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Intersecciones en antropología

versão On-line ISSN 1850-373X

Intersecciones antropol.  n.4 Olavarría jan./dez. 2003

 

Las historias que nos cuentan y que nos contamos, ese avío del alma

Christine M. Danklmaier

Christine M. Danklmaier. CONICET. Secretaría de Investigación y Postgrado, Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales, Universidad Nacional de Misiones, Posadas, Misiones. Tucumán 1605 3300 Posadas, Misiones. Email: tinidankl@hotmail.com

RESUMEN

En el siguiente artículo se reconstruye a través de relatos individuales, la historia del primer grupo de pobladores ribereños de la ciudad de Posadas (Misiones) relocalizados en 1983 como consecuencia de la construcción de la represa hidroeléctrica Yacyretá. El emprendimiento una vez finalizado obligará a más de 50.000 personas a modificar sus esquemas básicos de relación con el medio, de subsistencia y de relación social.

ABSTRACT

In this paper, we intend to reconstruct, through interweaving individual stories, the history of the first group of riverside residents of the city of Posadas (Misiones), relocated in 1983 due to the construction of Yacyreta hydroelectric Dam. Once concluded, the Argentinean-Paraguayan endeavour will force more than 50,000 people to modify their basic structure of relationships with the environment, their means of subsistence and social relationships.

INTRODUCCIÓN

 La represa de Yacyretá es un emprendimiento hidroeléctrico conjunto de la Argentina y del Paraguay. Ubicada sobre el curso superior de río Paraná, a la altura de las ciudades de Ituzaingó en Argentina y de Ayolas en Paraguay, sus obras civiles se cuentan entre las más importantes del mundo. El llenado del embalse, que a cota máxima llegará tener una superficie de 1.600 km2 ha afectado ya importantes extensiones territoriales en ambos países, incluyendo dos grandes centros urbanos, ubicados a 90 km río arriba: Posadas (Argentina) sobre la margen izquierda y Encarnación (Paraguay) sobre la derecha. A raíz del inicio de las obras de la represa, en 1983, se dio comienzo al proyecto de "liberación" de las franjas costeras de ambas ciudades. Este emprendimiento significaba el proceso relocalizatorio urbano de mayor envergadura vivido hasta ese momento en el mundo y tenía por objeto desplazar y reasentar en ese momento, a más de 38.000 pobladores ribereños de ambas márgenes, fuera del área que alcanzaría el nivel del río una vez que la represa funcionase a su máxima capacidad1. Entre los años 1983 y 1992 la Entidad Binacional Yacyretá (EBY), organismo binacional a cargo de la administración y puesta en marcha del emprendimiento, atendió los casos de 1.483 familias de la margen argentina, 411 de las cuales fueron relocalizadas en una etapa inicial de la primera fase de relocalizaciones, al primer grupo de viviendas construidas por el Ente relocalizador en el área de reasentamiento llamada A1, que pasó a ser conocido desde ese entonces como "Barrio Yacyretá".

 Las siguientes páginas presentan una etnografía de un grupo de protagonistas de aquellas primeras relocalizaciones. A través de la combinación de relatos de vida y notas de campo se ha intentado articular los efectos sociales existenciales y económicos de un proceso de reasentamiento involuntario, con las representaciones subjetivas a ellos asociadas. A pesar de haberse recuperado experiencias vividas y representaciones subjetivas personales y grupales a través de la narración, no es el objetivo de este trabajo discutir acerca del valor de la narrativa como herramienta (ver por ejemplo Finnegan 1998; Ochs 1997; Rosaldo 1991; Rondelli 1993; Van Maanen 1988), sino el ponerla en práctica.

 Los nombres de los protagonistas no han sido alterados por expreso pedido de los "dueños" de los relatos2.

LA HISTORIA DE LILA

 En un barrio que creció entre dos orillas, la del río y la del centro de la ciudad de Posadas, a Norma Teresa Navarro, a quien todos -y me refiero a "todos" en el más literal de los sentidos- la conocen como "Lila". Hoy, al momento de describirla y re-escribir su historia, ella ha superado los 50 años, los cuales se evidencian en el sobrepeso del cuerpo, pero no el rostro, en el que se reconocen destellos de juventud. Palabra tras palabra llegué hasta sus recuerdos formativos, omnipresentes en su relato de mujer, la historia de su familia en la vida y legado del padre, Don Navarro. El trabajó durante más de veinte años en el aserradero Heller, en el que trabajaban casi todos los hombres del barrio. En su mejor momento llegaron a ser cien. Allí Don Navarro ganó el sustento familiar y perdió la salud en un derrotero que lo llevó a la muerte, con los pulmones saturados de pegamento y aserrín. La vida y el legado paternos se resumieron en la cesión por parte de la fábrica de la parcela en la que la precaria casa familiar estaba construida, la empresa reconocía en ese gesto que Navarro también le había dado algo más que su fuerza de trabajo, y al mismo tiempo se evitaba el conflicto legal con sus deudos.

 La vida de Lila y sus hermanos se orientó al cuidado de su madre, lo hicieron mientras vivían con ella y continuaron haciéndolo una vez alejados de la casa materna, fundando sus propias familias. La de Lila Navarro, se construyó sobre bases similares a las de otras mujeres que se casaron con jóvenes del barrio, en su caso con un hombre un par de años menor que ella. Tres de sus ocho hijos nacieron en su casa, a unas pocas calles de la de su madre. Sus hermanas y su madre la asistieron antes de los partos y colaboraron con ella y con su marido una vez nacidos los niños. Nunca faltaron comida ni cuidados. Comadres y vecinas se ocupaban de proveer al recién nacido de ropita que otros bebés del barrio ya no usaban y que Lila a su vez, regalaría cuando sus hijos dejasen de usarla.

 Usualmente las casas en las que Lila disponía su voluntad y ejercía su trabajo eran tres: aquella en que servía a sus hijos y marido, en la que sus decisiones, gestiones y contactos eran vitales para el resguardo de los seres queridos. La materna, en que su presencia y ayuda eran necesarias para contener en afecto y en recursos las carencias de la mujer que había asumido a través de la práctica que era quien debía mantener unidos a sus hijos, y finalmente las casas en las que trabajaba por horas, aquellas en las que con voluntad,pocas pretensiones salariales y paciencia, conformaban un espacio en el cual cultivar otras relaciones.

 Lila, su marido y sus hijos vivieron sus vidas en el barrio Heller hasta el día en el que les fue comunicado por visitantes nunca antes vistos, que sus casas ya no eran suyas, que su barrio ya no era tal y que el futuro, al igual que el cauce del río, sería modificado. La inminente construcción de una represa de aprovechamiento hidroeléctrico a 100 km río abajo, afectaría a los cinco integrantes de la familia de Lila y a otras 15.000 personas en la ciudad. Todas ellas serían trasladadas en etapas sucesivas a barrios de viviendas, especialmente construidos para albergar a "los afectados", término con el que serían designados de allí en más y que para muchos remite más a alguna clase de enfermedad que a una consecuencia del "desarrollo".

 A la familia de Lila le fue entregada una vivienda en el denominado barrio "A1". Lila no sabe a qué responde esta denominación. Nunca se le hubiera ocurrido que se trataba de algo tan poco trascendente como "Asentamiento 1", por tratarse del primer asentamiento construido. Sin embargo, considera que se trata de un nombre muy poco atractivo para un barrio, aunque éste sea un barrio de "afectados". La ausencia de la madre de Lila, fallecida tiempo antes de la mudanza, así como el alejamiento del barrio Heller, de sus hermanos y parte de sus amigos, hizo particularmente difícil la adaptación al nuevo lugar. No sólo faltaban las caras conocidas, las charlas -mate medianteque tantas veces había tenido con sus vecinas a la orilla del río, a la espera del secado de la ropa recién lavada y extendida sobre las ramas de los arbustos; faltaban también quienes para Lila habían sido referentes en casos de necesidad. Como aquella vez en la que su marido había perdido el trabajo y fue ese vecino, que no llegaba a ser tan amigo, quien trajo la noticia acerca del puesto disponible en una empresa constructora. O aquella otra vecina -ésta sí más amiga que vecina- que cuando la madre o la hermana de Lila no podían hacerlo, cuidaba de los niños y le evitaba contratiempos con sus patronas. Esos son sólo dos de muchos de los recuerdos recuperados por Lila en su relato acerca de sus vecinos de años y de, en algunos casos, la pena de haberlos dejado atrás.

 La lejanía del centro de la ciudad y los pocos recursos disponibles para movilizar a una familia que se había agrandado, obligaron a Lila y a su marido a buscar trabajo, escuelas y relaciones lejos de donde habían vivido. El marido de Lila no volvió a trabajar, salvo ocasionalmente arreglando techos, pintando paredes, reparando portones o haciendo otros trabajos de mantenimiento en el barrio. Ella por su parte fue empleada por una mujer, también relocalizada pero de mejor posición, para cuidar a un niño de cuatro años y hacer la limpieza de la casa. Todas las mañanas mientras la madre del niño trabaja en la municipalidad de la ciudad de Posadas, Lila se ocupa de estas tareas.

 La relocalización la orientó hacia un rumbo distinto de aquel que era guiado por el afecto familiar y la reciprocidad fraterna en el antiguo barrio. Lila se abrió a la reciprocidad coyuntural de la conveniencia, buena para la obtención de beneficios a cambio de adhesión política. El territorio en el que ella sabe que es alguien es el del reconocimiento de sus pares, quienes en ella se referencian y a quien creen. Ese es su capital, reconocido por políticos de pertenencias varias, ávidos de gente movilizada en momentos en que nadie quiere salir del patio de su casa. Ellos depositan en Lila una confianza que saben tiene precio, en términos personales o grupales, para ella o los de su familia y para los que son de ella, por compartir el destino del desarraigo.

LA HISTORIA DE PELE

 A Daniel Barreto lo conocí una mañana en la que me hallaba en un comercio del barrio A1 realizando una entrevista a Jerónimo y a Elvira, los dueños del local, a quienes hacía semanas visitaba con regularidad. Pelé -todos en el barrio llevan apodos y Daniel no era la excepción- llegó con la intención de "hacer sociales" y se incorporó a nuestra conversación, primero como escucha y luego como activo participante y comentador de situaciones. A partir de ese día han sido pocas las visitas al barrio que no han empezado o terminado con una charla con Pelé. Desde que fue relocalizado junto a su familia en este barrio, dice haberse convertido en una especie de "turista" cuando está solo, o de "guía de turismo" cuando está conmigo. Daniel está desocupado desde hace varios años. Quizás esta sensación de tránsito que experimenta, se relacione con los casi veinte años que lleva sin conseguir trabajo.

 Pelé vivió toda su vida previa a la construcción de la represa, a orillas del Paraná, en una casa que fue construida por su abuelo sobre un terreno estratégicamente ubicado a pasos del río, entre el aserradero Heller y un frigorífico. Aprendió de su padre el oficiode pescador, quien antes lo había aprendido del suyo. Pelé y sus hermanos alistaban la canoa temprano por la mañana, antes del mate, del "reviro" y de las primeras luces. Pasaban un par de horas pescando con espinel o tarrafa, cerca de la isla Talavera, "el mejor lugar de pique" de todo el Paraná, según aseguró Pelé. Los momentos de encuentro entre los hermanos eran aprovechados para conversar acerca de los trabajos que cada uno de ellos desarrollaba paralelamente al de la pesca, a compartir las historias acerca de las últimas conquistas amorosas, a polemizar sobre todo tipo de cuestiones, y a planear las actividades del día o de la semana añorando el siempre lejano fin de semana en el que el fútbol y las salidas eran las actividades obligadas. La "cosecha" era entregada a dos palanqueros3, quienes luego de pagar en efectivo se iban por toda la ciudad vendiendo a los gritos la fresca mercancía.

 A los 27 años Pelé se casó con su novia de siempre. El nuevo hogar y la llegada de muchos hijos en poco tiempo hicieron inevitable la búsqueda de más trabajo. Pelé consiguió empleo como albañil, a eso se dedicó durante años, siempre para el mismo patrón, quien lo llamaba cada vez que una obra era iniciada. Muchos de sus vecinos y amigos estaban ocupados en lo mismo, pero el patrón de Pelé decía "preferirlo" a él por la habilidad que demostraba en actividades como el encadenado de ladrillos, la colocación de azulejos y los trabajos de acabado fino. A las obras iba a pié, no tardaba más de diez minutos en llegar desde su casa, salía temprano, todos los días excepto los domingos, en los que, religiosamente seguía con el ritual de los partidos de fútbol con los amigos en el barrio. La época de trabajo constante, de los partidos de fútbol y de la pesca se terminó con la relocalización al barrio A1, a mediados del año 1983. El patrón le dio trabajo a otros. Su preferencia se orientó a quienes seguían viviendo cerca de las obras y no debía pagarles viáticos, ni faltaban por las dificultades con el transporte.

 Pelé enfermó. Su mujer le insistió hasta que finalmente fue al hospital por un dolor en el pecho. Desde que se acordaba nunca había estado enfermo, por lo que ni se preocupó ni le dio mayor importancia, para eso estaba su mujer, que sí se preocupaba y siempre sabía qué hacer. Caminó los 4 km que bien valía el ahorro de los centavos del colectivo. El médico le dijo que el dolor era una enfermedad al corazón, para Pelé la puerta de entrada a una larga serie de enfermedades que los médicos de la salud pública le irían describiendo en los meses posteriores, en palabras que a veces sólo daban miedo y no entendía: Cardiopatía severa, diabetes, disminución de la capacidad visual y otras que prefirió olvidar. Quienes estudian los fenómenos relacionados con las relocalizaciones compulsivas de población resultantes de la implementación de grandes proyectos de desarrollo, enmarcarían el deterioro de la salud de Pelé en el llamado "Stress Multidimensional". Para Pelé este concepto dice poco, y sobre todas las cosas no comprende lo que significa para él la ausencia del río, la lejanía de los amigos, los nuevos afectos, los cambios de trabajo: el ser relocalizado.

 Los días se le van entre mates en la galería, visitas a los nuevos amigos del barrio -que son amigos, pero nunca tanto como lo fueron los "antiguos"-, y cocinar para los chicos y para su esposa, que por su trabajo no llega antes del mediodía. Con alguna "changa" en el barrio tiene lo necesario para un cartón de vino, que siempre es "el último... por la enfermedad sabés". De lunes a viernes los días pasan iguales, los sábados y domingos también, con la única diferencia de que su esposa está en casa y se ocupa de los más pequeños. Pelé acepta sin dramatismo que su vida ha cambiado y que en el paso de un lugar a otro ha ganado y perdido, aunque en esa cuenta lo perdido es irrecuperable y aquello por ganar sigue siendo en gran parte una promesa en el barrio A1.

LA HISTORIA DE ROQUE

 A sus ocho años Roque al igual que otros, algo mayores que él, tiene una historia que contar. La suya ha comenzado y sigue su desarrollo en el barrio A1. El ser el menor de ocho le ha permitido gozar del consentimiento de sus padres y del cuidado de sus hermanos, quienes lo apodan "Bebé", sobrenombre que Roque prefiere sea utilizado sólo "en casa". Su familia se reduce a quienes viven con él. No conoció a sus abuelos, ni la costa en donde le dijeron que habían vivido. A sus tíos y primos los conoce pero los ve poco, ellos viven cerca del Arroyo Zaimán; hay que tomar dos colectivos para llegar hasta allí y eso implica dinero y tiempo.

 Roque asiste a la escuela primaria del barrio. Fue construida por la empresa hidroeléctrica responsable de la relocalización de sus padres y de los otros vecinos del barrio, como parte de las compensaciones por las pérdidas materiales provocadas por el llenado del embalse y las consecuentes inundaciones de las zonas costeras de la ciudad. Se trata de una escuela pública que funciona en tres turnos; a Roque por no haber sido matriculado a comienzos de la semana de inscripción, le ha correspondido el turno medio que se desarrolla entre las 11 de la mañana y las 3 de la tarde. Al mediodía almuerza en el colegio y a pesar de que le gusta más la comida que hace su papá, considera que la del comedor "no está tan mal". La escuela queda a tres cuadras de su casa, por la mañana una de sus hermanas lo acompaña hasta la puerta, ella sigue un par de cuadras más hasta el colegio secundario, también en el barrio. Por la tarde es la mamá de Roque quien lo va a buscar, las pocas veces que ella por trabajo no puede asistir a esta cita diaria, lo hace el papá. Roque comparte el aula y los recreos con otros 45 niños del barrio, pero sólo con algunos juega en los ratos libres, él prefiere pasar las tardes con su mamá, quien le ayuda con los deberes y a quien él ayuda con las tareas de la casa. Las compras en el almacén, el barrer la vereda, doblar la ropa lavada, dar de comer a las gallinas y al perro son cosas de las que se ocupa, aunque a veces lo haga con poco entusiasmo y mucha protesta. La amenaza de prohibición de ver el programa favorito por televisión, es el remedio mágico al que su madre apela cuando las protestas exceden el límite que ella tolera, y al que él trata de no llegar. Cuando hay oportunidad de acompañar a su padre a alguna "changa", deja todo por hacerlo; lo asiste sosteniendo clavos o tornillos, alcanzándole las herramientas que necesite, mezclando con un palito la pintura para pintar alguna pared o simplemente sentándose a escucharlo conversar entre mate y mate con el vecino, que en ese momento es patrón.

La plaza frente a su casa es el lugar de encuentro con los amigos. El fútbol, las bolitas, el intercambio de figuritas, la mancha y las escondidas son los juegos obligados. Roque disfruta de estos momentos, pero disfruta más el regreso de sus hermanos a la casa, cuando toda la familia se reúne y el día comienza a terminar.

 Este niño de ojos negrísimos y sonrisa franca no conoce de relocalizaciones, no sabe de amigos que se han dejado atrás ni de un río que ya no es; no ha debido lidiar con el desarraigo físico ni afectivo, son los relatos de sus padres acerca de su propia niñez las que los confrontan con una realidad que no es la suya pero que lo podría haber sido y que lo llena de curiosidad y de preguntas.

LA HISTORIA DE UNA FAMILIA

Lila y Pelé nunca pensaron en que la suya iba a ser una de las 5.655 familias a ser relocalizadas por la construcción de la represa hidroeléctrica Yacyretá, el emprendimiento binacional argentino-paraguayo, responsable de una de las afectaciones urbanas más grandes del mundo. El inicio de este proceso se remonta a casi 20 años atrás y su finalización se prevé recién para dentro de cinco años. De los ocho hijos de la pareja, tres, Gerarda, José y Norma nacieron en el barrio Heller, los otros cinco, Paula, Daniel, Daniela, Victoria y Roque lo hicieron en el barrio A1.

 Cuando hablamos de "familia", los Barreto sostuvieron que la "familia grande", que incluye a los hermanos de Pelé y de Lila, a los padres que ya no están, a los hijos de los hermanos, a los compadres (padrinos de sus hijos) así como a sus propios ahijados, había quedado "en la costa". "Esa familia no existe más" me dijo categóricamente Pelé. Todas estas personas a las que el matrimonio hizo referencia, fueron o bien relocalizadas o bien compensadas económicamente por la pérdida de sus viviendas por la gestión de turno de la Entidad Binacional Yacyretá. Ninguno sigue viviendo a orillas del Paraná, pero tampoco viven cerca de la casa de Lila y de Pelé, por lo que ellos prefieren seguir ubicándolos en la conocida "costa". Por su parte, la "familia chica", es decir la que incluye a Lila, a Pelé y sus ocho hijos ha aprendido a lo largo de estos años a funcionar con una dinámica propia, distinta a la que tenían las familias en el barrio Heller.

LA HISTORIA DE UN BARRIO

 El barrio Heller fue, junto al Villa Coz y El Chaquito, uno de los tradicionales barrios obreros de la ciudad de Posadas. Sobre terrenos bajos y anegadizos se asentaron quienes llegaban del interior de Misiones o de otras provincias en busca de trabajo y con la esperanza de que fuese éste el lugar en donde las necesidades serían superadas. Lo primero que los recién llegados hacían era construir una vivienda en donde el terreno lo permitiese y con los materiales que hubiese disponibles, ya fuesen los traídos por el río o los descartados por las industrias o los particulares: tablones costaneros para las paredes exteriores, chapa cartón para el techo, maderas para el piso o eventuales divisiones internas, algún pedazo de tela o de cartón para cubrir las aberturas. Todo servía para una "primera etapa", "hasta que las cosas cambien", "después nos vamos para el centro". La "primera etapa" solía ser permanente, y a estas viviendas se fueron sumando otras, las de los parientes que habían quedado en el interior y ahora imitaban a los pioneros, las de los hijos que iban creciendo y se independizaban, los nuevos "pobres urbanos", o las de algún visitante estacional, por ejemplo los embarcadizos del Paraná o los trabajadores del ferrocarril, quienes pasaban temporadas de 6 o 7 meses aquí y otro tanto en otros lugares del país.

 El barrio creció desordenadamente. Decenas de callejuelas comunicaban las casas entre sí y a éstas con la calle de acceso a la ciudad, una de esas calles es la Avenida Mitre, hoy utilizada por posadeños y turistas para acceder al Puente Internacional Posadas-Encarnación. La Municipalidad desde siempre dio la espalda a este barrio que crecía de frente al río; sus habitantes no eran reconocidos como vecinos de la ciudad, entre otras cosas, por no pagar impuestos. A pesar de sus reclamos no fueron provistos de servicios básicos de luz, ni de agua. Los habitantes del barrio, artesanalmente prolongaban con mangueras y caños el servicio de la canilla pública a varias cuadras de allí hasta sus casas; para el lavado de ropa y la higiene personal se hacía uso del agua del Paraná. Los vecinos se "enganchaban" al tendido eléctrico. Estas conexiones clandestinas formaban una frágil y peligrosa telaraña de cables, que volvía aún más enmarañado el cuadro de casillas encimadas unas sobre otras, los canales de desagüe corriendo barranca abajo por los caminos que se entrecruzaban, la ropa tendida, los niños jugando, los perros y gallinas buscando algún resto de comida, las mujeres tomado mate y la infaltable música, sonando desde las casas o desde el estéreo de algún auto.

 Los cinco minutos que separaban el barrio del centro constituían una ventaja desde todo punto de vista para los habitantes del barrio, pero especialmente en términos laborales. Aquellos que tenían trabajo y aquellos que lo buscaban se movilizaban a pié sin necesidad de gastar en colectivo. Las changas, la venta ambulante, el paso solapado de mercaderías por el río desde la vecina Encarnación, los servicios personales, el pedido de limosna eran interrumpidos a mediodía para volver al barrio y encontrarse con la familia y con las últimas novedades; quizás un dato sobre otra changa o la noticia de algún empleo. La tarde era remontada después de la obligada siesta siempre a la espera de que a la vuelta, el anochecer, trajese las noticias que a lo mejor el mediodía no había traído.

Este barrio que de día era un hervidero de gente que iba y venía, de noche decían, se transformaba en "poco seguro". La ausencia de alumbrado público y de control policial lo convirtió en el lugar predilecto de contrabandistas, rateros y delincuentes comunes quienes depositaban mercancías, cerraban negocios o simplemente "desaparecían" por un tiempo si las circunstancias así lo requerían. Quienes no se hallaban directamente involucrados en estas actividades, las incluían dentro de la realidad de la noche, reconociéndolas como problemáticas pero sin prestarles más atención de lo que merecían a sus ojos.

 Cualquiera extraño al barrio que circulase por él llamaba la atención. El anonimato al que la ciudad nos acostumbra era desconocido en este lugar. "Todos nos conocíamos" en esa época, la presencia de cualquiera que no fuese de allí era motivo de comentarios, sobre quienes no había qué comentar se inventaba. Más valía una buena historia inventada que la falta de historia! Así ocurrió con quienes llegaron desde fuera a comunicar la construcción de una represa que provocaría el crecimiento del Paraná y la desaparición bajo sus aguas del barrio. Los vecinos serían relocalizados. Los rumores acerca de la verdadera identidad de los extraños, así como los motivos ocultos de sus visitas se multiplicaron y complicaron aún más una situación, en la que la información poco precisa causó confusión e incertidumbre generalizada. A casi cinco años de aquella primera visita, los "afectados", "beneficiarios", "propietarios", "intrusos", "inquilinos", "ocupantes" fueron "relocalizados" al nuevo asentamiento: el barrio A1. Es un asentamiento construido a 4,5 km del casco céntrico de la ciudad de Posadas, a partir de los lineamientos del código de planificación urbana vigentes en ese momento. Se trata de 4 chacras divididas en manzanas rectangulares, cada una de ellas con igual cantidad de casas; las manzanas están separadas entre sí por calles rectas, empedradas y con veredas; las casas son de material pretensado, con techos de teja, pisos de cerámicos, aberturas con vidrios y baño interno; al frente una galería y un pequeño jardín, al fondo un terreno de 4 metros de ancho por 5 metros de largo. En el interior de las viviendas el espacio ha sido dividido en una sala que hace de cocina y estar y dos habitaciones, que en los casos de familias muy numerosas las habitaciones son tres.

El cambio sin duda ha sido beneficioso tanto para los ex-vecinos del barrio como para los de los barrios vecinos al Heller, en la medida que la mudanza abrió para ellos una serie de nuevas "posibilidades", tales como tener una vivienda digna y poder acceder al status de propietario y con él, al de ciudadano. Sin embargo, las "posibilidades" acarrearon nuevas obligaciones y necesidades: el pago de servicios -agua y luz- y de impuestos se hace difícil para quienes nunca habían destinado parte del presupuesto familiar a dichos costos. A ello se suman, entre otros, los gastos de transporte público, ya sea para ir al trabajo o asistir al colegio. Se sucedieron las pérdidas de trabajos y las imposibilidades de recuperarlos o de conseguir otros. Las familias "grandes", antes vecinas pero ahora separadas en distintos puntos de relocalización, no pudieron actuar como sostén, como lo hubiesen hecho en otras épocas, debido a la distancia y a las propias necesidades.

 El barrio ha cambiado en los últimos 30 años, las casas fueron modificadas por sus habitantes, a algunas se les han agregado habitaciones en el fondo, a otras comercios en el frente, otras han sido pintadas o han sido modificados sus frentes. El barrio se ha particularizado hacia su interior, sin embargo hacia "afuera" conserva un rasgo homogeneizante que le es atribuido más por "los otros" que por "nosotros": se trata de un barrio de relocalizados.

LA HISTORIA DE QUIEN HA ESCUCHADO ESTAS HISTORIAS

Tal vez uno de los rasgos más marcados de las etnografías, es su capacidad asombrosa para "redituar". Este movimiento consiste en que, según como transcurre el tiempo y avanzan las relaciones interpersonales hacia la consolidación o el fracaso, cambia la perspectiva respecto del hilo conductor que guía la búsqueda. Esto sucede porque las etnografías se establecen como ámbitos en los que no hay otra posibilidad que enfrentarse cara a cara con problemas que tienen que ver con el conocimiento pero que al mismo tiempo lo superan, muchas veces sin contenerlo, por otra vía, una que no siempre se toma en consideración.

 Cuando alguien piensa en relocalizar no necesariamente considera las consecuencias desde otro punto de vista que no sean las ventajas comparativas en orden al progreso general que conllevan los grandes proyectos de desarrollo, y el aspecto central, pasa a ser por ejemplo la construcción de una represa. Su impacto en un grupo que puede no ser relevante en número y calidad de la sociedad, es marginal. El movimiento que se produce desde dentro de la etnografía va en el sentido contrario. En parte por su carácter artesanal, su especial atención en el detalle de lo que acontece en su universo acotado de referencia, pero y fundamentalmente, porque la construcción del dato etnográfico comienza y se configura como conocimiento sensible. Se accede a él a través de un entrenamiento especial de los sentidos, y por los aspectos que se ponen en juego a través de la experiencia personal del investigador devenida en conciencia; una conciencia especial, que configura la interpretación.

 Las etnografías "reditúan" en un sentido multidimensional, a la información la transforma en problemas en los que se implican la ética y el conocimiento, le dan otra profundidad y otra relevancia, permiten otros nexos entre la gente y el investigador. En este caso "redituar" es además particularmente apropiado porque de lo que tratan estas historias es casi un sinónimo: relocalizar. A mí me gusta pensar que así como la gente es relocalizada compulsivamente, a través de la etnografía yo puedo relocalizarlos, es decir "redituarlos" en el lugar en que ellos son importantes, y creo que ese lugar transcurre en el trayecto entre sus historias y las mías propias.

 A fuerza de analizar las historias de los vecinos del barrio A1, fui incorporándome poco a poco a ellas, mezclando la narración de mi propia historia -a veces reconocida como tal al tiempo de escuchar los relatos con la memoria de aquellos a quienes escuchaba. La vida consiste en gran parte en recontar lo vivido a partir de lo cual adquiere sentido para quien lo narra. Lo que recontamos son historias acerca de experiencias, las ajenas y las propias. Aquello que no constituye una experiencia, ni la memoria es capaz de recuperarlo y menos es posible de ser convertido en relato.

 En los inicios de mi propia historia y debido a la ocupación de mis padres, se han sucedido mudanzas, una tras otra, no de un barrio a otro sino de un país a otro. Gente distinta, idioma distinto, costumbres, comida, casas y olores distintos. Casi nunca amigos porque el tiempo de permanencia solía ser demasiado corto y las diferencias demasiado grandes como para consolidar amistades, aunque fuesen entre niños. La llegada a la Argentina con mi hermana y mi madre después de su separación, fue quizás el cambio más grande, pero asimismo el más permanente. Aquí las tres pusimos en práctica todas nuestras estrategias de adaptación para convertir este lugar en "nuestro" y hacernos parte de él. No siempre esta tarea resultó sencilla, hablar otro idioma, pensar distinto, responder a códigos localmente no compartidos, haber olido otros olores y comido otras comidas muchas veces agrandaban las distancias y dificultaba el ser parte. Sin embargo, poco a poco, la ilusión de pertenecer se volvía más real.

 En 1979 yo tenía nueve años. Fue durante ese año que por primera vez escuché hablar de lo que hoy es mi área de investigación: un "Gran Proyecto de Desarrollo". Se había comenzado en la capital porteña con la construcción de un complejo de autopistas que atravesarían la ciudad de Buenos Aires. Para poder ser concretada esta obra de gran envergadura, debían expropiarse y derrumbarse una gran cantidad de viviendas particulares; los propietarios serían indemnizados o "relocalizados". La impresión que esta mudanza compulsiva e involuntaria causó sobre mí es difícil de explicar, lo resumiría la nota que, sobre mi mejor papel carta y cuidando excesivamente la ortografía, escribí al entonces presidente de la Nación, expresándole mi horror ante su decisión e invitándolo a una reflexión y posterior aplazamiento del proyecto. Ni la carta llegó a manos del presidente ni la obra se detuvo. Sin embargo fue esta movilización compulsiva la que quedó fijada en mi memoria y que resurgió como sentimiento más que como hecho al momento de tomar contacto con "los relocalizados" por la represa de Yacyretá y con sus historias hace ya más de tres años.

 Es importante enfatizar que la concepción de la que he partido para escribir estas historias es la de considerar que la realidad existe a través de la experiencia y la toma de conciencia acerca de esta experiencia. La experiencia -que suele ser autoreferenciada- puede ser compartida a través de expresiones o representaciones de tipo verbal, de imágenes o de impresiones. Sobre estas expresiones, quienes las reciben y consumen, pueden tener sus propias experiencias a partir de su conciencia. Las expresiones son lo más parecido que conocemos a experiencias cristalizadas y es la vía que los cientistas sociales tenemos para acceder a las experiencias de otro. Es a partir de la interpretación de las expresiones sobre la base de nuestra propia experiencia que vamos a entender las experiencias de los otros, que no son otra cosa que la forma en la que la realidad ha sido captada por su conciencia.

 En la escucha de historias y en la escritura de una etnografía buscamos comprender determinados fenómenos sociales desde la perspectiva de quienes los protagonizaron, lo hacemos elaborando una conclusión de tipo interpretativa a partir del registro de un evento narrado y la reorganización de la experiencia articulando la elaboración teórica del investigador, su contacto con la gente y su propia experiencia.

 A pesar de los a casi 20 años transcurridos desde la primer relocalización los habitantes del barrio A1 continúan experimentando los sentimientos de frustración y desconcierto que fueron generados a lo largo de ese proceso. Estos sentimientos deben ser de alguna manera "curados". Mecanismos "remediales" tales como la reconstrucción de las historias, otorgan a los hechos significados inteligibles para quienes los relatan, así como para quienes los escuchamos y poco a poco, nos vamos haciendo parte de ellas.

Notas

1. A la fecha se estima que el número de afectados supera los 50.000 sobre ambas márgenes (Danklmaier 2002).

2. Lo aquí expuesto surge de comunicaciones personales tenidas durante el trabajo de campo para mi tesis de maestría llevado a cabo durante los años 2001 y 2002 en la ciudad de Posadas, Misiones.

3. Acopiador y vendedor ambulante de pescados.

REFERENCIAS CITADAS

Danklmaier, C. 2002 Los Relocalizados de Yacyretá. Impactos del reasentamiento forzoso y estrategias adaptativas de la población ribereña desplazada por el proyecto Yacyretá en 1983. Tesis de Maestría inédita Programa de Postgrado en Antropología Social, Universidad Nacional de Misiones.        [ Links ]

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