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Intersecciones en antropología

versión On-line ISSN 1850-373X

Intersecciones antropol.  n.7 Olavarría ene./dic. 2006

 

El Qhapaqñan entre Atacama y Lípez

Axel E. Nielsen, José Berenguer y Cecilia Sanhueza

Axel E. Nielsen. CONICET. Casilla de Correo 14. (4624) Tilcara, Jujuy, Argentina. E-mail: anielsen@arnet.com.ar
José Berenguer. Museo Chileno de Arte Precolombino. Casilla de Correo 3687 Santiago, Chile. E-mail: jberenguer@museoprecolombino.cl
Cecilia Sanhueza. Museo Chileno de Arte Precolombino. Casilla de Correo 3687 Santiago, Chile. E-mail: csanhueza@museoprecolombino.cl

Recibido 29 de Junio 2005. Aceptado 29 de Marzo 2006

RESUMEN

Este trabajo describe tramos de dos ramales del Qhapaqñan que comunican el desierto de Atacama (Región de Antofagasta, Chile) con el Altiplano de Lípez (Departamento Potosí, Bolivia). El primero de ellos, que se extiende entre Licancabur y Laguna Chojllas, formaba parte de una vía que vinculaba el nodo inkaico de San Pedro de Atacama con los valles chichas y la Puna argentina. El segundo ingresa a Bolivia por el Portezuelo del Inca procedente de la cuenca del río Salado y se dirige directamente hacia la zona de Chiguana-Colcha K, que parece haber operado como eje del dominio Inka sobre el Altiplano de Lípez. Partiendo de estos datos, se discuten aspectos relacionados con la circulación de bienes, el aprovisionamiento de los contingentes en tránsito y las prácticas rituales asociadas a los pasos montañosos que atraviesa el camino.

Palabras clave: Camino del Inka; Lípez; Atacama.

ABSTRACT

The Qhapaqñan between Atacama and Lípez. This paper describes segments of two branches of the Inka road that communicate the Atacama Desert (Antofagasta Region, Chile) and the Lípez Altiplano (Department of Potosi, Bolivia). The first, which extends between Licancabur and Laguna Chojllas, was part of a road that connected the Inka node of San Pedro de Atacama with the Chicha Valleys and the Argentine Puna. The second enters Bolivia through Portezuelo del Inca, coming from the Salado River basin, and heads directly toward Chiguana-Colcha K, an area that apparently served as the axis of Inka rule in the Lipez Altiplano. On the basis of these data, we discuss issues related to the circulation of goods, the supply of groups using the tampu system, and the ritual practices associated with the mountain passes along the road.

Keywords: Inka road; Lípez; Atacama.

"Y como llegasen a Atacama [Topa Inca Yupanqui] procuró saber lo que por toda aquella tierra había y por los caminos que de allí salían al Collao… y como tuviese razón de todo ello dividió su gente en cuatro partes como ansi fuese hecho mando que los tres escuadrones destos se partiesen luego de allí y que el uno fuese por el camino de los llanos y por costa a costa de la mar hasta que llegase a la provincia de Arequipa y el otro que fuese por los carangas e aullagas y que el otro tomase por aquella mano derecha y fuese a salir a Caxa Vindo y de allí se viniesen por las provincias de los chjchas [sic]... y ansí se partió él luego juntamente con ellos y tomó el derecho que a él le paresció y ansí caminó por sus jornadas y vino a dar a una provincia que llaman Llipi" (Betanzos 1987:164 [1551]).

INTRODUCCIÓN

Hasta hace poco tiempo se carecía de toda información arqueológica sobre la presencia Inka en el extremo meridional del altiplano boliviano. La cartografía del Qhapaqñan no mostraba en esta parte del altiplano caminos transversales que vincularan los ejes principales del Kollasuyu que corrían con rumbo norte- sur a ambos lados de los Andes (i.e., Hyslop 1984), o si proponía la existencia de tales vías, lo hacía sólo a título hipotético (Raffino 1999:99).

Las investigaciones realizadas durante la última década han comenzado a revertir esta situación (Arellano 2000; Nielsen 1999). Aunque todavía se esté lejos de entender la organización del gobierno Inka en Lípez o los intereses desarrollados por el Tawantinsuyu respecto a estos territorios y poblaciones, los trabajos realizados demuestran que el dominio cuzqueño fue diferente en distintos sectores de este extenso espacio y que, por lo menos en algunos de ellos (i.e., en la margen meridional del Salar de Uyuni), provocó una transformación significativa del orden social y económico existente. Estos resultados llevan también a esperar que, como sucedió en el resto del Tawantinsuyu, la expansión del estado haya estado acompañada por la construcción de una infraestructura vial formalizada. El objetivo de este artículo es presentar los primeros ejemplos arqueológicamente documentados de esta infraestructura. Se trata de dos tramos del Qhapaqñan situados en la Región Lacustre Altoandina (Provincias Sur y Nor Lípez, Potosí, Bolivia), que forman parte de las vías que comunicaban el desierto de Atacama con el altiplano meridional.

El primero abarca aproximadamente cinco jornadas de marcha y se extiende entre el Tambo Licancabur y Laguna Chojllas, cerca del confín oriental de la Reserva Nacional de Fauna Andina "Eduardo Avaroa" (REA). Las instalaciones que jalonan este camino fueron localizadas a partir de prospecciones dirigidas realizadas con ayuda de informantes para evaluar el potencial arqueológico de la zona con vistas a la elaboración del plan de manejo de la REA (Nielsen et al. 2000). Dados los objetivos de esta exploración, que no incluían la reconstrucción del Qhapaqñan, la investigación se focalizó en los sitios de descanso sin realizar un seguimiento del camino mismo entre instalaciones.

El segundo tramo localizado se extiende por un intervalo aproximado de cuatro jornadas, desde el Portezuelo del Inca (Hito LXXI de la frontera entre Bolivia y Chile) y los alrededores del Cerro Chiguana (Nor Lípez). A diferencia del caso anterior, el descubrimiento de este tramo fue resultado de prospecciones sistemáticas orientadas a detectar la existencia de vías (inkaicas o no) que ingresaran al altiplano de Lípez desde el desierto de Atacama. Estos trabajos comprendieron un examen comprensivo de los principales pasos montañosos que atraviesan la Cordillera Occidental entre el Cerro de Iru Putuncu por el norte y el abra de Tocorpuri por el sur (alrededor de 12 pasos).1 Identificado el Qhapaqñan en las proximidades de Laguna Ramaditas, fue recorrido hasta los alrededores del Cerro Chiguana, documentando las instalaciones asociadas y los segmentos más visibles del camino. También se realizaron excavaciones en uno de estos sitios (Tambo Cañapa) con el propósito de fechar en forma indirecta el período de uso del camino y obtener muestras de la ergología y recursos asociados. Como complemento de la prospección arqueológica, se recurrió además a informantes locales y a fuentes históricas coloniales (Betanzos 1987 [1551]) e informes de viajeros que recorrieron la zona a partir del siglo XIX (i.e., Bertrand 1885; Risopatrón 1911; Valdés 1886:17-18, 194).

El presente artículo se divide en cuatro apartados. El primero sintetiza las características que asume la presencia Inka en Lípez y Atacama -de acuerdo al estado actual del conocimiento en cada lugar- de modo de brindar un contexto regional a las evidencias estudiadas, además de reseñar los antecedentes existentes sobre el tema. El segundo y tercero describen los dos tramos de Qhapaqñan, poniendo énfasis en las instalaciones asociadas al camino y los materiales recuperados (Tabla 1). La última sección discute la significación de los datos presentados con relación al contexto regional.

Tabla 1. Ubicación de los sitios y algunos materiales registrados.

EL DOMINIO INKA EN EL CONTEXTO REGIONAL

Altiplano de Lípez

Para comprender las características que asume la presencia Inka en Lípez es preciso tener en cuenta la heterogeneidad ambiental que caracteriza al área. Como se ha argumentado en otras oportunidades (Nielsen 1997a), el altiplano de Lípez comprende tres regiones que ofrecen posibilidades diferentes para la ocupación humana (Figura 1). El Norte de Lípez es la más favorable y la única que permite el desarrollo de la agricultura de tubérculos y granos, que son mayormente cultivados a temporal. La combinación de esta actividad con el pastoreo permite sustentar poblaciones relativamente grandes, con asentamientos permanentes concentrados. El Sureste de Lípez, en cambio, es demasiado frío para el desarrollo de una agricultura económicamente significativa, lo que ha resultado en una especialización pastoril y una tendencia de sus habitantes a articularse económicamente con poblaciones agrícolas de regiones vecinas a través del tráfico de larga distancia, entre otras prácticas. El énfasis en el pastoreo se traduce en poblaciones más pequeñas y en formas de asentamiento dispersas con marcada movilidad estacional.


Figura 1. Las eco-regiones del Altiplano de Lípez.

Por último, la Región Lacustre Altoandina, que se extiende más allá de las fronteras con Chile y Argentina, es un desierto de altura (>4.200 m snm) demasiado hostil para permitir el establecimiento de poblaciones humanas en forma permanente. No obstante, ofrece algunos recursos importantes (i.e., camélidos silvestres, grandes roedores, aves, rocas aptas para la talla) que, desde tiempos arcaicos, poblaciones asentadas a menor altura han explotado mediante ocupaciones temporarias, probablemente de carácter estival. Fuera de ello, las Lagunas Altoandinas se interponen entre algunas de las regiones más intensamente ocupadas de los Andes circumpuneños (i.e., Loa Superior, oasis del salar de Atacama, Norte de Lípez, Río Grande de San Juan, Doncellas-Casabindo), lo que las ha convertido en una importante zona de tránsito interregional a lo largo de su historia. Este hecho alentó a centrar la atención en esta región al momento de buscar las vías construidas por el Tawantinsuyu para comunicar los nodos atacameños con los altiplánico-puneños.

La heterogeneidad que se acaba de reseñar planteó oportunidades y limitaciones diferentes para la expansión del Tawantinsuyu. Los indicadores arqueológicos de la presencia Inka conocidos hasta ahora se concentran en la porción septentrional del Norte de Lípez, e.g., en los alrededores del Salar de Chiguana y en la Isla de Llipi o Colcha K (Figura 2). Al este y sur de esta región (San Cristóbal, Valle de Alota, Zoniquera), en cambio, no se han reportado hasta el momento vestigios atribuibles al Inka, a pesar de que estos sectores han sido objeto de varios reconocimientos (Albarracín y Michel López 1998; Arellano 2000; Arellano y Berberián 1981). Aunque el Sureste de Lípez ha sido menos investigado, tampoco se han registrado allí indicadores de la presencia Inka, a excepción de fragmentos cerámicos aislados encontrados en sitios locales pequeños, carentes de arquitectura imperecedera (Nielsen 1999).


Figura 2. Sitios con evidencias Inka en el Norte de Lípez y vía que conduce a esta región desde el Portezuelo del Inka.

Los elementos inkaicos en el primer sector mencionado (Chiguana-Colcha K) se encuentran generalmente alojados en asentamientos locales, muchos de ellos ya existentes al momento de la expansión cuzqueña. Se trata principalmente de cerámicas de estilos Inka imperiales y provinciales, que están consistentemente representadas en la superficie de sitios de habitación. Además de la alfarería, en contextos funerarios se han encontrado objetos de filiación inka confeccionados en otras materias primas, como cobre-bronce (tumis), fibra de camélido (cintillos) y madera (vasos kero). No se han registrado hasta ahora ejemplos de arquitectura Inka emblemática al interior de los asentamientos locales.

Los únicos sitios que hasta ahora pueden calificarse como "imperiales puros" en esta región, son santuarios ubicados en las cumbres de algunos cerros destacados, como el Caral Inca o el Chiguana (Figura 2). Ninguno de estos adoratorios ha sido investigado científicamente, pero se conservan en colecciones algunas de las miniaturas típicamente ofrendadas por los Inkas en estos contextos (i.e., figurinas humanas en Spondylus o de camélidos en plata), que procederían de las "mesas" ubicadas en estos cerros. No se conocen hasta el momento centros administrativos o instalaciones imperiales de jerarquía comparable en el Norte de Lípez.

La concentración de los testimonios de la presencia Inka en la margen meridional del Salar de Uyuni indica que el Tawantinsuyu dió prioridad al control de las poblaciones más concentradas y de los resortes políticos necesarios para movilizar su fuerza de trabajo. Sugiere además que entre los intereses perseguidos por el estado en el área pudo encontrarse la producción de quinua, considerando que la cuenca de Uyuni es una de las regiones más favorables para este cultivo y que cuenta actualmente con una gran variedad de ecotipos, lo que evidencia un manejo intensivo de esta especie en el pasado.

Desierto de Atacama

Por contraste con Lípez, el dominio Inka en la Región de Antofagasta cuenta con numerosas investigaciones que permiten componer un panorama más acabado de este fenómeno cultural. En particular, los estudios realizados a partir de la década de 1990 han rectificado la impresión de una influencia cuzqueña débil, que respondería a mecanismos de control indirecto a través de las formaciones políticas altiplánicas (Llagostera 1976), poniendo en evidencia un control político y económico directo y efectivo, manifiesto en múltiples aspectos de la cultura material (Uribe et al. 2002).

La presencia Inka en la Región de Antofagasta no se manifiesta prácticamente en la costa o en la faja desértica, sino fundamentalmente en las tierras altas, en el Salar de Atacama y en la cuenca superior del Río Loa (Berenguer 2004:167). Estos oasis piedemontanos y quebradas subandinas concentran el potencial agrícola y ganadero de toda la región, y por consiguiente eran asiento de las mayores poblaciones humanas en la época prehispánica tardía. Además de esto, en el Loa Superior se encuentran vastos depósitos de cobre, turquesa y otras piedras semipreciosas cuya explotación parece haber sido uno de los principales objetivos económicos del Tawantinsuyu en la región. Así lo indican los importantes centros mineros inkaicos en Collaguasi, El Abra, Cerro Verde e Incahuasi, así como la relación que existe entre éstos y el trazado del Qhapaqñan que facilitaría el transporte de la producción hacia otras regiones (Aldunate 2001; Berenguer et al. 2005; Núñez 1999; Salazar 2002).

Por cierto, el desarrollo de la minería, la metalurgia y la lapidaria exigieron intensificar la producción agrícola y pastoril a fin de sustentar los contingentes tributarios ocupados en las labores mineras. Testimonios de esta intensificación son la vasta infraestructura agrícola (terrazas, rumimoqo) desarrollada por el Tawantinsuyu en áreas como Socaire, Toconce y Paniri, así como la importancia que asume en esta época la vega de Turi (Aldunate 1993).

Los complejos administrativos más conspicuos erigidos por el Inka en territorio atacameño se encuentran en Catarpe Este y en Turi, sitios que actuaron como ejes de control político sobre las poblaciones del Salar de Atacama y del Loa Superior, respectivamente. Otras instalaciones imperiales de cierta envergadura, como Kona Kona 1 (Miño 1), Kona Kona 2 (Miño 2), Bajada del Toro, Cerro Colorado y la Posta de Incaguasi están asociadas al camino que acompaña en dirección norte- sur el curso alto del río Loa (Berenguer et al. 2005). La apropiación ritual de los cerros está documentada a través de la presencia de adoratorios de cumbre en los Cerros Miscanti, Licancabur, León, Paniri, San Pedro y Miño, entre otros. Además de estas evidencias, materiales inkaicos también han sido encontrados en algunos de los asentamientos locales ya existentes desde el Período Intermedio Tardío, como Lasana, Quitor, Zápar y Peine (Berenguer 2004; Uribe et al. 2002).

Antecedentes

El primer antecedente directamente relacionado con la existencia de vías inkaicas entre Atacama y Lípez fue obra de Beorchia Nigris (CIADAM 1978:7-8), quien realizó un reconocimiento en la zona de frontera entre Bolivia y Chile (Cerros del Inca, Ascotán, Araral), informando la existencia de un tambo inkaico a orillas de la Laguna Ramaditas y en la cumbre del Cerro Ascotán un santuario formado por dos estructuras circulares con sendas rocas al centro y acumulaciones de leña. Estos sitios llevaron al autor a inferir la existencia de un ramal del camino del Inka que ingresaba al altiplano desde Atacama por el "Paso del Inca" (CIADAM 1978:8) y a Raffino (1981) a postular que, en Uyuni, el Qhapaqñam "se bifurca, dirigiéndose por el Sudoeste hacia Chile por Laguna Ramaditas y Ascotán... [mientras que] otra rama se desplaza hacia el Sudeste, en dirección a Tupiza" (Raffino 1981:217-219). En su reciente libro sobre Lípez, Arellano (2000) se refiere al tambo de Laguna Ramaditas con el nombre de "Tambillo Ramaditas" (denominación que se mantiene en este trabajo), presentando un relevamiento del mismo y una descripción de los materiales en superficie (2000:224-230).

Desde el lado chileno, el camino que lleva hacia el Portezuelo del Inca desde los centros inkaicos de la subregión del Salado (i.e., Turi, Cerro Verde) fue estudiado por Varela (1999), quien identificó algunos segmentos del camino que transitaría por Cupo y la Quebrada de Colana. Algunos expedicionarios del siglo XIX como Bertrand (1885) y Risopatrón (1911) ya habían hecho referencia a esta vía inkaica que desde la zona de Colana (Inacaliri) se dirige al NE, pasando por la localidad de Chac Inca -donde ubican un tambo (Risopatrón 1911:132)- y posteriormente ingresa a Bolivia por el portezuelo del Inca. Recientemente este trayecto ha sido investigado por Castro et al. (2004).

El primer tramo considerado en este trabajo (Licancabur- Chojllas) carece de antecedentes en la bibliografía más allá de anteriores referencias de Nielsen (1999).

EL CAMINO ENTRE LICANCABUR Y LAGUNA CHOJLLAS

El Tambo Licancabur, situado en la falda nororiental del cerro homónimo, es el primer sitio inkaico que se encuentra ingresando a territorio boliviano por el portezuelo de Chaxa. Este es el único sitio Inka fehacientemente identificado en las inmediaciones de Laguna Verde; es posible que, además de sus funciones vinculadas al santuario de la cumbre del cerro Licancabur, el Tambo haya servido también como lugar de descanso al cabo de la primera o segunda jornada de marcha desde el Oasis de San Pedro de Atacama, situado 38 km al oeste y más de 2.000 m más abajo (Figura 3).


Figura 3. Vía inkaica que se interna en la Región Lacustre Altoandina procedente de San Pedro de Atacama.

Es probable que también haya existido una instalación Inka específicamente erigida para alojar contingentes en tránsito en la margen sudoriental de la Laguna Verde, donde actualmente funciona el alojamiento de turistas, junto a una azufrera abandonada. Los informantes (vecinos de Quetena) cuentan que aquí se encontraban "los corrales del Inka," que fueron totalmente desmantelados durante la construcción de la azufrera. El lugar es uno de los pocos en la cuenca que cuenta con un manantial de agua dulce, una vertiente de aguas termales y una pequeña vega, por lo cuenta con los recursos necesarios para hospedar a recuas y viajeros. Durante la inspección en el terreno, y a pesar de la intensa perturbación que ha sufrido el sitio, se observaron testimonios asociados al tráfico prehispánico en forma de cerámica, desechos líticos y fragmentos de valvas de Pecten. Sin embargo, no se pudo detectar alfarería o arquitectura de filiación Inka.

La existencia de numerosas huellas vehiculares alrededor de Laguna Verde hace difícil la identificación y diagnóstico de caminos antiguos en esta zona, aunque se sospecha que desde aquí el Qhapaqñan se dirige directamente al este hacia la rinconada de Aguas Calientes (25 km), un lugar bien protegido con una vega que ofrece agua y pastos. Este lugar es una importante jarana o lugar de descanso nocturno de caravanas en tránsito entre San Pedro y las nacientes del San Juan Mayo en la Puna de Jujuy, como lo testimonian varios paravientos y corrales/refugio aún en uso.

Un segmento bien conservado del camino Inka con refuerzo pircado se conserva a la entrada de la rinconada, en el faldeo que se encuentra al sur del río Aguas Calientes. En la margen meridional de la vega hay 4 ó 5 conjuntos arquitectónicos con estructuras de planta subcircular e irregular confeccionadas en piedra y asociadas a abundantes desechos, entre los que se destacan cerámicas formativas como Séquitor Gris-Café Pulido (Sinclaire et al. 1997) y San Pedro Negro Pulido. Uno de estos conjuntos ha sido severamente alterado por excavaciones y extracción de piedras para las construcciones actuales, por lo que resulta difícil apreciar sus características originales. En la superficie hay, además de materiales formativos, cerámica tardía (Aiquina- Dupont, Yavi-Chicha) e Inka. La posibilidad de que este conjunto haya servido como sitio de enlace2 en el Qhapaqñan deberá ser contrastada mediante excavaciones.

Al Este de Aguas Calientes, donde comienza el ascenso hacia al Abra del Toro Muerto (5.100 m snm), se encuentra un gran pozo (3 m de diámetro). En su superficie se observan abundantes trozos de rocas verde-azuladas (probablemente algún mineral de cobre) y cuentas del mismo material y de ceniza volcánica, enteras o fragmentadas. Llegando al portezuelo, se observan cuatro mojones alineados, separados unos 500 m entre sí, que podrían estar marcando el camino, aunque resulta imposible discernir la huella en el terreno. Sobre el paso mismo, donde la antigua senda comienza un pronunciado descenso con dirección ESE, se encuentran tres pozos circulares con indicios de alteración reciente (ca. 1 m de diámetro, 0,6 m de profundidad). Rodeando estos pozos y en sus paredes interiores había gran cantidad de fragmentos de roca verde-azulada, cuentas confeccionadas en este material y en ceniza volcánica color blanco, una punta pedunculada de obsidiana y desechos del mismo material, un fragmento de tubo de cerámica y un trozo de valva de molusco marino.

Evidencias similares a éstas han sido registradas en pasos montañosos asociados a antiguas vías de circulación interregional en gran parte del ámbito circumpuneño, tanto en la Cordillera Occidental como en la Oriental (Nielsen 1997b:362-365), incluso en abras cercanas, como las de Río Amargo y Río Blanco (Figura 3). Los llameros de Lípez los llaman "tapados" o "sepulcros." Este último nombre responde a la creencia ampliamente difundida de que se trata de lugares donde el Inka enterraba a sus porteadores cuando morían, siendo las cuentas y minerales que allí se encuentran testimonio de las riquezas con que se los inhumaba. Actualmente la gente atribuye los pozos a saqueos de rasgos que originalmente serían acumulaciones de rocas semejantes a "tumbas." Tal interpretación podría ser correcta en algunos casos en que estos rasgos muestran signos de perturbación reciente. En otros casos parece tratarse de excavaciones antiguas, lo que indicaría que, o los "sepulcros" fueron saqueados hace ya mucho tiempo o que los pozos pudieron ser parte integrante de algunos de estos sitios de ofrenda.

Mientras que la huella actual corre al sur de este lugar, por una pendiente más suave, el camino antiguo desciende desde el abra con rumbo este hacia el río Guayaques (nombre que significa "lugar con pasto"), donde se encuentra el siguiente sitio de enlace. Este lugar continúa sirviendo como paradero de caravanas en la ruta que une San Pedro con la Puna argentina, correspondiendo a la siguiente "jornada" viniendo desde Aguas Calientes. Hay 13 km en línea recta entre ambas paradas.

El sitio se aloja en una grieta natural que desciende por la margen derecha hasta el río Guayaques, que en este sector corre encajonado entre elevadas terrazas. Un corral y dos refugios que sirven de reparo a los viajeros actuales han sido construidos a expensas de varios edificios anteriores de los que sólo se conservan porciones de los cimientos. No es posible reconstruir el trazado original del sitio, pero en las partes menos impactadas se advierten parapetos en arco casi totalmente cubiertos por sedimentos y asociados con material prehispánico que sugieren que, además de la arquitectura Inka que pudo existir en el lugar, el sitio comprendía también paravientos levantados expeditivamente, comparables a los que caracterizan a las jaranas caravaneras actuales (Nielsen 1997b).

En superficie se observa gran cantidad de desechos prehispánicos. La cerámica comprende los grupos Aiquina/ Dupont, Yavi/Chicha e Inka, incluyendo en este último, fragmentos de estilos imperiales. Lo más abundante, sin embargo, es la obsidiana, puntas de proyectil y sobre todo desechos que se extienden más allá de las estructuras continuando a lo largo de las márgenes del río. Este material seguramente proviene de Laguna Blanca, sólo dos o tres kilómetros al sur del sitio, donde el río Guayaques vierte sus aguas. Los llanos que rodean la laguna (conocidos como Pampa Guayaques o Pampa de Torringo) están cubiertos por rodados de obsidiana (Nielsen et al. 2000:124). Estudios químicos han establecido que la mayor parte de la obsidiana utilizada en las tierras altas de Jujuy y Salta durante épocas prehispánicas tardías proviene de esta fuente, a veces denominada en la literatura arqueológica "Zapaleri" o "Punto Tripartito" (Yacobaccio et al. 2004).

El siguiente sitio de enlace encontrado es Inka de Catalcito, 34 km en línea recta al NNE de Guayaques. Algunos investigadores mencionan distancias comparables entre sitios de enlace en el Despoblado de Atacama (Hyslop 1984) y el curso superior del río Loa (Berenguer et al. 2005). No obstante, teniendo en cuenta que los rangos de espaciamiento entre instalaciones en este tramo (12 - 25 km) y en el que se describe en la próxima sección (16 - 20 km) son bastante menores, se sospecha que entre estos dos sitios hay por lo menos una instalación inkaica aún no registrada.

Inka de Catalcito (Figura 4A) se encuentra en un llano conocido como "Pampa del Inca" y aparentemente no cuenta con fuentes de agua cercanas. El sitio está excepcionalmente bien conservado, no habiéndose producido prácticamente derrumbes en los edificios. Consta de dos habitaciones adosadas con vanos trapezoidales que aún conservan intacto, a 1,6 m sobre el piso, su techo formado por grandes lajas de ignimbrita. Sus muros son dobles y confeccionados sin argamasa. El espacio frente a estas habitaciones ha sido cercado mediante un muro simple de poca altura. El otro conjunto está formado por una estructura rectan gular con muros de ca. 1 m de altura (probablemente un corral), que comprende tres recintos, dos de ellos comunicados internamente y dos con vanos que abren al exterior. Uno de estos recintos fue agregado en una segunda fase constructiva. Es llamativa la escasez de desechos en la superficie de este sitio. Sólo se registraron algunos fragmentos cerámicos alisados correspondientes a dos vasijas, una de ellas una jarra de la forma inkaica conocida como puchuela.


Figura 4. Planimetría de las dos instalaciones Inka mejor conservadas.

El siguiente sitio de enlace, Campamento del Inka, se encuentra junto a una vertiente de agua permanente situada 12 km al norte. Tiene una arquitectura y trazado muy semejante al de Catalcito, como se advierte en la planta de la Figura 4B. A diferencia de aquél sitio, sin embargo, Campamento del Inka muestra gran cantidad de desechos en superficie, que incluyen puntas de proyectil y desechos de obsidiana y sílices de color en abundancia, desechos de roca azul, cuentas de este material y ceniza volcánica, así como alfarería tardía de Atacama (Aiquina/Dupont, Rojo Revestido), Chichas (Yavi/Chicha) y Lípez (Mallku), entre otras (i.e., Yura, Chilpe).

La próxima instalación asociada a este camino probablemente se encuentra en la margen SO de la Laguna Chojllas, 20 km al NE de la anterior. Este sitio, que se ubica junto al camino actual de vehículos que conduce a la Argentina por el Abra de Vilama, está anunciado por una densa concentración de desechos prehispánicos pero ha sido totalmente perturbado por la construcción de una estancia pastoril reciente. Entre el material superficial hay alfarería Dupont, Yavi/ Chicha y una considerable proporción de cerámica Inka, incluyendo ejemplos de estilos imperiales.

EL CAMINO DESDE EL PORTEZUELO DEL INKA A CHIGUANA

El primer sitio asociado al Qhapaqñan en este tramo se encuentra en el propio Portezuelo del Inca. Cerca del hito internacional hay una concentración de rasgos prehispánicos que incluyen un pozo o "sepulcro" a cuyo alrededor se encontraron en superficie abundantes rocas azules y dos cuentas de malaquita; cuatro paravientos semicirculares de pirca seca (diámetros entre 2 y 3 m) abiertos al este y sur y cuatro emplantillados de piedra circulares, tres de ellos protegidos por los parapetos antes mencionados. De los 20 fragmentos recolectados, 7 pertenecen al componente Lípez (Mallku, Talapaca, Tabla 1). Cabe destacar que en este paso no hay apacheta. El camino que une los siete kilómetros entre el paso y el Tambillo Ramaditas sólo es visible en las proximidades de la Laguna, donde dobla hacia el noroeste para ingresar al sitio.

El sitio ha sido reocupado en varias oportunidades, por lo que se encuentra muy alterado, aunque hasta el año 2003 todavía se observaban restos de muros de clara factura inkaica. Con posterioridad a esa fecha, éstos han sido completamente desmantelados para construir una vivienda y una pequeña instalación para el procesamiento de pigmentos rojos que se extraen de un yacimiento próximo a la frontera, al noroeste de la laguna.

Poco puede decirse de la estructura del "tambillo", salvo que comprendía, por lo menos, dos conjuntos arquitectónicos formados por corrales y varios recintos cubiertos (Arellano 2000:224). Entre la cerámica registrada en supeficie, hay fragmentos de los grupos Alisado, Rojo Revestido, Mallku, Yavi/Chicha e Inka. El camino continuaría desde aquí con rumbo NNE, pasando por la margen oriental de las Lagunas Honda, Chiar Khota y Hedionda, aunque la perturbación del terreno provocada por la apertura de innumerables huellas para el tránsito de turistas en este sector torna difícil detectar caminos antiguos en el terreno. Se ven algunos segmentos de un viejo camino en faldeo con muro de retención en el talud pero probablemente corresponden a la vía histórica que ingresa por el Abra de Ascotán y avanzando por la margen norte de la Laguna Ramaditas (donde hay ruinas de un paradero), se cruzaría con el Qhapaqñan en las proximidades de Laguna Hedionda, para continuar hacia el NE con rumbo a las Postas de Tapaquilcha (actual Corina), Vizcachillas y Alota.

Al bordear Laguna Hedionda el camino pasaría al pie de la cueva excavada por Barfield (1961), quien -entre otros materiales- encontró cerámica Inka Pacajes o Saxamar (Barfield 1961:100). El siguiente sitio con arquitectura Inka formalizada, sin embargo, recién se encuentra más al norte, en la Laguna Cañapa, a 17 km de Tambillo Ramaditas.

Tambo Cañapa se encuentra próximo a una pequeña vega y vertiente de agua dulce ubicada en el extremo sur de la laguna homónima. Comprende dos conjuntos arquitectónicos que han sido erigidos unos 20 m sobre el nivel de la laguna, donde un afloramiento de ignimbritas brinda protección de los vientos desde el sur y oeste. A pesar de que el sitio ha sido reutilizado en épocas recientes para construir un puesto o estancia, los edificios originales están suficientemente conservados como para reconstruir gran parte del trazado original.

El conjunto en mejor estado (Sector I) consta de dos habitaciones pequeñas adosadas, originalmente techadas, encerradas por un muro de media altura (ca. 1 m en la actualidad) que define un recinto abierto o patio a su alrededor (Recinto 3). Esta última estructura ha sido utilizada hasta época reciente como corral, por lo que podría estar parcialmente modificada. Otra habitación un poco más grande (Recinto 4), pero también cubierta originalmente a juzgar por la altura de los muros (actualmente 2 m), está adosada al conjunto aunque tiene un ingreso independiente. La estratigrafía de muros permite recomponer la secuencia constructiva de este conjunto. El Recinto 1 se construyó primero, luego se le adosó el Recinto 2 (que aún conserva su dintel coronando un vano trapezoidal) y después se construyó el recinto perimetral. La adición del Recinto 4 es posterior y aparentemente implicó una remodelación del muro SE del Recinto 3 (Figura 5).


Figura 5. Planimetría de Tambo Cañapa, indicando unidades de recolección y sectores excavados.

La conservación de estos edificios permite apreciar la calidad de la construcción. Los muros portantes tienen 0,90 m de espesor y casi 2 m de altura, han sido cuidadosamente construidos con bloques tabulares de ceniza volcánica dispuestos en forma horizontal, lo que da al aparejo una apariencia "sedimentaria." Aunque el muro no contenía mortero en su construcción, los intersticios entre las rocas fueron rellenados a posteriori desde adentro de las habitaciones con barro. Este detalle no se observa en los muros más bajos del patio, que han sido confeccionados con menor cuidado y sólo tienen 0,6-0,7 m de espesor.

El segundo conjunto arquitectónico (Sector II) ha sido desmantelado, conservándose sólo los cimientos de dos habitaciones contiguas. Por el espesor de los muros (0,9 m) se infiere que se trató de recintos techados. La mayor concentración de residuos en superficie se observa alrededor de estas estructuras. Los materiales recuperados en Tambo Cañapa serán analizados en detalle en el próximo apartado, al considerar los trabajos realizados en el sitio.

Al norte de Laguna Cañapa se forma un corredor natural entre las estribaciones rocosas de los Cerros Cañapa y Caquella. Contra el lado oriental de este corredor, siguiendo una serie de ondulaciones que presenta el terreno, se ven segmentos de lo que probablemente sea el camino Inka, que asume la forma "rastrillada" de los senderos troperos. El camino bordea una pequeña laguna seca la mayor parte del año y asciende a una estribación del Cerro Caquella que figura en la cartografía (IGM Carta 1:50.000 Cerro Inti Pasto 6029 IV) como "Apacheta Loma."

Contra lo que este nombre llevaría a pensar, en el abra por donde atraviesa el Qhapaqñan -al que se ha denominado Abra de la Lagunita (Figura 2)- no hay estrictamente una apacheta, sino un rasgo positivo de planta elíptica (6 x 5 m) formado por la acumulación de cascajos pequeños de 1 m de ancho y 0,3 m de alto, que circunscribe un área deprimida al medio. Como en el caso de los llamados "sepulcros", a su alrededor había fragmentos y cuentas de roca azul, cerámica prehispánica, dos fragmentos de azadas o chelas de andesita (una con pedúnculo) y desechos de talla en sílice negro. Unos 20 m al oeste de este rasgo hay dos paravientos en forma de arco (3 m de diámetro cada uno) confeccionados en pirca seca asociada con abundante alfarería. La cerámica registrada en el sitio incluye grupos tardíos de Atacama (Turi Alisado, Rojo Revestido) y Lípez (Mallku, Talapaca) además de material Inka (fragmentos de un aribaloide).

La ladera NE de Apacheta Loma desciende abruptamente al llano de Laguna Pampa. Aquí se observa con claridad un segmento del Qhapaqñan que, a pesar de la pendiente, baja en forma recta, encerrado entre muros. Al contactar la pampa, los muros desaparecen, convirtiéndose el camino nuevamente en un "rastrillado" que surca el llano con rumbo NNE, hacia un extenso carcanal donde nace el Río Las Juntas, que aguas abajo toma el nombre de Río Pucara. A lo largo de estos senderos se encuentran fragmentos de cerámica prehispánica (grupo Mallku).

El siguiente sitio de enlace estuvo probablemente ubicado en la margen izquierda del río Las Juntas-Pucara, al pie del Cerro Ayahua, 17 km al NNE de Cañapa. El sitio está anunciado por una gran concentración de material prehispánico en superficie pero su arquitectura ha sido completamente alterada por la construcción de una estancia pastoril, sin que queden rastros del trazado original. Los propietarios del puesto conservan la tradición oral según la cual este sitio, al igual que Khollu Misi (donde poseen su vivienda permanente), habrían servido como "alojamientos del Inka", representando la distancia entre ambos "la jornada". La recolección superficial en Ayahua reveló cerámica de los componentes tardíos de Atacama y Lípez e Inka, pero también fragmentos más tempranos (Séquitor Gris-Café Pulido). También se encontraron cinco fragmentos de valvas marinas (Pecten purpuratus), un trozo de cobre y partes de dos azadas de andesita, localmente conocidas como chelas. También hay cerámica colonial con profundos surcos dejados por el uso de torno, lo que evidencia la ocupación continua del lugar desde el Formativo hasta tiempos históricos.

El camino continúa por la margen izquierda del río Las Juntas-Pucara; en algunos segmentos corre encerrado entre muros. En el llano que se extiende entre los Cerros Ayahua y Tomasamil se ve el camino como una senda despejada abolutamente recta de unos 4 km con rumbo (magnético) de 30°. Al llegar al pie del Tomasamil se encajona entre muros o hileras de piedras formadas por la limpieza de la vía; con estas características y sosteniendo su rumbo, sube en forma recta la abrupta pendiente que conduce hasta la cima de un contrafuerte del cerro, donde se encuentra el sitio que se ha denominado "Abra de Tomasamil." Este ha sido probablemente un sitio de ofrendas similar a los "sepulcros" antes descritos, aunque ahora sólo se encuentra un pozo de unos 2 m de profundidad producto de un saqueo reciente, probablemente con ayuda de explosivos. Alrededor del pozo se encontraron numerosos trozos de rocas azules y fragmentos de cerámica formativa, Lípez tardía e Inka.

El camino continúa sosteniendo el rumbo por la base del Cerro Tomasamil, apartándose un poco del Río Pucara, que en este tramo describe una curva y se encajona en un profundo carcanal. El camino y el río vuelven a encontrarse en Khollu Misi, donde según la tradición oral se encontraría el siguiente alojamiento del Inka. El sitio, que se encontraría en una ladera de considerable pendiente, ha sido completamente transformado por la construcción de amplias terrazas y un caserío actual. Sólo delatan la existencia de una ocupación prehispánica algunos desechos aislados y el propio camino que llega directamente hasta el lugar. La distancia entre este punto y Ayahua es de 20 km en línea recta.

Aquí el camino cruza el Río Pucara y atraviesa la Pampa de Khollu Misi como una línea recta despejada con dirección a Tocari Khasa, el abra que se interpone entre los Cerros Chiguana y Chascos. En esta pampa se encuentran los primeros poblados permanentes del Norte de Lípez con materiales de filiación Inka. El camino pasa a menos de un kilómetro al SE de Sía Moqo, un asentamiento que probablemente corresponda al pueblo o ayllu de "Chea" mencionado en el padrón de reducción de 1603 (Martínez 1995:293).

Investigaciones en Tambo Cañapa

Luego de realizar una recolección superficial sistemática por sectores (en total nueve), se practicaron dos pozos exploratorios de 1 x 1 m cada uno (Sondeos 1 y 2) en el área de mayor concentración de desechos y se excavó la totalidad de una de las habitaciones del Sector 1 (Recinto 1, ver Figura 5).

Los pozos de sondeo expusieron entre 0,3 y 0,45 m de depósitos culturales, con tres unidades estratigráficas diferenciadas por su compactación y abundancia relativa de carbón y cenizas, pero producto de una acumulación continua de desechos. Una muestra de carbón vegetal recolectada a 0,3 m de profundidad, en el nivel basal del Sondeo 1, fue fechada en 360 ± 60 AP (Beta 189485), lo que ofrece un rango calibrado (p = 0.95) de 1450-1670 cal DC. Considerando que por su posición estratigráfica la muestra representa un momento próximo al inicio de la ocupación, cabe concluir que la instalación no fue construida antes de la fecha calendárica convencional de 1450 dC que se atribuye a la expansión Inka.

La excavación del Recinto 1 reveló por lo menos tres momentos de ocupación que se describen por orden de depositación y a los que se refieren en las tablas como R1-I, II y III. Bajo un relleno de 0,45 m de espesor se encontraba el piso original de la estructura preparado con arcilla blanquecina, a 0,2-0,3 m por encima del nivel actual de la superficie exterior. Este pavimento o revoque arcilloso fue aplicado sobre un relleno artificial de arena y cascajo contenido por la porción inferior de las paredes, quedando así la superficie interna de la habitación un tanto elevada respecto al nivel del terreno circundante. Los muros sur y este del recinto conservan su altura original, 1,9 m sobre el nivel del piso de arcilla, mientras que de los otros sólo quedan las bases. El piso no tenía ningún rasgo y muy pocos vestigios asociados, lo que revela que la estructura estuvo sujeta a una cuidadosa limpieza. Los hallazgos más notable en este nivel fueron varias manchas de pigmentos de vivos colores (ocre, rojo y verde-turquesa, posiblemente malaquita) y un fragmento de plato con asa ornitomorfa.

Por encima del piso, en la mitad sur de la habitación se encontró una capa de paja correspondiente al techo colapsado, mientras que hacia el extremo norte apareció una densa acumulación de basura de 0,20 cm de espesor máximo, aparentemente depositada desde el exterior del recinto, probablemente a través de una abertura dejada por el colapso del techo en este costado, ya que por su ubicación no pudo formarse mediante descartes realizados a través del vano de acceso. Este basurero correspondería, entonces, a un momento (R1-II) en que el techo estaba parcial o totalmente destruido y el Recinto 1 no era ya utilizado como albergue, pero el resto de la instalación continuaba siendo ocupada. La presencia de alfarería alisada con abundancia de mica dorada nos lleva a ubicar tentativamente este momento en época colonial temprana.

Por encima de este depósito y de los restos de techo había una capa de arena de origen eólico con derrumbe (de los muros este y norte) pero sin desechos culturales, testimonio de un lapso de abandono bastante prolongado. Finalmente, ya cerca de la superficie actual, se encontró en el cuadrante suroeste una superficie de ocupación (R1-III) marcada por una camada de paja y asociada con un fogón poco formalizado contra el muro sur y abundantes restos óseos, principalmente de camélidos y chinchíllidos. Todo parece indicar que por esta época (que se supone reciente) los muros este y norte del recinto ya habían colapsado, y la estructura era ocasionalmente utilizada por cazadores como un simple paraviento sin techo.

Las Tablas 2, 3 y 4 sintetizan los materiales recuperados en diversos contextos del sitio: superficie (todas las épocas); sondeos y R1-I (época Inka); R1-II (época histórica); R1-III (época reciente). El análisis de esta información contribuye a entender la historia ocupacional del lugar, los materiales utilizados en el sitio y aspectos de la logística del tráfico. En primer término, resulta evidente que el sitio fue habitado con anterioridad a la construcción de la instalación Inka. Así lo indican los instrumentos de basalto de morfología arcaica y los abundantes desechos de esta materia prima y de basalto vítreo que se atribuye en su mayoría a épocas precerámicas. También hay indicios de ocupación formativa en forma de dos fragmentos del grupo Morros. Esta conclusión no es sorprendente teniendo en cuenta que, en las Lagunas Altoandinas, la extrema circunscripción de recursos básicos como el agua y el pasto tiende a crear una elevada redundancia en los lugares de ocupación a lo largo del tiempo.

Tabla 2. Fragmentos cerámicos recuperados en Tambo Cañapa.

Tabla 3. Materiales líticos recuperados en Tambo Cañapa.

Tabla 4. Material óseo recuperado en las excavaciones de Tambo Cañapa.

Los conjuntos cerámicos muestran una buena representación de los grupos característicos de la época prehispánica tardía, tanto del desierto de Atacama (componente Loa/San Pedro sensu Uribe 1997) como del Norte de Lípez (componente Lípez), revelando que las vasijas están circulando en ambos sentidos a lo largo del camino. Cabe aclarar que la aparente menor proporción de materiales Loa/San Pedro probablemente sea producto del sesgo que resulta de la mayor frecuencia que tiene la alfarería alisada en este componente. En el estado actual del conocimiento resulta difícil distinguir cerámicas alisadas tardías de Atacama y del Altiplano. En cuanto al componente Inka, comprende tanto estilos imperiales como provinciales (Cuzco, Pacajes, Lípez-Inka). Nótese la desaparición de la mayoría de los grupos prehispánicos en el relleno del Recinto 1 (R1-II), atribuido a momentos históricos. La única alfarería que se mantiene sin mayores cambios cuantitativos es Talapaca (cerámicas monocromas pulidas de superficie ante, crema o naranja), resultado que replica el comportamiento cronológico de este grupo en los sitios del Norte de Lípez.

Aún si se excluyen los basaltos (bajo la hipótesis de que pertenecen a ocupaciones anteriores), resulta llamativa la diversidad de materias líticas presentes en el sitio. Dos lascas de obsidiana procedentes del Sondeo 1 y del mismo nivel datado (e.g., correspondientes a la ocupación inkaica) fueron sometidas a INAA (Instrumental Neutron Activation Analysis) en el Missouri University Research Reactor (MURR), estableciéndose que ambas proceden de Laguna Blanca, la fuente antes mencionada asociada a la instalación Inka de Guayaques. Macroscópicamente, la calcedonia gris es muy semejante a la que se encuentra en el curso superior del río Chatena, en el piedemonte septentrional de la Cordillera de Lípez (Región Sureste). Los sílices de color (rojo, ocre, crema, blanco) son comunes en forma de pequeños nódulos en diversas partes de la Región Lacustre Altoandina, por lo que probablemente se trate de un material local, recolectado en forma oportunista. Se ignora la procedencia de la andesita empleada en la fabricación de las chelas, pero artefactos semejantes confeccionados en la misma roca son ubicuos en el Norte de Lípez. Cabe señalar que aunque esta herramienta suele concebirse como una "azada", en la actualidad (y probablemente en el pasado) se la utiliza efectivamente en múltiples tareas, incluyendo la extracción de leña, la excavación para recolección de raíces, etc.

La comparación de los conjuntos arqueofaunísticos procedentes de los tres componentes excavados muestra una notable continuidad a lo largo del tiempo. Predominan en forma absoluta los camélidos, complementados por una pequeña proporción de roedores grandes (Chinchillidae) y aves. Los restos de aves corresponden a flamencos, que habitan en Laguna Cañapa y otras cercanas durante el verano. Respecto a los camélidos, las partes que permiten diferenciar osteométricamente entre especies (falanges, metapodios) corresponden sin excepción a vicuña. También se encontraron trozos de lana de vicuña en R1-II. En suma, todos los restos que pudieron ser identificados con precisión corresponden a especies silvestres que habitan al menos parte del año en los alrededores del sitio.

El inventario de recursos consumidos en el lugar se completa con restos vegetales, que incluyen tanto taxones locales como provenientes de menor altura. Entre los primeros se encuentran restos de yareta probablemente usada como combustible (R1-II); entre los últimos hay marlos de maíz, frutos de chañar y una aguja de espina de cactus (R1-II).

DISCUSIÓN

El primer punto a considerar son las regiones o poblaciones que los caminos descritos están vinculando. Comenzando por el ramal del sur, no caben dudas que por una parte se dirige hacia el oasis de San Pedro de Atacama, quizás al propio Catarpe. Por el oriente, aunque se interna en el altiplano, no parece tener por destino fundamental la Cordillera de Lípez, donde los indicios de la presencia Inka son débiles y las comunidades pastoriles pequeñas y dispersas, difíciles de gobernar o someter a cargas tributarias. Es probable en cambio que se dirija hacia los "valles chichas" en el flanco oriental andino. Para alcanzar esta región podría seguir distintos derroteros. Una posibilidad es que desde Chojllas continúe con rumbo NE por el faldeo septentrional de la Cordillera de Lípez para ingresar al valle del río San Juan del Oro donde existen importantes centros inkaicos, como Chapiwayco, Calahoyo, Chuquiago y el propio Tupiza (Raffino et al. 1986). La otra es que continúe desde Chojllas hacia el ESE, entrando directamente a la cuenca del San Juan Mayo. Una tercera alternativa es que luego de Guayaques se bifurque: un ramal podría girar al norte hacia Chojllas y la Cordillera de Lípez, el otro continuar al oriente llegando al San Juan Mayo por Laguna Vilama. Este último derrotero sería el más recto y coincidiría con la ruta caravanera etnográfica entre las nacientes del San Juan Mayo (i.e., Lagunilla del Farallón) y San Pedro de Atacama, descrita en el siguiente relato de Calixto Llampa, un arriero puneño: "Las jornadas que se realizaban hasta llegar a San Pedro eran, partiendo desde Lagunilla: 1er día) Laguna Vilama; 2°) Laguna Calina (en otra oportunidad el informante mencionó Cerro Tinte); 3°) ¿Chainán? (¿Chajnanta?) [río Chajnantor, tributario de Laguna Blanca en la cartografía boliviana]; 4°) Guayaqui; 5°) Aguas Calientes; 6°) Cajón; 7°) S. P. de Atacama." (Cipolletti 1984:518).

Es preciso recordar que, desde las nacientes del San Juan Mayo se puede seguir el curso del río al NE hacia Tupiza, o continuar al SE hacia Rinconada, Doncellas y Casabindo, lo que relacionaría la vía estudiada con la ruta de la "mano derecha" hacia Casabindo y Chichas referida en el relato de Betanzos (1987 [1551]) que encabeza este artículo.

En cuanto al camino septentrional, por Portezuelo del Inca, resulta claro que está vinculando el segundo nodo del dominio Inka en el desierto de Atacama -la cuenca del Salado- con Chiguana-Colcha K (o Llipi), área que las evidencias arqueológicas disponibles señalan independientemente como eje del dominio inkaico en el altiplano de Lípez. Este camino correspondería a la ruta mítica que según Betanzos (1987 [1551]) tomó el propio Topa Inca Yupanqui para llegar a Llipi.

Estas interpretaciones se ven avaladas por las frecuencias que ostentan los distintos componentes cerámicos en las instalaciones asociadas a cada uno de los tramos del Qhapaqñan analizados. Como lo muestra la Figura 6 (también Tabla 1), los componentes Loa/ San Pedro e Inka son similares en ambos ramales. El componente Yavi/Chicha, en cambio, tiene una presencia similar a ellos en el tramo Licancabur-Chojllas pero está casi ausente al norte, mientras que el componente Lípez -propio de las comunidades del Norte de Lípez- ostenta una alta frecuencia entre Portezuelo del Inca y C higuana, pero es casi inexistente en el ramal del sur. Si se comparan ambos caminos en términos de otras materialidades, surge un panorama aún más variado y complejo.


Figura 6. Frecuencia relativa de los principales componentes alfareros tardíos recolectados en cada tramo de Qhapaqñan.

Considérese el caso de la obsidiana. Como se puntualizó, la extracción de la obsidiana de Laguna Blanca fue una importante actividad asociada a la instalación de Guayaques, sin excluir sus funciones como "sitio de enlace" en la ruta. Más aún, sería razonable pensar que la explotación de este yacimiento fue una consideración decisiva al definir el derrotero de este ramal, más allá de su destino hacia el oriente. Recuér dese que los sitios inkaicos del extremo noroccidental de Argentina, desde la Quebrada de Humahuaca (La Huerta) hasta el alto Valle Calchaquí (Potrero de Payogasta) contienen obsidianas de esta fuente (Yacobaccio et al. 2004). La misma materia prima fue utilizada también en Tambo Cañapa, más de 150 km al norte, sobre el otro camino estudiado. Este punto cobra mayor significación cuando se considera que los sitios ubicados entre estos dos lugares (i.e., en Laguna Colorada), tanto del Período Formativo como del Intermedio Tardío, contienen obsidianas de otras procedencias y que a sólo 40 km al NE de Cañapa existe otra fuente de obsidiana (Cerro Kasquiu), también explotada en época prehispánica. Por alguna razón, los Inkas prefirieron la obsidiana de Laguna Blanca sobre otras en uso en la época y disponibles en fuentes igualmente próximas, distribuyendo esta materia prima en particular por las redes imperiales de los Andes circumpuneños.

Los pigmentos rojo, ocre y turquesa encontrados sobre el piso del Recinto 1 de Tambo Cañapa podrían representar un bien de circulación más restringida. El primero de ellos es similar en su aspecto al que actualmente se explota en las proximidades de Laguna Ramaditas, a sólo una jornada de Cañapa. Estas evidencias ofrecen un interesante paralelo con el texto de Betanzos quien cuenta que al llegar a la provincia de Llipi, el Inka halló que sus habitantes tenían "minas de muchos colores muy finas para pintar y de todos los colores que nosotros tenemos… a estos mandó que le tributasen de aquellos colores." (Betanzos 1987:164 [1551]).

Estas diferencias son importantes, ya que contribuyen a apreciar la heterogeneidad y diversidad funcional que alberga cada porción del camino en función de las regiones o poblaciones a las que sirve y de los intereses particulares que el Estado construye en torno a ellas, variaciones que por momentos quedan enmascaradas bajo la aparente coherencia y estandarización arquitectónica que ostenta el sistema vial en su conjunto.

Los restos de plantas y animales encontrados en Tambo Cañapa permiten a su vez atisbar las complejidades inherentes a la logística y aprovisionamiento de los contingentes en tránsito a lo largo del Qhapaqñan. Por una parte, los restos de maíz y chañar revelan que parte de estos recursos provienen de las áreas de mayor productividad a las que conduce el camino -en este caso los oasis atacameños- lo que concuerda con las observaciones sobre el caravaneo etnográfico y la imagen ampliamente difundida del Tawantinsuyu llenando los almacenes de los tambos del Qhapaqñan para alimentar a los viajeros. Las arqueofaunas, en cambio, no muestran las llamas de los "rebaños del Estado," sino sólo especies silvestres que habitan en los alrededores, sugiriendo un aprovisionamiento a través de la caza en la propia Región Lacustre Altoandina. Cabe señalar que este no es un resultado aislado; los análisis de restos óseos excavados en Miño 2, un sitio de enlace en el Qhapaqñan de la vecina región del Alto Loa muestran un predominio similar de vicuñas. ¿Cómo llegan estas presas al sitio? ¿son regularmente capturadas por los encargados de la instalación -i.e., mitayos- apelando a recursos que, como todo lo silvestre, pertenecen en última instancia al Inka? ¿o se trata de una estrategia de aprovisionamiento "oportunista" implementada por los propios viajeros, análogo al "cambalacheo" diario de los llameros actuales que cubren así sus gastos de viaje sobre la marcha? (cf. Nielsen 2001).

Un punto que merece énfasis se refiere a la ritualidad asociada a las abras o pasos montañosos, prácticas que en los Andes revisten una singular importancia en el ceremonialismo propio de los viajeros o de los viajes, así como en la constitución cultural del paisaje en su conjunto. Atendiendo a las referencias documentales (i.e., Murúa 2001 [1613]; Santa Cruz Pachacuti 1993 [1613]) y su frecuente asociación con puntos destacados del Qhapaqñan, ha sido común atribuir el culto de la apacheta -o al menos su expansión macrorregional- al Tawantinsuyu (i.e., Hyslop 1984:309-312). En las abras a lo largo de los tramos anteriormente descritos, sin embargo, no se han encontrado apachetas, estructuras que sí aparecen asociadas al camino histórico, i.e., en el Abra de Ascotán. Esto lleva a sospechar que, en el área estudiada por lo menos, la apacheta y las prácticas relacionadas no llegan con el Inka, sino en épocas posteriores.

Los vestigios registrados en las cuatro abras mencionadas, en cambio, se relacionan con los "sepulcros" y las ofrendas de rocas verdes-azules (probablemente en su mayoría minerales de cobre) y cuentas de este material o de ceniza volcánica. Estas prácticas están ampliamente difundidas en los Andes circumpuneños y se remontan -por lo menos- al Período Intermedio Tardío. Las evidencias presentadas indican que la construcción del Qhapaqñan no trajo aparejado un cambio en estos ritos.

En este punto resulta interesante recordar la tradición oral de los llameros de Lípez, según la cual los "sepulcros" serían entierros de los porteadores del "Rey Inka sin piernas" que vivía en la cima del Cerro Licancabur (Nielsen 1997b:362). A través de esta imagen, el mito vincula a los caravaneros locales -autores originales de los rasgos y ofrendas arqueológicamente documentados- con el Tawantinsuyu, atribuyéndoles nada menos que el rol de transportar las andas del Inka, de ser "las piernas" del gobernante. Podría interpretarse que, para alcanzar los niveles de eficiencia en el tráfico interregional necesarios para el éxito de la economía política imperial en estos desiertos, el Tawantinsuyu se apoyó en el conocimiento y destreza acumulados a lo largo de siglos por los llameros circumpuneños, situación que explicaría el respeto manifiesto al ceremonialismo propio de los caravaneros de la región. Desde el relato, el reconocimiento del Inka queda plasmado en las riquezas que ofrece en el funeral de sus "porteadores."

Otro punto que merece ser subrayado es la rectitud que muestra el Qhapaqñan entre Ramaditas y Chiguana a pesar de lo accidentado del paisaje. La voluntad de sostener esta forma a pesar de los obstáculos topográficos es particularmente notable en las pendientes abruptas (i.e., al descender de Abra de la Lagunita o ascender al Abra de Tomasamil), donde el camino continúa recto ignorando la dificultad que esto supone para el tránsito. Tras constatar este fenómeno, la referencia del relato que encabeza este trabajo a que, tras dividir sus ejércitos y enviarlos por distintos caminos, Topa Inca tomó "el derecho… y vino a dar a una provincia que llaman Llipi" (Betanzos 1987:164 [1551]) resulta más que casual. La rectitud del camino podría tomarse como un ejemplo más de la estrategia Inka de construir nuevos paisajes y cosmologías a través de la imposición de rígidas geometrías sobre las geoformas de los Andes, una práctica que encuentra un paralelo en los diseños ortogonales de la arquitectura imperial. A su vez, la existencia de santuarios de cumbre en los Cerros Ascotán y Chiguana, en los extremos del segmento estudiado (Figura 2), recuerda el concepto de los zeq´es, líneas rectas que unían importantes wak´as, llamando la atención sobre las posibles connotaciones rituales del Qhapaqñan.

Para concluir, es importante situar al Qhapaqñan en perspectiva diacrónica, pensándolo como un momento en una historia de prácticas de interacción interregional y materialidades asociadas, que en los Andes circumpuneños tiene una profundidad temporal de milenios y mantienen vigencia actual. Los materiales arcaicos y formativos registrados en algunos de los sitios investigados demuestran que la construcción del camino Inka significó a menudo la simple formalización y apropiación, a través de la imposición de una arquitectura y un diseño, de rutas que habían sido transitadas durante siglos. El caso de Tambo Cañapa, que siguió sirviendo como lugar de descanso de viajeros durante la época colonial, nos recuerda a su vez que gran parte de la vialidad Inka continuó en uso tras el colapso del Tawantinsuyu, dejando así una impronta persistente en la estructura de los paisajes culturales andinos.

NOTAS

1. Todos los trabajos se realizaron al oriente de la línea de frontera con Chile.

2. Se utiliza el concepto de "sitios de enlace" con referencia a instalaciones asociadas al Qhapaqñan y erigidas por el estado, cuya función principal fue proveer a los contingentes en tránsito por el camino con un lugar de descanso al cabo de la jornada. Se opta por esta denominación, en lugar de las comúnmente empleadas de tambo, tambillo, posta, chasquiwasi, etc., para evitar las múltiples connotaciones funcionales y de jerarquía en el sistema de sitios asociados al camino que han asumido estos términos. No obstante, se mantiene el término "tambo" y otros semejantes cuando forman parte de topónimos o nombres de sitios previamente asignados por otros investigadores.

Agradecimientos

Las investigaciones presentadas se realizaron a través de un convenio entre el Viceministerio de Cultura de Bolivia y el Proyecto Arqueológico Altiplano Sur. Los trabajos fueron financiados por FONDECYT (Proyecto de Incentivo a la Cooperación Internacional 7010327) y The National Geographic Society (Grant #7552-03). Agradecemos a Pablo Rendón (DINAR) por su participación en distintas etapas de la investigación, a Pablo Mercolli por el análisis zooarqueológico de Tambo Cañapa, a Michael Glascock por los análisis de obsidianas mediante INAA, a Julio Avalos y Malena Vázquez por su colaboración en el trabajo de campo y de laboratorio y a Malena por la confección de las figuras.

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