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Intersecciones en antropología

versión On-line ISSN 1850-373X

Intersecciones antropol.  n.7 Olavarría ene./dic. 2006

 

La invención de la etnicidad y el desalojo de ocupantes ilegales en el barrio del Abasto de Buenos Aires

María Carman

María Carman. CONICET. Programa de Antropología de la Cultura, Instituto de Ciencias Antropológicas, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, Argentina. Rosetti 536 (1602) Florida, Buenos Aires. E-mail: mariacarman@sinectis.com.ar

Recibido 30 de Junio 2005. Aceptado 20 de Abril 2006

RESUMEN

A pesar de que en su vasta mayoría provienen del interior de la propia Argentina, los ocupantes ilegales de baldíos e inmuebles del barrio del Abasto de Buenos Aires fueron históricamente imaginados -tanto por el Estado como por el resto de la sociedad- como bolivianos y peruanos indocumentados. Ahora bien ¿qué sucede cuando esos bolivianos y peruanos que también habitan el Abasto son "redescubiertos", en los últimos años, por parte del poder local? En efecto, frente al progresivo refinamiento de la competencia cultural entre ciudades, peruanos y bolivianos dejan de ser vistos como aquellos que "roban trabajo a los argentinos" para pasar a ser apreciados como sujetos de derechos y ciudadanos de una Buenos Aires cosmopolita que recibe con beneplácito su cuota de exotismo. En este trabajo interesa reconstruir los argumentos presentes en dicha invención de la etnicidad y su articulación con la "purificación del territorio" y el desalojo de "habitantes indeseables" en dicho barrio porteño.

Palabras clave: Ocupantes ilegales; Competencia cultural; Invención de la etnicidad; "Purificación del territorio".

ABSTRACT

The invention of ethnicity and the clearing of squatters in Buenos Aires' Abasto Neighborhood. Although a large majority of squatters of buildings and empty lots in the Abasto neighborhood of Buenos Aires come from inland provinces in Argentina, both the state and the rest of the population have historically imagined them to be undocumented Bolivians and Peruvians. What happens when the Bolivians and Peruvians that also live in Abasto are "rediscovered," in recent years, by local authorities? In effect, confronted by the increasing refinement of cultural rivalry between cities, Peruvians and Bolivians are no longer considered as those who "steal jobs from Argentinean people," but have become valued as juridical subjects and citizens of a cosmopolitan Buenos Aires which welcomes with approval its quota of exoticism. The aim of this paper is to identify the arguments used in this invention of ethnicity and their connections with "territorial purification" and the removal of "undesirable inhabitants" from this barrio of Buenos Aires.

Keywords: Squatters; Cultural competence; Invention of ethnicity; "Purification of the territory".

INTRODUCCIÓN1

A pesar de que en su vasta mayoría provienen del interior de la propia Argentina, los ocupantes ilegales de baldíos e inmuebles del barrio del Abasto de Buenos Aires fueron históricamente imaginados -tanto por el Estado como por el resto de la sociedad- como bolivianos y peruanos indocumentados. Ahora bien ¿qué sucede cuando esos bolivianos y peruanos que también habitan el Abasto son "redescubiertos", en los últimos años, por parte del poder local? En efecto, frente al progresivo refinamiento de la competencia cultural entre ciudades, peruanos y bolivianos dejan de ser vistos como aquellos que "roban trabajo a los argentinos" para pasar a ser apreciados como sujetos de derechos y ciudadanos de una Buenos Aires cosmopolita que recibe con beneplácito su cuota de exotismo.

No obstante, esos mismos inmigrantes de países vecinos pueden ser vistos, alternativamente, como una amenaza. En este sentido, existe una coincidencia de intereses entre actores públicos y privados, de favorecer la expulsión negociada de la "cara menos turística" del barrio de Gardel: ocupantes ilegales de casas, habitués de bailantas, inquilinos de hoteles-pensión.

En este trabajo interesa reconstruir los argumentos presentes en dicha invención de la etnicidad y su articulación con la purificación del territorio y el desalojo de habitantes indeseables en dicho barrio porteño, desde 1993 hasta la actualidad.

LOS "ILEGALES" Y LOS DESALOJOS EJEMPLARES (1993-1998)

En este primer apartado se analizará el complejo vínculo que se teje entre ocupantes de casas, inmigrantes de países vecinos a la Argentina y los desalojos compulsivos que ambos sufrieron en la ciudad de Buenos Aires durante la década pasada2. Se centrará la atención, no obstante, en las peculiares características que asumió este proceso en el barrio del Abasto de dicha ciudad, lugar donde se ha investigado desde 1993 hasta la actualidad.

El destino del barrio del Abasto estuvo históricamente atado al destino del Mercado Central de frutas y verduras homónimo. A partir de la inauguración de dicho Mercado, en 1893, se estructuró un barrio de inmigrantes con prostíbulos, conventillos, cantinas y teatros, cuya máxima celebridad fue el "Morocho del Abasto": Carlos Gardel. Casi un siglo después, cuando el Mercado fue clausurado y trasladado al conurbano en 1984, una vasta proporción de su población quedó sin empleo y se fueron ocupando progresivamente los espacios vacíos de sus alrededores, sumándose así las casas tomadas3 a las viviendas ya existentes: inquilinatos, hoteles pensión, casas y edificios de departamentos. El edificio de dicho Mercado permaneció cerrado hasta 1998, año en el que fue reabierto bajo la forma de un shopping.

Una de las peculiaridades que distinguían al barrio durante los años en que el Mercado permaneció cerrado (1984-1998) se puede resumir en el marcado contraste entre los grupos sociales que allí convivían: residencias de clase media (edificios, casas dúplex, etc.) contiguas a deteriorados conventillos de sectores populares. Dar cuenta de este escenario urbano implicaba reconocer actores contrapuestos como las instituciones "prestigiosas" y las populares; propietarios y sin techo; inmigrantes del interior del país y de otros países cercanos (Bolivia y Perú); vecinos de clase media y ocupantes ilegales de casas tomadas.

Las primeras alusiones mediáticas al Abasto como el "Bronx porteño" se remontan a 1991, donde las casas tomadas, en tanto aún no existía la expresión, eran aludidas alternativamente como restos de antiguos caserones o baldíos convertidos en villas miseria; habitadas por dealers y "marginales que no figuran en ningún censo" (Clarín, 26 de abril de 1991:26-27 y Clarín, 1 de setiembre de 1998:48).

En efecto, en pocas cuadras había más de medio centenar de casas tomadas, incluyendo algunos baldíos, y una veintena de hoteles pensión. La metáfora del Bronx aludía tanto a su abandono como a su cualidad de "refugio de sobrevivientes, algunos violentos" (Clarín, 29 de mayo de 1994:22-23). En efecto, la marcación de identidad fundamental de los ocupantes del Abasto se vinculó durante años con su supuesta condición de inmigrantes ilegales provenientes de Perú o Bolivia4. "(...) el paisaje de las casas tomadas se repite. (...) Mucho de los habitantes, si no la mayoría, son peruanos. (...) Dicen que son estos inmigrantes los mayores proveedores de la pasta base [una droga pesada, residuo de la cocaína]. Y debe ser cierto (...)." (Suplemento NO Página/12, 22 de abril de 1999:4-5).

Esta visión de los medios de comunicación coincidía con las expresiones de vecinos e instituciones barriales: "Yo no entiendo cómo pueden vivir así, en la mugre... (señala sin disimulo una casa tomada enfrente a nosotros). A estos no les importa nada... (...) Acá hay mucho extranjero (mueca de desagrado), mucho boliviano, pero sobre todo peruanos". (Graciela, aproximadamente 50 años, inquilina de un viejo edificio del Abasto. Entrevista realizada por M. Carman).

Los sectores mejor posicionados atribuían a los ocupantes determinados comportamientos, derivados no de su aparente condición de bolivianos o peruanos per se sino de una condición más compleja: la de inmigrante ilegal. Podía detallarse prácticamente como una sumatoria "lógica" de ilegalidades: tomar una casa - ser inmigrante ilegal - delinquir - instalar locutorios clandestinos - consumir o traficar drogas, etc. Esta sustitución funcionaba, diría Appadurai (1988 en Clifford 1991), como un freezing metonímico en el que un aspecto de sus vidas reemplazaba al todo y se convertía en una taxonomía antropológica.

Tanto en el barrio estudiado como en el resto de la ciudad de Buenos Aires, tal aparente "desborde" de las casas tomadas era visibilizado para la condena social y como preludio de un desalojo pedagógico por parte del Estado. La lógica subyacente de lo que se denomina aquí desalojos ejemplares o pedagógicos consiste en desarticular cualquier posibilidad de resistencia a partir de la imposición de una violencia explícita, que se muestra además como una advertencia sobre el poder coercitivo estatal hacia el resto de las ocupaciones ilegales de baldíos o inmuebles. Estas expulsiones moralizantes suelen condensarse en unos pocos días, como consecuencia de una decisión política que no siempre es explicitada.

Tal fue el caso, por ejemplo, de los desalojos ejemplares acontecidos en Buenos Aires durante el mes de julio de 1993, especialmente el caso del solar histórico de Marcó del Pont, de 1871, ubicada en el barrio de Flores, y de las bodegas Giol, la ocupación más emblemática que tuvo la ciudad. En el primer caso, a partir de órdenes precisas del entonces presidente Menem que obviaron la necesaria intervención de la justicia, se desalojó ilegalmente a los ocupantes durante la madrugada, con amenazas y quemas de pertenencias incluidas. Más violento aún resultó el desalojo de las bodegas Giol, en pleno barrio de Palermo, donde vivían más de 1500 personas. Fueron desalojadas con 300 efectivos policiales, tanquetas, helicópteros, guardia de infantería, camiones y micros. Vale decir que a los más ilegales solo les correspondía, por parte del Estado, una acción también ilegal, que en este caso remitía a los métodos tristemente célebres de la dictadura militar. La directiva expresa del Presidente, tal como lo explicó el Jefe de la Policía Federal, fue la de instrumentar "un dispositivo prevencional y disuasivo en la ciudad de Buenos Aires para impedir que se produzcan nuevas ocupaciones" (La Nación, 30 de julio de 1993:17).

Como complemento de esos desalojos ejemplares se sucedieron, en la misma época (1993), una serie de allanamientos a "residencias ilegales" de peruanos, acusados además de instalar locutorios clandestinos. Los operativos se daban en el contexto de un endurecimiento de la política oficial, tanto con los ocupantes de inmuebles como con los inmigrantes de países vecinos. En relación a los primeros, otras medidas implementadas en la misma época daban cuenta de dicho endurecimiento, tales como la creación de la Secretaría de Seguridad; el proyecto de ley promoviendo el desalojo inmediato de ocupantes; y la instrucción especial que recibieron los fiscales nacionales de informar los casos de usurpación que se les presentaran y continuar con las causas penales hasta las últimas consecuencias5. A esto se sumó una trama de acciones indirectas que completaban la estrategia de expulsión, como las compañías privatizadas reclamando deudas descomunales por servicios (cf. Herzer et al. 1995:11-28).

En relación a los segundos, sólo en 1994 fueron expulsados del país más de 23.000 inmigrantes de países vecinos por diversas contravenciones. En un contexto nacional en que los desocupados y subocupados del Área Metropolitana de Buenos Aires habían ascendido, en solo tres años, de 661.000 a 1.022.000 personas, dichos extranjeros eran acusados de "robar" el trabajo a los argentinos. Estas medidas restrictivas resultaban complementarias, en tanto las prácticas y discursos oficiales, así como los medios de comunicación, consideraban a ocupantes e inmigrantes ilegales como un idéntico sector de población.

EL ESTIGMA ÉTNICO

En franco contraste con esta construcción hegemónica, resulta cuanto menos irónico que el propio Gobierno de la Ciudad estimara que la mayoría de los ocupantes ilegales de inmuebles proviene del Gran Buenos Aires, en segundo lugar del interior del país y en tercer lugar de países limítrofes y Perú. En el caso del Abasto, los ocupantes de inmuebles tampoco eran, en su vasta mayoría, inmigrantes ilegales, sino un grupo prevaleciente de personas que vino del interior del país -en particular de las provincias del norte- en busca de mejores oportunidades laborales6.

No obstante, esta invención de la etnicidad7 de los ocupantes produce un efecto de realidad8 casi imposible de contradecir con datos empíricos. Aquí lo étnico está funcionando como una adscripción de una nacionalidad otra, por lo que simultáneamente se trata de una "invención de lo nacional". Se conjugan los atributos étnicos adjudicados a bolivianos o peruanos (piel oscura, estatura baja, contextura rolliza) con la condición de no-argentinos. En la medida en que el proyecto de "limpieza cultural" de nuestra nación se expresó aplanando diferencias y homogeneizando a sus habitantes (Segato 1998:183), no resulta incomprensible que un colla -etnia común de nuestras provincias norteñas-, sea "traducido" por la mirada del porteño como "bolita" o peruano; vale decir, desplazado a la condición de extranjero. Esto se vincula con el fuerte carácter xenofóbico expresado en el país durante aquellos años y en particular, en relación a las usurpaciones.

La constitución de una identidad valorada resultaba, desde este punto de vista, bastante ardua para los ocupantes, ya que existía una gran brecha entre la auto-atribución de identidad (cómo los ocupantes se pensaban a sí mismos), y la alter-atribución, en donde el término ocupante venía tan asociado a una realidad casi palpable de trasgresión o delincuencia, que no parecía posible rescatar ese término para conferirle otro sentido. Haciendo frente a estos condicionamientos, una posibilidad era que disputaran el término con que se los designaba y los sentidos que le venían asociados9 (cf. Penna 1992) estableciendo una diferencia discursiva entre ser ocupante y estar ocupando.

Contrariamente a los habitantes de las villas miseria, que se apropiaron del rótulo estigmatizante con los que son nombrados por la sociedad -"villeros"-, resignificándolo en términos reivindicativos, los ocupantes no se denominaban a sí mismos de tal manera: "Nelson: ...Y acá dice [alude a una carta que les envió Edesur, la empresa privatizada de la luz] 'Sres. ocupantes'. ¿Cómo ocupantes? ¿Por qué dice así? ¡Nosotros somos personas, no ocupantes, así que acá tendrían que ir nuestros nombres!" (Nelson, 33 años. Entrevista realizada por M. Carman).

Desde sus percepciones, el hecho de habitar "provisoriamente" una casa investía una situación de ilegalidad, y no ellos, que en última instancia eran una suerte de ciudadanos pauperizados. Evitaban así el riesgo ontológico de tal identidad, apelando a una moral intachable, un pasado o futuro glorioso (y de tan distante, incomprobable), una nacionalidad digna e insuperable, o un trabajo esforzado como ninguno.

La comunidad boliviana del Abasto, fuertemente estigmatizada para esa época (1993-1998), también debió apelar a diversos recursos para mostrar una imagen más favorable de sí misma. Esta legitimaba parte de su accionar a partir de los hijos de los ocupantes de "la cortada10", a la vez que hacía uso del recurso patrimonial por excelencia del barrio: el mito de Gardel.

Durante este período del Abasto vivido como Bronx, la mutual boliviana Juana Azurduy de Padilla trabajaba en la alfabetización de los chicos de la cortada Carlos Gardel. La presidenta de la mutual, Ana, comentaba que a las madres de los chicos "no le preguntamos nada", aludiendo a que no iban a discriminar a los chicos de sus actividades porque sus padres se dedicaran a actividades non sanctas.

En conmemoración del aniversario de la muerte de Gardel, la mutual boliviana había organizado un evento que mezclaba comidas típicas de Bolivia con tradiciones argentinas, y cuya presidenta hablaba en los siguientes términos: "... nosotros lo que queremos es recuperar la historia, por eso elegimos esta fecha. Este es un barrio muy especial, con raíces, con mucha historia, y una historia muy rica. Vos pensá que Gardel vivió acá, Gardel era no sé si decirte un chico de la calle pero sí, un chico de la cortada, un cartonero. Imaginátelo a él pobre, a los ocho años, viviendo con la madre... era un chico más... Por eso me parece que decir 'homenaje al aniversario de Carlos Gardel' en este barrio tiene mucho significado, ¿no?" (Elsa, presidente de la mutual boliviana Juana Azurduy de Padilla).

En su discurso se entreteje la historia de "Carlitos Gardel inmigrante", un chico pobre y regordete del barrio, con la de los niños argentinos de la cortada a los que ellos procuraban, según sus expresiones, "reinsertar en la sociedad" y "salvar de la delincuencia". La mutual boliviana se construyó ideológicamente como parte del "nosotros" -la sociedad argentina- que se encargaba tanto de rescatar tradiciones nacionales olvidadas como de integrar a los "otros": los niños argentinos marginales, hijos de ocupantes ilegales delincuentes.

LAS POLÍTICAS DE EXPULSIÓN (1999-2002)

Luego de la inauguración del shopping en el predio del ex Mercado de Abasto, el barrio fue objeto de una intensa activación patrimonial que se expresó en la instalación de torres-country11, un restaurante temático, un hipermercado, un hotel internacional, casas de antigüedades, teatros, la peatonal Carlos Gardel y la Casa Museo Carlos Gardel. Para esa época, fueron desalojadas muchas casas tomadas de los alrededores del Mercado, si bien subsisten otras, pese al nuevo paisaje producido por el reciclaje. Dichos desalojos fueron efectivizados por la empresa IRSA -responsable de la construcción del shopping, el hipermercado y las torres- bajo una modalidad light: dinero contante y sonante a cambio de su exilio y silencio. Si el shopping se vinculó al "renacimiento del barrio del Abasto" (Clarín, 13 de julio de 1998), este encontró sus condiciones de posibilidad no sólo a partir de las nuevas construcciones, sino también a partir de aquellos desalojos y demoliciones de casas tomadas digitados por la empresa IRSA, y avalados implícitamente por el poder local12.

El proyecto más reciente es la Ciudad Cultural Konex, el centro cultural privado más grande de la ciudad que se está construyendo en una vieja fábrica. Dada la vinculación de la zona con el tango, la idea consiste en impulsar una reconversión del área con una articulación de acciones entre el sector público y privado. Este proyecto común, convocado originalmente por Konex, se denomina "Cultura Abasto", y nuclea a los empresarios responsables de los mega emprendimientos citados -el shopping, las torres, el hotel, etc.-, a algunos teatros independientes e instituciones barriales, y a diversas Secretarías del Gobierno de la Ciudad.

El objetivo explícito de "Cultura Abasto" se vincula, por supuesto, con la "obsesión gentrificante13" -a esta altura tanto privada como pública-, de convertir al Abasto en un polo turístico-cultural en torno al tango; vale decir, de lograr imponer una "marca" del Abasto a nivel de la ciudad y con vistas a un mercado extranjero. No obstante, otras son las cuestiones que desvelan a estos grandes capitales en sus reuniones: entre ellas, favorecer las condiciones para la "salida negociada" de la "cara menos turística" del barrio ennoblecido: vendedores ambulantes, habitué de bailantas u ocupantes ilegales de casas.

Tanto las bailantas como los hoteles-pensión son identificados como sitios que "generan cosas terribles": peleas, alcohol, drogas, tiros. Un hotel-pensión es asumido como una de las últimas "lacras sociales" del barrio, y algunos consideran que la calle Zelaya -donde sobreviven casas tomadas- sigue siendo muy peligrosa. Algunos empresarios involucrados en Cultura Abasto miden el éxito de su emprendimiento -al igual que IRSA, la empresa responsable del shopping y las torres- tanto en la atracción de consumidores de clase media como en una expulsión negociada de los sectores populares con una suma de métodos: dinero en efectivo; anuencia (o laissez faire) gubernamental y policial; y, en síntesis, violencia inadvertida.

Un grupo de vecinos de clase media, por ejemplo, participó en la elaboración de una serie de proyectos culturales cuya materialización se vinculó, directa o indirectamente, con la necesidad de desprenderse de los habitantes más precarios del espacio barrial. Este fue el caso del Proyecto Parque de la Estación, un proyecto impulsado por un grupo de vecinos y posteriormente aprobado por el Consejo Consultivo Honorario del Centro de Gestión y Participación (CGP) de la zona, dependiente del Gobierno de la Ciudad.

En efecto, durante 2002 se "recuperaron" dos terrenos de la zona de Abasto -y otro correspondiente al distrito, aunque más lejano-, con el objeto de convertirlos en espacios verdes, recreativos, e incluso para gestionar un espacio de alimentación y contención a niños pequeños. La "recuperación" incluyó la reubicación de familias que vivían en el lugar a través de subsidios habitacionales. No obstante, según el comentario de una empleada municipal participante del operativo, el subsidio es "pan para hoy y hambre para mañana"; pues se dilapida rápidamente en un hotelpensión y a los pocos meses, la familia queda en la calle otra vez. Con lo cual dicho subsidio opera como una vía -solo en apariencia no violenta ni extorsivapara efectivizar la expulsión.

Hoy día, un gran número de políticas vinculadas al mejoramiento ambiental o cultural del barrio precisan, como punta de partida, desplazar a los habitantes considerados indeseables. Estas construcciones de lo natural o lo ecológico por sobre lo social encuentra innumerables antecedentes en la ciudad. Para echar a los ocupantes de las bodegas Giol, por ejemplo, la sociedad vecinal de Palermo Viejo proyectaba la parquización del lugar. En el caso de un baldío tomado de Belgrano Chico -conocido como "el muro de Olazábal"-, un grupo de vecinos propuso hacer una colecta para comprar el terreno tomado y construir una plaza.

En todos los casos, lo ambiental resulta un argumento "neutral" para echar ocupantes, pues se los desaloja "por su propio bien", "por su propia seguridad", o para defender el espacio público. Por esa aparente ausencia de carga ideológica, el embellecimiento ambiental o cultural de un área degradada gana un consenso rápido entre actores diversos, por contraposición a la problemática de los ilegales o los sin techo, que es objeto de múltiples disputas.

Los ocupantes del baldío de Lavalle y Jean Jaurés, en el barrio del Abasto, fueron desalojados en varias oportunidades por el poder local. Los moradores del baldío accedían voluntariamente a ir a un hotel, pero luego volvían a instalarse en el baldío o, cuando esto era imposible, "tomaban" la vereda y dormían en colchones a la intemperie. La delegación comunal impli cada no podía fumigar el terreno porque había niños. Cuando este objetivo se alcanzó, la desratización del terreno fue publicada en un panel -correspondiente a esta repartición- en el shopping Abasto de Buenos Aires, a propósito de la presentación pública del emprendimiento Cultura Abasto. El arduo desalojo prosperó, finalmente, como un "logro ambiental".

Para comprender el relativo "éxito" de estas políticas de expulsión -en muchos casos también libradas en manos de estas grandes corporaciones privadas-, habría que apuntar ciertos rasgos predominantes del imaginario urbano sobre Buenos Aires que, directa o indirectamente, apoyan estos operativos de "limpieza" social, étnica o cultural. Ello en referencia a que persiste una representación muy arraigada de Buenos Aires como una ciudad civilizada y rica que merece ser habitada, análogamente, por individuos con cierto capital económico, cultural y social, y no por la "barbarie" asociada al atraso o la delincuencia. La pobreza se representa, desde esta percepción hegemónica de la clase media ciudadana, como algo exogámico a la pretendida "capital cultural de América Latina14"; vale decir, una suerte de mal que no debería formar parte de Buenos Aires.

Se trata, como diría Arantes (1997), de una guerra entre distintas estéticas. Bajo esta forma de percibir, y consecuentemente, de ordenar la ciudad, las bailantas, los hoteles-pensión y las casas tomadas son tratados fundamentalmente como un problema estéticoambiental, que acarrea problemas de seguridad. Esto resulta congruente con no considerar a sus habitantes como personas ni como ciudadanos. La rehabilitación está destinada a la "redención del espacio y al esponjamiento clarificador de un paisaje considerado como denso y opaco. El fin reconocido de esa auténtica purificación del territorio es generar identidad" (Delgado Ruiz 1998:106. El resaltado es mío).

LA INVERSIÓN DE SENTIDO

Así como una exaltación de la diversidad comenzó a operar en el barrio desde la inauguración del shopping, sus migrantes también se fueron tornando progresivamente atractivos. En efecto, en estos últimos años hubo, por parte del poder local, una revalorización de la comunidad peruana y boliviana del barrio como portadores de una cultura enriquecedora, que por primera vez comienza a autonomizarse del estigma de ser ocupantes ilegales de casas.

Uno de los objetivos explícitos de Estudio Abierto15, un evento cultural organizado por el Gobierno de la Ciudad, fue la "integración de las distintas colectividades" (…) "sin distinción de estéticas o valoración de unas por encima de otras" (Suplemento Estudio Abierto Abasto, La Nación, 30 de mayo de 2002:2). Lo curioso es que parte de esta reivindicación de las minorías migrantes del Abasto provenía de una iniciativa de la Dirección General de Derechos Humanos, preocupados por "…integrar a un circuito que habitualmente mira hacia otro lado el trabajo -muchas veces marginado- de artistas de Perú, del Ecuador o del Brasil, que a diario hacen del Abasto un lugar más rico e interesante de lo que suele aparecer reflejado en la oferta cultural tradicional". De este modo, la Dirección municipal de Derechos Humanos incluyó en la muestra de Estudio Abierto Abasto las producciones de "…hombres y mujeres venidos de países hermanos, en particular desde el Perú; (…) propuestas estéticas que se nos ofrecen como verdaderas prácticas de resistencia ante los intentos de relegar a los márgenes o de esconder en el cómodo cajón del olvido algunas experiencias problemáticas de la sociedad" (Suplemento Estudio Abierto Abasto, La Nación, 30 de mayo de 2002:2).

Daba la impresión de que esas obras artísticas, leídas unánimemente como "prácticas de resistencia", no podían acceder al circuito cultural por sus propios méritos, y ameritaban la bienintencionada intervención de la Dirección de Derechos Humanos por tratarse de una minoría étnica o inmigrantes supuestamente marginalizados.

Lo étnico, dentro de esta nueva lógica reivindicativa del poder local, también fue ofrecido como una posibilidad de "explosión" de los sentidos, o bien de ser turista en el propio terruño. La propuesta era, en lugar de pensar al diferente en tanto extraño, imaginar por un rato al ciudadano como un extraño al interior de su propia "ciudad plural".

Esta magia del miniturismo operaba la conversión de los migrantes étnicos en personajes agraciados, cargados de un misterio hasta entonces desconocido. Los migrantes étnicos no restaban sino que sumaban, en la medida en que tenían cierto folclore, cierto sabor "auténtico", comprobable o no, para ofrecer.

Al porteño acostumbrado a jugar de local se lo pretendía, por un rato, visitante. Aún en una fonda atiborrada de la avenida Corrientes, se procuraba rescatar la vivencia de un Perú legítimo, como si estuvié semos en pleno altiplano. El viaje a lo diferente dejaba de ser vivido como una amenaza para transformarse en un encanto por descubrir.

Metonímicamente, las identidades de estos migrantes "redescubiertos" se pretendían vivas, penetrantes y originales como el ají del cebiche o los acordes de un ritmo afroperuano. Se los consideraba a ellos mismos, en suma, tal como se consideraba a las expresiones más visibles de sus comidas, artesanías o músicas16. Como un "algo" que, de tan exótico, no termina de ser "alguien" ni de integrarse, pues su integración era, en todo caso, tan ficcional como esa experiencia del Perú en el corazón de Buenos Aires.

Lacarrieu (2002) trabaja precisamente esta cuestión de cómo, si bien existe una demanda cada vez mayor de que "otros" se expongan como diversos, no son ellos quienes hablan desde su diversidad sino los organismos internacionales, gobiernos y empresarios quienes los hacen hablar y hasta hablan por ellos, imponiendo qué tipo de diversidad puede admitirse y hasta dónde extender la misma. El recurso de una Buenos Aires multicultural, señala Lacarrieu (2002), contribuye al fortalecimiento de una ciudad atractiva y competitiva en términos simbólicos: "En esa perspectiva, acciones públicas promovidas por los gobiernos locales o mismo las desarrolladas por los privados, colocan en el componente exótico de la inmigración -en algunos casos otorgando más potencia al componente étnico- un valor material y simbólico, que puede contribuir a su capitalización en pos del fortalecimiento de la identidad urbana, pero también para volverse un segmento potencial del mercado" (Lacarrieu 2002:9).

En el mismo gesto en que esta diferencia es acogida sin conflicto, es también banalizada bajo los preceptos dominantes de un multiculturalismo blando17 o bien, en términos de Bhabha (1994, en Segato 1998), de un multiculturalismo liberal anodino18. No resulta sorprendente que esta prédica multicultural ofrezca claras muestras de una extrema corrección política. Sin embargo, la demagógica inclusión "express" de los hasta "ayer" excluidos no deja de resultar una paradoja. Es el propio poder local quien exalta ahora "el valor de la diversidad" y "la riqueza de la mezcla" (Revista Ciudad Abierta del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Página/12, 30 de mayo de 2002:2) mientras que, no hace tanto tiempo atrás, esos mismos bolivianos y peruanos formaban parte del más oscuro circuito del Abasto concebido como "Bronx porteño".

Como ya vimos, el Abasto cargó con la acusación de ser el "Bronx porteño", estigma que entró en desuso a partir de la inauguración del shopping en 1998. Dicha denominación volvió a la carga, pero con un sentido renovado. Un prestigioso director teatral off Corrientes evocaba el Abasto como "Bronx porteño", a comienzos de los '90, aunque en un sentido revalorizante: "El Abasto era el Bronx. Peligroso, pero bello. No la belleza del brillo ¿pero quién se resistía a visitar la negrura del Bronx? Quien lo conoció antes no lo va a poder olvidar" (Suplemento Estudio Abierto Abasto, La Nación, 30 de mayo de 2002:4). La idea de Bronx dejó de funcionar, pues, como una "mancha", un nombre degradante, y pasó a convertirse en una nueva leyenda -el misterio de las casas tomadas junto al Mercado abandonado- adicionándose al trajinar mítico del barrio.

En sintonía con lo expuesto, existe una creciente presencia de un discurso integrador -o al menos de no discriminación explícita- en instituciones del espacio local. Los agentes de policía de la circunscripción correspondiente al Abasto describían, por ejemplo, a los ocupantes de casas tomadas, abiertamente, como "animales".

En la actualidad, el subcomisario de esta misma circunscripción instó en una reunión de Cultura Abasto a un importante empresario a "no discriminar", frente a una interpelación respecto a la presunta nacionalidad extranjera de los habitués de las bailantas locales: Empresario responsable del Centro Cultural Konex: - ¿Quiénes van a las bailantas? ¿Es un público local nacional o extranjero?

Subcomisario de la seccional novena: -No discriminemos. Es gente que va a bailar. (Fuente: L. García, responsable de las visitas guiadas locales, y participane de Cultura Abasto).

Nadie quiere ser acusado de discriminar y, al mismo tiempo, de los excluidos "no se habla", o bien se alude a ellos a través de eufemismos y circunloquios. Ante su falta de reconocimiento entre los operadores políticos, la desigualdad se mistifica.

Dentro de este contexto de homogeneidad cultural que se pretende imponer, los escasos ocupantes de casas tomadas que aún habitan en el espacio barrial reivindican su permanencia en el barrio, pues prefieren el espacio propio que les provee la casa -aún con todas sus dificultades- que otras posibilidades. En el contexto de los numerosos desalojos efectivizados tanto por la empresa IRSA como por el poder local, los ocupantes "sobrevivientes" no reconocen abiertamente a los desalojados como pares; ya sea porque los ocupantes aducen desconocerlos o porque encubren el verdadero destino del desalojado cuando éste viene emparentado a un «descenso» social respecto a la casa tomada. Ni siquiera en esta situación límite donde otros ocupantes son desalojados ellos se sienten familiares, próximos a ellos. La ola masiva de desalojos no hace sino aumentar su fragmentación como grupo social, por contraste a la estridente legitimidad que adquiere el shopping y por añadidura, el barrio todo19.

EPÍLOGO

Durante el primer período analizado en este trabajo (1993-1998) se entrelazaban y apoyaban mutuamente, para el caso de los sectores populares del Abasto, las desventajas económicas y el irrespeto cultural (cf. Fraser 1997:18). Retomando los ejemplos trabajados de la comunidad boliviana y los ocupantes ilegales de casas durante dicho período, se puede hipotetizar acerca de dos procesos diferenciados de construcción de identidad en sectores subalternos.

El caso presentado de la comunidad boliviana coincide con el de diversas minorías que se ven forzadas, para obtener un reconocimiento como tales, a recurrir a una identidad en sentido clásico, vale decir, construida a partir de atributos fijos y en apariencia estables. La identidad unificada o esencial puede volverse un recurso en la medida en que se trate de un actor con un mínimo de legitimidad: "Me refiero a una modalidad ya casi global de reclamo en la que grupos locales determinados colocan en la identidad el eje articulador de las demandas, en las que suele convocarse al patrimonio y la preservación de los lugares o de los orígenes y por tanto de las 'pautas culturales tradicionales' -como en el caso de algunas poblaciones indígenas-, recurriendo a categorías de la nostalgia, como 'pueblo', 'raíces', 'comunidad' -si bien no siempre se trata de nostalgia" (Lacarrieu 2000:12).

En estos casos se pone en juego una intención instrumental narrativa que, como arguye Díaz Cruz (1993 citado en Safa 1996:23) "sacrifica las diferencias internas del grupo en beneficio de una unidad para incrementar su poder de negociación, de imposición, de lucha y/o resistencia". Spivak (1988) denomina a este proceso el esencialismo estratégico, en el cual cada grupo debe "esencializarse" para armar su especificidad y lograr reconocimiento social.

Por el contrario, los ocupantes de baldíos e inmuebles construyen sus identidades desde una permanente maleabilidad: la identidad de "intruso" se superpone y contradice con otras identidades presentes en dicho grupo social. Los ocupantes apelan a diversos atributos étnicos, de clase, regionales o culturales para la invención de su propia identidad, y desde cada una de estas experiencias de la identidad se afirma o se niega una identidad diferenciada. A diferencia de las minorías aludidas más arriba, los ocupantes recurren a identidades múltiples que no ponen el acento en la coherencia y la continuidad sino en el cambio, con el objeto de sustraer las líneas de visibilidad que "trazan" sobre los sitios donde se asientan y recuperar cierto status de legalidad tras el "pecado original" de vulnerar la propiedad privada. Frente a la identidad esencial que les atribuye el Estado y buena parte de la sociedad, homogeneizándolos y silenciando sus diferencias, los ocupantes producen un desplazamiento constante de la diferencia. La paradoja se resume en lograr una permanencia en la ciudad que les habilita la sobrevivencia y donde transcurre, en definitiva, su presente, aunque ellos nieguen ese presente degradante en sus narrativas.

Desde 1998 en adelante, algunos grupos étnicos inscriptos en el territorio fueron reabsorbidos y "recuperados" por parte de las autoridades de la ciudad como parte esencial de la pluralidad de la Buenos Aires contemporánea. En un cínico travestismo, la subalternidad fue presentada bajo el atuendo de lo meramente "rico" y "diverso". Se pueden rastrear diversas políticas sociales y culturales del poder local que, por un lado, continúan denostando a los ocupantes y facilitando las condiciones de su expulsión mientras que, por otro -en el marco de un culturalismo light-, se presume sobre la defensa de los derechos de los inmigrantes20.

Los actuales gestos de rescate o "aprecio" cultural de algunas expresiones de la comunidad boliviana y peruana en dicho barrio no traen aparejados, como vimos, una consecuente asunción de los conflictos políticos involucrados, y no hacen más que volver su posición subalterna menos ostensiva pero, al mismo tiempo, más cínica. ¿Disminuye la desigualdad social frente al declamado reconocimiento de cierta diferencia?

Durante la década pasada, la construcción de los ocupantes a partir de una "sumatoria lógica de ilegalidades" sirvió de sustento para viabilizar los desalojos ejemplares. En la actualidad, y bajo el nuevo escena rio de los "cultos a la cultura", los desalojos se han desplazado mayormente de una violencia explícita a una violencia simbólica; aunque no por inadvertida, la violencia de la expulsión cesa de funcionar.

En el presente caso de estudio, la violencia explícita se corporizó en los casos en que fue imprescindible -desde cierta lógica dominante- disciplinar el exceso de ocupaciones sobre la ciudad, ya sea por su presencia en barrios demasiado prestigiosos (como las bodegas Giol en Palermo), o por invadir parte del patrimonio público, como el caso del solar histórico del barrio de Flores. Los actuales desalojos sin violencia persiguen, no obstante, el idéntico fin de disciplinar y moralizar sobre los usos correctos e indebidos de dicho espacio. Lo interesante de los casos reseñados es que la violencia se ejercitó, no azarosamente, contra un grupo preciso de habitantes de la ciudad: aquellos que interpelaron, tácita o explícitamente, formas consagradas de acceder al espacio urbano.

NOTAS

1 Una primera versión de este trabajo fue presentada en la Mesa 3 (Migraciones y desplazamiento forzado) del Encuentro Internacional "Buenos Aires-Medellín se miran y se encuentran". Medellín, Colombia, octubre 2004.

2 En este trabajo se retoma, como universo de análisis, quince historias residenciales de ocupantes ilegales que se ha logrado reconstruir, a través de sucesivas entrevistas abiertas y en profundidad, en los últimos trece años. En cuanto a la recolección e interpretación de fuentes secundarias, se trabajó con datos de los Censos Nacionales cruzados con datos provenientes de otras investigaciones afines, así como de diversas reparticiones del Gobierno de la Ciudad. También se realizó un importante acopio de material respecto al barrio del Abasto, o bien a políticas sociales, culturales o habitacionales en diversas Secretarías o Subsecretarías del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. El material periodístico sobre el barrio del Abasto abarca desde la época de inauguración del Viejo Mercado (1893) hasta la actualidad, y fue compilado en reparticiones nacionales, privadas y locales. También se emprendió una búsqueda minuciosa de las publicaciones barriales (revistas, diarios, folletería, etc.) que cubren el período de 1988 hasta la actualidad.

3 La toma de baldíos e inmuebles alude a individuos o familias de sectores populares que "rompen candado" y organizan su vida cotidiana en viviendas públicas o privadas abandonadas; piezas de inquilinatos que devienen ocupadas por el cese de pago; depósitos o fábricas cerradas u otros lugares ociosos de la ciudad, sin mediar vínculo legal con sus propietarios. Como señala Procupez (1995:18), es necesario discernir entre las ocupaciones que tienen lugar en propiedades estatales municipales o estatales nacionales. Dicha distinción entre las dos formas de propiedad estatal se vuelve pertinente por las diferencias en que las dos instancias operan en relación al fenómeno de las ocupaciones y a las propuestas realizadas por los ocupantes para la regularización dominial. De las 150 propiedades del Gobierno de la Ciudad que se calcula que están ocupadas, algunas se encuentran regularizadas a través de pagos bajo la figura de comodato.

4 Por otro lado, es cierto que existía -y existe aún hoy- una importante comunidad boliviana y peruana en el barrio, expresada en cantinas, bares, asociaciones y espacios bailables. Ellos recreaban -y recrean también en la actualidad- su cultura en el escenario barrial (fiestas, comidas típicas, etc.); aquello que Gilberto Giménez (1996:25) define como la reterritorialización simbólica de la cultura de origen en los lugares de destino. En tanto los ocupantes resultaban más invisibles, adquirían desde las miradas de los otros el «cuerpo» de este grupo vecino más ostensivo de la comunidad boliviana y peruana. Si en el mundo moderno "todos tienen y deben tener una nacionalidad" (Anderson 1993:22), los ocupantes fueron desplazados a la nacionalidad de no-argentinos, por su baja cotización como grupo social y su calidad de "indeseables".

5 La usurpación, como figura del Código Penal, sólo refería a aquella ocupación ilegal perpetrada por medio de violencia, engaño o abuso de confianza. Al modificarse el tipo penal de la usurpación -introduciéndose como medio comisivo el de la clandestinidad-, toda ocupación ilegal pasa a ser considerada una usurpación en términos de la ley penal (Ley 24.454, artículo 181 del Código Penal. Boletín Oficial de la República Argentina, 7/3/1995). No resulta azaroso que la policía aludiera a las ocupaciones en términos de usurpaciones, pues varias veces los oficiales de la comisaría novena transmitieron su malestar por lo que ellos consideraban la "ley blanda" que entorpecía su trabajo para lograr la "limpieza de la escoria" (sic).

6 En un sentido coincidente al que se comentó para el Abasto, Rodríguez señala que, en el caso de la ex Autopista 3, los extranjeros que vienen de países latinoamericanos limítrofes y de Perú constituyen solo el 20% de esta población. La proporción de extranjeros en los inmuebles ocupados de los que se registraban datos para esa época era de un 16% (cf. Rodríguez 1994:24, 1996, citado en Herzer et al. 1997). En el edificio Yatay, los extranjeros representaban el 12% del total de la población; en el ex PADELAI, el 11%; y en las bodegas Giol, el 16,5%. Las fuentes utilizadas surgen de relevamientos del Movimiento de Ocupantes e Inquilinos (MOI) y del Servicio de Asistencia Social de la entonces Municipalidad de Buenos Aires.

7 Sollors (1989, citado en Briones 1998:60-62) refiere a la invención de la etnicidad como ficciones colectivamente compartidas que son continuamente reinventadas. Otros autores retoman la noción de Sollors (1989, citado en Briones 1998), aunque pensada más como construcción cultural que como ficción colectiva.

8 La importancia del relato no radica en que sea cierto o no, sino en el efecto de real que produzca (cf. Barthes 1984:179-187 y Grossberg 1992:101). Este imaginario resulta, como diría con agudeza Castoriadis (1993:219), "más real que lo real".

9 Los términos no son propiedad exclusiva de ningún grupo social. La lucha no es entonces por el término en sí mismo sino por sus significados connotados, por la inflexión que le puede ser dada (Hall 1982 en Mercer 1991:428).

10 "Los de la cortada" era la sugestiva expresión local utilizada en alusión a la gente que vivía en las cuatro casas y baldíos tomados de la cortada Carlos Gardel, a solo media cuadra del extinto Mercado de Abasto. Se trataba de uno de los sitios que cargaba con más estigmas al interior del barrio. Sus pobladores anclaban su vida en economías subterráneas, en tanto no lograban anclarla ni en los lazos sociales, ni en el Estado, ni en una relación salarial estable. Dichas economías abarcaban actividades tan disímiles -según los ocupantes involucrados- como la mendicidad, el hurto callejero, el cirujeo o el tráfico de drogas.

11 Se trata de edificios perimetrados, con vigilancia las 24 horas y espacios comunes para el descanso y la actividad física.

12 En otro artículo (Carman 2005) se aborda lo que se llamó el "desalojo light", en donde, dentro de un contexto generalizado de reconversión de las esferas de lo privado y lo público, las fuerzas privadas retoman acciones de lo público. Según el relato de las trabajadoras sociales del Servicio Social de la zona, dependiente del Gobierno de la Ciudad, los ocupantes de casas que fueron "apretados" por los abogados de la empresa IRSA consultaron a esa dependencia municipal para que los asesoren si les convenía aceptar o no el "acuerdo" monetario que la empresa les proponía, a cambio de un desalojo "sin violencia". Las trabajadoras sociales se sintieron, cuanto menos, incómodas para manejar este tema desde su condición de representantes locales del Estado: "Era algo muy delicado, viste, y además no nos sentíamos respaldadas desde el Gobierno de la Ciudad como para hacer algo. Además, ¿qué íbamos a hacer? De última, era un arreglo entre privados..." (trabajadora social del Servicio Social. El resaltado es mío).

13 El neologismo, formado a partir de gentry (nobleza), pretende significar el proceso de reestructuración de algunas zonas urbanas, acompañado de un efecto de atracción sobre grupos de recursos económicos y culturales medios y superiores que allí establecen residencia o comercio. (O' Connor y Wynne 1997). Se trata de una especie de inversión del movimiento centrífugo para afuera desde el centro de la ciudad, por parte de las clases acomodadas, que deviene en un recentramiento de áreas de la ciudad anteriormente consideradas marginales. El Abasto, precisamente, era considerado una zona "deprimida" de Buenos Aires, especialmente en relación con su proximidad al centro de la ciudad.

14 Esta última denominación sigue vigente y se convirtió en eje importante de la campaña de la fórmula Ibarra-Telerman, así como del Plan de Cultura que presentaron públicamente para el trienio 2003-2007.

15 Se trata de un evento organizado por el poder local que se realiza periódicamente en algunos barrios de Buenos Aires, en el cual se pueden visitar, por un fin de semana, los ateliers de los artistas de la zona en cuestión. Estudio Abierto también suele incluir una serie de actividades gratuitas: degustación de comidas típicas de la zona, obras de teatro, etc.

16 Esta reabsorción de músicas o comidas de otras nacionalidades antes devaluadas como parte de la oferta cultural de la ciudad, debe ser pensada en sintonía con lo que está sucediendo en otros barrios, como es el caso de la multiplicación de restaurantes étnicos en Palermo Viejo (cf. Durán et al. 2005).

17 El "multiculturalismo blando" (Martiniello 1998) implica una cierta forma de concebir la diversidad en la que no se negocia la identidad ni el conflicto en un sentido político. Lacarrieu (2002) aborda, en el caso de Buenos Aires, de qué modo la existencia obvia de estos "nuevos inmigrantes" son incluidos en términos de su ingenua exoticidad, y diluidos en el "crisol" de los migrantes legítimos; lo cual está implicando, entre otras cuestiones, que los "verdaderos inmigrantes" continúan siendo, en el imaginario urbano de esta ciudad, los inmigrantes europeos de fines del siglo XIX y principios del XX.

18 Si bien dentro del marco de otro debate, resulta interesante rescatar esta contraposición que realiza el autor entre una diversidad "muerta e inerte" en oposición a una producción activa, híbrida y dialógica de la diferencia (Bhabha 1994:34, en Segato 1998:138. La traducción es mía).

19 Las construcciones discursivas, prácticas e impugnaciones que ponen en juego los sectores subalternos de este espacio local frente a sus diversos interlocutores, y según las nuevas coyunturas, conforma un complejo abanico que excede las posibilidades de este artículo, por lo que se remite al lector a otro trabajo donde fueron abordados in extenso (cf. Carman 2003).

20 Martiniello (1998) analiza cómo el multiculturalismo oculta los problemas económicos y sociales desviando la atención sobre cuestiones culturales: "De aceptar su punto de vista, se diría que no existe ninguna relación entre la cuestión del reconocimiento de la diversidad cultural y la nueva cuestión social. (…) Cabe preguntarse si al culturizar a ultranza todas las situaciones sociales, algunas formas de multiculturalismo no acabarán ocultando la incapacidad o falta de voluntad del Estado para resolver de un modo adecuado la nueva cuestión social" (Martiniello 1998:83).

Agradecimientos

Agradezco la colaboración de numerosos vecinos del barrio del Abasto, sin los cuales no podría haber realizado esta investigación. También quiero agradecer a Silvia Elizalde y Cristian Alarcón por estimularme a preparar este trabajo para el Encuentro en Medellín donde lo presenté originalmente. Me siento en deuda además con Marta Inés Villa, Luz Amparo Sánchez, Luis Fernández González Escobar, Gilda Wolf Amaya, y todos los integrantes de la Corporación Región de Medellín, así como de la Maestría del Hábitat de la Universidad Nacional de Colombia sede Medellín, por la cálida recepción del trabajo y los valiosos comentarios recibidos. Este trabajo se realizó con la colaboración financiera del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET).

REFERENCIAS CITADAS

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