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Intersecciones en antropología

versión On-line ISSN 1850-373X

Intersecciones antropol. v.10 n.1 Olavarría ene./jun. 2009

 

ARTÍCULOS

Discursos cartográficos y territorios indígenas en Antofalla

Marcos N. Quesada

Marcos N. Quesada. CONICET, Escuela de Arqueología, Universidad Nacional de Catamarca. Esquiú 418 11º D, (4700), San Fernando del Valle de Catamarca. E-mail: mkesada@yahoo.com.ar

Recibido 12 de Junio 2007
Aceptado
26 de Junio 2008

RESUMEN

Las cartografías son instrumentos de poder. La crítica a esta situación no puede permanecer restringida dentro de los límites disciplinarios de la cartografía o de la geografía puesto que en no pocos contextos actuales alcanza una dimensión política clara. Me refiero en particular a los reclamos por la restitución de tierras por parte de las comunidades indígenas. Este es el caso de la Comunidad de Antofalla, Catamarca, que recientemente inició el reclamo por la posesión de sus tierras ancestrales. En este contexto las cartografías como forma de representación de tales territorios posee el peculiar lugar de intermediar en tales reclamos. En este trabajo mostraré las tensiones entre la representación cartográfica y la apropiación indígena de la tierra en el área de Antofalla. Comenzaré con una breve descripción de las representaciones cartográficas desde tiempos de la colonia hasta la actualidad. Ello me permitirá repasar los intereses cambiantes que agentes exteriores a la Puna tuvieron sobre ese territorio y mostrar la manera en que se fue configurando el conflicto a través del tiempo. En segundo lugar describiré la forma en que el territorio indígena es construido en las actividades cotidianas y los motivos de su invisibilidad en la representación cartográfica. Finalmente discutiré la autoridad del documento cartográfico, su carácter performativo y las posibilidades de una cartografía indígena.

Palabras clave: Cartografías; Comunidades indígenas; Puna de Atacama; Conflicto por la tierra.

ABSTRACT

Cartographic Discourses And Indigenous Territories In Antofalla. Cartographies are instruments of power. Critique can not remain restrained by the disciplinary limits of cartography or geography given that in many actual contexts a clear political dimension exists. In particular, reference can be made to the claims for land restitution by indigenous communities. This is the case of Antofalla community, Catamarca, which recently initiated a claim for possession of their ancestral territories. In this context, cartographies as ways of representating these territories occupy the peculiar position of acting as intermediaries in such claims. In this paper, the tensions between cartographic representation and the indigenous appropriation of land in the area of Antofalla are presented. A brief description of cartographic representations from the colonial period to the present enables a review of the changing interests that have held sway over this territory by agents external to the Puna, and will also show the way in which the conflict has been configured through time. Subsequently, the ways in which the indigenous territory is built on everyday activities and the consequent reasons for its invisibility in cartographic representations are described. Finally, the authority of the cartographic document is discussed, as well as its performative character and the possibilities of an indigenous cartography.

Keywords: Maps, Indigenous communities; Puna de Atacama; Land conflicts.

"No hay lenguaje sin engaño" (Calvino 2003: 62)

INTRODUCCIÓN

Me encontraba en la casa de un poblador de Antofalla quien amablemente me invitó a pasar a una habitación cuyo centro estaba ocupado por una gran mesa. Era allí donde solía recibir a los visitantes. En una esquina del cuarto, sobre una mesa más pequeña, había una pila relativamente ordenada de papeles. El hombre se acercó a ella y me invitó a que hiciera lo mismo. De entre los papeles y carpetas seleccionó una serie de cartografías del área. Éstas eran cartas topográficas y cartas de imágenes satelitales confeccionadas por el Instituto Geográfico Militar, una carta de navegación aérea (no sé bien a qué institución corresponde la autoría) y otros mapas. Colocándose a mi lado desplegó las cartografías una a una con cierta solemnidad. Parecía que estábamos estudiando los documentos. Sin embargo, en ningún momento me indicó algo en particular de lo que estos representaban. Fui yo el que habló primero y fue para preguntarle cómo los había conseguido. Me indicó que habían sido obsequio de turistas y geólogos a los que daba alojamiento y comida. Estos últimos además solían requerir de los servicios de baqueanía brindados por sus hijos y en ocasiones le alquilaban mulas. No entendí muy bien la situación. Tampoco intenté hacerlo en ese momento. Había entrado a la casa para solicitar permiso para realizar un relevamiento planialtimétrico de los potreros de esa familia. Una vez que lo obtuve, lo saludé y con mi compañera de trabajo y el teodolito me dirigí a los potreros a hacer mi trabajo, es decir, a hacer mapas. Unos meses después regresé a esa casa. Esta vez llevaba mis propias cartografías: unas imágenes satelitales del Instituto Geográfico Militar sobre las cuales debía registrar los lugares utilizados por cada familia a fin de establecer los límites del territorio de la Comunidad Indígena de Antofalla. En esa oportunidad volví a participar del mismo ritual cartográfico pero esta vez comprendí que lo que el hombre quería mostrarme no estaba en los mapas. Lo que yo debía saber era que él tenía mapas.

Las cartografías, como bien lo había comprendido aquel hombre, son instrumentos de poder (Herlihy y Knapp 2003; Poole 1995). Éstas pretenden representar un objeto, el terreno o una porción de la superficie terrestre, y parecen hacerlo de una forma muy precisa. La realidad, sin embargo, es que no representan el espacio tal como pretenden, sino el territorio, es decir la relación real o deseada de la gente con ese espacio. La crítica a esta situación ya ha sido iniciada por la geografía, particularmente desde la Historia de la Cartografía y la Cartografía Crítica (Harley 2005; Rundstrom 1995; entre otros), pero no puede permanecer restringida dentro de esos límites disciplinarios, puesto que en no pocos contextos actuales alcanza una dimensión política clara. Me refiero en particular a los reclamos por la restitución de tierras por parte de las comunidades indígenas, un fenómeno ya común en vastas regiones del globo, incluso en el así llamado primer mundo. Este es el caso de la Comunidad de Antofalla, en Antofagasta de la Sierra, Catamarca, que recientemente inició el reclamo por la posesión de sus tierras ancestrales. En este contexto la cartografía como forma de representación de ese territorio posee el peculiar lugar de intermediar en tales reclamos. No es ésta una situación nueva, los mapas desde su origen cumplieron esa función, pero ahora pueden ser puestos al servicio de aquellos que antes eran negados (Denniston 1994; Poole 1995). Pueden ciertamente ser contra-cartografías. ¿Pueden?

En este trabajo mostraré las tensiones entre la representación cartográfica y la apropiación indígena de la tierra en el área de Antofalla. Comenzaré con una breve descripción de las representaciones cartográficas desde tiempos de la colonia hasta la actualidad. Ello me permitirá repasar los intereses cambiantes que agentes exteriores a la Puna tuvieron sobre ese territorio y mostrar la manera en que se fue configurando el conflicto a través del tiempo. En segundo lugar describiré la forma en que el territorio indígena es construido en las actividades cotidianas y los motivos de su invisibilidad en la representación cartográfica. Finalmente discutiré la autoridad del documento cartográfico, su carácter performativo y las posibilidades de una cartografía indígena.

LOS DISCURSOS CARTOGRÁFICOS SOBRE EL ÁREA DE ANTOFALLA

Si tenemos en cuenta que los inicios de la ocupación humana de la Puna de Atacama se remontan a más de 10.000 años, podemos notar fácilmente que su representación cartográfica es un fenómeno muy reciente. Los primeros documentos cartográficos que conocemos datan de comienzos del período colonial. Estos son los elaborados por Diego de Torres en 1609 y Luis Enot en 16321. Parece que el segundo toma como base el mapa del primero para elaborar su propia versión. Ambas cartografías (Figuras 1 y 2) presentan la Puna de Atacama como un amplio espacio vacío de topónimos a excepción de Anholac y Antiofac, respectivamente, usados para referir a toda la región. Esta ausencia de nombres contrasta fuertemente con los sectores al este y sur: Abaucan, Andalgalas o Andalgatas y Calchaquí parecen muy poblados a juzgar por la cantidad de topónimos representados; la mayoría de ellos posiblemente fueran etnónimos (Raffino 1983). Estas cartografías, como indicaron Haber (2006) y Lema (2004), son una de las pocas fuentes disponibles para un período caracterizado por el silencio documental sobre la Puna de Atacama. Llamativamente, la arqueología da cuenta de que justamente en este lapso temporal el sector sur de la Puna de Atacama, incluyendo el área de Antofalla, atravesaba por un proceso de crecimiento demográfico; ello es evidente en el hecho de que muchos de los oasis agrícolas despoblados desde hacía dos o tres siglos fueron reocupados (Lema 2004). Poco menos de un siglo y medio después, pero aún en tiempos coloniales, Juan de la Cruz Cano y Olmedilla2 (1775) confeccionó una nueva cartografía (Figura 3). No hay elementos que nos permitan saber si éste consultó las obras de Luis Enot y Diego de Torres. Como fuera, reprodujo la misma idea de despoblamiento de la Puna de Atacama. La región aparece nuevamente como un amplio espacio vacío referido únicamente con el topónimo de Valle de Antiosa. El espacio circundante, nuevamente, contrasta por el número de nombres de lugares.

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Figura 1. Detalle de la cartografía elaborada por Diego de Torres en 1609 (tomado de Raffino 1983).

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Figura 2. Detalle de la cartografía elaborada por Luis Enot en 1632 (tomado de Raffino 1983).

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Figura 3. Detalle de la cartografía elaborada por Cano y Olmedilla en 1775 (tomado de Lema 2004).

Tras las guerras de la independencia las cartografías de la Puna de Atacama incorporan dos nuevos elementos: sendas y potreros. Con el término "potreros" se hacía referencia a las vegas puneñas que eran empleadas a lo largo del siglo XIX por arrieros y empresarios argentinos que operaban comercialmente con los puertos del Pacífico (Conti 2001, 2003; Dalence 1851) -Valparaíso y Cobija- y las minas de plata de Copiapó y Potosí, que registran un momento de auge entre 1840 y 1860 (Álvarez 1979; Mitre 1981; Platt 1995). Estos potreros eran paradas obligadas para descansar las tropas de mulares y vacunos en tránsito e incluso invernar los animales para luego introducirlos a los mercados chilenos y altoperuanos. Algunos de los potreros y las sendas que los conectaban fueron dibujados por Rodulfo Amando Philippi en su "Viage al Desierto de Atacama hecho de orden del Gobierno de Chile en el verano 1853-54", publicado en 1860 (Figura 4). Unos años más tarde Johann von Tschudi (1966 [1860]) corrigió el mapa del anterior sobre la base de nueva información que el autor consideraba más fiable. Debo señalar aquí que ninguno de los dos cartógrafos conoció las sendas y potreros que dibujaron en el sector de Antofagasta de la Sierra. Philippi representó cartográficamente lo que un comerciante de reses le informó en San Pedro de Atacama y von Tschudi hizo lo mismo con datos brindados por un hacendado y comerciante de Molinos. Se sabe, en cambio, que Ludwig Brackebusch estuvo en el actual departamento de Antofagasta de la Sierra. Es más, fue detenido allí, sospechado de espía, por fuerzas chilenas que ocupaban la región tras la guerra del Pacífico (Brackebusch 1881). Una de las obras más importantes de este sabio alemán fue un monumental mapa geológico del noroeste argentino que fuera editado por la Academia Nacional de Ciencias de Córdoba en 1891 (Brackebusch 1891). La edición consistió en seis láminas. Una de ellas era el rótulo de la obra, donde figuraba el título, autoría, simbología, escala y demás datos cartográficos. El sector elegido por el autor para ubicar dicho rótulo fue el correspondiente a la Puna de Atacama, por ello nunca sabremos qué elementos del terreno hubiera representado. Pero podemos conjeturar que el autor consideró por algún motivo que se trataba del área menos importante del norte del país, quizá por despoblada.

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Figura 4. Detalle del mapa publicado por Rodulfo Philippi en 1860. Nótese a la derecha del mapa la larga senda que uniendo una serie de potreros atraviesa una extensión vacía de información.

A lo largo del siglo XX se produjeron un conjunto de documentos cartográficos que reunieron los conocimientos de los naturalistas viajeros que recorrieron la Puna de Atacama a fines del siglo XIX y comienzos del XX (Haber 2000). Es evidente el mayor grado de detalle puesto en la representación de los rasgos físicos del terreno: montañas, ríos y salares son graficados con precisión. El mapa de Lavenas publicado en 1900 (Figura 5) nos muestra además de las sendas y potreros, herencia del siglo anterior, la ubicación de las minas de plata de Volcancito y el Trapiche de Antofalla que llamativamente ya habían sido abandonadas unos 40 años atrás (Haber y Quesada 2004). Este hecho, sin embargo, anuncia la aparición de un nuevo elemento "cartografiable": las riquezas minerales. El tema geológico, y en particular el mineralogenético, sería el más importante a lo largo del siglo y su estudio motivó una serie de expediciones a la Puna de Atacama. Luciano Catalano recorrió la región en las década de 1920 y describió extensamente las formaciones geológicas y depósitos minerales (Catalano 1930). Otros investigadores lo siguieron. En la década de 1950 el Servicio Geológico Minero (SEGEMAR) emprendió un programa de vuelos aerofotográficos para realizar un relevamiento de la geología de la Puna y su potencial minero. La información obtenida le permitió la elaboración de precisas cartas geológicas. Allí uno puede consultar los depósitos geológicos, formaciones volcánicas, fallas, alteraciones hidrotermales, etc. El mismo relevamiento aerofotográfico sirvió al Instituto Geográfico Militar para la confección de las llamadas "cartas topográficas" que representan con un grado de detalle de 100 m el relieve de la región de Antofalla (Instituto Geográfico Militar 1988), también algunos de los cursos de agua y algunas poblaciones. En la actualidad el notable avance técnico de los procedimientos de recolección y análisis de datos mediante la incorporación de tecnología satelital (sensores remotos, GPS, Radar) permite lograr versiones cada vez más precisas de estas cartas.

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Figura 5. Detalle de la cartografía de Lavenas (1900).

En el año 2001 se dio a conocer por diversos medios el proyecto para la creación del Parque Nacional Las Parinas. Éste era el resultado de un convenio suscripto por el gobierno de la provincia de Catamarca y la Administración de Parques Nacionales (Pizarro y Moreno 2003). Conocí el contenido del proyecto en el marco de un taller sobre el parque que se realizó en la Universidad Nacional de Catamarca al cual fuimos convocados los arqueólogos. La cartografía que se nos entregó a los participantes del taller mostraba los límites territoriales del parque, que abarcaban gran parte del departamento Antofagasta de la Sierra y el norte de Tinogasta. Pero el elemento más destacado en las cartografías eran los ahora llamados "humedales de altura" que figuraban en los mapas anteriores con las denominaciones más tradicionales de laguna, vega o ciénaga.

Un nuevo tipo de cartografía es la del turismo 4x4. Quizá sea la de menor rigor técnico pero vale la pena incluirla porque supone otra manera de categorizar los elementos del terreno del área de Antofalla. Los mapas de turismo 4x4 publicados por Henri Barret (1998) son muy escasos en detalles (Figura 6). Conforman itinerarios que recuerdan mucho las cartografías de sendas y potreros del siglo XIX, sólo que aquí en lugar de potreros se indican puntos de interés ya por su atractivo turístico (volcanes, ruinas, etc.), ya por su importancia en la logística de la travesía 4x4 (poblados, refugios, etc.).

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Figura 6. Mapa de travesía 4x4 publicada por Henri Barret (1998).

Finalmente, una de las cartografías más recientes que pude consultar resulta también la más asombrosa. Se trata de un mapa producido por la Secretaría de Minería de la Provincia de Catamarca3 donde se puede observar casi toda la superficie del área de Antofalla repartida en una larga serie de propiedades y pedimentos mineros. Lo más inquietante es el sello que en cada una de las hojas reza "Confidencial".

Analizando rápidamente la serie de representaciones cartográficas que describí puede uno percatarse que aquello que los documentos muestran fue variando con el tiempo y sus temáticas podrían ser clasificadas aunque sea esquemáticamente. Así, el tema más antiguo y duradero (es representado actualmente) es el despoblado. La región de Antofalla es mostrada como "tierras vacas", deshabitada y por lo tanto pasible deser apropiada (Haber et al. 2006). No es casual que mucha gente considere el departamento de Antofagasta de la Sierra como "res nullius" o, como escuché decir a un participante de un seminario de posgrado "que es de todos y no es de nadie". Ya en el período republicano las cartografías muestran el paisaje económico de los empresarios que hacían sus fortunas a través de la frontera. El tema de las sendas y los potreros sólo informa de ello. La minería es representada a lo largo del siglo XX y se le agregan ya en sus finales los recursos naturales, en particular los humedales, y las bellezas paisajísticas, sobre todo los volcanes. Las cartografías del área de Antofalla, más que representar la región representan los intereses que actores externos tenían y tienen sobre ciertos recursos.

LOS PAISAJES INDÍGENAS EN EL ÁREA DE ANTOFALLA

Para realizar el relevamiento del territorio de la Comunidad Indígena de Antofalla creí útil seguir el siguiente procedimiento: sobre una imagen satelital del área extendería un film transparente y sobre él dibujaría con distintos colores y trazos los lugares utilizados por cada familia para realizar algún tipo de tarea o que tuviera un interés particular por algún motivo no utilitario.4 El método encontró rápidamente sus límites, sobre eso escribiré luego, por ahora es más importante describir brevemente el resultado del relevamiento. Trabajando junto con los miembros de las familias de Antofalla fui marcando, de acuerdo a sus indicaciones, los distintos sectores donde practicaban sus actividades económicas. Algunos llevaban animales durante el verano a áreas de pastoreo que distaban días de viaje. Los sectores donde tomaban lugar algunas actividades como la agricultura y la obtención de materiales de construcción eran definidos con precisión. Otros, como la caza, la recolección de determinado tipo de leña o incluso el pastoreo de ovejas parecían tener límites más difusos. En no pocas aguadas, algunas muy alejadas, se habían construido puestos de ocupación temporaria. En las apachetas ubicadas en los pasos elevados se ofrendaba alcohol y coca, se veneraba a los santos en los Via Crucis y se temía a las bocas del cerro, por donde come la Pachamama. De ciertos lugares se obtenía la sal en tercios (bloques), y de otros la sal granulada. Fuimos marcando sectores para la obtención de yeso, alumbre, arcilla, huevos, y otros recursos. Como resultado, la representación en el film del territorio de cada familia mostró territorios familiares dispersos en un área extensa. Al superponer los films de todas las familias la dispersión dio lugar a un extenso y continuo territorio de la comunidad indígena. Un detalle por demás sorprendente fue la enorme cantidad de topónimos que registramos para un área que en las cartografías permanecía innominado.

Esta forma de construcción del espacio social no es algo verdaderamente nuevo. A lo largo de la historia las poblaciones puneñas hicieron una amplia utilización de sus territorios. La arqueología ha documentado las variadas actividades propias de las economías campesinas locales y los lugares donde éstas se realizaban. Así, las áreas altas, por encima de los 4000 m fueron transformadas a lo largo del tiempo en especies de trampas para vicuñas. Una serie de estructuras como trincheras, montículos de rocas ("escondrijos de carne"), pequeñas áreas empedradas y alineaciones de piedras dan cuenta de la forma en que los cazadores y su entorno se construyeron mutuamente a lo largo de varios miles de años (Haber 2005). Las zonas bajas, más cálidas, resultaron fuertemente transformadas por la agricultura que a lo largo de los dos últimos milenios desafió todos los límites propuestos por el frío, la aridez, o la altura. Los fondos de las quebradas con agua y los suaves faldeos de los conos de deyección fueron apropiados por las poblaciones locales mediante el procedimiento técnico de la irrigación (Quesada 2001, 2006, 2007). En estas quebradas se construyeron las aldeas permanentes y un número de puestos en distintas aguadas servían para permanecer durante un tiempo a lo largo del ciclo de pastoreo. Los cerros eran venerados, y en sus cumbres algunas de más de 6000 m sobre el nivel del mar, se practicaron rituales y ofrendas. La provisión de leña, materiales para la confección de herramientas, recolección de remedios, etc. (Gastaldi 2002, Jofré 2004), completaban la construcción y apropiación rutinaria del territorio indígena.

Por supuesto, casi nada de estos paisajes indígenas está representado en las cartografías. Las pocas veces que los mapas incorporan parte de ellos, lo hacen integrando paisajes que, por cierto, no son indígenas. Es el caso, por ejemplo, de las sendas y potreros del siglo XIX. La población indígena local no estaba ausente en el tráfico comercial de ese período, por el contrario, era el factor que lo hacía posible aún cuando no es visible en la documentación de la época (Haber y Quesada 2004; Haber et al. 2006). Sus miembros, conocedores de los caminos, eran los responsables del cuidado de las arrias, el riego de las vegas y otras tareas propias de la logística del transporte y la invernada. Los empresarios transportistas y comerciantes debían negociar con ellos el acceso a los pastos y otros recursos "de comunidad" y se sabe que en más de una oportunidad intentaron apoderarse de tales recursos solicitando al estado boliviano, que por ese entonces tenía jurisdicción sobre el territorio, derechos exclusivos sobre ellos (Cajías de la Vega 1975). Otro ejemplo son los "humedales de altura" que constituyen las mejores áreas de pastoreo de las comunidades indígenas, sin embargo, figuran en la cartografía del parque Las Parinas como hogar de los flamencos.

EL LUGAR DE ENUNCIACIÓN DE LOS DISCURSOS CARTOGRÁFICOS

La representación cartográfica del territorio supone una forma particular de construcción del espacio propia, entre otras, de la cultura occidental. De hecho, muy pocas sociedades desarrollaron esa forma de representar la espacialidad de las cosas. La cartografía es una metáfora del espacio. Nada hay en un mapa de la realidad que éste representa. La referencia cartográfica se realiza por medio de símbolos convencionales dispuestos según reglas establecidas (Harley 2005). La cartografía, entonces, es un lenguaje con un léxico y una gramática particular. Al igual que los textos, el documento cartográfico posee un grado de independencia del objeto que representa al punto que su veracidad no depende ya de la adecuación entre la representación y el objeto, sino del locus de producción del documento.

La fecha de la cartografía más antigua que estudiamos, la de Diego de Torres de 1609, señala que desde momentos muy tempranos del período colonial se estableció en estas regiones una tradición de actores que no sólo vivían en el espacio, sino que además eran capaces de objetivarlo en mapas. Diego de Torres era a comienzos del siglo XVII el jefedelaProvinciajefe de la Provincia Jesuítica de Paraguay, Chile y Tucumán. Como mostró G. Furlong (1939) en su Cartografía Jesuítica del Río de la Plata, esta orden religiosa contaba con grandes cartógrafos que inauguran en Sudamérica lo que Giddens (1999) llamó un "sistema experto", en este caso, cartográfico. Con el tiempo la especialidad se fue profesionalizando recayendo en los "naturalistas" (von Tschudi, Philippi y Brackebusch) la responsabilidad de confeccionar mapas, hasta que en el siglo XX se crearon carreras universitarias para la formación de cartógrafos. Así la cartografía, la geografía, la agrimensura y, más recientemente, la geomática vinieron a ser dominios técnicos mediante los cuales la naturaleza resultó progresivamente matematizada. Estos expertos representaban generalmente instituciones o autoridades cuyo respaldo era o es difícilmente cuestionado. Por ejemplo, la cartografía de Cano y Olmedilla fue encargada por la misma corona española, Philippi realizó su célebre viaje a pedido del estado chileno y Brackebusch investigaba desde la Universidad Nacional de Córdoba donde dictaba la Cátedra de Mineralogía y Geología. Las demás cartografías estudiadas fueron producidas por instituciones consideradas de prestigio y autoridad en la materia: SEGEMAR, Instituto Geográfico Militar y la Administración de Parques Nacionales.5

La realización de las cartografías se basó en métodos y técnicas aceptadas en sus respectivas épocas. Estas consisten no sólo en instrumentos y procedimientos de medición, sino también -y quizá sea lo más importante en todo mapa- de formas estandarizadas de representación. Ello es lo que nos permite leer y comprender cartografías elaboradas hace varios siglos, pero además organiza un código estético que nos transmite inmediatamente la autoridad del documento.

Estos tres factores propios del locus de enunciación: quién produce el documento, el lugar institucional que respalda la producción y la aceptación de las técnicas empleadas, son los que otorgan credibilidad a los discursos cartográficos (Bourdieu 1991). Esto es lo que hace que las cartografías resulten discursos autorizados acerca de la realidad aún cuando su credibilidad no se base en su adecuación con la realidad que pretenden representar.

LA REPRESENTACIÓN INDÍGENA DEL TERRITORIO

Las condiciones institucionales y técnicas que requiere la producción cartográfica podrían quizá explicar en alguna medida por qué los indígenas de Antofalla no cuentan con sus propios mapas. Pero creo que la razón más importante es epistemológica. La separación entre objeto y sujeto es una de las características que distingue la representación cartográfica de la representación indígena del territorio. Tal exterioridad es evidente en el hecho de que varios de los cartógrafos estudiados no presenciaron nunca aquello que dibujaron en sus mapas, en particular hasta comienzos del siglo XX. Pero bien podría argumentarse que esos son casos especiales que coinciden con un período de conquista o exploración de un territorio desconocido. Sin embargo, hay otra dimensión en la cual es posible observar con mayor claridad esta separación: la cartografía representa una realidad que nunca nadie pudo experimentar. Esto último requiere de una explicación técnica sobre la cual ya había llamado la atención Ingold (1993) pero que vale la pena retomar aquí.

La cartografía supone una representación bidimensional, es decir en un plano, de algo que es naturalmente arrugado, una porción de la superficie de la tierra. Este plano, llamado topográfico, se trata de un plano horizontal, de modo que el terreno que en él se dibuja está visto en planta, es decir, desde arriba. Esta no es una posición muy común para observar una parte de la tierra, pero no imposible y de hecho para algunas personas resulta frecuente puesto que es la visual que uno tiene desde, por ejemplo un avión. Pero hay un factor que definitivamente nos aleja de la forma de percepción posible para los seres vivientes. La cartografía es una proyección ortogonal, es decir siempre perpendicular al plano topográfico. La visual es una proyección cónica. Esto significa que el cartógrafo debe abstraerse de la observación del objeto para poder representarlo. Esa abstracción supone la existencia de una conciencia conocedora que impone una distancia objetivadora: el ideal de la ciencia positiva (Bourdieu 1999).

Sin pretender haber realizado una verdadera etnografía de la espacialidad indígena, me valdré para definirla de mi experiencia en el mapeo del territorio de la Comunidad de Antofalla. Espero de esa forma mostrar por qué considero que en la construcción indígena del territorio sujeto y objeto son inseparables. Ya expliqué algunos detalles de cómo procedí en el mapeo. La intención original era que fueran los mismos miembros de la comunidad quienes dibujaran sobre el film los lugares que utilizan o utilizaron para sus actividades. Rápidamente noté que eso no era algo tan sencillo como suponía. En primer lugar porque la mayoría no comprendía las imágenes satelitales. Noté que lo que para mí claramente representaba montañas, salares, vegas y otros rasgos del terreno, para los pobladores de Antofalla, especialmente los mayores, no significaba nada. Gradualmente, y con la ayuda de los más jóvenes logré una base de entendimiento. Pero la principal dificultad del método fue que les resultaba sumamente extraño dibujar los lugares. En Antofalla los lugares son referidos al hacer referencia a las prácticas que allí se desarrollan o desarrollaron. Pero en gran medida esa referencia implica el involucramiento corporal con la situación narrada. Así es que la mención a las direcciones y distancias se realizan a partir de la propia experiencia y particularmente tomando como referencia el cuerpo. En lugar de puntos cardinales (norte, sur, este y oeste) válidas en cualquier lugar del mundo y en cualquier situación, suele utilizarse izquierda y derecha, al frente o atrás, sólo comprensibles si se conoce la posición del cuerpo. Frecuentemente, las direcciones son indicadas mediante gestos donde la persona intenta volver a ubicarse como lo haría en el lugar al cual refiere señalando o mirando la dirección donde se debe prestar atención, nuevamente a partir de su propia presencia. "Sol de mañanita" o "sol de tarde" vienen a establecer referencias que necesariamente involucran un individuo situado en tiempo y espacio. En no pocas ocasiones debí girar las imágenes satelitales de modo que se ubicaran según la posición que corresponde al "sol de mañanita" o "sol de tarde", algo absolutamente innecesario para la lectura o escritura "normal" de un mapa. Además, las unidades absolutas de distancia suelen ser reemplazadas por las de tiempo. Los lugares no distan tantos kilómetros sino tantas horas o días de marcha. Estas unidades de tiempo tampoco resultan absolutas, no se corresponden necesariamente con las unidades medidas con instrumentos. Por el contrario, suelen ser matizadas como "horas bien andadas" ó "días largos", dependiendo estos matices de la habilidad del viajero para controlar la tropa o caminar los cerros, es decir de la persona y circunstancias. La diferencia entonces, entre la representación cartográfica y la representación indígena del territorio es que en tanto que la primera requiere del extrañamiento, para la segunda resulta imposible.

CONCLUSIÓN: CARTOGRAFÍAS INDÍGENAS

La representación cartográfica del área de Antofalla, en tanto discurso colonial, no describió "la realidad" tal como pretendía sino que creó una realidad acorde a los anhelos de apropiación de los agentes interesados en el territorio. Ello implicó la exclusión de las concepciones indígenas del territorio que no fueron consideradas válidas por cuanto no se adecuaban a los estándares de la ciencia positiva (Castro-Gómez y Mendieta 1998; Lander 2000). Que las representaciones cartográficas crean realidad no es mera retórica. Una vez producidas son tomadas "tal cual son" para guiar la acción. De modo que cualquier planificación acerca del territorio estará fundada en lo que el mapa cuenta que ese territorio es sin que el planificador cuestione el contenido. Esta "fiabilidad" es además mayor cuanto mayor sea la complejidad técnica de los procedimientos implicados -y, paradójicamente, por lo tanto menor la posibilidad de ser comprendidos. Giddens (1999: 38) insistió en este aspecto al destacar que "para la persona profana, la fiabilidad en los sistemas expertos, no depende de una plena iniciación en esos procesos, ni del dominio del conocimiento que ellos producen. La fiabilidad es, en parte, un artículo de fe". Es así que, por cuanto el área de Antofalla se encuentra "despoblada" de acuerdo a los mapas, el estado se considera autorizado a ceder el territorio a las empresas mineras, los turistas se consideran autorizados a recorrer a sus anchas el territorio de la comunidad y los arqueólogos creemos estar autorizados a excavar donde nos plazca con sólo solicitarlo a un funcionario en la ciudad.

No es que los indígenas permanecieran pasivos ante los avances coloniales. Por el contrario, el conflicto permanente por la tierra dio lugar a más de una situación de crisis. La rebelión indígena en Nuestra Señora de Loreto de Yngaguassi en 1775 (Hidalgo y Castro 1999) y la resistencia que opuso la población de Antofagasta de la Sierra al proyecto del parque Las Parinas en 20016 (Pizarro y Moreno 2003) son ejemplos de ellas. La declaración de comunidad indígena por parte de la población del Salar de Antofalla es uno de los más recientes movimientos de resistencia indígena en la región. En este contexto la comunidad debe registrar su territorio ante el Instituto Nacional de Asuntos Indígenas lo cual incluye realizar una cartografía. En este punto se define una situación que claramente me involucra. Resulta claro que soy el instrumento de una nueva avanzada colonial que parasita otras formas de conocimiento del espacio. Este texto resulta de ello. Al fin y al cabo soy el cartógrafo. Pero quizá las cartografías de la Comunidad Indígena de Antofalla sean distintas a aquellas otras que analizamosantes. No en sus aspectos técnicos, sino en el lugar de enunciación donde es producido. No sólo porque fueron confeccionadas sobre la base de lo indicado por los comuneros, es decir representando sus intereses, percepciones, sentidos; sino también, porque han sido confeccionadas con ellos. Quizá así, en ese contexto los comuneros de Antofalla hayan podido observar en su desnudez el proceso de producción de los documentos cartográficos y puedan poner en duda la supuesta autoridad de las otras cartografías, viéndolas ya no como una descripción de cómo es el mundo, sino como testimonio de un prolongado proceso de despojo. Un escenario posible es que la comunidad indígena redefina el sentido de los mapas y logre emplearlos como varios otros pueblos indígenas resistentes en la protección de sus territorios (Denniston 1994; Jarvis y Stearman 1995; Poole 1995). En todo caso, sabré que resultó así el día en que aquel hombre en Antofalla tenga apilado en su mesita los mapas de la comunidad.

NOTAS

1.-Ambas cartografías fueron publicadas por Raffino (1983). Haber (2006) y Lema (2004) realizaron un análisis más pormenorizado de estos documentos.

2.- Analicé el detalle presentado por Lema (2004).

3.- Se trata de una cartografía que es actualizada permanentemente por el organismo mencionado. Yo tuve la posibilidad de observarla en noviembre de 2005.

4.- La realización de la cartografía de la Comunidad de Antofalla se encuentra aún en proceso. La experiencia que relato aquí fue realizada en mayo de 2005 en respuesta a la solicitud de colaboración que la Comunidad hiciera al equipo de investigación arqueológica dirigido por A. Haber. No conozco que en ese momento existieran directivas técnicas específicas indicadas por el Instituto Nacional Asuntos Indígenas (INAI). La Ley Nacional Nº 26.160 de Relevamiento técnico-jurídico-catastral de las tierras ocupadas por las Comunidades Indígenas fue promulgada en noviembre de 2006 en tanto que el Programa de Relevamiento Territorial de Comunidades Indígenas mediante el cual el INAI pretende dar cumplimiento a esa ley fue elaborado recién en 2007.

5.- La excepción está dada por los mapas de turismo 4x4 que fueron realizadas por un empresario turístico. Pero en este caso se trata de las cartografías menos difundidas que son consumidas por un público específicamente vinculado al ámbito de las travesías 4x4 y agencias de turismo especializadas. En tal contexto el autor, Henri Barret, goza de gran prestigio.

6.- La creación del Parque Nacional Las Parinas fue fuertemente resistido por la comunidad. En el momento de mayor fragor el mismo embajador de Francia en Argentina, que impulsaba económica y políticamente el proyecto, fue expulsado a escupitajos de la Villa de Antofagasta de la Sierra por sus pobladores.

Agradecimientos

Una primera versión de este trabajo fue escrita como evaluación de un seminario de posgrado que Adrián Scribano dictó a mediados del año 2005 en Catamarca. En esa oportunidad discutí el contenido del texto con Gabriela Granizo, Enrique Moreno, Carolina Lema y Wilhelm Londoño. En septiembre de 2006 presenté otra versión preliminar en las III Jornadas de Humanidades del NOA y VII Jornadas de Ciencia y Tecnología de la Facultad de Humanidades en Catamarca donde recibí valiosos comentarios de los asistentes. Además, este trabajó circuló como manuscrito entre algunos colegas, entre ellos Alejandro Haber, Carina Jofré, Alejandra Korstanje, Rafael Curtoni, Marcos Gastaldi y Guillermina Espósito. Sus oportunas críticas y observaciones enriquecieron el trabajo. A todos ellos muchas gracias. Sin embargo, mi reconocimiento mayor es hacia los comuneros de Antofalla con quienes aprendí lo que intento explicar en estas reflexiones. Con todo, la responsabilidad de las ideas vertidas aquí es enteramente mía.

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