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Cuadernos de antropología social

On-line version ISSN 1850-275X

Cuad. antropol. soc.  no.26 Buenos Aires Aug./Dec. 2007

 

Entre el futuro del recurso y el futuro de los hijos. Usos de términos y expresiones ambientalistas entre los pescadores del Delta del río Paraná

Fernando Alberto Balbi*

* Doctor en Antropología Social por el Programa de Pósgraduação em Antropologia Social, Museu Nacional, Universidade Federal do Rio de Janeiro. Profesor Adjunto del Departamento de Ciencias Antropológicas, Facultad de Filosofía y Letras, UBA; Investigador Asistente del CONICET; docente de la Maestría en Antropología de la Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad Nacional de Córdoba. Dirección electrónica: fabalbi@yahoo.com.ar.

Fecha de realización: julio-agosto de 2007. Fecha de entrega: agosto de 2007. Fecha de aprobación: diciembre de 2007.

Resumen

La cuestión de la adopción y resignificación de nociones ambientalistas por parte de actores locales ha sido tratada, generalmente, en el marco de la participación de sus portadores en conflictos socioambientales. En cambio, se ha prestado menos atención a su apropiación y uso en el curso de procesos sociales que no se centran en la dimensión ambiental. En este artículo apelo a materiales relativos al proceso productivo pesquero que se desarrollaba en el Departamento de Victoria (Entre Ríos) hacia la segunda mitad de la década de 1980, a fin de examinar cómo los pescadores apelaban a términos y expresiones ambientalistas para traducir en términos morales las oposiciones centrales de la estructura de aquél. Mediante el análisis de las fuentes de las connotaciones morales de esos términos y expresiones, me extiendo en consideraciones respecto de la participación de esos mismos pescadores en un proceso de sobrepesca desatado en los años subsiguientes.

Palabras clave: Antropología Económica; Ambientalismo; Producción Pesquera; Moralidades; Etnografía

Abstract

The topic of the adoption and re-signification of environmentalist notions by local actors has been generally treated in the framework of their involvement in socioenvironmental conflicts. On the other hand, less attention has been paid to its appropriation in the course of social processes that don’t revolve around the environmental dimension. In this paper, I recur to field materials related to the fish production process that was located at the Victoria Department (Entre Ríos, Argentina) during the second half of the 1980s, in order to analyse the ways in which the fishermen employed environmentalism-related words and expressions to translate the main oppositions of the production process’ structure into moral terms. By examining the sources of the moral connotations attached to those terms and expressions, I am able to consider the fact that, within the next few years, the same fishermen engaged themselves in a process of over fishing.

Key Words: Economic Anthropology; Environmentalism; Fisheries; Moralities; Ethnography

Resumo

A questão da adoção e resignificação de noções ambientalistas pelos atores locais, tem sido tratada, de um modo geral no marco da participação dos seus portadores em conflitos socioambientais. No entanto, menos atenção tem merecido a sua apropriação e uso no decurso de processos sociais não centrados na dimensão ambiental. Neste artigo me utilizo de materiais relacionados ao processo produtivo da pescaria desenvolvido no Departamento de Victória (Entre Rios, Argentina), na segunda metade da década de 1980, para examinar como os pescadores recorriam a termos e expressões ambientalistas para traduzir em termos morais as oposições centrais da sua estrutura. Através da análise das conotações morais desses termos e expressões, teço considerações que dizem respeito à participação desses mesmos pescadores num processo de sobre-pesca desfechado nos anos subseqüentes.

Palavras-chave: Antropologia Econômica; Ambientalismo; Produção pesqueira; Moralidades; Etnografia

En los últimos años, el medioambiente ha comenzado a tornarse en una cuestión políticamente significativa en la Argentina. A nivel mundial, el ascenso del ambientalismo como fenómeno social y cultural se remonta por lo menos hasta fines de los años ‘60, aunque tuvo su punto álgido durante las décadas de los ‘70 y ‘80 (Grove-White, 1993:18). En nuestro país, es reconocible por lo menos desde mediados de la década de los ‘80.

Dada la complejidad de los hechos relativos al ambientalismo, que combinan dimensiones políticas, culturales, económicas y hasta morales (Grove-White, 1993), y vista la inmensa variedad de actores sociales que enarbolan versiones particulares de postulados ambientalistas, resulta problemático cualquier intento de generalización que los trate como un fenómeno unificado y como un discurso único. Así, diversos autores han sugerido analizar estos fenómenos en términos de ‘redes’ de carácter transnacional (Escobar, 1998; Keck y Sikkink, 1998; Ribeiro, 2005), tratar los conflictos socioambientales desde un enfoque centrado en los actores (Little, 2003), y atender a la naturaleza ‘fractal’ de los territorios humanos (Little, 2006). Surge claramente de esta literatura que la adopción de un discurso que exprese preocupación por el medioambiente por parte de cualquier actor social o categoría de actores no puede ser entendida a priori como una precipitación automática de la problemática ambiental desde las alturas del fenómeno social global al llano del caso específico bajo consideración. Así, Ribeiro y Little (1996:13) afirman que “the environmental discourse is a two-way street that cannot be viewed as simply an external imposition”. Asimismo, Arach (2002:9) señala que, dado que los actores que integran las redes involucradas en conflictos socioambientales “son sujetos socialmente ubicados y culturalmente construidos”, sus tomas de posición “reflejan la ‘carga de sentido’ heredada, haciendo que nociones nominalmente similares (desarrollo sustentable, biodiversidad, participación, etcétera) puedan adquirir significados diferentes para cada uno de ellos”. Del mismo modo, concepciones y adscripciones particulares pueden ser resignificadas como resultado del involucramiento de sus portadores en conflictos ambientales (Ribeiro y Little, 1996; Arach, 2002).

La considerable atención brindada en los últimos años por los científicos sociales a esta cuestión ha tendido a centrarse en lo que ocurre en el marco de conflictos socioambientales, de modo que la resignificación de nociones ambientalistas y el papel de las concepciones locales han sido tratados, sobre todo, en el marco de la participación de sus portadores en movimientos de protesta (Ribeiro y Little, 1996; Little, 1999 y 2003; Arach, 2002), o en el de conflictos que oponen a los actores locales con los ambientalistas (Ferrero, 2006). Menos atención se ha prestado, en cambio, a la manera en que ciertos tópicos del ambientalismo son puestos en juego en el curso de procesos sociales que no se centran per se en la dimensión ambiental, es decir, fuera del marco de los llamados ‘conflictos socioambientales’. Es precisamente en este tipo de situación donde me propongo centrar mi mirada.

El caso que examinaré en las próximas páginas no se vincula con ningún movimiento de protesta referido a cuestiones medioambientales sino, por el contrario, con el papel que cabe atribuir a las preocupaciones expresadas por ciertos actores respecto de la preservación de un recurso natural en el marco de la operación cotidiana del sistema de actividades productivas en que ellos se desempeñan. Apelando a materiales de campo correspondientes a la segunda mitad de la década de los ‘80, examinaré las manifestaciones de preocupación por la preservación de recursos pesqueros expresadas en ese entonces por los pescadores comerciales del Departamento de Victoria, Entre Ríos.1 El caso, según entiendo, reviste un interés adicional debido a que esos mismos pescadores se contaron entre los protagonistas de un proceso de sobrepesca desatado en 1992 que, a juicio de algunos expertos (Espinach Ros y Sánchez, 2006), colocó en riesgo de extinción al sábalo (prochilodus platensis y prochilodus scrofa).

La historia de la pesca en la zona nos pone, así, ante lo que parece ser una contradicción insalvable que invita a pensar que las expresiones de preocupación de los pescadores en relación con el recurso2 eran meramente retóricas: ¿significa esta aparente contradicción que su apropiación del discurso ambientalista carecía de cualquier contenido moral, normativo? Para responder a estas cuestiones, me propongo adoptar la tradicional práctica antropológica consistente en analizar las situaciones concretas en que ese tipo de discurso era producido y utilizado: el examen de sus usos ha de indicarnos las condiciones sociales de su producción y utilización y, de esta forma, nos brindará las claves de su explicación. Tal examen revelará que las preocupaciones de los pescadores respecto del recurso estaban dotadas de una cierta eficacia que era resultado de connotaciones morales específicas, observación que me permitirá postular una hipótesis respecto de la prontitud con que esos hombres se embarcaron en el proceso de sobrepesca antes mencionado.

Usos de expresiones ambientalistas entre los pescadores entrerrianos en la segunda mitad de la década de los ‘80

Ubicado al sudeste de la provincia de Entre Ríos y formado en sus dos terceras partes por islas y anegadizos que forman parte del Delta del río Paraná, el Departamento de Victoria se destaca como el centro de pesca comercial más importante de su cuenca en nuestro país, a pesar de que su economía es predominantemente agropecuaria. Las principales características del proceso productivo pesquero en el período analizado en este trabajo eran las siguientes (Balbi, 1990).

En primer lugar, el proceso productivo se encontraba dividido en dos procesos de trabajo (Balbi, 1990): el de captura del pescado, desarrollado por pescadores que conformaban pequeñas unidades productivas independientes de carácter doméstico; y el de traslado, que estaba en manos de acopiadores3 que denominaré ‘extralocales’, comerciantes –generalmente de la provincia de Santa Fe– que contrataban trabajadores asalariados y que eran los únicos partícipes de la producción pesquera que contaban con los medios técnicos (camiones térmicos, máquinas para picar hielo, etc.), los contactos y la capacidad de gestión necesarios para acceder a los centros de consumo (NOA, Misiones), donde el pescado era vendido fresco, es decir, sin congelar.

En segundo término, existía una relación de intercambio desigual (esto es, de extracción de plusvalor en forma de productos) entre el pescador y el extralocal: el primero, que no podía conservar fresco el pescado ni acceder directamente a los centros de consumo, se veía forzado a aceptar los precios que imponía el segundo. Este intercambio desigual –que, como veremos en breve, era frecuentemente mediado por terceros actores– reproducía los fundamentos de la división del proceso de producción en dos procesos de trabajo, impidiendo a la mayor parte de los pescadores extender sus actividades al proceso de traslado (Balbi, 1990, 1995).4

Por último, la mencionada división del trabajo entre unidades de producción formalmente independientes, los azares inherentes a una actividad dependiente de un recurso natural móvil y las oscilaciones de la demanda, hacían imprescindible una cuidadosa coordinación de las actividades productivas capaz de garantizar que cada ciclo diario de trabajo llegara a buen término. Tal coordinación era proporcionada por diversos intermediarios cuya labor consistía en asegurar que las tareas de captura del pescado se ajustaran a las necesidades de los extralocales (Balbi, 1995). En primer lugar, se encontraban los acopiadores ‘fluviales’, propietarios de barcos de acopio de pescado, cada uno de los cuales controlaba en condición de exclusividad la producción de los pescadores que habitaban en determinados parajes de la extensa zona de islas, merced al hecho de que sus barcos recorrían diferentes rutas. Un segundo tipo de intermediario lo representaban los acopiadores ‘locales’, que se valían de relaciones personales con un cierto número de pescadores a fin de concentrar su producción, revendiéndola a los extralocales. En el período aquí considerado, el único acopiador local que operaba de forma permanente en la ciudad de Victoria –cabecera del departamento, ubicada frente al riacho del mismo nombre, que no es sino una ramificación del curso del Paraná– generalmente se limitaba a actuar como representante de los extralocales, aunque alquilaba una pequeña cámara que le permitía mantener fresco el pescado. Por último, existía en la ciudad una cooperativa de pescadores, a la que cabe concebir como un tipo diferente de intermediario en la medida en que organizaba las tareas de captura de sus socios y de otros pescadores a quienes compraba sus productos. Importa señalar aquí que la cooperativa y el acopiador local competían directamente por cooptar a los mismos pescadores (en su mayor parte, habitantes de la ciudad y de sus alrededores), y que aquélla contaba con un barco de acopio que, sin embargo, empleaba para transportar la producción de aquellos asociados que se encontraban asentados en la zona de islas más que para cooptar la de otros pescadores no asociados. Por lo demás, todos los intermediarios competían por proveer a los mismos clientes.

Como ya se ha dicho, muchos pescadores solían manifestar una cierta preocupación por la preservación del recurso. Lejos de extenderse a consideraciones más amplias respecto del medioambiente de la zona de los humedales del río Paraná, tal preocupación tendía a limitarse a la cuestión de la supervivencia de las especies ictícolas que eran objeto de explotación comercial en la zona: el sábalo, el dorado (salminus maxillosus), el surubí (pseudoplatystoma coruscans y pseudoplatystoma fasciatum), la boga (leporinos obtusidens), el patí (luciopimelodus pati) y otras de menor abundancia o importancia comercial. En la práctica, el sábalo acaparaba la mayor parte de las menciones relacionadas a nuestro tema, lo que resulta lógico si se atiende a que no sólo era la especie más abundante en la zona sino que el Departamento de Victoria era la mayor pesquería de esta especie en el país (rasgos que se han mantenido hasta el presente). Era común que los pescadores observaran que se estaba depredando al sábalo y que adujeran que ello era apreciable en el hecho de que el tamaño de las presas estaba disminuyendo: se decía, a este respecto, que antes salían sábalos más grandes y que, en cambio, ahora sale mucho chiquitaje. En apoyo de estas observaciones eran frecuentemente traídos a colación dos argumentos fundados en autoridades disímiles: por un lado, se decía que el pacú (piaractus mesopotámicus), que antes salía mucho en la zona , ya se extinguió, ‘hecho’ del que podían dar cuenta los pescadores más veteranos; y, por el otro, se hacían referencias, siempre indefinidas, a ciertos biólogos que estuvieron estudiando el tema y que habrían dicho que el sábalo corría peligro de extinguirse. Por lo demás, no todos los pescadores creían que semejante peligro fuera real, y entre quienes así lo creían no parecía haber un acuerdo en lo tocante a sus causas, aunque el exceso de pesca en general y, más particularmente, el uso de mallas de entramados muy pequeños –susceptibles de capturar crías y animales jóvenes– eran frecuentemente traídos a colación. Desde el punto de vista de estos hombres, sin embargo, lo realmente importante no eran las causas de la depredación sino las actitudes asumidas ante ella por diversos sujetos; para entender esto será necesario, según he adelantado, examinar las situaciones en que el problema era mencionado.

En primer lugar, (a) los pescadores solían apelar al problema de la preservación del recurso cuando expresaban sus quejas acerca de los acopiadores, tanto conversando entre sí como con terceros, especialmente con representantes de agencias estatales vinculadas con la actividad pesquera. Aquí es preciso observar que los actores denominaban ‘acopiador’ indistintamente a los diversos tipos de comerciantes que he mencionado más arriba, incluyendo tanto a los que he denominado ‘extralocales’ como a los que actuaban como ‘intermediarios’. Puesto que en general eran estos intermediarios quienes trataban directamente con los pescadores –actuando a veces de manera independiente y otras como socios o como meros representantes de los extralocales–, era con ellos con quienes los pescadores se veían, en la mayor parte de los casos, involucrados directamente en los intercambios desiguales ya mencionados. El resultado de esto era el hecho de que todos los acopiadores eran percibidos conjuntamente como responsables de la explotación de los pescadores.5 Cuando los pescadores se quejaban de esta explotación sin distinguir entre los acopiadores, incluían la acusación de que a estos no les importaba que se extinguiera el sábalo (o cualquier otra especie) porque para ellos la pesca era un negocio como cualquier otro, que podían abandonar para ir en busca de otras fuentes de dinero; los pescadores, al contrario, dependían del pescado para vivir y debían pensar en sus hijos, quienes seguramente serían pescadores en el futuro. La mención del desinterés de los acopiadores por el futuro de la pesca, implícito en su despreocupación con respecto al futuro del recurso, contribuía a delinear su imagen de comerciantes que sólo se interesaban por el dinero. En el mismo sentido operaban las referencias al hecho de que muchos acopiadores –los extralocales– no eran de Victoria, lo que suponía que no les importara lo que le ocurriera a la gente del lugar.

En segundo lugar, (b) cuando los pescadores que estaban asociados a la cooperativa de pescadores se referían a los restantes intermediarios –ya fuera en conversaciones entre los asociados, entre ellos y pescadores no socios, o entre los miembros de la institución y representantes de organismos estatales–, solían hacer las mismas acusaciones que acabo de referir para los acopiadores en su conjunto. Si bien la cooperativa fue nominalmente organizada con el objetivo de acceder directamente a los centros de consumo, el mismo siempre apareció, en la práctica, como secundario, planteándose fundamentalmente el fin de tratar directamente con los extralocales para evitar hacerlo con los intermediarios (Balbi, 2000), de manera que las criticas a éstos por parte de los asociados eran moneda corriente. Como parte de estas acusaciones, los asociados traían a colación la presunta falta de interés de los acopiadores fluviales y locales por el recurso, que atribuían a su visión de la pesca como un negocio idéntico a cualquier otro. Estas críticas se dirigían con la mayor frecuencia al acopiador local, quien, como se dijo, era el más directo competidor de la cooperativa.6

Como el lector quizás habrá observado, las dos clases de situaciones en que los pescadores destacaban su preocupación por el recurso coincidían con los ejes centrales de la estructura del proceso productivo. La utilización de esa cuestión para construir la oposición entre los pescadores y los acopiadores en general se correspondía con la división de la actividad en dos procesos de trabajo desempeñados por unidades productivas diferentes vinculadas entre sí por el intercambio desigual: así, los pescadores traían a colación las actitudes supuestamente opuestas respecto del recurso cuando necesitaban tomar posición frente a ese rasgo central del proceso productivo, invocándolas para contraponer su situación a la de los acopiadores calificando a ambas en términos opuestos desde un punto de vista moral. Por otro lado, el uso de la misma cuestión en el marco de la construcción de una oposición entre la cooperativa y el acopiador local en particular (o, con menor frecuencia, entre aquélla y el conjunto de los acopiadores locales y fluviales) se correspondía con el hecho de que ambos procesos de trabajo eran articulados por el accionar de un conjunto de intermediarios que competían entre sí por encargarse de organizar las actividades de los pescadores de acuerdo con el volumen y el ritmo de la demanda representada por los acopiadores extralocales: así, los socios de la cooperativa sacaban a relucir el tema del recurso cuando se veían en la necesidad de posicionar a la institución frente a sus competidores directos, distinguiéndose de los mismos de una manera que, nuevamente, suponía calificar sus respectivas posiciones en términos moralmente contrapuestos. El punto clave parece ser el hecho de que las distinciones mencionadas eran trazadas, de esta forma, en términos morales.

En ambos casos, las apelaciones moralizantes a la defensa del recurso operaban como lo que Leach (1976:36) llamaba “formas de exposición simbólica del orden social”, esto es, como formas de representación de las relaciones sociales pertinentes para las situaciones especificas en que los discursos eran producidos. Eran formas de exposición ‘simbólica’ porque expresaban en términos de actitudes ante el recurso oposiciones que, de hecho, se fundaban en otro ámbito de la realidad: el de la estructura del proceso productivo. La oposición entre pescadores y acopiadores era la que existía entre vendedores y compradores vinculados desigualmente en un mercado de productos (o, para colocarlo en un plano más abstracto, entre capital comercial y trabajo artesanal independiente), y no una oposición entre conservacionistas y depredadores. De igual manera, la oposición entre la cooperativa y los acopiadores locales y fluviales no era, en verdad, sino la existente entre intermediarios que aspiraban a concentrar la producción de los pescadores independientes de cara a los extralocales. Sin embargo, tales oposiciones eran traducidas a un plano moral al ser expresadas simbólicamente por el discurso que las presentaba en términos de actitudes frente al futuro del recurso.

La eficacia de esta forma de exposición simbólica de cara a actores e instituciones que no participaban directamente de las actividades productivas pero estaban –o podían estar– indirectamente vinculados a la misma resulta bastante clara. En efecto, como ha mostrado Rosato (1998), la ley N o 4872, de 1970, que regulaba la actividad pesquera en la provincia, no sólo establecía como su objeto a la regulación de las actividades relacionadas con “la multiplicación, disminución o modificación de la fauna o flora acuática” (Art. 1) sino que facultaba a su autoridad de aplicación para estudiar “la situación de los pescadores entrerrianos” y adoptar “medidas tendientes a elevar su nivel de vida, mejorar sus condiciones de trabajo y disminuir los riesgos profesionales” (Art. 18). Así, ya desde el marco legal de la actividad, las cuestiones de la situación de los pescadores y de la preservación de los recursos ictícolas aparecían interrelacionadas. Por lo demás, en el período considerado aquí, especies como el dorado eran objeto de protección explícita a través del establecimiento de períodos de veda. De esta suerte, la apelación al problema del recurso aparecía como un lenguaje potencialmente eficaz para tratar con los representantes de las agencias estatales y, por ende, con los diversos actores políticos que competían por el control de dichas agencias o de quienes se pensara que podían llegar a incidir sobre su accionar (como los propios antropólogos, inicialmente sospechados de ser inspectores de Fauna encubiertos y luego considerados, en tanto científicos, como voces autorizadas capaces de ejercer algún tipo de influencia sobre funcionarios y políticos).

Como ya he señalado, sin embargo, la apelación a la forma de expresión simbólica articulada en torno del problema del recurso también surgía entre los mismos pescadores. Así, los pescadores solían mencionar la cuestión del recurso cuando comentaban entre sí cuestiones tales como el bajo nivel de los precios que estaban pagando los acopiadores o, también, cuando se quejaban del hecho de que estos pagaran precios inferiores por los sábalos más pequeños (este tipo de pescado se cotizaba, por ese entonces, por pieza, a diferencia de especies como el dorado o el surubí, que se pagaban por kilo), aduciendo que a los acopiadores no les importa que el pescado salga cada vez más chico porque así lo pagan menos. Asimismo, los socios de la cooperativa solían apelar al tema del recurso para diferenciarse de los restantes intermediarios cuando intentaban seducir a algún pescador no cooperativizado para que se incorporara a la institución o, al menos, le vendiera sus productos. Cabe mencionar, finalmente, un episodio puntual que ilustra cabalmente la medida en que la apelación a la cuestión del recurso circulaba corrientemente entre los pescadores.

Durante la campaña electoral previa a los comicios de septiembre de 1987, el principal puntero del justicialismo en la parte de la ciudad donde habitaba la mayor parte de los pescadores fue un prestigioso pescador, ex-presidente de la cooperativa, quien había obtenido del candidato a intendente por el Partido Justicialista la promesa de que, si ganaba las elecciones, lo colocaría a cargo de un nuevo organismo municipal de control de la actividad pesquera. Durante toda la campaña, este hombre argumentó que era necesario “controlar el mercado”, expresión que sintetizaba su idea de que era preciso someter a los extralocales a un estricto control estatal que permitiera mejorar las condiciones de intercambio para los pescadores, aspiración de cara a la cual la creación de un organismo estatal a su cargo –es decir, a cargo de un pescador– sería un paso clave. En el marco de esta argumentación, apelaba al problema del recurso, aseverando que una de las cuestiones a controlar (además del pago efectivo de las tasas municipales sobre el transporte de pescado) era el respeto, por parte de los extralocales, de los períodos de veda establecidos para algunas especies. Si bien, eventualmente, el justicialismo se alzó con la intendencia haciendo –según sus dirigentes– una gran elección entre los pescadores, ello no puede ser legítimamente presentado como prueba de la presunta eficacia de las apelaciones a la preservación del recurso; sin embargo, el mero hecho de que la cuestión llegara a contarse entre los temas de la campaña electoral resulta significativo.7

Ahora bien, resulta claro que, más que con el desarrollo sistemático de preocupaciones ambientalistas por parte de los pescadores, nos encontramos ante su apropiación de algunas expresiones habitualmente asociadas al ambientalismo tomadas aisladamente, propiciada por el hecho de que la ley que regulaba la pesca entrerriana establecía un vínculo entre el tema de los recursos pesqueros y el de la situación social de los pescadores. Sin embargo, puesto que dichas expresiones constituían un lenguaje válido para que los pescadores se representaran los clivajes fundamentales del proceso productivo –y no sólo para representarlos ante terceros actores–, debemos preguntarnos por los fundamentos de esa validez.

En trabajos anteriores (Balbi, 2000; Balbi, 2007) he mostrado que las ‘formas de exposición simbólica’ tienden a extraer su eficacia del hecho de que se articulan en torno de valores morales, esto es, de conceptos dotados de cierto contenido moral de acuerdo con un contexto social determinado.8 En este caso, las connotaciones morales resultaban de la asociación –ya mencionada– de la preocupación por el futuro del recurso con el tema del futuro de los hijos de los pescadores. En efecto, partiendo del supuesto ‘realista’ de que sus hijos serían pescadores como ellos mismos, estos hombres apelaban a sus responsabilidades familiares –jamás puestas en cuestión en los contextos de acción que aquí nos ocupan– para dar cuenta de su preocupación por el recurso y, en este mismo movimiento, colocaban a los acopiadores en la posición opuesta de quien no se preocupa por el pescado porque éste no representa más que el objeto de un negocio que sería, desde el punto de vista de quien lo desarrolla, esencialmente idéntico a cualquier otro. La oposición familia/ negocio aparecía, así, dando cuenta de las actitudes opuestas ante el problema de la preservación del recurso, lo que suponía traducir en términos morales los puntos de oposición fundamentales de la estructura del proceso productivo pesquero.

De esta forma, la apelación a unos pocos giros verbales habituales del ambientalismo (‘recurso’, ‘preservación’, ‘ extinción’) infundía un sentido moral a las oposiciones de intereses entre quienes compraban y vendían pescado en condiciones de intercambio desigual, y entre los intermediarios que competían por controlar el papel de articuladores entre las actividades desarrolladas por aquéllos. Al introducir la oposición familia / negocio, las menciones a las actitudes ante el recurso permitían a los pescadores y a los socios de la cooperativa representar sus propias acciones vinculadas con las oposiciones mencionadas como si se tratara meramente del resultado de la adopción de un curso de acción moralmente positivo; e, inversamente, les permitían representar las acciones ajenas como resultado de fallos morales y, en tanto tales, como diametralmente opuestas a las propias. Así, al adquirir un sesgo claramente moralizante, el pobre vocabulario extraído del pensamiento ambientalista se tornaba en un rico medio simbólico para la expresión de las relaciones de oposición en torno de las cuales se estructuraba el proceso productivo pesquero.

La preocupación de los pescadores por el recurso y la expansión de la producción pesquera a partir de 1992

La apertura de las barreras arancelarias para las exportaciones de pescado al Brasil, ocurrida en 1992 como parte del proceso de conformación del MERCOSUR, supuso una brusca aceleración de la demanda del pescado capturado en el Departamento de Victoria, a través de la instalación en la zona de varias empresas formadas por la asociación de capitales brasileños y argentinos (Boivin, Rosato y Balbi, 1997). Desde entonces, los mercados externos para el pescado de la cuenca del Paraná se diversificaron y ampliaron enormemente, llegando Colombia a convertirse en su destino más importante. Aproximadamente el 95% del volumen de ese pescado corresponde al sábalo, especie de la que en el año 2004 se exportaron 31.879 toneladas (Espinach Ros y Sánchez, 2006). Desde ese mismo año, las autoridades de la Subsecretaría de Pesca y Acuicultura de la Nación y de Recursos Naturales de las provincias de la cuenca comenzaron a discutir posibles medidas para preservar los recursos ictícolas de la cuenca en general y el sábalo en particular. A comienzos de este año, el gobierno nacional prohibió las exportaciones de pescado del Paraná por un lapso de ocho meses, mientras que las provincias de Santa Fe y Entre Ríos establecieron sendas vedas para la pesca del sábalo. Desde entonces, se produjo una confusa sucesión de medidas (pago de subsidios a los pescadores, levantamiento de la prohibición de exportaciones y de las vedas, establecimiento de cupos de exportación), en medio de presiones cruzadas de las empresas exportadoras, las organizaciones ambientalistas, y los pescadores, que cortaron en más de una ocasión la conexión vial que une a las ciudades de Rosario y Victoria, interrumpiendo una ruta de gran importancia para la circulación comercial del MERCOSUR.

Evidentemente, los pescadores victorienses de hoy no son exactamente los mismos de la segunda mitad de la década de los ‘80, pues al inevitable recambio generacional se sumó, de la mano de la expansión de la actividad, la incorporación de una cantidad de nuevos pescadores sobre la cual no existen datos precisos pero que cabe estimar como importante. Sin embargo, durante los primeros años del proceso de expansión de la pesca comercial en el Departamento de Victoria, el incremento de las ventas de pescado de la zona –que pasaron de 1.467 toneladas en 1991 a 4.805 en 1995– no se basó en la incorporación de mano de obra sino en una reorganización general del proceso de captura en base al trabajo desarrollado por los pescadores a que me he estado refiriendo a lo largo de estas páginas (Boivin, Rosato y Balbi, 1997). Resulta, así, inevitable plantear la pregunta respecto de la aparente contradicción entre este hecho y las manifestaciones de preocupación por el recurso inmediatamente anteriores a que me he estado refiriendo.

Sin lugar a dudas, parte de la explicación de esta cuestión ha de encontrarse en el hecho de que, como ya se ha dicho, dichas preocupaciones deben ser entendidas en función de las situaciones concretas en que eran expresadas. En este sentido, los antropólogos sociales han mostrado hace ya mucho que no hay que buscar en el comportamiento de las personas el tipo de coherencia lógica que resultaría de su sujeción sistemática a principios de acción claros y consistentes (Evans-Pritchard, 1976). Más allá de este apunte, que hace al comportamiento humano en general, quisiera cerrar estas páginas ofreciendo una observación que se relaciona específicamente con nuestro caso.

Hemos visto que las manifestaciones de preocupación por el recurso operaban como formas de expresión simbólica de los clivajes centrales de la estructura del proceso productivo, y que extraían su eficacia en tal sentido de su asociación con representaciones respecto de la responsabilidad de los pescadores en cuanto al futuro de sus hijos, la cual les brindaba poderosas connotaciones morales. Sin embargo, aunque los pescadores en general entendían que probablemente sus hijos serían pescadores, la mayoría de ellos tendía a alentar a sus hijos para que estudiaran con la intención de que no se dedicaran a la actividad, por considerarla como un trabajo muy sacrificado y peligroso con el cual se vive mal (Ayerdi, 1988:4). Así, el objetivo ‘ideal’ de estos hombres era el de trabajar para que sus hijos no debieran dedicarse a la actividad pesquera, y si se planteaban de una manera ‘realista’ la elevada probabilidad de que esos hijos terminaran siendo pescadores, ello ocurría porque –a su manera– advertían los efectos de las condiciones de intercambio desigual a que su trabajo estaba sometido.

Como era de esperar, tales condiciones de intercambio no cambiaron con el espectacular incremento de la demanda iniciado en 1992. Sin embargo, el mismo supuso un cambio importante en cuanto se pasó de pescar, en promedio, unos tres días por semana –a lo largo de un ciclo anual que oscilaba entre la inactividad casi total durante enero y febrero y la labor ininterrumpida que caracterizaba a los veinte días previos a la celebración católica de la Semana Santa– a hacerlo cinco días por semana a lo largo de todo el año (Boivin, Rosato y Balbi, 1997). Este cambio, resultante de las características opuestas de las demandas de pescado congelado (del que se puede mantener un stock, renovándolo a medida en que se lo va vendiendo) y fresco (que debe ser pescado, como máximo, unos días antes de su consumo), abrió para los pescadores la posibilidad de incrementar de manera notable los niveles de reproducción de sus unidades domésticas y productivas apelando a la intensificación de su trabajo –esto es, a través de una medida importante de autoexplotación–. En efecto, el impresionante incremento de la oferta producido entre 1992 y 1995 resultó esencialmente del hecho de que los pescadores salieran a pescar todos los días y de la intensificación de sus jornadas laborales a través de una reorganización que les permitió combinar técnicas de pesca antes incompatibles (Boivin, Rosato y Balbi, 1997). Así, muchos pescadores que hacia 1992 eran considerados localmente como ‘ grandes’ porque tenían muchos metros de red y, a veces, más de un bote, lo cual les permitía contratar peones y capturar diariamente cientos de sábalos, llegaron en poco tiempo a comprar barcos de acopio de pescado, dando un salto hacia la posición de acopiador que antes sólo era posible para unos pocos hombres. A su vez, muchos pescadores por entonces considerados como ‘chicos’ pues tenían apenas el metraje de redes mínimo necesario para trabajar –y, a veces, menos que eso–, llegaron a disponer de equipos de pesca adecuados y a sostener un nivel de consumo doméstico apreciablemente superior.

A la luz de esta breve exposición, la aparente contradicción que he estado examinando parece disiparse. No es difícil suponer –he aquí mi hipótesis– que las mismas nociones de responsabilidad respecto del futuro de los hijos en que se basaban esas afirmaciones pasaron a dar sustento al comportamiento posterior de sus autores, restando a la preocupación por el recurso la valoración positiva que le confirieran en el período anterior. Así, si antes se valoraba positivamente el preocuparse por preservar el recurso porque se consideraba probable que los hijos de un pescador terminaran siendo pescadores, tan pronto como el ideal de forjar para ellos un futuro fuera de la pesca cobró visos de realidad, la preocupación por el recurso debió quedar opacada. A fin de cuentas, la connotación moral positiva de esta cuestión siempre había dependido de su asociación con la de la responsabilidad por el futuro de los hijos: y una vez quebrada esa asociación, no podía sino quebrarse también la transferencia de sentido moral que la misma comportaba. Parece muy probable que este hecho –el de que lo moralmente valorado era y aún es, en última instancia, el preocuparse por el futuro de los hijos y no por el futuro del recurso– sea lo que está por detrás de las movilizaciones de los actuales pescadores en contra de medidas gubernamentales que aunque tienden, al menos nominalmente, a preservar el recurso, también ponen freno a la expansión de sus unidades productivas y al incremento del gasto en rubros que, como la educación, hacen directamente al futuro de sus hijos.

A modo de conclusión

En años recientes se ha prestado una gran atención a las formas en que conceptos relacionados con el ambientalismo y el desarrollo sustentable han sido reapropiados por poblaciones locales en el marco de conflictos ‘ambientales’ o ‘socioambientales’. Autores como Little (2006), por ejemplo, han desplegado convincentes argumentos teóricos, metodológicos y políticos en defensa de la necesidad de centrar los análisis etnográficos en tales conflictos. Por mi parte, entiendo que, aunque justificado, el foco sobre conflictos y movimientos organizados no debe llevarnos a perder de vista aquellas apropiaciones de nociones ambientalistas o de sustentabilidad que resultan menos llamativas por el solo hecho de darse en el contexto de la rutina cotidiana de las personas. El ejemplo de los pescadores entrerrianos de la década de los ‘80 sugiere, por el contrario, que atender a esta clase de apropiación de las nociones ambientalistas puede, incluso, ayudarnos a entender por qué, en ciertos casos, sus autores son capaces de movilizarse no a favor sino en contra de políticas presentadas en términos que solemos asociar con el ambientalismo y con el desarrollo sustentable. No en vano, a fin de cuentas, la antropología social moderna se hizo a sí misma, hace ya casi un siglo, dejando de lado la fascinación de lo extraordinario para atender a los aspectos ordinarios de la vida social.

Notas

1 La mayor parte de los materiales empleados para la redacción de este artículo son el resultado de proyectos de investigación desarrollados entre 1986 y 1991 en el marco de un equipo dirigido por el Ma. Mauricio Boivin, que contó con el auspicio del Programa UBACyT y del CONICET; agradezco a los miembros de aquel grupo por permitirme utilizar sus materiales e ideas en este texto. Mi trabajo entre 1988 y 1994 fue hecho posible por dos becas del Programa UBACyT. La redacción de este trabajo se enmarca en un proyecto de investigación (PICT 2004, N o 25348 - ANPCyT; dirigido por Mauricio Boivin), en cuyo marco estamos examinando las transformaciones experimentadas por el proceso productivo pesquero en el Departamento de Victoria durante el período transcurrido desde nuestros trabajos anteriores.

2 A lo largo de todo el texto me valgo de las itálicas para denotar la terminología empleada por los actores (así como las palabras de otros idiomas). Allí donde las itálicas aparecen sin comillas se trata, bien de una cita hecha en estilo indirecto por no ser estrictamente textual, bien de situaciones en que yo mismo hago uso de un término o expresión atribuyéndole un sentido que generalmente le confieren los actores. Las comillas dobles señalan las citas textuales y las simples han sido empleadas para relativizar o resaltar determinados términos.

3 Los actores del proceso productivo pesquero denominan indistintamente ‘acopiadores’ a todos los individuos que se desempeñan en el mismo desarrollando actividades de carácter comercial o como propietarios a gran escala de equipos de pesca que no participan directamente de las actividades de captura del pescado. En lo que sigue, distinguiré tres tipos de acopiadores según su pertenencia o no a la localidad y el tipo de tareas que desarrollan, a los que denominaré ‘extralocales’, ‘locales’ y ‘fluviales’. Asimismo, toda vez que haga referencia al uso del término por parte de los actores, seguiré el criterio establecido más arriba, apelando a las itálicas para denotarlo.

4 Desde el punto de vista de los acopiadores extralocales, resultaba muy conveniente dejar la captura en manos de productores independientes de carácter doméstico porque su control de las condiciones de intercambio les permitía transferirles no sólo los costos de la misma sino, también, los riesgos que ella implicaba. A este respecto, véase: Balbi (1990, 1995).

5 Algunos pescadores no cooperativizados –especialmente los que se encontraban enemistados con la institución en general o con sus directivos– extendían esta responsabilidad a la propia cooperativa, acusándola de explotar a los pescadores. Resulta evidente que, dada su posición en la estructura del proceso productivo pesquero, la cooperativa no podía sino operar objetivamente como agente de la extracción de plusvalor de los pescadores en favor de los extralocales. Sin embargo, la cooperativa facturaba a sus socios el mismo precio recibido de los extralocales, descontando apenas un porcentaje establecido en su estatuto para solventar sus gastos operativos, y hacía considerables esfuerzos para pagar a los no socios precios mayores que los abonados por los otros intermediarios, lo que se consideraba como una obligación derivada de su condición de cooperativa. Asimismo, por lo general, sus socios tendían a mejorar los niveles de reproducción de sus unidades domésticas y de producción (Boivin, Rosato y Balbi, 1999:175).

6 En relación con la oposición entre la cooperativa y el acopiador local, en un trabajo anterior (Balbi, 2000) he mostrado que la forma en que los socios ‘recordaban’ y relataban la historia de la institución durante la década de los ‘70 –relato en el cual ese acopiador jugaba un papel tan protagónico como negativo– constituía uno de los medios a través de los cuales dotaban de un valor moral positivo al hecho de su unión en la institución.

7 Todo este proceso ha sido analizado detalladamente por Rosato (1998).

8 Si bien, por razones de espacio, no puedo extenderme aquí en consideraciones teóricas, unas breves precisiones resultan imprescindibles. Califico como de carácter ‘moral’ a cualquier tipo de comportamiento o de relación social que sea postulado, desde el punto de vista de un cierto conjunto o categoría de actores, como simultáneamente ‘obligatorio’ –en tanto sancionado socialmente– y ‘deseable’. Anteriormente he sugerido que la fuente del carácter moral de determinados comportamientos y relaciones sociales para ciertos actores es el reconocimiento de su mutua interdependencia respecto de cierto ámbito de cuestiones que los afectan (Balbi, 2000: 102 y 103). La definición de los valores morales que he adoptado apunta, precisamente, en este sentido. Para una discusión extensa de estos conceptos, véase: Balbi (2007). Al ser esencialmente cognitivos, los valores morales pueden ser entendidos como medios a través de los cuales las personas experimentan la realidad y –por ende– la construyen: internalizados por ellas en el curso de su experiencia social, tales valores se tornan parte de los medios que emplean para entender el mundo circundante y concebir sus propias acciones. En tanto conceptos involucrados en la experiencia de los seres humanos –que siempre es la experiencia de una sucesión de ocasiones espacial, temporal y socialmente situadas–, los valores morales son necesariamente polisémicos, lo que hace posible que operen como ejes de lenguajes socialmente específicos a través de los cuales los actores representan su mundo social de maneras que son, a la vez, interesadas y legítimas. Por una revisión extensa de esta cuestión, véase: Balbi (2007). Véanse, asimismo, Balbi (1998), donde he examinado una forma de exposición simbólica articulada en torno de conceptos tomados de la doctrina cooperativista, y Balbi (2000), donde he analizado las fuentes sociales de las connotaciones morales atribuidas a dichos conceptos por los socios de la cooperativa de pescadores mencionada a lo largo de estas páginas.

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