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Intersecciones en antropología

versión On-line ISSN 1850-373X

Intersecciones antropol.  n.8 Olavarría ene./dic. 2007

 

Narrar las prácticas del pasado. El potencial narrativo de la estratigrafía arqueológica como representativa de prácticas sociales

Leandro D'Amore

Leandro D'Amore. Escuela de Arqueología, Universidad Nacional de Catamarca, San Fernando del Valle de Catamarca, Catamarca. E-mail: leandro7000@yahoo.com.ar

Recibido 11 de Julio 2005. Aceptado 23 de Junio 2006

RESUMEN

El presente trabajo estará consagrado, en lo esencial, a examinar la importancia de la narración dentro de la interpretación arqueológica. Para ello, se mostrará cómo y porqué se puede a través del estudio de la estratigrafía arqueológica crear e imaginar una narrativa que de cuenta de cómo se desarrolló la historia social, cultural y natural de un sitio arqueológico, teniendo como eje las prácticas sociales. Normalmente, y particularmente en la arqueología argentina, la estratigrafía arqueológica es considerada tanto una forma de excavación de los sitios como una descripción e interpretación de la secuencia de deposición (procesos de formación). Pero, ¿en qué medida puede la estratigrafía arqueológica permitir una interpretación de las estructuras y prácticas de la vida social en los espacios de ocupación humana?, ¿es el registro estratigráfico representativo de las prácticas domésticas? A partir de ello se intenta repensar a la estratigrafía arqueológica desde sus aspectos socio-históricos y romper con las suposiciones que ven a una secuencia estratigráfica como una mera técnica de excavación y confirmar que detrás de toda secuencia de estratigrafía arqueológica hay una forma de interpretar el pasado diferente a otras.

Palabras clave: Estratigrafía arqueológica; Prácticas sociales; Narrativa.

ABSTRACT

To narrate practices of the past. The narrative potential of archaeological stratigraphy to represent social practices. This paper aims to examine the importance of narration within archaeological interpretation. As such, on the basis of the study of archaeological stratigraphy it will be demonstrated how and why a narrative can be created and imagined that accounts for the development of the social, cultural and natural history of an archaeological site, focusing on social practices. Archaeological stratigraphy, particularly in Argentine archaeology is usually considered either a way to excavate sites or the description and interpretation of the depositional sequence (formation processes). But, can archaeological stratigraphy enable an interpretation of the structures and practices of social life in spaces occupied by human beings? Is the stratigraphic record representative of domestic practices? These questions lead to a rethinking of archaeological stratigraphy from the point of view of its socio-historical aspects, and to a break with suppositions which consider a stratigraphical sequence only as an excavation technique. It is argued that beyond every archaeological stratigraphic sequence there is a particular way of interpreting the past that differs from others.

Keywords: Archaeological stratigraphy; Social practices; Narrative.

INTRODUCCIÓN

Narrar las prácticas del pasado es un propósito que no todos los arqueólogos se comprometen a realizar, por lo que es un objetivo que distingue a algunas corrientes de otras dentro del campo académico de la arqueología. Esta necesidad narrativa en torno a las prácticas pretéritas es muy importante para la arqueología, por la sencilla suposición de que la cultura material que representa la realidad que estudian los arqueólogos, su presencia en el presente se debe a que fue creada y transformada en las prácticas realizadas por los seres humanos en el pasado. Por consiguiente, si no hubieran existido prácticas en el pasado sería imposible que hoy en el presente se encuentre un registro arqueológico formado por una cultura material, ni habría memoria acumulada acerca del pasado. De esta manera, cobra lucidez y claridad la problemática sobre las prácticas sociales en el contexto de investigación de la arqueología: cómo las prácticas se reflejan en la cultura material, cómo representarlas y cómo crear un discurso narrativo a través de ellas que comprenda el devenir humano en el pasado.

Para esclarecer mejor la problemática anterior se utiliza la narrativa creada a partir de un caso concreto: la estratigrafía arqueológica del compuesto doméstico Tebenquiche Chico 1 (TC1), ya investigada y evaluada con anterioridad por el autor (D'Amore 2002). Lo relevante de este caso es la presencia de rasgos estratigráficos recurrentes que permitieron interpretar prácticas sociales de uso del espacio doméstico y su vinculación con estructuras duraderas. De todo ello deviene la imagen de un contexto arqueológico con una complejidad inherente dada por los sujetos en el pasado.

El objetivo del artículo es marcar una tendencia hacia cómo pensar y repensar la importancia que tiene el discurso arqueológico del pasado, en este caso, desde una orientación narrativa vinculada a la construcción teórica-metodológica de una secuencia de estratigrafía arqueológica. Esto conducirá a en un análisis crítico de naturaleza hermenéutica sobre el relato narrado a partir de las evidencias materiales definidas por la estratigrafía arqueológica y su contenido cultural.

ESTRATIGRAFÍA ARQUEOLÓGICA

Es común pensar que el ser humano se caracteriza, entre otras cosas, por crear instrumentos y herramientas de trabajo, estructuras de vivienda y de producción, objetos de carácter simbólico y todo tipo de cultura material; pero con menor frecuencia se lo considera como excavador y constructor que produce formas de todo tipo que modifican el paisaje natural en donde vive, tales como cuencas de deposición, pozos, pisos, montículos, muros de contención, terraplenes, canales, terrazas de cultivos, etc. Estas formas se van sedimentando y a medida que se depositan y acumulan pueden ser establecidas como rasgos estratigráficos que dan origen a una estratificación arqueológica (Figura 1).


Figura 1. Ejemplo de una estratigrafía arqueológica de casi más de 200 unidades estratigráficas. El perfil pertenece a una sección del compuesto doméstico Tebenquiche Chico 1, que es el caso de estudio elegido para tratar el tema de este artículo (D'Amore 2002).

Los sitios arqueológicos están compuestos por depósitos que se hallan en un estado estratificado, algunos en mayor medida que en otros. La estratificación que presentan estos depósitos está dada por el proceso de acumulación y superposición de estratos, superficies o interfacies y elementos interfaciales, que son las distintas unidades en que se dispone toda estratigrafía arqueológica y mediante las cuales los arqueólogos dividen los depósitos que excavan. Cada una de estas unidades es interpretada como resultado (producto y subproducto) de acciones humanas individuales o colectivas, o el resultado de sumatorias, continuas o discontinuas, de prácticas culturales y eventos naturales. En su conjunto son el registro de una sucesión de distintos acontecimientos y circunstancias históricas, culturales y naturales, que constituirá la naturaleza de la estratificación de un yacimiento arqueológico (Harris 1991).

Las unidades de estratigrafía arqueológica son observadas, analizadas e interpretadas como la realidad física de acciones, actividades o prácticas (Carandini 1997), son materialmente representativas de un evento natural o de una práctica humana. Estas pueden ser concebidas como una mediación, material y teórica, entre la práctica y la estructura, el lugar y el tiempo donde es producida la acción o el evento. Son las unidades mínimas y elementales en el estudio de la estratificación; y en relación a su contenido cultural cada una forma un contexto arqueológico definido en relación a otros contextos dentro de la secuencia estratigráfica.

La acumulación de las unidades estratigráficas y sus respectivos restos culturales durante la estratificación de un sitio arqueológico está determinada por tres factores de igual importancia. Un factor determinante es la cuenca de deposición o la superficie preexistente sobre la que se produce la acumulación de la estratificación. Esta puede ser artificialmente creada por los sujetos (como una vivienda) o puede ser natural (como una cueva o un abrigo rocoso). Otro factor son las fuerzas naturales, en este caso el estrato seguirá las leyes naturales -gravedad- durante su deposición, tenderá a la horizontalidad y a depositarse uno encima de otro, respetando los límites impuestos por el paisaje preexistente. Por último, están las actividades y prácticas sociales y culturales producidas por los seres humanos. Aquí, la estratificación responde a una selección y a una voluntad humana que constituye, en gran medida, una historia de la invención de nuevas cuencas de deposición, de nuevos límites topográficos, que son de propiedad estratigráfica, impuestos por los sujetos sobre el devenir de las demarcaciones del paisaje natural (Harris 1991). Son las prácticas y las acciones humanas identificadas en la estratigrafía arqueológica, las que de alguna manera determinan la condición social e histórica de la estratificación y su naturaleza arqueológica.

La estratificación de un sitio arqueológico puede ser concebida como una sedimentación producida por una rutina diaria de actos de deposición. Es una rutina diaria porque los actos de deposición se vinculan a otros actos anteriores y así sucesivamente. Al repetirse acto tras acto de deposición, se forma una verdadera matriz estratificada, donde se representan todos los eventos sucedidos de toda una vida de sedimentación.

SECUENCIA DE ESTRATIGRAFÍA ARQUEOLÓGICA

Metodológicamente, para otorgar una mejor organización y comprensión al conjunto de unidades estratigráficas detectadas y registradas durante la excavación, cada unidad es situada en un orden secuencial relativo. Más precisamente, las unidades estratigráficas se grafican en forma de matriz, respetando de abajo hacia arriba el orden de deposición y de arriba hacia abajo el orden en que fueron excavadas durante la excavación. Como resultado de la realización de esta ordenación se construye una secuencia de estratigrafía arqueológica con formato de matriz, basada en los planteamientos de Harris (Figura 2; D'Amore 2002; Harris 1991; Harris et al. 1993).


Figura 2. El esquema muestra la construcción de una secuencia estratigráfica de una sección arqueológica convencional. A)- sección estratigráfica hipotética; B)- secuencia de estratigrafía arqueológica con formato de Matriz de Harris.

La secuencia de estratigrafía arqueológica se define como la secuencia relativa del orden de deposición de las unidades estratigráficas a través del tiempo; es la única herramienta teórica-metodológica que permite una visión global y controlar sintéticamente la realidad que se quiere representar: la estratificación (Carandini 1997). Pero en esta herramienta se refleja una concatenación de sucesos, acontecimientos, acciones y prácticas que permiten comprender en forma de narrativa la historia de la ocupación humana de un sitio arqueológico. En otras palabras, se puede pensar que la secuencia de estratigrafía arqueológica, gracias a su carácter organizado en la diagramación de la compleja superposición de una estratificación, facilita la narración tanto hablada como escrita de sucesivos eventos o acontecimientos culturales e históricos de la ocupación humana y de los procesos que formaron la estratigrafía de un sitio arqueológico.

En el caso de un sitio arqueológico con una dominante denotación doméstica, cada unidad estratigráfica definida como antrópica es una acción, una práctica, que se da en un tiempo y un lugar determinado social, cultural y subjetivamente por el sujeto o los sujetos que experimentaron en el pasado ese lugar. Por lo tanto, la secuencia de estratigrafía arqueológica narra el devenir del espacio como lugar estructurado socialmente por las sucesivas circunstancias de las prácticas en la historia de la ocupación humana1.

El tiempo y el espacio son dimensiones sociales representadas en la secuencia estratigráfica. La estratificación es la acumulación y extracción de materia en un lugar físico durante un lapso de tiempo. Las acciones que intervienen en la formación de este proceso también tienen su lugar y su tiempo. A medida que se avanza en la comprensión de la complejidad que encierra la estratigrafía, se debe prestar mayor atención al manejo y evaluación crítica de las acciones y las prácticas involucradas en la estratigrafía arqueológica interpretada. Las prácticas sociales y culturales tienen un tiempo y un lugar estructurado y estructurante en el sujeto mismo que realiza la acción. Por lo que si se trabaja esencialmente con la dialéctica entre prácticas y sujetos, se deben situar los análisis y las interpretaciones dentro de los parámetros subjetivos e históricos que revelan el sentido de estas prácticas y sus relaciones con sus forjadores: los seres humanos.

Aunque la estratigrafía arqueológica sea un "dispositivo heurístico"2 (Fotiadis 1992; Haber 1999), permite teórica y metodológicamente definir patrones significativamente vinculados a la acción humana, tanto en la superposición de las unidades estratigráficas como en su contenido cultural. Desde la perspectiva de los principios de estratigrafía arqueológica de Harris (1991), una unidad estratigráfica antrópica es resultado de una acción o un conjunto de acciones y estas mismas unidades estratigráficas se presentan como una forma de manipular el espacio interno de un sitio arqueológico y se evalúan como parte de las actividades o acciones humanas. Por consiguiente, el rol que aquí juegan estas acciones culturales puede ser puesto a prueba a través de su evaluación como una práctica social3. Por ejemplo, un rasgo estratigráfico como es un pozo puede ser encarado desde la práctica, es decir, la práctica de realizar pozos, donde la acción reiterada de cavar y rellenar puede ser observada como una práctica social en circunstancias y condiciones históricas. Así también, en una escala pequeña, analítica e interpretativa como es un compuesto doméstico, el uso teórico del concepto de práctica es útil para hacer explícito el rol del sujeto social en relación con la formación de la estratificación de ese lugar de vivienda. Entonces, la principal utilidad de discriminar unidades de estratigrafía arqueológica desde esta perspectiva, reside en la detección de acciones y prácticas humanas como recurso interpretativo para inferir una historia de la ocupación de un determinado lugar.

De hecho, los principios de estratigrafía arqueológica de Harris están relacionados específicamente con los aspectos no históricos de la estratificación. Esto quiere decir, que desde el momento en que se separan los aspectos históricos de los no históricos, la estratigrafía arqueológica se convierte en una realidad que puede ser medida a través de la aplicación de leyes de uso universal, para cualquier sitio independientemente de su definición cultural. Por el contrario, los aspectos históricos de la estratigrafía arqueológica interpretada por el arqueólogo, pueden estar abarcados y encarados por la identificación de sucesivas prácticas sociales y por la subsecuente narración de los distintos eventos o acontecimientos, que contextualizan la relación entre los sujetos con sus prácticas en la formación y transformación de la realidad material de naturaleza estratigráfica. De esta manera, desde la regularidad de los aspectos físicos y estratigráficos de las unidades de acción (término usado por Carandini 1997 para referirse a las unidades estratigráficas), se podría construir una narrativa que relatara la irrepetibilidad histórica y social de las prácticas culturales identificadas en la estratigrafía arqueológica. Partiendo del supuesto que la narración de lo identificado en la estratigrafía, tomando como eje a la práctica social, involucra enteramente a los actores sociales que participan de esas prácticas. Así, por ejemplo, esta narrativa expresa puntos de ruptura con respecto al orden general impuesto por el discurso que se crea cuando se utiliza una secuencia estratigráfica únicamente para distinguir procesos de formación.

REPRESENTACIÓN Y NARRACIÓN

La arqueología es una disciplina unida por un simple propósito: recuperar el pasado humano, la historia humana desarrollada a través del tiempo (Gilchrist 2000). El pasado en sí emerge en la narrativa que el arqueólogo hace en la interpretación. En esta narrativa el pasado no sólo es descripto y analizado sino, más importante, es simbolizado. La práctica de la arqueología es la reconstrucción del pasado y esta meta tiene un fin que es la de contar un relato acerca de un objeto de estudio en particular. Un relato marcado por una narrativa4, la cual puede llegar a ser parte del discurso que distingue a un arqueólogo de otros. Un relato que es concebido y narrado en parte bien fundamentado en evidencias contrastadas "científicamente"5, pero también es deducido subjetivamente de las experiencias de vida, donde quizás se use un poco de la imaginación. Por lo tanto, metafóricamente escribiendo, es importante transformar la tierra estratificada en un relato o una historia bien narrada.

En arqueología, los acercamientos funcionales y sistémicos que constituyen el entorno de los estudios artefactuales y de procesos de formación, han enfatizado a la cultura, y en cierta forma a la sociedad, como una realidad objetiva, con su propia dinámica separada en gran parte de la agencia humana (Engelstad 1999). Se puso poco esfuerzo para comprender cómo la cultura y la sociedad son producidas y reproducidas a través de la intención, el sentido y la acción humana, es decir, la agencia social. La preocupación por construir un discurso que inserte a la agencia humana en la problemática cultural del pasado no es una alternativa antagónica al estudio de la función, las actividades y los procesos que se desarrollaron. Por el contrario, se trata de un complemento necesario y más abarcativo, para comprender mejor a la cultura material no como mero reflejo de acciones y relaciones sociales, sino como elemento activo en la estructuración del individuo, la cultura y la sociedad del pasado (Engelstad 1999; Matthew 2000; Tringham 1999).

En la filosofía moderna se distinguen dos perspectivas de desarrollo conocidas como materialismo e idealismo. Entre estas dos corrientes del pensamiento, el discurso narrativo ligado a la secuencia estratigráfica puede caracterizarse en que su relato o bien haga recaer el protagonismo sobre la escena de los acontecimientos (materialismo) o sobre la agencia de los mismos (idealismo) (Bermejo 2003). Sin embargo, se puede tomar un camino más holista entre ambas perspectivas, comprendiendo que el significado del relato recaiga en la conjunción de cinco elementos que definen los procesos de la acción humana: la escena, la acción, la agencia, los medios y los fines (Bermejo 2003; Burker 1950). Asimismo, el relato podría optar por representar las causas de los eventos y acontecimientos reflejados en la estratigrafía arqueológica haciendo hincapié en concepciones de causalidad y efecto, o bien podría centrarse en el análisis de los significados y motivos de la acción, especialmente si se considera que los hechos del pasado tienen unos protagonistas (sujetos humanos) de cuyas decisiones dependen el curso del devenir.

Más allá de lo que se trata de representar, la secuencia de estratigrafía arqueológica se comporta como un dispositivo mediador entre los eventos o acontecimientos y prácticas identificados en la estratigrafía y la historia que se quiere relatar. La secuencia estratigráfica le confiere inteligibilidad al relato de los sucesos humanos y naturales6, debido a que se encuentra en parte ligada al tiempo y a los cambios que vinculan una situación final con un comienzo. A partir de ello el relato combina esa coherencia narrativa y la conformidad con los sucesos implícitos en la estratigrafía arqueológica. De esta manera, parece que el relato construido intenta referirse al pasado de la misma forma que las descripciones empíricas se refieren a lo real del presente. Pero ésta es una primera aproximación ingenua de la narración. La identificación de prácticas y acciones humanas en la estratigrafía arqueológica, hace que la estratificación de un sitio quede sujeta a las acciones de los sujetos que realizan sus vidas en circunstancias únicas e irrepetibles (Ricoeur 1999b, 2003). Esto quiere decir que, seguir el relato a través de la secuencia de estratigrafía arqueológica es comprender una sucesión de acciones y prácticas que presentan cierta dirección7 pero sus conclusiones, metas o fines no son deducibles ni predecibles, debido a su especificidad única e irrepetible.

Quizás el mayor cuestionamiento, a que la narrativa de la secuencia estratigráfica se centre en la identificación de acciones y prácticas sociales y su relación con los sujetos que las realizaron, es la ausencia concreta de la agencia en el sitio arqueológico, los protagonistas del relato. Pero es en el discurso narrativo, donde el arqueólogo realiza una representación concreta de las personas ausentes. Si bien estas personas son presentadas como sujetos sociales abstractos en la narrativa, también representan la confirmación de que el registro estratigráfico con sus inclusiones culturales es arqueológico. En otras palabras, es hacia donde confluye toda categoría de referencia por la cual se afirma que el pasado fue o no producido (intencional o intencionalmente) por una experiencia humana, la cual parte de ella queda reflejada materialmente en el presente y constituye de diversas maneras el registro arqueológico.

En la narración el arqueólogo introduce un juego del lenguaje por el cual la cultura material representa a las personas ausentes, reflejando en ellas el rol protagonista del relato narrado. Es a través de la cultura material del pasado que se representa a la agencia ausente, sustituyéndola por una imagen capaz de representarla adecuadamente, aquí la narración realiza una operación de doble dimensión representativa: hacer presente lo ausente (Marin 1993). Esto es que lo narrado podría significar representación en la medida en que exhibe o muestra una presencia, en este caso la agencia ausente mediante la cultura material, donde hay una codificación entre el referente y su imagen, formando una misma cosa adhiriéndose una con otra (Chartier 1996). La representación visualizada en la narración contaría con sujetos humanos relacionados entre lo representado ausente y lo que lo hace presente, los sujetos no humanos (la cultura material como la arquitectura, la estratigrafía, los artefactos). Por lo tanto, el discurso narrativo que el arqueólogo construye, no debe focalizarse únicamente en la acción y la agencia (idealismo), sino también en la escena dada por la materialidad de la cultura en el pasado, una escena que manifiestamente condiciona y es condicionada por el sujeto y sus prácticas.

Se intenta superar tal cuestionamiento, generalmente aplicado a las perspectivas postprocesuales en arqueología, a partir de las básicas operaciones que realiza el arqueólogo durante la investigación: reconocer, representar, registrar, analizar, presentar, interpretar, expresar. Es claro el poder que tiene el reconocimiento y la representación de la cultura material, especialmente en la presentificación de lo ausente: no únicamente de los sujetos humanos, sino más bien del pasado en su totalidad como una realidad que ya pasó, que ya no es (Comte-Sponville 2001).

Es interesante, para el alcance de la narrativa, la propuesta de Haber (1996) de crear una interpretación cultural de la estratigrafía, ante su disconformidad con la Teoría de Harris (1991), la cual ha impreso un énfasis fisicalista en la interpretación arqueológica. Haber (1996) critica que las leyes de la estratigrafía arqueológica sólo proveen un marco interpretativo de la física (la mecánica de los cuerpos tratada en la superposición de los estratos) y no pueden salirse de ese lenguaje. Pero Harris (1991) da un paso hacia la concepción cultural de la estratigrafía, al considerar a la estratigrafía arqueológica como artefacto, es decir, en términos de cultura material, aunque no llega a definirse por ese camino. Esta comprensión de la estratigrafía en términos culturales se apoya en considerar tres dimensiones: material, realizativa y simbólica. La dimensión material de la estratigrafía será la que guíe la excavación y el registro, es la que yace en el contenido de las definiciones para los diversos tipos de unidades estratigráficas. La dimensión realizativa establece a las unidades estratigráficas como las superficies sobre las cuales se desarrolla la vida de los ocupantes del sitio, serán el escenario sobre el que se desarrolle la acción y la trama de la acción estará construida por la forma y el significado de ese lecho. Es en el plano de la interacción simbólica, tanto como en el de la interacción material, en el que se presentan las relaciones entre superficie y acción, por cuanto, como acción social, está mediada simbólicamente por las estructuras de significado, de las cuales también forman parte los escenarios o marcos materiales (las interfacies en el lenguaje de Harris) sobre los que se desarrolla la vida (Haber 1996). Desde estas tres dimensiones, la estratigrafía arqueológica pasa a ser parte de la cultura material creada por los hombres y mujeres, impregnada de todo el bagaje simbólico que conlleva toda realización humana. A partir de ello se hace más claro el camino que conduce a crear, desde la secuencia estratigráfica, una narrativa donde las prácticas sociales son consideradas un aspecto activo y vital en la estructuración de la estratificación de un asentamiento humano.

Otro punto fundamental en la construcción de una narración de las prácticas sociales es el nexo entre la narrativa, el tiempo y las prácticas. Esta relación deriva de la base de dos elementos esenciales para su comprensión y construcción: el sujeto social y la temporalidad, a través de la cual el sujeto entra a formar parte del relato transformándose en actor social. Cada historia que involucre la vida de sujetos sociales es una vivencia en el marco de su temporalidad (Ferrarotti 1991). La narración es visualizada como presentación del pasado y la manera en que se construye el sujeto a través de la práctica.

El vínculo entre la temporalidad y la narración de las prácticas y acciones sociales identificadas en la estratigrafía arqueológica, encuentra sustento en la presunta reciprocidad de la que habla Paul Ricoeur (2003) entre narratividad y temporalidad. Allí todo lo que se relata ocurre en un tiempo, es decir lleva tiempo, se desarrolla temporalmente y, a su vez, todo lo que se desarrolla en el tiempo puede ser relatado. Hasta sería posible reconocer que ningún proceso temporal o acontecimiento existe como tal sino en la medida en que este es relatable de una manera u otra. De esto se desprende que un acontecimiento y una práctica en la secuencia estratigráfica no es solo un suceso explicable, algo que ocurre en la realidad, sino también un componente narrativo que es real en la manera de cómo es relatado (Ricoeur 2003). La temporalidad y espacialidad de las prácticas se tornan humanos en la medida en que son articulados sobre un modo narrativo (Arfuch 2002).

También se establece una dialéctica entre la narración y la explicación. Es posible argumentar que lo identificado en la estratigrafía arqueológica (acontecimientos, acciones y prácticas) es tanto un suceso explicable en la realidad como también un componente narrativo. Pero en el discurso del relato no se plantea una distinción entre narrar y explicar, por que no se podría realizar una comprensión de los eventos y acontecimientos que sucedieron en el pasado si no se los narra, especialmente no se puede enunciar sin narrar aquello que es por definición único e irrepetible, como lo es la experiencia humana en los hechos históricos. El relato que se desprende de la secuencia estratigráfica debe provocar una coherencia entre los acontecimientos y las prácticas reflejados en la estratigrafía con lo enunciado y narrado.

El discurso que aquí se propone se encontraría dentro de un narrativismo, no extremo, en el cual no será importante que el relato se refiera a algo, ni que se ajuste a un modelo para expresar ese algo, sino que sólo sea simplemente expresado. Más bien, sin entrar en una falacia de la expresividad (Bermejo 2003), lo importante es lo que se quiere expresar dependiente de los hechos y datos a los que se haga referencia, poniendo énfasis en la organización y representación de las unidades estratigráficas y en ellas a las prácticas y a los eventos allí identificados. Todo esto insiste en un hecho evidente. El arqueólogo no sólo recopila y analiza datos, sino que también se expresa discursivamente a través de lo narrativo de su interpretación. Como ha señalado Bermejo (2003) para el caso del historiador, el arqueólogo, en su discurso narrativo practica una especie de superposición de enunciaciones, no sólo con las sucesivas prácticas sedimentadas en la estratigrafía, sino que además de hablar del pasado también expresa cosas de sí mismo, como de la validez y virtudes de su método y perspectiva teórica. De esta manera, lo enunciado, narrado y explicado del pasado en el discurso arqueológico estaría confirmando simultáneamente al sujeto que enuncia, narra y explica.

En lo narrado del relato que se desprende de la secuencia de estratigrafía arqueológica, se debe desplegar un mundo dado por el contexto socio-histórico del pasado y por el significado de la cultura material. Un mundo de caminos posibles para la acción, donde el sujeto se comprenda ante la cultura material en la medida en que ésta no está cerrada en sí misma, sino abierta al mundo que la representa y la reinterpreta. Sin que se lo proponga, el relato capta los eventos o acontecimientos desde un adentro y un afuera (Ricoeur 2003) cómo sucedieron en el mundo (afuera) y cómo son expresados en el pensamiento de quienes los registran e interpretan (adentro). Entonces el relato consistiría en repensar la realidad del pasado en el pensamiento presente del arqueólogo.

La secuencia de estratigrafía arqueológica completa, terminada e interpretada, revela que entre los sucesivos contextos arqueológicos se conforma una concatenación de sucesos de los cuales se cuenta o relata una historia. La historia que se relata es una narración sin remitirse a procesos ni objetos, sino que tiene como centro orientador a los sujetos y sus prácticas durante la ocupación humana de un sitio arqueológico en particular. En la narrativa se intenta dar sentido al tiempo y al lugar vividos por las personas, lo que no se podría lograr desde tan sólo el gráfico de una matriz. Ese tiempo y esos lugares pertenecen a las experiencias de las personas que los vivieron en el pasado, como arqueólogos sólo pertenece la interpretación de ello, por lo cual es relevante la narrativa en este contexto de investigación. Las maneras en que fueron vivenciados y experimentados el tiempo y los lugares por los sujetos en el pasado son irrepresentables en la supuesta realidad empírica del registro arqueológico. Es justamente la trama de la narración la que opera con un rol de mediación entre las prácticas humanas pretéritas reconocibles materialmente y la interpretación que hace de ellas el arqueólogo.

LA CUESTIÓN NARRATIVA

El marco teórico de la narrativa parte de la premisa de que la acción puede ser objeto de narración, siendo que ya esta articulada por signos, normas y reglas. Así toda narrativa sería incomprensible si no configurara una realidad en la acción humana, realidad que posee de antemano cuando es construida. En las narrativas se establecen sutiles relaciones que se mantienen entre la realidad y la ficción. En palabras de Stone (1979) en Revival of Narrative, define esto con el secuestro de la historia por los acontecimientos, donde los historiadores se debatían sobre el parentesco entre historia y narrativa como consecuencia de la relación existente entre historia y ficción.

A partir del giro lingüístico en la filosofía de la historia, se ha asimilado que ninguna historia es inocente y nadie posee el privilegio o el poder de reproducir lo que realmente ocurrió. Por lo que no cabe sino buscar una versión limitada y relativa de los hechos, facilitando al lector a observar la historia como un relato que no se escribe por sí mismo. El final de toda historia no lo decide la historia misma sino el historiador y todo final demanda la responsabilidad ideológica del historiador en el desenlace de su historia (White 1973).

Muchos historiadores han adoptado procedimientos retóricos exclusivos de la narración literaria para evaluar sus propias producciones. Hayden White, que fue quién más despertó interés por los arqueólogos, desde su postura radical establece que la narración mediante una trama impone a los acontecimientos una coherencia formal y semántica. Pero al imponer una trama a la secuencia de los acontecimientos, no se refleja lo real de ellos sino una imagen, que solo puede ser imaginaria. Para White (1973) la historia y la ficción operan de manera semejante al enfrentarse a lo real a través de la narración.

Las propuestas de White (1973) tienen un correlato con la obra filosófica de Paul Ricoeur. Para Ricoeur (1987) la diferencia entre relato de ficción y relato histórico, basada en la pretensión de verdad de este último, no impide establecer la identidad de ambos, que es su condición narrativa. Si bien son dos formas diferentes de una misma exigencia de verdad, ambas ponen en juego el carácter temporal de la experiencia humana, esto es que, el mundo desplegado por toda obra narrativa es siempre un mundo temporal y el tiempo se hace tiempo humano en cuanto se articula de modo narrativo (Ricoeur 1987). La diferencia en última instancia entre una narración histórica y una narración de ficción Paul Ricoeur la reconoce en la fase final de la mímesis narrativa, la que denomina mímesis 3, que radica en la operación de lectura, siendo el lector su clave. Mientras que en las dos fases anteriores, la captación de lo real (mímesis 1) y la configuración textual mediante una trama (mímesis 2), tanto el historiador como el novelista operan de manera semejante. Entonces son las diferentes lecturas las que van a decidir qué es y qué no es una narración.

Desde una visión ricoeuriana del texto, la narrativa puede ser pensada de la siguiente manera. En una primera instancia, se debe tener una comprensión previa acerca de qué consiste la acción humana, su semanticidad, su realidad simbólica y su temporalidad, es decir, comprender que hace que la acción sea posible y pensable en el interior del mundo que se concibe. En una segunda instancia se representa la acción en una intriga y una trama que son plasmadas en un relato; aquí aparecen las configuraciones narrativas características de un relato de ficción o de un relato histórico. Por último, se concretaría la interacción entre el mundo de la narrativa (del texto) con el mundo del lector o el oyente, donde entraría en juego las diferentes lecturas a las que se enfrenta el relato narrado.

Siguiendo este modelo hermenéutico del texto propuesto por Ricoeur (1987, 2001), se parte de la noción de narrativa como discurso y acontecimiento de lenguaje (Begué 2002). Esta noción es básica para marcar la diferencia entre lo hablado y lo escrito. En tanto que discurso, el lenguaje puede ser hablado o escrito y la diferencia esta en la temporalidad de la experiencia de narrar. En lo hablado se narra el decir y en la escritura se fija lo dicho. La inscripción de la narrativa en un texto es la inscripción del decir en lo dicho. En esto tiene un papel decisivo la lectura y la intención. Es muy importante la lectura que haga el lector de lo dicho, la cual se la concibe con una intención separada de la lectura que haga el escritor, que imprime una intención diferente al momento de escribir lo que quiere decir. En el discurso escrito la intención del autor deja de coincidir con la intención del texto. No es que se represente un texto sin autor sino que su vínculo se debilita; ya que en esta instancia, el texto depende más de la intención que el lector le impone a su lectura sobre el texto y sobre la intención que tiene el escritor de lo dicho en ese texto.

Entre lo hablado y lo escrito del discurso, la creación de la narrativa va articulando su sentido. El sentido narrativo pone en juego las ideas, los signos, los símbolos, los valores y los intereses que se esconden detrás de la intencionalidad discursiva de, por ejemplo, el arqueólogo, que primero estructura los datos de la excavación y luego diseña la Matriz de Harris, y segundo narra el devenir de la ocupación humana. Pero este sentido que tiene la narrativa es puesto a prueba por el sentido que le otorga las diversas lecturas que se le realiza. Es decir, las variadas lecturas a la cuales está expuesto el texto cultural que produce el arqueólogo sobre el pasado, tratan de descifrar su sentido y la orientación enmascarados. Lo hacen para no sólo conocer la realidad que se está narrando sino para conocer en qué se basa la representación de esa realidad.

El pasado cobra sentido en la narrativa que lo hace posible. En la medida que el pasado sea narrado, existe en la propia experiencia del narrador. Una de esas narrativas es la del arqueólogo. Una narrativa que puede ser considerada tanto histórica como de ficción. Histórica porque posee una intención de ser verdadera, aunque la verdad que promulga no se concreta nunca más allá del escritor. Es una ficción porque no presenta la realidad empírica tal cual es, sino una representación imaginaria de ella, una imagen. En la articulación que se da a nivel epistemológico entre historia y ficción, se trata de lograr "efectos noveladores" (White 1992: 50) que concentran el interés en agentes humanos en vez de en procesos impersonales, configurando a los actores de la narración en agentes que poseen cierto control significativo sobre su vida (destino).

En relación a lo anterior, debe comprenderse que toda acción no es medible en ningún término, pero si puede ser narrada en su acontecer temporal y espacial. Es aquí donde es posible diferenciar las pretensiones que encierra la motivación de diseñar una secuencia de estratigráfica arqueológica, de las intenciones que pueden tener perspectivas procesuales y conductuales con los comportamientos artefactuales deducidos del registro arqueológico.

La acción puede ser narrada desde la propia experiencia del autor como por una lectura que se hace de ella. Más concretamente, la acción existe en la medida que forme parte de una experiencia y es narrable porque fue o es experimentada por un actor. Lo que se narra de las acciones del pasado es factible que haya sido experimentado, ya que lo que está fuera de la experiencia (propia y la que se reconoce como ajena) no es posible que sea reconocido como parte de la realidad de la cual depende el reconocimiento de la existencia del ser y su estar en el mundo de la vida.

UN CASO: UNA CASA PUNEÑA (TC1)

Aquí se presentan las características principales de la historia que narra cómo fue la ocupación humana en una casa de la puna catamarqueña (TC1). Esta narración, con sus discusiones e interpretaciones, forma parte del discurso que se interpretó de una secuencia de estratigrafía arqueológica construida y presentada para el caso de estudio de la estratigrafía del compuesto doméstico TC1 (Figura 3)8.

Figura 3. Secuencia de estratigrafía arqueológica con formato de Matriz de Harris de TC1 (D'Amore 2002). En ella se muestran la ubicación de algunos hallazgos arqueológicos y aspectos arquitectónicos.

En primer lugar el compuesto doméstico Tebenquiche Chico 1 (TC1), con ocupaciones del primer milenio DC y en el período colonial temprano, es una casa excavada y construida en una cuenca de deposición artificial marcada por muros de contención. Consta de dos recintos (TC1A1 y TC1A2) de paredes compuestas comunicados por un angosto pasillo y un solo acceso de entrada (Figura 4a). En el interior de los dos recintos, desde el punto de vista estructural, del volumen de sedimento y de la densidad de hallazgos, lo más importante fue la aparición recurrente de un mismo tipo de rasgo: pozos (Figura 4b). También como parte de otros hallazgos significativos (Figura 4b), dentro del muro este del recinto A1 se encontraron las dos únicas piezas cerámicas completas de la unidad doméstica: una pequeña jarra prosopomorfa y una vasija globular. En la entrada a la unidad doméstica, debajo de la gran roca que servía como jamba apoyada en el muro sur del recinto A1, allí se encontró el cuerpo de un humano neonato prematuro en posición decúbito lateral. En el recinto A2, por debajo de los derrumbes fueron halladas pinturas sobre las paredes internas oeste y este del recinto, otras pictografías fueron encontradas en bloques que formaban parte del derrumbe, todas ellas han sido realizadas con pigmentos de color rojo y amarillo.


Figura 4. A) límites arquitectónicos del compuesto doméstico TC1; B) dispersión espacial de los pozos en cada recinto y otros hallazgos significativos en relación a la arquitectura de TC1. Se debe aclarar que los pozos no pertenecen en su conjunto a un mismo período de tiempo (ver D'Amore 2002).

Durante la narración se hace referencia específicamente a la unidad actuante: el actor social individual y colectivo (en grupo), que sería la agencia social. Esta unidad puede estar constituida por individuos históricos reales o tipos sociales (familia, hombres, mujeres, comuneros, trabajadores, agricultores, cazadores, etc.). En este caso concreto en el que varios elementos identifican a TC1 como un compuesto doméstico y donde las características de acceso físico y visual del patrón de asentamiento del sitio arqueológico Tebenquiche Chico muestran una organización del espacio y la sociedad a nivel doméstico, el término más adecuado quizás sea la familia como equivalente al grupo de sujetos que residía en TC1 y en las otras unidades domésticas. Aquí, el término familia es observado como la unidad de producción y de consumo. También se utiliza familia para hacer referencia a los grupos de sujetos sociales cuyas relaciones se basan en el parentesco y en cuyo marco los sujetos logran su reproducción biológica y social (aspectos socioeconómicos ) . Pero dadas las circunstancias del caso arqueológico no se conoce la composición ni las relaciones de parentesco de una familia; tampoco se sabe con exactitud si la casa fue ocupada por una familia o por personas que no tenían ningún lazo afectivo o de parentesco.

La familia como concepto que coincide con las unidades domésticas es un supuesto problemático para muchos autores y han insistido en la necesidad de separarlos; otros han documentado que el concepto familia deja de referirse a todos los sujetos que viven bajo el mismo techo y se restringe a los parientes genealógicos (Harris 1986). Estas críticas fueron hechas en contra de la tendencia de trazar a la familia y por consiguiente a la unidad doméstica como categorías universales reconocibles, que están arraigadas fuertemente a la organización capitalista contemporánea (Harris 1986). Pero, se coincida o no, primero, se puede pensar a la familia como una forma de organización universal que no surgió con el desarrollo del capitalismo sino que ha sido un aspecto típico de las sociedades humanas por un período mucho más largo. Segundo, hay aspectos dentro de las unidades domésticas que parecen ser constantes sea cual sea el modo de producción, que se identifican en la reproducción; y en este sentido «las unidades domésticas siempre son el sitio de la reproducción» (Harris 1986: 213; Meillassoux 1985). Por último, no cabe duda que las unidades domésticas son, en términos materiales, el contexto social y cultural de buena parte de la vida de la familia.

Tampoco se sabe cuántas familias o sujetos habitaron sucesivamente TC1 durante los períodos de ocupación ya que no se puede relacionar con exactitud los distintos pisos y fases de ocupación a diferentes familias o sujetos. No obstante, el rango del lapso de tiempo obtenido para los distintos períodos de ocupación (D'Amore 2002; Haber 1999) hace pensar en varias generaciones de sujetos desde el punto de vista del ciclo de vida de una persona. Por lo expuesto, durante la narración del relato se hará referencia tanto a sujetos como a familias con respecto a las personas que construyeron, ocuparon y reocuparon la casa TC1.

Hay una realidad irremediable. Los sujetos humanos no están representados empíricamente como seres vivos, son concretos como sujetos sociales. Están ausentes en la vivencia de la realidad arqueológica que experimenta el arqueólogo y que se le presenta a su observación directa y esto es irremediable. Es una cuestión aceptable y esperable. Pero existen otros sujetos que no son humanos y que sí son concretos empíricamente en el registro estratigráfico arqueológico: la casa en general, los muros, los pozos, los pisos, las pinturas. En la estratigrafía arqueológica de TC1 se está representando la ocupación humana de una casa durante 800 años aproximadamente. Consta de prácticas duraderas en el tiempo como la de construir y mantener los muros y el techo de la casa, la de cavar y rellenar pozos y pintar las paredes en el interior de la vivienda y diversas prácticas constantes que hacen al vivir cotidiano como la de cocinar y preparar los alimentos o la de criar a los niños. Estas prácticas son duraderas porque superan en el tiempo el ciclo de vida de un individuo, fueron ejercidas por varias generaciones de sujetos humanos durante la ocupación aproximada de TC1 y estas mismas prácticas perduraron a ese tiempo y en ese lugar hasta el presente. Por lo que las prácticas y las acciones identificadas e interpretadas del registro estratigráfico, son los elementos que ayudan a comprender cómo los sujetos humanos que vivían allí crearon esa estratificación.

Lo importante y lo diferente de esta narración es que no se remite a procesos ni a objetos como protagonistas del relato, los protagonistas son sólo los sujetos humanos mediante la representación concreta de sus prácticas y acciones en el escenario de la vida en TC1. El escenario está marcado materialmente por el lugar y temporalmente por el tiempo dado entre las personas y sus acciones; estos aspectos transcurren, dados por sentado o no, en el devenir de la historia de la ocupación humana de TC1. Aunque se pueda realizar una interpretación del lugar y el tiempo, nunca se pertenecerá a ellos, ese lugar y ese tiempo pertenecen a las personas que lo vivieron, sólo la interpretación pertenece como arqueólogos o sujetos que interpretan el pasado. Es en este contexto que encuentra sentido e importancia la narración del relato, que a continuación se leerá.

En algún momento a mediados del siglo III y principio del siglo IV de nuestra era, en una quebrada perpendicular a un salar delgado y largo de extensión en la Puna Meridional, un grupo de sujetos -probablemente una familia-, que quizás ya estuvieran viviendo allí o que arribaron a este lugar nuevo para ellos con el fin de habitarlo, se reunieron en el borde de la terraza Este de la quebrada probablemente con otras personas u otras familias, para ayudarlos a construir una vivienda y así comenzar a habitar ese nuevo espacio. Para tal fin, como primera medida antes de levantar los muros de la casa, se propusieron nivelar el suelo del borde de la terraza; evaluando la pendiente de la quebrada decidieron excavar un enorme pozo, rebajando mucho más los bordes Este y Norte, mientras que a los bordes Oeste y Sur no fue necesario rebajarlos demasiado, puesto que naturalmente se tendría ya el nivel deseado con el piso natural de la terraza. Así, crearon verdaderos muros de contención al Norte y al Este de la excavación, en donde luego levantarían y se apoyarían las correspondientes paredes de la casa. Es probable que en la nivelación del suelo natural los sujetos hayan aplanado o alisado la extensión del piso que quedaría demarcado dentro de la casa.

Antes de construir las paredes, los sujetos y las restantes personas que ayudaban, realizaron un ritual de ofrenda para marcar un hecho memorable, la fundación de la casa, y a partir de ese momento la casa estuvo purificada y lista para convertirse en la futura morada de la primera familia que allí viviría. El rito ceremonial consistió en cavar un pozo y quemar restos de leña en su interior, produciendo un sahumado en el espacio interno de la futura casa. Posteriormente rellenaron este pozo con tierra y distintos elementos culturales. También aprovecharon ese momento y ese lugar para realizar el entierro de un niño recién nacido prematuro. Habían cavado un profundo y pequeño pozo al que luego rellenaron con un sedimento arenoso sin objetos incluidos; sobre este relleno dispusieron un conjunto de piedras formando un semicírculo y en su interior colocaron el cuerpo del niño fallecido; luego sobre las piedras que delimitaban la pequeña tumba colocarían una gran roca que serviría de jamba Este del vano de acceso a la casa desde el Sur. Construyeron y levantaron muros anchos y altos, compuestos de dos paredes de grandes y pesados bloques. Entre ambas paredes introdujeron un mortero de relleno, en el cual colocaron grandes cantidades de desechos culturales. Es probable que los sujetos involucrados en la construcción, hayan realizado algunos pozos para preparar el piso de la casa y con la tierra extraída conformaban gran parte del mortero de los muros. Durante la construcción del muro Este, la familia realizó nuevamente otra acción ritual de ofrenda, donde colocaron en el mortero del muro, en posición invertida, una jarra con modelado prosopomorfo, y también excavaron un pozo donde colocaron una vasija globular. Después de esto siguieron levantando los muros. A medida que fueron construyendo sucesivamente los muros, dejaron un vano de acceso al interior en el extremo Oeste del muro Sur y quizás otro en el medio del muro Oeste.

Ya levantados todos los muros con sus vanos de acceso, la familia y las personas que ayudaban prosiguieron por último con la construcción del techo. Utilizando una viga se sostenía al techo desde el interior de la casa. Con el fin de obtener un techo bien consistente y duradero, probablemente comenzaron por la construcción de un entramado de varas de madera con paja, y luego por encima del entramado efectuaron un torteado que consistía en desplegar una capa de barro homogéneo. Ya terminada la casa, antes de comenzar a vivir en ella probablemente dejaron reposar por un momento el torteado del techo para que se secara. Paralelamente a esto, el grupo de sujetos, incluidas la familia y las personas que ayudaron, pudieron haber realizado una celebración por el esfuerzo emprendido en la construcción de la casa y por haberla terminado.

Durante los primeros hasta los últimos momentos de la ocupación del primer milenio, los sujetos o las familias que se sucedieron en la ocupación de la casa mantuvieron una limpieza constante mediante el barrido del piso en el interior de la casa y del piso del pasillo de entrada al sur. Para el acondicionamiento general de la casa, los sujetos cavaron pozos, que albergaban restos de desechos culturales barridos de los pisos. Algunos pozos fueron cavados antes y durante la construcción de los muros de la casa, especialmente para rellenar con la tierra extraída de ellos los morteros de las paredes. Pero otros tantos pozos fueron cavados y rellenados durante la ocupación de la casa. Probablemente, los sujetos realizaban esta práctica con la finalidad de limpiar los restos de fogones; también en algunas ocasiones fueron utilizados para cocinar alimento; algunos contenían brasas para calefaccionar la atmósfera de los ambientes internos; o para sahumar la casa durante la realización de eventos rituales quizás con la intención de ofrendar.

A medida que la casa era habitada, la reutilización periódica y continua de los pozos permitió una sucesiva remodelación del piso de las dos habitaciones. También es una forma en que los integrantes de la casa constantemente ritualizaban el mundo interno de esa casa. A parte, entre las sucesivas ocupaciones, los habitantes debieron restaurar y mantener constantemente los muros y el techo de la casa para que permanezca en pie durante un tiempo prolongado.

Debido a circunstancias de expansión del espacio doméstico o de la familia, a mediados del siglo VIII, nuevos sujetos o sujetos que ya residían allí, adosaron una habitación a la casa en el sector oeste. Se propusieron construir una habitación de mayores proporciones que la habitación ya existente. Con las mismas técnicas de construcción que se utilizaron en la primera habitación, los sujetos quizás con la ayuda de otras personas nivelaron el piso natural y levantaron los muros de la nueva habitación. Utilizaron al muro Oeste de la primera habitación como muro Este de la nueva habitación, y allí en ese momento abrieron un vano de acceso entre las dos habitaciones de la casa. Aparte dejaron dos accesos de comunicación con los patios adyacentes, en el muro Oeste y en la esquina Sudeste. También formaron una banqueta hacia el extremo Sur de la habitación, la cual fue nivelada con acumulación de sedimento del piso natural, y la utilizaron para apoyar objetos y sentarse para realizar distintas actividades. Para terminar revistieron los muros con una especie de cemento ceniciento realizando un revoque en junta para tapar cualquier agujero que quedara por donde se filtraría el relleno del muro al interior de la casa.

Las familias o los sujetos que habitaron la casa en las dos habitaciones, al igual que en las ocupaciones previas, siguieron practicando el cavado y rellenado de pozos periódicamente con unas mismas finalidades, y mantenían los pisos de ambas habitaciones limpios quizás con constantes acciones de barrido y extracción de materiales de desecho de actividades cotidianas. Además, al poseer ahora una extensión del espacio habitable mucho más grande en el interior de la casa, es probable que no sólo siguieran con las prácticas para mantener en buen estado los muros y el techo, sino que estas mismas prácticas habrían sido intensificadas proporcionalmente a los muros y al techo agregados. Luego, la habitación nueva será totalmente cerrada, realizando una obturación de los dos accesos a los patios adyacentes quedando solo un acceso que comunicaba a la otra habitación. A partir de entonces los sujetos utilizaron la habitación más pequeña como recinto de entrada a la casa y la habitación de mayor proporción como cámara interna. Esta última habitación alojo una práctica característica de estos sujetos. Allí, los nuevos residentes se abocaron a otra actividad con connotaciones simbólicas. En el muro Oeste y Este de la reciente habitación construida, sobre las piedras, comenzaron a representar con pintura, imágenes del mundo exterior a la casa, como animales domesticados y salvajes y quizás ciertas escenas de caza o rebaños de animales.

Alrededor del siglo XIII, los sujetos o la familia que ocupaba en ese momento la casa, la abandonaron sin prever el retorno, quedando la casa sin elementos equipándola. Con la intención de cerrar y obturar definitivamente la habitación más grande con el mural de pinturas, probablemente antes de irse sellaron el pasillo de comunicación entre las dos habitaciones y también quizás la entrada a la casa con una argamasa de barro que se consolido al secarse. Desde entonces la casa permaneció desocupada y durante ese período de abandono se habrían producido sucesivos derrumbes de los muros y deslizamiento del mortero de relleno, colmatando de sedimento y bloques el interior de la vivienda.

A mediados del siglo XVI, nuevos sujetos volvieron a ocupar la casa, pero sólo hicieron habitable el recinto más pequeño, manteniendo al recinto mayor con las pinturas lleno de derrumbes. Es probable que tuvieran que extraer el material derrumbado y levantar nuevamente los sectores de los muros que se habían caído para luego poder construir el techo. También habrán nivelado y barrido el piso, extrayendo más material.

Durante la reocupación, mientras los sujetos vivían en una habitación es probable que en la otra continuamente arrojaran desperdicios de actividades cotidianas, y así durante las sucesivas ocupaciones posteriores la habitación que no fue reocupada sirvió, en cierta forma, de basurero. A partir de estas reocupaciones los sujetos que vivieron en la casa no realizaron prácticas de cavado y rellenado de pozos, tampoco parecen haber realizado prácticas rituales de ofrenda destacables materialmente en el interior de la casa. Los sujetos o la familia que abandonaron por última vez la casa, parecen no haber previsto una desocupación definitiva de la vivienda, ya que dejaron la habitación equipada con implementos todavía útiles, y probablemente debido a circunstancias que se desconocen no pudieron regresar.

Hasta aquí se llega. Se narró la estratigrafía arqueológica de TC1, su historia. Una historia interpretada de una secuencia de estratigrafía arqueológica creada a partir del análisis detallado de la estratificación original de TC1. La narración final, se tome en cuenta o no, es concebida como una forma de otorgar sentido y un marco para una historia de la discusión e interpretación estratigráfica. El sentido y el marco propuesto hacen de la narración un relato cargado de subjetividad y objetividad, de datos, de tiempos y lugares, que se narran por la propia experiencia del autor interpretando el pasado y por la experiencia vivida por los sujetos que estructuraron a través de sus prácticas todo el espacio doméstico de TC1. Se comentó, a partir de sujetos concebidos como tipos sociales históricos e imaginarios, las sucesivas prácticas y acciones que dieron origen y forma a la estratificación original. Específicamente se hizo referencia a los sujetos con sus prácticas y acciones en sus circunstancias históricas, sociales y culturales que los motivaron, es decir, están representados en aquello que permitió la narración. Esto último fue y es uno de los objetivos de este trabajo, logrado paulatinamente en la discusión e interpretación estratigráfica, pero consolidado al final por la narración de la historia que le dio formato como tal.

La narración no se configuró para explicar una acción pasada, sino para dar al sedimento una comprensión desde la acción que lo hizo posible. Por eso la narrativa es establecida como un dispositivo de comprensión del pasado.

La ausencia de las personas concretas9. Es un problema metodológico pero también implica una discusión teórica. Sujetos o individuos aluden en la narración a sujetos o individuos concretos, pero no los reflejan. Se trata de individuos que integran unidades domésticas, pero ni aquellos ni éstas aparecen en la narración sino como constructos teóricos, ficciones dramáticas que se basan en supuestos y en lectura de la interpretación estratigráfica. Pero no se trata aquí ni de un intento de control metodológico de las limitaciones que la arqueología enfrenta al no contar con fuentes escritas, que resultaría espurio, ni tampoco de un lamento ante la conciencia de la finitud del impulso cognoscitivo, que sería vano. Se trata, más bien, de una reflexión acerca de los límites del conocimiento posible que, como toda reflexión, se vuelve sobre las fuentes del conocimiento y sobre su potencial interpretativo, así como sobre los sujetos de la interpretación.

La narración antepuesta pretende configurar en los sujetos y los grupos domésticos a sus protagonistas, pero una lectura atenta permitiría advertir que hay otro protagonista, el protagonista concreto empíricamente, que es la cultura material registrada en la excavación y dispuesta en una secuencia estratigráfica. La secuencia estratigráfica muestra un conjunto de elementos persistentes que, una vez puestos en juego, intervienen en la narración a lo largo de toda su trama. Particularmente la arquitectura, por ejemplo, ofrece lo que en primera instancia podría decirse que es la escenografía en la que se desarrollará la acción. Por otro lado, las evidencias de barrido y limpieza, y los pozos cavados y rellenados en el interior de la casa, muestran acciones reiteradas una y otra vez en el marco de esa escenografía. Pero también podría decirse de la arquitectura que cumplió un papel no meramente de continente de la acción, sino de dispositivo que, al contenerla, le dio el marco que la hizo posible. La agencia de la arquitectura, que aquí se pretende interpretar, podría ilustrarse mencionando algunas de las cosas en las que actuó decisivamente, como la crianza de los niños y la reproducción cotidiana mediante la preparación y servicio de alimentos. Podría decirse que la arquitectura no sólo fue construida por sujetos humanos, sino que, a su vez, los construyó. Algo similar podría ser extendido a la comprensión del conjunto de la estratigrafía, y no solamente a los estratos verticales, pues la estratigrafía muestra algunas acciones reiteradas en numerosas oportunidades de maneras semejantes, como el cavado y rellenado de pozos, lo que puede ser entendido como una práctica culturalmente pautada. Ésta, como las otras prácticas contenidas en la arquitectura doméstica, no sólo dejaron sus huellas en la estratigrafía, sino que contribuyeron a que toda la casa -paredes, piso y techo- fuera el resultado de una larga historia sedimentaria en la que la acción, al modificarla -por ejemplo, cavando y rellenando un pozo, o incluyendo objetos en las paredes o el techo-, quedó incluida.

En este sentido, la casa puede ser percibida como un monumento y su interior como sedimento (Haber 1999). En la interpretación y la narración de la estratigrafía arqueológica de TC1 la categoría sedimento ha sido propuesta como un complemento al monumento. Sedimento y monumento son dos formas culturales que vinculan escalas temporales existencialmente distintas. El monumento instaura un marco que excede la práctica presente pero que la contiene, el sedimento inserta la práctica presente en una serie inmemorial de prácticas semejantes. La relevancia de estas categorías está dada por la ausencia en nuestra narración de las personas concretas, ausencia que puede ahora ser reconstruida como una incongruencia biográfica entre la casa y sus habitantes.

La biografía de la casa que en definitiva constituye la trama de esta narración, contiene no una, sino una multitud de biografías individuales -los sujetos concretos que en ella vivieron- y colectivas -las familias concretas que allí habitaron-. La inasibilidad de esas biografías individuales es lo que determina su ausencia de la narración, pues no aparecen como personas determinadas sino como personajes o roles -individuos integrantes de unidades domésticas y las propias unidades domésticas-. Estos pueden ser interpretados precisamente por la arquitectura doméstica y por las prácticas domésticas leídas en la estratigrafía. Pero es a través de esas prácticas materiales, construir y reconstruir la casa, habitarla, mantenerla y cavar y rellenar pozos en su interior, que los sujetos, y sus subjetividades, han sido en gran parte construidos. Estas construcciones de subjetividades no han ocurrido una sola vez, sino reiteradamente en una larga serie de ocasiones en el transcurso del prolongado período en que la casa fue habitada. Y es precisamente el carácter recurrente de los sujetos no humanos -la arquitectura y la estratigrafía en general- lo que aparece como el aspecto más relevante de la narración de la historia de la casa. No es sólo que monumento y sedimento hayan sido obra de la acción humana, ni que ambos se hayan complementado para dar forma a las acciones humanas en su interior.

El largo diálogo -para emplear otra metáfora dramatúrgica- desarrollado por los sujetos humanos sucesivos y los sujetos no humanos reiterados y permanentes es el que ha caracterizado a unos y otros personajes de esta narración. La inclusión material de los individuos en escalas temporales que excedían sus marcos biográficos individuales ha podido ser un elemento clave en la reproducción cultural -individual y colectiva-. El carácter de dicha reproducción cultural ha quedado impreso en la narración: las personas aparecen allí representadas por sus roles sociales, como individuos integrantes de una unidad doméstica. La estratigrafía permite entender no sólo hasta qué punto sedimentaron sus prácticas, sino también en qué medida ellos mismos, a través de sus prácticas, se sedimentaron. Esos mismos individuos, o las unidades domésticas que integraron, fueron los sujetos de la apropiación social de los medios de producción agrícola, mediante sus prácticas de riego y trabajo de la tierra. La agricultura en Tebenquiche Chico fue organizada y practicada según un diseño de redes de riego de gestión doméstica interindependiente (Haber 1999; Quesada 2001). El emplazamiento de las casas en los puntos técnicamente determinantes de la extensión de la tierra a irrigar (lo socialmente apropiable por cada unidad doméstica), otorga un sentido no sólo a la prolongada existencia de las casas, sino también a los diálogos entre la arquitectura, estratigrafía doméstica y los individuos que allí vivieron. Diálogos a través de los cuales actuaron y reprodujeron sus roles sociales.

Reflexiones finales

Este ensayo pretendió ser un aporte orientado a examinar la contribución de la narrativa, concebida como un componente interpretativo agregado al discurso que fomenta la arqueología para comprender y explicar el pasado. Con el objetivo de relatar la ocupación humana en una unidad doméstica, en síntesis, se mostró una forma de discutir, interpretar y narrar la complejidad contenida entre la estratigrafía arqueológica y las prácticas sociales como construcciones del arqueólogo.

Dentro de la reconocida discusión en la que se debate si la arqueología es una disciplina natural o bien es una ciencia social, esta visión se caracterizó por priorizar la interpretación del arqueólogo como una acción narrativa relacionada con la comprensión en ciencias sociales. Muchas veces se tropieza con la realidad de que una buena interpretación del pasado no es por estar muy bien explicada sino por estar bien narrada, en otras palabras, bien reflexionada y comprendida. El trabajo no propone una alternativa excluyente entre explicación y comprensión dentro de la arqueología, donde un término debía excluir al otro. Por el contrario, intenta proporcionar un punto de vista conciliatorio, en que la explicación de la narración se vincula con comprender que cada acontecimiento relatado está marcado por su contexto de deposición dentro del registro estratigráfico arqueológico, deposición determinada topográfica, física, estratigráfica y socialmente (D'Amore 2002).

Se refleja claramente en la narración propuesta, la concepción cultural de la estratigrafía en términos de cultura material, que permite acceder a una realidad dialéctica, donde las prácticas interpretadas están representadas por la cultura material, mientras que la cultura material representa prácticas. A partir de la dialéctica entre la cultura material y las prácticas se construye a los individuos como sujetos sociales en la realidad arqueológica que se presenta. Esto representa el medio analítico, interpretativo y narrativo por el cual se llega al conocimiento de las personas que originaron el pasado que estudia la arqueología. El pasado lo construye el arqueólogo desde su presente socializado.

Algo para agregar, es que entre los estudiosos de la construcción de la subjetividad se ha tendido a resaltar la importancia de la narración del yo, aspecto que para algunos autores, como por ejemplo Giddens (1987, 1990), constituye una de las principales dimensiones de la modernidad, mientras que para otros puede ser extendido a todas las sociedades humanas. Una de las conclusiones a las que permite llegar este trabajo, la importancia de la cultura material y de la estratigrafía doméstica, vincula, en cambio, la construcción de las subjetividades, o al menos de algunos roles sociales, con la experiencia corporal y espacial, no narrada ni textualizada. Esto lleva, necesariamente, a interrogar por el carácter textualizado de la interpretación de la cultura material del pasado, circunstancia que queda ejemplificada de manera notable en el discurso desde la estratificación, pasando por la secuencia estratigráfica, hasta la narrativa en la que desemboca la misma. Es parte de la propia experiencia de socialización en medios urbanos y académicos la que presenta a la interpretación textual como el objetivo, pero también como el modelo, de toda red cultural significativa. Tal vez no sea sencillo, ni en definitiva tenga sentido, escapar de esa orientación textual. Introducirse en la discusión de la metodología y teoría de la estratigrafía, y permitir que se transluzcan en la interpretación modos o modelos alternativos al textual -o lingüístico en sentido lato-, en los que la materialidad de la cultura no resulte una simple trascripción de lo que pueda ser dicho, sino que dice -y hace- de por sí y a su modo, significa abrirse a la posibilidad de que la vida cultural transite por canales que por la propia experiencia, uno no se aventura a imaginar.

En el contenido de la narración, trasciende otro propósito importante que está encaminado a pensar y reflexionar profundamente el vínculo de dos lugares: la narración de la ocupación humana en TC1 y la narración de la práctica arqueológica. En el pasado está la casa vivida como lugar cotidiano de vivienda, en cambio, en la actualidad la misma casa es vivida por el arqueólogo como lugar de trabajo durante la inves tigación. Un mismo lugar vivido de diferentes maneras en distintos tiempos. No hay una dicotomía entre esos dos paisajes de diferentes tiempos. Estas dos vivencias se complementan, una no existe sin la otra. En la actualidad, la vida pretérita en el interior de la casa existe en el relato de la interpretación que hace el arqueólogo; dentro de la casa, se encuentran sujetos no humanos e inanimados, que vuelven a ser revitalizados de forma activa en la práctica arqueológica. En el pasado, esos sujetos no humanos ocupaban un rol particular en un contexto doméstico dentro de la casa vivida como vivienda y en el presente los mismos sujetos son incorporados por el arqueólogo en un contexto de conocimiento en la práctica arqueológica. Es claro que después de transitar por todo el proceso de investigación, el arqueólogo en su interpretación termina narrando su objeto de estudio, el pasado, y su propia existencia como arqueólogo a través de la práctica de su disciplina en la sociedad.

Hay así incertidumbres abiertas en la lectura de este artículo, que podría representarse de la siguiente manera: ¿existe un estilo narrativo de representación arqueológica parecido a la que se expresa para la historia (Ricoeur 2003)?; mientras que por otro lado, hay representaciones del pasado que no son narraciones (y por lo tanto, tampoco historias), surge la cuestión entonces acerca de si toda arqueología es narración (más allá del estilo representativo) o no (Nastri 2004). Mientras se siga creyendo que la arqueología trata de gente, esta disciplina que estudia la cultura material de los antepasados tiene mucho que contar en el futuro. Parafraseando a Ricoeur (1987), como arqueólogos se cuenta historias porque finalmente las vidas humanas pretéritas necesitan y merecen ser contadas. Y siguiendo a Wittgenstein (1953), toda palabra es una acción en sí misma, que se desarrolla en un juego del lenguaje del mundo de la vida, la palabra es la mínima acción que puede ser deducida en una narrativa; por lo tanto, todo lo que se dice y lo que se escribe tienen connotaciones en el presente socializado desde el cual se interpreta toda realidad pasada.

NOTAS

1 Aquí se hace referencia al caso de un lugar estratificado, pero no se supone que las actividades humanas se circunscriben exclusivamente en aquellos lugares.

2 Con esto se hace referencia a la subjetividad implícita en el proceso de creación de una estratigrafía y su representación en una secuencia, contrario a un modelo objetivo orientado a una identificación mecánica de los estratos empleados usualmente en la definición de los procesos de formación.

3 El concepto de práctica sigue los lineamientos tomados de Bourdieu (1977) y de Habermas (1989) en relación a la práctica como una acción comunicativa. Pero, lo mismo que para el caso del lenguaje en Wittgenstien (1953), se apela al sentido común sobre lo que se conoce acerca de práctica, ya que al realizar una acción práctica esto no implica el aprendizaje de lo que se quiere decir con práctica social, menos aún realizar una referencia concreta sobre autores que trabajan en la temática, y en ello consta la profundidad de esta concepción.

4 Por narrativa, en este caso particular, se plantea una historia de una serie sucesos o eventos, un relato que tiene algo de ficción y algo de histórico (la cuestión de la novela histórica), pero también al ser una narración que puede fijarse en un texto se hace referencia a un estilo o modo de escribir, una forma literaria que sirve de estrategia para su investigación. Para esta cuestión ver Ricoeur (1987), Stone (1979), White (1992).

5 Se hace referencia a la contrastación empírica u observable o a la contrastación nomológica-deductiva representada por las ciencias naturales, utilizada por las corrientes vinculadas a la Arqueología Procesual.

6 No se asume una transparencia del registro estratigráfico como fiel reflejo de la actividad humana. Se hace referencia a la suposición de que la inteligibilidad de la representación histórica de sucesos es posible por la coherencia narrativa de la pretensión de su existencia (ver la cuestión de la pretensión de verdad de la historia y la ficción en Ricoeur 1999a; La Capra 2001). Esto contiene una crítica por poseer un determinismo racionalista en su reconocimiento. Por lo que la inteligibilidad a la que se hace referencia es a la representación narrativa de la realidad, por la cual se pretende observar que esa realidad sucedió, sucede y sucederá en el acontecer de la vida humana.

7 No debe confundirse con direccionalidad. Se comprende una dirección en referencia a una orientación en una acción racional intencional, pero sus fines se bifurcan en relación a los medios y a las circunstancias prácticas que establece el contexto social de inserción, ya que se entiende que tal orientación define su inestable dirección en un presente en constante continuidad. En el caso de la irracionalidad y la inintencionalidad no sucede lo mismo.

8 Debido a la finitud del trabajo presentado, no es posible mostrar cómo fue construido el diseño de la Matriz estratigráfica del sitio, ni tampoco evaluar detenidamente la descripción y discusión de cada unidad estratigráfica en la matriz de Harris y de cómo cada una de ellas participa en la conformación y configuración del entramado de la narrativa en cuestión (para estas cuestiones ver D'Amore 2002).

9 Con este término se hace referencia a personas vivas en lo concreto de la vida humana, a la existencia en el presente de seres vivos. Lo concreto, en este caso, es la experiencia de un ser vivo con su entorno real.

Agradecimientos

Deseo agradecer a los evaluadores de este artículo, entre ellos a Javier Natri, que a partir de sus comentarios, correcciones, sugerencias y críticas le han otorgado una mayor comprensión a los temas y cuestiones aquí tratados. Un especial agradecimiento al Dr. Alejandro Haber, que gracias a su orientación me encaminó hacia estos lugares de cuestionamiento de la arqueología. Todos los errores que puedan ser encontrados pertenecen a mi autoría.

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