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Cuadernos de antropología social

On-line version ISSN 1850-275X

Cuad. antropol. soc.  no.25 Buenos Aires Jan./July 2007

 

Violencia sexualizada en tiempos de guerra: discursos hegemónicos y orden de género *

Ruth Stanley **

Traducción: Mariana Sirimarco ***

* Conferencia organizada por la Sección de Antropología Social (ICA, FFyL, UBA) el día 6 de abril de 2006.

** Doctora en Ciencias Políticas. Docente e investigadora del Instituto de Ciencia Política, Universidad Libre de Berlín, Alemania. Dirección electrónica: rstanley@zedat.fu-berlin.de.
*** Doctora en Antropología UBA. Investigadora del Conicet.

"Tu vas a Afganistán, tienes hombres que han estado golpeando a sus mujeres
durante cinco años porque no usaban velo... Sabes, a hombres como esos
no les ha quedado ninguna hombría. Entonces es condenadamente divertido dispararles." 1

Teniente General James Mattis
Oficial al mando del Combat Development Commando
del Cuerpo de Marina Norteamericano

Resumen

La violencia sexual durante la guerra se ha vuelto, en años recientes, un tópico ampliamente tratado en los medios de comunicación dominantes. La mayoría de las feministas han celebrado esto como el éxito de las especialistas y activistas feministas, cuyo trabajo -se alega- ha finalmente logrado atraer la atención sobre este serio problema. Contra esta perspectiva, el presente artículo argumenta que la violencia sexual durante la guerra siempre ha sido visible y forma un topos central de la propaganda en tiempos de guerra. La cuestión importante no es, justamente por esto, si tales actos son visibles sino cómo son enmarcados. Los discursos feministas dominantes en Europa, especialmente aquellos que se centran en la violencia sexual en las guerras de Yugoslavia, revelan una continuidad llamativa con discursos anteriores que representan la masculinidad del Otro como una masculinidad desviada, en contraste con la masculinidad "varonil" y protectora del propio colectivo (nación, grupo étnico). Los discursos feministas sobre la violencia sexual en la guerra que solicitan la intervención militar para proteger los derechos de las mujeres fracasan en reflejar el rol de las instituciones militares como el locus esencial donde la masculinidad hegemónica se construye, son además directamente funcionales a las políticas de intervención y carecen de cualquier medio para distanciarse ellos mismos del militarismo paternalista.

Palabras Clave: Violencia sexual, Guerra, Masculinidad, Orden de género, Feminismo

Abstract

Sexual violence in war has, in recent years, become a topic widely treated in mainstream media. Most feminists have celebrated this as the achievement of feminist scholars and activists whose work, it is alleged, has finally succeeded in drawing attention to this serious problem. Against this view, the present article argues that sexual violence in war has always been visible and forms a central topos of wartime propaganda. The important issue is not, therefore, whether such acts are visible, but how they are framed. Mainstream feminist discourses in Europe , especially those that focussed on sexual violence in the wars in Yugoslavia , reveal a striking continuity with earlier discourses that represent the masculinity of the Other as a deviant masculinity, in contrast to the "manly", protective masculinity of one's own collective (nation, ethnic group). Feminist discourses on sexual violence in war that call for military intervention to protect women's rights fail to reflect on the role of military institutions as the essential locus where hegemonic masculinity is constructed, are directly functional to the politics of intervention, and lack any means of distancing themselves from paternalist militarism.

Key Words: Sexual Violence, War, Masculinity, Gender Order, Feminism

Resumo

A violência sexual durante a guerra tem sido, em tempos recentes, um assunto amplamente tratado pela mídia hegemônica. A maioria das feministas celebra essa visibilidade do tema como se fosse conseqüência do sucesso das especialistas e ativistas feministas, cujo trabalho teria conseguido, finalmente, atrair a atenção para esse sério problema. Contra essa perspectiva, neste artigo argumenta-se que a violência sexual durante a guerra sempre foi visível e conforma um dos topos centrais da propaganda bélica. Porém, o ponto importante não é se esses atos são visíveis, mas sim como eles são apresentados. Os discursos feministas dominantes na Europa, especialmente aqueles que focalizam na violência sexual nas guerras da Iugoslávia, revelam uma continuidade flagrante com discursos anteriores que representam a masculinidade do Outro como uma masculinidade desviada, contrastante com a masculinidade "viril" e protetora do coletivo próprio (nação, grupo étnico). Os discursos feministas sobre a violência sexual na guerra, que reclamam a intervenção militar para proteger os direitos das mulheres, fracassam porque não apontam para o rol das instituições militares como o locus essencial onde a masculinidade hegemônica se constrói. Esses discursos são, portanto, diretamente funcionais às políticas de intervenção e não conseguem se distanciar de um militarismo paternalista.

Palavras-chave: Violência sexual, Guerra, Masculinidade, Ordem de gênero, Feminismo

Introducción

En 1995, la feminista especializada en relaciones internacionales Marysia Zalewski publicó un artículo en International Affaires titulado "Well, what is the feminist perspective on Bosnia? [Bien, ¿cuál es la perspectiva feminista en Bosnia?]" (Zalewski, 1995). Existe, declara, tanto una respuesta fácil como una respuesta difícil a esta pregunta. Comencemos por la que es, para Zalewski, la respuesta fácil: "La respuesta fácil es observar lo que les está pasando a las mujeres en Bosnia". En tanto perspectiva feminista, ésta no llega demasiado lejos: ¿ cómo deberíamos nosotros analizar la situación de las mujeres en la guerra? ¿Qué conclusiones deberíamos sacar de observar "lo que les está pasando a las mujeres en Bosnia" o, de manera más general, del hecho de que "las mujeres sufren en específicas formas de género en tiempos de guerra"? Dado que la violación sistemática por parte de los partidos enfrentados en Bosnia-Herzegovina fue ampliamente divulgada por analistas y medios de comunicación dominantes, poner el foco en "qué les está pasando a las mujeres" no es ciertamente una distinción exclusiva de las aproximaciones feministas explícitas.

Esta "respuesta fácil", como la llama Zalewski, se inserta inmediatamente en "la difícil", la que llama la atención no sobre la singularidad de los eventos durante la guerra en Serbia, sino sobre la omnipresencia de la violencia contra las mujeres en la guerra. Zalewski señala que "la cobertura extendida de la violación de mujeres bosnias por soldados serbios falla en presentarlo como algo excepcional ". De hecho, tal como advierte la feminista especializada en derecho internacional, Christine Chinkin, "la realidad es que la violación y el abuso de mujeres en conflictos armados tiene una larga historia" (1994:2).

Las respuestas fácil y difícil de Zalewski son, en cierto sentido, absolutamente contradictorias. La primera (al menos por implicación y en contraste con la otra) opera enfatizando la naturaleza singular de las atrocidades serbias; la segunda insiste en la omnipresencia de la violación y la violencia sexual en conflictos armados y, por ende, en la normalidad de la violencia sexual durante la guerra. Sorprendentemente, ninguna de las interpretaciones esbozadas por Zalewski siquiera insinúa a la violencia sexual como una práctica social en tiempos de paz que refleja y refuerza desigualdades subyacentes en las relaciones de género y que encuentra expresión específica en situaciones de conflicto armado. Ésta es una omisión llamativa, dado que la especialista feminista en el campo de las políticas internacionales ansía aportar comprensiones nuevas a la disciplina y, a través de esto, expandir significativamente el alcance del campo, ligando las altas políticas de seguridad y diplomacia a los asuntos de política interior, los asuntos domésticos y los análisis de las relaciones de género socialmente construidas (Tickner, 1992; Enloe, 1989).

Zalewski no está sola al argumentar que el atraer la atención sobre la difícil situación de las mujeres en conflictos armados representa un logro novedoso de los estudios feministas. En una vena similar, Rhonda Copelon ha afirmado que "antes de los 1990s, la violencia sexual en la guerra era, con raras excepciones, en buena parte invisible" (Copelom, 2000:220). En esta lectura, la contribución específica de los estudios y el activismo feminista ha sido atraer la atención sobre el fenómeno de la violencia sexual en conflictos armados.

Contra esta perspectiva, que celebra el logro de los estudios y el activismo feminista en haber vuelto visible la violencia sexualizada contra las mujeres en la guerra, supuestamente por primera vez, este artículo argumenta lo contrario. En primer lugar, como ha quedado dicho, la violencia sexual durante la guerra ha sido siempre, en cierto sentido, altamente visible. De manera más general, las costumbres sexuales del Otro han servido siempre como un modelo negativo en contraste con el cual las ideas de masculinidad representadas por -y representativas del- propio colectivo pueden ser presentadas como positivas. Todo aquello que el Otro masculino representa es, implícitamente, distinto de -y opuesto a- los ideales y las prácticas de la masculinidad representada por el propio colectivo. Así, las declaraciones discursivas que singularizan "la violación de las mujeres bosnias por los soldados serbios" (Zalewski, 1995), lejos de representar la contribución especial de los análisis feministas guarda, de hecho, una semejanza notable con el antiguo topos de la masculinidad barbárica del Otro, y por ende también con los que pueden ser llamados los usos tradicionales de "la violación por el Otro como escándalo" en la propaganda en tiempos de guerra. La pregunta no es si podemos ver la violencia sexual durante la guerra sino cómo la vemos, a qué significado se la adscribe, y cómo conceptualizamos el nexo entre la violencia sexual en la guerra y en la paz.

En segundo lugar, y en estrecha relación con el primer punto, quiero discutir que la alegada "respuesta difícil" que Zalewski da a la pregunta "¿cuál es la perspectiva feminista en Bosnia?" representa una singularización más, aunque de una naturaleza diferente. La afirmación "la violación y el abuso de mujeres en conflictos armados tiene una larga historia" es, sin dudas, verdadera, y nada más. Pero es altamente cuestionable al punto de que implica la singularidad de la violación en tiempos de guerra, sugiriendo, por omisión, que la violación y el abuso de mujeres en lo que es catalogado como "tiempos de paz" no tiene una larga historia, o que la violación en tiempos de paz es, de alguna manera, un fenómeno totalmente distinto.2 Contra esta perspectiva, argumento aquí que la violación en tiempos de guerra, y más particularmente su representación, es un fenómeno que tiene mucho o más que ver con la función ordenadora de la guerra que con su función desorganizadora. Ruth Jamieson ha argumentado que, contra la visión presentada por Durkheim y otros respecto de que la guerra y la revolución inevitablemente conducen a un estado de falta de normas y desorganización social, al menos " algunas guerras -lejos de producir un sentido de 'normalidad'- pueden conducir a un estado de hiper-disciplina (tanto militar como civil), implicando la promulgación de miles de nuevas regulaciones legales, exhortaciones ideológicas al deber y al sacrificio aun más estridentes, y acusaciones de traición, incumplimiento, etc" (Jamieson, 1998:482-483). La guerra también puede ser vista como un factor que acelera y refuerza la corriente de los eventos sociales, como Jamieson señala también, citando como ejemplo el desarrollo del Estado de Bienestar. Otro ejemplo más que viene a la mente es el nacimiento de la Gran Ciencia sponsoreada por el estado en el crisol de la guerra, con el Proyecto Manhattan para construir la primera bomba atómica como el ejemplo más temprano de tales programas inducidores de guerra, ejemplo que dejó una huella permanente en la organización de la ciencia y la tecnología. Jamieson también señala los efectos de la guerra en acelerar los cambios en la división de género del trabajo, pero este efecto innegable es generalmente seguido de un contragolpe, dado que el trabajo femenino ya no es requerido como un sustituto del trabajo del hombre. No es una coincidencia que Rosie the Riveter [Rosie, la remachadora]3 fuera sustituida por el ama de casa suburbana mortalmente aburrida de 1950s, cuyo malestar fue analizado en The Feminist Mystique [ La mística feminista ] de Betty Friedan. Sin embargo, es cierto que la guerra está acompañada, tal vez universalmente, por una expresión intensificada del orden de género.4

Estos dos aspectos están íntimamente relacionados, en el sentido de que la adscripción de los actos de violencia sexual hacia el Otro, en tanto expresiones de una masculinidad extranjera y aberrante, evidentemente sirve para reforzar el orden de género. Lo hace al menos de tres modos. Primero, al construir discursivamente la violencia sexual contra las mujeres como una práctica asociada, de manera característica, con el Otro, legitimando así el orden de género (implícitamente no violento) que rige en la propia comunidad. Segundo, al reforzar el rol protector del hombre contra otros predadores masculinos. Y tercero, como la culminación de este rol protector al legitimar el uso de fuerzas militares en defensa de las mujeres desprotegidas y sometidas a la aberrante masculinidad del Otro.

Ilustraré estos puntos observando, en primer lugar, la continuidad de las representaciones de la violencia sexual durante la guerra. Propondré, entonces, algunas sugerencias sobre la función de imputación de otredad [othering]5 en el abuso sexual para la reafirmación del orden de género dado. Incluiré en esta discusión una reflexión acerca de la continua invisibilidad de la violencia sexual contra los hombres en tiempos de guerra.

La continuidad de las representaciones de la violación y la Nación

Me centraré aquí en el debate originado en los medios de comunicación de Francia durante la fase temprana de la Primera Guerra Mundial, en relación a las atrocidades sexuales alemanas y la apropiada respuesta francesa a ellas. Me acerco aquí al estudio de Ruth Harris (1993), concentrándome en este episodio porque revela ciertas similitudes llamativas con el debate posterior acerca de las atrocidades sexuales en la guerra de Yugoslavia y porque anticipa, de hecho, muchas representaciones posteriores, incluyendo aquellas presentadas desde un punto de vista que se auto-declara feminista.

La investigación de Harris analiza un debate bastante breve pero intenso acerca de los actos de violencia perpetrados por los soldados alemanes al principio de la Primera Guerra Mundial. En contraste con la perspectiva que indica que la violencia sexual durante la guerra sólo se vuelve visible en los 1990s, gracias a los esfuerzos pioneros de los estudios y el activismo feminista, podemos observar que las acusaciones de las prácticas sexualmente violentas del Otro eran un lugar común en la propaganda de la Primera Guerra Mundial, a tal punto que Harold Lasswell, uno de los primeros cientistas políticos en interesarse en el estudio sistemático de las técnicas de propaganda, pudo resumir la propaganda de atrocidades de la Primera Guerra Mundial del siguiente modo:

"El enemigo es atrozmente cruel y degenerado en su conducta de la Guerra. Una regla útil para despertar el odio es, si en un principio ellos no se encolerizan, echar mano de una atrocidad. El acento puede estar usualmente colocado sobre el sufrimiento de las mujeres, los niños, la gente mayor, los sacerdotes y las monjas, y sobre las enormidades sexuales. Estas historias arrojan una oleada de indignación contra los diabólicos perpetradores de estos oscuros actos, y satisfacen ciertos impulsos poderosos y ocultos. Una joven mujer, violada por el enemigo, produce una satisfacción secreta en una hueste de violadores indirectos del otro lado de la frontera. De allí, tal vez, la popularidad y la omnipresencia de tales historias" (Lasswell, 1927:81-82).

Lasswell alude a este abordaje en términos de "Satanismo", la representación del enemigo como satánico. No me ocupo aquí de la explicación de Lasswell respecto de por qué tales versiones proliferaban, sino de la observación de que se habían vuelto tan omnipresentes como para provocar esta respuesta aparentemente cínica. Como algunos comentaristas han señalado, los pacifistas años veinte y treinta, cansados de la guerra, fueron generalmente escépticos respecto a los reclamos de la propaganda de guerra, asumiendo que casi todas las afirmaciones eran exageraciones, si no lisa y llanamente fabricaciones. En el caso de los informes oficiales sobre las atrocidades alemanas en Francia durante la Primera Guerra Mundial, debe ser notado que estudios históricos más recientes han confirmado muchos de los reclamos hechos contra el ejército alemán, corroborándolos, por ejemplo, con evidencia tomada de los diarios personales de soldados alemanes. Sin embargo, mi interés -como el interés de la investigación que aquí resumo- no descansa sobre los crímenes reales perpetrados, sino sobre las representaciones de violación y fecundación que ellos generaban.

Harris plantea la pregunta pertinente: ¿por qué "las narrativas de las mujeres se perdían en un fárrago de textos, documentos e imágenes que tendían a transformar y dramatizar sus historias"? ¿Por qué, en otras palabras, había "una preocupación tan establecida e intensa por las metáforas de violación en tiempos de guerra"? (Harris, 1993:174-175). Ella argumenta que la victimización real de las mujeres ha sido transformada en la representación de una nación femenina violada pero inocente, resistiendo los ataques de un agresor masculino brutal. En otras palabras, no es el sufrimiento de la mujer individual lo que estaba al frente del debate, sino el significado simbólico de tales actos para la idea de la integridad nacional -el mismo énfasis fue repetido en muchos debates posteriores acerca de la violencia sexual en Bosnia. Pero tal vez el paralelismo más llamativo entre el tratamiento de este punto en Francia durante la Primera Guerra Mundial y el debate alrededor de las mujeres sometidas a la violencia sexualizada durante la Guerra de Bosnia es la atención colocada en las hordas de niños esperados como el producto de la violación enemiga y su efecto en la identidad y la integridad racial de la nación. En otras palabras, la atención se centró no en las experiencias traumáticas de mujeres individuales sometidas a ataques de violencia sexual, sino en las consecuencias de esta violencia para la identidad nacional colectiva. En ambos casos, había claramente una idea generalizada de que los "hijos de los bárbaros" - les enfants du barbare , como fueron designados en los debates contemporáneos en Francia- serían niños varones y prima facie representarían la raza del fecundador, no la de la madre. Fueron entonces vistos como cuerpos extranjeros contaminando la pureza nacional. En Francia tuvo lugar un acalorado debate acerca de la respuesta colectiva apropiada a tales embarazos, con ciertos comentaristas solicitando el aborto para liberar a la raza francesa de la mácula de la sangre alemana, mientras otros argumentaban que el valor católico de la maternidad -parte esencial de la identidad nacional francesa- debía triunfar, y que el amor maternal francés transformaría a tales niños en verdaderos representantes de la nación francesa. A ninguna de las partes del debate le importaba ni el bienestar de la mujer embarazada ni el del niño (todavía no nacido), sino que les importaba la integridad de la identidad nacional. La atrocidad estaba perpetrada, según su comprensión, no tanto contra las mujeres individuales como contra Francia misma.

figura 1

Una vez que hubo sido encontrada una solución burocrática para manejar al "hijo del bárbaro", las mujeres que habían sido violadas desaparecieron completamente del debate colectivo, mientras que los niños nacidos de ellas se volvieron literalmente invisibles, dado que la solución consistía en criarlos en orfanatos en París, equipados estos niños con certificados de nacimiento falsos y con sus verdaderas identidades totalmente borradas.

Como he sugerido, el debate en Francia en 1914-1915 conlleva algunos paralelismos extraños con las representaciones acerca de la violación durante la guerra realizadas tanto por los comentaristas políticos y por los medios de la corriente dominante no-feminista, como por los especialistas y activistas que escribieron desde un punto de vista que se reconocía feminista. Para evitar malos entendidos: no había y no hay un solo "punto de vista feminista" sobre las guerras en la antigua Yugoslavia; por el contrario, hay una amplia y muy rica literatura que analiza de manera específica la violencia sexual contra las mujeres en ese conflicto, y que representa una plétora de perspectivas ampliamente diferenciales. No es mi intención aquí intentar resumir esta literatura. Mi interés se centra en un punto de vista particular entre muchos otros. Considero que este enfoque está justificado por la inquietud que puede provocar, tanto como por la casi hegemonía que consiguió -podría afirmarse- dentro de los círculos feministas en este país al momento de la guerra en Bosnia, al mismo tiempo que resonaba fuertemente con actores políticos influyentes. La lectura de los eventos que analizo, asociada a nombres tales como el de la periodista Alexandra Stiglmayer, el del periódico feminista Emma , y el de la líder del grupo alemán Mujeres por la Paz y posterior miembro del Parlamento Europeo por el Partido Verde, Eva Quistorp, tuvo un impacto tremendo en los medios de comunicación y entre los grupos de mujeres en Alemania (Kappeler et al., 1994).6 Los aspectos más centrales de esta interpretación eran los siguientes. En primer lugar, dicha interpretación se centraba casi exclusivamente en la violencia sexual como un crimen de los hombres serbios contra las mujeres (musulmanas) bosnias. En la medida en que los crímenes sexuales de otros grupos étnicos sí eran admitidos, éstos eran leídos de manera diferente. La violencia sexual fue construida discursivamente entonces como un asunto de nacionalismo e identidad nacional, como en Francia durante la Primera Guerra Mundial. En segundo lugar, enfatizaba las consecuencias de la violación, no para las mujeres individuales que habían sido victimizadas, sino para el colectivo. La representación de la violación como el destino del colectivo -en este caso el incipiente estado de Bosnia Herzegovina, construido como una mujer desprotegida brutalmente atacada por un agresor masculino (serbio)- fue expresada por el Embajador de Bosnia en las Naciones Unidas, Muhamed Sacirbey, en un discurso en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas el 24 de Agosto de 1993:

"Bosnia y Herzegovina está siendo objeto de una violación colectiva. No aplico levemente la analogía de la violación colectiva a la crisis de la República de Bosnia y Herzegovina. Como sabemos, la violación sistemática ha sido una de las armas de esta agresión contra las mujeres bosnias en particular" (citado en Hansen, 2001).

Menos sorprendente que esta invocación simbólica, por parte del Embajador de Bosnia, de una violación colectiva contra el cuerpo de una joven nación, es el hecho de que esta interpretación fuera fuertemente apoyada por feministas occidentales que pedían la intervención militar de Occidente para poner fin a los actos que eran representados como exclusivos de un solo bando en la guerra (Stiglmayer, 1993). La representación del carácter especial de los actos serbios de violencia sexual incluía la afirmación de que el uso de la violación en la guerra para causar una fecundación forzada constituía una invención única en la historia de la guerra. Un autor afirmó que "ni siquiera los Nazis llegaron a inventar un modo de transformar el proceso de gestación en una arma de aniquilamiento" (Allen, 1996:91). A tal punto que cuando se admitió que también las fuerzas croatas y bosnias habían cometido violaciones, éstas fueron clasificadas como "esporádicas" y "espontáneas" más que como intencionales (Cohen, 1996:53). Como Hansen argumenta, la yuxtaposición de la violación "intencional serbia" y de la violación "espontánea bosnia" implica una actitud de acomodamiento hacia las así llamadas violaciones "espontáneas" -el término implica que estas últimas ocurren como resultado de instintos sexuales masculinos incontrolables y explica y legitima las violaciones de las fuerzas del gobierno bosnio en referencia a esta construcción. Desde el punto de vista de la víctima, de seguro no hace ninguna diferencia si la violación es entendida como intencional o estratégica, o como espontánea y en cierto sentido "privada" (Kappeler, 1994).

Un tercer paralelismo con el debate anterior en Francia está referido a los "hijos de los bárbaros" -en el último caso, estos fueron entendidos como "pequeños Chetniks"7 impuestos en mujeres no serbias. En una crítica devastadora respecto de las interpretaciones auto-declaradas feministas sobre la violencia sexual en la guerra de Bosnia, Susanne Kappeler (1994:46) sintetiza la posición de Stiglmayer y otras al declarar:

"Las mujeres han contribuido a un análisis de la violación que posa el problema no en la violación de las mujeres, sino en la nacionalidad del violador y en la nacionalidad del feto que ella posiblemente lleve. Es éste un análisis que implica que estas mujeres no quieren a esos niños porque son "niños serbios" y no porque ellas están embarazadas como resultado de una violación. Un análisis, aun más, que adopta una definición de nacionalidad de acuerdo a la cual la nacionalidad del niño está determinada por la nacionalidad del padre biológico. Ellos son "niños serbios", no, por ejemplo, los hijos de mujeres musulmanas bosnias (que el hijo de un Chetnik sea un varón y un Chetnik es indiscutible). Esta es una visión que, todavía más, hace aun más difícil para estas mujeres -tanto para las que están obligadas a soportar a sus hijos como para aquellas que deciden tenerlos- el aceptarlos como suyos y el obligar a otros a respetar esta aceptación".

La representación del sufrimiento femenino individual como la "violación colectiva" de la República de Bosnia Herzegovina, el énfasis en el "hijo del bárbaro" y su efecto contaminante en la integridad nacional, llevó a las feministas occidentales que leían la violación en Bosnia según estos términos a demandar la solución que fue planteada, pero no finalmente adoptada, en Francia durante la Primera Guerra Mundial: el aborto masivo, supuestamente la única solución que las mujeres mismas (¿todas ellas?) deseaban y la única manera en que podían ser ayudadas (Stiglmayer, 1993:4). Tal como en Francia, los deseos de las mujeres fecundadas en una violación no estuvieron en tela de juicio -la inquietud era por la pureza racial y cultural de la nación francesa-, como así tampoco lo estuvo la afirmación de las feministas occidentales acerca de que todas las mujeres en Bosnia deseaban el aborto, y que ésta era la única manera en que "nosotros" podíamos ayudar a homogeneizar las experiencias y reacciones de las víctimas femeninas de violaciones en Bosnia. Es interesante notar que, como en Francia, tanto las madres como los hijos han desaparecido de la escena desde entonces.8

Representaciones de género y violencia sexual: la reafirmación del orden y del orden de género en la guerra

Me centro ahora en el rol de las imágenes de género sobre la violencia en la guerra que reafirman el orden y el orden de género. Hago una distinción aquí entre "orden" y "orden de género" para subrayar que las representaciones de género en la guerra no sólo refuerzan el orden dado de género , sino que sirven asimismo para reforzar el orden en un sentido más general -el orden y las jerarquías dentro de culturas, naciones, estados. La identidad cobra sentido y adquiere significado sólo en relación a sus alternativas (Brown, 2001:129). Quiénes somos se define en referencia a quiénes no somos. La guerra y otras amenazas percibidas como externas a la comunidad ofrecen una ocasión para la re-afirmación tanto del orden jerárquico nacional como del orden jerárquico internacional.

El comportamiento sexual del Otro siempre ha implicado una visión negativa en contraste con las prácticas positivas locales. La especialista clásica Edith Hall ha examinado este proceso en un estudio titulado Inventing the Barbarian. Greek Self-Definition through Tragedy [ Inventando a los bárbaros. La autodefinición griega a través de la tragedia ] (Hall, 1991). Como el título indica, la "invención" del Otro bárbaro es necesaria para la auto-definición del colectivo. Aun cuando el interés de Hall es más amplio que un análisis de las representaciones de género, también le dedica cierta atención a éstas, y muestra que el varón bárbaro está representado como simultáneamente bruto, débil y lascivo -en contraste con la mesura y la auto-disciplina característica de la masculinidad griega. Este topos de masculinidad desmedida -demasiado sensual y demasiado brutal a la vez- reaparece en las representaciones de la masculinidad oriental, pero también en las representaciones del Otro masculino durante la guerra. 9

Las figuras 2, 3 y 4 ilustran la representación gráfica de la masculinidad aberrante del enemigo tal como era representada en la propaganda de guerra durante la Primera Guerra Mundial. La figura 2 representa a una joven mujer francesa pronta a ser violada por nueve soldados alemanes, todos representados como seres monstruosos, más animales que humanos, asemejándose a cerdos, simios o elefantes más que a hombres. La figura 3 muestra a un afectado soldado oficial feminizado, deleitado en los adornos femeninos que porta (de acuerdo al texto que acompaña la imagen, "nueve anillos de mujer y seis brazaletes"). La figura 4 representa a oficiales del ejército alemán como homosexuales, con las tres figuras de pie compitiendo por los favores del oficial sentado, que presentará su manzana al elegido como un signo de sus favores. La figura 5 es un producto de la propaganda alemana de la Primera Guerra Mundial, y ofrece un comentario gráfico acerca del uso de tropas de Senegal por parte de Francia. La enorme figura negra, desnuda, aferrando siete mujeres desprotegidas, representa el insaciable apetito sexual del varón Otro. Esta pieza de propaganda fue publicada con el título "Jumbo, el devorador de mujeres". Los dejos racistas son evidentes, como lo son también en la figura 6, propaganda de guerra de los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial, que muestra a un rapaz soldado japonés como un animal diabólico.

Figura 2

Figura 3

Figura 4

Figura 5

Figura 6

La imputación de otredad q ue conlleva la violencia sexual en la guerra o -como en la cita del comienzo- que conllevan las prácticas abusivas hacia las mujeres como una práctica singular característica del Otro, forma parte de la reafirmación del orden de género. Subraya la vulnerabilidad de las mujeres y su dependencia de protección por parte del hombre. Valida, así, la masculinidad protectora, y por lo tanto, la masculinidad militarizada. Iris Marion Young señala que "el hombre masculino galante enfrenta las dificultades y peligros del mundo para proteger a las mujeres del peligro. El rol de este hombre valeroso, responsable, virtuoso y "bueno" es el de protector. Los hombres buenos sólo pueden aparecer en su bondad si asumimos que los que acechan fuera de las tibias paredes familiares son agresores, los hombres "malos", que desean atacarlos" (Young, 2001:80). Young también argumenta que en razón de que el poder jerárquico de la cortesía utiliza un rostro bondadoso, "aquellos en su esfera de influencia pueden no notar la desigualdad que entraña" (Young, 2001:81).

La construcción de la masculinidad galante requiere entonces de una femineidad dependiente. La masculinidad brutalizada, tanto como la masculinidad dependiente, débil y homosexual, son en igual medida antitéticas a la construcción de la masculinidad protectora y cortés. Esto explica por qué el abuso sexual y la violación de hombres durante la guerra es casi invisible: la representación simbólica de los hombres, ya sea como perpetradores o como víctimas de violencia sexualizada contra hombres, resulta disfuncional al proyecto de construir una masculinidad protectora. Para retornar a la guerra en Bosnia: el Informe Final de la Comisión de Expertos de las Naciones Unidas (Informe Bassiouni) halló que los incidentes de violencia sexual contra los hombres eran generalizados. Las prácticas comunes incluían golpes a los hombres en los genitales, violación y ataque por medio de objetos extraños, castración y cercenamiento de testículos. El informe declara que estos crímenes habían sido perpetrados por todos los bandos en guerra, y que tenían lugar mayormente en los campos de detención. Algunas veces los ofensores eran los guardiacárceles, y otras veces los presos eran forzados a cometer actos de violencia sexual unos contra otros. El informe no deja dudas acerca de que hombres de todas las partes involucradas en el conflicto eran sometidos a una sistemática violencia sexual.

El cientista social croata Dubravka Zarkov ha planteado la pregunta de por qué esta violencia sexual contra los hombres, a diferencia de la violencia sexual contra las mujeres, ha permanecido, en el marco del mismo conflicto, largamente invisibilizada. El asunto casi no ha merecido menciones en los análisis académicos de la guerra y sus consecuencias, y fue escasamente mencionado en los medios de comunicación internacionales. En una reseña de los medios de prensa croatas y serbios en un período de dos años (noviembre de 1991 a diciembre de 1993), Zarkov no encontró mención de ningún ataque sexual a hombres en los medios serbios que recopiló, y sólo seis artículos sobre el tema en la prensa croata. Parte de la razón de esta falta de mención puede descansar en el hecho de que los hombres son más reticentes que las mujeres cuando se trata de testificar sobre la terrible experiencia de haber sufrido un ataque sexual. Pero Zarkov va aun más lejos, argumentando que la invisibilidad de los hombres que soportan violencia sexual está relacionada con la posición que ocupan la masculinidad y el cuerpo del hombre en los discursos nacionalistas sobre la etnicidad, sobre la constitución en nación y en estado. Muestra que en los pocos informes aparecidos en la prensa croata, los perpetradores fueron siempre identificados como serbios, mientras que las víctimas fueron siempre identificadas como musulmanas. La castración a través de la violencia sexual representa simbólicamente la castración de la nación y el estado -ambos, el perpetrador y la víctima, deben ser presentados como pertenecientes a otros colectivos. Los prisioneros musulmanes son representados como homosexualizados, débiles, afectados, mientras que "la imagen aparecida en la prensa croata del violador serbio, tanto de hombres como de mujeres, define la masculinidad del hombre serbio como significativamente diferente de aquella del hombre croata: la violación de hombres a manos de hombres define a los hombres serbios como pervertidos; la violación de mujeres a manos de hombres los define como primitivos" (Zarkov, 2001:79). Los croatas no figuran en ninguno de estos informes, aun cuando el Informe Bassiouni documente casos donde los hombres croatas fueron víctimas o perpetradores de ataques sexuales a hombres. Su invisibilidad en informes en los medios de comunicación "señala la importancia de posicionar un poder masculino heterosexual en el núcleo del Self étnico en los medios croatas" (Zarkov, 2001:80). En referencia al muy escaso número de informes producidos por los medios de comunicación locales sobre la violencia sexual de hombres contra hombres, Zarkov concluye que "es imposible esperar demasiada exposición de cuerpos de hombres sexualmente victimizados, en una cultura en que la masculinidad dominante es equiparada al poder y a la heterosexualidad. Así, mientras el hombre musulmán es construido como un Otro en la representación que los medios croatas hicieron del hombre víctima de los ataques sexuales, los códigos culturales comúnmente compartidos todavía plantean restricciones en cuanto a revelar demasiados cuerpos de hombres sexualmente mutilados, aun de hombres musulmanes." (Zarkov, 2001:81) Dada la invisibilidad de esta cuestión también en los medios de comunicación internacionales, uno puede preguntarse si los códigos culturales a los que se refiere Zarkov son tan específicos de los Balcanes, tal como sugiere o, antes bien, tienen una validez mucho más amplia.

Quisiera concluir esta breve sección sobre el rol de la violencia de género y de la imputación de otredad de la violencia de género en la reafirmación del orden, mencionando la guerra en Afganistán. No estoy sugiriendo que la guerra fue librada en defensa de los derechos de las mujeres, sino que el discurso de los derechos de las mujeres sirvió para legitimar la masculinidad militarizada. La afirmación de que "es condenadamente divertido dispararle a hombres que golpean a las mujeres" encapsula, de manera escalofriante, esta funcionalización de los derechos de las mujeres. Si el "es condenadamente divertido dispararles" sugiere una masculinidad problemática y embrutecida, las más de las veces asociada al Enemigo, esta actitud es inmediatamente compensada -al menos a los ojos del hablante- desde el momento en que se constituye en un ejemplo de masculinidad protectora y cortés que galantemente protege a las mujeres desprotegidas de los hombres primitivos. El tratamiento brutal del varón Otro respecto a las mujeres ahora le brinda no sólo un ejemplo de masculinidad inferior, sino que en cierto sentido lo deshumaniza -habiendo perdido la verdadera hombría, él aparentemente no merece vivir, y si es divertido dispararle es justamente a causa de esto: esto es lo que merece por "andar golpeando a las mujeres". El poder hegemónico militar es justificado en nombre de la justicia de género. En este aspecto, la guerra en Afganistán fue ruidosamente apoyada por la organización feminista estadounidense Feminist Majority [Mayoría Feminista], mientras que el 17 de Noviembre de 2001 Laura Bush "se transformó en la primera Primera Dama en dar el discurso radial que el Presidente acostumbra a dar los sábados por la mañana, el cual estuvo dedicado a condenar lo que ella llamó la guerra Talibán contra las mujeres y a justificar el esfuerzo bélico estadounidense como un esfuerzo para liberar a las mujeres afganas" (Young, 2002:86). En relación a los debates en Alemania alrededor de la guerra en Afganistán, Elizabeth Klaus y Susanne Kassel han analizado la función legitimadora de las representaciones de los medios de comunicación alemanes sobre las mujeres afganas en el período que precedió y siguió a la guerra en Afganistán, mostrando cómo el interés de los medios en la situación de las mujeres -según algunos informes todavía hoy escasamente diferente de lo que era bajo el régimen Talibán-, se disipó una vez que la guerra hubo terminado (Kassel y Klaus, 2007). Como Young (2002:86) hace notar, es inquietante que el llamado de atención respecto a la importancia de liberar a las mujeres funciona, aparentemente, justificando la guerra, y que la postura del "protector", adoptada por algunas feministas occidentales contra las violaciones de los derechos de las mujeres en otras partes del mundo, no se distancia, ideológicamente, del militarismo paternalista.

Conclusión

Las representaciones de la sexualidad aberrante del hombre Otro tienen larga data y forman parte del arsenal tradicional de la propaganda de la guerra. La representación de la violación masiva por fuerzas serbias durante la guerra en Yugoslavia, o el repentino interés de los medios de comunicación por la situación de las mujeres bajo el régimen Talibán en Afaganistán, encajan de lleno en este patrón. No es sorprendente que los medios dominantes y los comentaristas políticos enmarquen la violencia sexual contra las mujeres en términos de la sexualidad vil y barbárica del enemigo -esto es, como práctica de un Otro enemigo. Lo que es sorprendente es que las feministas occidentales adoptaran el mismo patrón y añadieran sus voces a aquellas que pedían la intervención militar en nombre de la protección de las mujeres. Es sorprendente asimismo que estas feministas hayan celebrado el "descubrimiento" de la violación en tiempos de guerra como su propio logro. Después de todo, el estudio clásico de Susan Brownmiller, publicado treinta años atrás, traducido a muchos idiomas y perfectamente conocido por las feministas en todo el mundo, ha documentado ampliamente la ubicuidad de la violencia sexual en la guerra. Si, por consiguiente, esta cuestión alcanzó tal importancia en los 1990s no fue porque las feministas hubieran finalmente triunfado en volverla visible por vez primera, sino porque la representación discursiva de la violencia sexual como característica del enemigo era directamente funcional a las políticas de la intervención militar. Las feministas que se opusieron a este marco discursivo fueron minoría, marginadas tanto por el discurso dominante como por las mujeres que pedían la guerra en Serbia o la guerra contra el Talibán a fin de proteger a las mujeres. Como es lógico, la cuestión de la violencia sexualizada contra las mujeres ya no tiene prominencia en la agenda pública. El período escasamente breve en el que el tópico resultó central al discurso político en Europa y los Estados Unidos -en el período anterior a la guerra de la OTAN contra Serbia y a la posterior invasión a Afganistán- no representó un logro del establecimiento de la agenda feminista, sino más bien la instrumentalización de los derechos de las mujeres para legitimar la guerra. Las activistas y especialistas feministas han fallado en reflexionar críticamente sobre su propio rol en la demanda de acción militar y en el consiguiente refuerzo, por ende, del orden jerárquico internacional.

Notas

1 Citado en Eric Schmitt, "General americano reprendido por comentarios acerca de la guerra". International Herald Tribune , 5-6 de Febrero de 2005, p.5.

2 La afirmación de Zalewki sería más apropiada, pero acarrearía implicaciones bastante diferentes, de haber omitido la frase adverbial "en conflictos armados". La afirmación "la violación y el abuso de mujeres tiene una larga historia" señala a las desigualdades fundamentales en las relaciones jerárquicas de género como una causa fundamental de la violencia sexual antes que a la descomposición del orden social como la "causa" de la violencia sexual en la guerra.

3 Rosie the Riveter fue el símbolo de las mujeres trabajadoras norteamericanas durante la Segunda Guerra Mundial. La derivación de los hombres hacia tareas militares y la necesidad de incrementar la producción industrial para sostener el objetivo armamentista condujeron al reclutamiento de mujeres como fuerza de trabajo. Así, las mujeres que trabajaban en las fábricas fueron denominadas Rosies (N. del T.).

4 Esto no significa, sin embargo, que su entrada al mercado laboral fuera una amenaza a la supremacía del hombre, dado que la jerarquía de género no fue de ningún modo subvertida.

5 El término original -en la acción verbal que comporta- es intraducible al español. En su sentido de definir y asegurar, de manera positiva, la propia identidad, a través de la estigmatización de un "otro", se ha optado por acercarse a esta significación a partir de la frase propuesta (N. del T.).

6 No es una coincidencia que las feministas alemanas fueran particularmente vociferantes. La guerra de la OTAN contra Serbia fue representada en los medios de comunicación y en los discursos políticos como una cruzada contra un "nuevo Hitler", contra un "nuevo Ausschwitz". El entonces ministro de Relaciones Exteriores de Alemania, Joseph Fischer, se empeñó en ese discurso que no sólo sirvió para justificar el uso de la fuerza militar contra un Estado soberano sin mandato alguno de las Naciones Unidas, sino también para de-singularizar las atrocidades cometidas durante el nazismo al sugerir que estábamos frente a algo idéntico.

7 Grupo nacionalista serbio que operaba clandestinamente durante la ocupación alemana de Yugoslavia en la Segunda Guerra Mundial. El término se utilizó posteriormente para aludir a las milicias serbias de la guerra civil en Yugoslavia.

8 Por esto no tenemos manera de saber cuántas víctimas de violación eligieron tener a sus hijos ni cuál fue su experiencia en sus comunidades como resultado de esto. La afirmación de que "la única cosa que las mujeres violadas quieren es el aborto" (Stiglmayer, 1993:4) resulta contradictoria con la declaración de una sobreviviente: "este hijo puede ser un bastardo, pero sea quien sea el padre, yo soy la madre. Haré todo lo posible por este hijo y por mi otra hija. No prestaré atención a mi marido si no quiere seguir adelante con esto, conseguiré un departamento pequeño y criaré a los niños lo mejor que pueda. Si fuera necesario, saldré a mendigar para comprar pan" (ARD Panorama 15/02/1993, citado en Kappeler, 1994:57).

9 Sobre el topos de la sexualidad brutal y lasciva en el orientalismo, ver Kabbani (1986) y Karim (1997).

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