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Cuadernos de antropología social

versión On-line ISSN 1850-275X

Cuad. antropol. soc.  no.46 Buenos Aires dic. 2017

 

ARTÍCULOS ORIGINALES

Un quiebre en el campo. Apuntes epistemológicos y ético-metodológicos para el abordaje etnográfico en contextos de violencia(s)

A crack in the field: epistemological and ethical-methodological notes on ethnography in contexts of violence

Uma ruptura no campo: notas epistemológicas e ético-metodológicas para a abordagem etnográfica em contextos de violência


Nicolás Cabrera *

* Licenciado en Sociología Universidad Nacional de Villa María y Doctorando en Antropología Universidad Nacional de Córdoba, Córdoba, Argentina. Becario del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)/ Instituto de Altos Estudios Sociales-Universidad Nacional de San Martín. Correo electrónico: nico_cab@hotmail.com

Recibido: Julio de 2016
Aceptado: Agosto de 2017

 


Resumen

El presente trabajo representa un esfuerzo por sistematizar un cúmulo de reflexiones epistemológicas y ético-metodológicas propias de una práctica etnográfica en contextos de violencia vinculados al fútbol. Se trata de preguntarnos cuáles son las condiciones de producción y reproducción de un saber científico que construimos intersubjetivamente en un trabajo de campo etnográfico atravesado por la violencia y la ilegalidad como lo es el caso de las hinchadas argentinas. El disparador de nuestro escrito será un incidente de campo que marcó a fuego nuestra investigación: la fractura del metatarso de mi pie izquierdo producto de un "bastonazo" de la policía de Santa Fe tras un partido de fútbol disputado entre Colón de Santa Fe y Belgrano de Córdoba.

Palabras Clave: Etnografía; Violencia; Fútbol; Trabajo de Campo; Antropología


Abstract

This paper attempts to systematize certain epistemological and ethical-methodological issues that surface in an ethnographic practice in contexts of violence linked to football. We look into the conditions of production and reproduction of scientific knowledge constructed intersubjectively in ethnographic fieldwork crossed by violence and illegality, as is the case of ethnography among football fans in Argentina. The initial trigger for the article is an incident from my own fieldwork: a fractured toe on my left foot which was the result of a blow with a stick from the Santa Fe police, after a match between Colon and Belgrano de Cordoba on August 18th 2012.

Key words: Ethnography; Violence; Football; Fieldwork; Anthropology

Resumo

O presente artigo expõe um conjunto de reflexões epistemológicas e ético-metodológicas sobre a prática etnográfica inserida em contextos de violência ligados ao futebol. Queremos nos perguntar sobre quais são as condições de produção e reprodução de um conhecimento científico que construímos intersubjetivamente no trabalho de campo etnográfico atravessado por violência e ilegalidade? O ponto de partida do nosso trabalho será um incidente de campo que desencadeou a nossa investigação: a fratura do metatarso do meu pé esquerdo causada por um "bastão" da polícia de Santa Fé depois de um jogo de futebol jogado entre Colon de Santa Fe e o Belgrano de Córdoba

Palavras chave: Etnografia; Violência; Futebol; Trabalho de campo; Antropologia


 


Introducción

El presente trabajo repara en las condiciones de producción y reproducción del conocimiento científico en contextos etnográficos atravesados por la violencia y la ilegalidad. Más concretamente, nos interesa presentar algunas reflexiones epistemológicas y ético-metodológicas propias de una práctica etnográfica, siempre intersubjetiva, en contextos de violencia e ilegalidad vinculados al fútbol. El disparador inicial de nuestro escrito será un incidente de campo ocurrido durante mi investigación: la fractura del metatarso de mi pie izquierdo producto de un "bastonazo" de la policía de Santa Fe tras un partido de fútbol disputado entre Colón de Santa Fe y Belgrano de Córdoba el 18 de agosto del 2012.1

El artículo busca socializar una experiencia de campo personal en clave analítica. Se trata de aportar datos y análisis sobre las prácticas, representaciones y afectos que dan lugar a la(s) violencia(s) de la hinchada2 del Club Atlético Belgrano de Córdoba; al mismo tiempo que indagamos multidimensionalmente en el oficio etnográfico en contextos de violencia e ilegalidad. Aquí no pretendemos esbozar un bosquejo autoetnográfico ni pecar de excesiva autorreferencialidad. Buscamos socializar una experiencia de campo biográfica para intentar recuperar una propuesta epistemológica en la que toda la sensibilidad corporal del investigador —mirada, olfato, intuición, emocionalidad, juicio y afecto— opera como herramienta insustituible en la producción de conocimiento —tal como lo expusieron los trabajos de Favret-Saada (2005), Wacquant (2006), Quirós (2014)—, y en la que la práctica de la reflexividad emerge como proceso constitutivo y permanente del quehacer científico (Guber, 2011).

El texto se estructura en tres apartados: en el primero, narraremos la crónica del antes, el durante y el después del "incidente", tratando de retratar una "descripción densa" (Geertz, 2006: 21) de lo sucedido. En el segundo, volcaremos algunas reflexiones teórico-metodológicas sobre la(s) violencia(s) registradas y analizadas. Pensaremos en la influencia que tienen estas en los mecanismos de membresía que configuran a la hinchada y en la naturaleza de mi estatus en el campo "posincidente". En el tercer apartado expondremos algunos dilemas ético-metodológicos que se desprenden de nuestro oficio etnográfico en general y de las condiciones específicas de nuestros campos atravesados por violencias e ilegalidades en particular. A modo de cierre, repararemos en la importancia y utilidad de trabajos académicos de esta naturaleza.

 

1. Tiempos violentos

Es viernes. Agosto de 2012 cuenta 17 días. El partido entre Colón de Santa Fe y Belgrano de Córdoba, por la tercera fecha del Torneo Inicial Capitana Evita, está programado para las 21 horas en el estadio de Colón. En la previa del encuentro se mediatiza una polémica. La policía santafesina pide que el horario del cotejo se adelante por considerarlo un encuentro de "alto riesgo". La histórica enemistad entre las dos hinchadas es el trasfondo. Finalmente, por presiones de la televisión, la petición policial es desoída y el horario se mantiene.

La hinchada de Belgrano, como en todas las previas antes de los viajes, se reúne en el territorio que mayor densidad simbólica tiene según su propio universo moral: el estadio del club ubicado en el barrio de Alberdi. Hacia allí me dirijo para viajar una vez más con ellos. Bromas, rock, cuarteto, bebidas y humo es el paisaje que me recibe. Es mediodía. Aproximadamente 120 personas, todos hombres jóvenes y adultos, esperamos para subir a los ómnibus. En Córdoba había llovido toda la noche y en Santa Fe no había sido diferente; la suspensión del partido es una opción.

Beto3 es alto y enérgico, una vitalidad que disfraza a la perfección sus casi 60 años. Él representa la máxima autoridad de la hinchada, la cima de una pirámide vertical y jerárquica. Haciendo uso de su poder, nos junta a todos antes de salir y dirige la voz a miradas tan atentas como mudas:

acabo de hablar con el jefe del operativo y dice que en Santa Fe está lloviendo una banda y no saben si va a parar, la cancha tiene buen drenaje pero el partido está en duda, yo voy a salir, el que quiere venir que venga, pero sepa que yo a los choferes les tengo que pagar, si el partido se suspende la plata se pierde, de última, vemos si nos vamos a un campo y comemos un asado, ¿Qué quieren que hagamos? ¿Vamos? (Beto. Registro del trabajo de campo. 17 de agosto de 2012).

La respuesta afirmativa es unánime. En el viaje, los rumores sobre la suspensión del partido circulan como el vino. Varios hacen alarde de sus contactos para tener primicias sobre el tema. Esto último es bastante común, ya que muchas veces, en la hinchada, la acumulación de prestigio y reconocimiento interno no sólo pasa por las competencias físicas para el enfrentamiento violento, sino también por la capacidad individual de tejer redes de reciprocidades con alteridades que, por motivos afectivos o instrumentales, se vuelven interlocutores legítimos para los miembros de la hinchada (Garriga Zucal, 2007). Saber pelear es un recurso cotizado, tener los teléfonos correctos también.

Después de casi cinco horas de viaje y a menos de 50 kilómetros de Santa Fe, llega la noticia final: el partido se suspende y se reprograma para el día siguiente a las 18:10. Nadie parece molesto, hay una permanente arenga de que al otro día tenemos que ir igual. Beto sube al bondi y explica que "el partido se suspendió y se juega mañana, arreglé con los choferes que nos cobren 3000 pesos, será 50 más cada uno… mañana hay que venir, hay que venir como sea". Nuevamente, arenga y respuesta al unísono. Por segunda vez, se observa que "la voz" de Beto refleja en "Los Piratas" un tipo de dominación altamente legitimado ya que, en términos weberianos, encuentra altas probabilidades de obediencia para sus mandatos específicos (Weber, 1994).

El partido se reprograma para el sábado 18 de agosto a las 18:10 en la cancha de Colón. Salimos, como siempre, de la cancha de Belgrano. "Los Piratas" llenan tres bondis, lo mismo que el día anterior. Durante el viaje, llegan rumores de incidentes que se suceden con otros hinchas de Belgrano —no miembros de la hinchada— cuando llegan a Santa Fe: robos, represión policial, destrozos de autos y piedrazos. Las distintas versiones coinciden en que la policía liberó las zonas aledañas al estadio e hinchas de Colón emboscaron a simpatizantes de Belgrano. Estos dichos, lejos de amedrentar a los miembros de la hinchada, o se los toman sin asombro y con naturalidad, casi con indiferencia, o despiertan cierta exaltación. A veinte minutos de la cancha de Colón, se juntan todos los colectivos de la barra que, sumando los de las otras facciones4 (Cabrera, 2014) llegan a siete. La policía nos espera, nos demora y nos requisan individualmente, y después al colectivo; no encuentran nada que nos comprometa.

Llegamos a la cancha de Colón con el partido empezado. Eso no preocupa a la primera línea de la barra, que está más atenta a que ningún miembro ingrese solo y aislado; todos juntos gritan enfáticamente. En los 200 metros que transitamos desde los colectivos hasta el ingreso al estadio, caminamos por las calles del barrio Fonavi de Santa Fe, una barriada inundada de monoblocks de tres pisos desde los cuales nos reciben con proyectiles y buena puntería. Los de la primera línea encabezan la marcha; Beto, al frente del frente, exige que nadie devuelva la agresión. Juan, un pibe de la barra, no se contiene y devuelve una piedra. Beto lo mira fijo y le dice que "no sea pelotudo". Cinco segundos después, Tato responde con una botella al aire. Beto, nervioso y tenso, lo insulta y lo empuja, así se maneja a un barra, con la fuerza del argumento o con el argumento de la fuerza. El fondo de la escena es la música de la hinchada que a paso firme canta:

 

Tabla 1. Canciones de la hinchada de Belgrano

 

1.1. El aguante en acción

Si partimos de una concepción restringida de la violencia (Garriga Zucal y Noel, 2010), en tanto "recurso" (Riches, 1988) que implica "el empleo de fuerza física directa y vigorosa con la intención de causar daño" (Ferrater Mora y Cohn, 1981: 193-194), podemos afirmar, sin titubeos, que durante toda la jornada la violencia es ubicua, generalizada y sistemática. Sin comenzar el partido, desde la tribuna platea y los edificios que rodean el estadio, nos arrojan piedras y baldosas. Cuento, al menos, siete heridos. Ya con la pelota rodando, siguen cayendo proyectiles, pero el partido continúa con naturalidad. La mayoría de los hinchas de Belgrano intercala la atención entre el césped y el cielo, la pelota y las piedras. Los cantos no se detienen nunca. La fiesta y el aliento como prueba incontrastable del aguante. Cuando promedia la mitad del segundo tiempo, un hincha de Belgrano invade la platea de Colón con el objetivo —sin éxito— de robar un trapo, es decir, una bandera del equipo rival. Ya varios autores han demostrado el valor simbólico de las banderas que nativamente son consideradas trofeos vinculados al honor, la reputación y el aguante de una hinchada, así también han dado cuenta de las posibles consecuencias que se desprenden de dicha transgresión normativa (Moreira 2005; Garriga Zucal, 2007; Gil, 2007).

Minutos después de aquel episodio, parte de la hinchada de Colón abandona abruptamente su popular y se dirige al sector de la platea que colinda con nuestra tribuna. Ahora plateístas y parte de la barra de Colón nos arrojan proyectiles con mayor intensidad. Inmediatamente, "Los Piratas" responden. Es un intercambio sistemático y generalizado. De golpe, sin ningún preaviso, se abre el portón de rejas que divide ambas tribunas e irrumpe la policía a la nuestra, a punta de bastones y balas de goma que buscan blancos de forma indiscriminada. Gran parte de los espectadores de Belgrano abandonan la tribuna; la hinchada no: se para. Se desata un enfrentamiento en la popular visitante entre la hinchada de Belgrano y la policía que lleva a que el árbitro suspenda momentáneamente el partido. Algunos miembros de la barra comienzan a romper el alambrado y a reclamar ante los jugadores y algunos medios de comunicación su bronca e indignación por lo que es el trato de la policía. Algunos jugadores se acercan a la tribuna y preguntan por sus familias. Los bomberos intentan frustradamente neutralizar a los hinchas de Belgrano con mangueras de agua de alta presión. En el campo de juego, los jugadores de Belgrano se pelean con jugadores de Colón y con los bomberos. Simultáneamente, en la platea de Colón, otros simpatizantes del club local agreden a periodistas cordobeses al mismo tiempo que les roban parte de sus equipos técnicos.

Calmadas un poco las aguas dentro del campo de juego, el partido se reanuda mientras en la tribuna la violencia no solo continúa, sino que se agrava. Es que la policía decide avanzar en bloque corriendo hacia nosotros, lo que genera una evacuación rápida y masiva de la tribuna. Este movimiento produce una especie de estampida humana, ya que la policía nos corre, primero por el ingreso/egreso de la tribuna —que no tenía más de tres o cuatro metros de ancho— y posteriormente, por las adyacencias del estadio, donde hay armado un pasillo de iguales proporciones. Fuera del predio de la cancha se desata una cacería en la que literalmente nos van corriendo a palazos y balas de goma; además, desde los monoblocks, siguen arrojando proyectiles.

La situación, definitivamente, invita a la desesperación. En ese escenario, corro hacia los colectivos de la barra cuando, delante de mí, cae un hincha de Belgrano bastante corpulento, lo que ocasiona que yo tropiece con él. Trastabillo y caigo boca arriba, pues iba mirando de reojo a un policía que estaba empecinado en mi persona. Quedo tendido, de espaldas al piso y con las piernas al aire. Mi persecutor avizora la posibilidad y me pega un "bastonazo" en la pierna izquierda, entre la planta del pie y el empeine. Instantáneamente, siento la lesión del hueso e intento levantarme. No puedo pisar. El policía me grita y me sigue amenazando con el bastón, me ordena que corra, yo vuelvo a intentar, pero el dolor lo impide. El momento es traumático: "Movete, la concha de tu madre", me grita el policía mientras balancea un bastón ya conocido por mí; desde los monoblocks siguen arrojando quién sabe ya cuántas cosas; y yo, inmovilizado por un pie tan dolorido como hinchado. Cuando todo parece perdido, aparece un hincha de Belgrano que observa, se acerca, me auxilia y me lleva en alzas hasta el colectivo.

El pie está inflamando y duele. Es imposible solicitar asistencia médica en ese momento. Salir de la cancha es la urgencia. Salimos. Ya en la ruta, como a 100 km de Santa Fe, nos atiende una ambulancia a todos los heridos de los colectivos. Entre lastimados por bala de goma, piedrazos y palazos, somos aproximadamente diez. La doctora mira el pie y sentencia rápidamente: "fractura o fisura". Al volver al colectivo, veo que Beto sube y pregunta "¿Dónde está el chico golpeado del pie?" (él no sabe mi nombre). Me encara y me dice "¿Cómo estás? Cuando llegues a Córdoba, andá al médico, pedí factura y ticket, la barra se hace cargo de todos los costos de tu tratamiento".

Durante el viaje de vuelta, todos cuentan su experiencia personal de combate, sobre todo los que tenían marcas o testigos sobre los cuales apoyar su testimonio. La experiencia violenta que se puede capitalizar al interior de la hinchada, es decir, aquella que deja de ser chamuyo y se transforma en aguante, es la que puede ser corroborada empíricamente. En este sentido, las marcas o cicatrices y también los testimonios de terceros operan como pruebas materiales de una efectiva participación en los combates.

En el colectivo, todos los miembros de la hinchada narran sus experiencias personales, es recursivo en cada relato escuchar que se habían parado, que no corrieron, que la ganaron y que se la aguantaban. Entre "Los Piratas", prima una interpretación generalizada de lo ocurrido: hay una valoración positiva, ya que la hinchada demostró que se la aguantaba. Al mismo tiempo, en los mismos testimonios hay una descalificación y degradación moral de la policía santafesina y de la hinchada de Colón. Las nociones nativas de cagones, putos, pisa cocos, vigilantes y cachivaches son recurrentes para describir a los contrincantes. Estas alteridades son definidas por oposición y carencia en relación con como "Los Piratas" se autorrepresentan. Se construye una dicotomía simbólica e identitaria fundamentada en la experiencia práctica-corporal de la violencia, en la que la noción nativa de aguante opera como eje articulador de un nosotros con aguante-ellos sin aguante.

La repercusión del enfrentamiento en general y de mi caso en particular es tan grande como sorpresiva. El saldo del "incidente" es la fractura del metatarso primero, lo cual deriva en una cirugía y la colocación de tres dispositivos de fijación ("clavos") de titanio. Pie enyesado y cerca de dos meses de reposo y rehabilitación. En las redes sociales, se viralizan unas fotos mías enyesado y me llaman de algunos medios de comunicación. Yo trato de mantener un perfil bajo, pues sabía que podía entorpecer la relación con mis interlocutores, pues los miembros de la hinchada son muy reticentes a la prensa. Por las mismas redes sociales se solidarizan hinchas comunes de Belgrano, pero también varios integrantes de la barra. Pero lo más sorprendente es que a los dos días de lo sucedido me llama por teléfono Beto, con quien nunca había interactuado "mano a mano". Me saluda por mi nombre (por primera vez me reconoce), pregunta cómo estoy y qué necesito; ofrece venir a mi casa y mandar gente al hospital cuando me operen, yo sólo agradezco. Después de esas breves palabras, se despide diciéndome "cualquier cosa que necesites, avisame y te esperamos en la cancha" (Beto. Registro del trabajo de campo. 19 de agosto de 2012).

El 21 de septiembre del mismo año vuelvo en silla de ruedas para el partido de Belgrano vs. Godoy Cruz de Mendoza. La policía me prohíbe el ingreso a la tribuna popular por estar en esa condición; me dicen que vaya a la platea. Llamo a Beto y le explico. A los pocos minutos, llega hacia mí, me saluda eufóricamente, me pregunta cómo estoy y pone a andar la silla de ruedas. Sin prisa, se abre paso entre los policías que, sin objeciones, nos dejan ingresar a la popular. Una vez adentro, varios miembros de "Los Piratas" que antes me ofrecían su indiferencia, ahora me saludan enfáticamente. Sergio, uno de los referentes históricos de la hinchada, después de simular que mi silla de ruedas es un auto de carreras, me lleva hacia el alambrado que separa una tribuna siempre celeste de un césped a veces verde, y me dice: "quedate tranquilo, que acá nosotros te cuidamos".(Sergio. Registro del trabajo de campo. 21 de septiembre de)

 

2. Violencia, membresía y reflexividad

Tardé varias semanas en traducir aquellos turbulentos episodios en datos de análisis. Lo experimentado no sólo hablaba de mi estatus como investigador; lo hacía también sobre el fenómeno de la violencia y el fútbol, sobre la práctica científica en sí y sobre la relación con mis interlocutores y el campo. En este apartado, uniremos experiencia vivida, rigurosidad analítica y reflexividad epistemológica. Someteremos algunas premisas que imperan en el campo de "la violencia en el fútbol" al rigor de los datos empíricos aportados por mi "incidente".

2.1. La ubicuidad de la violencia

Hablar de "violencia" siempre es problemático. Nuestro punto de partida es afirmar que la tarea del investigador social es estudiar qué se define como violencia en un tiempo y espacio determinados, aseveración que se sustenta en la sapiencia de que toda definición de un acto como violento es siempre una disputa, un debate. Ningún actor social acepta ser definido como violento —dada la ilegitimidad de ese rótulo— y, en consecuencia, la clasificación de sujetos y acciones como violentas desnuda un campo de lucha por la significación y por la imputación de un estigma (Garriga Zucal y Noel, 2010).

La potencialidad analítica del concepto de violencia está en permitir a los investigadores analizar las disputas por las representaciones de las prácticas, en indagar qué se define como violencia en un escenario social determinado. Por ello, en este texto nos preguntaremos, una y otra vez, qué se define como violencia en el ámbito del fútbol y quiénes son definidos como violentos y quiénes no.

La crónica nos aporta importantes datos para impugnar las explicaciones hegemónicas en torno a la "violencia en el fútbol" enarboladas por los emprendedores morales del campo. Dichas lecturas se construyen sobre dos supuestos fundamentales: la violencia sería monopolio de grupos "bárbaros", "salvajes" y "primitivos" denominados "barras bravas"; y el móvil de dichas prácticas sería la búsqueda de réditos económicos por los grupos en cuestión; en pocas palabras, "se pelean por negocios". Ambas premisas se desploman a la luz de la experiencia narrada anteriormente. Los sucesos expuestos muestran el carácter cotidiano, sistemático, generalizado y ubicuo de la(s) violencia(s) —limitándonos en este caso sólo a las agresiones físicas— en las que todos los actores del espectáculo futbolístico son sus productores y reproductores.

Sin embargo, aunque todos los actores futbolísticos protagonicen episodios violentos, no todos ellos representan y valorizan a las prácticas violentas de la misma manera. Para la hinchada de Belgrano —y para tantas otras, según estudios similares (Moreira, 2005; Gil, 2007; Garriga Zucal, 2007)—, las prácticas violentas —asociadas nativamente con la noción de aguante— están positivizadas axiológicamente y operan como un recurso legítimo a la hora de construir identidades en distintos planos. Esto demuestra que la(s) violencia(s) que protagonizan los miembros de la hinchada de Belgrano no puede(n) reducirse a una lógica de racionalidad económico-mercantil tal como lo plantea la explicación hegemónica objetada anteriormente. Si recuperamos las prácticas y representaciones puestas en juego por los miembros de la hinchada durante los episodios registrados, podremos reintroducir la dimensión simbólica que la(s) violencia(s) condensan para nuestro referente empírico, dimensión sin la cual no entenderíamos porqué esas prácticas se tornan legitimas para sus artífices. Para ello resulta imprescindible desmenuzar la pluralidad semántica y registrar la recursividad en el uso de la noción de aguante entre nuestros nativos.

En un primer sentido, podemos ver que los enfrentamientos físicos fueron valorados positivamente por varios de los miembros de la hinchada porque para ellos demostraron aguante en varias oportunidades y por distintas razones: cuando decidieron viajar en cantidad al otro día, a pesar de la suspensión del partido, y a una cancha donde era fácil predecir un desenvolvimiento violento por los antecedentes históricos. Aquí, el aguante se expresa como fidelidad al equipo frente a condiciones adversas, pero también como predisposición —o, al menos, una no reticencia— al enfrentamiento violento. También porque la hinchada enfrentó cuerpo a cuerpo a dos alteridades bien categorizadas en el ranking imaginario del aguante (Alabarces, 2004) —como lo son la hinchada de Colón y la policía santafesina— y, como plusvalor, esto se dio en condición de visitante, es decir, en una provincia lejana y ajena, en un estadio "peligroso" y bajo una significativa inferioridad numérica. Y como último punto, cabe mencionar que, para "Los Piratas", el saldo de la bronca fue positivo, ya que no dejó daños o pérdidas relevantes debido a que no hubo que lamentar ni víctimas fatales ni robos de trapos o de bombos. Aquí, el aguante significa competencias e idoneidad para los enfrentamientos físicos. En resumen, desde su "concepción del mundo", la hinchada de Belgrano demostró aguante —este es un recurso que necesita comunicarse, exhibirse y exponerse, ya que no se trata de "una cosa" sino de una relación social— que se tradujo en un aumento, tanto para el adentro como para el afuera, del prestigio, el respeto, el honor y la reputación de "Los Piratas". Lejos de capitalizaciones monetarias, a la violencia le subyacían botines simbólicos.5

Pero el aguante demostrado en Colón también podía ser pensado en otro sentido: ¿sirvió como un nuevo rito de institución (Bourdieu, 2010) que delimitó membresía y reconfiguró subjetividades? En mi caso, hubo un viraje sobre mi estatus en la hinchada. Un quiebre. Para mis informantes, yo no era el mismo, para mí tampoco. Se trastocaron los vínculos entre mi persona, en tanto sujeto-investigador, el campo y los interlocutores, pero ¿hasta dónde? ¿De qué manera? La reflexividad (Guber, 2011) resultaba tan imperiosa como necesaria.

2.2. El quiebre en el campo

Mi "incidente" fue un quiebre en el campo, metafórica y literalmente. Se modificó mi estatus entre los integrantes de la hinchada, como también mi propia subjetividad. Antes del episodio, mi presencia en el campo para los nativos era "irrelevantemente familiar" (Guber, 2011: 113), ya que yo asistía sistemáticamente a la cancha en calidad de hincha de Belgrano desde temprana edad y esporádicamente frecuentaba con la hinchada, en otras palabras, era una "cara" familiar, sin llegar a ser miembro de la hinchada. Después del incidente, y fundamentalmente durante las semanas subsiguientes, cobré cierto protagonismo entre algunos de los miembros que hasta el momento se me presentaba inédito. Ahora algunos me reconocían, me saludaban, me llamaban, me invitaban a tocar el bombo, me incentivaban a viajar, me vendían ropa propia de la barra y, si bien no eran todos los miembros de la hinchada, ya que para gran parte de ellos seguía siendo un sujeto desconocido, este nuevo reconocimiento estaba dado por muchos barras que antes me ignoraban.

Siguiendo los antecedentes etnográficos en la materia, las conclusiones parciales que arrojaba mi investigación y la experiencia personal inmediata, empezaba a cobrar vigor un interrogante crucial en mí: lo ocurrido en Santa Fe, ¿podía tratarse de un ritual de institución en la medida en que instituía una "diferencia duradera" (Bourdieu, 1993) que permitía consagrar mi pertenencia a la hinchada como un miembro más? Durante algún tiempo creí que sí. Que el ser reconocido como aguantador a la luz de una experiencia violenta era condición exclusiva para la membresía. Sin embargo, posteriormente seguí —y sigo— encontrando barreras identitarias que me obligan a reflexionar en dos direcciones entrelazadas: los mecanismos de aceptación de membresía en "Los Piratas" y mi verdadero estatus en el trabajo de campo.

Si bien gracias a las repercusiones del incidente puedo acceder y participar a rituales antes herméticos para mí y también cuento con el reconocimiento de miembros importantes de la hinchada, otras prácticas y espacios afirmativos de membresía se me siguen presentando de difícil acceso: reuniones periódicas, actividades socializadoras ajenas a los partidos, interacciones "cerradas" en redes sociales, la posesión gratuita de bienes identificados con la hinchada (carnets y ropa del club o específica de la hinchada), entre otros.

Ahora bien, estas fronteras de pertenencia no son sólo construidas unilateralmente por los miembros de la hinchada hacia mi persona: yo también me encargué de trazarlas. Nunca fue ni es mi intención ser identificado por "Los Piratas" como un miembro más. Dicha decisión responde tanto a cuestiones éticas como de "sentido práctico etnográfico" (Auyero y Grimson, 1997). Además, pretenderse "un par" implica asumir una ficción epistemológica que diluye las asimetrías e intereses estructurales de la relación investigador-informantes, aunque las lógicas diferenciales de poder no siempre favorezcan al mismo polo, ya que el "favorecido" siempre depende de cada contexto y situación.

Lo que estoy tratando de afirmar, a partir de mi experiencia de campo, es que la participación efectiva y reconocida en un enfrentamiento violento —que incluso posteriormente es capitalizado exitosamente como demostración de aguante por la barra— es una condición necesaria para afirmarse como miembro de "Los Piratas", pero no es suficiente. La pertenencia está contenida en la violencia, pero la excede. Además de ella (la violencia), es imprescindible participar activamente en otras instancias y prácticas que también delimitan pertenencia. En resumen, podemos pensar que existen, al menos, dos vías diferentes pero complementarias para convertirse en un miembro efectivo de "Los Piratas": una, vinculada al tener aguante; y otra, referida al estar en la barra. En el primer caso, se trata de responder satisfactoriamente frente a aquellas "pruebas" en las que grupalmente se demandan ciertas exposiciones corporales de competencia e idoneidad para los enfrentamientos violentos. Durante mi trabajo de campo hubo varios momentos de estos, pero no fueron ni cotidianos ni sistemáticos, más bien, fueron excepcionales; y sin duda, el episodio con Colón fue un caso extremo. Por el otro lado, tenemos espacios, interacciones y rituales socializadores más frecuentes y cotidianos que no pueden ser reducibles a la violencia. En estos casos, se trata de estar demostrando cierto compromiso, responsabilidad, solidaridad y perseverancia con las actividades de la barra. Es un estar que es al mismo tiempo relacional —se está con otros— y pragmático —se están haciendo cosas—. Tal como Julieta Quirós (2011) describe para un movimiento piquetero del gran Buenos Aires, en la barra, hacer es merecer y pertenecer. Es una pertenencia que se construye procesualmente a partir de la demostración de una heterogeneidad de recursos que exceden a la violencia, que tienen lugar en escenarios no reducibles a la cancha y en temporalidades por fuera de los días de partido.

Es esta segunda vía la que le da espesor a la hinchada en tanto organización o familia,6 dos nociones nativas con disímiles sentidos pero que aparecieron regularmente en el campo como marcas diacríticas autorreferenciales y que muestran a la hinchada en tanto figuración, esto es, una trama de relaciones y experiencias interconectadas que la tornan en algo mucho más complejo que un grupo de personas que se organizan para "pelear" o "ganar dinero". El énfasis en esta nueva dimensión nos obliga a descentrar la violencia como la única vía que permitiría construir sentidos de pertenencia. Creemos que esta operación puede quebrar una especie de "congelamiento metonímico" (Appadurai, 1988) que parece predominar en el campo, donde la omnipresencia de la noción de "aguante" parece eclipsar otras cuestiones igualmente relevantes para el estudio de las barras argentinas.

Dentro de estos rituales que implican experiencias compartidas no necesariamente violentas —que se traducen en lazos, universos morales y adscripciones identitarias que configuran una pertenencia en común— podemos citar, como ejemplos, salir juntos por la noche, compartir asados o jugar al fútbol semanalmente; estar presente en los cumpleaños, bautismos o velorios; pintar banderas o arreglar bombos; promover ayudas económicas ante situaciones laborales o judiciales adversas; coordinar vacaciones juntos; o simplemente asistir de manera sistemática a las reuniones semanales que la barra realiza. En todas estas prácticas, las redes solidarias, los sistemas de lealtad y el "acto de presencia" cumplen un rol preponderante.

Entonces, podemos afirmar que ambas vías de pertenencia tienen como elemento coincidente la centralidad de la corporalidad de los sujetos: en los dos casos, la idea de poner el cuerpo es insustituible; estar con la barra es estar en presencia física-corporal con el resto de los miembros. Sin embargo, en los dos mecanismos existen criterios morales y temporalidades disímiles entre sí: mientras que la primera es menos frecuente, la segunda presenta una cotidianeidad que se evalúa día a día, semana a semana, partido tras partido.

La convivencia de ambas lógicas hace que la membresía a la hinchada muchas veces no esté determinada por un episodio de inflexión como los "ritos de iniciación", sino que responda a una lógica más procesual, cotidiana y sistemática en que la violencia ocupa un rol importante pero no determinante. Donde no sólo se trata de demostrar aguante, sino también un rol activo en la organización de la hinchada estando en sus prácticas y redes. De lo anteriormente dicho se desprende mi imposibilidad de ser hoy reconocido y autopercibido como miembro de la hinchada, ya que, si bien cumplí con las expectativas y prescripciones en lo referido a la primera lógica, no lo hice en relación con la segunda.

Ahora bien, ¿qué consecuencias prácticas tiene en nuestro oficio etnográfico reparar en cómo nos autorrepresentamos y somos representados por nuestros nativos? La autopercepción de nuestra situación en el campo y la forma en la que somos identificados por nuestros nativos van a condicionar la naturaleza del diálogo intersubjetivo que caracteriza a todo enfoque etnográfico y a la misma producción de datos empíricos (Auyero y Grimson, 1997). Entonces, una representación confusa sobre mi lugar y mi rol en el campo probablemente deriven en un diálogo etnográfico ambiguo y hasta problemático. Estoy convencido de la necesidad y fertilidad de un involucramiento científico de "carne, nervio y sentido" (Wacquant, 2006: 15), y más en los casos en que se trata de recuperar los sentidos de prácticas y actores vinculados a la violencia o la transgresión, ya que generalmente están mutilados en su racionalidad por discursos estigmatizantes y exotizantes. Pero allí donde existe la necesidad también reina el peligro. Aunque Rodgers (2004) ya nos previno del fuerte carácter seductor de la violencia, parece haber subestimado el de los "violentos". La tentación a percibirse "como uno" o como "parte" de estos colectivos está presente, y más cuando a uno lo unen pasiones o gustos en común, experiencias emocionalmente intensas o reciprocidades de tipo material o afectiva. Sin embargo, la reflexividad debe imponerse, no sólo por los vericuetos éticos de blanquear nuestra situación, responder a quienes nos financian o sobrevivir a nuestra propia moral, sino porque, además, la calidad académica de nuestros esfuerzos está supeditada a ello.

 

3. Algunos dilemas ético-metodológicos en contextos etnográficos de violencia

Siguiendo a Noel (2011), podemos decir que nuestro trabajo etnográfico sobre las prácticas y representaciones violentas en la hinchada supone una multiplicidad de dilemas ético- metodológicos que responden a tres condiciones estructurales de nuestra práctica científica: la propia naturaleza del investigador en general y el oficio etnográfico en particular, el agravante de estar inmiscuido en un contexto de violencia e ilegalidad y nuestro propio carácter de actores morales (Noel, 2011: 127). En este pequeño apartado volcaremos temores, afectos, interrogantes, reflexiones, decisiones, consecuencias y alguna que otra premisa que se desprenden de la subjetividad, el cuerpo y la moralidad del investigador puesta en acción en contextos violentos.

3.1. Emocionalidad y seguridad en el oficio etnográfico

¿Hasta dónde y de qué manera conviene involucrarse en contextos etnográficos atravesados por violencias e ilegalidades? Sin duda, estamos frente a un dilema ético-metodológico de fácil formulación, pero de muy difícil respuesta. Lo primero a tener en cuenta es que, en estos casos, el cuerpo del investigador, en toda su dimensión "moral y sensual", representa un recurso insustituible en tanto "herramienta de investigación y vector de conocimiento" (Wacquant, 2006: 19). Esto nos lleva a dos dimensiones ineludibles e indisolubles dada la naturaleza de nuestros campos de acción: la integridad física del investigador y su emocionalidad.

El "estar allí" en nuestros casos involucra riesgos que muchas veces pueden tener desenlaces no deseados. La mera presencia —real o imaginada— de peligros latentes coloca la emocionalidad del investigador en un estado de alerta permanente. Resulta vital, entonces, indagar en las emociones y los sentimientos que afectan al antropólogo, pues generalmente permanecen eclipsados en tanto causas fundamentales de nuestras decisiones de campo o textualidad. Como sostiene Quirós, debemos avanzar en "estrategias y políticas textuales que sean fieles al carácter vívido de nuestros medios y métodos de conocimiento" (Quirós, 2014: 58). En aquella línea, aquí proponemos profundizar en un conjunto de emociones y afectos que operaron en la secuencia de decisiones personales que derivaron en mi infortunado "incidente de campo".

Trabajos como el de Buford (1991), Gulianotti (1995) y Garriga Zucal (2012) han reflexionado sobre el miedo en tanto emoción recursiva en el trabajo de campo con hinchas organizados de fútbol. Sus temores recaían principalmente en la posibilidad de ver afectada su integridad física. Sin duda, mi caso es similar, pero no se puede decir que siempre fue igual. Al comienzo de mi trabajo de campo, mi temor principal estaba depositado en mis interlocutores. Me amedrentaban terriblemente las reacciones que podían despertar mis intenciones científicas. Suponiendo una especie de código omertá presentía que mi fisgoneo e intromisión sistemáticos estaban condenados a una respuesta violenta; sin embargo, eso, hasta el momento, nunca sucedió. No estoy exento de confusiones, malentendidos, desconfianzas y hasta enojos en mi haber de campo, pero nunca estuve próximo a un desenvolvimiento violento por esos motivos.

A medida que avanzaba en mi trabajo de campo ese temor inicial empezó a disiparse. El vínculo con mis interlocutores se esclarecía, menos por un perfeccionamiento en las explicaciones del porqué estaba ahí, y más —tal como aconteció con Foot Whyte (1971) en Cornerville— porque mi aceptación crecía al mismo tiempo que afianzaba las relaciones personales con los miembros de la barra. Incluso también disminuían mis miedos frente a las alteridades violentas de "Los Piratas", principalmente las más amenazantes cuando uno viaja de visitante, es decir, la hinchada local y la policía. Esta incipiente seguridad posiblemente estaba dada por una progresiva naturalización del riesgo y una sensación de protección encontrada en los miembros de "Los Piratas" con los cuales cada vez tenía más confianza. Se llegó a un punto en el que prácticamente el temor por mi integridad física había desaparecido, lo que me motivó a embarcarme en viajes de alto riesgo como lo fue el de Colón de Santa Fe y tantos otros más. Ciertamente, ese día, en la previa, no había tenido miedo. Incluso después de los episodios del día anterior al partido, que de algún modo presagiaron un desenlace violento. Más bien el temor perdía terreno frente a una embrionaria adrenalina, no por la posibilidad de violencia, sino por un futuro inmediato relativamente incierto y que suponía fructífero en términos analíticos. Hoy, en retrospectiva, leo cierta "dinámica sensual" (Katz, 1988) que deja a las claras el carácter intersubjetivo y situacional de las emociones. Hubo una dinámica afectiva que hablaba, al mismo tiempo, de mi propia experiencia sensitiva y de la naturaleza del objeto que estaba estudiando. Una sensibilidad tan dinámica como contextual, que exponía un "universo sensorial en tanto universo de sentido" (Le Breton, 2011: 58).

Ya en el viaje había un clima de orgullo entre los presentes por estar. Al ingresar al estadio de Colón, esa sensación parecía incrementarse y contagiarse. El hecho de estar todos juntos, después de haber viajado dos días distintos durante más de seis horas, en un escenario hostil por la violencia recibida y la inferioridad numérica, cantando al unísono letras que apelaban al honor, la hombría, el sentimiento y la identificación con el club, con el barrio y con la hinchada. Al poco tiempo, ya en el estadio, nos encontrábamos festejando los goles que plasmaban una victoria parcial de nuestro equipo, siendo objeto de un sinnúmero de proyectiles —que, a su vez, eran respondidos— que iban dejando heridos, relevos y ayudas mutuas; en fin, no era necesario ser sociólogo ni antropólogo para percibir un afianzamiento de lazos afectivos y solidarios en una comunidad que se replegaba frente a un contexto hostil. Sin duda, cuando entró la policía a la tribuna tuve la opción de correr, pero no lo hice. Tampoco decidí combatir a los agentes policiales, no me atrevía, no lo consideraba moralmente correcto y mucho menos preveía un saldo positivo. Decidí pararme en la tribuna. En algún punto sentí una prescripción a quedarme con la hinchada. Encuentro tres razones para tan desafortunada decisión: una subestimación galopante de la situación, producto de mi minimización de la peligrosidad de la policía y de una confianza excesiva en "Los Piratas"; una especie de embriaguez contextual que se traducía en una adrenalina situacional que me interpelaba a quedarme; y una intriga obnubilante por presenciar episodios que suponía trascendentales para mi investigación.

A la luz de lo dicho anteriormente, me interesa finalizar el apartado con dos reflexiones en torno a la emocionalidad en la producción y reproducción de conocimiento. La primera tiene que ver con la importancia de situar las emociones. A la distancia —espacial, temporal y moral— es muy sencillo caer en lecturas simplistas o en juicios de valor acerca de mis decisiones, pero cuando uno se involucra tan visceralmente en contextos de violencia —que, además, se materializan en personas con las que se desarrollan lazos afectivos—, probablemente toda su subjetividad se vea trastocada. Siguiendo a Kessler (2009), podemos decir que las hinchadas del fútbol argentino producen y reproducen una "cultura afectiva" que "provee esquemas de experiencia y acción sobre los cuales el individuo entreteje luego su conducta y reflexión" (Kessler, 2009: 42). Se trata de reglas orientativas que prescriben los sentimientos permitidos y prohibidos según el contexto, que obviamente no se experimentan de igual manera en todos los miembros, pero que claramente presentan una fuerza coactiva y performativa para todos ellos en diferentes medidas y formas.

Aquel día, en la cancha de Colón, sucumbí ante la cultura afectiva de la hinchada y la situación. Me sumergí en una "mímesis emocional" (Ferrel, 1998). O, en otras palabras, siguiendo a Favret Saada, "me dejé afectar" (Zapata y Genovesi, 2013: 50) por una experiencia de campo situada más allá de lo "simbólicamente representable" en tanto "comunicación no intencional e involuntaria" (Zapata y Genovesi, 2013: 66). Pero no sólo cedí ante la seducción de la afectividad del "aguante"; hubo algo más. También pequé de ingenuo y ambicioso en pos de un supuesto dato empírico importante. Sobrepuse la curiosidad etnográfica por sobre mi propia integridad física. Definitivamente, en los contextos de campo marcados por la violencia y la ilegalidad, el hasta dónde y la manera de involucramiento "deben surgir de un complejo balance entre los riesgos que se está dispuesto a correr, los compromisos éticos asumidos y, claro está, la relevancia de los datos" (Miguez, 2004: 3).

Pero si nuestro análisis se detuviera en el punto anterior, solo quedaría un retrato parcial de lo sucedido. Todo se explicaría por una mímesis emocional coyuntural producto de una cultura afectiva o una dinámica sensual tan coactiva como tentadora, y esto sería, como quien dice, ver el árbol y no el bosque. A la decisión de quedarme en la tribuna y participar —aunque sea como mero observador— de los episodios violentos le subyace una dimensión crucial: la seducción de la violencia y los violentos.

Para Rodgers (2004), los antropólogos estudiosos de la violencia casi siempre se posicionan en un rol "pasivo" frente a ella, lo cual implica dos cosas: no involucrarse nunca en su praxis y condenarla moralmente (Rodgers, 2004). Esto deviene en un uso generalizado de la "metáfora pornográfica para describir el carácter de la etnografía de la violencia" (Rodgers, 2004: 4) en que el antropólogo se posiciona como "mirón" de la obscenidad del violento. Nuestra posición —y retomando el incidente de campo como caso testigo— no pretende amoldarse a las etnografías "pornográficas" de la violencia citadas anteriormente. Esto sencillamente por una razón: en nuestro trabajo de campo, la "frialdad empática" nos resulta directamente imposible.

Jeff Ferrel (2010), por su parte, sostiene que la criminología tradicional —podemos homologarlo a las distintas disciplinas sociales que estudian la violencia— ha sido colonizada por el desencantamiento weberiano de la modernidad, lo que trajo como consecuencia la deshumanización de los investigadores e investigados y dejó como resultado una práctica científica signada por el "aburrimiento" (Ferrel, 2010). A la criminología tradicional, Ferrel opone una criminología cultural que se presenta como una "rebelión contra el aburrimiento organizado" a partir de la recuperación de ciertos "métodos" y "momentos" (Ferrel, 2010: 15). En los primeros, se debe reintroducir la sensibilidad etnográfica, el compromiso con los sujetos de estudio y la reinserción de lo incierto a partir de situaciones sociales límite. Todo esto a partir de la recuperación de "momentos" que "trasciendan las estructuras del aburrimiento y con ello encarnen las dinámicas propias del compromiso y la exaltación (Ferrel, 2010: 16). Son momentos de "sorpresa epistémica" (Ferrel, 2010), en los que el compromiso del investigador con lo extremo es visceral.

Pretendemos leer nuestro incidente de campo en sintonía con lo dicho por Rodgers y Ferrel. Tanto por las causas que explican el porqué de nuestra mímesis emocional y el dejarse afectar, como por las consecuencias analíticas que se desprenden de la anécdota. Junto con ambos autores, podemos afirmar que la violencia, sus protagonistas y el contexto emocional descripto anteriormente orquestaron un canto de sirena al cual sucumbimos plácidamente. Se trata de lo que Katz (1988) —otro representante de la criminología cultural— llama la "dinámica sensual" de la transgresión: una atracción especial construida socialmente en interacciones situacionales que conjura el espíritu e impulsa al acto. Lo que estamos tratando de decir es que la violencia, en determinados contextos, ejerce una compleja, sutil y discreta seducción que, en nuestro caso, se dio producto de un plexo de variables combinadas: nuestra simbiosis coyuntural con la cultura afectiva de la hinchada, la curiosidad intelectual, cierta reticencia a registrar la violencia desde una perspectiva "pornográfica", un vínculo con nuestros interlocutores marcado por una relación inversamente proporcional entre el miedo y la confianza, la avidez de reconocimiento —académico y nativo— y la búsqueda —consciente o no— de una "sorpresa epistémica" que impugnara la monotonía científica.

3.2. Publicar

Hay un último punto que condensa dilemas ético-metodológicos que se me presentaron a raíz de lo sucedido y que trataremos brevemente por razones de espacio. Son aquellos que tienen que ver con las tensiones en torno a publicar —en su significado de "hacer público"— lo ocurrido. Los ámbitos donde se me presentaba esta posibilidad eran tres: la justicia, los medios de comunicación y la comunidad académica. Mi decisión para cada uno de ellos estuvo regida por un intento de mediar entre el respeto a la confidencialidad de mis interlocutores, mi propio universo moral, la seguridad de mi integridad física y mis objetivos y obligaciones académicas.

La primera posibilidad fue judicializar lo sucedido. Los argumentos propios y ajenos eran de tres tipos: uno de tinte más político-altruista (aportar evidencia empírica y antecedente judicial para "combatir la violencia en el fútbol" en general y la represión policial en particular); otro moral-personal (estaba convencido de que denunciar y buscar un eventual responsable sería un acto de justicia); y un último argumento económico-egoísta (obtener un resarcimiento por el daño y el perjuicio recibidos). Sin duda, las razones eran sólidas y convincentes. Sin embargo, con el paso del tiempo, pensé en las consecuencias no deseadas de lo que hubiese sido esa decisión: abrir una causa judicial, investigaciones, preguntas, policías, abogados, testigos, en fin, implicaba judicializar la investigación, el campo y los interlocutores.

Además, sobre mi cabeza retumbaban las palabras de Beto "la barra se hace cargo de todos los costos y de tu tratamiento" (Beto. Registro del trabajo de campo. 17 de agosto de 2012), y su permanente preocupación por mi situación: ¿eran gestos solidarios por sentirse en algún punto "responsable" de mí en su calidad de jefe de la hinchada, o se trataba de un mecanismo de vigilancia y prevención para que yo no acudiera a la justicia? En la hinchada y en los bondis de "Los Piratas" abundaban las ilegalidades; sin duda, una investigación judicial minuciosa podría haber derivado en preguntas y respuestas más que incomodas para mí y para el resto de la hinchada. Además, en el universo moral de las barras, el simple hecho de acudir a la justicia implica deshonor y desprestigio para toda la comunidad; la justicia casi nunca es vista como una instancia legítima para la resolución de los conflictos. También influyó mi desconocimiento sobre la existencia o no de un marco legal que me amparara o protegiera bajo mi calidad de investigador ante eventuales incriminaciones por parte de la justicia. Pero sin duda, el elemento más determinante para desechar dicha opción fue la intención de evitar el mayor —y peor— riesgo al que se somete un etnógrafo en estos contextos: ser confundido con un agente de la policía o los servicios de inteligencia. Mariana Sirimarco (2012) expone las similitudes entre el policía y el etnógrafo en tanto ambos son "indagadores profesionales", pero al mismo tiempo, enfatiza la diferencia entre ambos a partir de cómo cada uno direcciona diferencialmente cada pesquisa. Mientras los primeros buscan una verdad única, hallable y destinada al sistema burocrático-penal, los segundos persiguen datos múltiples y construidos para socializarlos en áreas de conocimiento (Sirimarco, 2012) Por ende, judicializar lo sucedido hubiese significado entrar en la órbita correspondiente a la figura social que siempre busqué eludir.

Después de la policía y las hinchadas "enemigas" de "Los Piratas", el periodismo ocupa una posición privilegiada entre las alteridades más denostadas por los miembros de la barra. Es probable que esto se deba a que, por un lado, son los principales emprendedores morales que sistemáticamente imputan categorías estigmatizantes, animalizantes y etnocéntricas sobre las hinchadas; y por otro lado, porque representan la constante amenaza de tornar en una "verdad mediática" algunas cuestiones sobre las que en la hinchada rige una especie de código de silencio que muchas veces vi reflejado en la frase "lo que pasa en la barra, queda en la barra". A eso se suma que el investigador, o más específicamente, "el sociólogo" o "el antropólogo" no son figuras institucionalizadas en el mundo de las hinchadas, por lo que la permanente identificación que padecemos con el periodismo representa una etiqueta tan recurrente como indeseable.

Todo lo dicho anteriormente hacía que la posibilidad de acudir a los medios de comunicación masivos quedara automáticamente descartada. En última instancia, no sólo no existía ninguna fuerza que me interpelara subjetivamente a realizar un descargo en dicho ámbito, sino que, por el contrario, sí sentía una fuerte restricción propia y ajena en torno a publicar mediáticamente lo ocurrido.

El último espacio para socializar lo sucedido era el campo académico. Las razones para hacerlo eran varias: necesitaba textualizarlo para, mediante el ejercicio interpretativo de la doble hermenéutica, transformar los datos de campo en "actos cognitivos" (Cardoso de Oliveira, 1996). Pasar de la "fascinación del trabajo de campo" propio del "estar allí", al problema de la "escritura" (Geertz, 1997). Después de todo, aquella parece ser la principal razón práctica para seguir haciendo etnografía: someter nuestras elucubraciones epistemoetnocéntricas al diálogo (Guber, 2011). Me interesaba compartir lo sucedido y reflexionado, no como catarsis personal, sino como experiencia "de oficio" para discutir entre pares, una instancia más de formación profesional. Por otro lado, estaba interpelado por mis responsabilidades laborales-científicas —sobre todo, después de haber conseguido una beca del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)—, pues dicha "obligación laboral" ya implicaba un compromiso ético y económico frente al Estado y a la "comunidad académica". Al escribir un artículo o ponencia no transgredía ningún acuerdo o deber frente a mis interlocutores, ya que les había aclarado, a los que pude, mis intenciones científicas, y una parte fundamental de ellas la representa la publicación. Por último, "la academia" permite abordar lo sucedido desde dos perspectivas que, si bien no son equivalentes, se pueden poner en diálogo: se trata de tensionar y articular "problemas sociales" —violencia en el fútbol, represión policial, corrupción, entre otros— con "problemas sociológicos" —trabajo de campo y violencia, identidades transgresoras, prácticas ilegales, etcétera—.

En resumen, la decisión de publicar en espacios académicos y no mediáticos ni judiciales se basó en un delicado y minucioso equilibrio entre una ética de propósitos, principios y consecuencias (Noel, 2011), en la que se buscó poner en el mismo rango moral mis deseos, expectativas y obligaciones personales, las del campo y sus interlocutores y la de la "comunidad académica", tomada como principal referente de mis reflexiones etnográficas.

 

Reflexiones finales

A lo largo del trabajo hemos expuesto nuestra subjetividad en un intento por sistematizar emociones, conjeturas, interrogantes y afirmaciones que se desprenden de un "incidente" de campo que representó un "quiebre" en mi investigación. Sin embargo, la utilidad y profundidad de este tipo de trabajos no depende tanto de la "naturaleza" del hecho, sino de la capacidad hermenéutica del intérprete. Creemos necesaria y oportuna la proliferación de trabajos reflexivos de este tipo, principalmente en las dos "áreas temáticas" en las que se inscribe nuestra investigación.

Por un lado, está el campo específico del fútbol, la violencia y las hinchadas, una "problemática" vox populi en nuestra sociedad argentina contemporánea. Aunque los textos académicos sean más desoídos que atendidos por quienes toman las decisiones en la materia, nosotros debemos ejercitar la reflexividad permanente, la rigurosidad analítica y el perfeccionamiento metodológico en pos de un conocimiento científico que se cuide de no reificar las nociones estigmatizantes, etnocéntricas y reduccionistas que abundan sobre el fenómeno. Si bien no hay que confundir entre "el problema social" y "el problema sociológico", debemos saber que entre ambas dimensiones hay una delgada línea, puesto que cada esfera se alimenta recíprocamente de la otra. En este sentido, creemos que aportar análisis y comprensiones que den cuenta de cómo todos los actores son productores y reproductores de una violencia dinámica y compleja, como así también exhibir los complejos mecanismos que atraviesan experiencias de las hinchadas, puede contribuir a diagramar un cuadro de situación más integral a los fines de planificar políticas públicas tendientes a gestionar, lo más eficaz y democráticamente posible, dichas conflictividades sociales.

El otro tema tiene que ver con pensar(nos) en el campo de los estudios sobre la(s) violencia(s) en general. Rodgers (2004) ha señalado la propagación inédita de trabajos sobre "antropología de la violencia" en las últimas décadas. Sin duda, representa un dato bienvenido; ahora bien, en un contexto de inflación analítica y empírica, el riesgo de la cacofonía acecha. Una de las estrategias más eficaces para combatir dicho peligro es ejercitarnos en la práctica reflexiva —y en su posterior sometimiento a discusión entre pares— sobre nuestro trabajo en el campo, la decodificación de datos, su textualidad y las consecuencias que acarrean nuestras producciones. Y para ello, el énfasis reflexivo sobre nuestro oficio es vital. No porque la reflexividad sea un fin en sí mismo, sino porque a través de ella nos interpelamos sobre los tipos de "datos" que construimos y las formas en las que los comunicamos. Si la práctica científica condensa un sinnúmero de relaciones sociales y de emocionalidades, es tan lógico como necesario preguntarnos por ellas; de otra manera, estaríamos negando el carácter social de nuestro oficio.

 

Agradecimientos

Agradezco calurosamente los fructíferos comentarios a las versiones preliminares del texto que me acercaron Rosana Guber, Lía Ferrero, María Verónica Moreira, Alejo Levoratti, José Garriga Zucal, Sabrina Calandrón y Angela Ohyandy.

 

Notas

1. Nuestro trabajo de campo comenzó a fines del 2010 y terminó a fines del 2015, con un receso anual durante 2013. Tanto en nuestra tesis de grado como en el proyecto doctoral, nuestra experiencia etnográfica consistió en acompañar y registrar Â-mediante observación participante y entrevistas semiestructuradasÂ- las prácticas y representaciones de los miembros de la hinchada de Belgrano, tanto cuando alentaban al equipo de sus amores los días de partido como en algunas situaciones cotidianas de sus vidas ajenas a la cancha.

2. Utilizaremos las nociones nativas de hinchada o barra para referirnos a uno de los grupos de simpatizantes organizados en torno a un club, comúnmente definidos como "barras bravas". Las nociones nativas serán transcriptas en cursiva. La barra de Belgrano se autoidentifica como Los Piratas. Nació el 9 de julio de 1968, y es una de las barras más antiguas del país. Sobre el origen del nombre hay tantas versiones como testimonios, sin embargo, la mayoría coincide en que está relacionado con una vieja práctica de saquear y robar los comercios que los hinchas encontraban a lo largo de los viajes que hacían para acompañar a su equipo, de ahí el mote de "Piratas del asfalto".

3. Para mantener el anonimato de mis informantes, han sido cambiados todos sus nombres o apodos reales. Beto comanda su facción hace más de 25 años, y desde 2010, aproximadamente, es el principal líder de la hinchada por la posición hegemónica de su propio grupo.

4. La hinchada de Belgrano está compuesta por facciones y subgrupos, sin embargo, estas mismas divisiones internas se desdibujan frente a las alteridades externas con el objetivo de presentar a la hinchada como una unidad monolítica.

5. Esto no quiere decir que ciertas capitalizaciones simbólicas en otros contextos espaciales y temporales no puedan ser traducidas en beneficios económicos. Sin embargo, lo que aquí se discute es lo problemático de trazar una etiología unilateral entre prácticas violentas y móviles estrictamente económicos.

6. Creemos que en la noción de familia se condensan importantes pistas interpretativas a explorar. Sin duda, está siendo objeto de nuestros esfuerzos hermenéuticos actualmente; a modo de una primera aproximación, podemos decir que sus usos nativos en tanto categoría de autoidentificación responden, al menos, a cuatro factores: las abundantes relaciones de parentesco constitutivas de la hinchada, el hecho de que esta sea un efectivo espacio de interacción intergeneracional, los sistemas de reciprocidades y solidaridades que se tejen en su interior y la figura paternalista que condensa el líder de la facción..

 

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