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Intersecciones en antropología

versión On-line ISSN 1850-373X

Intersecciones antropol.  n.9 Olavarría ene./dic. 2008

 

El espejo de la naturaleza y la enfermedad histórica en la construcción del conocimiento

Rafael Pedro Curtoni y María Gabriela Chaparro

Rafael P. Curtoni. CONICET, INCUAPA, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires. Avda. del Valle 5737 Olavarría, B7400JWI, Buenos Aires. Argentina. E-mail: rcurtoni@soc.unicen.edu.ar
M. Gabriela Chaparro. CONICET, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires. Avda. del Valle 5737 Olavarría, B7400JWI. Buenos Aires. Argentina. E-mail:chaparro@soc.unicen.edu.ar

Recibido 14 de Agosto 2006
Aceptado 7 de Junio 2007

RESUMEN

En este trabajo se discute la construcción del conocimiento en las ciencias sociales en general y en la arqueología en particular a la luz del pensamiento científico moderno. Para esto se parte de una concepción crítica de algunos postulados que contribuyeron al desarrollo de la disciplina y se plantea una reconsideración de la práctica en función de situaciones concretas, como son los continuos reclamos indígenas ycampesinos.

Palabras clave: Ciencias sociales; Reclamos; Reconfiguración de la práctica.

ABSTRACT

The Mirror Of Nature And Historical Disease In The Construction Of Knowledge. In this paper the construction of knowledge in the social sciences in general, and in archaeology in particular, are discussed in relation to modern scientific thought. A critical approach is adopted in order to reconsider some taken for granted assumptions that contributed to the development of the discipline, and a reshaped praxis is proposed on the basis of concrete contemporary issues, such as reclamations by indigenous and peasant groups.

Keywords: Social sciences; Reclaims; Reshaping the praxis.

INTRODUCCIÓN

 La intempestiva deforestación actual de bosques nativos en las provincias argentinas del Chaco, Salta, Córdoba y Santiago del Estero entre otras, condujo al despojo de las tierras que por generaciones ocupaban poblaciones de campesinos y grupos indígenas. La venta de miles de hectáreas estatales de dudosa legalidad a manos privadas y la mercantilización absoluta de la tierra, sus productos y los hombres implica un proceso inexorable de cosificación y destrucción de paisajes, identidades y vidas. La complicidad del Estado o su ineficiencia y en algunos casos su total ausencia abonan la falta de compromiso y el deslindamiento de responsabilidades que legalmente le corresponden. Cuando nadie se hace cargo y todo es dominado por intereses de mercado se produce el fenómeno designado por el subcomandante Marcos de strip tease del Estado, es decir la eliminación de sus funciones sociales y la transformación del mismo como un instrumento protector al servicio de las megaempresas (Coronil 2003; Ramonet 2001).

 Como ejemplo de este fenómeno se puede mencionar, entre otros, la falta de correspondencia, inadmisible y anticonstitucional, ante la solicitud de atención y diálogo efectuada durante varios meses por los indígenas a las autoridades de la provincia del Chaco (Diario Clarín, 6 de junio de 2006) (Figura 1). Distintos representantes de las comunidades originarias tuvieron que efectuar durante varias semanas huelgas de hambre como medida extrema para poder ser atendidos. El reclamo de las etnías qom (tobas) wichí y moqoit (mocoví), entre otras cosas busca declarar la nulidad de la adjudicación irregular de tierras a manos privadas así como solicitar mejoras en salud, educación, vivienda y denunciar actos discriminatorios por parte de autoridades públicas (Frías 2006) (Figura 2).

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Figura 1: Ubicación geográfica de los lugares mencionados en el texto.

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Figura 2: Movilización frente a la Gobernación de Chaco.Foto gentileza Jorge Frías (http://argentina.indymedia.org/news/2006/06/414337.php).

De norte a sur

 En la provincia de Santiago del Estero (Figura 1), desde hace años, numerosas familias campesinas son constante y brutalmente reprimidas por fuerzas policiales y parapoliciales para apropiarse de sus tierras. El desmedido avance del desmonte ante la actual sojamanía arrasa con los puestos de los pobladores del monte, sus animales, pertenencias y con el derecho constitucional de la posesión veinteañal fomentada desde el Estado (Artículo 4015/16 del Código Civil y Artículo 75, inciso 17, de la Constitución Nacional Argentina). Pero esta situación no es nueva para los santiagueños, desde fines del siglo XIX con la extensión del ferrocarril y la necesidad de durmientes para la instalación de las vías, la superficie de bosques de quebrachos y algarrobos (Schinopsis sp. y Prosopis sp.) del monte provincial disminuyó en más del 70% de su superficie (Dandan 2004; Dargoltz et al. 2005). Las pequeñas economías domésticas de los campesinos, cuyo eje era el monte, se quebraron produciendo miseria e impulsando las grandes migraciones a los centros urbanos que tuvieron su auge en las décadas de 1950 y 1960 y que continúan en la actualidad(Agosto et al. 2004; Dargoltz 1980). A esta crisis social, desde las últimas décadas se le debe sumar la ecológica ya que, la tala indiscriminada de monte nativo sumado al manejo inadecuado de los recursos hídricos, trajo como consecuencia la degradación de los suelos, la desertización y salinización (Barembaum y Anastasio 2005). El río Dulce, uno de los principales proveedores hídricos de la mesopotamia santiagueña, presenta un régimen cada vez más inestable debido a una gestión inadecuada de su caudal1. Ello afecta directamente a las poblaciones localizadas en sus márgenes y aledaños ya sea mediante inundaciones desmedidas o sequías cada vez más frecuentes. En este sentido, la escasez de agua es otro de los grandes problemas actuales que padecen y donde el Estado provincial o municipal permanece inmóvil o en función del clientelismo político (Cao 2005: 66).

 Según la Mesa Provincial de Tierras en la actualidad más de 15.000 familias santiagueñas se encuentran en disputa por la tenencia de sus tierras (Savoia 2006) (Figuras 3 y 4). A pesar de que en la década del ochenta surgieron varias organizaciones campesinas como espacio de encuentro, de representación y de lucha, recién en agosto de 1990 se constituyó formalmente el Movimiento Campesino Santiagueño (MOCASE), (Agosto et al. 2004; Dargoltz 2006), que agrupó a dichas organizaciones y tuvo representantes en diversos programas agropecuarios para el sector minifundista de la órbita nacional. Sin embargo, ni el MOCASE ni ninguna otra organización ha logrado detener la corrupción en la entrega de títulos de tierras a grupos de empresarios (Dargoltz 2006), que buscan ampliar la frontera agrícola para el cultivo de nuevas variedades de soja transgénica (Longo de Tomasini 2005; Torterolo 2005).

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Figura 3: Familia Quiñones, desalojada de sus tierras, localidad de Los Juríes, provincia de Santiago del Estero. Foto Severino de Acción Fotográfica (http://argentina. indymedia.org/news/2005/04/280002_comment.php#281452)

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Figura 4: "Esta tierra es nuestra, aquí nacimos" Cartel en la manifestación pública en las calles de la ciudad de Santiago del Estero. Gentileza Diario El Liberal (Santiago del Estero).

 Situaciones y procesos similares también se generan cotidianamente en otros lugares2. En la patagonia, el pueblo mapuche está continuamente bajo amenaza de nuevas conquistas de sus tierras, ya no al son del metal del siglo XIX sino ante el poder de multinacionales, magnates y adelantados del siglo XXI que en connivencia con autoridades públicas negocian cada centímetro de tierra. El despojo, la expoliación y el exterminio, aunque parezcan marcas de fuego de la conquista roquista, continúan en la actualidad bajo la retórica del progreso, la modernización y la ciencia. Recientemente, en la localidad de Villa la Angostura, provincia de Neuquén (Figura 1), la comunidad mapuche Paichil Antriao denunció agresiones y amenazas de empresarios inmobiliarios que tratan de vender a manos privadas las tierras que tradicionalmente ocupan. La destrucción intencional de una ruka (casa) de la comunidad y el cercamiento perimetral de la tierra constituyen acciones violentas y autoritarias generadas con el consentimiento de los funcionarios locales (Diario Río Negro, 17 de julio de 2006), (Figura 5). Por otro lado, en años anteriores los mapuches reunidos en un parlamento regional habían denunciado que la empresa Inversiones Mineras Argentinas (IMA Exploration Inc.), había profanado un cementerio de la comunidadlocalizado en proximidades del Camino del Buey, cerca de la localidad de Gastre, provincia de Chubut (Figura 1). La usurpación del lugar para realizar exploraciones mineras y el levantamiento de los restos humanos se habría realizado sin la autorización ni consentimiento de la comunidad indígena local. Sin embargo, y según la denuncia del parlamento regional, la empresa IMA habría actuado bajo el asesoramiento y resguardo de antropólogos profesionales quienes con "el escudo de la ciencia" levantaron los restos de los antepasados de la comunidad (Diario Río Negro, 20 de mayo de 2005). En la denuncia efectuada los indígenas sostienen que el lugar donde se encuentran los entierros es considerado parte "del patrimonio histórico y cultural del pueblo-nación mapuche y no le pertenece ni a una empresa, ni a científicos sociales, ni a ningún museo" (Diario Río Negro, 20 de mayo de 2005).

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Figura 5: "Territorios en pugna. Comunidad mapuche Paichil Antriao, Villa La Angostura, provincia de Neuquén. Fotos: Alejandra Bartoliche/Vasco por Acción Fotográfica. http://www.accionfotografica.com.ar/

 En la provincia de La Pampa (Figura 1), los grupos indígenas rankülches vienen reclamando desde hace tiempo mejoras en las condiciones de vida y devolución de sus tierras ancestrales desde que fueran relocalizados, a principios del siglo XX, en una reserva semidesértica al oeste pampeano (Canuhé 2003). Allí, la unidad económica mínima es de 5000 ha por familia para lograr el sustento básico, mientras que el Estado otorgó cerca de 600 ha a cada una (Poduje et al. 1993). La mayoría de los pobladores en esta parte de la provincia viven en puestos, asentamientos organizados en función del grupo familiar, el cual representa el espacio de residencia y cría de cabras (Poduje 2000). En estos lugares es común la ausencia de rutas de acceso, la escasez de agua potable, la falta de electricidad y la siempre presente dificultad para acceder a la propiedad de la tierra (Comerci 2004). Los burócratas de la política estuvieron y están absolutamente al margen de los problemas que enfrentan los campesinos e indígenas del oeste pampeano y sólo transitan por esos lugares en tiempos electorales con promesas incumplidas y actitudes distantes. En la actualidad algunos dirigentes indígenas están emprendiendo distintas luchas para mejorar la calidad de vida de las comunidades, rescatar el idioma ancestral, la cultura y la tierra. Asimismo, están exigiendo participación "en todos los temas que nos competen. Necesitamos la autosuficiencia. Pero también la autodeterminación. No queremos seguir siendo receptores pasivos de limosnas que condicionan y envilecen, una actitud ya centenaria. Queremos hacerlo desde nosotros mismos, desde nuestra cultura, desde nuestra cosmovisión, desde nuestra organización social, desde nuestra filosofía de vida" (Canuhé 2003: 10).

 En los últimos años se ha realizado con la comunidad rankülche de La Pampa distintas aproximaciones para discutir y programar acciones y proyectos de interés conjunto como los reclamos de tierras ancestrales y la devolución de restos óseos humanos (Endere y Curtoni 2006). Por otro lado, hacia fines de 2006 se conformó en la provincia de La Pampa un Movimiento de Apoyo a la Lucha por la Tierra (MALUT) integrado por docentes, estudiantes, investigadores independientes, profesionales, organizaciones políticas, sociales y ambientalistas, con el objetivo de apoyar los reclamos efectuados por los pobladores del oeste pampeano. Entre las acciones efectuadas recientemente por este movimiento se encuentra una protesta realizada frente a la casa de gobierno provincial para denunciar intentos de despojos de campesinos en el oeste de la provincia (Diario La Reforma, 10 de enero de 2007).

 Este breve esbozo remarca algo que si bien no es novedad se está profundizando dramáticamente en los últimos tiempos. En distintos lugares de Argentina los campesinos y los grupos indígenas estuvieron y están continuamente siendo sometidos al total abandono, a la explotación, expoliación y al despojo de sus tierras (Carrasco y Briones 1996). En este sentido, cabe preguntarse ¿qué lugar ocupan en la consideración académica los continuos reclamos de los distintos grupos indígenas y los problemas que cotidianamente enfrentan las comunidades campesinas? ¿Qué tiene para decir y/o hacer la arqueología y los arqueólogos al respecto? Pareciera que estos fenómenos cotidianos, sociales, altamente sensibles y sin dudas relacionados con el ámbito de las ciencias sociales no se encuentran contemplados en los proyectos de investigación, tal vez por la imprevisibilidad misma de los hechos y la demanda contrapuesta (absurda) de prever y definir rigurosamente a priori los pasos a seguir. Esto quiere decir que se ha privilegiado una forma de investigar relacionada con el racionalismo científico, moderno y eurocéntrico, sustentado en los ideales de objetividad, neutralidad y verdad (Lander 2003; Schuster 2002), en la cual se establece que los juicios de valor, políticos y morales no deben contaminar el desarrollo de la práctica ni los resultados obtenidos. La actitud de asepsia y desinvolucramiento que caracteriza a buena parte de la construcción del conocimiento científico moderno es homologable a algunos de los postulados sostenidos por los pirrónicos (discípulos del filósofo griego Pirrón de Elis). Esta escuela filosófica profesaba un sentido preferentemente moral y sostenían que el ser humano debía guiarse básicamente por las actitudes de epojé, es decir abstención de todo juicio y ataraxia, imperturbabilidad o indiferencia ante las circunstancias más diversas (Ruiz 1984).

La intención de este trabajo es reflejar una crítica a la concepción moderna de construcción del conocimiento en las ciencias sociales, campo dentro del cual ubicamos a la arqueología y esbozar un planteo de reconfiguración de práctica de la misma a la luz de ideas y formas de ver generadas localmente. Para esto, el primer paso consiste en abrir la arqueología "desde aquí" como estrategia que tienda a situar la práctica en función de situaciones concretas e intente desacralizar concepciones arraigadas durante el desarrollo de la disciplina y consideradas incuestionables (como la separación entre hecho y valor, la subordinación y limitación de la acción del arqueólogo al pasado, el posicionamiento neutral y apolítico, etc.).

ABRIR LA ARQUEOLOGÍA

 La perspectiva eurocéntrica del conocimiento concentró bajo su hegemonía el control de todas las formas de subjetividad, de cultura y de producción de los saberes (Quijano 2003). Aquellas formas que no se ajustan a los cánones establecidos por este imaginario, son "transformadas no sólo en diferentes, sino en carentes, en arcaicas, primitivas, tradicionales, premodernas" (Lander 2003:24). Las ciencias sociales en general y la arqueología en particular se conformaron en estos espacios de saber-poder y no estuvieron exentas de las influencias ideológicas promovidas por el imaginario moderno/colonial (Castro Gómez 2003; García Canclini 1996; Gnecco 2003; Haber 2004). Los fundamentos filosóficos de este imaginario se encuentran sustentados, en parte, por los ideales establecidos a partir del Renacimiento y la Ilustración, en los cuales se suponía que la razón humana provenía de la naturaleza la cual estaba, a su vez, organizada racionalmente (Vattimo 1996). Con el tiempo, la supremacía de la ciencia como forma de conocimiento de la verdad quedó establecida cuando el mundo que nos rodea fue definido como una realidad coherente y por ende la mente humana como el "espejo de la naturaleza" (Kalpokas 2005; Rorty 1992). Con esta metáfora rortyana se expresa, por un lado, la creencia en la preeminencia de la racionalidadde la mente humana por sobre todo lo demás (mitos, magia, religión), y por otro lado, que el conocimiento científico, moderno y occidental se caracteriza por una separación considerada insuperable entre ser y valor, entre acontecimiento y sentido (Vattimo 2002). En términos similares, Husserl (citado en Fernández Martínez 2006), denominó a este proceso de construcción de los saberes como "matematización de la naturaleza", para implicar la idea de que para acceder al conocimiento sólo cuenta aquello que puede ser definido y medido con precisión absoluta. Los principios de estas posturas preestablecen explícitamente la separación radical entre hechos y valor como condición sine qua non para aprehender la "verdad" y así obtener un conocimiento racional, neutro y objetivo. Esta disociación tradicional entre ser y valor, entre hecho y ética (actitud de epojé) ha sido referida por Nietzsche como la 'enfermedad histórica' del pensamiento moderno (Vattimo 2002). El sentido de la concepción sostenida por Nietzsche se relaciona con una crítica a la pretensión moderna de aplicar al conocimiento historiográfico el ideal metódico de las ciencias naturales (Nietzsche 2005 [1888]; Vattimo 2002). Esa búsqueda de objetividad es la que caracteriza la enfermedad histórica, fundamentalmente por la escisión de teoría y praxis, entre hacer y saber. De esa forma, el filósofo alemán reivindica en parte los procesos inconscientes y la capacidad de sentir no históricamente como el horizonte dentro del cual la creatividad, la productividad y la acción son posibles. Planteos similares en cuanto a crítica del conocimiento moderno y alternativas de construcción fueron realizados posteriormente por Heidegger, Lyotard y Feyerabend, entre otros (Feyerabend 1992, Vattimo 1996). Por ejemplo, para superar las oposiciones binarias y las metanarrativas que totalizan las experiencias históricas reduciendo la diversidad a una lógica unidimensional, Lyotard plantea un discurso de horizontes múltiples y una política basada en la permanencia de la diferencia (Giroux 1997).

 La construcción de conocimientos a la luz del pensamiento moderno, concentra y condena a los investigadores y por lo tanto a las ciencias sociales al dominio exclusivo de la academia, al ámbito elitista del manejo de los saberes (Escobar 2003; Freire 1973; Palerm 1980). La consecuencia de ello es el establecimiento de una distancia cada vez mayor expresada tanto en la especialización del lenguaje (limitándose las posibilidades de diálogos) como en las relaciones con sujetos externos a las disciplinas e inmersos en situaciones específicas (Cúneo 2004; Gnecco 2005).

 ¿Es posible que haya un total desinvolucramiento, desinterés e imperturbabilidad (ataraxia) por los problemas señalados en el apartado anterior y que enfrentan cotidianamente los actores que viven en los paisajes que pueden ser elegidos como áreas de investigación? ¿Es posible desatender los reclamos directos de grupos de interés (sean indígenas o campesinos) en relación a sus tierras y/o en relación a la necesidad de participar en las investigaciones? ¿Nada podemos hacer y/o decir como arqueólogos y actores sociales acerca de los continuos despojos de campesinos e indígenas de sus tierras? ¿Estamos limitados y/o constreñidos por nuestra disciplina, por la ciencia, por la academia?

 Según nuestro parecer, la respuesta a las preguntas anteriores es categóricamente negativa, pues la función crítica de las ciencias sociales en general y en consecuencia de la arqueología en particular "no puede ejercerse con eficacia desde los refugios académicos. (.). El futuro profesional de los antropólogos no puede quedar reducido a la investigación pura y la docencia universitaria, a no ser que se quiera condenar a la antropología al estancamiento, al culto de lo exótico, a satisfacer meras curiosidades por el pasado y a jugar los juegos académicos permitidos" (Palerm 1980:29-30). Para no hacer del pasado una mera curiosidad de contemplación exótica-burguesa y para que lo académico no sea un juego endógamo entre pares es pertinente efectuar un replanteo de la disciplina que conduzca hacia una mirada situada de la práctica. Esto implica reconfigurar la práctica de la arqueología no exclusivamente en función del pasado sino también en función del presente. Implica fomentar una forma de ver las cosas "desde aquí", es decir desde las necesidades concretas, pues "la incapacidad para ver el mundo desde nosotros mismos ha sido sistemáticamente cultivada en nuestro país" (Jauretche 2002:159 [1957]). De esta manera, como arqueólogos y actores sociales inmersos en situaciones concretas sentimos la obligación de involucrarnos y denunciar públicamente, en este caso, los continuos procesos de despojo sufridos por campesinos e indígenas de sus tierras. Estos procesos suelen generarse por los negociados de consorcios inmobiliarios y agrícolas en connivencia, en algunos casos, con autoridades públicas (Diario Río Negro, 17 de julio de 2006; Murano 2006; Savoia 2006). Nuestra actitud tiene que ver con una forma de considerar la práctica de ladisciplina y que de alguna manera se inscribe en los intentos postcoloniales de subvertir los axiomas de desinvolucramiento, distancia y neutralidad sostenidos desde el cientificismo moderno. Este compromiso se expresa al formar parte de los movimientos sociales que luchan por sus derechos y de los reclamos políticos formulados por los mismos. También podría inscribirse, considerando un contexto local, en los cuestionamientos realizados por Arturo Jauretche para desmitificar y desprenderse de una serie de postulados sostenidos por representantes de la "intelligentzia" argentina y comprendidos bajo el concepto de "colonización pedagógica" (Jauretche 2002 [1957]). En su libro Los profetas del odio y la yapa este pensador expresó "la incomprensión de lo nuestro preexistente como hecho cultural o mejor dicho, el entenderlo como hecho anticultural, llevó al inevitable dilema: todo hecho propio, por serlo, era bárbaro, y todo hecho ajeno, importado, por serlo, era civilizado" (Jauretche 2002:23 [1957]). Asimismo, Julio Mafud interpreta que la mentalidad de los intelectuales argentinos que trataban de definir la identidad del país estaba basada y sustantivada en abstracciones. La idea del progreso podía concretarse en América si se negaba tanto el pasado como el presente, "de aquí la insistencia de la negación americana y la ansiedad por ser europeos.Esta pauta histórica provocó un método que luego se hizo norma. Se sustituyó la realidad por la abstracción" (Mafud en Jauretche 2002:30 [1957]). La negación del pasado prehispánico y la negación de los pueblos indígenas contemporáneos conformaban parte de la esencia de la cosmovisión moderna y del modus operandi instaurado a partir del imaginario colonial. Estas estrategias, conjuntamente con la elaboración de ideas racistas y etnocéntricas, formaron la base de los proyectos de construcción nacional en diferentes países sudamericanos en general y de Argentina en particular (Alvarado Borgoño 2004; Jauretche 2002 [1957]; López Mazz 2004; Moreno Sandoval 1998; Navarro Floria 1999; Ramos 1997).

 En este sentido, no es necesario desarrollar nuevas recetas teóricas ni metodológicas que fundamentadas desde lo académico solo disfrazan intereses de redención científica moderna a la par de presunciones vanguardistas. Por el contrario, la reconfiguración de la práctica significa desempolvar planteos previos que, aunque siempre estuvieron en la escena, ahora pueden ser reclamados y resignificados a la luz de situaciones concretas. Abrir la arqueología implica sobre todo superar la 'enfermedad histórica' del pensamiento (epojé y ataraxia inclusive), comprender epistemología y política en conjunto y tender a la descolonización de la misma. Es decir, se trata de promover y potenciar estrategias y espacios inclusivos, superadores de lo estrictamente académico, comprometerse e involucrarse socialmente a partir de necesidades concretas, pensar la participación y la co-producción desde una episteme histórica (Gnecco 2003; Lander 2003; McGuire y Navarrete 1999; McNiven y Russell 2005). Para ejercer estas prácticas descolonizadas es necesario primero descolonizar la disciplina y para eso es preciso, entre otras cosas, subvertir los sentidos de exclusividad en relación a la construcción del conocimiento arqueológico. Ello supone una transformación epistémica que, en este trabajo, podría incluirse dentro de un horizonte postempirista (Schuster 2002), abriendo el juego al mundo de la acción, la interpretación, la hermenéutica y el sentido político y situado de la práctica.

Ciencia, política y crítica

 La definición de la arqueología como la ciencia que estudia el pasado a partir de los restos materiales contiene un sentido político relacionado con los condicionamientos de su origen como disciplina. En los intentos por definir su objeto de estudio la arqueología expresa sus pretensiones "cientifistas" (sensu Vattimo 1996), fundamentadas en el énfasis objetivista y hereda el espíritu colonial de división de los saberes (Gnecco 2004; Schuster 2002). Esta imposición, netamente occidental y moderna, ha fraccionado la producción del conocimiento en las ciencias sociales construyendo fronteras disciplinarias virtuales y compartimentos estancos entre profesiones relacionadas (Wallerstein 1996). El subsumir la arqueología exclusivamente al objeto refuerza la separación entre ser y valor, desenfoca el sentido social de la misma, tiende a marginar el saber y reafirma el contexto colonial de origen. Por el contrario, se sostiene que la arqueología, lejos de ser una ciencia del registro arqueológico, investiga ante todo sociedades humanas siendo los objetos apenas una circunstancia de las mismas. Por lo tanto, las separaciones radicales entre antropología y arqueología carecen de sentido y tienden a escindir la construcción de narrativas históricas, situadas y críticas.

Sin embargo, pareciera que buena parte de las disciplinas sociales y de la arqueología argentina han estado y aún siguen estando dominadas por una formade investigar relacionada con el racionalismo científico (Haber y Scribano 1993; Nastri 2004; Neufeld y Wallace 1998; Politis 2001, 2003), en el cual se considera a la ciencia moderna como la forma más eficiente de brindar conocimientos y con ello a los científicos como los únicos autorizados y capacitados para hacerlo (García Canclini 1996). De esta manera, no sólo se desestiman otras formas alternativas de adquirir o manejar información, sino también se cierran las posibilidades de participación activa a otros agentes sociales que no pertenezcan al ámbito disciplinar (Cúneo 2004; Endere 2002; Watkins 2003). En arqueología, los supuestos que caracterizan a la enfermedad histórica' constituyeron uno de los pilares fundamentales del esquema científico de conocimiento del pasado impuesto por el procesualismo y en su momento ha sido referido por la crítica como la "primacía del objeto" (Hodder 1999; Shanks y Tilley 1992). En un trabajo reciente, se ha analizado el desarrollo de la arqueología argentina durante la segunda mitad del siglo XX en relación con el principio de primacía del objeto, demostrándose que esta noción se encuentra fuertemente arraigada de diferentes formas en la práctica de la disciplina y en las reconstrucciones del pasado (Nastri 2004). De esta forma, la mayor parte de las interpretaciones arqueológicas se sustentan en la separación entre hecho y valor, lo cual refleja, en apariencia, rigor científico y a su vez, contribuye al distanciamiento de los profesionales con los intereses y problemas de los actores locales. En este sentido, descolonizar la arqueología significa cuestionar los principios y axiomas impuestos como dados y que se expresan en una serie de oposiciones consideradas insuperables como las de hecho/valor, subjetivo/ objetivo, naturaleza/cultura, mente/cuerpo, etc. (Castro Gómez 2003; Ingold 2000). Estos axiomas se sustentan en aquello que precisamente Vattimo (1996: 96) considera y cuestiona como los ideales sociales de la modernidad guiados por la utopía de la absoluta "autotransparencia" de la razón. Este ideal de autotransparencia asigna a la sociedad y a las ciencias sociales un carácter no sólo instrumental sino también único, final y substancial (Vattimo 1996).

 En la reconfiguración de la práctica, es claro que ésta debe estar directamente relacionada con las situaciones y/o fenómenos concretos y localizados en los cuales se desarrolla la investigación. Ello implica pensar un horizonte posible de acción desde el cual situar a la misma. Localizado significa, entre otras cosas, contra la mundialización del conocimiento y elpensamiento único que impone la ciencia moderna neoliberal (Jauretche 2002 [1957]; Ramonet 2001). De esa manera, la práctica puede llegar a constituirse en contingente, relacional, crítica y situada, además de atender al surgimiento de las "insubordinaciones históricas" (sensu Gnecco 1999) y locales que se generan continuamente. Los continuos procesos de despojo y expoliación a los que fueron y son sometidos distintos actores sociales constituyen acciones que por propio peso devienen en voces de los que no tienen voz. De esta forma, esas acciones devenidas en voces expresan lo contrario a los sentidos originales implicados en los procesos y como tales pueden homologarse en sus efectos a las insubordinaciones localizadas. Las actitudes pirrónicas de abstención de todo juicio/opinión e imperturbabilidad ante problemas y situaciones concretas, es una opción que se condice con una forma de investigar. En este trabajo intentamos expresar una alternativa diametralmente opuesta en sus intenciones y vinculada con otra forma de investigar que, entre otras cosas, atienda las insubordinaciones y/o reclamos específicos como los casos de despojo mencionados.

En algunos países latinoamericanos los arqueólogos han comenzado a desacralizar y subvertir los sentidos coloniales de la práctica arqueológica y a involucrarse en movimientos sociales en función de necesidades concretas (Angelo 2005; Avalos et al. 2006; Ayala et al. 2003; Benavides 2001; Bravo 2003; Fernández Murillo 2003; Gnecco 1999; Green et al. 2003; Lima 2003; López Mazz 2004; McEwan et al. 1994; Langebaek 2005; Nielsen et al. 2003, entre otros).

En Argentina se pueden mencionar dos ejemplos pioneros de co-participación entre comunidades indígenas o campesinas y arqueólogos en la administración y manejo de sitios arqueológicos, los cuales fueron iniciados hace algo más de quince años. El primero es el del Museo de sitio de Añelo, fundado en 1989 y ubicado en el departamento Confluencia, provincia de Neuquén, Patagonia argentina. En el mismo se exhibe un cementerio de cazadores recolectores de 500 años de antigüedad. Los integrantes de la Comunidad Mapuche Paynemil, que residían en los alrededores del cementerio, fueron partícipes en todas las etapas de la investigación, siendo actualmente los guardianes y administradores del museo (Biset 1989; Cúneo 2004; Font et al. 1997). Posteriormente en el año 2000, el reconocimiento de los derechos indígenas y su participación en la toma de decisiones en la conservación y el uso del patrimonio, fue impulsado oficialmente por el Programa de Recursos Culturales, perteneciente a la Administración de Parques Nacionales (APN). Un ejemplo concreto fue la restitución de un territorio de 341 ha, donde se encuentran lugares y elementos sagrados, ubicado en la jurisdicción del Parque Nacional Lanín (Neuquén) y la custodia del mismo a la Comunidad Mapuche de Ñorquinco (Molinari 2000).

El segundo caso pionero es el del Museo Integral de Laguna Blanca ubicado en la puna catamarqueña, en el Noroeste argentino. Este es un ejemplo que va más allá de la participación de actores sociales locales y profesionales impulsando programas de manejo y desarrollo turístico a partir de la puesta en valor de sitios arqueológicos. La necesidad de construir una "ciencia socialmente útil", es decir crítica, reflexiva, comprometida, y que busca responder a los problemas y necesidades de la sociedad actual que la sustenta (sensu Delfino y Rodríguez 1992), ha impulsado, desde 1992, programas de auto-desarrollo local en la comunidad de Laguna Blanca. Algunos de ellos incluyen la reactivación de tecnologías agropecuarias andinas abandonadas, utilización de energías alternativas y participación directa en la regulación de los dominios de las tierras, entre otros proyectos3 (Delfino et al. 2006).

En los últimos años se han incrementado en nuestro país los trabajos y proyectos con el involucramiento y participación de las comunidades locales tanto en las interpretaciones de contextos arqueológicos como para discutir planes de manejo y puesta en valor de recursos culturales (e.g., Aschero et al. 2005; Bozzuto et al. 2004; Endere y Curtoni 2006; Haber et al. 2006; Iriarte y Werber 2003; Mamaní 2006; Vitry y Soria 2006, entre otros). Por otro lado, un análisis somero de las acciones de relación entre los arqueólogos y las comunidades locales en Argentina indica que se han realizado bajo diferentes intensidades, intereses y perspectivas. En términos generales, se encuentran algunas aproximaciones que han privilegiado acciones de comunicación de los resultados de las investigaciones arqueológicas hacia la comunidad de referencia. En algunos casos, la difusión del conocimiento puede llegar a intensificar las distancias que se buscaban franquear debido sobretodo a la investidura que desea representar el emisor como por el lenguaje conceptual utilizado. En estas condiciones, la comunidad local actúa simplemente como receptora pasiva del mensaje aunque del otro lado se piense que existe una interrelación mutua. Otros investigadores involucran directamente a los agentes locales en los proyectos mediante la participación en el trabajo de campo, la obtención de información y/o brindando apoyo en infraestructura y logística. Este tipo de participación puede considerarse como activa pero sin voz, dado que las interpretaciones y/o intereses de los sujetos externos no forman parte esencial de los trabajos. Por último, algunos proyectos incorporan actores e intereses de las comunidades locales y se generan intercambios horizontales que impactan positivamente tanto en las formas de conocer, como en el desarrollo de propuestas conjuntas. En estos casos, se buscan generar acciones desde adentro y con la gente como protagonista sustentando la práctica en la consulta, el diálogo, el respeto y el aprendizaje mutuo.

COMENTARIOS FINALES

 La producción de conocimientos en las ciencias antropológicas amerita una reflexión interna que sea capaz de erradicar las expresiones más potentes y eficaces del imaginario colonial y del neoliberalismo como son la naturalización de los hechos sociales (Lander 2003), la primacía del objeto, las actitudes pirrónicas de desinvolucramiento, el sentido de universalidad y la creencia en la superioridad de la ciencia. En este sentido, se han realizado algunas aproximaciones importantes desde un contexto postcolonial de crítica que intentan generar conocimientos localizados, multivocales y abiertos así como promover una deconstrucción de los axiomas incuestionados de la arqueología (Funari 1999; Gnecco 1999, 2005; Haber 1999, 2004; López Mazz 2004; Mamani Condori 1989; Politis 2001). De esta forma, se sostiene una indisoluble unidad entre antropología/ arqueología y política que es de utilidad no sólo en el análisis referido a su origen y legitimación como disciplina sino también en cuanto a su consideración como praxis situada. Así, vislumbramos que el horizonte posible desde el cual situar la práctica de la arqueología en función del presente se relaciona con el ámbito político. En este horizonte, donde epistemología y política deben comprenderse en conjunto y en el cual la praxis es necesariamente histórica y localizada, los sentidos implicados deben contradecir las actitudes de epojé y ataraxia. Asimismo, la construcción de saberes demanda una subversión crítica de las metanarrativas y de los discursos generados bajo los efectos de la enfermedad histórica y/o como espejo de la naturaleza. En síntesis, abrir la arqueología implica, entre otras cosas, pensar la práctica 'desde aquí', atender los reclamos y las situaciones de despojo, descentralizar el posicionamiento del profesional como actor principal en la construcción del conocimiento, aceptar la existencia de actores con visiones y voces diferentes y estar abierto a las posibilidades de construcciones conjuntas realizadas por medio de la discusión, negociación y co-participación. En última instancia se trata de ejercer una praxis política y crítica en la cual la construcción del conocimiento sea históricamente situado, es decir no eurocéntrico ni basado en el racionalismo científico y aséptico de la modernidad liberal. También se puede incluir en lo que Maritza Montero (citado en Lander 2003) denominó una episteme latinoamericana del conocer caracterizada, entre otras cosas, por una forma de ver, interpretar y hacer desde América Latina. Esta forma del conocer implica concebir la participación, el saber popular y la comunidad como producto y parte de una episteme de relación; la redefinición del rol del investigador y el reconocimiento del "otro" como "sí mismo" y constructor de conocimientos; la idea de resistencia, liberación y desnaturalización de las formas canónicas del saber; el carácter histórico, relativo del conocimiento y la pluralidad de voces; la revisión de métodos y el desarrollo de modos alternativos de hacer-conocer (Lander 2003: 28).

 Por último, pensar la arqueología desde las necesidades concretas significa constituirla en un instrumento útil capaz de modificar una situación dada. Implica desmitificar formulaciones y prácticas coloniales y hacerse eco de los continuos reclamos de los actores que viven en las áreas de investigación. En definitiva, se trata de ser un activista político, más de un modo de hacer y abordar problemas que de un corpus cerrado y prescriptivo de normas específicas, más de una forma de vida o itinerario abierto que de un producto terminado.

Agradecimientos

 Queremos agradecer a Raúl Dargoltz por la charla compartida durante nuestra estadía en Santiago del Estero y por facilitarnos fotos y bibliografía. Jorge Frías aceptó gentilmente la publicación de sus fotografías. Cada uno de nosotros participa en los proyectos de investigación INCUAPA (Investigaciones Arqueológicas del Cuaternario Pampeano) dirigido por el Dr. Gustavo Politis, financiado por Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica (ANPCyT), PICT 04-12776, y en el proyecto PICT 14425 también financiado por la ANPCyT titulado "Producción y consumo de comida en el imperio Inka: alimentos y cultura material en contextos domésticos y estatales del Noroeste Argentino" dirigido por la Dra. Verónica Williams. Todo lo aquí expuesto es de nuestra exclusiva responsabilidad.

NOTAS

1. El manejo inadecuado del agua a nivel provincial se suma a los conflictos interprovinciales debido a la contaminación que recibe en sus nacientes (río Salí) a través de la Minera Alumbrera en la provincia de Catamarca y de los desagües de los ingenios en Tucumán que afecta directamente al embalse de Río Hondo. Además existen problemas con la provincia de Salta por el rompimiento del acuerdo respecto al volumen de toma de agua (Morales y Ragno 2005).

2. Por razones de espacio desarrollamos los casos con los cuales tenemos mayor afinidad y acercamiento. Sin embargo, ello no significa que sean los únicos que se han generado en nuestro país. Es así que en Formosa hacia fines de la década de 1990 surge el Movimiento Campesino Formoseño (MOCAFOR), cuya lucha se ha centrado últimamente en la defensa del territorio contra el avance de las grandes corporaciones agrícolas y del algodón transgénico. Recientemente se ha formado el Movimiento Campesino de Córdoba (MCC), quienes han iniciado un plan de lucha basado en la retoma de tierras de ocho familias desalojadas en marzo de 2006 en la comunidad El Simbolar, departamento de Cruz del Eje. El MCC se originó en noviembre de 2004 cuando se integraron la Asociación de pequeños productores del Noroeste de Córdoba(APENOC), Unión de Campesinos de Traslasierra (UCATRAS), la Organización de Campesinos unidos del Norte de Córdoba (OCUNC) y la Unión campesina del Norte (UCAN). También se encuentran conformados el Movimiento Nacional Campesino e Indígena, la Unión de Trabajadores Rurales sin Tierra de Mendoza, la Unión de Jóvenes Campesinos de Cuyo (UJoCC), el Movimiento Campesino de Misiones, la Red Puna Jujuy, etc.

3. Programa Desarrollo Integral de Comunidades de Altura (PRODICA), Ministerio de Producción y Desarrollo de la Provincia de Catamarca. Museo integral de Laguna Blanca, Website: http://www.unca.edu.ar/LB/museo-integral-marco.htm.

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