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Cuadernos de antropología social

versión On-line ISSN 1850-275X

Cuad. antropol. soc.  no.51 Buenos Aires jul. 2020

http://dx.doi.org/10.34096/cas.i51.5267x 

Espacio Abierto / Artículo Original

Trayectorias laborales en la calle. Adolescentes y jóvenes de clases medias y sectores populares en el espacio público

Work Trajectories on the Street: Middle-class and low-income teenagers and youth in public space

Trajetórias de trabalho na rua: adolescentes e jovens de classe média e setores populares no espaço público

María Eugenia Rausky1  * 
http://orcid.org/0000-0002-3993-149X

1 CIMeCS-IdIHCS (FaHCE). Universidad Nacional de La Plata. CONICET. Ensenada. Argentina

Resumen

El objetivo de este trabajo es dar cuenta de los modos en que adolescentes y jóvenes que pertenecen a diferentes clases sociales -clases medias y sectores populares- experimentan sus vínculos con el mundo del trabajo. En particular, se estudia el caso de un grupo de trabajadores callejeros, y se indaga en los diversos recorridos laborales que han trazado, la relación con otros procesos sociales, los cambios significativos que han experimentado en sus biografías en general y en sus experiencias laborales en particular y sobre los modos en que anticipan su futuro laboral. Uno de los aspectos más salientes de la investigación es que pese a la transformación profunda del mundo productivo caracterizado por su flexibilidad, inestabilidad y precariedad y pese a que en nuestras sociedades ya hay varias generaciones que no conocen la experiencia del empleo “para toda la vida”, en tanto apuesta y construcción de trayectorias futuras, ese ideal de empleo tiene aún una fuerte pregnancia.

Palabras Clave: Adolescentes y Jóvenes; Trayectorias Laborales; Clases medias; Sectores Populares; Espacio Público

Abstract

This paper aims to analyze how teenagers and youth from different social classes -middle and low-income sectors-, experience their relationships with the world of work. It addresses the case of a group of street workers and the various work routes they trace, the relationship with other social processes, significant changes in their biographies in general, and in their work experiences in particular, and how they anticipate their future work. One of the most salient aspects of the research is that despite the profound transformation of the productive world characterized by its flexibility, instability, and precariousness, and even though in our societies several generations do not know the experience of employment "for life," this ideal notion about employment still weighs significantly in the construction of future trajectories.

Key Words: Teenagers and Youth; Work trajectories; Middle and Low-income Classes; Public Space

Resumo

O objetivo deste artigo é dar conta das maneiras pelas quais adolescentes e jovens que pertencem a diferentes classes sociais -classes médias e setores populares- vivenciam suas ligações com o mundo do trabalho. Em particular, estuda-se o caso de um grupo de trabalhadores de rua, que é investigado nas várias rotas de trabalho que eles traçaram, a relação com outros processos sociais, as mudanças significativas que experimentaram em suas biografias em geral e em suas experiências de trabalho em particular, assim como as maneiras pelas quais eles antecipam seu futuro emprego. Um dos aspectos mais salientes desta pesquisa é que, apesar da profunda transformação do mundo produtivo caracterizado pela sua flexibilidade, instabilidade e precariedade e apesar do fato de que em nossas sociedades já existem varias gerações que não conhecem a experiência de emprego “para a vida toda”, ainda se aposta e se constroem trajetórias futuras com esse ideal de emprego que ainda conta com uma gran adesão.

Palavras Clave: Adolescentes e Jovens; Trajetórias no mundo do trabalho; Classes médias; Setores populares; Espaço Público

Introducción

Este texto recupera los resultados de una investigación sobre adolescentes y jóvenes que trabajan en el espacio público y se orienta a pensar los modos en que se ganan la vida en un ámbito específico como la calle, atendiendo a las diferencias que el origen social el género y otros clivajes pueden producir en estas experiencias. Buscamos reconstruir los diversos recorridos laborales que han trazado, la relación de estos con otros procesos sociales, los cambios significativos que han experimentado en sus biografías en general y en sus experiencias laborales en particular y los modos en que anticipan o proyectan el futuro laboral.

El carácter problemático del trabajo para las jóvenes generaciones deviene un objeto de interés inagotable para las ciencias sociales, y emerge como una línea de investigación que aquí buscamos profundizar. En Argentina, varias han sido las investigaciones que -con distintos matices analíticos y metodológicos- se han interrogado acerca de ello, y lo hicieron apelando fundamentalmente a la necesidad de repensar dicha relación en sociedades en las que el trabajo es cada vez más impredecible e incierto (Bendit, Hahn y Miranda, 2008; Miranda y Corica, 2008; Salvia, 2008; Corica, 2010; Jacinto 2010; Busso, Longo y Pérez, 2011; Longo, 2011; Assusa, 2013; Perez, Deleo y Fernandez Massi, 2013; Pérez y Busso, 2014; Roberti, 2017a).

Además de subrayar la incertidumbre e imprevisibilidad en las trayectorias laborales, otro aspecto que también destacan los estudios sobre jóvenes arriba mencionados es la necesidad de generar nuevos modelos de análisis, que se alejen de las tradicionales miradas que entienden a la juventud como período de transición lineal hacia la vida adulta. Dichas investigaciones sostienen que el paso hacia la adultez se asocia con dos pasajes clave: aquel que va de la escuela al trabajo y el de la familia de origen a la conformación de una propia (Casal, 1996). Dos son, al menos, las debilidades que este modelo plantea: en primer lugar la noción de “transición” aborda al joven desde la falta y desde lo que no es (Chaves, 2005); en segundo lugar, pensar esas secuencias en términos lineales también resulta problemático porque en las sociedades de nuestro tiempo, se asiste cada vez más a una diferenciación de las duraciones y las edades en las ocurren los acontecimientos mencionados, de hecho se plantea la idea de desincronización del curso de vida. Es por ello que los estudios sobre juventudes vienen demostrando que el “pasaje” a la vida adulta se vuelve cada vez más complejo, en algunos casos más prolongado y también más desestandarizado (Miranda, 2010).

En efecto, un análisis que se ajuste a las características de nuestro tiempo debe acentuar el carácter aleatorio, diverso y “reversible” de la juventud. El principio de reversibilidad tanto en el plano educativo, como laboral y conyugal caracterizaría a las nuevas generaciones:

Las oposiciones estudiante/no estudiante, activo/inactivo, soltero/casado se encuentran superadas por una multiplicidad de estatutos intermedios y reversibles, más o menos transitorios o precarios. Las propias secuencias de esos umbrales de paso no son lineales ni uniformes: el abandono de la familia de origen no siempre coincide con el fin de la escolaridad o con la boda; la obtención de una experiencia profesional puede producirse en la fase de estudiante, la cohabitación puede ser anterior a la obtención de un empleo estable. En fin, los procesos de transición son francamente heterogéneos y marcados por apreciables discontinuidades y rupturas. (Machado Pais, 2007, p. 29)

Si bien esta descripción que Machado Pais realiza sobre los modos de trazar los recorridos juveniles se ajusta a la realidad de muchos jóvenes, lo cierto es que también ha sido objeto de críticas, fundamentalmente por la escasa atención que tales interpretaciones prestan a los condicionamientos sociales que se ejercen sobre esos recorridos. Sin ir más lejos, la perspectiva de Pierre Bourdieu (2007), que en buena medida recuperamos en nuestro análisis, destacará que la posición de origen configura el punto de partida de una trayectoria, capaz de delinear los caminos posibles de ser recorridos.

En diálogo con estos estudios, el presente trabajo busca aportar elementos para pensar el fenómeno del trabajo que adolescentes y jóvenes desarrollan en la calle, desafiando dos ideas: por un lado, la tendencia a mirar el espacio callejero y los sujetos que allí trabajan como un todo homogéneo, habitado casi exclusivamente por los más desposeídos y, por otro lado, subrayar que si bien se asiste a un mundo laboral atravesado por la incertidumbre y la indefinición, esto no se traduce necesariamente en aspiraciones referidas al futuro laboral ajustadas a esta nueva realidad del mercado de trabajo. La transformación profunda del mundo productivo, que viró en un modelo más flexible, inestable y precario para las jóvenes generaciones, trajo aparejado que ya varias generaciones no conozcan la experiencia del empleo estable y formal “para toda la vida”, y todo lo que a éste se asocia. Pero, en tanto apuesta y construcción de trayectorias futuras, ese ideal de empleo tiene aún una fuerte pregnancia; los jóvenes de los que hablaremos a continuación realizan grandes esfuerzos por volver previsible lo que no lo es, por tornar cierto, lo incierto, por buscar lo estable dentro del inestable mundo laboral, en definitiva dan cuenta de una incesante búsqueda por experimentar trayectorias laborales semejantes a aquellas que en nuestra sociedad alguna vez se presentaron como “típicas”.1

Acerca del proceso de investigación

Algunos de los estudios sobre juventud y trabajo han asumido la necesidad de analizar los vínculos de las jóvenes generaciones con el trabajo desde la perspectiva teórico-metodológica de las trayectorias -que se enmarca dentro de la perspectiva biográfica-, entendiendo que permite captar el carácter longitudinal de las experiencias laborales (Muñiz Terra, 2012, 2018). Este enfoque habilita la comprensión de distintos problemas de la realidad a partir de las historias de vida de los sujetos, en las cuales se articulan los condicionamientos objetivos con sus representaciones y prácticas a lo largo del tiempo. Permitiendo a los investigadores “situarse en un punto crucial de convergencia entre: 1. el testimonio subjetivo de un individuo a la luz de su trayectoria vital, de sus experiencias, de su visión particular y, 2. la plasmación de una vida que es reflejo de una época” (Pujadas Muñoz, 1992, p. 44).

En línea con estos estudios exploraremos aquí uno de los espacios en los que transcurre la experiencia biográfica de algunos jóvenes: el trabajo callejero, y lo haremos planteando la necesidad de dirigir la mirada hacia el heterogéneo grupo que busca ganarse la vida en la calle. Enfatizamos la noción de heterogeneidad porque habitualmente quienes examinan este fenómeno circunscriben el análisis a aquel grupo de sujetos que se encuentra en situaciones de extrema vulnerabilidad, focalizando la atención más que en quienes trabajan en la calle, en aquellos que habitan allí (Hetch, 1998; Ennew y Swart-Kruger, 2003; Pojomovski, 2008; Makowski, 2010), generalmente niños y jóvenes en condiciones de extrema pobreza que encuentran en la calle su único refugio para la sobrevivencia. Si bien este grupo es el que más presencia tiene en el espacio público, nos interesa destacar que allí también confluyen sujetos que provienen de otros sectores sociales y en los que se condensan otros fenómenos que no se relacionan particularmente con la exclusión social, la vulnerabilidad y la pobreza. De allí que este artículo tome en cuenta tal diversidad.

Los resultados que recuperamos son producto de una investigación más amplia desarrollada entre 2014 y 2016 en el casco urbano de la ciudad de La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires, donde nos propusimos explorar las trayectorias biográficas de niños, adolescentes y jóvenes que trabajan en la calle.2 En este artículo en particular, el interés se posa sobre la relación que los adolescentes y jóvenes mantienen con el mundo del trabajo, atendiendo al modo en que la diferencia que el origen social, el género y la educación -entre otros aspectos- operan en la forma en que se relacionan con aquel.

El corpus que aquí analizamos quedó constituido por 27 entrevistas biográficas retrospectivas, que fueron complementadas con conversaciones informales y observaciones en los espacios de trabajo. Las entrevistas se orientaron en función de un guion (Ruiz Olabuénaga, 2003) de carácter flexible, que si bien priorizó los relatos sobre aspectos relativos a las experiencias con el mundo del trabajo -al ahondar tanto en las primeras incursiones laborales como en las actuales y las expectativas futuras-, también profundizó en otras esferas constitutivas de la trayectoria biográfica tales como los vínculos con las instituciones educativas, la construcción de la experiencia escolar y la vida familia. La identificación de las particularidades de cada una de estas esferas fueron elementos en las narraciones de los entrevistados que permitieron desentrañar el modo en que contribuyeron a articular o a dar forma a la trayectoria laboral, entendida esta última como el recorrido que realiza un sujeto por el mundo del trabajo.

Para avanzar en la identificación de los trabajadores, partimos de una definición amplia sobre el trabajo que permitiese visibilizar las variadas formas de ganarse la vida, que contemple todas las actividades generadoras de ingresos -tanto monetarios como no monetarios- entre ellos, el limosneo. En algunos relatos de los entrevistados surgió, incluso, la incursión en el mundo del delito en tanto forma de sostener y garantizar la sobrevivencia. Se consideraron todas aquellas actividades informales y no permitidas por el código que regula el uso del espacio público y que se desarrollan en la vía pública: vendedores ambulantes (de ropa, flores, productos de limpieza, artículos comestibles, etc.) que circulen por las calles; manteros (quienes fijan un puesto informal y temporario para la venta de distintas clases de productos: alimentos elaborados, frutas y verduras, antigüedades, libros, CDs, bijouterie, objetos ligados a coyunturas específicas: banderas, camisetas de fútbol, etc.); cuidacoches/lavacoches; limpiavidrios; malabaristas y demás artistas callejeros (músicos, estatuas vivientes, etc.). Por las características del relevamiento, no fueron incluidos los vendedores de periódicos/revistas, de comidas elaboradas instalados en puestos habilitados por el municipio o los trabajadores de ferias habilitadas, por considerar que su trabajo se desarrolla bajo alguna relación formalizada o bajo algún tipo de regulación municipal que legaliza su realización, por lo cual presenta otras características.

Por otra parte, delimitamos el trabajo adolescente y juvenil con base en dos criterios: uno referido a la edad cronológica -criterio ajustado a las normativas vigentes-; el otro, referido al tipo de actividades que se contemplan. Así, se consideró trabajo adolescente al llevado a cabo por quienes tienen entre 16 y 17 años; y trabajo juvenil a aquel que se realiza por quienes integran la franja que va de los 18 a los 24 años. Este criterio cronológico que seguimos con fines operativos -para delimitar a quiénes integraríamos en la muestra-, no se correspondió luego con diferencias sustantivas que pudiésemos subrayar en el análisis de los discursos, instancia en la cual esta barrera cronológica no operó de manera diferenciada.

La muestra de entrevistados buscó atender la heterogeneidad de quienes componen esa población (Baker y Edwards, 2012), es decir, adolescentes y jóvenes, varones y mujeres, con diferentes niveles educativos, que se dedicaran a actividades callejeras diversas y que perteneciesen a distintos sectores sociales, es decir, clases medias y sectores populares (Benza, 2016).3 Al clasificar a la población en términos de clase no estamos pensando exclusivamente en esta como categoría teórica para ubicar segmentos poblacionales en la estructura social, sino que además entendemos que la clase se constituye en una experiencia vivida, que afecta la autovaloración y la autoestima, y permite entender cómo los grupos se definen en contraste con otros. La clase es fundante en las experiencias biográficas, no solo por las diferencias relativas con la riqueza material, sino porque afecta nuestro acceso a objetos, relaciones, experiencias y prácticas que valoramos; por lo tanto, afectan también nuestras oportunidades de vivir una vida plena y gratificante (Bayón y Saraví, 2019).

Para agrupar a los entrevistados en función de su pertenencia social tomamos criterios de clasificación como por ejemplo, preguntar por el tipo de inserción laboral de los padres y, en caso de que no mencionaran la figura paterna/ materna, de aquel o aquellos referentes que ocupan en sus vidas ese lugar (abuelos, tíos, etc.). Esta información se complementó con otros indicadores que emergían en las entrevistas y que fueron ayudando a clasificar más ajustadamente la condición de clase de estos adolescentes y jóvenes: nivel educativo de los padres, características de las viviendas, zonas en las que habitan, posesión de algunos bienes materiales específicos, etc.

De los 27 entrevistados, seis jóvenes pertenecen a la clase media y son mujeres. Una de ellas proviene de un país centroamericano y cursa estudios universitarios, las cinco restantes son argentinas, una cursa estudios terciarios, tres son universitarias, y una manifestó haber interrumpido temporalmente los estudios superiores. Los restantes 21 pertenecen a sectores populares, de ellos, cuatro son mujeres -dos son estudiantes de secundario en curso, una tiene estudios secundarios incompletos, y otra completos- el resto son varones. Tres provienen de Senegal y tienen estudios secundarios incompletos, dos varones son oriundos de otros países latinoamericanos, y cursan estudios universitarios, cinco son oriundos de La Plata o alguna localidad del GBA y tienen estudios secundarios incompletos, cinco estudios primarios incompletos, uno con primaria completa y uno con estudios secundarios en curso.4

A continuación, retomaremos las experiencias de estos jóvenes con el mundo del trabajo, diferenciando tres tiempos: presente, pasado y futuro, priorizando la reconstrucción de la temporalidad biográfica, entendida como relación entre las unidades de sentido más importantes en la construcción y reconstrucción de la totalidad de una trayectoria (Dubar, 2002), y asumiendo que “el tiempo biográfico debe abordarse desde una esencial interconexión con la memoria que implica una manera de hacer presente el pasado (cronológico) y glosarlo como una pauta conveniente para dirigir la acción” (Argüello Parra, 2012, p. 32). Al igual que numerosas investigaciones que prestan atención a la dimensión cronológica -pasado, presente y futuro- aquí también lo hacemos, entendiendo que de este modo podemos apreciar cómo se articulan las distintas escalas de temporalidad en el transcurso de las vidas individuales. Se asume que el tiempo presente no está únicamente condicionado por las experiencias acumuladas del pasado, sino que también forman parte de él las aspiraciones futuras. Entre presente y futuro, entre lo que se quiere y lo que se puede, se van configurando las trayectorias (Longo, 2011).5Al mismo tiempo, entendemos que los modelos de análisis de las historias de vida no son puros, ya que hay acontecimientos fundacionales, hay procesos y transformaciones tanto diacrónicas como sincrónicas y, sobre todo, determinantes exógenos, que son estructurales en la configuración de los modos de subjetivación (Gómez Esteban, 2012).

Concretamente, y con base en lo expresado, trabajamos con los relatos transcriptos priorizando un análisis sincrónico y diacrónico, siguiendo los lineamientos del análisis socio-hermenéutico de los discursos que propone Alonso (2003), quien sugiere que se busque en los textos el mundo de los significados y percepciones que los actores le asignan a sus acciones en el contexto en que se producen. El análisis sociológico que el autor propone es al mismo tiempo un procedimiento analítico y sintético, es análisis en tanto descompone los textos en unidades de sentido más elementales pero es también un proceso de síntesis como fijación del significado o inscripción de un sentido secundario a un material textual. A esta doble lógica, se la denominó transductiva, ya que no responde ni a la vía inductiva ni a la deductiva, sino que sigue la abducción, que está compuesta por ambas (Ibañez, 1979, citado por Alonso 2003).

Recuerdos de las primeras experiencias laborales

En este apartado buscamos recuperar en qué momento de su trayectoria biográfica las y los adolescentes y jóvenes entrevistados, iniciaron sus primeros pasos en el mundo del trabajo y a qué acontecimientos y necesidades se asocian tales incursiones. En los casos en que fue posible, se indagó además acerca de las formas en que se orientaron las primeras “búsquedas de trabajo”.

Al analizar los relatos emergieron diferencias sustantivas en relación al modo y el momento en que se dieron tales incursiones conforme la posición social y el género.6 Por ello, la presentación se hace diferenciando estas situaciones, ya que entre los trabajadores callejeros que participaron de nuestro estudio se identifica un subgrupo de varones perteneciente a sectores populares que da cuenta de incursiones laborales a “temprana” edad, mientras que otros lo han hecho un poco más tardíamente: a partir de los 14 años en adelante. En las jóvenes de clase media hay escasas experiencias en trabajos anteriores y cuando las hay, las primeras incursiones se presentan de manera mucho más tardía aún, marcando contrapuntos interesantes para el análisis, tanto en lo que refiere a las heterogeneidades al interior de una misma clase social, como entre distintas clases sociales.

La propuesta de volver al pasado y traer al tiempo presente las memorias de la infancia resultó algo que algunos prefirieron evitar: los silencios, cierta incomodidad manifestada gestualmente o la evasión de algunas de las preguntas sobre ese momento de la vida fueron claves para detectar la necesidad de eludirlo o no querer pensar/hablar sobre ello. Para otros, el ejercicio de narrar y poner en palabras lo vivido, es decir, revisar su pasado, y regresar narrativa y reflexivamente sobre sí (Giddens, 1995) los llevó a hacer un balance de su vida, asumir su trayectoria y evaluarla (Martuccelli, 2007). Se destaca el tono épico que asumen algunos de esos relatos biográficos, en los que los protagonistas, cual personajes de una obra literaria, describen con vehemencia las peripecias y osadías por las que han tenido que transitar en diferentes circunstancias.

Estos relatos, contrariamente a lo que los modelos de transición lineal plantean, evidencian que las primeras experiencias laborales para muchas personas no se presentan en el pasaje de la juventud a la adultez. De hecho, las investigaciones sobre trabajo infantil vienen poniendo en jaque el carácter sesgado, colonial y clasista de tales modelos interpretativos, al dar cuenta de las múltiples y variadas incursiones de los niños/as en el mundo laboral (Szulc, 2001; Pedraza Gomes, 2007; Liebel, 2013; Morrow y Boyden, 2018).

En el caso de los sectores populares, los adolescentes y jóvenes varones entrevistados refieren haber comenzado a trabajar a distintas edades, que van desde los 5 años en adelante. Las mujeres lo han hecho más adelante en la estructura de edad -14, 15, 16 años- y con experiencias en algunas actividades muy puntales y esporádicas como cuidar niños, hacer tareas de limpieza en domicilios particulares, es decir, llevando adelante prácticas ligadas al ámbito de lo doméstico-privado, aunque también hay quienes repartieron en algún momento folletos de publicidad en el espacio público. El uso de las redes sociales como facilitador en la búsqueda de trabajos anteriores se presentó como una opción muy utilizada entre ellas. Sin embargo, tanto los modos en que se dieron tales incorporaciones -vinculadas o no al mundo familiar- como los factores que las motivaron han sido muy distintos. Unas y otras modalidades, marcaron experiencias subjetivas distintas y consecuencias objetivas también diferentes.

En el caso de los varones, por un lado, se encuentran quienes comenzaron a trabajar desde muy pequeños, empujados por la necesidad de ayudar al sostenimiento del hogar y desarrollando tareas de manera conjunta con miembros de la familia; por otro lado, quienes producto del alejamiento temprano de su núcleo familiar se vieron obligados a trabajar y vivir en la calle.

El segundo grupo de jóvenes es el que muestra en sus recorridos biográficos los dramas sociales más profundos: experiencias de sufrimiento temprano y de condiciones de vida en la pobreza extrema, con historias de abandono o muerte de alguno de los progenitores, consumo de drogas, incursiones en la delincuencia y momentos de la vida en el que la calle se constituyó en el único refugio para vivir. Estos procesos se conjugaron con largos períodos de deserción de la escuela primaria e institucionalización (en macroinstitutos de menores, en instituciones cerradas dedicadas a la rehabilitación en el consumo de drogas y/o -llegada la mayoría de edad- en el sistema penal).

Ricardo de 21 años, sintetiza muy bien estos recorridos:

Y yo antes, yo robaba boluda. No toda la vida limpié vidrios, digamos. Vamos a decir la que es, no te voy a mentir. A los 17 años me trajo la policía. Quedé en un instituto acá en La Plata. Y de ahí, cinco días antes de que cumpla los 18 años, me dan la libertad. Y yo como no tengo familia... Es todo un bondi mi vida, ¿viste? Vamos a decir la que es. No tengo ni mamá, ni papá. Ponele que tengo... Somos cuatro hermanos y no los veo hace una banda (...) Uno no sé dónde está, los otros dos sí. Y yo me quedé acá. Toda mi vida viví en la calle. Desde los 10 años. Me trajeron acá, me dieron la libertad y me quedé acá en La Plata viendo qué onda. Corte algo nuevo, vos sabés. No salía... Llegaba hasta Constitución yo nomás. La Victoria, Tigre, Ballester, toda...Yo conozco todo allá, no conocía de Retiro para acá. Y me trajeron para acá y me largué acá. Perdí acá y después me rescaté, dije “ya fue”. Salí a la calle y me puse a limpiar vidrios, a repartir tarjetitas. Usé el chamuyo que tenía para otra cosa. Y sí...sé que le saco plata a la gente ¿entendés? P: ¿Desde qué edad más o menos hacías cosas para juntar plata? R: Y no, yo en todo momento. De pedir monedas de chiquitito. Pero vos sabés que las cosas van cambiando cuando vas creciendo, ¿me entendés? No es lo mismo. Que vos vas creciendo y te cambia la manera....ya no te da lo mismo pedir monedas, vamos a decir la que es. Y en un momento vos te sarpás. Vamos a decir, cuando sos guacho, como que... más yo, en mi contextura de vida era difícil, que yo me tenía que conseguir mis cosas, ¿me entendés? Para comer, si yo quería ir... Todos mis gustos me los tenía que dar yo, no me los estaba dando mi familia. Ni estaba con mi familia, ni un techo. Desde los 10 años que yo estoy en la calle. Tengo 21 y me las supe arreglar, siendo un guacho. Pasé una banda de bondis igual. Me golpeé millones de veces la cabeza, pero bueno, acá estamos... (Entrevista, Ricardo, La Plata, noviembre 2015)

Como bien muestra el relato de Ricardo, y al igual que tantos otros que presentan recorridos biográficos similares, las circunstancias los pusieron frente al desafío de cuidar de sí y garantizar su sobrevivencia desde la niñez. En ese camino, los modos de ganarse la vida adoptaron las más variadas formas: desde hacer changas, pedir monedas, vender flores, limpiar vidrios hasta robar. Todas ellas ajustadas en función de las posibilidades objetivas y las necesidades que iban construyendo. En estos casos no se trató solo de trabajar y aprender a “ganarse el pan”, sino de tener que adquirir un conjunto de competencias sobre todo lo que refiere a autogestionar la sobrevivencia.

Ciertas estrategias laborales que reconocen como típicas de la infancia, al ir avanzando en la estructura de edad, fueron abandonadas: cuando se es “pibe” se hace “lo que sea”. Tal como plantea Daniel, de 23 años:

Antes, cuando era guachín entraba a todos lados, me corrían, todo, los mozos...En algunos lados no te dejaban entrar. Porque yo antes de entrar pedía permiso y en una banda de lugares pasaba, me conocían, me compraban flores, todo. Pero ahora ni entro directamente. Tengo que estar muy necesitado para entrar. Yo paso por los bares así y ni cabida. Y nada, vengo al semáforo porque me queda más cómodo a mí, no tengo que andar de acá para allá...Andar insistiendo a la gente, meterme en las mesas, no me gusta molestar a la gente, ni cabida, el que quiere comprar va a comprar y si no, yo sé que el de atrás va a comprar el doble. (Entrevista, Daniel, La Plata, Diciembre 2015)

La soledad, severos problemas de vinculación familiar, una conexión de carácter intermitente con la escuela -no han podido concluir los estudios primarios-, el trabajo y el esfuerzo cotidiano los acompañan desde toda la vida, forjando trayectorias biográficas vulnerables producto de un largo camino de “acumulación de desventajas” (Saraví, 2009, 2016), cargadas de privación de derechos, que hasta el presente no se ha revertido. Tal privación toma para los jóvenes pobres, la forma del desprecio y la degradación (Honnet, 1992), algo que retomaremos en el siguiente apartado, referido al tiempo presente.

Además de las experiencias de este grupo de trabajadores, que se constituyen en la figura más patente de la vulnerabilidad social por haber sufrido las privaciones más extremas, hay otros trabajadores de sectores pobres que retratan las primeras experiencias en el mundo del trabajo también a temprana edad, pero apelando a la sensación de protección familiar y a un fuerte bienestar emocional. Estas incursiones se significan en tanto prácticas asociadas a la solidaridad intrafamiliar, como señala Javier quien a los 11 años comenzó a ayudar a sus padres en la venta de flores -tarea en la que continúa-:

Yo iba al colegio y mi papá me iba a buscar (...) primero hacia la tarea ahí en la florería todo y después le ayudaba (...) igual ellos nunca me hicieron faltar nada a mí.....siempre me compraron de todo y tampoco yo les pedía, ¡si eran mis viejos! yo los ayudaba. (Entrevista, Javier, La Plata, noviembre 2015)

Si algunos trabajadores de sectores populares tuvieron sus primeras experiencias de trabajo durante la infancia, otros, lo han hecho en un pasado relativamente reciente, motivado por la necesidad de ganar cierta autonomía económica, disponer de dinero a fin de afrontar gastos personales y también cierta premura por ayudar en la economía familiar. Los varones vieron facilitadas esas primeras experiencias a través de las redes de relaciones más próximas: contactos provistos por familiares, vecinos o amigos, haciendo changas de todo tipo o trabajando en algún comercio de la zona en que habitan, tal como señala José (18 años) “haciendo cosas que no te enseñan en la escuela”. En cambio, como mencionamos anteriormente las mujeres cuidaron niños, se desempeñaron en tareas de limpieza en domicilios particulares, es decir, desarrollaron prácticas ligadas al ámbito de lo doméstico / privado.

La posibilidad de experimentar un empleo registrado no fue una oportunidad generalizada, y las escasas experiencias en que se da cuenta de alguna inserción previa en el mercado de trabajo formal, se vieron discontinuadas por motivos muy diferentes, aspecto muy interesante para profundizar, y en donde las marcas del origen social y el género emergieron con claridad produciendo experiencias y consecuencias de diversa índole que también lo son.

Javier, de 22 años, tuvo dos experiencias laborales formales distintas, en una eligió no continuar, en otra fue despedido. En 2013, por intermedio de su hermana mayor, ingresó con un contrato en un call center de un banco:

No me gustaba el ambiente, no me gustaba la gente no me gustaba (...) había mucho de todo ahí...muchos chicos que van por que van, no les importa nada....mucha gente... los chicos que estudian, no me relacionaba bien, no me llevaba bien no sé... yo soy un tipo laburador... qué sé yo... y capaz que socializaba con gente que no le importaba nada: si voy a trabajar hoy si voy, o no voy, si me lo descuentan está todo bien ¿me entendés? Y no me gustaba mucho el ambiente, ahí trabajé tres meses y dejé. (Entrevista, Javier, La Plata, noviembre 2015)

Más que la cuestión salarial, lo que terminó llevándolo a abandonar el empleo fue la sensación de gran distancia social que sentía respecto de sus compañeros. Las fronteras simbólicas relativas a las diferencias de clase operaron de manera muy clara en Javier, pero en este caso, a través de una revalorización de lo propio: a él sí le importa trabajar, a él no le es indistinto que le descuenten dinero, al menos, no como a esos otros chicos, que viven otra realidad. Estos argumentos llevan a pensar en la centralidad que adquiere la tesis de la fragmentación social esbozada por Saraví (2015), quien plantea que en estos tiempos los individuos aprehenden una sociedad fragmentada como realidad objetiva, y que acorde a esa percepción de la realidad terminan desarrollando experiencias sociales que producen y reproducen la fragmentación social.

Lo que recuerda Javier como su mejor experiencia laboral la transitó cuando por intermedio de su concuñado entró a trabajar durante un año (2014) para una empresa de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires dedicada a la colocación de aires acondicionados. Si bien lo que ganaba le parecía adecuado, lo que no lo convencía era la modalidad contractual, ya que era monotributista. De hecho, cree que el no haber ingresado como empleado en relación de dependencia fue uno de los factores que precipitaron su desvinculación de la empresa.

El caso de Damiana de 23 años (sectores populares) es diferente: trabajó en una empresa de seguridad en el área administrativa pero fue despedida, y toda referencia sobre ese trabajo anterior tiene una impronta nostálgica: “¡Eso sí que era un trabajo! (...) obviamente que en una empresa estaba en blanco, tenía un horario fijo... Es distinto, totalmente distinto” (Entrevista, Damiana, La Plata, noviembre 2015).

Ella es la única joven mujer perteneciente a sectores populares que pudo experimentar con la mayoría de edad, el tránsito por un empleo formal. En relación con ello, un dato interesante y que refuerza las disputa política en el campo que reivindica el derecho de los adolescentes al trabajo, lo pone en evidencia Sabrina, de 17 años quien está finalizando la secundaria y plantea las limitaciones con las que se enfrentó y se enfrenta para el ingreso al mercado de trabajo formal las cuales se relacionan -en parte- con las restricciones que la legislación argentina presenta en la prohibición y regulación del trabajo de niños y adolescentes. Este aspecto desde hace ya mucho tiempo viene cuestionándose por parte de los movimientos de niños/as trabajadores del sur (NATs) desde donde se desarrolla una intensa militancia en la lucha por el derecho a trabajar (Cussiánovich Villarán, 2002).

A diferencia de los trabajadores de sectores populares, entre las jóvenes de clase media, las primeras experiencias laborales estuvieron motivas por la necesidad de contar con ingresos independientes a los que brindan sus familias y básicamente destinados a garantizar ciertos consumos específicos -viajes, salidas nocturnas, vestimenta-. Incluso algunas de ellas desarrollaron sus primeras incursiones en ámbitos de trabajo de la economía formal. Estas incursiones -por su tipo y atento a lo que las motoriza- dan cuenta de una profunda diferencia con los y las trabajadoras de sectores populares, quienes debieron trabajar para garantizar la sobrevivencia propia y/o contribuir a la difícil tarea de alcanzar la reproducción familiar.

Al igual que las jóvenes de sectores populares, en ellas, el uso de las redes sociales -Facebook- como facilitador en la búsqueda de trabajos anteriores se presentó como una opción muy utilizada, quienes además, al describir sus pasados laborales dan cuenta de toda una serie de iniciativas autogestionadas, que muestran cierta independencia de su capital social en las estrategias generadoras de ingresos: desde salir a dejar currículums en comercios, restaurantes, bares, hasta vender prendas o accesorios en ferias, preparar café, dulces, y otras comidas para vender, tareas de peluquería, etc. Esta forma de orientar las búsquedas también contrasta con las prácticas de varones de sectores populares, quienes tienden a orientarse en función de las redes de relaciones más próximas. Al mismo tiempo, otros contrastes se advierten al momento de reconstruir las experiencias laborales anteriores:

Federica, una joven de clase media que vende pan, trabajó 10 meses en una empresa internacional: Sodimac, pero decidió renunciar, en tanto que se trataba de un empleo que no compatibilizaba con sus tiempos y ritmo de vida:

Trabajé diez meses ahí. O sea, desde que el lugar abrió, los primeros diez meses. Pero trabajaba sábados y domingos nomás. Tenía un muy buen trabajo, o sea, ganaba mucha plata y estaba en blanco pero... nada... me encontré con que mis primeros diez meses en La Plata habían sido sin un domingo con un asado en familia, sin un sábado a la noche poder salir y disfrutar de un fin de semana. Me encontré con eso, con que tenía de lunes a viernes pero... los fines de semana es otra cosa. Entonces, bueno, dejé de trabajar ahí. Mis papás me insistían con que no trabajara, porque ellos podían ayudarme. (Entrevista Federica, La Plata, noviembre 2015)

Otro caso similar es el de Brenda (21 años), también de clase media quien trabajó en una distribuidora de golosinas “me animé a renunciar, no ganaba nada...”. Después de este empleo, “no conseguía nada”: vendió ropa en la calle, trabajó de moza en un restaurante peruano y en una casita de fiestas infantiles, vendió comida, hasta que pudo asentarse: entró a trabajar como moza en una parrilla de un amigo de su mamá, actividad que actualmente combina con la venta de prendas de vestir en un parque.

Los recorridos de todos estos jóvenes, independientemente de la pertenencia de clase, dan cuenta de las dificultades de acceso al mercado de trabajo formal; son escasas las experiencias anteriores en este sentido. No obstante ello, y a pesar de esta dificultad generalizada que incluso los estudios relativos a la temática subrayan (Bertranou, Jiménez y Jiménez, 2018), sí se ponen en evidencia experiencias disímiles con el mundo del trabajo tanto entre las y los trabajadores de sectores populares como entre estos y las jóvenes de clase media.

En primer lugar, los que han transitado por algún tipo de incursión laboral en la infancia son quienes ocupan posiciones más subordinadas en la estructura social. Entre ellos, se presentan algunos matices ya que hay experiencias de trabajo ininterrumpidas o bien, durante algunos períodos, desde que son niños, pero con una fuerte asociación de cuidado y contención parental. Mientras que otros, además de trabajar desde la niñez han tenido que aprender a sobrevivir solos en la calle. De ellos, pocos fueron los y las jóvenes que tuvieron alguna posibilidad de ingreso al mercado de trabajo formal, y quienes la tuvieron, han procesado y significado estas experiencias de maneras muy diferentes. Las experiencias de los jóvenes pobres -sobre todo de los varones- están cargadas de un importante sacrificio y en algunos casos de un intenso sufrimiento, algo que no se advierte en las jóvenes de clase media, que cuentan con otros recursos y estructuras ligadas a su posición social en las que pudieron apoyarse.

Lo cierto es que, más breves o más largas, más ajustadas o menos ajustadas a sus expectativas, estas incursiones fueron contribuyendo a configurar y perfilar los modos de ganarse la vida en el presente.

El presente: trabajo callejero

Como planteamos en la introducción, la calle como espacio de trabajo es habitada por sujetos de diferentes edades y posiciones sociales. En nuestro caso de estudio, hemos podido detectar que tanto adolescentes y jóvenes de sectores populares, como jóvenes de clases medias, desarrollan allí las más variadas actividades laborales. Los caminos recorridos hasta llegar al trabajo callejero, las motivaciones, expectativas y los sentidos construidos difieren en uno y otro caso, en donde los orígenes sociales tienen una clara repercusión.

En relación a las jóvenes de clases medias, el trabajo en la calle suele articularse con los estudios superiores y se practica como una vía de obtención de ingresos complementaria a las que facilitan sus familiares. Algunas viven con sus padres y otras ya transitan su independencia residencial. Para ellas, el trabajar en la calle -vendiendo alimentos, prendas de vestir y repartiendo publicidad- se presenta como una opción positivamente valorada, algunos de los calificativos que utilizan refieren al carácter: “ideal” del trabajo, “es más libre y menos exigente”, “no tenés estrés”, “no lo cambio por nada, excepto que consiga algo relacionado con lo que estudio”. Entre los aspectos más destacados, subrayan casi unánimemente que permite manejar tiempos, gestionar el ritmo e intensidad de la tarea, obtener ingresos para vacacionar, en definitiva, “poder darse los gustos”, compatibilizando el tiempo de trabajo con el que demanda la vida estudiantil requiere.

En el caso de los y las adolescentes y jóvenes de sectores populares, la situación es claramente diferente. Se trabaja en la calle porque no hay para ellos otras alternativas a mano, o en los pocos casos en que estas aparecen, son de tal precariedad o tan distantes de sus formas de vida, que el trabajo callejero se presenta como una opción más ajustada a los fines de obtener ingresos de manera regular. Es la necesidad de la sobrevivencia cotidiana la que los pone allí: ya sea para sostener los propios gastos, o los propios y los de la familia de origen o, en otros casos, los de la familia que están conformando. Otro factor que se suma es el abandono escolar: “mi mamá me dijo: 'o estudias o trabajas', y preferí venir a trabajar”, “necesitaba plata y además no podía estar al pedo”. O, muy por el contrario, las necesidades que impone la vida estudiantil. Marianela, de 17 años, está trabajando para ahorrar dinero y pagarse la preparación en un instituto privado para poder ingresar a la carrera de medicina (su papá es albañil). Otros jóvenes de sectores populares migraron de países latinoamericanos (Perú y Chile) justamente para poder estudiar aquí, donde la educación superior es gratuita.

Los esfuerzos objetivos, materializados en el tiempo y desgaste físico dedicado al trabajo -mucho más intenso que en el caso de las jóvenes de clase media- y los esfuerzos subjetivos que movilizan para estar allí -en parte impulsados por los atributos negativos o los estigmas con los que muchas veces se enfrentan- hacen que en las percepciones que construyen sobre los modos de ganarse la vida destaquen el carácter sacrificado y agotador de la tarea: “es matador”, plantean algunos jóvenes que reparten folletos, “llegas muerto a tu casa”, comenta otro que vende flores.

Trabajar en la calle supone no solo caminar, pasar frío o calor, sino que además, para los jóvenes de sectores populares conlleva enfrentarse cotidianamente a otra dificultad: la lucha por convertir eso que hacen en una actividad legítima y digna de reconocimiento social. El honor o la dignidad de una persona, señala Honnet (1992), se relaciona con la medida de aprecio social que corresponde a un modo de autorealizarse en una sociedad, por ende la degradación valorativa de ciertos patrones de autorrealización conlleva para quienes los portan una devaluación social, una pérdida de la autoestima y de la oportunidad de comprenderse a sí mismos como seres apreciados por sus cualidades y capacidades. En efecto, muchos de estos jóvenes no pueden referirse positivamente a sí mismos y entienden que en buena medida eso que son y hacen es el resultado de limitaciones personales: tomar malas decisiones, no haber apostado al estudio por ser “burro” o “vago” o, pensar que eligieron en algún momento del pasado el mal camino o la mala vida -asociada a vivir en la calle, no estar con la familia y/o tener que robar-. En consecuencia, en tiempo presente acarrean pues con el resultado de esas “decisiones”.

En esta necesidad de darle valor social a la actividad que realizan, y de ganar reconocimiento hay otros elementos que fundamentalmente los varones ponen en juego con cierta recurrencia y que operan a través de la construcción de fronteras morales: por un lado la contraposición entre trabajar y robar, y por otro lado, la distinción entre los trabajadores callejeros “que hacen las cosas bien” y “los que hacen las cosas mal”, estos últimos serían los que toman alcohol o drogas en el espacio público, los que “se zarpan”, “los que bardean”, “roban” o “pelean”. El problema con ellos radica en que a los ojos de los demás terminando siendo todos iguales, sufriendo el descrédito generalizado que este tipo de comportamientos invoca:

Y muchos nos ven así en la calle como que capaz les vamos a robar o que tenemos aliento a vino...yo no tomo mucho, viste... tomo cuando salgo o cuando hay fiesta pero por ejemplo los chicos acá toman como locos pero nadie bardea, nadie rompe nada ni roba. Pero mucha gente...hay gente que le hace poner ese cartel y bardea y te termina metiendo en la misma bolsa y es un quilombo (...) Los pibes que andan de mi edad a esta hora son pocos los que tienen ganas de ponerse las pilas y levantarse todas los días a la mañana, no le importa que este sol, lluvia o lo que venga que hay pocos que salen y se la rebuscan. Los otros van de sencillo porque yo te digo la verdad que, si quiero ahora voy hasta el barrio consigo un revolver y salgo a robar, pero no quiero eso, no quiero terminar en cana ni mucho menos muerto, menos ahora (...) yo ya lo hice, cuando estaba en la calle estaban "los buenos" y "los malos", yo estaba aparte, en la parte de los dos porque había una semana que trabajaba y decía “no yo soy trabajador” y otra semana que me iba con los otros vaguitos y nos íbamos a robar por todos lados (...) Pero vos ves mi familia y son gente buena que siempre trabajó, nunca un delincuente en la familia, yo en el momento fui ese que andaba en la calle así disparatado y...pero siempre tuve, no sé cómo llamarlo, siempre supe lo bueno y lo malo pero estaba en lo malo y sabía que no lo tenía que hacer, pero bueno de a poco, va siempre lo tuve en la cabeza eso de hacer las cosas bien siempre, pero de a poco me fui dando cuenta y ahora lo estoy viviendo, lo estoy haciendo. (Entrevista Andrés, 18 años, La Plata, diciembre 2015)

O como sostiene Walter (22 años):

Y digo ¿qué hubiese sido de mí si yo me hubiese dedicado a robar o a drogarme? ¿Cómo fuese mi mundo? (...) Soy un chico que me gusta trabajar ¿viste? Quiero ganarme la moneda de la que sea, pero ¿cómo se llama?...desde un punto de vista, ir por lo bueno, no ir por lo malo. Y eso es lo que se me dio por la cabeza ¿viste? No me importa lavar autos en la calle, porque yo sé que algún día voy a tener mi recompensa de lo que estoy haciendo. Por ahora lo necesito, pero no estoy robando, no estoy haciendo ningún delito. (Entrevista, Walter, La Plata, noviembre 2015)

Es muy notable que los jóvenes de sectores populares, que se ganan la vida en el espacio público, tengan la necesidad recurrente de explicitar que eso que hacen es legítimo, y si esto es así, es porque lo que subyace es cierta idea de que algo en esa elección no se corresponde con la aprobación de los otros y la moral dominante. Si estos jóvenes construyen fronteras sociales capaces de establecer diferencias y marcas al interior de ese gran universo que comprende a los trabajadores callejeros, esta no parece ser en lo absoluto una preocupación para las jóvenes de clases medias.

Hasta aquí, destacamos las diferencias en los modos en que los y las jóvenes de diferentes clases sociales tienen de vincularse y representarse el trabajo que llevan adelante. A continuación, abordaremos una serie de aspectos que son compartidos.

En primer lugar, para todos, el éxito en la tarea deviene de la habilidad para desarrollar un buen trato interpersonal con los potenciales clientes, “no tenés que tener vergüenza”, “te tenés que relajar”, pero mientras que para las jóvenes de sectores medios ese trato interpersonal se significa en términos de paridad, en el caso de los y las jóvenes de sectores populares, opera de manera inversa: ese buen trato es significado en términos de “respeto”, que puede entenderse como la capacidad que tienen de hacer visible y perceptible el reconocimiento de las diferentes jerarquías sociales, el respeto es sinónimo de distancia social, de verticalidad en el intercambio.7

En segundo lugar, aunque el lenguaje empleado sea el de la autonomía y la capacidad de decidir sobre cómo gestionar intensidades, ritmos, por “ser el propio jefe”, en los relatos se destaca la centralidad que le asignan al carácter regular y sistemático que el trabajo requiere para que sea efectivo.8 Esto es, se visualiza la necesidad de fijar horarios, rutinas, es decir, de tornar esa práctica laboral lo más regular posible, cual empleo en un establecimiento a puertas cerradas. Esta sistematicidad en el trabajo se puede asociar a diferentes cuestiones. En el caso de aquellos que trabajan en algún punto fijo de la ciudad, la regularidad se vincula con la necesidad de preservar la porción de territorio ganada, fruto de negociaciones y transacciones informales con otros trabajadores callejeros, con agentes de control urbano o con miembros de las fuerzas de seguridad. Además, y con mayor potencia para los y las jóvenes de sectores populares, puede ser producto de la auto imposición de un mecanismo que sea capaz de garantizar los aspectos más básicos de la sobrevivencia “llevar la comida a casa”, por lo tanto, se requiere de esa disciplina para llevar a cabo ese cometido tan elemental.

En tercer lugar, el trabajo de la calle suele proyectarse como transitorio, es decir, se lo elija o no, no se visibiliza como forma de vida en un futuro próximo, la idea que los trabajadores transmiten es que este tipo de actividad es parte de un momento de la vida.

En cuarto lugar, los que cursan estudios superiores -tanto de clases medias como de sectores populares- destacan la sensación de habitar simultáneamente mundos paralelos: la calle y la universidad se contraponen como universos de sentido y pertenencia, son lejanos uno del otro, sin embargo -y eso es un mérito individual- se trata de una distancia que se puede dominar. Al igual que lo que Machado Pais (2007) encuentra en su estudio sobre jóvenes portugueses, vemos que algunos jóvenes saltan de uno a otro ámbito de vida, y ritualizan identidades distintas.

El tiempo por venir: representaciones sobre el futuro laboral

La existencia de una jerarquía y estructura desigual de las representaciones sobre el futuro se corresponden muchas veces con las desiguales condiciones de existencia (Mercure 1995, citado en Longo 2011). Tal apreciación como veremos a continuación, tiene pleno correlato con los discursos de los entrevistados.

Para algunos de los trabajadores varones de los sectores populares, pedirles que piensen sobre los modos en que imaginan el futuro por venir resultó un ejercicio complejo, sea por las particularidades del momento de la vida que están atravesando o por la propia historia vivida, el futuro se representa como una incógnita, algo incierto, incluso inimaginable:

Yo qué sé. Te digo la verdad. Siendo un loco, yo qué sé. Es el día a día. Yo vivo el día a día, no vivo con un pensamiento a futuro, vamos a decir la que es. Porque sí, a mí me gustaría tener una chata como esta (señala un auto lujoso que estaba estacionado), tener el mejor empleo, pero todo no se puede en esta vida. Vivo el día a día, las monedas que haga, las cosas que haga, ¿me entendés? Me cabe más. Porque saber qué va a pasar es un misterio más diferente. Ya lo vengo pasando hace 11 años, imaginate que ya es costumbre. Ya no es nada de otro mundo (Entrevista, Ricardo, La Plata, noviembre 2015) “Me veo... bien, saliendo adelante con lo que pueda, no tengo planes.” (Entrevista, Luis, 20 años, La Plata, diciembre 2015).

En otros casos, en la medida en que el trabajo en la calle forma parte -al menos en términos de expectativas subjetivas- de una realidad transitoria, al preguntarles acerca del tiempo por venir tanto en los varones como en las mujeres las respuestas fueron muy similares: más tarde o más temprano la apuesta de vida pasa por obtener un empleo formal, con todas las garantías que ello brinda. Claro que las expectativas puestas en el tipo de empleo a conseguir difieren sustantivamente. Quienes transitan los estudios superiores apuestan a concluir la carrera y buscar un empleo relacionado con lo que estudiaron, esto es, poder trabajar en algo que genere no solo estabilidad en los ingresos, sino también placer y satisfacción. En los otros casos, todos ellos varones, las apuestas que se presentan son más acotadas. En general, se orientan en función de un horizonte muy limitado: se aspira a actividades escasamente calificadas (chofer, policía, constructor) que les permitan acceder a una estabilidad laboral, mejores condiciones de trabajo, un salario y acceso a la seguridad y protección social.

No obstante ello, sí hay algo que todos reconocen con mucha claridad y es que están lejos de alcanzar las credenciales educativas que el mundo impone para acceder a un empleo. En algunos casos, la máxima aspiración se vincula con terminar la escuela secundaria, que tiene simbólicamente un peso muy significativo, en otros -muy pocos- dar un paso más y pensar en la posibilidad de ir a la universidad o cursar estudios terciarios o alguna tecnicatura que habilite el ejercicio de un oficio. La apuesta a la terminalidad educativa básica se liga a la posibilidad de obtener un empleo formal, ya que la idea de la integración laboral vía el salario constituye un horizonte muy potente en las expectativas presentes y futuras de los jóvenes. Si hay algo que los va a ayudar a salir del lugar en el que están, es para quienes aún no lo hicieron, terminar la escuela, en el mejor de los casos capacitarse en algo y emplearse como asalariados.

El problema que se suscita es que los adolescentes y jóvenes de sectores populares padecen las dificultades que la segmentación y fragmentación educativa conllevan. Tales procesos resultan un factor clave para comprender las trayectorias laborales que los orientan, ya que si bien la educación media se ha masificado -y se ha disminuido la brecha de años de escolaridad entre jóvenes de distintas clases sociales-, la experiencia escolar es muy distinta para unos y otros. Cabe recordar que la noción de segmentación hacía alusión a que los circuitos escolares estaban bien diferenciados según clase social, en cambio la noción de fragmentación va aun más lejos, postulando que hay un quebranto de una regulación general por la yuxtaposición del aumento de las desigualdades, con la descentralización de las instituciones educativas. La diferenciación creciente entre las escuelas -públicas y privadas-, las provincias, etc., ponen en cuestión la existencia de un único sistema (Kessler, 2014) promoviendo trayectorias educativas muy desiguales, que los casos de los entrevistados bien evidencia

¿En el futuro?¿Qué de qué trabajaría y esas cosas? La verdad que no, de grande.... no sé todavía qué puedo llegar a hacer. Primero tengo que terminar la escuela. Y, una porque te la sacas de encima ¿viste? Ya decís: terminé la escuela. Y aparte si después querés entrar en un trabajo que te piden secundario y ya lo tenés ¿viste? entonces entrás a cualquier lado. (Entrevista, Emilio, 19 años, La Plata, diciembre 2015)

Otro aspecto descatable es que el capital escolar con el que cuentan los jóvenes entrevistados es muy desigual. La muestra que compone el estudio incluye jóvenes con primaria y secundaria incompleta, primaria y/o secundaria completa y estudios superiores en curso, tal diversidad en la posesión de este tipo de capital también explica -en parte- las posibilidades que se ponen en juego en esas apuestas a futuro.

En realidad igualmente ahora me voy a poner a estudiar: Contador Público. Pero mientras tanto, quiero algún trabajo seguro, que pueda estar en blanco en realidad, porque me sirve más en blanco que trabajar así, en negro (...) Yo ya había empezado la carrera, pero lo tuve que dejar porque tenía materias de último año, de secundario (...) Por eso quiero arrancar la carrera y, mientras tanto, buscarme un trabajo seguro y dentro de todo que me guste o que me pueda adaptar, porque si no, no me sirve. (Entrevista, Damiana, La Plata, noviembre 2015) La preceptora me dice: ¿Por qué no te anotás ahí donde están los FinES y te pagan?” Yo quiero anotarme. No es por la plata, es porque quiero estudiar, quiero terminar y cuando termine quiero ser vigilante. Tengo esa idea. De terminar la escuela y ser vigilante. No me gusta pero... ganan bien (Entrevista, Mariano, 17 años, La Plata, noviembre 2015).9

Los relatos de los trabajadores entrevistados en lo que hace a las diferentes capacidades y posibilidades de proyectar el futuro por venir ponen de manifiesto que el campo de los posibles contemplables está íntimamente ligado a la posición social. Las fronteras que separan estos mundos definen en su interior percepciones radicalmente diferentes sobre lo que se puede imaginar y aspirar. Los entrevistados saben que en otro lado las cosas son diferentes, pero para muchos se trata de un universo lejano, al que no se tiene acceso, por lo que no se sienten siquiera excluidos, ya que ese es, parafraseando a Bourdieu, el orden de las cosas. En consecuencia, no pueden ver cómo funciona ese orden, pues para eso haría falta mirarse desde afuera, pasar del otro lado de la línea demarcatoria, para poder dejar de dar por sentado la distribución desigual de oportunidades (Eribon, 2015).

Reflexiones finales

En este artículo buscamos dar cuenta de los modos en que adolescentes y jóvenes que trabajan en la calle se ganan la vida, atendiendo a las diferencias que el origen social y otros clivajes producen en estas experiencias. Hacer esto a través de la reconstrucción de sus trayectorias posibilitó comprender los modos en que el pasado, el presente y el futuro se entrelazan, explicando mucho de lo que acontece con ellos hoy, y en el futuro probable que imaginan.

En primer lugar, la investigación se propuso desafiar la idea de que la calle, en tanto espacio de trabajo es habitada solo por los más desventajados. De hecho en las ciencias sociales se han producido varias investigaciones acerca de este colectivo, ignorando que también hay otros sujetos, con otros orígenes sociales que trabajan allí. Develar cómo experimentan, valoran y construyen sus recorridos laborales -pasados, presentes y futuros- y hacerlo comparativamente, constituye un aporte para pensar no solo los problemas relativos a la relación de los jóvenes con el mundo del trabajo, sino también cómo esas experiencias laborales se presentan como un espacio que permite analizar los mecanismos de desigualdad. Los contrastes presentes entre las jóvenes de clase media y las y los adolescentes y jóvenes de sectores pobres, como así también las diferencias al interior de estos últimos -no olvidemos que se visualizan importantes heterogeneidades entre los más desfavorecidos- ponen en evidencia algunos de los mecanismos que tanto objetiva como subjetivamente operan en la reproducción de la desigualdad. A partir de las historias particulares relatadas por los trabajadores buscamos poner de manifiesto asuntos que tienen una referencia compartida, que seguramente atañen a tantos otros y que involucra las dificultades de la sobrevivencia en nuestras sociedades, sobre todo para los jóvenes más vulnerables, capaces de expresar el drama que supone la existencia.

En segundo lugar, otro de los puntos que se destaca es el carácter paradójico que se presenta al identificar el modo en que se proyecta el futuro para los trabajadores que sí pueden hacerlo, entre quienes el modelo de empleo salarial clásico, garante de estabilidad, se constituye en un valor central hacia el que orientan -al menos en el imaginario- sus trayectorias laborales. Este estudio revela que los trabajadores de diferentes clases sociales, géneros y con dotaciones de capital escolar desigual, al pensar en el porvenir, necesitan proyectarse hacia empleos capaces de garantizar una estabilidad de larga duración. La calle es un lugar “de paso”, que para algunos logra constituirse efectivamente como experiencia transitoria o de corta duración, mientras que para otros, ya lleva muchos años acompañándolos. La cuestión es que como expectativa de vida, la búsqueda por la previsibilidad laboral es absolutamente pregnante, y pese a que muchos de estos trabajadores pertenecen a familias que jamás conocieron la experiencia de un empleo formal, la apuesta hacia ese ideal parece no cesar. En efecto, en tiempo presente, la mayor parte de ellos, busca a través de diferentes estrategias dotar de previsibilidad a sus prácticas laborales, acercándolas en la medida de lo posible a aquello que se considera típico de un empleo: fijando rutinas, horarios, siendo sistemático, etc.

Ahora bien, pese a que el horizonte laboral se proyecta para una buena parte de ellos hacia ese “trabajo para toda la vida”, quienes integran los sectores populares y no estudian en la universidad, se orientan hacia actividades poco calificadas, elegidas en función de la estabilidad y el ingreso, mientras que quienes integran las clases medias y aquellos que se incluyen en los sectores populares pero estudian en la universidad, orientan sus trayectorias en función de lógicas no estrictamente instrumentales: el proyecto es trabajar en una posición estable, pero en un empleo que además seduzca, no solo por los ingresos, sino por el placer que el trabajo mismo brinda.

El trabajo con las y los adolescentes y jóvenes permite enfatizar que pese a la incertidumbre característica de la sociedad de nuestro tiempo, ciertos referentes tradicionales sobre el mundo del trabajo no pierden vigencia.

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1Si bien es cierto que en América Latina la integración social se dio a través de un proceso multifiliatorio, y no exclusivamente vía el empleo asalariado como en Europa (Saraví, 2007), Argentina, a diferencia del resto de los países latinoamericanos, se caracterizó durante buena parte del siglo XX por presentar importantes niveles de integración social que se evidenciaban en una tasa de desempleo menor que la media europea y en los salarios que se pagaban en la región.

2Cabe aclarar que este trabajo se desprende de una investigación más amplia, en la que se produjo información cuali-cuantitativa sobre niños, adolescentes y jóvenes que trabajan y/o viven en la calle. Esta se propuso, por un lado “mapear” in situ el trabajo callejero desarrollado por quienes integran estos grupos de edad, y por otro lado, indagar sobre sus trayectorias biográficas. En el censo detectamos un total de 449 trabajadores, de los cuales un 74,2% eran jóvenes y adolescentes y el 25,8% restante eran niños y niñas -de entre 5 y 15 años de edad-; a su vez, se visualizó una preeminencia de varones adolescentes y jóvenes.

3Las discusiones teórico-metodológicas sobre el concepto de clase social en el campo de la sociología son muy amplias. Numerosos investigadores coinciden en señalar que fueron Marx, Weber y Parsons quienes contribuyeron a delinear y trazar el marco en el que se dio el debate sobre este asunto (Sémbler, 2006).

4Algunas aclaraciones sobre el muestreo: 1. en el caso de las entrevistas a las clases medias, se trató de 6 mujeres. Si bien la presencia de varones también fue detectada en el censo, no pudimos acceder a entrevistarlos, ya que el contexto en el que se desarrolló parte del trabajo de campo fue el de cambio de gestión de gobierno municipal, en el que se iniciaron prácticas represivas y de persecución hacia los trabajadores callejeros. Esto se constituyó en una limitante al momento de contactar a los posibles entrevistados. 2. Las entrevistas con los trabajadores provenientes de Senegal resultaron complejas en tanto que lengua representó una barrera. En este sentido, cabe reconocer que los modos en que pudimos reconstruir sus biografías laborales son fragmentarias e incompletas. 3.Una de las entrevistadas de sectores populares tenía 15 años al momento de la entrevista, pero próxima a cumplir los 16, motivo por el cual la incluimos en el grupo de trabajadoras adolescentes.

5Como bien sintetiza Roberti. "La premisa subyacente es que los eventos de vida del presente se explican por los cursos de acontecimientos anteriores, que abren un nuevo campo de experiencias y planes venideros. La problemática del tiempo consiste, de este modo, en aprehender cómo los campos de experiencia pasados se reflejan en los horizontes de espera futuros (Koselleck, 1990). Así, estas escalas de temporalidad entran en juego en el análisis y en la conformación de las trayectorias, al constituirse el tiempo como un instrumento de orientación en el mundo (Elias, 1989); donde el pasado estructura el presente (Bourdieu, 1991) y prefigura un futuro (Pries, 1999)" (Roberti, 2017b, p. 319). Muñiz Terra (2018) plantea que en el campo de los estudios biográficos pueden diferenciarse una serie de perspectivas para analizar las entrevistas. Un primer enfoque, se basa en una aproximación a la estructura sincrónica de los relatos e historias de vida donde se identifican nodos o tópicos temático-narrativos. Un segundo enfoque se centra en el análisis de las estructuras temporales del relato -aproximación que busca romper con la noción estática de ciertos abordajes sociales, al intentar dar seguimiento a lo largo del tiempo a una variedad de procesos-. Dentro de esta perspectiva, pueden diferenciarse una serie de aproximaciones: la de Schütze, quien desarrolló el análisis de la narración autobiográfica improvisada, y la de Godard: “la sociología del acontecimiento”, focalizada en la estructura diacrónica de la narración, encaminada a entender el universo existencial de los individuos a través de la organización de las secuencias temporales de una vida. Esta aproximación privilegia los acontecimientos que organizan la vida de los sujetos. A su vez, dentro de ella, hay distintas variantes en el análisis: aquellas que señalan la presencia de nudos o momentos claves en las biografías, que muestran períodos de transición de especial relevancia (“puntos de inflexión” desde la perspectiva americana, “bifurcaciones” para la francesa). Por último, la autora señala un modelo de análisis específico: el narrativo-biográfico de Verd, basado en el análisis reticular del discurso.

6Por dificultades referidas al muestreo que se explicitaron anteriormente, no fue posible contactar varones de clase media que trabajaran en el espacio callejero, de allí que las diferencias que produce el entrecruzamiento entre clase social y género solo pueden advertirse en el grupo de sectores populares.

7En otro trabajo sobre los modos en que los trabajadores callejeros tematizan y se relacionan con el espacio público indagamos sobre otra diferencia importante. Si bien para todos los entrevistados la calle posibilita conocer personas de toda clase y lugar, algo que es positivamente valorado, ese encuentro con la alteridad, para unos -los jóvenes de sectores populares- patentiza la desigualdad, mientras que para otros -las clases medias- es leído en otra clave: la posibilidad de igualar y sortear justamente las diferencias basadas en las condiciones de existencia. Así, las interacciones que allí se generan dan lugar a sensaciones y emociones distintas: en la calle se aprende, se hacen amigos, se entablan contactos frecuentes con conocidos que los ayudan -las redes tienen un lugar muy importante en tanto estrategia de sobrevivencia-, pero también allí se visibiliza para los más desvaforecidos, la diferencia y la desigualdad (Rausky, Crego y Peiró, 2017).

8La mayoría de los trabajadores autogestionan su trabajo. En ciertos casos hay algún tipo de relación de dependencia, como por ejemplo el caso de los senegaleses que venden bijouterie, el caso de la venta de algunos panificados o los repartidores de folletos/publicidad.

9El Plan FinEs creado en 2008, fue diseñado para que aquellos que no pudieron concluir los estudios -primaria y secundaria- puedan hacerlo con un formato alternativo al tradicional.

FinanciamientoEste artículo es producto de una investigación realizada en el marco del Programa de Posdoctorado en Ciencias Humanas y Sociales de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Asimismo cabe señalar que es resultado del financiamiento otorgado por el Estado Nacional, por lo tanto queda sujeto al cumplimiento de la Ley Nº 26.899”. Organismo: ANCYP. PICT Joven. Nombre del proyecto: Trabajo infantil y adolescente en el espacio público de la ciudad de La Plata: un estudio de sus dimensiones y características “. Código: 2012-102

Recibido: 01 de Octubre de 2018; Aprobado: 01 de Agosto de 2019

Correo electrónico: eugeniarausky@gmail.com

Sobre la Autora

Socióloga por la Universidad Nacional de La Plata, Doctora en Ciencias Sociales (UBA). Investigadora adjunta del CONICET y profesora del Departamento de Sociología de la Facultad de Humanidades y Cs. de la Educación de la UNLP y del Doctorado en Ciencias Sociales de la misma institución.

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