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Cuadernos de antropología social

On-line version ISSN 1850-275X

Cuad. antropol. soc.  no.23 Buenos Aires Jan./July 2006

 

Testimonios

Gérard Althabe y la antropología de la ciencia

Félix Schuster

Profesor Titular y ex Decano (2002–2005) de la Facultad de Filosofía y Letras, UBA

A mediados de década del ´80 con José Perez Gollán –entonces Director del Museo Etnográfico de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, hoy Director del Museo Histórico Nacional– decidimos ofrecer un seminario conjunto de historia, antropología y epistemología. Cuál sería nuestra sorpresa cuando vimos entrar, sentarse y luego asistir regularmente a Gérard Althabe. Este seminario marcó el comienzo de una relación muy estrecha entre nosotros y también entre nuestros respectivos equipos de investigación: se sucedieron las reuniones y la exposición de resultados de investigación tanto en Argentina como en Francia, la direcciones de tesis de distintos discípulos. En función de esa colaboración editamos conjuntamente en 1999 Antropología del presente (Althabe & Schuster, compiladores, Edicial, Buenos Aires) y en 2005 Etnografías Globalizadas (Hernández, Hidalgo y Stagnaro, compiladoras, Sociedad Argentina de Antropología, Buenos Aires).

En 1982 Gérard había creado en la Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales de Paris el Equipo de Investigaciones en Antropología Urbana e Industrial con la voluntad de abordar la propia sociedad –por oposición a las sociedades distantes emplazadas en territorio extranjero– desde una perspectiva antropológica centrada en el presente y el mundo contemporáneo. Era su objetivo que esta perspectiva evitara cambios bruscos de registro y pérdida del capital intelectual adquirido en más de medio siglo de producción disciplinaria, pero al mismo tiempo consideraba preciso evitar que esta continuidad transformara a los antropólogos en especialistas de los márgenes, reintroduciendo el exotismo en los nuevos terrenos de investigación: la gran ciudad, las empresas, la administración publica, las organizaciones no gubernamentales, entre otras.

Ese era precisamente el tipo de enfoque que pretendíamos dar a nuestros estudios de comunidades científicas, terreno en el que hasta entonces no había incursionado Althabe. Así, nuestro principal aporte en esta historia común consistió en insertar en el contexto de una antropología del mundo contemporáneo un área muy especial, y en absoluto marginal, dedicada al estudio antropológico de la ciencia y la tecnología.

Si pensamos que recién en 1992 la Asociación Americana de Antropología comenzó a considerar la inclusión de la antropología de la ciencia entre sus secciones, veremos que fueron pioneros los estudios que realizamos desde 1987 en laboratorios, centros experimentales, comunidades científicas locales. Nos interesaba reflexionar sobre la ciencia, pero no desde la historia, la sociología o aún la epistemología, pues queríamos ubicarnos en la intersección entre la producción y la validación del conocimiento. En este punto tuvo mucha importancia la visión de Gérard, que supo acompañar el avance que ha habido en los últimos años en la tematización de cómo se produce conocimiento científico, más allá de la lógica que opera a la hora de la contrastación y de las consideraciones sociológicas importantes en el contexto de aplicación. Tal avance de la temática centrada en la producción y el descubrimiento, paralelo a lo que podríamos caracterizar como un retroceso de la justificación, puede leerse como una ampliación de la idea de racionalidad, que asume diversos aspectos. Así, es común reconocer la carga teórica de la observación, los avances de la sociología de la ciencia al identificar causación social de las creencias no solo en el campo de las ciencias humanas sino también en el de las naturales, el desplazamiento desde una indagación centrada en las normas hacia otra atenta a las prácticas. Por cierto, todo ello conlleva una nueva forma de encarar la investigación de campo.

Podríamos decir que los desarrollos de la antropología de la ciencia han contribuido a la disminución de la brecha entre la producción y la justificación en ciencia. Pero reflexionar sobre este tipo de cuestiones nos llevó naturalmente a pensar en el modo antropológico de producción del conocimiento, promoviendo un desplazamiento epistemológico que Althabe resumía como una salida definitiva de la perspectiva de la “gran división” (entre las sociedades tradicionales etnologizables y las sociedades modernas que no lo serían), modelo en que el antropólogo reviste la condición de extraño o extranjero y estructura sobre este eje su labor.

En este marco ha sido un orgullo haber podido trabajar con Gérard Althabe, cuyo legado lejos de haberse ya desplegado, sigue llegando a nosotros y promueve nuevos enfoques, según puede constatarse en el conjunto de volúmenes sobre su obra y su perspectiva de la antropología de reciente aparición.

Presencia de Gérard Althabe en el Instituto de Ciencias Antropológicas.

Carlos A. Herrán

Director del Instituto de Ciencias Antropológicas, FFyL, UBA

Comenzaré recordando el momento en que Gérard Althabe se hizo presente en el medio antropológico de Buenos Aires. A mediados de 1986, se realizó en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires el Segundo Congreso de Antropología Social, el primero desde el regreso a la democracia. Fue un encuentro extraordinariamente emotivo, en el cual todos parecíamos reencontrarnos con la libertad, y más aun, con la vida misma después de años de sometimiento. No puedo olvidar el momento en que, en este marco, pudimos evocar a los compañeros desaparecidos, y pronunciar sus nombres gritando a voz en cuello. Pero también se abrían perspectivas de renovación en nuestra disciplina, hasta entonces ignorada, marginada y perseguida. Me tocó entonces no solo presidir el Congreso sino también la Comisión de Antropología Urbana , campo que hasta entonces no había tenido reconocimiento alguno en el medio académico local. Gérard se presentó entonces como pionero de la especialidad en Francia, habiendo creado el Equipo de Antropología Urbana e Industrial en la Ecole des HautesEtudes en Sciences Sociales.

A partir de entonces, y en viajes sucesivos a Buenos Aires, fue tomando contacto con el recientemente creado Programa de Antropología Urbana en el Instituto de Ciencias Anropológicas, que pasé a dirigir a partir de 1991.

En estos contactos Gérard evidenció su calidad de maestro, en un nivel casi desconocido para nosotros hasta entonces. Cantidad de jóvenes investigadores y estudiantes se acercaron a él llevándole sus esbozos de trabajo. Con paciencia ejemplar y un respeto extraordinario por todos aquellos que lo consultaban, Gérard se tomó el trabajo de leer detenidamente todos los papeles que le acercaron, brindando su consejo generosamente, tanto a los investigadores más formados como a los principiantes.

Quisiera referirme especialmente a dos aspectos en los cuales el maestro puso su énfasis, y que en mi opinión acertaron certeramente en señalar problemas de nuestras modalidades de trabajo. En primer lugar existía una tendencia a recortar comunidades, grupos étnicos, minorías nacionales etc., dentro de la ciudad. Digamos que eran clásicos (y los siguen siendo) estudios sobre bolivianos, peruanos, indígenas, y otros grupos dentro de la ciudad. Gérard insistió mucho en que no se podía aislar estos grupos sino que había que considerar vecindarios completos, porque las identidades étnicas eran construcciones colectivas de un entorno que no podía ser ignorado. Su concepto de“producción del extranjero”, elaborado a partir de su experiencia en Francia, resultaba entonces una herramienta teórica y metodológica de indudable utilidad para estudios similares en nuestro medio.

El segundo punto se refiere a una cuestión estrictamente metodológica. Gérard advirtió que en muchos de los trabajos y diseños de investigación que tuvo ocasión de analizar, existían fuertes preconceptos que luego eran“ilustrados” por los datos de campo, sin que pudiera decirse que las conclusiones de los trabajos eran producto de los relevamientos efectuados.

En este punto el maestro fue conciso y claro:“El trabajo de campo tiene que producir conocimiento”. Esta aparentemente sencilla fórmula, significó una clara advertencia para quien es la tomaron en cuenta, de que debían encarar de diferente manera sus trabajos– El trabajo de campo debía ser necesario, y ello implicaba un diseño de investigación que diera cabida a este espacio, es decir que fuera una investigación etnográfica en sentido amplio.

Recuerdo especialmente el último de sus Seminarios, en el Centro Franco Argentino. Muchos de los jóvenes investigadores participantes leyeron sus trabajos, que fueron escuchados por Gérard con atención ejemplar. En la ultima sesión tuvo comentarios sumamente incisivos y prácticos sobre todos y cada uno de los trabajos presentados, mostrando una vez más la vocación de maestro que siempre fue su característica más destacada.

Para finalizar quisiera decir que Gérard Althabe ha sido una presencia que ha dejado una huella imborrable en muchos de nosotros, y que su partida repentina nos deja con la sensación de que hubiéramos querido tenerlo con nosotros mucho más tiempo.

Nuevas y viejas formas de renovar la etnología y la antropología social. Notas sobre Gérard Althabe

Sonnia Romero Gorski

Prof. Agregada. Directora del Dpto. de Antropología Social - FHCE, Universidad de la República, Uruguay.

En esta breve nota tomo como punto de partida la convocatoria para el Simposio III de la VI RAM (Montevideo noviembre 2005) donde se señalaba que –“El crecimiento y reafirmación de una disciplina depende en gran medida de su capacidad de renovación, de adaptación a transformaciones que desde 'adentro' y desde 'afuera' van componiendo el compromiso histórico del conocimiento científico racional y objetivo a la vez que pasional y aventurado, es decir arriesgado. El homenaje a la obra de Gérard Althabe es un reconocimiento al recorrido de un etnólogo contemporáneo que se arriesgó atravesando terrenos desde Africa a Europa y el Río de la Plata, marcó rumbos en el proceso de crecimiento de la etnología y la antropología”.

Es decir que cuando propuse al Comité Científico de la VI RAM que se hiciera un homenaje a G. Althabe, estaba también pensando en la necesidad de plantearnos desde nuestros países sudamericanos cómo participar en un proceso de transformación y de adaptación de la antropología al tiempo contemporáneo; en ese sentido y sobre todo desde los años 1990 y hasta el final, G. Althabe ilustró con su obra una búsqueda que no sólo mantiene vigencia, sino que indica aún caminos por recorrer.

Nuestra disciplina, con más de un siglo de trayectoria, pasó del estudio y convivencia con poblaciones aldeanas o pequeñas a la observación y registro de fenómenos socio-culturales en las sociedades complejas y en las grandes ciudades, dentro de las múltiples redes que ha generado la economía de mercado, los medios de comunicación, los usos y consumos metropolitanos, mundializados.

La reflexión sobre tránsitos diferenciados a través del tiempo y desarrollo científico histórico, tiene vigencia general indiscutible e interés coyuntural ya que en las reuniones RAM (Reunión de Antropología del Mercosur) que se vienen realizando cada dos años desde 1995 a la fecha, se ha estado plasmando una vocación de producción de antropologías con sello local y regional, sin desconocer el universo más amplio de la disciplina, de sus parámetros y discusiones teóricas, y por supuesto, la diversidad de corrientes, autores y protagonistas.

Aunque sin extenderme en el tema, destaco como un dato ineludible de las condic iones de producción de dichas antropologías, las diferencias objetivas de tradiciones académicas y de políticas referidas a la educación superior y al apoyo a la investigación. En Uruguay, por lo menos, puedo caracterizar la situación por la ambigüedad del estatus de las ciencias sociales, sobre todo de la antropología social y cultural. Si bien los factores socio-culturales forman parte obligada del discurso oficial en la práctica, es decir en programas y presupuestos, pueden estar ausentes o débilmente representadas las ciencias capaces de lidiar con la sociedad y la cultura.

Por otra parte y en términos comunicacionales de nivel regional, puede observarse que existe una retórica dominante que captó la importancia de los factores culturales y étnicos, que es sensible a la diversidad cultural, a la cuestión de la identidad, de la“porosidad” de las fronteras... entre otros tópicos en los que reconocemos una paradójica apropiación de conceptos antropológicos, ya que aún no se ha desactivado la imagen social de una antropología dedicada a lo exótico, al pasado prehistórico, a las poblaciones indígenas. Imagen que mantienen en gran medida nuestros colegas de otras profesiones universitarias, especialistas de ciencias naturales, biológicas y otros.

Sin embargo nosotros –la comunidad de antropólogos– tenemos la convicción y las pruebas de que en los últimos años hemos avanzado por temas y terrenos que desbordan ampliamente esa vocación restringida que se nos atribuye; quizás debamos reconocer que hay un problema de tiempos en la adaptación de propuestas, en la forma en que las mismas se consolidan y difunden. La densidad de los debates teóricos dentro de los recintos especializados no estuvieron, y quizás no están, favoreciendo cambios; ¿acaso no se mantuvo durante demasiado tiempo un interés por la investigación etnográfica de “lo lejano”? ¿acaso no se simplificó el debate deteniéndose en la discusión de la Gran División, sin profundizar en las implicancias etnográficas de todo lo diferente en “nosotros” como un todo universal, como seres humanos viviendo en culturas diferentes aunque no siempre lejanas o dentro de un mismo país?; en otras palabras, en países del hemisferio norte donde la Etnología y la Antropología ya contaban con centros importantes y grandes protagonistas, les llevó tiempo procesar adaptaciones y aprovechamiento de nuevas condiciones, de nuevos contextos (guerras de liberación, descolonización, procesos de integración, entre otros).

En ese marco de reflexión se comprende mejor un homenaje “lejano”, en tierras alejadas de su país de origen, de las instituciones donde trabajó, de las empresas en las que se comprometió; se podría decir que Gérard Althabe es un etnólogo y antropólogo francés de “culto”, protagonista en círculos restringidos, con circulación igualmente restringida en repertorios, citas y bibliografías, aspecto que contrasta con su vasta actuación y producción. Dejando de lado por ser más conocido su trabajo en Francia, es importante recordar que fue una presencia asidua y destacada en la Universidad de Buenos Aires, a partir de dónde se hizo conocedor y etnógrafo del Río de la Plata, ( hélas! no llegó a venir hasta Montevideo).

Precisamente, conocí a G. Althabe en Buenos Aires en 1986 y luego tuve afortunadamente la ocasión de visitarlo varias veces en su lugar de trabajo en la EHESS de Paris, de asistir a sesiones de su seminario, cada vez que realicé por allí estadías de aprendizaje de posdoctorado y de actualización, desde 1992 en adelante.

A través de G. Althabe conocí a Marc Augé y al Centro de Antropología del Mundo Contemporáneo que ellos integraban y desde donde irradiaba una obra e investigaciones antropológicas innovadoras, que no sólo captaron mi atención, sino que me brindaron los instrumentos para ejercer sin vacilaciones actividad de investigación en un lugar y un tiempo que parecían fuera de caminos ortodoxos: en verdad me encontraba implicada en una “otredad” radical, –como etnóloga uruguaya formada en Francia pero especializada en el Maghreb, desarrollaba (aún hoy) mi actividad profesional y académica en la Universidad de la República en Montevideo, Uruguay– y tenía dificultades para adaptar recomendaciones metodológicas, definiciones de escuela y parámetros teóricos a escenarios urbanos, decididamente occidentales y sin particularidades destacables, en los que me tocaba actuar.

En Vers une ethnologie du présent de 1992 –uno de sus trabajos que han sido claves en mi orientación como investigadora, G. Althabe situó alrededor de 1980 la cuestión del cambio en el Cómo y en el Dónde hacer antropología social y/o etnología. Hablaba de establecer un“sitio en obra” (un chantier) lugar abierto a la construcción, que respondiera a la demanda de etnología y/o antropología social y cultural. Era una demanda de etnografía que comprendía o presuponía el manejo de dispositivos conceptuales que permitieran aprehender el nivel de la realidad social, designada como lo cotidiano y lo microsocial.

La demanda se articulaba (en el caso francés) en torno de la empresa, el urbanismo, potencialidades socioculturales de grupos minoritarios, entre otros.

Distinguió la producción de “dos” etnologías o antropologías situadas en contextos muy diferentes: una que designaba objetos de estudio y trabajo de campo “en casa” y otra que mantenía el interés en objetos de estudio y trabajo de campo en el extranjero. Es decir que reconocía en las instituciones francesas, principalmente, dos tendencias teóricas y empíricas que alimentaban opciones y reunían equipos con urgencias definidas de forma casi opuesta, la exploración en ámbitos domésticos (y a priori conocidos) o lejanos (y a priori desconocidos).

En ese marco aparentemente sencillo advirtió la complejidad y ambigüedad de las definiciones, y en diferentes trabajos abundó sobre la condición de “extranjería” que debe construirse y ser objeto de control epistemológico en cualquier terreno, tema crucial para la antropología contemporánea, de los mundos contemporáneos. Advirtió que no debería introducirse una distancia, una extranjería, que pudiera quedar fijada en el discurso atrapando a los sujetos en construcciones erráticas y que respondieran a una designación etnocéntrica (por ejemplo hablar de los grupos de jóvenes de barrios periféricos como de“tribus urbanas”); esta advertencia es diferente de su observación y/o testimonio sobre “sentirse extranjero de sí mismo, recorriendo mundos “otros” dentro de su propia ciudad, de su propia sociedad”.

Trabajar teóricamente esta idea, convertirla en herramienta metodológica fue algo que me guió en mi trabajo en Uruguay y sobre todo en la ciudad de Montevideo, es decir cuando comencé a hacer trabajo de campo en territorio doméstico, lo más próximo posible de lo que creía conocer como “mi” ciudad, como universo de relaciones dentro de “mi” sociedad. En realidad estudiar de cerca los enclaves de pobreza urbana en zonas céntricas de la capital, las estrategias de vida de ocupantes ilegales de inmuebles, observar cómo la institución médica procedía a tratar e in–comprender a esa parte de la población fue, sin lugar a dudas, un pasaje y un aprendizaje de mundos “otros” en sentido pleno. Entonces comprendí el alcance de las afirmaciones de G. Althabe.

Otra idea-faro de G. Althabe que quiero recordar se refiere a la cuestión de las fronteras internas, la compartimentación de los mundos (o en otras palabras trabajó sobre la segmentación o enclasamientos) que veía ya en formación dentro de su país, vinculada a la cuestión de la inmigración convirtiéndose en tema estructural de la sociedad francesa contemporánea, de gran complejidad antropológica. Este proceso de segmentación social y discriminación de inmigrantes observado y previsto por G. Athabe, hizo violentamente eclosión en las calles de Paris en el invierno 2005. Frente a esto me surgen inevitables cuestionamientos sobre el lugar del conocimiento, sobre todo el producido por las ciencias sociales, dentro de las sociedades nacionales y contemporáneas, surgen preguntas sobre la pertinencia de establecer una vía que vaya de los análisis a las políticas públicas, a las acciones de los decidores y responsables políticos, una vía de conexión entre el mundo del conocimiento y la vida cotidiana, la vida de las personas y de las sociedades.

Escuché a G. Althabe (alrededor del año 1999) exponer en un seminario de la EHESS con tono mesurado pero con gran alarma sobre las evidencias que tenía sobre esa construcción de fronteras internas, es decir que su marco conceptual, la observación y la comparación lo llevaban inequívocamente a prever conflictos socio-culturales y descompensaciones individuales. Seguramente no era el único ya que otros antropólogos, sociólogos y filósofos veían desde distintos ángulos esa problemática, pero el sistema no escuchó ni a unos ni a otros.

Finalmente quiero poner énfasis en que el camino que G. Althabe recorrió fue también una anticipación del que estamos construyendo actualmente a nivel regional y lejos de los centros canónicos de producción antropológica, en grandes ciudades latinoamericanas, dentro de la complejidad que presentan nuestras segmentadas sociedades.

Deberíamos ahora ser capaces de tender conexiones hacia fuera de la academia, contribuir no sólo con conocimiento sobre lo que existe sino también con alternativas de interpretación y propuestas de transformación.

Encuentros, enseñanzas y reflexiones

Mirta Ana Barbieri

Facultad de Filosofía y Letras. Universidad de Buenos Aires

A mediados de los ochenta, nuestros primeros trabajos en el área de antropología urbana coincidieron con los inicios de la democracia. Entre esos aires renovadores destaco las visitas que periódicamente comenzó a hacer Gerard Althabe al país. Recuerdo su solícito interés por las investigaciones que emprendíamos, siempre al tanto de las temáticas que nos ocupaban y de los escenarios de nuestros trabajos de campo. Leía nuestros textos cuidadosamente, brindando sugerencias precisas y oportunas.

Veinte años después es posible revisar aportes de la producción de Althabe que nos “abrieron la cabeza”, dejando marcas en nuestro desempeño. Fueron objeto de reflexión en la propia producción y también durante la formación y transmisión a las generaciones más jóvenes.

Destacaré en esta oportunidad sucintamente algunas cuestiones que han sido objeto de interés especial para Althabe, sobre las que recurrentemente vuelvo, recuperando la riqueza de su análisis. Interesado en redefinir el rol y la posición del antropólogo, Althabe focaliza en ese espacio comunicacional, de intercambios que comprometen al antropólogo y los sujetos en la situación de campo. Considera a ese proceso fundador, en tanto punto de partida de la investigación antropológica y de la producción del conocimiento. En esa instancia el investigador se ve construído como un otro y un nosotros alternativamente, en un juego en el que deberá acortar y alargar la distancia con los sujetos/objetos, en un doble movimiento de aproximación y alejamiento. Contrariamente a la pretendida neutralidad que postulan las posturas positivistas, la ilusoria invisibilidad del investigador en la situación de campo, Althabe sostiene la necesidad de la implicación en el mismo, considerándola el marco infranqueable de la producción del saber, que hará viable que el antropólogo pueda ser aceptado en ese juego social que le es ajeno. Implicación es involucramiento, contextualizado por la presencia, variables biográficas, calificada por el sesgo ideológico, ideacional del investigador, que viabilizará que éste sea constituido como actor en un juego de inclusión/exclusión, en el universo que pretende estudiar, cuyas reglas y lógica aspira a comprender y comunicar, trámite no exento de tensiones, conflictos y contradicciones.

Desde la perspectiva del investigador entonces, la distancia es una forma de recuperar la autonomía y no quedar adscripto a la lógica del mundo nativo. La tentativa de comprender el objeto y la conciencia de escisión resulta conflictiva para el antropólogo que oscila entre mantener una prudente lejanía que permita valorar lo que sucede o bien involucrarse en la investigación como situación total. El rol es complejo en tanto debe mediar con los impulsos que lo llevan a aproximarse o a tomar distancia de sus interlocutores, considerando simultáneamente aspectos que lo acercan a quienes se dirige para el logro de su búsqueda y aquellos que lo diferencian de éstos, sobre los que se funda con frecuencia el propósito de la investigación. En esa pugna del investigador para ingresar a una situación que es previa a su presencia, los actores sociales mantienen una actitud activa en la que construyen al investigador alternativamente desde la alteridad y la semejanza, reubicandolo constantemente en distintas locaciones de la escena, independientemente de las alianzas que aquél haya o no establecido, muchas veces asignándole identidades nuevas, configuradas desde la perspectiva local.

Me interesa señalar que la frecuente asociación del antropólogo con la autoridad o la asimetría en la relación con los sujetos que estudia, ha ocultado su vulnerabilidad en la situación de campo, la dificultad de sostener una posición, en tanto ésta es redefinida constantemente por aquellos durante su participación en el juego social que los compromete. Es difícil insertarse en una comunidad, presentarse, decir qué hace y quién es uno. Nuestros interlocutores necesitan saber quienes somos. La aceptación y el consentimiento de éstos deberá ser renovado diariamente durante el desarrollo de la investigación. El desempeño en el campo es muy complejo. Es difícil establecer a priori cuales son las mejores o peores elecciones, estándares, criterios y normas a seguir.

La interacción antropólogo/interlocutores implica un ejercicio de negociación mutua de los sentidos que se producen en los encuentros, el investigador debe estar atento a no preconstruir ni a los otros, ni a los acontecimientos, a no establecer relaciones que supongan un recorte arbitrario del objeto, dotándolo de sentido a partir de perspectivas parciales, explicando el todo desde las partes. Althabe sostiene el valor de ampliar la mirada etnográfica hacia un posicionamiento más abarcativo, reconocer que los sujetos interactúan en múltiples dimensiones sociales. Admitir la pertinencia de un objeto de investigación multisituado y móvil, donde los temas, significados culturales, identidades circulan en ámbitos diferenciados entre los cuales se pueden establecer asociaciones, conexiones, intercambios, revisar límites, fronteras.

Comprender entonces las condiciones en las que se producen los intercambios entre el investigador y los sujetos en el acto comunicacional que tiene lugar durante los encuentros, es una vía útil para clarificar aspectos vinculados a la especificidad disciplinaria –que pretende un conocimiento desde adentro–, y para afianzar las distintas etapas de la investigación en las que se deberá trascender ese tipo de saberes.

Quisiera cerrar este texto volviendo a la presencia de Althabe entre nosotros, recordando su última visita en el invierno del 2004 a Buenos Aires. Varios compañeros compartimos con él un almuerzo distendido en un local vecino a la facultad. Como siempre él escuchó atento nuestras vicisitudes, contó sus novedades y proyectos. Recuerdo que su despedida fue larga; en mi impresión, antes de partir intentaba retener, hacer perdurar, aquella última imagen de los colegas del sur.

“Y el trabajo de campo donde está...?”. Un recuerdo: punto de inflexión en mi formación.

Mónica Lacarrieu

Facultad de Filosofía y Letras. Universidad de Buenos Aires. CONICET

Mis recuerdos sobre Gérard Althabe están atravesados por mis primeras incursiones en el campo de la antropología social y especialmente del trabajo de campo etnográfico. Sobre mediados de los ´80, una vez que la democracia retornó a nuestro país, muchos de nosotros iniciamos la carrera académica y al mismo tiempo comenzamos a construir el espacio de la antropología local. Por esos años, era una becaria de investigación de Conicet que formaba parte de un equipo más amplio vinculado en sus estudios a investigaciones sobre la antropología urbana. Mi investigación que con posterioridad se materializó en mi tesis de doctorado, se focalizaba en el problema de las disputas por la apropiación del espacio urbano en torno de los conventillos –en tanto bien material y simbólico– del barrio de La Boca en la ciudad de Buenos Aires. Es por aquéllos años en que Gérard comenzó a visitarnos con cierta frecuencia, y en cada una de sus visitas contribuyó al equipo de antropología urbana leyendo y analizando nuestros trabajos, o discutiendo premisas teórico–metodológicas.

Deseo, sin embargo, enfatizar en uno de los mejores recuerdos que me han quedado de la relación que establecimos por aquellos tiempos, y que impactó sobre mi trabajo y mi formación de manera especial. La sobreabundancia de monografías descriptivas empíricas que durante la dictadura nos vimos obligados a leer, cuando aún algunos éramos estudiantes de la carrera, en los primeros años de la apertura democrática nos condujo a colocar el énfasis –a veces sobreactuado– sobre los encuadres teóricos, más allá de que nuestra mirada antropológica se construyera en el campo empírico escogido. No obstante, recuerdo vívidamente conversaciones con colegas como Claudia Girola –quien con posterioridad partió a París para ser dirigida por el mismo Althabe– en las que nos preguntábamos qué hacer con la tensión que se producía entre una bibliografía poco ajustable a lo que observábamos en la“realidad” social y la riqueza del material que emergía de nuestros trabajos de campo. Y fue Gérard quien nos ayudó a repensar y a reflexionar sobre nuestra mirada cuando casi sorprendido por nuestros informes, trabajos o exposiciones un buen día nos inquirió con la siguiente frase: “Y el trabajo de campo donde está?...” a lo que siguió “queda claro que han leído, que han elaborado ampliamente una bibliografía... pero me pregunto: y el campo? ¿qué tienen para decirme de la gente con la que trabajan y de la etnografía que están desarrollando?”. Sus preguntas me inquietaron hasta el punto de dar vuelcos trascendentes en mi investigación, dejando que los saberes y las prácticas de los actores sociales se iluminaran, discutiendo incluso la propia bibliografía.

Gérard supo trasmitirme el sentir y el sentido de hacer antropología y de formarme como antropóloga en un campo que ha sido poco proclive a ser tratado por esta disciplina. Althabe fue quien pudo demostrarme que los problemas urbanos también pueden convertirse en “objetos etnologizables”.

Algunos de los tesistas dirigidos por Gérard Althabe

Enfoques etnológicos de la migración coreana en Buenos Aires

Carolina Mera

Directora del Instituto Gino Germani, Facultad de Ciencias Sociales, UBA

Carolina Mera desarrolló una investigación sobre la Migración Coreana en Argentina como tesis doctoral dirigida por Gérard Althabe en la EHESS. Estudió la red de relaciones establecidas entre los residentes coreanos en Argentina como en un espacio simbólico donde adquiere particular relevancia la formación de barrios (en particular Once y Flores) y espacios urbanos signados por marcadores culturales. Estas problemáticas fueron abordadas desde el enfoque propuesto por Althabe, con centro en los canales de comunicación y en el barrio como red de producción simbólica y no en los actores ni espacios territorializados. La reflexión acerca de algunas dimensiones que intervienen en la relación que establece el grupo de residentes coreanos con los diferentes grupos que componen la sociedad Argentina permitió, por una parte, comprender la lógica de intercambio que se establece entre los actores. Por otra parte, la inserción de la comunidad coreana en la sociedad Argentina y su contacto con múltiples grupos sociales, requirió de un análisis que abordara el desplazamiento migratorio y la etapa de instalación como un fenómeno complejo, dando cuenta de sus características materiales y simbólicas.

En Argentina el discurso hegemónico que exige la asimilación de las minorías culturales tiende a remarcar las diferencias, las situaciones de conflicto o aquellos puntos que infringen las normas culturales dominantes. El discurso que construye a los coreanos negativamente se basa en estereotipos fuertemente instalados por los discursos políticos y mediáticos. En una primera etapa, Mera estudió la llegada e instalación de la Colectividad Coreana en Argentina. Realizó trabajo de campo en Buenos Aires entre personas de origen coreano, participaran o no de asociaciones comunitarias, o lo hicieran muy ocasionalmente, abarcando ambos sexos, diferentes grupos etarios, y dando fundamental importancia al año en el llegaron al país. Otra etapa del trabajo de campo fue realizada en Seúl, Corea (1998–1999), donde se realizaron entrevistas a jóvenes de origen coreano que hubieran vivido más de 5 años en Argentina y que por una razón u otra hubieran regresado para establecerse en el país de origen o el de sus padres. En su globalidad, el trabajo de campo, se llevó a cabo durante el período 1992–2000. Finalmente, Mera analizó las narrativas de 18 filmes presentados en el ciclo de Cine Coreano organizado por el Centro George Pompidou, en París, del 20 de octubre al 21 de febrero de 1994, así como de otros filmes de origen coreano exhibidos en número creciente en los festivales de cine independiente que se desarrollan anualmente en Buenos Aires.

El trabajo que la perspectiva de Gérard Althabe orientó, buscó superar los límites de sentido impuestos por la categorización que el imaginario social adjudica al grupo de residentes coreanos, con el fin de evitar la cristalización de fronteras simbólicas a partir de las diferencias, fronteras que solo contribuyen a legitimar los procesos de exclusión del grupo en cuestión y a fomentar discursos xenófobos y racistas.

Barrios cerrados

Ana Murgida

Facultad de Filosofía y Letras, UBA

Bajo la dirección de Gérard Althabe, Ana Murgida ha realizado estudios en los espacios residenciales de la Provincia de Buenos Aires comúnmente denominados barrios cerrados. Convertidos en Argentina en un fenómeno en crecimiento constante, estas urbanizaciones, protegidas mediante sistemas de seguridad privados, constituyen desde la década de 1990 una nueva manera de poblar la periferia urbana metropolitana, calculándose que existen ya unos 400 emprendimientos inmobiliarios, que ocupan 320 kilómetros cuadrados y en los que habitan al menos 500.000 residentes.

Las relaciones mercantiles dominan el discurso de los promotores de venta, frente a quienes son posibles compradores de terrenos o casas, pero este discurso y las interacciones parecen alejarse de lo material para centrarse en la atribución de valores positivos a la “seguridad” y la “naturaleza”. Ambas aparecen en primer plano en la comunicación, como marco ascético que posibilitará el desarrollo de un cambio de estilo de vida. En la conceptualización prevaleciente, la naturaleza deviene un sustantivo –objeto deseado y“bien escaso” en la ciudad– y al mismo tiempo un adjetivo que califica positivamente la vida cotidiana, a desenvolverse en un paisaje armonioso y ordenado. Un“nuevo estilo de vida en contacto con la naturaleza” hasta ahora asociados a los sectores sociales tradicionalmente jerarquizados se pone al alcance de grupos sociales no tan altos, que abandonan “la ciudad” para convertirse en propietarios en un barrio cerrado de la periferia metropolitana. Tentados de reemplazar sus antiguas amistades por relaciones con los vecinos, se imaginan constituyendo una nueva sociabilidad, de modo que las elecciones de los “compradores” valorizan la proximidad geográfica de los emplazamientos con locus jerarquizados, a pesar de coincidir frecuentemente con alrededores precarios.

Dado que la mayor parte de los trabajos etnográficos que han tomado esta temática hacen referencia a las serias dificultades que implica llevar adelante en casos como este un trabajo de campo “tradicional”, la dirección de Althabe orientó a Murgida a tomar distintas estrategias, realizar visitas aleatorias, camuflarse a veces, legitimar explícitamente el papel del antropólogo otras, de modo de poder reflexionar acerca de la manera en que el trabajo de terreno mismo se constituye en espacio–tiempo de construcción de conocimiento, en el que la observación y la participación son “momentos” constitutivos del dispositivo de estudio.

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