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Cuadernos de antropología social

On-line version ISSN 1850-275X

Cuad. antropol. soc.  no.23 Buenos Aires Jan./July 2006

 

Estudiando el orden jerárquico a través del dispositivo implicación-reflexividad1

Valeria A. Hernández*
A Gérard Althabe

* Investigadora del Institut de Recherche pour le Développement, Paris, Francia. hernande@bondy.ird.fr.

Fecha de realización: julio 2005. Fecha de entrega: noviembre 2005. Aprobado: abril 2006.

Resumen

Tomando como marco de reflexión el trabajo de campo, la autora analiza la producción del orden jerárquico en un espacio de interacción dado. Intentará mostrar que las categorías individuales y colectivas elaboradas por los actores para clasificar(se) y para construir un "adentro" y un "afuera" son coherentes con las lógicas de poder que estructuran lo social y, por ello, su estudio no puede realizarse independientemente de éstas.

Palabras clave: Jerarquía, Implicación, Reflexividad, Epistemología de la Antropología, Estudios de la Ciencia.

Abstract

Taking fieldwork as a framework, the author analyzes the production of a hierarchical order in a given interaction space. She aims to show that individual and collective categories formed by the actors to classify (themselves) and to build an "inside" and an "outside" are consistent with the logics of power that structure that social space, which cannot be studied independently of these logics.

Key words: Hierarchy, Implication, Reflexivity, Epistemology of Anthropology, Social Studies of Science.

Resumo

Tendo como marco de reflexão o trabalho de campo, o autor analisa a produção duma ordem hierárquica num determinado espaço de interação. Tenta mostrar que as categorias individuais, as categorias coletivas elaboradas pelos atores para classificar (eles) e para construir um "interior" e um "afora" é coerente com as lógicas de poder que estrutura o espaço social que não pode ser estudado independentemente destas lógicas.

Palavras chave: Hierarquia, Implicação, Reflexividade, Epistemologia da antropologia, Estúdos da ciência.

Interrogarse acerca de la jerarquía en el seno de las relaciones sociales lleva a mirar con especial atención, durante el trabajo etnográfico, los modos de producción de las categorías individuales y colectivas correspondientes al campo en estudio. Estos modos son coherentes con las lógicas de poder que estructuran lo social: las formas de ejercicio de la autoridad, la gestión social de los conflictos, el sistema de dominación interna en su relación con un contexto más amplio, la construcción de fronteras que identifican un "adentro", el espacio común, y un "afuera", la alteridad. En este sentido, el análisis de los ordenamientos jerárquicos debe realizarse en el marco de uno más global: el de su relación con el poder.

Para desarrollar este punto de vista presentaré, en primer lugar, los elementos esenciales de la perspectiva antropológica que utilizo en mi práctica investigativa. En un segundo momento, retomando una investigación realizada en un laboratorio de biología molecular y genética llamado PBM, intentaré mostrar cómo estos elementos intervienen concretamente en la producción del conocimiento antropológico. Concluiré volviendo sobre algunos puntos metodológicos referidos a la entrevista y al análisis de las situaciones etnográficas.

Perspectiva antropológica

En los contextos de interacción definidos por la actividad productiva de los actores, la relación con el poder se encuentra en el corazón de estos campos sociales, tanto en el plano ideológico como en el de las prácticas. Los espacios con actividad finalizada2 (una empresa, un instituto de investigación, una fábrica, un hospital, etc.), típicamente definidos como la esfera del trabajo o de "lo profesional", se constituyen a partir de una separación simbólica y material con respecto a otros dominios (residencial, íntimo, familiar, recreativo, etc.), separación que adquiere sentido esencialmente en la ideología de "la organización". Los sistemas abstractos autorregulados (lo económico, lo político, lo institucional...; ver Habermas, 1987) parecen entonces estructurar totalmente las relaciones sociales, "organizadas" en función de los objetivos de la actividad productiva o finalizada. Se habla así de marcos normativos, los cuales suponen un modo de gestión de lo social, con sus propias bases de legitimación, en donde cada posición goza (o no) de una autoridad específica. Desde esta óptica, el organigrama de una empresa, los textos administrativos de una unidad de investigación o las reglas pedagógicas de un establecimiento universitario, por tomar sólo algunos ejemplos, constituirían una fuente dotada del mismo estatus que el material producido a partir de la interacción durante el trabajo de campo etnográfico. Mejor aún, según ciertas posturas, las informaciones extraídas del primer grupo de documentos serían más "seguras" ya que no estarían "contaminadas" por el elemento subjetivo, presente en todo saber emanado de tal dispositivo de investigación antropológica. Ahora bien, el investigador constata en su práctica que ni el organigrama, ni los textos administrativos, ni las reglas, es decir, ningún marco normativo es adoptado sin que una creación de sentido acompañe esta apropiación por parte de los actores. Este plusvalor simbólico es producido en función de un horizonte imaginario, específico del campo social en el cual la norma es aplicada.

La re-elaboración del marco normativo que los actores desarrollan en su práctica cotidiana constituye un objeto antropológico privilegiado. Se trata de una empresa individual y colectiva que consiste en construir las fronteras simbólicas y materiales necesarias para la consolidación de cada espacio de interacción. Los actores se apropian de las normas globales en función de las coyunturas y de las configuraciones que les son propias, destacando la existencia de un modo de comunicación interno al campo social, del cual el antropólogo puede dar cuentas. Sólo una perspectiva que postule como punto de partida metodológico analizar la producción de las relaciones sociales desde el interior de dicho campo puede darse los medios para llegar a ello.

El antropólogo, situado en el plano de las prácticas comunicacionales habituales (el nivel micro de las interacciones), se convierte en el testigo privilegiado de esta producción permanente de lo social. Sus interlocutores lo incorporan en su mundo cotidiano y, a partir de la posición que ellos le imponen, él construye su perspectiva analítica, su saber antropológico. Así, el trabajo de campo consiste en elaborar herramientas interpretativas que permitan abordar los sentidos atribuidos a las prácticas y discursos, a los sentidos que los actores le comunican a lo largo de su estadía. La perspectiva antropológica, tal como la concibo aquí,3 postula el trabajo de campo como marco de interpretación de los intercambios que hacen de la implicación reflexiva del investigador el dispositivo esencial de su producción de conocimientos.

La situación de encuentro (las prácticas sociales y los discursos) es la unidad de análisis sobre la cual el antropólogo trabaja de manera reflexiva gracias a la perspectiva conceptual que le es propia y que le permite construir su autonomía intelectual. El investigador conduce un estudio que se inscribe en el tiempo y cuyo objetivo es dilucidar la lógica interna en la construcción de cada hecho significativo o situación etnográfica. Su análisis debe tomar en cuenta las condiciones en que este hecho social o situación toman forma. La implicación en un campo social durante un período relativamente largo se convierte entonces en una necesidad metodológica y permite alcanzar los acontecimientos en sus condiciones internas de producción.

Con la aspiración de elaborar un conocimiento "desde adentro", es decir a partir de la posición del antropólogo en el campo, el encuentro con sus interlocutores se produce allí donde se efectúa cotidianamente la producción de las fronteras simbólicas y materiales que fijan los espacios sociales, con sus modos de interacción específicos. Las prácticas comunicacionales constituyen el material gracias al cual el investigador podrá identificar dichas fronteras. Su posición inicial de "externo tolerado" evoluciona con el tiempo; se le van atribuyendo diferentes roles, siempre significativos del horizonte simbólico compartido por los actores. Socio, portavoz, juez, espía..., cada caracterización debe ser comprendida en relación con las lógicas sociales que estructuran este "adentro", señalando los márgenes con respecto a un "exterior", al mismo tiempo que producen pertenencias individuales y colectivas. Esta evolución subraya el proceso de aprendizaje del modo de comunicación que el antropólogo debe realizar si quiere permanecer sobre este terreno durante un período relativamente largo.

La implicación, como instrumento metodológico, está dialécticamente articulada a la reflexividad. Cada una permite ahondar, profundizar, el ejercicio de la otra. El momento de la inmersión en la dinámica de los intercambios cotidianos (lógica de la implicación), cuando el antropólogo se apropia desde adentro de las producciones simbólicas en su articulación con las prácticas, es seguido de un tiempo de reflexión. Así, el investigador vuelve sobre su implicación con una mirada metódica con el fin de hacer explícito su rol, de convertirlo en una fuente de conocimiento sobre las relaciones en las que ha participado. La espiral interpretativa prosigue con otra situación etnográfica, una suerte de "analizador" de la implicación, a partir de la cual el antropólogo tomará conocimiento de nuevos elementos significativos. De esta manera, la mirada reflexiva se hace más fina, más rica, más analítica. En este sentido, la presencia en el terreno no es ingenua. Tampoco es un obstáculo que haya que superar, un ruido de fondo o un hecho que debiera ser puesto entre paréntesis (la époché de Husserl). En lugar de ello, es considerada como una condición necesaria para lograr el conocimiento antropológico de lo social. El trabajo interpretativo no puede ignorar esta presencia, el modo en que ella colabora en la producción de sentidos que circulan e instituyen el espacio de interacción en estudio. Esta reflexión supone también interrogarse sobre las condiciones simbólicas, sociales, institucionales, políticas, económicas, etc. que hacen posible la aceptación del antropólogo en el terreno, con sus características personales (género, edad, origen, apariencia, clase social,...) y a partir de las cuales puede constituirse (o no) en interlocutor de ciertos actores en determinadas configuraciones empíricas.

¿Cómo juega el dispositivo implicación-reflexividad, en particular, en los espacios de actividad finalizada? Por una parte, interpela fuertemente la noción de organización antes citada y, por la otra, pone al antropólogo frente al tema del poder. En cuanto al primer punto, los espacios de actividad finalizada se presentan como organizaciones cimentadas sobre principios racionales, de eficacia técnica y administrativa. Ahora bien, desde el punto de vista de la perspectiva antropológica, esta presentación es en sí misma parte del objeto de investigación: es necesario plantearse "la organización" como un problema de producción simbólica, evitando de este modo tomar los datos técnicos y administrativos como hechos objetivos o incuestionables. Para asegurar la coherencia de un objeto así definido, el antropólogo no puede permanecer excluido de la actividad que asocia a los actores cotidianamente. La investigación debe incluir problemáticamente la actividad finalizada pues es durante su ejercicio que se puede observar cómo los agentes hacen jugar los diferentes criterios (institucionales, profesionales, personales,...) en el curso de la dinámica cotidiana. También permite estudiar los mecanismos a través de los cuales logran disociar las múltiples arenas de intervención (familiar, sindical, religiosa,...) cuando se encuentran involucrados en la esfera laboral.

Asumiendo esta elección en toda su complejidad, el antropólogo podrá dar cuenta de una de las tensiones constitutivas que atraviesa las formaciones sociales contemporáneas. Como lo explica Gérard Althabe (Althabe y Selim, 1998), se trata de una tensión que resulta de la represión, en la escena pública, de las relaciones que podemos llamar "primarias", es decir, las derivadas de los lazos familiares, afectivos o, de una manera general, asimiladas al espacio de "lo íntimo". La distinción aceptada comúnmente entre vida pública y vida privada implica la idea de que las razones válidas en un dominio no lo son en el otro. Tal como ha sido señalado en otro lugar (Hernández, 2001), las relaciones establecidas en los espacios públicos encuentran su legitimidad exclusivamente en las lógicas asociadas a los marcos objetivos (la interacción técnica, mercantil, pedagógica); las lógicas correspondientes a lo privado sólo intervendrán para dar cuenta de una "disfunción" (tal persona no realiza correctamente su tarea porque tiene "problemas familiares" o "psicológicos", etc.).

Sin embargo, aquella represión fundadora, como todas, retorna: jamás completamente realizada, la exclusión forzada de las razones privadas crea en el ámbito de lo público una situación de tensión permanente. Aislados esterilizadamente en la categoría de las "disfunciones", los factores que relevan de lo íntimo encontrarán, reactivamente, formas de expresión muy diversas. La interrogación antropológica se construye justamente en torno a esta resistencia de la práctica social a verse reducida a la norma. En la realización de la regla, algunos "hechos" se presentan en los espacios institucionalizados como problemáticos y es justamente en el intento de comprender el origen de esta "problematización" que el antropólogo puede ahondar en la lógica social. Para el investigador, tanto los criterios administrativos como los procedimientos técnicos ligados a la actividad productiva, no son sino dos de los múltiples elementos que hacen a la práctica social. En este sentido, el marco normativo resulta insuficiente para dar cuenta de los significados movilizados por los sujetos en sus interacciones. El objeto de una antropología reflexiva es precisamente mostrar cómo se articulan marco normativo y espacio de significación en el seno de las relaciones vigentes en campos sociales concretos.

En segundo lugar, la vinculación con el poder es un elemento central de la constitución del espacio común en una organización. En lugares estructurados en función de una actividad finalizada, la pertenencia individual y colectiva no puede ser construida prescindiendo de la relación con la autoridad. En sus intercambios, los actores comentan el/los modo/s de legitimación del poder. El asentimiento, la resistencia, la subversión de estos modos se traducen en prácticas y discursos que irrigan el espacio social. Estos "actos comunicacionales" (Habermas, 1987) construyen las fronteras que indican un interior (el "entre nos") y un exterior (la alteridad), representado por la instancia oficial que ejerce la autoridad (el centro administrativo, la dirección general, etc.).

Los actores ocupan posiciones específicas, más o menos cercanas al centro de poder; cada quien interactúa en función de este orden simbólico. Al trabajo de unificación (el "entre nos"), que permite la comunicación entre los interlocutores de un campo social dado, le sigue un momento de diferenciación (distancia de cada uno con respecto al centro, "la alteridad"). Las jerarquías se instauran así en el interior del espacio de pertenencia colectivo precedentemente construido. En esta relación con la autoridad, el antropólogo aparece como una figura ambigua: algunas veces asociado a la posición de subordinado, otras a la de dominante, es alguien que, en todos los casos, dada su exterioridad constitutiva al campo de interacción en donde desarrolla su investigación, no puede compartir sino parcialmente una u otra de las perspectivas jerárquicas.

La imposibilidad, diríamos ontológica, de participar enteramente en la operación de unificación con sus interlocutores es, al mismo tiempo, una condición que le permite asumir el rol de mediador en la escena local. Su exterioridad relativa, unida a su presencia prolongada, produce una cierta opacidad con respecto a su estatus: forma parte del paisaje cotidiano, pero no del mismo modo que sus interlocutores; instalado en un continuum espacio-temporal, participa de los intercambios pero no es un actor full time y pleno del campo. Esta ambigüedad estructural y constitutiva de la figura del antropólogo forma parte de las condiciones en que se desarrolla la comunicación. Es alguien que interviene desde esta ambigüedad, lo cual supone cierto desfasaje con respecto al sistema de dominación que atribuye a cada actor un lugar en la jerarquía. Al mismo tiempo, como investigador interesado en el modo de comunicación, aborda la cuestión del poder, incitando a sus interlocutores a reflexionar sobre el tema, a explicitar aquellas prácticas relacionadas con él. Se abre así un espacio de interacción cuyo objeto es el ordenamiento jerárquico, la norma social y las relaciones de dominación. En ese contexto, cada interlocutor, posicionado en un punto preciso de la trama de poder, le asignará un rol (testigo, juez, experto...), orientará la comunicación hacia determinados problemas y personas, evocará performativamente ciertas cuestiones y no otras. El trabajo de intérprete que le cabe al antropólogo consistirá, entonces, en dilucidar la situación en la que ha estado implicado teniendo en cuenta dicha trama: identificará el rol que cada actor le ha atribuido en cada encuentro, relacionará los elementos significativos que allí se jugaron, los articulará con otros detectados en el curso de la investigación, etc.

Siguiendo esta lógica, cuando se pide permiso para hacer un trabajo de campo en un espacio de actividad finalizada, explicitando que el objeto de análisis será el modo de organización de las relaciones sociales, el antropólogo debe estar advertido de que las producciones discursivas registradas en el campo son también comentarios más o menos explícitos sobre "la cuestión del poder". Los elementos que permiten construir una unificación imaginaria entre el antropólogo y los actores, dando lugar al espacio de interlocución, indican indirectamente las posiciones de alteridad en las que aquél es ubicado por sus interlocutores. Cual pantalla sobre la que se proyectan representaciones, la figura del investigador será recortada, algunos rasgos serán seleccionados positivamente, otros criticados y otros aun resultarán invisibles, neutros. Sobre la base de las continuidades y rupturas simbólicas así construidas, el antropólogo será considerado, por algunos, como un aliado, por otros, como un espía, por ejemplo. Con el tiempo y la interacción cotidiana, estos contenidos pueden cambiar, invertirse, mantenerse... Su posición de tercero excluido (Althabe 1998, Althabe et Hernández, 2004) lo habilita para jugar el rol de mediador entre su interlocutor y el orden simbólico de la autoridad, tal como éste opera en el espacio social de intercambios. Al final de su estadía, el investigador debería estar en condiciones de interpretar la lógica de estos agenciamientos, la positividad o negatividad atribuida a ciertos elementos de su personaje, las posiciones y roles que ha ocupado, pudiendo así restituir el horizonte imaginario del campo. Aquí también el dispositivo epistemológico implicación-reflexividad constituye el marco de producción del saber sobre la microfísica del poder: como el antropólogo ha tenido una determinada participación en las lógicas internas de dominación, puede volver reflexivamente sobre las situaciones en las que ellas se han revelado con más vivacidad, y elaborar desde allí su análisis.

De una manera general, el investigador efectúa un trabajo epistemológico que le permite ponerse a distancia de la "organización", tal como ella aparece en las descripciones y relatos de sus interlocutores o tal como se encarna en la materialidad del decorado (los pizarrones llenos de organigramas, la diferencia entre los escritorios de los directores y de los empleados, entre las salas de reuniones comunes y las extraordinarias, etc.). La producción teórica y metodológica de esta distancia es necesaria para analizar como un hecho social el marco normativo y la lógica de dominación que le está asociada. El trabajo reflexivo, deconstructivo, debe ser considerado entonces como un a priori de toda antropología que tome como objeto de análisis la producción de las relaciones jerárquicas en espacios sociales organizados en función de una actividad finalizada.

Esa deconstrucción, más que una tarea de elucidación filosófica, es una dimensión del trabajo de campo, la cual se realiza centralmente de dos maneras. Primero, la práctica investigativa es interrogada regular y sistemáticamente en términos del dispositivo implicación-reflexividad, ejercicio que permite identificar instrumentos metodológicos adaptados a cada configuración y coyuntura. El investigador puede de este modo lograr una inteligibilidad de los hechos sociales desde el interior, sin perder su autonomía intelectual frente a la perspectiva de sus interlocutores (Althabe, 1998). El material así producido le permite emprender la segunda fase: la articulación del espacio social bajo estudio con el contexto más amplio. Es necesario entonces mostrar cómo los criterios normativos contenidos en los sistemas abstractos (institucional, político, económico, etc.) son aprehendidos en condiciones sociales singulares. Así, el análisis puede alcanzar un nivel explicativo más general, haciendo jugar el tiempo histórico largo, destacando las dinámicas de cambio, subversión, reproducción, etc., de los modos de organización de lo social.

Las situaciones etnográficas que se inscriben en la temporalidad de la investigación son consideradas como una suerte de "analizadores",4 es decir, casos paradigmáticos de diferentes elementos y dimensiones del campo de interacción en estudio. Así, las relaciones jerárquicas serán aprehendidas a través de prácticas comunicacionales concretas: las entrevistas individuales, las reuniones que acompañan cotidianamente estos espacios de actividad finalizada, una situación de "crisis" o una "rutinaria", según el contenido que se le dé localmente a esos calificativos.

En las secciones que siguen ilustraré la perspectiva analítica expuesta a partir de una investigación conducida entre 1997 y 1999 (Hernández, 2001) en un laboratorio público francés de biología molecular y genética, rebautizado PBM.5 Observaremos dos dinámicas de interacción diferente donde interviene el dispositivo implicación-reflexividad: las entrevistas etnográficas y la situación-analizador.

El antropólogo como revelador de los ordenamientos jerárquicos

La implicación en el marco de las entrevistas etnográficas

La entrevista con orientación biográfica puede considerarse como un momento de interacción en el cual el orden simbólico del campo social se pone en juego y orienta el agenciamiento de los rasgos identitarios individuales. El antropólogo se constituye en un soporte sobre el cual su interlocutor va a proyectar su propia imagen, teniendo como telón de fondo el espacio social de pertenencia. Cada uno de los tres actores colectivos encontrados en el PBM –investigadores, ITA (ingenieros, técnicos y administrativos) y estudiantes (pasantes, doctorandos y postdoctorandos)– ha puesto en escena un modo de presentación específico, coherente con la producción de una jerarquía social. Las entrevistas conducidas al comienzo de la investigación permitieron constatar la existencia de una primera clasificación: el laboratorio está integrado por personal permanente (investigadores e ITA) y no permanente (estudiantes que preparan diversos diplomas –DEUG, DEA, Doctorado, etc.– y postdoctorandos). Aunque tales categorías fueron presentadas espontáneamente como derivadas del marco institucional, constituyen, en realidad, producciones locales cuyo examen sólo es posible teniendo en cuenta la dinámica general establecida en el ámbito del laboratorio. Así, entrevista tras entrevista, intenté comprender la lógica de esta clasificación y su articulación con los otros criterios (sobre todo institucionales y científicos) constitutivos de este espacio social.

El momento de intercambio fue, prácticamente en todos los casos, el primer espacio de contacto personalizado con cada interlocutor. En dicho marco, invité a cada uno, no solamente a contar su trayectoria, sino también a dar su punto de vista sobre el laboratorio, los colegas, la institución, el trabajo de investigación, el mundo científico. Por otro lado, este encuentro constituyó para ellos una ocasión para indagar sobre mi propia actividad: mis objetivos de investigación, la forma que adoptaría concretamente mi presencia, el tipo de relaciones que mantenía con la Dirección General del OREA (la máxima autoridad y quien dio su acuerdo para permitir institucionalmente mi permanencia en el PBM), las condiciones de toma de la palabra (anonimato, confidencialidad, etc.). Siempre respondí con los mismos argumentos de manera de unificar, al menos en un comienzo, mi propia presentación: doctoranda de l'Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales, preparo una tesis en antropología social cuyo objetivo general es comprender cómo se organizan las relaciones sociales en un laboratorio científico con cierta proyección internacional. Completaba este retrato con algunos rasgos personales, haciendo referencia a la nacionalidad argentina, los antecedentes de investigación en otros laboratorios argentinos, a la experiencia parisina de casi tres años.

Me reuní con más de 70 personas de todos los niveles jerárquicos; la comunicación se estableció en función de las continuidades y rupturas imaginarias construidas a partir de pertenencias jerárquicas, posiciones científicas en el campo y características personales. Cada categoría de actor me concedería un rol específico: los ITA el de testigo (fiscal o portavoz algunas veces) de su situación de subordinación; los científicos el de reportera a quien es necesario instruir correctamente para que pueda restituir lo esencial de cada punto abordado; los no permanentes (estudiantes, doctorandos y postdoctorandos), ubicados en una situación ambivalente (como lo veremos más adelante), me otorgarían, según la coyuntura, el rol de testigo de los excesos de los directores (en virtud de una dinámica de subordinación/dominación, como los ITA) o, como los investigadores, el de reportera, inscribiéndose, en este caso, en la lógica científica. Las funciones que me asignaron constituyeron un primer marco de comunicación co-construido, a partir del cual desarrollé el análisis de los materiales allí producidos.

En su modo de construcción identitario, los miembros del laboratorio pusieron en escena las fronteras simbólicas que definen las categorías sociales en el ámbito científico. Globalmente, el espacio de intercambio propuesto en ocasión de la entrevista etnográfica fue significado por el grupo de los investigadores como una oportunidad para afirmar, por una parte, su participación en la comunidad científica internacional y, por otra, su posicionamiento en el medio local. Desde la primera perspectiva, fui receptora de las dificultades encontradas en la construcción de una carrera exitosa; también de las confrontaciones, a veces sangrientas, entre los "chers collègues" (queridos colegas) cuando compiten por obtener resultados originales; o, incluso, de los problemas de influencia en una red u otra con vistas a publicar un artículo en una revista importante u obtener un interesante financiamiento internacional.

En cuanto a los esfuerzos por ocupar un lugar valorizado en el medio local, he sido la destinataria de relatos estructurados sobre una misma lógica: mostrar hasta qué punto cada uno se encontraba en una posición de proximidad con respecto a las figuras centrales del laboratorio, los padres fundadores, Emile y Gérard. Por ejemplo Charles (de unos 50 años de edad, jefe de equipo) quien, según sus colegas, tenía desde hacía algunos años problemas importantes a nivel científico (no publicaba bastante y en ningún caso en revistas de categoría A), desarrolló largos relatos históricos, destacando su contribución a la fundación del PBM. Así, recordó con lujo de detalles cómo fue convocado, dieciséis años atrás, por Emile, quien le propuso embarcarse en la aventura de creación de "un laboratorio de avanzada" en el campo de la biología molecular. Insistió en la proximidad que esto generó entre ellos y en la comunión de puntos de vista sobre la ciencia y la profesión de investigador.

De un modo general, mi estatus de estudiante fue un elemento constitutivo del espacio de comunicación: en tanto tesista restituiría la historia del PBM, entonces cada científico me daba precisiones sobre su rol, su participación, más o menos esencial, para lograr el éxito internacional que conocería el laboratorio en la década de los 90. Cada uno puso en escena un libreto que poseía su propio ordenamiento jerárquico interno, su temporalidad colectiva, su manera de concebir la institución, la ciencia, los colegas, etc. A menudo, uno o dos días después del encuentro, el entrevistado me visitaba en mi oficina o me detenía en un corredor para insistir sobre algunos puntos que consideraba centrales. En tono amable, didáctico o profesoral, se dirigía a una doctoranda –en este caso particular de antropología– para indicarle lo que debía retener del intercambio, aquello que debía mencionar o subrayar en la redacción de su tesis. El valor de las palabras comenzó así a revelarse en estas interacciones, valor que se confirmaría más tarde, al ser excluida explícitamente del campo discursivo.

Analíticamente, es posible observar cómo las dos lógicas presentes en la comunicación (una derivada de la comunidad científica internacional y la otra del ámbito local) colaboran articuladamente para producir una frontera simbólica entre vida pública y vida privada. En efecto, todos los investigadores, sin excepción, reconstruyeron sus trayectorias de vida haciendo intervenir sucesos directamente ligados a su actividad profesional, borrando los otros registros existenciales. Ninguna alusión al contexto familiar, político, religioso o cualquier otro. En tanto antropóloga, me vi obligada a reconocer la fuerza de esta división cada vez que intenté franquear dicha demarcación (haciendo jugar una complicidad de género o generacional, por ejemplo). Así, durante una entrevista con una investigadora relativamente joven (39 años), madre de un bebé de un mes, hice una pregunta acerca de cómo manejaba las exigencias ligadas a su trabajo (era jefa de equipo y dirigía a varios aspirantes al título de Doctor) y las derivadas de su nuevo estatus de madre. Con tono algo cortante, contestó que había dejado de trabajar una semana antes de ir a la maternidad y que había reiniciado sus actividades 15 días después del nacimiento de su hija. Una vez formulada la escueta respuesta continuó el hilo del relato, recentrándolo en su carrera científica: su nueva promoción al rango de Director de Investigación, sus responsabilidades como vice-directora del PBM, etc. Ningún espacio fue habilitado para intercambiar sobre su vida familiar o "privada".

Esta frontera es tanto más significativa cuanto ha sido sistemáticamente cuestionada por los ITA, partenaires cotidianos de los investigadores en el seno de la institución. En su presentación, los ITA mostraron una particular capacidad para poner en relación, abiertamente y sin ambigüedades, las diferentes dimensiones de la vida (familiar, pertenencia religiosa, militancia política o sindical, hobbies, diversiones,...). Desde el comienzo y naturalmente se situaban en un lugar (París, Tours...), en una situación familiar (con padres, casado/soltero, con/sin hijos...), en ciertas condiciones de trabajo ("al más bajo nivel", "en reemplazo de una persona"...) y en un período histórico preciso ("en el momento de la ley a favor del aborto"...). Dibujaban en mi presencia el retrato de sujetos profundamente enraizados, no solamente en un lugar de trabajo sino también en un medio socio-histórico, indicándome el peso de estos diversos elementos sobre los intereses y las vicisitudes de sus trayectorias.

Los ITA no buscaron jerarquizar las distintas escenas en las que se inscribieron; por el contrario, insistieron sobre la importancia de "establecer un equilibrio" entre ellas. De hecho, la mayoría valorizó esta identidad "multidimensional" como un triunfo, comparada con los investigadores, quienes serían "personas desequilibradas", "siempre angustiados por la búsqueda de reconocimiento", con un "prestigio que debe ser cada vez más grande, más brillante, más, más, más...", lejos de las preocupaciones cotidianas, como "las tablas de multiplicar de sus hijos" o "los problemas ligados al comedor del OREA". El contraste con el modo de presentación adoptado por los científicos era sorprendente. Para los ITA, la entrevista constituyó un espacio propuesto por la antropóloga en donde podían explicitar su confrontación con los investigadores; el antagonismo jerárquico se convirtió en un elemento fundamental alrededor del cual elaboraron la intriga de su narración (Ricoeur P., 1985).

Ciertos rasgos de esta nueva interlocutora, a los cuales indefectiblemente hicieron referencia de manera anodina durante las entrevistas, parecían, según los percibieron los ITA, propiciar una escucha receptiva de mi parte: el hecho de ser una mujer, joven, que prepara su tesis en una disciplina del campo de las humanidades, son elementos que los indujeron a pensar que yo sería sensible a esas otras razones, las "privadas", que deliberadamente hacen jugar en el espacio laboral. Por otro lado, desde el punto de vista del campo social, era un personaje exterior al orden institucional en el que ellos se inscriben y ajena al juego interno de poder. Si a ello se le agrega que provenía de un país del "tercer mundo" (Argentina), "dependiente" económica y políticamente de los países centrales, obtenemos la constelación de factores sobre los cuales los ITA construyeron la continuidad simbólica que nos habilitó a compartir un mismo campo de subjetividad comunicativa: ambos transitamos por la experiencia de la subordinación (ellos respecto de los científicos, yo respecto de los factores recién indicados) y desde esa comunidad imaginaria mis interlocutores esperaban estar frente a alguien apto a comprender su situación de subordinación social en el laboratorio. Dicho de otro modo, sobre la base de estos rasgos compartidos, que nos sitúan en una posición subalterna, se opera la unificación simbólica necesaria para crear un espacio de intercambio comunicativo. Desde esta continuidad se trataba, para ellos, de hacerme comprender lo que estaba en juego en sus relaciones conflictivas con los investigadores.

Volvamos ahora al modo de presentación de estos actores, cuya característica central es el cuestionamiento de la división vida pública/vida privada. Si tomamos en cuenta que esta demarcación es constitutiva del modo de producción del actor "científico" y que se convierte, por ello, en un indicador simbólico de ese estatus, se entiende mejor la actitud "inversamente proporcional" que toman los ITA al presentarse. En una lógica especular, donde está en cuestión la frontera entre ámbito "personal" y "profesional", cada categoría social se sitúa en las antípodas de la otra. El trabajo de evidenciación que realizan los ITA es el contrapunto del esfuerzo de negación que llevan a cabo los investigadores. Actitud que, por otro lado, es retomada en una suerte de relación mimética por los no permanentes. En efecto, también los jóvenes adoptaron esta lógica de presentación, no dejando transparentar lo que ocurre "después" o "además" de su "vida de laboratorio". Retomando el mismo demarcador que sus mayores, ignoraron las otras dimensiones de su existencia y reconocieron los criterios científicos como la única fuente de legitimidad de las posiciones socialmente valorizadas en ese campo.

Para los seniors como para los juniors, la entrevista constituyó una ocasión para actualizar su pertenencia a la comunidad científica internacional, siguiendo el modelo de referencia compartido, los valores del ethos científico: objetividad, neutralidad, etc. En este sentido, la evocación de factores "privados" o "íntimos" resultaría no sólo inútil sino que además "contaminaría" la descripción que se necesitaba neutra, objetiva, aquella que reflejase un verdadero recorrido "científico". Esta lógica es mucho más potente en el caso de los no permanentes, pues su integración definitiva al campo es aún incierta. Ello explica, en cierta forma, la situación aparentemente paradojal en la que me encontraba durante estas entrevistas: aquellos con los que hubiese debido compartir un espacio amplio de intercambios, ya que teníamos en común un gran número de rasgos objetivos (preparación de la tesis, pertenencia generacional y algunas veces, igualmente extranjeros), se mostraban tan cerrados y elípticos como los investigadores en cuanto a sus áreas de interés, lugares frecuentados, etc. fuera del campo científico.

Llegado este punto del análisis, es necesario plantear una espinosa pregunta: frente a la producción de identidades individuales y colectivas con estatus y proyectos tan diferentes, como los exhibidos por los ITA, los investigadores y los no permanentes, ¿cómo puede este espacio social asegurar su producción y reproducción? Si se tiene en cuenta que, además, es imprescindible, por un lado, asegurarse resultados científicos suficientemente importantes como para mantenerse entre las primeras unidades de referencia internacional y, por otro, ofrecer respuestas administrativamente válidas con el fin de obtener una evaluación positiva de los organismos de tutela, el desafío parece aún mayor pues se trata para ellos de lograr con éxito la articulación de los marcos normativos (institucional y científico) sin producir tensiones insalvables en el campo social. En tal sentido, deben dotarse de dispositivos eficaces para manejar cotidianamente la heterogeneidad interna. Presentaré en la siguiente sección una situación etnográfica que permitirá observar el funcionamiento del modo de gestión de los conflictos que ha desarrollado el PBM. Siguiendo el proceso de reestructuración del instituto OREA, al que se vio confrontado el laboratorio, seremos testigos de la práctica reflexiva a la cual se entrega (capacidad de negociar en función de los sucesivos contextos), práctica emblemática de la "modernidad" por la cual lo social se encuentra permanentemente trabajado, modelado por la palabra (Giddens, 1994; Habermas, 1987).6

Implicación y reflexividad en el marco de una situación etnográfica: la reforma del OREA

El instituto OREA decidió reestructurar enteramente sus órganos de dirección y esto se tradujo, a nivel del PBM, en un cuestionamiento de su identidad colectiva. La creación de nuevos Departamentos y Sectores científicos impulsó un proceso de redefinición a nivel local: el laboratorio debía encontrar un lugar en la nueva organización. Dada la heterogeneidad de las líneas de investigación del PBM, los posibles destinos eran al menos dos. Las preguntas se plantearon entonces en términos más bien estratégicos, llevándolos a interrogarse sobre las ventajas y costos de cada opción: "¿qué departamento y qué sector serán los que interpreten mejor nuestros intereses científicos?", "¿dónde debemos integrarnos?", "¿dónde nos van a valorizar mejor?"

En la búsqueda de una respuesta, se vieron obligados a definir previamente ese "nosotros" de la enunciación. Se abrió, entonces, un período de debate durante el cual aparecieron una multiplicidad de voces, cada una portadora de argumentos divergentes ante las situaciones claves que puntuaron la reestructuración. En mi rol de antropóloga, que seguía día a día los acontecimientos, fui testigo de esta polifonía interna en cuanto a la definición científica, social e institucional del laboratorio. Los miembros del PBM se relacionarán conmigo poniendo en escena un universo simbólico compartido, revelando, en el curso de este proceso de búsqueda identitaria, el modo de adscripción a las dos categorías de actores producidas por ellos: los permanentes (investigadores, ingenieros, técnicos y administrativos) y los no permanentes (pasantes, tesistas y postdoctorandos). Si bien la crisis interna se pudo resolver positivamente, puesto que pudieron estabilizar una nueva identidad colectiva, también es cierto que hubo momentos de confrontación muy aguda. Al cabo de dos meses de debates, los miembros del laboratorio estaban divididos en dos polos bien diferenciados en función de la especificidad científica del programa de investigación en el que cada uno trabajaba: la "parte patógena" y la "parte simbiosis".7 A la cabeza del primer grupo encontramos a Gérard (uno de los dos fundadores del PBM), apoyado por Francis (el "heredero" de su equipo) y Philippe (director del laboratorio). El representante del segundo polo es Emile (el otro fundador del PBM), científico reconocido unánimemente como la referencia simbólica del laboratorio (señalaban a menudo con bastante humor que, si el Premio Nobel hubiera sido otorgado a los investigadores que trabajaban con plantas, Emile, seguramente, habría pasado por Estocolmo). Detrás suyo se habían alineado los jefes de equipo de "la parte simbiosis" y la mayoría de los jóvenes investigadores del laboratorio (incluidos, curiosamente, aquellos que trabajaban sobre las relaciones patógenas). Cada polo evaluaba de modo diferente la capacidad de valorar los triunfos científicos del laboratorio por tal o cual Departamento o Sector del nuevo organigrama, lo que les llevaba a proponer destinos alternativos para el PBM. Los "padres fundadores", como solían llamarlos afectuosamente sus colegas, no estaban de acuerdo acerca de los riesgos corridos por la "gente de simbiosis" o la "gente de patogenia"; según el casillero administrativo de adhesión elegido, una u otra de las orientaciones de investigación podía encontrarse en una situación peligrosa en cuanto al financiamiento, el reconocimiento del trabajo realizado o la libertad científica para innovar en el programa de investigación.

En el curso de los intercambios, las tensiones ligadas a estos nuevos riesgos habían llegado a ser tan importantes que los portavoces de ambos grupos tenían mucha dificultad para dialogar. El correo electrónico había prácticamente reemplazado las entrevistas personales y el laboratorio parecía destinado a escindirse en dos subunidades, cada una confortablemente integrada a un Departamento y Sector que la valorizara en su justa medida. En este contexto de dificultad para hacer circular la palabra, fui posicionada por mis interlocutores en un papel de mediadora ya que, en tanto antropóloga, uno de los instrumentos de investigación es precisamente el diálogo. A través de las entrevistas y los encuentros, ocasionales o buscados por los integrantes de los diferentes polos, me convertí en un agente de comunicación que llevaba argumentos de uno a otro lado de esa frontera imaginaria que se había levantado entre ellos.

Esta posición se fue construyendo en la temporalidad del trabajo de campo. Habiendo tomado el proceso de redefinición institucional como un analizador de las relaciones sociales, me encontraba generalmente en busca de nuevos argumentos o interpretaciones: qué pensaba cada uno de las diferentes situaciones, de cada nueva reunión organizada en función de este tema, de las propuestas hechas por la Dirección General, de las respuestas dadas por Emile, Gérard, Philippe, etc. Mis demandas eran explícitas y estaban orientadas a entender las distintas posiciones adoptadas en torno al devenir del PBM. En este mismo ir y venir de actor en actor, aportaba elementos de unos a otros, contribuyendo al debate y permitiendo una cierta comunicación entre los dos grupos. En medio de la dinámica generada por esta suerte de espiral reflexiva, advertí en un momento dado que el director del laboratorio, Philippe, venía a buscarme para comentar la visita de cierto personaje institucional, o que Emile me enviaba por mail un resumen para informarme sobre la reunión organizada con tal otra persona íntimamente implicada en el proceso. Ya no tenía necesidad de pedir citas para seguir los acontecimientos pues directamente me las solicitaban por propia iniciativa. Aquellos científicos que había conocido al inicio de mi estadía, quienes sólo disponían de algunos minutos para recibirme, de pronto me consagraban horas (y hasta dos entrevistas en un mismo día!) para discutir del tema. Durante los cinco meses transcurridos se había construido un espacio simbólico interno posible para una antropóloga y desde allí me interpelaban.

Hasta que un día, aquel clima de apertura y colaboración en el que todos se prestaban solícitamente a los intercambios, aquel acceso fluido a las diversas situaciones que puntuaron el proceso de reforma, encontraron su límite. Con motivo de la visita de un Director de Departamento, eventual receptor del laboratorio, Philippe había previsto una reunión para discutir las condiciones en las que serían incorporados. En esta oportunidad, pregunté a Emile si podía acompañarlo a la reunión y, por primera vez, aunque no sería la última, recibí una respuesta negativa. Por más que intenté modificar la situación, cambiando de interlocutor (pensé que Philippe, con quien tenía una relación muy abierta, seguramente aceptaría mi pedido), pude constatar, extrañamente, un acuerdo tan perfecto entre aquellos que se enfrentaban casi en todo: todos juzgaban mi presencia inoportuna. Este "dejarme afuera" tomaba una significación particular con respecto a la libertad de la que había gozado durante los cinco meses precedentes. Fue necesario interpretar seriamente una exclusión tan explícita y unánime.

Si mi actividad de investigación había sido hasta ese momento resignificada en términos de la lógica comunicacional del campo, en la que una mediadora era necesaria, a partir de este hecho "problemático" se revelará con fuerza un elemento cuya importancia pronto iba a comprender, a saber: la práctica reflexiva ejercitada cotidianamente en este espacio de interacción. Es más, si pude jugar el rol de mediadora fue porque dicha práctica reflexiva constituye uno de los tres componentes centrales (los otros dos son: la práctica social de los puntos de acceso –Giddens, 1994– y a la dinámica creada por los "petits comités" y la democracia participativa; por falta de espacio, sólo podremos referirnos a esta última dinámica, para un análisis del sistema completo ver Hernández, 2005) del modo de gestión de los conflictos en el laboratorio. Veamos en qué consiste cada uno de estos tres mecanismos que el PBM posee para trabajar sobre las tensiones y conflictos.

El laboratorio se presenta como un lugar donde la vida colectiva está estructurada sobre la base de una práctica democrática y participativa en la toma de decisiones. En este sentido, se reivindica explícita e insistentemente la búsqueda de consenso en todas las cuestiones que afectan al conjunto. Por ejemplo, cuando al comienzo me puse en contacto con Philippe para discutir la posibilidad de hacer mi trabajo de campo en su laboratorio, respondió que no podía tomar una decisión por sí solo y me propuso, entonces, exponer mi proyecto ante todos los miembros de la unidad para que pudieran evaluar colectivamente mi solicitud. Esta práctica correspondía muy bien al discurso profesado sobre el ejercicio del poder en el PBM: la autoridad se asentaba en una búsqueda permanente de consenso al momento de tomar decisiones.

Los acontecimientos asociados a la reforma pusieron en evidencia una segunda modalidad de interacción. Frente a situaciones "importantes", se procedía a la organización de los pequeños comités para tratarlas. Así, el laboratorio debió recibir muchas veces a los representantes de la institución y algunos de estos encuentros adoptaron dicha forma restringida de participación. Esto implicaba una distribución desigual de la información, recurso fundamental para la toma de decisiones. Durante el proceso de reestructuración, fue posible observar cómo se reunían en forma exclusiva los personajes principales de los dos polos constituidos para debatir y defender las posiciones que cada uno sostenía respecto de la identidad y la valoración científica del PBM en el nuevo organigrama. Estas personas fundaban su legitimidad para participar en los pequeños comités en el hecho de que defendían la autonomía del laboratorio, en que ellos representaban la voluntad (o los intereses) del conjunto frente a los interlocutores exteriores (los Directores de Departamento y Sector que venían de visita). Retomando la teoría de Giddens (1994) sobre la forma en que los sistemas abstractos logran incidir sobre "lo local", podemos decir que estos actores principales constituyeron los puntos de acceso que el PBM se dio para comunicarse con el sistema abstracto institución OREA, la que a su vez empleó sus propios puntos de acceso (los directores).

Un observador inadvertido podría interpretar la democracia participativa y el pequeño comité como modos contradictorios de participación; sin embargo constituyen el motor que imprime una dinámica específica a la gestión de los conflictos en este espacio social. Son las dos facetas de un mismo instrumento. Su articulación contribuye a establecer el orden en el laboratorio y a legitimar el ejercicio del poder, señalando las posiciones de autoridad y las formas de practicarla. La organización en pequeño comité implica un criterio selectivo de participación, restringiendo a un puñado de individuos la posibilidad de ser actores de un acontecimiento dado. Se crea entonces un espacio-tiempo singular, un "entre nos", para tratar un problema preciso. Estas personas recibirán informaciones específicas, discutirán lejos de miradas inoportunas y, como ellos me lo explicaron, tendrán "la posibilidad de decir las cosas de manera directa", "francamente" y sin ambigüedades. Así, este espacio de encuentro ofrece los elementos necesarios para que quienes allí estuvieron elaboren las interpretaciones de base, como las llamaremos a partir de ahora.

Ahora bien, volviendo a la situación etnográfica y utilizando el dispositivo analítico presentado en la introducción, veamos cómo a partir de la implicación-reflexividad es posible comprender la lógica de gestión social. Quienes se reunieron en pequeño comité fueron los testigos privilegiados de hechos y discursos de interés colectivo y por eso mismo quedaron habilitados frente a sus colegas del PBM a posicionarse como traductores o intérpretes respecto de lo que en aquel encuentro con el Director de Departamento sucedió. Llevada por mi interés de investigación (acceder a todos los espacios donde se debatiese la reconversión institucional del PBM), me encontré, sin haberlo buscado, confrontada con el modo por el cual la autoridad se realiza en la interacción cotidiana, legitimando y reproduciendo las condiciones de su poder. En esta ocasión, mi implicación tomó la forma de una descalificación revelando un elemento esencial de la lógica de producción de las jerarquías: yo no poseía el estatus social necesario para producir interpretaciones de base y por lo tanto no podía asistir a dicha reunión, pues de lo contrario hubiese quedado también habilitada para dar mi versión de lo que allí sucedió. Mi interpretación habría entrado en competición con las de los otros participantes del encuentro y esto era estructuralmente inadmisible.

En efecto, definir quién tiene acceso a la información es fundamental. Ese derecho es función de la posición ocupada por cada individuo en la estructura interna de poder. Utilizando la heurística metáfora de Keesing (1987), como si se tratara de una cebolla, las significaciones se propagan "por capas" infiltrando todo el espacio social. En el corazón del bulbo, observamos a quienes conocen y producen todos los argumentos que circulan (sea cual fuere su ámbito de aplicación: científico, político, social, etc.). Son los personajes centrales del laboratorio: Emile y Gérard, fundadores y encarnación del PBM a los ojos del colectivo, también Philippe y Claire, directores administrativos que representan la autoridad reconocida por la institución. Alejándonos del centro, notamos en las primeras capas a quienes colaboran "un poco" en esta producción. Es el caso de los investigadores que pertenecen al grupo de los "antiguos" (aunque hoy son jefes de equipo, eran jóvenes investigadores en el momento de la creación de la unidad, en 1981) y algunos de sus colaboradores. Más al exterior, se encuentran quienes conocen "sólo una parte", la versión pública de los discursos: el resto de los investigadores, los ITA y algunos postdoctorandos presentes en el laboratorio desde hace varios años. Los que se encuentran en la superficie, es decir, los no permanentes (pasantes, estudiantes que preparan la tesis y la mayoría de los postdoctorandos), prácticamente no contribuyen a la elaboración de significados con algún tipo de eficacia social interna. Sin embargo, su rol simbólico no es menor pues constituyen los márgenes del espacio común que define al PBM y le da consistencia interna.

El rol de los intérpretes (es decir, aquellos que están en condiciones de producir las interpretaciones de base que serán recibidas por los otros actores del campo) es fundamental: al intervenir en diferentes arenas sociales (político-sindical, científica, económica, etc.), establecen puentes con los diversos sistemas abstractos ligados al laboratorio. Por el mismo motivo, pueden establecer lazos significativos entre las informaciones que circulan en esos múltiples espacios, ofreciendo argumentos ricos y densos, muy apreciados por sus colegas. El acceso a las informaciones es "la escalera que conduce al cielo", el pequeño comité. En ese sentido, la implementación de una estrategia que permita integrar dichos espacios de participación restringida no es nada desdeñable para quien ambicione sumarse, algún día, al grupo reconocido de los intérpretes. De acuerdo con esta lógica, en tanto antropóloga me veo impedida de participar en los pequeños comités ya que no puedo en ningún caso formar parte del grupo autorizado a producir las interpretaciones de base sobre lo que ocurrió durante la reunión. Mi presencia me daría el estatus de traductor/intérprete de lo colectivo, estatus impensable para una antropóloga pues dicha posición de autoridad está reservada a los miembros (en un sentido fuerte, tal como lo conciben los etnometodólogos) del campo. Excluida por definición de la microfísica del poder, sólo puedo jugar roles secundarios, colaborando con los diferentes proyectos de los actores "pleine tarife" (full time) de la escena social.

¿Cómo se articulan pequeño comité y democracia participativa? El primero necesita de la segunda pues, gracias a la implicación de todos los miembros en los debates participativos, las interpretaciones de base circularán fluidamente, monopolizando los términos en los que serán pensadas socialmente las situaciones (definición y pertinencia de los sentidos elaborados). Inversamente, la democracia participativa necesita del pequeño comité porque los argumentos originados en su seno colaboran a erigir la frontera entre el adentro y el afuera, otorgando así a este espacio social una consistencia simbólica y material propia (un "perfil" que lo diferencia del resto de las unidades científicas).

Una situación dada puede ser objeto de múltiples traducciones, pero lo esencial no está allí; lo que cuenta es que sólo algunos poseen ese estatus y los otros no podrán sino adoptar, de entre todas las versiones disponibles, la que más les convenga. Esta elección se hace en el marco del segundo modo de organización: la democracia participativa. Este tipo de intercambios se desenvolverá principalmente bajo la forma de acontecimientos colectivos, como el consejo de laboratorio, las asambleas generales, las reuniones de jefes de grupo, etc. En estos encuentros de participación abierta, los miembros del PBM escucharán lo que sus colegas-intérpretes tienen para decir sobre lo que pasó en el pequeño comité, asumiendo así el rol de traductores. En este contexto, como antropóloga seré testigo de las elecciones de unos y otros. Asistiré a la efervescencia del colectivo social frente a lo que está en juego en cada interpretación propuesta. Cada uno me explicará, retomando los términos de los traductores, las razones de su toma de posición. Seré invitada a expresarme sobre esas opciones, a comentar las diversas posibilidades ante las que se encuentra el PBM, a participar en la práctica reflexiva puesta en práctica en estas situaciones. Podré, entonces, comprender el rol capital que posee este espacio-tiempo democrático. Es en el marco de dicho espacio donde se realiza la unificación social por medio de la apropiación de las interpretaciones de base, las cuales pasan a integrar, así, el horizonte imaginario compartido.

Conclusión

De un modo general, durante el trabajo de campo, el antropólogo recorre una multiplicidad de escenas, siguiendo los itinerarios de sus interlocutores. La práctica metódica de la reflexividad le permitirá reconstruir las articulaciones necesarias que llevan a la comprensión del modo de comunicación, gracias al cual se produce y reproduce el espacio común de pertenencia. Hemos subrayado que en el curso de la entrevista etnográfica cada interlocutor pone en juego la construcción de sí mismo frente a un otro, en función de un contexto simbólico colectivo. El modo de presentación individual está en consonancia con el espacio de significación compartido, el cual está a su vez atravesado por un ordenamiento jerárquico. Por consiguiente, el antropólogo, ubicado en los roles que sus interlocutores le atribuyen, puede reconocer en dicho modo de presentación una especie de comentario eufemístico, metafórico o literario sobre las relaciones de poder.

En un espacio polifónico, donde se está a la escucha/respuesta del otro, el antropólogo tiene acceso a las diversas interpelaciones recíprocas. Este personaje externo a las actividades especializadas y a las competencias técnicas que justifican, en principio, el lugar ocupado por cada uno en el organigrama, se produce y es producido como actor del campo a partir de su propia función de investigación. Sus intereses de conocimiento, explicitados al comienzo del trabajo de campo, constituyen las condiciones tanto de su acceso al terreno como de su permanencia por un tiempo prolongado. En efecto, si es tolerado durante un largo período es porque sus interlocutores encuentran una ventaja concreta en las actividades singulares que desarrolla y en los saberes que a partir de ella engendra. Lo hemos constatado en el caso de la crisis de identidad colectiva. El espacio de intercambio propuesto por el antropólogo es resignificado en función de la lógica reflexiva propia del campo social: en su "acción comunicativa" (Habermas, 1987), cada interlocutor emprende un ejercicio de puesta en perspectiva de su propia práctica, de sus vínculos con sus compañeros de todos los días, de las obligaciones impuestas u ocasiones ofrecidas por los sistemas globales (institucional, científico, etc.). El marco de interacción etnográfico es igualmente la ocasión de informarse sobre los otros puntos de vista. El antropólogo será conducido así a jugar un rol de mediador entre los diferentes grupos constituidos en el campo de estudio, permitiéndole de este modo analizar la producción de las relaciones sociales a partir del dispositivo implicación-reflexividad.

Los objetivos de la investigación antropológica pueden ser más o menos adoptados, tomados en serio, puestos en juego según las personas, su posición en la estructura jerárquica, su aspiración por acceder a posiciones de poder, pero, en todos los casos, son reapropiados en función de dinámicas sociales singulares. Por este medio, el antropólogo se convierte en partenaire local y participa así en la producción de los hechos sociales. Su discurso y su práctica son retomados por los actores, sirviéndose de ellos para comunicarse. Sus elaboraciones interpretativas son recibidas como comentarios sobre ciertos elementos del campo, especialmente aquellos relacionados con las lógicas de poder que impregnan enteramente estos espacios de actividad finalizada. Es así como se verifica la implicación de la investigación antropológica en el curso de "la vida normal" del lugar estudiado. Esta implicación es una condición simbólica que habilita la presencia del investigador sobre el terreno, mostrando, además, el carácter ilusorio de la idea de distanciación objetivista con respecto a los productos de su actividad intelectual. En suma, instalado durablemente en el campo, disponible para asumir los roles que le darán según las problemáticas y las coyunturas, munido de instrumentos interpretativos coherentes con su perspectiva de investigación, el antropólogo posee los elementos objetivos y subjetivos necesarios para la producción de un conocimiento profundo de lo social.

Notas

1 A partir del artículo original en francés: "Démarche anthropologique et hiérarchisation dans des espaces à activité finalisée". En: O. Leservoisier (éditeur), (2005). Karthala, Paris, France, pp. 185-206.

2 Utilizo la noción de "espacio de actividad finalizada" tal como ha sido caracterizada por Gérard Althabe en el curso de sus seminarios en el EHESS entre 1994 y 2000. Ver también la lista de publicaciones de G. Althabe en "Una síntesis del itinerario de Gerard Althabe", en este mismo número.

3 Ver también Hernández (2001); Althabe y Hernández (2004).

4 La expresión situación-analizador supone tomar un caso como ejemplar permitiendo así desarrollar una interpretación más profunda del modo de comunicación y de las lógicas sociales a él asociadas.

5 Veamos algunos elementos que caracterizan al laboratorio PBM. Creado en 1981 por un convenio entre el Organisme de Recherches et Etudes Appliquées (OREA) y el Centre National de Science (CNS), sus dos organismos de tutela, contó inicialmente con 10 investigadores permanentes y 8 ITA –ingenieros, técnicos, administrativos–. Dieciséis años más tarde, en 1997, su plantel se había desarrollado de manera importante: 27 investigadores, 2 docentes universitarios, 31 ITA y alrededor de 50 jóvenes en distintos momentos de su formación (nivel universitario, doctoral, post-doctoral). Organizados en 12 grupos, los miembros del PBM investigan las relaciones patógenas y simbióticas establecidas entre las plantas y los microorganismos (la simbiosis Rhizobium-Leguminosas, la interacción plantas-bacterias fitopatógenas y la genética del desarrollo). Alrededor de 100 personas comparten cotidianamente este espacio, pertenecientes a distintas generaciones y diversas nacionalidades.

6 Para un análisis detallado de esta práctica reflexiva, ver Hernández, 2001, capítulos de 8 a 11.

7 Esta división retoma las orientaciones científicas de investigación del PBM referidas al tipo de interacción que establecen la planta y el microorganismo: interacción "simbiótica" o "patógena".

Bibliografía

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7. Ricoeur, Paul (1985). Le temps reconté. T. III, Seuil, Paris.         [ Links ]

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