SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
 número7El urbanismo Inka y su vinculación con mesoclimas en el sitio "El Shincal de Quimivil" (Provincia de Catamarca, Argentina)Zooarqueología de una unidad doméstica Formativa: El caso de Loma Alta (Catamarca, Argentina) índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Indicadores

  • No hay articulos citadosCitado por SciELO

Links relacionados

  • No hay articulos similaresSimilares en SciELO

Compartir


Intersecciones en antropología

versión On-line ISSN 1850-373X

Intersecciones antropol.  n.7 Olavarría ene./dic. 2006

 

La pura opinión de Vladimiro Weisser y la población indígena de Antofalla en la Colonia temprana

Alejandro F. Haber y Carolina Lema

Alejandro F. Haber. UNCa, CONICET. Laboratorio 2, Escuela de Arqueología. Maximio Victoria S/N. CP 4700. San Fernando del Valle de Catamarca, Argentina. E-mail: afhaber@arnet.com.ar
Carolina Lema. UNCa, ANPCyT. Laboratorio 2, Escuela de Arqueología. Maximio Victoria S/N. CP 4700. San Fernando del Valle de Catamarca, Argentina. E-mail: caisma@yahoo.com

Recibido 30 de Junio 2005. Aceptado 29 de Marzo 2006

RESUMEN

El objetivo de este texto es mostrar las evidencias de ocupación indígena del área del Salar de Antofalla durante los siglos XVI y XVII. Se delinea el contexto histórico colonial en el que dichas ocupaciones se habrían desenvuelto, y se exploran algunas posibles formas de inserción de las poblaciones locales en ese contexto. Se contrapone este panorama con el reiterado mutismo de la arqueología y la historiografía documental para con las poblaciones indígenas del área durante la colonia temprana. También se sugieren algunas contextualizaciones intelectuales para comprender esos silencios.

Palabras clave: Puna de Atacama; Tebenquiche Chico; Arqueología colonial.

ABSTRACT

Vladimir Weisser's pure opinion and the Antofalla indigenous population in early colonial times. The aim of this paper is to present evidence of the indigenous occupation of the Antofalla Salt Lake area during the sixteenth and seventieth centuries. The historical context of the occupation is outlined, and ways in which the local population may have operated within that context are explored. The panorama of the indigenous occupation of the area during the early colonial times thus obtained is brought to bear on the repeated silence of archaeology and documentary history on the same issue. Ways of understanding the intellectual context for that silence are suggested.

Keywords: Atacama Plateau; Tebenquiche Chico; Colonial archaeology.

EL HALLAZGO

Tal vez inadvertidamente se guarda una olvidada anotación en un sencillo armario de una de las oficinas de la planta alta del Museo de La Plata. En el diario de campo de la segunda expedición financiada por Benjamín Muniz Barreto al noroeste argentino, al final de la entrada correspondiente al 22 de marzo de 1923, en el último párrafo que describe la corta estancia en Tebenquiche Chico, una frase fue escrita entre paréntesis y luego tachada. Allí, trastabillaría dos veces el puntilloso ingeniero que describió cada detalle de las tumbas, enumeró todos y cada uno de los hallazgos que llevaría a su patrón y dibujó con destreza los croquis de los sitios arqueológicos (Figura 1). Luego de escribir "comparando dos (sic) trojas que abrí, creo que puedo reconocer dos épocas de sepulcros en el bajo parecían que pertenecían (ilegible) antes de los Españoles, y la del alto, ya después de entrada de los Españoles", añadió, entre paréntesis y con vergüenza: "pura opinión" (Weisser 1923). Esa aclaración fue luego tachada, presuntamente por el autor, junto con el entero y puro comentario.


Figura 1. Dibujo de la cámara funeraria TC39W2, excavada por Weisser en 1923. De la libreta de campo, colección del Museo de La Plata. Pueden observarse la disposición de los cuerpos y los objetos que los acompañan: puco, vasijas, puntas de hueso, guaicos (cuentas de malaquita), palo (poste de cardón), fusques (tortero), entre otras cosas.

La interpretación era autocensurada por una escritura que se comprendía en el plano supuestamente objetivo de la descripción. No es que fuera censurable hallar elementos que indicaran una época posterior a la invasión colonial, sino que los hallazgos fueran en definitiva interpretados, extraídos de su 'pura materialidad' para internarse en la 'pura opinión'. Esto lo sugiere la frase anterior a la transcripta, que no fue tachada como aquella: "Parece que este sepulcro ya casi en la época española por la pobreza de los hallazgos". Esta frase muestra también de qué manera los objetos en los cuales la objetividad se afirmaba estaban ya interpretados. La anotación de Vladimir Weisser (1923), degradada por él mismo a pura opinión y luego tachada, fue posteriormente ignorada por la arqueología.

Pedro Krapovickas viajó en 1952 al Salar de Antofalla, recalando en Tebenquiche Chico (Figuras 2 y 3). A partir del trabajo de campo realizado en esos breves días Krapovickas (1959) escribió su tesis 'El yacimiento Arqueológico de Tebenquiche Chico'. Allí no hay mención alguna a ocupaciones posteriores al primer milenio dC y, si bien las tumbas por él excavadas no presentaron materiales que indicasen lo contrario, la presencia en superficie de materiales posteriores era difícil de ignorar. De cualquier forma, la tesis de Pedro Krapovickas (1959) es el escrito del cual derivó la ubicación temporal de Tebenquiche Chico. De ahí en adelante el sitio sería sinónimo de una ocupación temprana, si bien algo conflictiva dentro de la secuencia del noroeste argentino por la presencia de las extensas redes de riego, pero aceptada como temprana al fin. Así, en trabajos posteriores y fundándose principalmente en las asociaciones regionales de los conjuntos cerámicos descriptos, Tebenquiche Chico se ubicaría como el sitio ejemplificador de las culturas del I milenio en la Puna Meridional (Kra- povickas 1959); incluso una cultura sería designada con el nombre de Tebenquiche (González y Pérez 1972; Tarragó 1984).


Figura 2. Ubicación del salar de Antofalla y los poblados del área; Tebenquiche Chico, Antofalla, Antofallita e Incahuasi.


Figura 3. Detalle del área norte del salar de Antofalla, con la ubicación de las quebradas que desembocan en él.

Pero no sólo la arqueología parece haberse olvidado de lo que Weisser (1923) había tachado. El área es un blanco para la historiografía documental en lo que al colonial temprano se refiere. Las primeras menciones escritas de la región figuran en los mapas. En la cartografía de Diego de Torres del año 1609 aparecen superpuestos a la geografía los nombres de los 'señoríos' y 'parcialidades' que se les asociaban (Raffino 1983). Se puede allí ver que al oeste del Valle Calchaquí figuraeltérmino Anholac. Esta inscripción presenta las mismas características que las otras que serán luego interpretadas como nombres de 'señoríos', y no presenta 'parcialidades' asociadas. Además, en la cartografía no se observa relación alguna entre Anholac y Atalama (Figura 4). En un mapa muy similar de 1632 confeccionado por Luis Enot la designación Anholac ha sido transformada en Antiofac (Figura 5) y en otro mapa confeccionado por Cano y Olmedilla en 1775 se encuentra con el topónimo Antiosa denominando un valle del área en cuestión (Figura 6). Más allá de estos mapas, el silencio respecto de esta región es casi completo en los documentos de la época. La región no termina de corresponder ni a la jurisdicción de la Gobernación de Tucumán ni a la del Corregimiento de Atacama. Así, en 1689, se le otorgaron en merced las tierras del Valle de Cotahau a Bartolomé de Castro por su participación en las guerras calchaquíes y por sus servicios a la corona (Quiroga 1999)1. Según la legalidad vigente de la época los territorios estaban expuestos a otorgarse en merced como resultado del 'despoblamiento' en que se encontraban. Pero si se remite al 'Libro de Varias ojas' (1611-1698), en el que se registró la información de Atacama la Alta y de sus pobladores, se anota a Loreto de Ingahuasi, ya en fechas tan tempranas, como un anexo del curato de Atacama, al cual el cura hacía esporádicas visitas. Asimismo, se registra a varios miembros de los ayllus atacameños dispersos en distintos puntos de la puna, pero tributando en Atacama la Alta (Cassasas Cantó 1974). Aún con esos antecedentes, desde la Gobernación de Tucumán se otorga en merced en 1766 el territorio de Antofagasta a Don Luis José Díaz, quien asumió el compromiso explícito de realizar las mejoras necesarias para la explotación del mineral de Ingahuasi (García et al. 2000). En el acta de toma de posesión de la merced, llevada a cabo el 18 de Agosto de 1767, se anota la palabra de Juan de Escasena; " yo... residente en este asiento de minas de Nuestra Señora de Loreto, alias Ingahuasi habiendo visto los títulos [de la merced, sostiene que]... dichas tierras que se mencionan están yermas y despobladas de españoles y solo haber en ellas tal cual indios de Atacama que por la comodidad de cazar vicuñas viven fuera de su provincia en los despoblados" (Sánchez Oviedo, citado en García et al. 2000:61). La realidad era otra, menos de una década después de la toma de posesión por Díaz se produjo en Nuestra Señora de Loreto una gran rebelión indígena. Los alzados luchaban por retener el control de la producción del mineral, que pretendían para sí el corregidor de Atacama y sus allegados. En Loreto se asentaban y explotaban el mineral un número considerable de indígenas y españoles (Hidalgo 1982; Hidalgo y Castro 1999)2. Incluso, este territorio fue excluido del censo de 1771 debido a su lejanía y difícil acceso (García et al. 2000) y, probablemente, también por el peligro que en ese tiempo presentaba el adentrarse en una región que no se resignaba a abandonar su carácter de 'tierra rebelada y de indios alzados' (Martínez 1992), es decir, una región cuyos pobladores aún resistían a ser integrados en la dinámica colonial de dominio, despojo y explotación. Los indígenas, en tanto, parecían presentarse altamente móviles ante las presiones españolas, no sólo en relación al espacio, sino también respecto de las relaciones interétnicas y las adscripciones identitarias (Lema 2004).


Figura 4. Detalle de la cartografía de Diego de Torres de 1609 (Raffino 1983), donde se registró el 'topónimo' Anholac.


Figura 5. Detalle de la cartografía de Luis Enot de 1632 (Raffino 1983). La denominación se ha transformado en Antiofac.


Figura 6. Detalle de la cartografía de Cano y Olmedilla de (1775) donde aparece el Valle de Antiosa.

El silencio que parecía haber mantenido la Puna de Atacama durante la colonia temprana fue asimilado a la ausencia de sujetos históricos. Por un lado, en los discursos académicos la cultura material correspondiente a ese período, si bien indica la presencia de habitantes, fue incluida en una narración cuyo guión argumental estaba ya escrito de antemano. Los espacios por fuera del control no-indígena se representaron como espacios vacíos o, a lo sumo, como 'lugares de paso' (Núñez y Dillehay 1995). Por otro lado, en las áreas en las cuales el contacto entre los grupos se presentó en forma de resistencia, se habló de ellos en términos de decadencia, aculturación o desestructuración social (Debenedetti 1917, 1921; Lorandi 1997; Núñez Regueiro y Tarragó 1972; Tarragó 1985; entre otros). El silencio arqueológico acerca del período colonial en Tebenquiche Chico y la Puna de Atacama puede ser un reflejo del silencio documental acerca de la Puna de Atacama para los primeros siglos de la colonia; pero también está constituido por la ruptura metafísica instaurada en la demarcación disciplinar establecida en los orígenes de la práctica arqueológica (Haber 1999a). O, mejor, ambos -silencio y ruptura- se constituyen en la misma práctica colonial y su herencia. En la misma línea se encuadran tanto las posteriores narrativas de los agentes del estado nacional acerca de estas tierras como inhóspitas y deshabitadas para legitimar la apropiación de las mismas (Haber 2000; Pérez 1994) como la arqueología fuertemente orientada a ubicar y centrar sus estudios en áreas ecológicas más 'aptas'. No sorprende entonces que se obtenga la imagen de un espacio vacío, inhóspito y de poca relevancia en la dinámica socioeconómica general. Este es el contexto en el cual se comprende por qué esta amplia región ha permanecido largamente como un espacio silencioso con una historia discontinua.

PURA OPINIÓN

Cuando se llegó a Tebenquiche Chico, el sitio ya había sido interpretado desde la arqueología como un sitio temprano o formativo, pero luego de más de una década de trabajo en el área de la cuenca del Salar Antofalla y sus alrededores, se sabe que los restos coloniales tempranos son muy comunes en distintos sitios. Por ejemplo, lo que se ha dado en llamar cerámica Caspinchango es una presencia casi constante en las recolecciones superficiales. Se la ha recuperado en las quebradas de Antofalla, Tebenquiche Grande, Antofallita y, por supuesto, en Tebenquiche Chico. Todas estas quebradas presentan también ocupaciones previas. La caracterización de las ocupaciones del I milenio dC, particularmente en el caso de Tebenquiche Chico, fue ampliamente trabajada (D'Amore 2002; Gastaldi 2002; Granizo 2001; Haber 1999b; Jofré 2004; Moreno 2005; Quesada 2001). El oasis estaba formado por un conjunto de unidades domésticas asociadas, cada una de ellas, a redes de riego y extensos campos de cultivo, pero con una lógica de construcción y uso de escala familiar -Figura 7- (Quesada 2001).


Figura 7. Cartografía de Tebenquiche Chico mostrando el área de mayor concentración de estructuras (Quesada 2001).

A partir de los trabajos realizados en el compuesto doméstico TC1 se pudo establecer dos períodos de ocupación, reflejados en los fechados y en la cerámica analizada (Granizo 2001; Haber 1999b): el período 1, identificado con el primer milenio dC, y el período 3 (fechado radiocarbónico: 270 ± 50 AP, LP-736; sobre carbón vegetal). Los rangos de edades son 1470- 1680 cal dC (0,87) y 1740-1800 cal dC (0,13) calibrado con 95,4% de confianza mediante el programa OxCal v. 2.18. En base a la secuencia cerámica elaborada mediante la asociación cronológica entre fechados y grupos cerámicos en TC1, en los 12 compuestos domésticos restantes en el poblado se pudo reconocer la presencia de material cerámico asociado cronológicamente al período 3. Lo mismo se estableció para gran parte de las estructuras que conformaban las extensas redes de riego de Tebenquiche Chico. Se corroboró la periodización establecida mediante los materiales del compuesto doméstico TC2 (Lema 2004) y dos fechados AMS (370 ± 40 AP, Beta-192412, maíz, d13 C= -10,8‰, rango calibrado con 95% de confianza de 1440-1.640 dC; y 360 ± 40 AP, Beta-192413, maíz, d13 C= -11,9‰, rango calibrado con 95% de confianza de 1440-1640 dC). Otros conjuntos materiales como metales, cuentas de vidrio y puntas de hueso (Figura 8), que correspondían estratigráfica y cronológicamente al período 3, permitieron circunscribir la ocupación a los siglos XVI y XVII.


Figura 8. Conjuntos de objetos recuperados en TC1 y TC2 de las unidades estratigráficas asociadas al período 3. Arriba cerámica grupo 1, en la segunda fila, a la izquierda, cerámica grupo 9, a la derecha, grupo 13. Tercer renglón, conjunto de cuentas de vidrio. Abajo, puntas de hueso.

En las casas de TC1, TC2 y TC27 se han excavado unidades estratigráficas que correspondían a antiguos derrumbes y posteriores reconstrucciones de la arquitectura doméstica. Las asociaciones con artefactos y fechados y las relaciones estratigráficas indican que esas acciones de reconstrucción corresponden en las tres unidades domésticas al período 3. Sobre las ruinas de los núcleos domésticos preexistentes se limpió y niveló la superficie del suelo y reconstruyó y reforzó los muros para acondicionar las viviendas.

Tanto en TC2 como en TC27 se pudo observar fogones centrales. Los mismos estaban delimitados por una disposición anular de piedras cubiertas de múltiples capas de ceniza compactada rodeando la cubeta central. Las cubetas de los fogones presentaron varios cavados superpuestos que pudieron ser producto de acciones de limpieza para mantener su funcionalidad efectiva. Los anillos de ceniza alrededor del mismo muestran una estratificación resultante de su uso repetido.

En TC2 eran muy abundantes y estaban muy bien conservados los restos de un techo derrumbado. El mismo estaba formado por una serie de capas que en general muestran una estructura básica: (desde el interior al exterior): 1) una capa de haces de paja, entre los cuales entrecruzan, 2) una serie de ramas de 5 a 15 mm de espesor y disponibles entre la flora local seguidas por, 3) una mezcla de sedimento y pajas que constituyen el 'torteado' final y aislante de la estructura. La parte faltante de esta estructura es el armazón de vigas registrado arqueológica y etnográficamente en otros casos del Noroeste (Carrara et al. 1960; Delfino 2001; Ventura y Belardi 2001). Lo interesante de la recuperación de los restos del techo de TC2 es su buena preservación de los materiales orgánicos que lo componían debido a que quedó bajo una capa de piedras y sedimentos provenientes del derrumbe de los muros. Fragmentos cerámicos, restos vegetales, fibras y restos óseos de camélidos (algunos quemados) integraban el techo, algunos como parte de la torta y otros insertos entre las pajas desde dentro de la habitación. El piso, los muros y el techo del hogar fueron preparados y acondicionados para la habitación del recinto y se los fue cargando de objetos y restos de objetos usados cotidianamente en las actividades del grupo a lo largo del tiempo.

La disposición interna de los agujeros de poste y el fogón en TC2A6 (Figura 9) ofrece una ima gen clara de la estructuración del espacio dentro de la arquitectura del recinto. Había allí una doble alineación de agujeros de poste. La hilera este la constituyeron tres agujeros de poste dispuestos con orientación norte-sur, tal vez correspondiendo a la línea de postes que sostenía la viga principal del armazón del techo. Dado que el número de los agujeros de poste se mantuvo bajo, se puede suponer que el cavado de los mismos parece haber sido realizado de una vez, en forma planificada y ordenada, y no parece que fuera una actividad que se repitiera año tras año, o cada cierto tiempo. Pues, inversamente, si cada cierto período de tiempo se hubiera repetido esta tarea, el registro mostraría ya una superposición de estructuras de agujeros de poste, ya una cantidad o distribución más amplia de estos. Además, en los rellenos de los agujeros de poste la presencia de inclusiones de objetos o desechos es casi nula, lo que concordantemente indicaría que los postes habrían ocupado estos espacios mientras la sedimentación y deposición de objetos se producía en sus alrededores. Lo mismo sucede con el fogón: si bien requiere un gran mantenimiento y limpieza, lo que dificulta la observación de acumulaciones estratificadas de sedimento, el mismo parece haber sido ubicado en un lugar central en el que se mantuvo, de manera que las extracciones de los restos de carbones y cenizas socavaron una y otra vez el mismo sector.


Figura 9. Reconstrucción de la planta de TC2A6 mostrando los elementos principales de la arquitectura del recinto.

Es igualmente significativo que, en TC2, la mayoría de los fragmentos de piezas cerámicas reconstituibles se distribuían junto al muro este (Lema 2004). Esto es coincidente con el hallazgo, en TC1, de un conjunto de cuatro vasijas colocadas contra el muro este; las cerámicas estaban aplastadas por el peso del derrumbe, dispuestas boca abajo de forma cuidada previendo la conservación y mantenimiento de las mismas (Haber 1999b). Esta distribución sugiere un abandono planificado de los recintos en previsión del retorno de sus ocupantes.

En síntesis, en las tres unidades domésticas estudiadas, pisos, muros y techos fueron limpiados y acondicionados a gran escala y planificadamente de forma previa a su ocupación, y se realizó una distribución del espacio de uso y circulación; en TC2 y TC27 demarcando claramente el área del fogón y el sector donde se producía la acumulación de desechos; en TC1 anulando el pasillo que conectaba con el recinto A2, siendo allí donde se produjo gran parte de la acumulación de desechos. Esta distribución espacial se mantuvo a lo largo del tiempo de ocupación. Además, en TC1 y TC2 se seleccionó un sector en el cual se dejaba preparado el equipamiento básico del hogar en la ausencia, también planificada, de sus ocupantes.

Entre los grupos cerámicos del interior de los recintos se pudo identificar 4 conjuntos diferentes para el período colonial 1, 9, 13 y 41 (Figura 10), de los cuales dos son asimilables a los comúnmente conocidos como Caspinchango Ordinario -1- (Debenedetti 1921) y Yokavil Policromo -9- (Lorandi 1978). Los dos conjuntos restantes no cuentan con un 'nombre común' si bien uno de ellos -13- parece relacionarse con piezas presentes en el área de Cachi que Tarragó (1985) asocia a cerámicas transcordilleranas. Los conjuntos cerámicos del período 3 están integrados por diferentes piezas utilizadas en distintas prácticas, principalmente la cocción y el servicio de comida. Este equipo básico estaba constituido por piezas de tamaño reducido, que parecen haber cubierto las actividades mínimas de un grupo familiar pequeño (Granizo 2001; Lema 2004).


Figura 10. Reconstrucción de las formas y tamaños de las vasijas de los grupos 1, 9, y 41 recuperadas en TC1 (Granizo 2001). El grupo 13 no pudo ser reconstruido ya que no se recuperaron fragmentos correspondientes a la sección inferior.

Dadas las altas frecuencias de fragmentos de hojas de pala hallados en campos y casas, así como el registro de marlos de maíz en el interior de las viviendas, es probable que haya habido alguna producción agrícola. Bien pudieron ocuparse algunos de los espacios agrícolas delimitados en el primer milenio. Pero la diferencia en las prácticas agrícolas consistió en que, mientras durante el primer milenio dC parece haber sido tanto intensiva como extensiva (permitiendo el almacenamiento, producción para intercambio, u otros fines), en el segundo milenio dC se habrían cultivado algunos sectores restringidos con el fin de obtener recursos para el consumo inmediato. Para ello los campesinos reactivaron algún pequeño sector de las estructuras hidráulicas ya existentes. El hecho de que con un mínimo de esfuerzo pudieran reactivarse extensas y variadas redes de riego puede haber sido un factor muy valorado por quienes eligieron ocupar Tebenquiche Chico en el siglo XVI (Lema 2004). La subsistencia de los grupos que ocuparon los recintos reconstruidos se basaba tanto en una producción agrícola de reducida escala como en el consumo de camélidos, cuyos restos han sido ampliamente registrados en las excavaciones (Haber 2001).

Una notable homogeneidad general de los objetos culturales se advierte al comparar los contextos coloniales puneños de Tebenquiche Chico con los vallistos ubicados más cerca de la frontera. Semejantes cerámicas, objetos de hierro, cuentas de vidrio y puntas de hueso parecen extenderse ampliamente por toda la región de puna y circumpuna, en donde se explotaron similares recursos animales y vegetales3. Un mismo aire de familia se respira en una región antes caracterizada por marcados regionalismos. La cultura material es elocuente acerca de una nueva dinámica de interacción y movilidad entre los grupos indígenas en la frontera. Ello no fue mero reflejo de la invasión, ni de la rápida o paulatina pérdida de su cultura. Las poblaciones indígenas activamente utilizaron de manera tradicional su cultura material, no repitiendo simplemente las formas y diseños, sino creando unos nuevos en la redefinición y consolidación de colectivos sociales. Al mismo tiempo que prevalece el silencio documental, la cultura material puede ser elocuente, si así se quiere ver, acerca de la creatividad indígena en un contexto de resistencia militar pero también cultural.

¿Cómo interpretar la ocupación de Tebenquiche Chico durante los siglos XVI y XVII? El por qué de la ocupación de Tebenquiche Chico y otros poblados puneños aledaños (Antofalla, Antofallita, Tebenquiche Grande) no puede inscribirse ni entenderse fuera de su contexto histórico. Ya Assadourian (1987) indicó que en el Tucumán colonial la imposición del tributo generó la necesidad de obtención de productos que fueran factibles de intercambiar por metálico, materias primas transformables en manufacturas colocables en el mercado u objetos que se aceptaran como 'moneda de la tierra'. La inserción forzosa en la economía mercantil colonial pudo transformar las pautas económicas conocidas. Ciertos objetos tradicionales pudieron ser recategorizados al incorporarse a un régimen de valor mercantilista. Tal vez fuera ese el caso de la lana de vicuña. Si bien tradicionalmente era apreciada la calidad de sus fibras para la confección de textiles, en el contexto colonial la obtención y manejo del recurso vicuña cambiaron de características. La lana de vicuña pudo convertirse en una de las opciones más viables entre las pocas que se les presentaban a las comunidades -e inclusive a los indígenas desvinculados de ellas- para cumplir con los requerimientos tributarios del aparato colonial. Tal vez esto refleje el registro arqueozoológico de la vivienda TC1 en el que es preponderante el taxón vicuña en los estratos ubicados en el período 3 (Haber 1999b). La presencia de puntas de hueso puede ser otra pista que oriente en el rastro de la vicuña y su papel en la economía indígena colonial. Esa tecnología, que siendo nueva parece ocupar el lugar de la anterior tradición de puntas líticas, habría permitido a las personas llegadas desde otras regiones a la zona puneña llevar adelante prácticas de caza sin la necesidad de conocer los lugares de aprovisionamiento de materias primas líticas. Además, no habrían necesitado ni la práctica, ni la tecnología necesarias para trabajarlas. En cierto sentido, el cambio en las tecnologías muestra que existió una ruptura en el 'conocimiento práctico' relacionado a las acciones de caza (Lema 2004). Junto a ello se produjo una transformación en la finalidad de la explotación de los camélidos en el contexto histórico colonial.

La creciente presión tributaria y de servicio personal impulsaba a los indígenas a alejarse de las líneas de frontera hacia las áreas montañosas más alejadas e inhóspitas para los españoles. La ocupación del área de Antofalla pudo ser una de las estrategias en la coyuntura de la frontera colonial. En el contexto de la colonización de Atacama y Tucumán, que eran regiones económicamente marginales en relación a las más ricas áreas mineras del Potosí, los textiles finos de vicuña pudieron significar una mercancía de valor elevado. La mercantilización de la economía americana y la consecuente demanda ampliada que el mercado americano y europeos pudieron significar, llevó a que productos locales y de difícil acceso fuesen incorporados en regímenes de valor enteramente novedosos. Un contexto tal pudo impulsar a algunos grupos a realizar reiterados viajes de cacería a la Puna en busca de lana de vicuña con la que articularse de maneras más ventajosas -o menos desventajosas-. Algunos pudieron optar por abandonar sus tierras en las comunidades de origen y dirigirse en dirección opuesta a los frentes de fricción. Incluso algunos de estos pudieron ser indígenas encomendados, cuya huida hacia las montañas era frecuentemente denunciada tanto desde el Corregimiento de Atacama como desde la Gobernación de Tucumán (Cruz 1997; Martínez et al. 1988, 1991). Es probable que los huidos terminaran asentados en las regiones más alejadas de las fronteras coloniales y más inhóspitas para los agentes coloniales. Huidos y emigrados, junto con antiguos habitantes de la zona, pudieron encontrarse en áreas que, como los oasis del Salar de Antofalla, permanecieron silenciados en la documentación oficial del Estado y la Iglesia, es decir, lograron sortear su control. Todo ello permite comprender por qué se observa en Tebenquiche Chico y en el área de Antofalla un repentino incremento de la ocupación indígena en la temprana colonia.

Tal vez fueran familias que se instalaron en casas en ruinas, las reconstruyeron y las habitaron. Cultivaron los campos arreglando las acequias, cazaron vicuñas, hicieron ollas en su propia manera de hacerlas. Tenían vecinos en las mismas aldeas, parientes en ellas y en pueblos alejados. Cuando muertos permanecían dentro de cámaras funerarias ubicadas en los límites de la aldea. Tal vez las voces de la gente se dejaban escuchar desde lo alto de la ladera con la tranquilidad del ocaso, mientras las humaredas señalaban que algo caliente se serviría en cada casa, lejos de la frontera colonial.

CODA

Este último párrafo habla de un modo sencillo de gente sencilla. Tal vez no exista otro motivo para este texto que el haber escrito ese párrafo. Eso es lo que se muestra en primer plano. Este texto está atravesado, también, por muchos otros planos, que aparecen y se esfuman, se muestran y se olvidan; todos esos diversos planos conforman el plexo de esta narración. La mera existencia de campesinos indígenas en los oasis del Salar de Antofalla durante los siglos XVI y XVII podría ser considerado el hecho que se presenta aquí, aunque se ha preferido que apareciera bajo el subtítulo de una pura opinión, tal vez para significar que todo lo que se dice y escribe, tal como el comentario de Weisser (1923), son opiniones. Esas opiniones, no obstante, no se encuentran flotando en el aire: tienen sus propios contextos de emisión, se refieren a particulares situaciones desde las que sujetos concretos opinan acerca de realidades determinadas. A su vez, los contextos desde los cuales los académicos opinan acerca de la realidad están constituidos por las fuerzas que ordenan nuestros campos disciplinarios. El campo arqueológico, por alguna razón para nada casual, ha preferido constituirse, al menos durante mucho tiempo, en la doble aproximación objetivista al objeto -por la cual objeto y objetivismo fueron parte de la misma decisión interpretativa-. Que Weisser (1923) considerara pura opinión, y así lo anotara en su cuaderno, su comentario acerca de la existencia de dos épocas en los cementerios de Tebenquiche Chico, fue tanto un gesto escritural acerca de la relación con el objeto -su objetivismo- como su ubicación en el incipiente campo disciplinario, en el cual las discusiones acerca de la antigüedad de la cronología de la historia indígena eran ordenadas por y ordenaban las relaciones académicas. Asimismo, la insistente represión que muestra su gesto censor de la tachadura, excluye de su cuaderno incluso lo que él ya había despreciado como pura opinión: la autenticidad de los objetos de la colección estaba dada por la descripción objetiva de sus contextos de hallazgo y, por lo tanto, alejada de toda interpretación que pudiera contaminarla.

Pero tampoco es meramente casual que, tratándose de la existencia de poblaciones indígenas en momentos coloniales, tanto asomaran las dudas como que estas fueran reprimidas. El pertinaz desinterés de la arqueología del noroeste argentino por narrar la historia de los indígenas durante la colonia reprodujo los supuestos en base a los cuales el dominio objetual de la disciplina fue originalmente delimitado (Haber 1999a). La creciente invisibilidad de los indígenas después de la invasión se ha incorporado a los hábitos disciplinarios mediante los cuales los objetos son precomprendidos como tales (Haber 2004b). Que la arqueología posterior a Weisser reprodujera el silencio debe comprenderse en el contexto en el cual un mismo campo disciplinario reproduce un mismo supuesto cultural -la ruptura metafísica-.

Ha interesado mostrar en este trabajo que había familias campesinas viviendo en los oasis del salar de Antofalla durante el largo período, y formando parte, de la resistencia indígena a la colonia. Se han dado en este texto algunas probables formas de comprender a esas familias en su contexto histórico regional: cómo se relacionaban con otras familias en otros oasis y en los valles, cómo lo harían con el incipiente pero demandante 'mercado' y con la siempre creciente presión tributaria, cómo obtendrían su subsistencia cotidiana y su reproducción, por qué se habrían instalado allí. Ésta, como las otras opiniones, también tiene sus contextos de producción. En momentos de reorganización de las comunidades indígenas del área se inclina a mostrar a las familias campesinas como sujetos activos, habitantes de la historia y la geografía puneñas. Se presentó en este trabajo un conjunto de datos obtenidos en Tebenquiche Chico; también se presentó la sugerencia de que, de acuerdo a las observaciones llevadas a cabo, realidades semejantes podrían hallarse en otros oasis del Salar de Antofalla. Ese respaldo fáctico, después de todo, no es de un orden muy distinto del que observó Weisser (1923) -Pura opinión- (Figura 11).


Figura 11. Conjunto de objetos recuperados por Weisser de la tumba TC39W2 que interpretó cómo cronológicamente posterior a la conquista. Arriba izquierda: puco -cerámica 41-, abajo izquierda: vasija -cerámica 1-, arriba derecha: fragmentos de arco, derecha centro: muyuna de piedra, derecha abajo: cuentas de malaquita.

NOTAS

1 Cuáles eran los límites exactos de esta merced aún no queda del todo claro, pero lo que interesa en este momento es la imagen que se inscribe del mismo (ver sobre este tema Brizuela del Moral 1997; García et al. 2000; Guzmán 1985; Quiroga 1999).

2 Información sustentada por los trabajos de campo realizados en la zona en los últimos años. Ver Haber 2003 y 2004a. Las interpretaciones acerca de Loreto de Ingaguassi realizadas en estos informes difieren de las manifestadas por Hidalgo.

3 En las excavaciones fueron recuperados también distintos elementos confeccionados a partir de materias primas vegetales inexistentes en el área; algarrobo -Prosopis sp. (Jofré 2004)-, mate -Lagenaria siceraria-, cardón -Cactaceae tr. Cereeae (gen. et spec. indet.), nueces -Junglans regia-, que informan de posibles espacios de interacción hacia las áreas de bordes de puna.

Agradecimientos

Los trabajos de campo de 1993, 1995, 1999, 2000 y 2001 en Tebenquiche Chico y otros oasis del salar de Antofalla fueron financiados por la Secretaría de Ciencia y Tecnología de la Universidad Nacional de Catamarca. Participaron en ellos numerosos estudiantes de las Universidades Nacionales de Catamarca, Buenos Aires, La Plata y Rosario. Los materiales de la colección Muniz Barreto de Tebenquiche Chico, incluyendo el cuaderno del que en este texto se hace mención, fueron consultados en agosto de 1995 por el primer autor en el Museo de La Plata, contando en la oportunidad con la colaboración de las autoridades y personal del museo.

REFERENCIAS CITADAS

1. Assadourian, C. S. 1987 La producción de la mercancía dinero en la formación del mercado interno colonial. En Ensayos sobre el desarrollo económico de México y América Latina (1500-1975), editado por E. Florescano, pp. 223-292. Fondo de Cultura Económica, México.        [ Links ]

2. Brizuela del Moral, F. A. 1997 El problema limítrofe con Salta. Contribución histórica para su solución. Boletín de la Junta de Estudios Históricos de Catamarca 1995-1996 12: 75- 96.         [ Links ]

3. Carrara, M. T., A. M. Lorandi, S. Renard y M. Tarragó 1960 Punta de Balasto. En Investigaciones arqueológicas en el valle de Santa María, editado por E. M. Cigliano, pp. 13-41. Publicación N° 4, Instituto de Antropología, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional del Litoral, Rosario.        [ Links ]

4. Cassasas Cantó, J. M. 1974 La región atacameña en el siglo XVII. Datos históricos socioeconómicos sobre una comarca de América Meridional. Universidad del Norte, Antofagasta.        [ Links ]

5. Cruz, R. 1997 El fin de la 'ociosa libertad'. Calchaquíes desnaturalizados a la jurisdicción de San Miguel de Tucumán en la segunda mitad del siglo XVII. En El Tucumán colonial y Charcas, Tomo II, editado por A. M. Lorandi, pp. 215-264. Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires.         [ Links ]

6. D'Amore, L. 2002 Secuencia de estratigrafía arqueológica y prácticas sociales. Historia de una unidad doméstica del oasis de Tebenquiche Chico. Tesis de Licenciatura inédita. Escuela de Arqueología, Universidad Nacional de Catamarca, Catamarca.        [ Links ]

7. Debenedetti, S. 1917 Investigaciones arqueológicas en los valles preandinos de la provincia de San Juan. Publicaciones de la Sección Antropológica N° 15. Facultad de Filosofía y Letras, Buenos Aires.        [ Links ]

8. Debenedetti, S. 1921 La influencia hispánica en los yacimientos arqueológicos de Caspinchango. Publicaciones de la Sección Antropológica N° 20. Facultad de Filosofía y Letras, Buenos Aires.        [ Links ]

9. Delfino, D. 2001 Of pircas and the limits of Society: Ethnoarchaeology in the puna, Laguna Blanca, Catamarca, Argentina. En Ethnoarchaeology of Andean South America. Contributions to archaeological Method and Theory, editado por L. A. Kuznar, pp. 116-137. International Monographs in Prehistory, Ethnoarchaeological Series 4, Ann Arbor.        [ Links ]

10. García, S., D. Rolandi y D. Olivera 2000 Puna e historia. Antofagasta de la Sierra, Catamarca. Asociación Amigos del Instituto Nacional de Antropología. Editorial Tridente, Buenos Aires.         [ Links ]

11. Gastaldi, M. 2001 Tecnología y sociedad: Biografía e historia social de las palas del oasis de Tebenquiche Chico. Tesis de Licenciatura inédita. Escuela de Arqueología, Universidad Nacional de Catamarca, Catamarca.        [ Links ]

12. González, A. R. y J. A. Pérez 1972 Historia argentina I. Argentina indígena, vísperas de la conquista. Editorial Paidós, Buenos Aires.        [ Links ]

13. Granizo, M. G. 2001 La cerámica en Tebenquiche Chico. Una propuesta de interpretación categorial. Tesis de Licenciatura inédita. Escuela de Arqueología, Universidad Nacional de Catamarca, Catamarca.        [ Links ]

14. Haber, A. 1999a Caspinchango, la ruptura metafísica y la cuestión colonial en la arqueología sudamericana: el caso del noroeste argentino. En Revista do Museu de Arqueologia y Etnologia. Anais da I Reuniao Internacional de Teoria Arqueológica na América do Sul 3: 129-141. Universidade de Sao Paulo, San Pablo.        [ Links ]

15. Haber, A. 1999b Una Arqueología de los oasis puneños. Domesticidad, interacción e identidad en Antofalla, primer y segundo milenios d. C. Tesis Doctoral Inédita Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires.        [ Links ]

16. Haber, A. 2000 La mula y la imaginación en la arqueología de la Puna de Atacama: una mirada indiscreta al paisaje. TAPA 19: 7-33.        [ Links ]

17. Haber, A. 2001 El oasis en la articulación del espacio circumpuneño. Actas del XIII Congreso Nacional de Arqueología Argentina, Tomo I, pp. 451-466. Córdoba.        [ Links ]

18. Haber, A. 2003 Informe de Proyecto 14022-58, Paisajes de Enclave en el Área de Antofalla, Puna de Atacama, segunda mitad del segundo milenio d.C. Fundación Antorchas. MS.        [ Links ]

19. Haber, A. 2004a Informe de Proyecto 14116/167, Paisajes de Enclave en el Área de Antofalla, Puna de Atacama, segunda mitad del segundo milenio d.C. Fundación Antorchas. MS.        [ Links ]

20. Haber, A. 2004b Arqueología de la naturaleza/naturaleza de la arqueología. En Hacia una arqueología de las arqueologías sudamericanas, editado por A. Haber, pp. 15-35. UniAndes, Bogotá.        [ Links ]

21. Hidalgo, J. 1982 Fases de la rebelión indígena de 1781 en el corregimiento de Atacama y esquema de la inestabilidad política que la precede, 1749-1781. Chungará 9: 192-246.        [ Links ]

22. Hidalgo J. y N. Castro 1999 Rebelión y Carnaval en Ingaguasi (San Pedro de Atacama) 1775-1777. Estudios Atacameños 17: 61-90.        [ Links ]

23. Jofré, C. 2004 Arqueología del fuego. Un estudio sobre las prácticas domésticas relacionadas al fuego en Tebenquiche Chico. Tesis de Licenciatura inédita. Escuela de Arqueología, Universidad Nacional de Catamarca, Catamarca.        [ Links ]

24. Krapovickas, P. 1959 Arqueología de la puna argentina. Anales de Arqueología y Etnología XIV-XV: 53-113.        [ Links ]

25. Lema, C. 2004 Tebenquiche Chico en los siglos XVI y XVII. Tesis de Licenciatura inédita. Facultad de Humanidades y Artes, Universidad Nacional de Rosario, Rosario.        [ Links ]

26. Lorandi, A. M. 1978 El desarrollo cultural prehispánico en Santiago del Estero, Argentina. Journal de la Societé des américanistes LXV: 63-85.        [ Links ]

27. Lorandi, A. M. 1997 El Tucumán colonial y Charcas, TOMOS I y II. Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires.        [ Links ]

28. Martínez, J. L. 1992 Textos y palabras. Cuatro documentos del siglo XVI. Estudios Atacameños 10: 133-147.        [ Links ]

29. Martínez, J. L., A. M. Farías, V. Manríquez y C. Sanhuesa 1991 Interetnicidad y complementariedad: dinámicas de las estrategias de supervivencia de los atacameños en el siglo XVII. Histórica XV(1): 27-39.        [ Links ]

30. Martínez, J. L., A. M. Farías, C. Odone y P. Blazquez 1988 Dispersión y movilidad en Atacama colonial. En Encuentro de Etnohistoriadores, editado por O. Silva, E. Medina y E. Téllez, pp. 53-69. Serie Nuevo Mundo: cinco siglos N° 1, Departamento de Ciencias Históricas, Facultad de Filosofía, Humanidades y Educación, Universidad de Chile, Chile.        [ Links ]

31. Moreno, E. 2005 Artefactos y prácticas: Análisis tecno-funcional de los artefactos líticos de Tebenquiche Chico I. Tesis de Licenciatura inédita. Escuela de Arqueología, Universidad Nacional de Catamarca, Catamarca.        [ Links ]

32. Núñez, L. y T. Dillehay 1995 Movilidad giratoria, armonía social y desarrollo en los Andes Meridionales: patrones de tráfico e interacción económica (ensayo). 2da edición. Universidad Católica del Norte, Antofagasta.        [ Links ]

33. Núñez Regueiro, V. y M. Tarragó 1972 Evaluación de datos arqueológicos: ejemplos de aculturación. Estudios de Arqueología 1: 36-48.        [ Links ]

34. Pérez, J. A. 1994 El proceso de integración en el valle de Ambato: complejidad social y sistemas simbólicos. Rumitacana 1(1): 33-41.        [ Links ]

35. Quesada, M. 2001 Tecnología agrícola y producción campesina en la Puna de Atacama, I milenio d.C.. Tesis de Licenciatura inédita. Escuela de Arqueología, Universidad Nacional de Catamarca, Catamarca.        [ Links ]

36. Quiroga, L. 1999 La construcción de un espacio colonial: paisaje y relaciones sociales en el antiguo Valle de Cotahau (Provincia de Catamarca, Argentina). En Sed Non Satiata. Teoría social en la arqueología latinoamericana contemporánea, editado por A. Zarankin y F. Acuto, pp. 273-287. Edicitorial Tridente, Buenos Aires.        [ Links ]

37. Raffino, R. 1983 Arqueología y etnohistoria de la región Calchaquí. En Presencia hispánica en la arqueología argentina, Vol. 2, editado por E. Morresi y R. Gutiérrez pp. 817-861. Museo Regional de Antropología 'Juan A. Martinet', Instituto de Historia, Facultad de Humanidades, Universidad Nacional del Nordeste, Resistencia.        [ Links ]

38. Tarragó, M. 1984 La historia de los pueblos circum-puneños en relación con el altiplano y los Andes Meridionales. Estudios Atacameños 7: 116-132.         [ Links ]

39. Tarragó, M.1985 El contacto hispano-indígena: la provincia de Chicoana. Runa XIV: 143-185.        [ Links ]

40. Ventura, B. y J. B. Belardi 2001 When clouds cover the woods: ethnoarchaeology in the yungas of Salta, Argentina. En Ethnoarchaeology of Andean South America. Contributions to archaeological Method and Theory, editado por L. A. Kuznar, pp. 67-83. International Monographs in Prehistory, Ethnoarchaeological Series 4, Ann Arbor.        [ Links ]

41. Weisser, V. 1923 Libreta de campo de la segunda expedición patrocinada por Muniz Barreto. Museo de Ciencias Naturales, La Plata. MS.        [ Links ]

Creative Commons License Todo el contenido de esta revista, excepto dónde está identificado, está bajo una Licencia Creative Commons