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Cuadernos de antropología social

On-line version ISSN 1850-275X

Cuad. antropol. soc.  no.42 Buenos Aires Dec. 2015

 

ARTÍCULOS

La producción de una etnografía durante la navegación en un buque de guerra de la Armada Argentina. Reflexiones sobre el carácter dialógico del conocimiento antropológico

Germán Soprano *

 

* Doctor en Antropología Social. Investigador Adjunto de CONICET. Profesor de la Universidad Nacional de Quilmes y la Universidad Nacional de La Plata. Dirección de correo electrónico: gsoprano69@gmail.com.

Fecha de recepción: agosto de 2014. Fecha de aprobación: junio de 2015.

 

Resumen

Este artículo propone un análisis de los contextos de producción de una etnografía efectuada en el año 2008 durante la navegación de un buque de la Armada que patrullaba las doscientas millas del Mar Argentino. El trabajo tiene los siguientes objetivos: por un lado, identificar algunas percepciones y experiencias que orientaron las relaciones entre los militares y el antropólogo; por el otro, reconocer cómo esas relaciones incidieron en la producción de los conocimientos etnográficos. Por último, estos resultados serán considerados en relación con debates teórico-metodológicos acerca del carácter dialógico del conocimiento antropológico y la denominada "antropología hecha en casa".

Palabras clave: Antropología; Etnografía; Militares; Marinos; Argentina

The production of an Ethnography During Navigation in an Argentine Navy Warship. Reflections on the Dialogic Nature of Anthropological Knowledge

Abstract

This article proposes an analysis of the contexts of production of an ethnography carried out in the year 2008, during the navigation of a Navy warship that patrolled the Argentine Sea’s 200 miles. The work has the following objectives: on the one hand, to identify certain perceptions and experiences that oriented relations between the military and the anthropologist. On the other hand, to recognize how these relationships affected the production of ethnographic knowledge. Finally, these results will be considered in relation to theoretical and methodological debates over the dialogic nature of anthropological knowledge and the so-called anthropology "at home".

Key words: Anthropology; Ethnography; Military; Marines; Argentina

A produção de uma etnografia durante a navegação em um navio de guerra da Marinha Argentina. Reflexões sobre a natureza dialógica do conhecimento antropológico

Resumo

Este artigo propõe uma análise dos contextos de produção de uma etnografia realizada em 2008 durante a navegação num navio de guerra da Marinha Argentina que patrulhava as 200 milhas do Mar Argentino. O trabalho tem os seguintes objetivos. Por um lado, identificar algumas percepções e experiências que orientaram as relações entre os militares e o antropólogo. Por outro lado, reconhecer como esses relacionamentos tiveram efeitos na produção dos conhecimentos etnográficos. Finalmente, estes resultados serão considerados em relação aos debates metodológicos sobre a natureza dialógica do conhecimento antropológico e da assim chamada "antropologia feita em casa".

Palavras-chave: Antropologia; Etnografia; Militares; Marinha; Argentina

 

 

Introducción

Este artículo propone un análisis de los contextos de producción de una etnografía efectuada en el año 2008 durante la navegación de un buque de la Armada que patrullaba las doscientas millas del Mar Argentino. Dicha etnografía se inscribía en una investigación de más amplio alcance centrada en procesos de configuración profesional de las Fuerzas Armadas desarrollada por el Observatorio Sociocultural de la Defensa creado por convenio entre el Ministerio de Defensa y la Universidad Nacional de Quilmes. El trabajo tiene los siguientes objetivos: por un lado, identificar algunas percepciones y experiencias que orientaron las relaciones entre los militares y el antropólogo; por el otro, reconocer cómo esas relaciones incidieron en la producción de conocimientos etnográficos. Por último, estos resultados serán considerados en relación con debates teórico-metodológicos sobre el carácter dialógico del conocimiento antropológico y la denominada "antropología hecha en casa".

La presencia del antropólogo en el campo ha sido objeto de discusión metodológica antes de que los "antropólogos posmodernos" la problematizaran como principio de legitimidad y autoridad etnográfica en el School of American Research Avanced Seminar en 1984, Nuevo México (Clifford y Marcus, 1991). Incluso en las primeras páginas de Los argonautas del Pacífico Occidental, de Bronislaw Malinowski, encontramos reflexiones sobre el tema que no se ajustan a una versión esquemática, mecanicista e ingenua atribuida al denominado "realismo positivista" (Guber, 1993).

Clifford Geertz (1989) sostuvo que las "etnografías realistas" basaban su autoridad científica sirviéndose e invocando unas técnicas que adquirían su eficacia social ante sus audiencias de lectores por haber sido aplicadas por antropólogos que practicaban la observación con participación y co-residían por tiempos prolongados junto a las poblaciones que estudiaban. Según James Clifford (1991), los antropólogos metropolitanos tomaron conciencia de los límites impuestos a su objetividad cognitiva "realista" con la crisis de los imperios coloniales europeos en Asia y África, el surgimiento de "antropologías nativas" en los nuevos Estados nacionales y la crítica al colonialismo y su incidencia en los conocimientos sobre la alteridad producidos por la disciplina. Para este autor, las antropologías fueron redefiniendo la autoridad etnográfica tradicional basada en la experiencia del etnógrafo entre los nativos hacia un nuevo tipo de autoridad "interpretativa" que reconoce el contenido problemático de esa experiencia y asume que el antropólogo efectúa interpretaciones en el trabajo de campo y re-contextualiza los datos producidos textos escritos en su gabinete. A su vez, otros dos tipos de autoridad etnográfica resultaron de esos cambios: la "dialógica" —fundada en la representación de contextos etnográficos y situaciones de intercambio entre el antropólogo y los individuos de grupos estudiados— y la "polifónica", que representa a la cultura como una construcción heterogénea y abierta de múltiples discursos en interacción (Clifford, 2001).

La expresión "antropología hecha en casa" refiere fundamentalmente a los importantes cambios introducidos en las agendas académicas de los antropólogos metropolitanos —principalmente anglosajones y franceses— reorientando sus objetos de estudio históricamente centrados en poblaciones "primitivas", "tradicionales", "pre-modernas" o "no occidentales" hacia el análisis de la alteridad social y cultural en sus propias sociedades. Desde la década de 1990 esta distinción fue criticada destacando que el estudio etnográfico de hechos, ideas, valores, instituciones y actores sociales localmente situados e inscriptos en procesos globales volvía porosas e indefinidas las fronteras entre el adentro (home) y el afuera (abroad) (Kuper, 1992; Hanners, 1998; Clifford, 1999; Appadurai, 2001; Abèlés, 2012). Asimismo, una revisión crítica de esta cuestión exige de los antropólogos no sólo el reconocimiento de los cambios históricos ocurridos en esas relaciones entre lo local y lo global sino también la opción por perspectivas teórico-metodológicas menos sustentadas en la oposición taxativa entre un "nosotros" conocido y un "ellos" exótico (Peirano, 1998).

 

La antropología social en Argentina y el estudio de los militares

La antropología social producida en la Argentina a partir de la década de 1960 desarrolló, por un lado, una vertiente definida fundamentalmente por el estudio de poblaciones rurales y urbanas subalternas de la sociedad contemporánea (indígenas, campesinos, pobres, entre otras) y por el compromiso social y político que los antropólogos establecían con aquellas para reformar o revolucionar sus condiciones de existencia como sectores socialmente dominados. Por otro lado, una vertiente distinta también asumió un compromiso social y político con esas poblaciones como parte de su programa antropológico al mismo tiempo que se referenciaba en enfoques teórico-metodológicos y temas consagrados por las antropologías metropolitanas anglosajona y francesa, en los que se inscribía y con los que mantenía una estrecha interlocución.1

Los cultores argentinos de una y otra vertiente antropológica se vieron envueltos —en forma voluntaria o involuntaria— en los procesos de violencia política desatados en la Argentina de la década de 1970, sufriendo la represión, la persecución, la cárcel, el exilio o la muerte, primero como consecuencia del accionar de grupos paraestatales y, desde el 24 de marzo de 1976, por el ejercicio del terrorismo de Estado puesto en marcha por las Fuerzas Armadas durante la dictadura cívico-militar del autodenominado "Proceso de Reorganización Nacional".

Durante los años del "Proceso" la disciplina continuó enseñándose y practicándose discretamente en pocos ámbitos académicos. A partir de la "apertura democrática" de diciembre de 1983, la "antropología social" asistió en la Argentina a un período de libertad en la producción de conocimientos en instituciones científicas y universidades así como a la reapertura y la creación de nuevas carreras de antropología en las universidades nacionales en las que se comenzaron a formar nuevos antropólogos.

En esas cuatro décadas que median en la Argentina entre los años 1960 y los comienzos del siglo xxi, ambas vertientes de la "antropología social" compartieron dos rasgos en común: programas antropológicos que tenían por objeto de estudio poblaciones subalternas de la sociedad argentina, y la explicitación del compromiso ético del antropólogo con ellas.

Ahora bien, entre fines del siglo xx y principios del xxi algunos antropólogos argentinos se interesaron por el estudio etnográfico e histórico de sectores sociales que difícilmente podrían clasificarse como subalternos en el Estado y la sociedad argentina, tales como dirigentes políticos, empresarios, sacerdotes, intelectuales, profesionales, académicos, funcionarios estatales y, entre estos últimos, policías y militares.

Por ende, la producción de una "antropología de los militares" que comprendiera trabajo de campo etnográfico, entrevistas en profundidad y hasta la aplicación de encuestas a oficiales y suboficiales de las Fuerzas Armadas constituyó una novedad, quizá hasta una transgresión o un hecho revulsivo en medios académicos universitarios. Apenas un puñado de antropólogos incursionaron desde entonces en ese desafío, recurriendo a enfoques y objetivos a menudo diferentes: Rosana Guber (2004, 2007, 2008, 2013); Máximo Badaró (2009, 2013); Sabina Frederic (2012, 2013), Laura Masson (2010); Sebastián Oriozabala (2010), Germán Soprano (2010, 2013, 2014a, 2014b); Frederic et al. (2010), Eva Muzzopappa (2011, 2012); Santiago Garaño (2011, 2013), Alejo Levoratti y Soprano (2014), y Frederic, Masson y Soprano (2015).

 

Los antropólogos y el Observatorio Sociocultural de la Defensa

La etnografía que constituyó la base de este trabajo fue efectuada durante el año 2008 en el marco del Observatorio Sociocultural de la Defensa, dirigido por Sabina Frederic, por Convenio de Asistencia Técnica entre el Ministerio de Defensa y la Universidad Nacional de Quilmes. Implicó el trabajo de campo en diversas unidades operativas e institutos educativos del Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea, entrevistas semi-estructuradas y la aplicación de una encuesta a unos mil cuatrocientos oficiales y suboficiales en actividad. El equipo estaba conformado por tres antropólogos sociales (Sabina Frederic, Laura Masson y Germán Soprano) y una asistente formada en ciencias sociales (Marina Martínez Acosta).

En algunas ocasiones efectuamos el trabajo de campo de a pares y otras veces individualmente. Debíamos producir para el Ministerio un diagnóstico empírico sobre las configuraciones socio-profesionales de las Fuerzas Armadas así como la identificación de las percepciones y las experiencias de los militares acerca de dichas configuraciones (Frederic, Masson y Soprano, 2015).

En la presentación pública ante nuestros interlocutores castrenses invocábamos estos objetivos requeridos por el Ministerio, declarando al mismo tiempo nuestra inscripción institucional como investigadores del CONICET (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas) y de la mencionada universidad. El informe final producido por el Observatorio constituyó un insumo que los funcionarios del Ministerio emplearían en los procesos de toma de decisiones de la política de defensa y, específicamente, en el diseño de la carrera profesional y educación militar.2

La explicitación de esos objetivos del Observatorio y nuestra presencia en esos ámbitos —que era mediada por la intervención de un oficial de enlace del Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea a requerimiento de autoridades del Ministerio de Defensa y de cada una de las Fuerzas— generaba incertidumbres y expectativas en oficiales y suboficiales ¿Qué cuestiones del mundo militar abordaríamos y qué diríamos al Ministerio? ¿Comprenderíamos correctamente lo visto y oído? ¿Seríamos fieles a los testimonios que nos ofrecían? ¿Éramos un vehículo confiable para transmitir sus necesidades y demandas? ¿Obraríamos como espías del Ministerio?

Decir que éramos "antropólogos sociales" no contribuía a despejar dudas sobre nuestros objetivos. Los militares sabían que la historia, la ciencia política y la sociología estudiaban a las Fuerzas Armadas, pero los antropólogos: ¿no estudiaban "otras cosas"? Y sobre todo: ¿no estudiaban a los "indios"? Si adicionalmente invocábamos nuestra inscripción institucional en la Universidad Nacional de Quilmes y en el CONICET, tampoco conseguíamos despejar dudas ni ganábamos automáticamente su confianza pues los profesores y los estudiantes de las universidades públicas —y sobre todo de carreras de ciencias sociales y humanas— eran tenidos (muchas veces con buenos motivos) como críticos de los militares y de las Fuerzas Armadas.

Conforme las visitas a las unidades militares se concretaban y permanecíamos en ellas dos o tres días (e incluso hasta diez) en forma continua, comenzamos a percibir algunas manifestaciones del denominado rapport con oficiales y suboficiales en relación con nuestra presencia y actividad. A ello contribuyó positivamente el apoyo otorgado por los oficiales de enlace que empezaban a conocer mejor los objetivos de nuestra investigación y se formaban una primera noción acerca del enfoque y la metodología etnográfica con su énfasis en la comprensión de las perspectivas y experiencias de los actores en sus propios términos, lógicas y contextos de uso (Guber, 2001).

Algunos oficiales y suboficiales advertían entonces que no nos adecuábamos fácilmente a los estereotipos esperados de universitarios izquierdistas y antimilitaristas o bien de meros espías ministeriales. Se esbozaban en algunos de ellos expectativas en torno de nuestra tarea: todo aquello quizá era una buena oportunidad para hacer visible en el Ministerio de Defensa cuáles eran las difíciles condiciones socio-profesionales y laborales que afrontaban y cuáles eran sus perspectivas y experiencias acerca de aquello que denominaban como una "situación de escaso o ausente reconocimiento gubernamental y social en la Argentina actual hacia las Fuerzas Armadas" (Frederic, Masson y Soprano, 2015).

Hasta el momento de incorporarme al equipo del Observatorio carecía de vínculos personales con militares y, más aun, por convicción y experiencia política me consideraba un ciudadano argentino marcadamente crítico de las Fuerzas Armadas como institución debido su intervencionismo político y su rol represivo en la historia argentina del siglo xx. No obstante, acepté el desafío de participar del Observatorio confiando en el respeto profesional y personal que depositaba en mis colegas de equipo y en la certeza de que un antropólogo social debía procurar comprender a los grupos sociales que estudia (los otros) en sus propias perspectivas y experiencias.3

Inicialmente concebí la concreción de esa investigación como un compromiso con el estudio de lo que podríamos denominar "una población expresiva de la alteridad social y cultural radical" respecto de aquellos grupos en los cuales como académico y ciudadano argentino me reconocía parte. Sin embargo, el desarrollo ulterior del trabajo de campo etnográfico en ese buque y en otras unidades operativas e institutos educativos castrenses me llevaría a cambiar ese punto de vista tan taxativo, pasando pues a visualizar no sólo lo que me diferenciaba de aquellos militares argentinos sino también aquellos atributos y percepciones sociales que compartíamos.

En consecuencia, el modo como concebíamos y practicábamos la antropología social los investigadores del Observatorio Sociocultural de la Defensa orientaba nuestra tarea en el trabajo de campo etnográfico en pos de una comprensión situacional de los militares, lo que implicaba imponernos como objetivo metodológico la suspensión analítica —la epoché husserliana— de nuestros presupuestos de sentido común acerca del mundo social y, en particular, los que orientaban el conocimiento de las poblaciones estudiadas.

Aquí la noción de "sentido común" se enuncia no sólo para referir a concepciones naturalizadas que los académicos producimos como integrantes de diferentes grupos sociales, cualquiera fueran ellos (como ciudadanos de un país, miembros de una clase social, de un grupo político, étnico, nacional, de género u otros) sino también aquellas que sostenemos como científicos sociales, es decir, las que configuran nuestros saberes y prácticas disciplinares sin someterlas a crítica.

En este sentido, cuando por convicción política o por definición teórica investigamos a los militares sólo como sujetos pasibles de ser estudiados en el cumplimiento de sus funciones como instrumento de la defensa externa del país o en el mantenimiento represivo del orden social interno, cancelamos la posibilidad de explorar su comprensión desde las diferentes inscripciones, relaciones e identidades sociales de las que son parte y/o se reconocen y son reconocidos por otros. Así por ejemplo, cumplimentando objetivos del plan de trabajo del Observatorio Sociocultural de la Defensa e interpretando el material producido en el curso del trabajo de campo etnográfico en el buque de guerra, en otro trabajo procuré identificar los sentidos vocacionales, profesionales y ocupacionales que los oficiales y suboficiales miembros de su dotación atribuían a sus concepciones y experiencias acerca de ser "militar" y "marino" durante la navegación de la patrulla de las doscientas millas del Mar Argentino (Soprano, 2014b).

Sin embargo, colocar el foco de estudio en los militares como profesionales constituye hasta hoy un objetivo académico marginal en los estudios sobre Fuerzas Armadas Argentinas si exceptuamos las investigaciones historiográficas de Fernando García Molina (2010) y Daniel Mazzei (2012), las sociológicas de Ernesto López (1994), Marcelo Sain (1994), Paula Canelo (2008) y Valentina Salvi (2012), o las antropológicas anteriormente mencionadas.4

 

La navegación como experiencia fundamental de "militares" y "marinos"

Particularmente durante la navegación realicé observaciones con participación en diversos ámbitos del buque de guerra y entrevistas semi-estructuradas a oficiales y suboficiales además de aplicar una encuesta a casi la totalidad de la dotación. Las entrevistas se hicieron en la cámara de oficiales o en el comedor de los cabos, según se tratara de oficiales o suboficiales.5

Buscando cumplimentar los objetivos del Observatorio se les preguntaba: 1) ¿por qué ingresaron a la Armada? 2) ¿cómo fue el desarrollo de su carrera? 3) ¿cómo conciliaban la vida militar y la vida familiar? 4) ¿qué expectativas tenían respecto del futuro, particularmente al momento del retiro del servicio activo?

Oficiales y suboficiales destacaban unas concepciones del ser militar como vocación, profesión u ocupación, enfatizando unos u otros sentidos de acuerdo con los temas, situaciones, percepciones y experiencias referidas por ellos en las entrevistas. La concreción de esta etnografía en un buque de guerra cumpliendo funciones de patrullado marítimo es —hasta el momento— la primera experiencia de trabajo de campo producida en Argentina por antropólogos u otros científicos sociales en esas condiciones.6

Tal originalidad debe ser destacada pues —al decir de oficiales y suboficiales— es en la navegación cuando se despliega plenamente el "ser militar" de los "marinos". Asimismo su excepcionalidad radica también en que, en un contexto nacional donde las Fuerzas Armadas disponían de unos recursos materiales y financiamiento sumamente restringidos para salir al terreno, embarcarse o volar; el presente buque ofrecía a su comandante y dotación de oficiales y suboficiales unas excepcionales oportunidades de participar en misiones operativas.7

Así pues, poco antes de embarcar en la Base Naval de la ciudad de Ushuaia, donde el buque se reabastecía al promediar la patrulla de las doscientas millas del Mar Argentino, mantuvimos una conversación informal con tres capitanes de navío que consideraban fundamental que conociésemos la experiencia de la navegación, pues como —anticipaba el capitán de navío José Novaro— en el buque "se ve la idiosincrasia de la Armada" y en "el tiempo de la navegación [es cuando] tiene que ponerse la tripulación y el buque a punto".8

También el capitán de navío Jorge Richards decía que embarcándonos entenderíamos qué es ser a la vez "militar" y "marino":

Hay quien piensa que somos bichos raros, pero no es así. La Armada está integrada por gente que viene de la sociedad y se nutre de ella. Tiene lo bueno y lo malo de la sociedad. Ser militar y marino no es tan diferente en eso. Sí, es una profesión muy exigente y sacrificada. Más bien un servicio. Para ser piloto naval, por ejemplo, se requiere mucho adiestramiento, preparación física, concentración, responsabilidad (Entrevista junio de 2008).

Un tercer capitán de navío, Rodolfo Patrone, adicionaba al profesionalismo y al cumplimiento del servicio otra dimensión vocacional asociada con los gustos y el placer personal:

Es difícil embarcar y dejar a la familia, pero cuando uno está arriba o está en un ejercicio es todo disfrute. Ésta es nuestra profesión. Uno se olvida de todo y se concentra en lo que a uno le gusta [Novaro comparte su opinión]. Después la vuelta y el reencuentro son muy intensos y uno trata de recuperar en esos días. Mis hijos nunca me lo reprocharon porque siempre vieron que hacía las cosas con placer (Entrevista junio de 2008).

Sin embargo, Novaro, Richards y Patrone no eran hombres de la dotación del buque en que efectuamos el trabajo de campo. La tripulación del buque estaba compuesta por oficiales de menor jerarquía: el comandante era un capitán de corbeta, el segundo comandante era teniente de navío y los otros cinco oficiales tenían grados que iban desde teniente de fragata hasta guardiamarina. A su vez, unos cincuenta suboficiales poseían diferentes especialidades tales como maquinistas, comunicaciones, electrónicos, electricistas, radaristas, servicios, camareros, cocineros, turbinas, control de averías, enfermeros y de mar.

Al igual que en otras unidades militares de la Armada los cabos cumplían funciones previstas para marineros voluntarios y todo el personal era masculino. Los cabos primeros y segundos se alojaban apretadamente en dos sollados (alojamientos de cubiertas inferiores), los cabos principales en otro, los suboficiales en dos cámaras, los oficiales se distribuían en tres camarotes (alojamientos de cubiertas superiores) y el comandante y su segundo en otros dos camarotes.9

Como antropólogo que realizaba una investigación por encargo del Ministerio de Defensa fui alojado en un camarote con un oficial, pues en el orden y jerarquía del buque mi posición social era homologada con la de oficiales. No obstante durante la navegación circulaba por los espacios de trabajo y descanso de los suboficiales a fin de realizar las observaciones con participación, las entrevistas y las conversaciones informales para registrar las percepciones y las experiencias de toda la dotación.

El buque había iniciado su navegación en la Base Naval Mar del Plata unas semanas antes, donde se encontraba el comando de la División de Patrullado Marítimo. A partir de esa escala en Ushuaia navegaría por los canales fueguinos hasta el Océano Pacífico realizando un ejercicio previsto con la Armada de Chile, luego ingresaría por el Estrecho de Magallanes y desde entonces efectuaría la patrulla del Mar Argentino hasta la Base Naval Mar del Plata.

El trabajo de campo en el buque estaba previsto durante diez días entre la Base Naval de Ushuaia y el Apostadero Naval de Puerto Deseado, del 30 de junio al 10 de julio de 2008.

 

El primer contacto: arribo a la Base Naval Ushuaia y embarco en el buque de guerra

Al llegar a Ushuaia fui recibido por un capitán de fragata destinado en aquella base naval. Procurando conocer cuál era su especialidad en la Armada le formulé esa pregunta durante el corto trayecto que compartimos en un vehículo de la Fuerza entre el aeropuerto local y el apostadero donde estaba el buque en el que embarcaría. Me respondió que "inteligencia" y agregó: "hoy una especialidad de riesgo". Inmediatamente asoció dicha expresión con la causa judicial por espionaje abierta en marzo de 2006 a raíz de actividades de inteligencia ilegales desarrolladas en la Base Aeronaval Almirante Zar en la ciudad de Trelew (Chubut) y por la cual fueron procesados oficiales y suboficiales de la Armada que realizaban tareas de espía sobre dirigentes políticos, sindicales y sociales.10

Reparé entonces que esos sucesos de conocimiento público difundidos sobre todo por medios de comunicación reconocidos por su orientación política de "izquierda" quizá gravitarían en las percepciones que tendría sobre mi presencia el personal de la Armada con el que iba a interactuar en esos días. Sin embargo, contra ese pronóstico mis interlocutores no los refirieron —al menos explícitamente— durante la navegación.

Llegamos al buque alrededor de las veintidós horas y fui recibido por el segundo comandante (el comandante se encontraba en la ciudad con autoridades militares en la sede del Área Naval Austral). Fui invitado a compartir la cena con los oficiales en su cámara ubicada en la proa, aunque en realidad ellos ya estaban de sobremesa. Hechas las presentaciones, me senté a la mesa ubicándome por indicación del segundo comandante enfrente suyo, como correspondía según la disposición naval a la persona tenida como segunda en la jerarquía de los participantes de un desayuno, refrigerio, almuerzo o cena en la cámara de un buque, una base o un establecimiento educativo de la Armada Argentina.11

Mientras cenaba, el segundo comandante indicó que me alojaría en uno de los dos camarotes disponibles para oficiales, compartiéndolo con un teniente de fragata. El trato que recibí por oficiales y suboficiales al embarcar fue cordial y formal dirigiéndose a mí invariablemente como "usted" y "doctor". Los suboficiales mantuvieron ese trato a lo largo de la navegación, pero los oficiales —a solicitud mía— dejaron de llamarme por ese título desde el día siguiente, dirigiéndose desde entonces por mi nombre de pila: "Germán".

En un grupo social jerárquico como el militar, donde la producción y la reproducción del orden dependen de la afirmación de la jerarquía, el mando y la disciplina, y donde cada integrante está necesariamente inscripto en relaciones de subordinación y superordinación, el trato de "usted" es la norma en los vínculos formales entre militares en el ámbito público pero también en las relaciones interpersonales en el ámbito privado. Incluso oficiales o suboficiales de una misma promoción o camada poseen una "antigüedad" relativa respecto de sus camaradas.12

Conforme a estas lógicas y prácticas sociales jerárquicas propias de la sociedad militar, como académico o profesional que realizaba una investigación en el buque con autorización y encargo del Ministerio de Defensa me fueron asignados espacios de alojamiento y alimentación destinados a los oficiales del buque. Esta inscripción específica en el orden cotidiano del buque no me impedía efectuar observaciones con participación, entrevistas y conversaciones informales en todos los espacios de trabajo o de descanso con oficiales y suboficiales de cualquier rango, quedándome solamente vedados —como a la mayoría de la dotación— la "santabárbara", sala con armamento y municiones, así como el cuarto del "girocompás", sala con el equipo electrónico que orientaba la navegación.

En definitiva, como ocurre con el estudio de otras poblaciones, el antropólogo social queda sujeto a los principios de clasificación y formas de inscripción social que le imponen sus interlocutores durante el trabajo de campo etnográfico. Dicha experiencia es un atributo expresivo del carácter dialógico de la etnografía como enfoque y método de producción de conocimientos sociales.

 

Séptimo día de navegación: diálogo con los oficiales acerca de la alteridad social y cultural radical

Ahora bien una cosa es invocar la epoché husserliana en una clase universitaria, en un manual de antropología social e incluso en una ponencia para un congreso disciplinar; pero algo bien diferente es poner este principio metodológico en práctica en las interlocuciones cotidianas de las que participamos los investigadores en el curso del trabajo de campo etnográfico.

Una situación social producida el séptimo día de navegación durante una conversación informal en la cámara de oficiales dio lugar a la reproducción de estereotipos acerca del "universitario" y del "militar" en mis perspectivas y en las de los oficiales. Transcribo las notas de mi cuaderno de campo:

Ayer al mediodía tuvimos una conversación sobre la universidad en la cámara de oficiales. Estaban Juan, Santiago, Rubén, Ignacio, Fernando y el Doc. Todo comenzó con un comentario de Rubén, que había visitado la Facultad de Medicina de la UBA acompañando a un amigo que estudiaba ahí. En esa Facultad había estudiado su abuelo, que había sido medalla de oro. Había estudiado con mucho esfuerzo porque el terremoto de San Juan de 1944 había dejado a su familia sin casa. A Rubén le habían llamado desagradablemente la atención la suciedad, los destrozos y los carteles de las agrupaciones estudiantiles por todas partes. Le molestaba que ese lugar que su abuelo recordaba con tanto gusto y en el que había definido el curso de su vida estuviese tan descuidado. Dijo Rubén que había llegado a un local de madera del centro de estudiantes junto con su amigo y que había visto a una gorda tirando yerba al piso y a un barbudo cuarentón, que seguramente era un estudiante crónico. Tanto le había molestado la situación que los había encarado y les había dicho si no les parecía que el centro de estudiantes tenía que hacer algo en medio de todos esos destrozos en vez de preparar la mediconga. ¡La "mediconga"!, esa fiesta que tanto anunciaban por los carteles ¿Por qué no se juntaban todos los estudiantes un fin de semana y se ponían a limpiar y pintar todo? El tipo le había respondido que quién era él para venir a decirles eso. Rubén le dijo que era uno de los que pagaba impuestos para que él pudiera estudiar ahí. Se tuvo que ir recaliente porque ya lo iban a cagar a trompadas. Su amigo se había enojado mucho con él. Le había dicho: "así no voy a aprobar nunca una materia acá" (Cuaderno de Campo Negro Num. 4. Armada Argentina. Julio de 2008)

Después de escuchar el relato de Rubén sentí la imperiosa necesidad de correrme de mi posicionamiento como un observador participante no intrusivo en esa situación producida en la cámara de oficiales y exponer mi propio punto de vista, pues mi percepción era que en esos dichos había una velada crítica a la universidad pública. No obstante, tenía presente entonces que mis discrepancias con Rubén no eran tan grandes como para negar la verosimilitud de su descripción sobre aquel escenario universitario dado que, aunque desconocía la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires, sí estaba familiarizado con el entorno de la próxima Facultad de Ciencias Sociales de esa casa de estudios y, en verdad, mi percepción sobre el estado físico de aquel predio era bien coincidente.

Les dije que hay otras universidades que tienen una situación distinta a la UBA, por ejemplo la Universidad de General Sarmiento o la de Quilmes, que yo conozco bien. Pero Santiago intervino y dijo que le dan mucha bronca los estudiantes crónicos que van a la universidad a hacer política porque así le roban el lugar a otro. Lo mismo confirmó Rubén. Dijo: "¡se quejan porque el Estado les permite tener una sola materia aprobada por año para mantener la regularidad!". Pablo dijo que Daniel Filmus era un buen Ministro de Educación, parecía un buen tipo, pero que no le habían dejado hacer nada. Juan dijo que a la universidad deberían ir sólo quienes se merecen hacerlo […]. Su hermana va a la Universidad Nacional de Tucumán y dijo que también está llena de tipos que hacen política. Yo digo que el co-gobierno y la participación política de los estudiantes son parte de las tradiciones universitarias reformistas de la Argentina. Me escuchan y dicen que está bien, pero… Rubén vuelve a insistir en que si tanto les interesa participar a los estudiantes deberían hacerlo limpiando y pintando el edificio. Santiago se ríe y le dice: "¡esos modales troperos no son para los civiles!". Les digo que yo he militado en la universidad y que fui miembro del Centro de Estudiantes de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de La Plata en los años 1980s y que cambié tres veces de carrera de grado hasta que me recibí de profesor de historia; pero replican que eso es diferente, porque yo me gradué y doctoré (Cuaderno de Campo Negro Num. 4. Armada Argentina. Julio de 2008).

Estos testimonios de oficiales subalternos con edades que oscilaban entre los 21 y los 37 años manifestaban la existencia de un contraste entre la percepción de esta situación en la universidad pública con acceso libre (si bien las facultades de medicina tienen exámenes de ingreso restrictivos) y requerimientos de mantenimiento de regularidad laxas en su población de estudiantes en relación con las lógicas y prácticas meritocráticas y competitivas históricamente vigentes en el acceso a la formación militar básica en la Escuela Naval Militar —con sus exámenes académicos, médicos y psicológicos, físicos y de aptitud militar— y en el curso del desarrollo de la carrera militar —con sus evaluaciones anuales y cursos de perfeccionamiento (Frederic, 2013; Levoratti y Soprano, 2014).

Asimismo debe tenerse en consideración que la afirmación de renovadas concepciones acerca de la educación y la carrerea profesional militar en democracia enfatizaron —al menos desde la década de 1990— su necesaria despolitización. Estas percepciones negativas de los oficiales acerca de politización de los estudiantes en las universidades públicas, entendidas como un comportamiento contraproducente con el buen suceso del aprendizaje y el desarrollo académico, no son concepciones excluyentes de los militares sino también de otros miembros de la sociedad argentina.

En este punto debo decir que dos ideas atravesaron mi mente en esta conversación con los oficiales, sin llegar a comentárselas ni a registrarlas en el cuaderno de campo.13 Por un lado, que en mi experiencia personal el balance entre participación política universitaria y rendimiento académico fue una donde ambos términos se relacionaban en forma inversamente proporcional. Confirmando sus presupuestos, cuando yo militaba activamente y estudiaba la Licenciatura en Economía no tenía buen desempeño. Por el contrario, cuando posteriormente invertí la carga de esfuerzos, completé mis estudios como Profesor en Historia en apenas cuatro años. No obstante ello, debo decir que otros estudiantes contemporáneos míos en ambas carreras de grado lograban un equilibrio más satisfactorio entre política y estudio. Asimismo, por otro lado, en esa conversación con los oficiales me incomodaba la tensión que se afirmaba en mí entre el postulado metodológico de la etnografía que reclama comprender situacionalmente los puntos de vista de los actores sociales y una creciente apreciación negativa acerca de los comentarios de aquellos militares que se referían críticamente a unas relaciones entre participación política y universidad pública que —a diferencia de ellos— yo valoraba positivamente.

Posiblemente Santiago percibió bien mi incomodidad al cerrar los comentarios con su humorada acerca de los "modales troperos" con que estaban analizando y proponiendo cambios necesarios en la universidad pública.

Quiero destacar con este último comentario que en esas circunstancias del trabajo de campo etnográfico estaban desplegándose no sólo ciertas concepciones acerca "los universitarios" de las universidades públicas en ciertos sectores de la sociedad argentina sino que además estaban activas (si bien no hechas públicas tan abiertamente) mis propias concepciones de sentido común sobre "los militares", unas concepciones también expresivas de otros sectores sociales.

El hecho de que unos y otros estereotipos tuvieran por referencia individuos y grupos de la sociedad argentina era una buena prueba de que en este caso la relación entre el antropólogo y los "nativos" difícilmente podía comprenderse invocando nociones de alteridad social y cultural radical con que los antropólogos metropolitanos de la primera mitad del siglo xx solían referirse a las poblaciones objeto de estudio.14

El hecho de que esa distancia entre aquellos oficiales subalternos y yo no era radical y sólo era relativa puede observarse también en que, una vez terminada aquella experiencia de trabajo de campo etnográfico en el buque, continué mi relación con varios de ellos, llegando incluso a desempeñarme como asesor del trabajo final de uno para la Escuela de Oficiales de la Armada y como director del trabajo final integrador para la Escuela Superior de Guerra Naval de otro, con quien he mantenido desde entonces un vínculo de mutuo reconocimiento académico, profesional y personal.15

No ha sido pues ésta la primera ni única vez en que los oficiales —y en algunas ocasiones los suboficiales— que he conocido en el curso del trabajo de campo se tornan posteriormente en "colegas" con los cuales compartimos intereses en el estudio de los temas de la defensa nacional y de sus instrumentos militares.

 

Conclusiones

Se ha afirmado frecuentemente que, al afrontar el trabajo de campo etnográfico, el antropólogo pone en suspenso los presupuestos de los saberes teóricos disciplinares y, más ampliamente, del sentido común de los grupos a los que pertenece o en los cuales se reconoce. En ello reside, lo sabemos, el denominado "carácter dialógico" del conocimiento etnográfico, es decir, de unos conocimientos que son el resultado de interlocuciones producidas con las poblaciones estudiadas en situaciones específicas.

Para que esto suceda es preciso comprender las perspectivas y experiencias de esos otros en sus propios términos, lógicas y contextos de uso. En la génesis de la historia disciplinar de las antropologías metropolitanas este ejercicio analítico posibilitó el conocimiento de esos "otros primitivos" como unas personas con sus singularidades y, a la vez, como integrantes de una común humanidad con el "nosotros civilizado".

Sin embargo, en las monografías clásicas de la primera mitad del siglo xx las condiciones de producción en el campo y las relaciones sociales entre los otros y el antropólogo eran invisibilizadas o bien quedaban reducidas a algunos comentarios en las introducciones o en notas a pie de página. Por ello, la apropiada comprensión de sociedades y culturas era percibida por aquellos como un desafío que comprometía el empleo de recursos metodológicos adecuados para efectuar una investigación "objetiva" antes que considerarla como el resultado de la problematización del carácter dialógico de esas relaciones.

En este sentido, las antropologías posmodernas contribuyeron a reflexionar sobre las complejas dimensiones socioculturales históricamente implicadas en los intercambios entre el antropólogo y los grupos que estudia y, en consecuencia, reafirmaron una concepción del trabajo de campo etnográfico como una experiencia social.16

Ahora bien, si colocamos estas reflexiones generales en relación con el caso referido por este artículo, nos preguntarnos: ¿podemos sostener después de esta experiencia etnográfica una caracterización de los "militares argentinos" como una población expresiva de la alteridad social y cultural radical invocada como objeto de estudio antropológico? No, pues entendemos que invocar cualquier radical diferencia sería una interpretación impropia. Y si los asumimos sólo en términos relativos como social y culturalmente diferentes sería preciso delimitar en relación a qué atributos sociales o a qué sujetos sociales, dado que —al menos en este caso— el antropólogo se auto-reconocía y también era tenido por aquellos militares, por ejemplo, como un "argentino", un "hombre", un "profesional", de "clase media", etcétera.

¿Qué ocurriría, pues, cuando las percepciones y experiencias acerca del mundo social enunciadas por estos militares se inscribían o se reconocían —con sus particularidades— en relación con el Estado y la sociedad nacional de la que era parte integrante el antropólogo? En otras palabras: ¿con relación a qué sujetos y en qué circunstancias obra la definición de membresía o las fronteras entre el adentro y el afuera y en base a qué criterios de clasificación social?, ¿es posible entonces continuar sosteniendo una distinción objetivista, taxativa y colonial entre el "antropólogo" y los "nativos"? Definitivamente, no. Pues como señalara ya hace algunos años James Clifford (1999) esa distinción entre lo "nativo" y "no nativo" es una falsa oposición que no permite comprender los diversos grados de afiliación y de distancia que se producen en las relaciones entre antropólogos y aquellos que pretende estudiar. Del mismo modo, la noción metropolitana de una "antropología hecha en casa" por oposición a aquella "antropología hecha en el exterior", entiendo, carece aquí de validez interpretativa.

Por último, ¿es posible suponer que la "antropología social" pensada y hecha en Argentina puede interpelar e incluso parcialmente modificar sus presupuestos, enfoques y métodos a partir de esas experiencias etnográficas con "militares argentinos"? Mi respuesta es que probablemente sí. Por un lado, porque el estudio etnográfico de este grupo social atípico —por no ser considerado subalterno en el Estado y en la sociedad nacional así como por ser todavía sospechado por sectores de la sociedad argentina como tributario de autoritarismos del siglo xx— permitiría avanzar en definiciones disciplinares menos dependientes del tipo de población estudiada y del reconocimiento de cualquier tipo de compromiso salvacionista con ella y, por consiguiente, más atenta a la explicitación de sus elecciones teóricas y metodológicas. Por otro lado, porque contribuiría al desarrollo de unas áreas temáticas escasamente exploradas en el país como la "antropología de los militares" y la "antropología de la guerra", abriendo no sólo nuevas líneas de investigación sustantiva sino también interlocuciones con otras antropologías del mundo.

Me pregunto, finalmente, si esta experiencia etnográfica supuso algún tipo de transformación cognitiva, social o personal en quien llevó adelante la investigación. Siendo un ciudadano argentino, un civil, un profesor universitario e investigador del CONICET, esposo y padre, efectuar una etnografía en un buque de guerra durante la patrulla de las doscientas millas del Mar Argentino era una ruptura radical respecto de mis actividades ordinarias.

En tales circunstancias la resocialización a la que me sometí en las concepciones y prácticas socio-culturales del grupo que estudiaba puede ser asociada como un rasgo típico de la etnografía, una premisa indispensable a cumplimentar como parte del trabajo de campo desde el día en que arribé a la Base Naval Ushuaia.17

Ese doble desplazamiento socio-cultural y en el espacio físico que implicaba la experiencia de la navegación como viaje, si se los reifica, puede equívocamente ser comprendido como un fenómeno expresivo de una discontinuidad social y cultural excluyente establecida entre aquello que Clifford Geertz (1989) denominó como la distinción entre el "estar allí" en el campo —esto es, en otra sociedad/cultura— y el "escribir aquí" en el gabinete —en la sociedad/cultura del antropólogo.

Pienso que tanto ellos (los militares) como yo aprendimos a reconocer nuestras diferencias socio-profesionales, quizá políticas o de otras características en los días transcurridos en el buque de guerra pero también en el curso de esa experiencia de navegación —que para mí como antropólogo era la feliz concreción de una etnografía y para ellos el desempeño pleno de su actividad como "militares" y "marinos"— nos fuimos descubriendo como habitantes o residentes de unos mundos e identidades sociales comunes, superpuestos, a veces en conflicto, a veces compartidos.

 

Agradecimientos

Agradezco a los evaluadores anónimos propuestos por Cuadernos de Antropología Social por las precisas críticas y sugerencias que permitieron mejorar el artículo, así como al corrector de estilo de la revista por sus oportunas sugerencias.

 

Notas

1. Al investigar sobre esas antropologías pensadas y hechas en la Argentina en las décadas de 1960s y 1970s, Rosana Guber (2002) destacó que su definición mediante el término nativo "antropología social" debía comprender los sentidos que los "antropólogos argentinos" de la época le atribuían a sus específicas apropiaciones de conocimientos producidos por las antropologías metropolitanas. Recurriendo a otra categoría de análisis, podríamos decir —siguiendo a Roberto Cardoso de Oliveira y Guillermo Ruben (1995)— que los sentidos y definiciones particulares de aquella "antropología social" eran expresivos de unos estilos nacionales.

2. Para un análisis detallado de las relaciones que tuvo la investigación del Observatorio Sociocultural de la Defensa en el diseño e implementación de la reforma de la educación militar y en las relaciones de género en las Fuerzas Armadas entre 2008 y 2011, remito a Sabina Frederic (2013).

3. Sabina Frederic problematizó con aguda capacidad reflexiva personal e histórica su experiencia en el Observatorio y su proyección en la gestión del Ministerio de Defensa como Subsecretaria de Formación entre enero de 2009 y diciembre de 2011 en su libro Las trampas del pasado: las Fuerzas Armadas y su integración al Estado democrático en la argentina (2013).

4. No me ocuparé aquí de mencionar ni de analizar las diferencias de enfoque, método y temáticas que ofrecen los trabajos de los investigadores de diferentes disciplinas sociales arriba citados. Remito para ello a Soprano (2010).

5. Excepto que hagamos una diferenciación explícita de jerarquías, emplearemos el término "suboficiales" de un modo comprehensivo para dar cuenta de todos los grados del personal de las Fuerzas Armadas que no ejercen el comando (no son oficiales). Entre los oficiales de la Armada las jerarquías comprenden en orden ascendente los grados de: guardiamarina, teniente de corbeta, teniente de fragata, teniente de navío, capitán de corbeta, capitán de fragata, capitán de navío, contralmirante, vicealmirante, almirante. Y entre suboficiales: cabo segundo, cabo primero, cabo principal, suboficial segundo, suboficial primero, suboficial principal, suboficial mayor.

6. Rosana Guber (2008) analizó los linajes político-navales en memorias de la Guerra de Malvinas, particularmente en relación con conmemoraciones del hundimiento de crucero "General Belgrano"; pero este estudio no estuvo basado en una experiencia de trabajo de campo etnográfico embarcado.

7. El buque en cuestión era uno clase Cherokee (ATF-113) que originalmente perteneció a la Armada de Estados Unidos y operó desde que fuera botado en 1943 en California, prestando servicios desde 1944 en el Océano Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial, la Guerra de Corea y la de Vietnam. Estuvo operativo en la Armada norteamericana hasta octubre de 1976 y en 1993 fue adquirido por la Argentina. Tiene una eslora de 62,65 metros, manga de 11,97, puntal de 6,79 y altura máxima de 38,5. Su velocidad máxima era de 16,5 nudos (30,56 km/h) y la económica de 10 nudos (18,52 km/h). El armamento original constaba de un montaje doble de 40 mm, dos montajes de 20 mm y un cañón de 3 pulgadas en popa, a los que se adicionaron ametralladoras Oerlikon 20 mm, tres ametralladoras dobles Breda Bofors 40/60 mm en dos montajes dobles y uno simple, un montaje de 40 mm, dos montajes dobles de 20 mm y dos montajes de 12,7 mm. Poseía un radar de búsqueda superficie Racal Decca 626, y de navegación Racal Decca 1230. Su Planta Propulsora era de sistema diesel-eléctrico con cuatro generadores de CC 375 V y 610 KW, un motor eléctrico de propulsión de doble armadura y una sola hélice, y dos generadores autoexcitados de 240 V, uno de 250 KW y otro de 200 KW. www.histarmar.com.ar/Armada%20Argentina/Buques1900a1970/Avisos/SubOficialCastillo. (Consultado en línea el 1 de mayo de 2013).

8. Los nombres de los entrevistados y algunos datos de sus biografías fueron cambiados a fin de preservar su anonimato conforme fue acordado con ellos cuando se realizaron las entrevistas.

9. Era un buque pequeño que no disponía de espacios para distribuir en alojamientos separados al personal masculino y femenino de acuerdo con unos criterios excluyentes de clasificación de género cuya legitimidad y eficacia social excedía a los militares, dominando las percepciones de amplios sectores de la sociedad argentina.

10. La causa judicial se había originado por la denuncia de un cabo de la Armada presentada ante el CELS (Centro de Estudios Legales y Sociales), una organización no gubernamental de promoción y defensa de los derechos humanos creada en 1979 y dirigida entonces por el periodista Horacio Verbitsky. El CELS publicaba anualmente un Informe sobre Derechos Humanos en Argentina que comprendía crímenes de lesa humanidad cometidos por integrantes de las Fuerzas Armadas en tiempos del "Proceso". Las publicaciones Derechos Humanos en Argentina. Informe 2007 y 2009, incluyeron análisis de la aludida causa por espionaje de la Armada. La antropóloga social Eva Muzzopappa realizó los estudios y participó activamente en la elaboración de dichos informes.

11. Mi colega Alejo Levoratti me recuerda que las sociedades donde el estatus de las personas constituye un rasgo cultural sobresaliente de sus lógicas y prácticas cotidianas, el conocimiento del lugar ocupado por cada uno en espacios y eventos es de una marcada trascendencia para sus integrantes. Tal es el caso citado por Clifford Geertz cuando observa que en Bali "hay mucho que discutir sobre el carácter de la cultura balinesa y sobre el tipo de política que sostenía, pero lo que seguramente es indiscutible es que el estatus era su obsesión dominante y que el esplendor era la substancia del estatus. Linggih —literalmente "asiento", genéricamente rango, posición, condición, lugar, título, "casta" ("¿dónde te sientas?" es la pregunta estándar para la identificación del estatus) —, era el eje en torno del cual giraba la vida pública de la sociedad" (Geertz, 2000: 218).

12. No obstante ello, actualmente ocurre que jóvenes de una promoción o camada se den un trato más informal en las relaciones personalizadas y privadas, esto es, cuando no se encuentran ante superiores o subalternos.

13. Como observara la antropóloga brasileña Mariza Peirano: "Las impresiones de campo no son sólo recibidas por el intelecto, además tienen impacto sobre la personalidad del etnógrafo" (Peirano, 1995: 23).

14. Si bien es dado reconocer que esa percepción de las sociedades no occidentales como expresivas de la alteridad social y cultural radical era dominante en las antropologías metropolitanas de la primera mitad del siglo xx, esta afirmación demanda de algunas precisiones. Restringiendo aquí la referencia sólo a Bronislaw Malinowski y Franz Boas se constata que en sus textos etnográficos introducían comparaciones entre el "ellos" (los nativos) y el "nosotros" (los occidentales) donde no sólo se destacaba la singular rareza del comportamiento de los primeros sino también aquellos fenómenos más generales que compartían unos y otros. Así, Malinowski planteaba que los trobriandeses "exactamente como cualquier miembro modesto de una institución moderna —ya sea el Estado, la Iglesia o el Ejército— depende de la institución y está en la institución, pero carece de perspectiva sobre el funcionamiento íntegro resultante del conjunto, y todavía está menos capacitado para hacer un informe sobre su organización, de la misma forma sería inútil intentar preguntarle a un indígena en términos sociológicos abstractos" (Malinowski, 1986:29). Y refiriéndose a las relaciones entre normas e imponderables de la vida real señalaba: "Los más sólidos vínculos del grupo social, ya sean determinados ritos, los deberes económicos y legales, las obligaciones, los regalos ceremoniales o las muestras de respeto, aunque igualmente importantes para el investigador, en realidad, son percibidos con menor intensidad por el individuo que los cumple. Apliquémonos esto a nosotros mismos" (Malinowski, 1986:36). Boas decía de los esquimales que "he comprobado que gozan de la vida, que gustan de la naturaleza, que los sentimientos de amistad también echan raíces en sus corazones y que si bien la índole de su existencia es más ruda que la civilizada, el esquimal es un ser humano igual que nosotros, sus sentimientos, virtudes y defectos se basan en la naturaleza humana, al igual que los nuestros" (citado en Monk, 1964:12).

15. La relación con este oficial tiene por consecuencia un saludable intercambio de ideas y experiencias que beneficia mi desempeño como académico, toda vez que en la elaboración de mis trabajos de investigación sobre la Armada Argentina este oficial constituye para mí una referencia y una consulta indispensable.

16. En relación con las etnografías experimentales expresivas de una praxis y escritura etnográfica dialógica, Carlos Reynoso (1992) observaba que es necesario identificar, por un lado, trabajos de antropólogos posmodernos que constituyen textos etnográficos alternativos —Rabinow (1977), Crapanzano (1980); Dwyer (1982)— y, por otro lado, textos programáticos sobre cómo deberían ser las etnografías futuras —Marcus y Fischer (2000). Las etnografías experimentales se caracterizan por una concepción dialógica y/o polifónica —según el término de Mijail Bajtín— de la praxis y la escritura etnográfica. En sus antípodas estaría el monólogo de la etnografía realista que sitúa en la voz del antropólogo la interpretación autorizada sobre la alteridad social y cultural, a la que Dennis Tedlock (1992) asociaba a una tradición analógica basada en el recurso ficcional de un etnógrafo silencioso e invisible que no interactuaba efectivamente en el terreno. Por el contrario, una concepción dialógica analizaría situaciones en las que el investigador y sus informantes producen una pluralidad de modos de comprender el mundo e interactuar en él. Desde esta perspectiva en el trabajo de campo se producía lo Kevin Dwyer (1982) denominaba una "confrontación etnográfica" antes que una observación participante. En consecuencia, la etnografía como praxis y como texto debería mostrar la complejidad de esos encuentros y experiencias sociales compartidas entre el antropólogo y los individuos de los grupos que estudia; lo que supone asumir elecciones conscientes sobre aquello que el antropólogo elige poner en foco de la etnografía y en modo alguno pretender ofrecer una lectura en apariencia totalizadora de la realidad. La etnografía pasa entonces a definirse como una tarea experimental y ética que compromete al antropólogo, a sus informantes y al lector —que también es interpelado en el texto (Clifford 1991). Finalmente, y a propósito de los planteos de Tedlock (1992), mencionemos que para Stephen Tyler (1992a y 1992b) la concepción dialógica de la etnografía es un discurso sobre lo imposible, pues al plasmar en un texto las voces de los informantes, el antropólogo produce sólo una simulación de diálogo en la medida en que las perspectivas y las experiencias de los primeros están mediadas o administradas por el rol autoral dominante del antropólogo.

17. Por falta de espacio (o quizá de poder de síntesis) no he puesto como objeto de reflexión en estas páginas el carácter multisituado (Clifford, 2001) que asumió desde un comienzo la investigación etnográfica del Observatorio Sociocultural de la Defensa y las posteriores experiencias de trabajo de campo concretadas en instituciones educativas castrenses. Queda apenas consignada en esta nota al pie la necesidad de trabajar en detalle sobre esta cuestión.

 

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