993), y de las denuncias de las consecuencias sociales nefastas de la imposición y difusión del neoliberalismo que ocuparon un lugar importante en los últimos años de su vida (Bourdieu, 1998, 2000, 2001), Pierre Bourdieu no ha llevado a cabo estudios en el ámbito de la pobreza urbana.

Sin embargo, la perspectiva analítica que construyó a lo largo de más de cuarenta años de reflexiones teóricas y de investigaciones empíricas, fundada en una epistemología que supone la superación de diferentes dicotomías que aún permanecen en las ciencias sociales (objetivismo vs. subjetivismo, lo económico vs. lo no-económico, teoría vs. empiria, métodos cuantitativos vs. métodos cualitativos, etc.) y expresada en una serie de conceptos construidos y enlazados en una lógica particular, habilitan a pensar y problematizar ciertas cuestiones que permiten dar cuenta de aspectos centrales del fenómeno de la reproducción social en situaciones de pobreza.

A partir de un estudio realizado durante más de diez años en un barrio pobre cordobés, y de las discusiones teóricas y metodológicas implicadas en el mismo (Gutiérrez, 2001), pretendo en estas páginas rescatar las principales categorías analíticas de la teoría de Pierre Bourdieu y mostrar la manera como las mismas permiten construir una problemática de investigación fecunda para realizar aportes a la tarea de explicar y comprender de qué manera viven y se reproducen socialmente quienes ocupan las posiciones dominadas del espacio social.

Unas palabras sobre la teoría de la práctica

Retomando una larga tradición estructuralista, e incorporando la dimensión histórica, Bourdieu sostiene que las condiciones sociales —aprehensibles en términos estructurales, relacionales, y consideradas como producto de las condiciones pasadas, históricas— existen doblemente: en las cosas y en los cuerpos. Es decir, el fundamento de su análisis de lo social lo constituye una especial ontología de lo social, y, más precisamente, una ontología de potencialidades que están inscritas, a la vez, en la estructura de las situaciones donde actúa el agente y en su propio cuerpo, lo que hace que la práctica social sea el resultado de una suerte de “complicidad ontológica” entre un campo y un habitus . (Bourdieu, 1994a).

El poder es para el autor constitutivo de la sociedad y, ontológicamente, existe en las cosas y en los cuerpos, en los campos y en los habitus, objetivamente, pero también simbólicamente. Poder físico y poder simbólico, violencia objetiva y violencia simbólica, condiciones objetivas y condiciones simbólicas constituyen el fundamento de la razonabilidad de las prácticas sociales en la perspectiva de Bourdieu, prácticas que presentan entonces una doble dimensión: un “sentido objetivo” y un “sentido vivido” que deben ser entendidos dialécticamente para explicar y comprender las acciones sociales (Bourdieu, 1980a).

Dado que las estructuras sociales existen dos ve­ces, que lo social está conformado por relaciones objeti­vas, pero que también los individuos tienen un conocimiento prác­tico de esas relaciones —una manera de percibirlas, de eva­luarlas, de sentirlas, de vivirlas—, e invierten ese conoci­miento práctico en sus acti­vidades ordinarias, se impone al cientista social una doble lectura de su objeto de estudio: “objetiva” y “subjetiva”, a la vez, pero concebidas en una construcción teórica que supone una relación dialéctica entre ambas.

Esta manera de abordar la realidad social implica también una serie de consecuencias teóricas, metodológicas y éticas para el investigador y su proceso de investigación (Gutiérrez, 1999), que en estas páginas aparto por el momento.

Problematizando la noción de pobreza y el concepto de marginalidad

La controvertida noción de pobreza ha sido tratada por diversos autores (Bartolomé, 1986; Herrán, 1972; Jaume, 1989, Paugam, 1998, entre otros, y por citar sólo a los críticos). En general, las diferentes posturas reconocen que la pobreza se identifica con nociones tales como la de privación , de ausencia , de carencia , y constituye un concepto descriptivo más que explicativo , tras el cual, la preocupación central gira en torno a “medir” la cantidad de pobres, a través, fundamentalmente, de dos aproximaciones diferentes: la llamada “línea de pobreza” y el método de las “necesidades básicas insatisfechas”.

Problematizando las cosas desde el pensamiento de Bourdieu, puede decirse que a través de la noción de “pobreza” se pueden describir las “condiciones de existencia” de ciertos grupos sociales definidos como pobres, según una serie de indicadores, pero no se puede avanzar en la búsqueda de elementos explicativos y comprensivos que permitan dar cuenta de las causas de la pobreza, de los lazos estructurales que ligan a pobres y no-pobres de una determinada sociedad y de la manera como los pobres estructuran un conjunto de prácticas que les permiten reproducirse socialmente en tales condiciones.

Una exploración y definición de algunos elementos ya explicativos y no meramente descriptivos de las dimensiones a las que he hecho referencia se encuentran en la llamada “perspectiva de la marginalidad ”, que ocupó un lugar central en los debates de las ciencias sociales especialmente entre 1950 y comenzada la década de 1980.

En distintas oportunidades (Germani, 1973; Solari, 1976; Kowarick, 1981; Oliven, 1981; Segal, 1981; Bennholdt-Thomsem, 1981; Bartolomé, 1984 y 1986; Jaume, op. cit.) se ha reseñado históricamente el uso que se le ha dado a este concepto, distinguiendo diferentes aproximaciones según se defina el modo en que se consideran “marginales” ciertos grupos de una sociedad determinada: la aproximación ecológico-urbanística, la aproximación cultural, la aproximación económica y diferentes combinaciones de ellas.

Problematizando la cuestión, es necesario recordar que, más allá de las aproximaciones diferentes, ellas tienen en común el presupuesto mismo de la “marginalidad”, es decir, una aproximación teórica en términos de “márgenes” que postula un defecto de integración de poblaciones que no están fuera de la sociedad global sino que están insertas en ella y ocupando la posición más desfavorable: la ambigüedad de la noción reside en el hecho mismo de saber si lo que está en cuestión es el estar al margen (defecto de integración) o el ocupar una cierta posición en el seno mismo del sistema social.

Algunos autores (Lomnitz, 1978; Margulis, 1968), reconociendo el contenido equívoco del término, definen a los grupos que constituyen su objeto de análisis como “marginales”, pero explicitando que se trata de individuos que no están al margen de la sociedad, sino que ocupan posiciones desfavorables dentro de ella.

El reconocer a la situación de “marginalidad” como una “manera de estar ubicado en el sistema”, más bien que por estar fuera del mismo, induce un paso teórico decisivo que señala el abandono de la aproximación dualista en términos de “márgenes-centralidad” o de “marginalidad-integración” . Este paso induce también a la necesidad de caracterizar más profundamente el sistema de relaciones en el cual están insertos aquellos que uno llama “los marginales” y, por consiguiente, las prácticas que ellos pueden poner en marcha. Desde la perspectiva de Bourdieu uno podría preguntarse: ¿en qué consiste el sistema de relaciones? ¿cómo conceptualizar esa manera de ocupar una posición en la sociedad?

Otra dicotomía recurrente en las aproximaciones de la marginalidad exige también ser superada: es la que conduce a distinguir-oponer lo “micro” y lo “macro” (Coraggio, 1991). Esta dicotomía está ligada a una dificultad teórica y metodológica conocida en la antropología urbana, cuando se trata de decidir cuál es la unidad de análisis en la ciudad: “el considerar los datos con referencia a un ‘sistema total', el enfoque globalista u ‘holístico' se torna de difícil sostenimiento al pasar de la escala de la pequeña comunidad campesina o tribal a la gran ciudad. Aparece entonces el problema de cómo se determinan los límites de la muestra urbana ” (Herrán, 1985:31).

Hacia la noción de estrategia

En la década de 1970 y sobre todo en la de 1980, en el análisis de los fenómenos de la pobreza urbana, la preocupación se desplaza a la cuestión de conocer cómo, a pesar de las fuertes restricciones en diversas dimensiones, los pobres pueden reproducirse socialmente y empieza a ponerse énfasis analítico en los mecanismos de reproducción de las unidades familiares. Comienzan a aparecer así distintos conceptos para referirse a esos mecanismos, que tienen en común la noción de estrategia y la utilización de la unidad doméstica (o unidad familiar) como unidad de análisis, a partir de la cual existe la preocupación por superar la brecha entre niveles de análisis “micro” y “macro”: se trata de las “estrategias de existencia” de las “estrategias adaptativas”, de las “estrategias de supervivencia” y de las “estrategias familiares de vida” (Sáenz y Di Paula, 1981; Argüello, 1981; Torrado, 1982; Bartolomé, 1984, 1985, etc.).

Si bien estos conceptos no remiten necesariamente a un marco teórico-explicativo único y pueden distinguirse diferencias y matices entre los distintos autores que las utilizan, pueden encontrarse ciertos rasgos comunes que permiten problematizar ciertos aspectos.

En primer lugar, hay algunas cuestiones ligadas a la propia noción de estrategia . En la mayoría de los trabajos que se ubican en esta línea, los autores reservan un margen de opción a los agentes sociales, con lo que, sus estrategias no están completamente determinadas por factores estructurales ni son el mero resultado de una libre elección individual. También, muchos de ellos explicitan que las estrategias no son elaboradas por las unidades familiares de manera necesariamente consciente, deliberada, planificada. En relación con ello, uno podría preguntarse ¿en qué consiste el margen de posibilidades que se ofrece a quienes elaboran las estrategias? ¿cuál es la racionalidad , entonces, que está implicada en las mismas? ¿cuáles son sus elementos explicativos , además de las condiciones objetivas en las cuales se producen? ¿qué es lo que permite articular el nivel de “decisión” de los agentes con las condiciones estructurales en las que se inserta?

Por otra parte, es importante señalar en esta aproximación del problema, la preocupación —manifestada en el uso de la noción de “estrategia”—, no ya por definir una situación en términos macrosociales sino que, a partir de ciertas condiciones materiales de existencia, el objetivo recae ahora en la intención de analizar de qué manera los pobres se reproducen socialmente en esas condiciones. Junto a esta preocupación se encuentra la de construir categorías que permitan articular la interrelación entre las conductas individuales y los determinantes estructurales. Aparecen así la unidad familiar o la unidad doméstica —frente al individuo— como instancia privilegiada para el análisis de las estrategias de reproducción y las redes sociales (simétricas y asimétricas) como concepto articulador entre los pobres y los sectores dominantes de la sociedad.

Ahora bien, subsiste aún, en la mayoría de los casos, la noción de “marginalidad” para definir las condiciones objetivas, aunque ella remite no al dualismo “márgenes-centralidad” o “marginalidad-integración” sino a la posición ocupada en la sociedad , posición que determina los recursos de los que se dispone para la reproducción social, y que es definida a partir de la inserción en el sistema de producción económica. A ello hay que agregar que, especialmente en el conjunto de las investigaciones realizadas en el marco de PISPAL, aparece clara y explícitamente la definición de las condiciones objetivas donde se insertan las estrategias de los “sectores populares”, a partir del “modelo de desarrollo vigente” en cada país de América Latina.

Aun omitiendo la cuestión de la ambigüedad de la noción de marginalidad, desde Bourdieu uno podría preguntarse ahora: ¿cómo definir la posición social de los agentes sin limitarse a los aspectos económicos de la misma y pudiendo abarcar otros aspectos (culturales, sociales, simbólicos) que también definen la manera en que una persona —y una familia— se posiciona socialmente, a la vez que constituyen otras fuentes de recursos?

Por otra parte, si bien la noción de “unidad doméstica” constituye una categoría que avanza hacia la articulación de las conductas individuales y las condiciones estructurales, ¿cómo articular ahora esas condiciones estructurales con la unidad familiar? ¿qué concepto permite la operacionalización de las condiciones objetivas en relación con las estrategias de reproducción de las unidades domésticas?

Finalmente, si se sostiene que los pobres no están al margen de la sociedad sino que forman parte de ella, ocupando las posiciones dominadas del sistema y, que, por lo tanto, no pueden estudiarse sus estrategias de manera aislada sino intentando analizar las relaciones que ellas mantienen con los sectores dominantes, es importante construir un concepto de estrategias de reproducción que sea susceptible de ser extendido a todos los grupos sociales y que no se limite a abarcar sólo las maneras de vivir de los “sectores populares” (en este sentido, es importante el aporte de Torrado —op. cit.— con su concepto de “estrategias de vida” como superador del de “estrategias de sobrevivencia”) a la vez que proporcione respuestas a las preguntas planteadas.

El espacio social y las estrategias de reproducción social

Para empezar a responder a los desafíos pendientes, es primordial comenzar considerando a la sociedad en su conjunto, es decir, más específicamente, al espacio social en Bourdieu, como un espacio pluridimensional de posiciones, donde toda posición actual (de un agente o grupo de agentes) puede ser definida en función de un sistema pluridimensional de coordenadas, cada una de ellas ligada a la distribución de una especie de capital diferente (Bourdieu, 1990).

El espacio social es una construcción que, evidentemente, no es igual al espacio geográfico1: define acercamientos y distancias sociales. Ello quiere decir que no se puede “juntar a cualquiera con cualquiera”, que no se pueden ignorar diferencias objetivas fundamentales, pero no implica excluir la posibilidad de organizar a los agentes, en ciertas condiciones, momentos y lugares, según otros principios de división, como étnicos o nacionales (Ibídem).

En ese espacio, los agentes y grupos de agentes se definen por sus posiciones relativas, según el volumen y la estructura del capital que poseen. Más concretamente, la posición de un agente determinado en el espacio social se define por la posición que ocupa en los diferentes campos, es decir, en la distribución de los poderes que actúan en cada uno de ellos (capital económico, cultural, social, simbólico, en sus distintas especies y subespecies).

En consecuencia, con un corte sincrónico del campo de la lucha de clases, se obtiene un estado de las relaciones de clase, cuya estructura se define por la distribución diferenciada de las distintas especies de capital en ese momento.

Acercándonos más a la problemática en cuestión, puede decirse que para analizar relacionalmente la manera en que los pobres se reproducen socialmente, es necesario definir las estrategias de reproducción social como: “conjunto de prácticas fenomenalmente muy di­ferentes, por medio de las cuales los individuos y las familias tienden, de manera consciente o inconsciente, a conservar o a aumentar su patrimonio, y correlativamente a mantener o mejorar su posición en la estructura de las relaciones de clase” (Bourdieu, 1988: 122). La propia definición sugiere algunas reflexiones y proporciona pistas para el tratamiento analítico:

1) En primer lugar, plantea la cuestión de la diferenciación entre “estrategias de sobrevivencia” y “estrategias de cambio” . Las primeras, analizables ante todo como estrategias de adaptación a corto plazo, no excluyen de todos modos la posibilidad de elección entre varias orientaciones posibles, pero sugieren, a mediano o largo plazo, un análisis en términos de prácticas destinadas a mantener e incluso a consolidar relaciones de dependencia y de dominación. Las “estrategias de cambio”, orientadas por perspectivas de reforzamiento del capital individual y / o familiar, o por la reconversión de los mismos, sugieren un análisis en términos de modificación duradera de las condiciones de existencia.

Pero es evidente que uno y otro tipo de estrategias se ofrecen a la observación de manera asociada, incluso entremezclada: es a partir de un análisis dinámico de las trayectorias y de las prácticas como se puede esperar fundar una distinción entre ambas.

De todo ello se deriva que el análisis de las estrategias de reproducción no se reduce al estudio de las prácticas que tienden a la mera repetición de las condiciones objetivas de vida (condiciones sociales de producción de las prácticas). Es decir, el término “reproducción” no queda restringido aquí a “producir lo mismo”, como si las condiciones estructurales elimina­ran todo margen de autonomía y creatividad del agente social, y, con ello, toda posibilidad de modificarlas. Al contrario, al rescatar la dimensión activa e inventiva de la práctica, y las capacidades generadoras del ha­bitus, esta perspectiva de análisis recupera al agente social productor de las prácticas y su capacidad de invención e improvisación ante situaciones nuevas.

2) El margen de maniobra de cada agente social (individual o colectivo), y, por ello, su margen de autonomía y de creatividad depende de condiciones sociales objetivables, pero la objetivación de esas condiciones debe tomar en cuenta a la vez las “determinaciones externas” y la posición relativa de los agentes en el espacio social en el que las estrategias pueden estar comprometidas. La determinación externa de las situaciones de pobreza que tendía a ser analizada, como se ha visto más arriba, en términos de “pobreza” o de “marginalidad”: en un caso, la aproximación privilegia la búsqueda de indicadores de pobreza absoluta o relativa (sea a través de lo que se denomina “necesidades básicas insatisfechas” o a través de la llamada “línea de pobreza”), elementos ciertamente importantes para la descripción de las “condiciones de clase” pero insuficientes para definir el espacio social y las propiedades específicas y relativas de los agentes; en el otro caso, más allá de los numerosos estudios que proceden de puntos de vista muy variados y contrapuestos, se ha dicho que la propia noción de “marginalidad” entraña una ambigüedad.

3) “La manera de estar ubicado” : Así, contra las esquematizaciones que engendran las aproximaciones dualistas que oponen, bajo denominaciones variables un “centro” y una “periferia”, la aproximación que se sugiere a partir de estas consideraciones, reside menos en el hecho de saber si uno se encuentra o no al margen del sistema que sobre “la manera de estar ubicado” en el espacio social. Esta aproximación puede ser operacionalizada a partir de conceptos tales como “campo” entendido como sistema de posiciones y de relaciones entre posi­ciones y de “capital” entendido como conjunto de bienes específicos que definen las posiciones ocupadas en un campo específico, es decir, en un sistema de relaciones, siendo este conjunto analizable a partir del volumen y de las especies de capital (económico, cultural, social, simbólico). De ello resulta que la prioridad está dada a un abordaje en términos de bienes, de “lo que se tiene” y no únicamente de necesidades, de “lo que se carece”, invitando a una aproximación crítica de la noción misma de “necesidades básicas insatisfechas” y que, frente a la aproximación reduccionista que define la posición social a partir de la “inserción en el sistema de producción económica” se postula que la posición relativa en el espacio social es objetivable a partir de una amplia gama de bienes. Por lo tanto, si uno retiene el término de “pobreza”, es para significar que la problemática que se plantea no se inscribe en la forma impuesta por el debate dominado por las visiones dualistas de la cuestión, pero a condición de precisar que, más allá de la cuestión de los indicadores de pobreza, se otorga una importancia particular a la significación que confiere a esas condiciones objetivas de vida, la posición relativa ocupada por cada individuo o grupo en el espacio social de referencia.

4) Tomando la noción de habitus , condiciones objetivas incorporadas a lo largo de trayectorias tanto individuales como colectivas, es importante recordar que ellos confieren una significación diferente a posiciones homólogas y un margen de maniobra diferente a dos agentes que ocupan la misma posición en un campo determinado. Es en este sentido que la noción es importante para caracterizar la diversidad de los espacios estratégicos. Esta noción implica igualmente que las racionalidades de la acción son siempre racionalidades limitadas2, tanto por las condiciones objetivables de las posiciones ocupadas en los diferentes campos del espacio estratégico cuanto por los habitus que fundan un sentido práctico , un sentido del juego3, de lo que puede ser jugado y de la manera de jugarlo, que el agente ha incorporado a lo largo de su historia4.

También parece claro —y es conveniente tomarlo como hipótesis— que es importante considerar el habitus como la otra cara (la cara incorporada) del hecho de que en un momento determinado del tiempo, el capital detenido no se puede analizar sin referirlo al valor que le da la historia de su acumulación: es distinto el valor social de un capital económico o cultural si es un tipo de capital de “nuevo rico” o si procede de una historia larga de acumulación y / o de reconversión de capital. El sentido práctico incorpora este valor añadido por la historia a lo que habilita a conseguir la forma, el volumen y la estructura de un capital en un momento determinado, y ello está relacionado, tanto con el sentido práctico de la forma adecuada para conseguir lo que se pretende, cuanto con la posibilidad de movilizar redes ya instituidas a lo largo de la historia.

Esta dimensión temporal del valor de los recursos de los pobres es fundamental si se pretenden analizar las situaciones de pobreza a partir de lo que los pobres “tienen” y no sólo de “lo que carecen”.

5) Todo ello conduce a plantear que las estrategias de reproducción social dependen fundamentalmente:

a) Del volumen, de la estructura y de la evolución pasada del capital que hay que reproducir (i.e. que hay que proteger y / o desarrollar). Se trata del conjunto de bienes (económicos, culturales, sociales y simbólicos) que el grupo de agentes posee y de su trayectoria; ello define la posición que cada familia ocupa en el espacio social. Una hipótesis complementaria es que las formas económicas y culturales de ese capital son las más determinantes y que el capital social y simbólico deberían ser tratadas como formas adicionales de las dos precedentes (Bourdieu, 1989).

b) Del estado del sistema de los instrumentos de reproducción , institucionalizados o no (estado de la costumbre y de la ley sucesoria, del mercado de trabajo, del mercado escolar, etc.) y de su evolución . Aquí se tiene en cuenta la distancia geográfica , es decir, la distribución del grupo en el espacio y su ubicación con respecto a los centros de producción y distribución de los diferentes tipos de bienes, y la distancia social real , que alude a las posibilidades sociales concretas de acceso a esos bienes. Esta noción permite, por una parte, articular la “unidad doméstica” con las “condiciones objetivas” al operacionalizarlas como “posibilidades disponibles de reproducción” y, por otra parte, articular a los “pobres” —individual y / o colectivamente— con otros agentes del espacio social: ¿Qué papel cumple el Estado?; ¿cuáles son las instituciones que acercan socialmente —o no— los diferentes tipos de bienes?; ¿qué políticas sociales están en marcha?; ¿qué otros agentes articulan sus propias prácticas de reproducción con las prácticas de reproducción del grupo?5, y avanzar en la superación de la dicotomía “micro”—“macro”. Aquí, evidentemente, es de fundamental importancia la dimensión histórica y el análisis de las diferentes condiciones estructurales que se presentan, a lo largo del tiempo, como margen de posibilidades y limitaciones para poner en práctica distinto tipo de estrategias.

c) Del estado de la relación de fuerzas entre las clases , es decir, del rendimiento diferencial que los distintos instrumentos de reproducción pueden ofrecer a las inversiones de cada clase o fracción de clase. Aquí también está presente la posibilidad de articulación con la sociedad global, al tiempo que se recuerda que las estrategias de reproducción social remiten necesariamente al concepto de “clase” (también Torrado, op. cit.), aunque no a un concepto economicista (además del económico, hay otros capitales en juego, que también definen poderes dentro del espacio social), ni a una visión objetivista de su dinámica (las clases mantienen entre sí relaciones objetivas y relaciones simbólicas —Bourdieu, 1988a, 1988b, 1990, etc.— y las estrategias tienen, con ello, una dimensión material y otra simbólica).

d) De los habitus incorporados por los agentes sociales: de los esquemas de percepción, de apreciación y de acción, del sistema de disposiciones a percibir, pensar, actuar, ligados a la definición práctica de lo posible y lo imposible , de lo pensable y lo impensable , de lo que es para nosotros y lo que no es para nosotros.

Las estrategias de reproducción son así concebidas como una resultante del sistema constituido por el conjunto de estos factores; toda modificación de uno de sus elementos modifica su configuración y lleva consigo una posible redefinición de las estrategias. Ocurre lo mismo con toda modificación del sistema de los instrumentos de reproducción: porque transforma la relación con el capital (con su volumen, con su estructura) ocasiona la transformación correlativa del espacio de los posibles y plantea la cuestión del modo de reconversión de las especies del capital.

e) Esta cuestión, en cuanto se refiere a la diversificación de las estrate­gias de reproducción, introduce una nueva dimensión en el análisis. Una estructura del capital tiende a imponer un modo de reproducción particular (Bourdieu, 1989). E incluso, si existe una diversificación de las estrategias de reproducción en función de los diversos campos accesibles, es importante investigar en cuál de ellos la estructura del capital tiende a inducir una inversión privilegiada, así como el lugar de esta inversión por relación a otras inversiones que pueden o no operarse en el seno del mismo campo o en otros campos.

Las unidades analíticas y el poder: familia y red, cuerpo y campo

a) Uno de los contextos en los que se definen las estrategias de reproducción social es, en primer lugar, la familia , considerada como unidad doméstica .

Ahora bien, desde la perspectiva de Bourdieu, frente a la necesidad de la reproducción y a la diferenciación interna del grupo doméstico, se puede sostener la hipótesis de que la familia funciona a la vez, como “cuerpo” y como “campo”. Funciona como cuerpo, como unidad que para poder reproducirse —esto es, mantener o mejorar su posición, transmitiendo su volumen y estructura del capital— debe actuar como una suerte de sujeto colectivo, manteniendo la integración de esa unidad, al precio de un trabajo constante, especialmente simbólico (en su doble dimensión: teórico y práctico) de inculcación de la creencia en el valor de esa unidad. Pero la familia tiende a funcionar como campo, es decir, como espacio de juego, donde hay relaciones de fuerza físicas, económicas, culturales y simbólicas (ligadas al volumen y a la estructura del capital que poseen los diferentes miembros que la integran) y donde hay luchas para conservar o transformar esas relaciones de fuerza (Bourdieu, 1994b y 1994c). Estas cuestiones se presentan en el momento de diferenciar, por género, edad y posición en la familia, las diferentes tareas asignadas en relación con la organización doméstica y las responsabilidades del “afuera” y del “adentro' del hogar.

b) El otro contexto de definición de estrategias de reproducción está constituido por redes sociales , asumiendo la hipótesis constatada desde Lomnitz (op. cit.) de que las estrategias de las unidades domésticas ubicadas en situaciones de precariedad se caracterizan por el desarrollo de participación en redes de intercambios de bienes y de servicios, que se presentan como recursos alternativos decisivos frente a la inseguridad económica y la precariedad de los otros recursos accesibles.

En la problemática que estoy planteando, la noción de red social está estrechamente ligada a la de capital social6.

El capital social es sólo uno de los tipos de recursos utilizables por las familias para crear y poner en marcha distintos tipos de prácticas, que les permitan hacer frente a sus necesidades cotidianas y de reproducción social. Pero este recurso cobra importancia fundamental, en la medida en que se trata de comprender y explicar un conjunto de prácticas que son implementadas por un grupo de agentes que poseen un escaso volumen de capital económico y cultural, los principios básicos que estructuran el espacio social y que definen las diferentes posiciones de las unidades domésticas y la de los miembros que la componen7.

Bourdieu define el capital social como “conjunto de recursos actuales o potenciales que están ligados a la posesión de una red duradera de relaciones más o menos institucionalizadas de interconocimiento y de inter-reconocimiento; o, en otros términos, a la pertenencia a un grupo , como conjunto de agentes que no están solamente dotados de propiedades comunes (susceptibles de ser percibidas por el observador, por los otros o por ellos mismos) sino que están también unidos por lazos permanentes y útiles” (Bourdieu, 1980b: 2).

El capital social está ligado a un círculo de relaciones estables que son el producto de “estrategias de inversión social consciente o inconscientemente orientadas hacia la institución o reproducción de relaciones sociales directamente utilizables, a corto o a largo plazo” (Ibídem).

En otras palabras, sería el conjunto de relaciones sociales que un agente puede movilizar en un momento determinado, que le pueden proporcionar un mayor rendimiento del resto de su patrimonio (los demás capitales, económico y cultural especialmente). Además, son también una fuente de poder, y por ello constituyen un enjeu, “algo que está en juego”, que se intenta acumular y por lo cual se está dispuesto a luchar.

El capital social es, por otra parte, como todo capital, un poder que exige inversiones permanentes, en tiempo, en esfuerzo, en otros capitales, y que puede aumentar o disminuir, mejorando o empeorando las chances de quien lo posea. Se fundamenta pues, en lazos permanentes y útiles, que se sostienen en intercambios, a la vez, materiales y simbólicos.

Ahora bien, en primer lugar, las redes deben ser analizadas como “cuerpo” y como “campo”: como cuerpo, en la medida en que el mantenimiento unido de la red puede asegurar el desarrollo de cierto tipo de estrategias entre las unidades domésticas que participan en ella; como campo, en la medida en que allí se ponen en juego distintos tipos de “capitales sociales”, distribuidos desigualmente entre las unidades domésticas que participan en esas redes8, y que plantea la cuestión del intercambio desigual y de las relaciones de dominación-dependencia en su seno. Luego, es importante considerar a esas redes como elementos de redes más amplias, como subsistemas de relaciones en el seno de un sistema global. En ese sistema global de relaciones, se consideran no sólo las posiciones que ocupan las diferentes unidades domésticas objetos de estudio, sino también las posiciones ocupadas por otros agentes sociales (por ejemplo, dirigentes políticos, agentes del Estado, miembros de ONGs, etc.), que ligan a los pobres con los demás miembros de la sociedad global.

A modo de cierre

El problema de la reproducción de la sociedad y de sus mecanismos de dominación-dependencia en todos los niveles constituye uno de los grandes desafíos de la ciencia social contemporánea. Inmerso en él, en el doble sentido de relacional e histórico, se encuentra el problema de la pobreza que afecta a cada vez mayor número de personas. Desde la perspectiva de Bourdieu, esta situación nos compromete como investigadores sociales a echar mano a todas las posibilidades que nos puedan brindar las armas de la ciencia para intentar explicar y comprender los distintos aspectos implicados, sacar a la luz esos mecanismos, denunciarlos y hacerlos conocer, bajo pena de ser acusados de “no-asistencia a persona en peligro” (Bourdieu et al. , op. cit.; Bourdieu, 1999, 2000).

En estas páginas he intentado avanzar hacia ese camino, mostrando las posibilidades de su perspectiva analítica de problematizar ciertos aspectos de la cuestión, que pueden constituir un sólido punto de partida y una importante guía del análisis empírico. No se trata aquí de “importar” acríticamente categorías y conceptos producidos en otro lado y con motivo de otros problemas, cometiendo un pecado que el mismo Bourdieu ha denunciado (Bourdieu y Wacquant, 1998), sino de rescatar sus aspectos centrales y su lógica de funcionamiento, asumiendo su carácter de “construcciones de la realidad” e intentando valorar las posibilidades de dar cuenta, de algún modo redefiniéndolos, de otros aspectos de lo real, y conduciendo la construcción de nuevos conocimientos.

Esa intención se ubica en la perspectiva de intentar superar el divorcio entre la teoría y la empiria, entre la reflexión teórica y la puesta a prueba de conceptos que fueron construidos a partir de análisis concretos de la realidad y, por ello, pensados como instrumentos analíticos y no como mero alimento de discusiones teóricas —evidentemente necesarias, pero no de manera exclusiva y excluyente— tras una actitud que, desde los primeros tiempos, Bourdieu condenó con el nombre de “ensayismo” (Bourdieu, Chamboredon y Passeron, 1975).

Notas

1 Aunque ambos espacios se relacionan, y, en buena medida, el espacio geográfico indica diferencias en el espacio social, y las posibilidades de apropiación del espacio geográfico dependen de las posibilidades sociales (Bourdieu, 1993).

2 Es decir, el hablar de elecciones, de estra­tegias, no significa remitir a una racionalidad consciente, formulada, ex­plicitada, de los agentes sociales que producen las prácticas. Tampoco im­plica hacer referencia a una racionalidad que se mide en función de los re­sultados obtenidos, es decir, una racionalidad que está en relación con la eficacia de la práctica. Se trata de una racionalidad limitada, pero no a la manera de Simon, “porque el espíritu humano es limitado”, sino porque el agente social está socialmente limitado (Bourdieu y Wacquant, 1992)

3 El sentido del juego es lo que permite vivir —sentido vivido — como “evidente” el sentido objetivado en las instituciones, es decir, las percepciones y representaciones como resul­tado de la incorporación de las condiciones objetivas (Bourdieu, 1980a).

4 Esta postura implica una ruptura con aquellas líneas teóricas (especialmente el Individualismo metodológico y la Teoría de la acción ra­cional) que parten de la libre iniciativa de un actor social cuyas estrate­gias estarían sometidas sólo a las coerciones de las estructuras externas, olvidando “la historia individual y colectiva de los agentes a través de la cual se constituyen las estructuras de preferencias que les habitan, en una dialéctica temporal compleja con las estructuras objetivas que las producen y que ellos tienden a reproducir” (Bourdieu y Wacquant, 1992: 99)

5 En la investigación llevada adelante desde esta perspectiva, se ha analizado cómo, en distintos momentos históricos, el grupo de familias pobres estudiadas articulaban su modo de reproducción con el modo de reproducción de otros agentes que ocupaban otras posiciones en el espacio social: primero militantes montoneros que tenían su propio juego en el campo político, luego ONGs que invertían en su propio campo, en todo momento agentes del Estado y miembros de partidos políticos con los que establecían alianzas especialmente en los momentos preelectorales. (Gutiérrez, 2001).

6 La consideración de distintos aspectos relativos a las nociones de redes sociales y capital social desde otras perspectivas analíticas y sus diferencias con la propuesta de Bourdieu ha sido tomada en detalle por Baranger (2000).

7 Entre las familias que he estudiado el capital social permite la articulación de redes simétricas y asimétricas de intercambios de diferentes formas de capital —que en términos de Mauss (1969) pueden llamarse como de “prestación total”, en el sentido en que constituyen un conjunto complejo de reciprocidad indirecta, donde quien recibe la prestación no está directamente obligado a quien la ofrece sino a cualquier otro miembro del sistema— y fundamenta estrategias tanto individuales como colectivas.

8 Plantear la hipótesis de una distribución desigual de capital social (de relaciones) implica una revisión de la noción de reciprocidad: no es lo mismo movilizar asiduamente la red o de manera puntual, no es lo mismo tener o no tener relaciones con agentes que ocupan otras posiciones sociales en otras estructuras de sostenimiento y de apoyo, de dominar o no las informaciones útiles para acceder a diferentes mecanismos de obtención de recursos... Todos estos elementos constituyen fuentes desiguales de poder que deben ser tomadas en consideración en el momento de analizar la diversidad de las estrategias de reproducción de las unidades domésticas.

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