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Intersecciones en antropología

versión On-line ISSN 1850-373X

Intersecciones antropol. vol.11 no.1 Olavarría ene./jun. 2010

 

ARTÍCULO

Monte adentro. Aproximaciones sobre la ocupación prehispánica de la serranía de Calilegua (prov. de Jujuy)

 

Pablo Cruz

Pablo Cruz. CONICET-FUNDANDES. Parque Nacional Calilegua, San Lorenzo s/n, 4514 Calilegua, Jujuy. E-mail: pablocruzfr@yahoo.fr

 

Recibido 8 de Junio 2009.
Aceptado 25 de Septiembre 2009

 


RESUMEN

Fuentes coloniales tempranas señalaron el carácter multiétnico que tuvo el piedemonte oriental andino de la provincia de Jujuy antes, durante y después de la llegada de los españoles. No obstante, la historiografía nos muestra que la región fue considerada como marginal con respecto las grandes "áreas nucleares" del NOA, un espacio de encuentro, una bisagra, o bien una frontera entre los Andes y el Chaco. Este trabajo presenta los resultados alcanzados en las investigaciones arqueológicas desarrolladas en la región. Los nuevos datos confirman gran parte de las informaciones históricas dando cuenta de la intensa ocupación de la región en tiempos prehispánicos, contrarrestando la clásica imagen de frontera que le fue atribuida. Su intensa y prolongada ocupación se explica tanto por el potencial agrícola como por la explotación de numerosos yacimientos mineros y recursos silvestres que tuvieron una alta valoración económica y simbólica entre los pueblos andinos prehispánicos.

Palabras clave: Serranías orientales sub-andinas; Minería prehispánica; Recursos silvestres.

ABSTRACT

Monte Adentro: Approaches To The Pre-Hispanic Occupation Of The Calilegua Mountains. Early Colonial sources indicate the multi-ethnic nature of the eastern Andean piedmont of Jujuy Province before, during and after the Spaniards' arrival. However, the historiography shows us that the region was considered as marginal in respect to the great "core areas" of the Argentine northwest; a meeting place, a point of articulation, or a boundary between the Andes and the Chaco. This article presents results obtained from archaeological investigations of the region. The new data confirm much of the historical information that attests to the intense occupation of the region in pre-Hispanic times, which resists the classical image of a border zone. The intense and prolonged occupation is explained by the agricultural potential of the area, as well as the operation of numerous mines and the exploitation of wildlife, which had a high economic and symbolic value among pre-Hispanic Andean peoples.

Keywords: Sub-Andean Eastern mountainous region; Pre-Hispanic mining; Wild resources.


 

INTRODUCCIÓN

El objetivo de este trabajo es presentar los resultados alcanzados en las investigaciones desarrolladas en la serranía de Calilegua (provincia de Jujuy). En una primera aproximación, la articulación de la carta arqueológica con el inventario de recursos económicos minerales y silvestres existentes, temas que trataremos secuencialmente aquí, permite abordar y comprender algunos aspectos de la ocupación prehispánica de la región. El área de estudio abarca la serranía de Calilegua, la cual incluye tanto la cuenca del río Valle Grande como la vertiente y el piedemonte oriental, regiones pertenecientes actualmente a los departamentos Valle Grande y Ledesma de la provincia de Jujuy. Desde el punto de vista fitogeográfico, la región se caracteriza como ambiente de Yungas, en el cual se destacan, en función de la gradiente altitudinal, cuatro pisos ecológicos y sus correspondientes ecotonos (Brown y Kapelle 2001; Cabrera 1976). De manera resumida, entre 500 y 800 msnm se sitúa la selva pedemontana, la cual presenta un relieve relativamente llano. Por encima de este piso, entre 800 y 1500 msnm, se extiende la selva montana con un ambiente más serrano con pendientes moderadas y abruptas. Entre 1500 y 3000 msnm se localizan los bosques montanos, demarcados por serranías con pendientes abruptas. Por encima de 3000 msnm los relieves de montaña se encuentran cubiertos por los pastizales de neblina.

PUEBLOS DE SIERRA Y SELVA: LA REGIÓN EN LA HISTORIA Y EN LA HISTORIOGRAFÍA

Varias fuentes coloniales tempranas dan cuenta de la existencia de un grupo llamado ocloya en las serranías sub-andinas del noroeste argentino (NOA). Estas referencias alimentaron un prolongado debate académico en torno a la filiación étnica de este grupo y a la localización de su territorio. Sobre la base de algunos testimonios de finales del siglo XVI, como el de Juan Ochoa de Zárate en 15961, investigadores como Boman (1908), Canals Frau (1953) y Vergara (1966) identificaron a los ocloyas como un grupo local ligado y sometido a los omaguacas. En esta misma línea, Tommasini (1933) sugirió que los ocloyas resultaron de un desprendimiento de los mismos omaguacas. Otros documentos señalan, sin embargo, otras filiaciones; por ejemplo, el escribano Sotelo de Narváez2subrayó su origen andino señalando que se trataron de "gente del Perú".3Esta última pista fue desarrollada por Lorandi (1980), quien a su vez remarcó que los ocloyas ocuparon la región junto a otros pueblos relocalizados por los inkas como ser los chichas, los churumatas y los chuis. Reforzando esta idea, Sánchez y Sica (1990: 478) analizaron un documento de 1624 en el cual se señala que los ocloyas hablaban una lengua diferente a la de los omaguacas, dando a entender diferentes filiaciones étnicas. Por su parte, en un trabajo reciente que articula las diferentes informaciones históricas y opiniones sobre los ocloyas, Ventura (2007: 117) sugiere que estos se habrían sometidos a los omaguacas sólo después del derrumbe del Tawantinsuyu.

Más allá de las miradas divergentes sobre la pertenencia étnica de este grupo, la mayoría de las fuentes coinciden en que éste habitó un territorio caracterizado por intensas y fluctuantes dinámicas interétnicas. Las fuentes presentan también una concomitancia de varios modelos de intercambio y complementariedad, cada uno relacionado con un ámbito particular de la economía. Por ejemplo, al mismo tiempo de señalar que los indios del río Bermejo "... suelen venir (a Huamahuaca) a la tierra de paz y traen cueros de venados y plumas de avestruces y garzas i otras de estima, y cueros de unos gatillos del monte bueno para aforros...", Sotelo de Narváez4da cuenta de la explotación de los yacimientos mineros por colonias de chichas orejones. Por su parte, el encomendero Ochoa de Zarate no sólo señala que los ocloyas estaban sometidos a los omaguacas, sino que estos últimos "... tenían en los valles de los ocloyas sus chacras donde siembran su michca...".5La perspectiva de un territorio multiétnico se sintetiza en el trabajo de Sánchez y Sica (1990: 470), quienes consideraron las serranías subandinas como un área de frontera que articuló dos modelos opuestos de sociedades: los grupos jerarquizados de la zona andina y las sociedades segmentarias de la llanura chaqueña. En cuanto a la localización específica que habrían ocupado los antiguos ocloyas, las fuentes coinciden en situarlos en las serranías ubicadas al este de la Quebrada de Huamahuaca. Sánchez y Sica (1990), siguiendo lo postulado años atrás por Salas (1993 [1945]), proponen al actual valle de Zenta como el antiguo territorio de los ocloyas.

Por nuestra parte, la articulación entre algunas informaciones históricas, mapas antiguos y el registro arqueológico nos lleva a considerar la cuenca del río Valle Grande y las estribaciones pedemontanas de la serranía de Calilegua como territorio de este grupo. En este sentido, resulta relevante como Sotelo de Narváez (1965) identifica bajo el término ocloya tanto a un territorio como a uno de los grupos que lo poblaron. Varios mapas históricos,6así como luego el Diario de Viaje del Coronel Fernández Cornejo (1837 [1780]) identifican el río Ocloyas con el actual río San Lorenzo, en cuyas márgenes se habría localizado el Fuerte fundado por Ledesma Valderrama (Lozano 1941). Es importante tener en cuenta aquí dos elementos. Por un lado, la marcada intencionalidad del testimonio de Ochoa de Zárate, a la vez encomendero de los omaguacas y de los ocloyas, cuyo fin es legitimar y unificar sus dominios territoriales y emprendimientos económicos, apela a guardar una cierta prudencia y relativizar las informaciones dadas en el mismo. Por otro lado, es probable que en los primeros siglos de la Colonia, tanto Zenta como la cuenca de Valle Grande, hoy separadas por las provincias de Salta y Jujuy, formaran parte de una misma jurisdicción territorial. En este sentido, y de acuerdo con lo propuesto por Nielsen (1997a), pensamos que la expresión "oriente de Humahuaca" hacía referencia -más que a una lógica cardinal estricta- a una vasta región que incluía de manera general los valles orientales (Iruya, Cimarrones, Valle Grande, Zenta) y la ceja de selva. Se trata de una fórmula que en gran medida traduce la clásica dicotomía del pensamiento colonial que diferenciaba la "montaña" (ceja de selva y valles mesotérmicos) de la "sierra" (valles alto-andinos, puna) en tanto que ámbitos ecológicos y culturales diferenciados, y en varios aspectos opuestos (Renard-Casevitz et al. 1986: 37). No obstante, no es el fin de este trabajo elucidar los interrogantes que envuelven la filiación étnica y la ubicación precisa de los ocloyas, sino mas bien tratar sobre algunos aspectos remarcables que intervinieron en la configuración delo que hubiera podido ser su territorio y que contrarrestan en gran medida la tradicional imagen de frontera atribuida a la región.

Esta caracterización de la región como área de frontera, evidenciada más en la historiografía que en las fuentes mismas, se alinea con una visión generalizada del piedemonte oriental que contrapone un universo andino civilizado y civilizador con las salvajes tierras bajas (Cruz 2009a). Los enfrentamientos y pugnas territoriales entre los inkas, los antis o los chunchos, y más tarde entre los españoles y los chiriguanos, son algunos de los hitos fundadores de esta demarcación a la vez cultural y territorial. Sin embargo, aunque sin alejarse totalmente de la perspectiva fronteriza, en el caso particular de las serranías subandinas del NOA, las fuentes históricas reflejan una imagen de la región más cercana al concepto de hinterland: un amplio espacio de aprovisionamiento en diversos recursos económicos situado en la periferia de las áreas nucleares, principalmente la Quebrada de Humahuaca, el sur de Bolivia y el altiplano atacameño. El poblamiento multiétnico, así como la complejidad y ambigüedad territorial, a la vez jurisdicción particular, compartida y/o colonizada, refuerzan esta región en tanto que hinterland y área fuente. Por ello, abordamos al territorio no solamente como una jurisdicción espacial vinculada con uno o varios determinados grupos sociales, sino como el resultado de procesos históricos que expresan una organización objetiva del espacio y de los recursos existentes (Di Méo 1991), un sistema complejo que involucra el medio con las dinámicas sociales y culturales, y en ellas, lasconstruccionesy proyecciones identitarias y territoriales.

LA CARTA ARQUEOLÓGICA

Desde comienzos de 2008 se desarrolla, conjuntamente con el Parque Nacional Calilegua, un programa de investigaciones arqueológicas en el ámbito del área protegida y zonas aledañas (Figura 1). El programa de investigación está destinado a comprender las razones prácticas de la ocupación humana de la región, sus transformaciones, continuidades y discontinuidades en el tiempo largo, así como las lógicas económicas, sociales y simbólicas que estructuraron la relación Calileguaentre estas sociedades y su medio. Este programa tuvo en esta primera etapa dos ejes principales: la carta arqueológica y el inventario de los recursos económicos propios de la región. Las actividades del primer eje estuvieron focalizadas en tareas de prospección, sistematización de la carta arqueológica y relevamiento de sitios arqueológicos prehispánicos. Dadas la escasa visibilidad y las dificultades del terreno, las prospecciones siguieron modelos predictivos (planicies, mesetas de altura, márgenes de cursos, vertientes permanentes) y se complementaron con datos sobre sitios arqueológicos proporcionados por los pobladores de la región. La consulta de las fuentes históricas, así como el registro de sitios arqueológicos de regiones vecinas, permitieron contextualizar el área de investigación en una escala geográfica más amplia y en una problemática macro-regional. De esta manera, a la fecha se lleva un registro de 41 sitios arqueológicos en el área de estudio: 15 de ellos afiliados al Período Formativo y 26 a los períodos de Desarrollos Regionales e Inka. No obstante, es importante señalar el carácter parcial del registro, el cual se encuentra principalmente limitado por dos factores. Por un lado, la densa cobertura vegetal, los intensos procesos de formación de suelos detríticos y el relieve abrupto de la serranía. Por el otro, la imposibilidad de acceso a la mayor parte de las planicies pedemontanas, las cuales se encuentran parceladas y explotadas de manera extensiva por la empresa agro-industrial Ledesma S.A.

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Figura 1. Mapa del área de estudio con localización de los sitios registrados.

El Período Formativo

En su mayoría, los sitios afiliados al Período Formativo se localizan sobre las planicies pedemontanas, en cercanía de ríos o vertientes permanentes, y en menor medida en el interior de la serranía y en las mesetas de altura. De manera general, la cerámica hallada en la superficie de estos sitios se inscribe dentro de los estilos conocidos para el complejo San Francisco (Dougherty 1974, 1977; Kulemeyer y Echenique 2002; Kulemeyer et al. 1997; Ortiz 1998, 2000, 2002). En varios sitios formativos registrados en las planicies pedemontanas, principalmente al interior de parcelas de la empresa Ledesma S.A. y en la serranía fueron observados sectores con suelos antropogénicos-asociados con fragmentos de cerámica San Francisco-, semejantes al fenómeno conocido en la bibliografía como "terra preta" (Glaser 2007; Heckenberger et al. 2007), que se demarcan de los Haplumbreptes énticos y Argiustoles édicos típicos de la región. De ser así, se trataría de una prolongada estrategia adaptativa de producción, poco documentada en la arqueología argentina, pero común entre las sociedades prehispánicas que poblaron las tierras bajas del continente. Lamentablemente, la mayoría de estos sitios se encuentran en gran medida destruidos por las plantaciones extensivas de caña. Diferente es el caso de los sitios formativos registrados al interior de la serranía, los cuales presentan un buen estado de conservación. Entre estos, se destacan dos sitios localizados al interior del Parque Nacional Calilegua: PC01 y PC02. En ambos casos se trata de establecimientos de tamaño reducido en comparación con los sitios localizados en las planicies. El tamaño reducido de estos sitios y su particular localización en el relieve sugieren el establecimiento de colonias productivas, una constante que, como veremos más adelante, parece perpetuarse en el tiempo largo.

Los Desarrollos Regionales y el Tawantinsuyu

Los sitios arqueológicos afiliados al período de Desarrollos Regionales se encuentran todos ellos localizados al interior de la serranía, tanto en las mesetas medianas y de altura, como en las laderas cercanas al río Valle Grande. A la fecha no se registró ningún sitio de este período sobre las planicies pedemontanas. Sin embargo, la presencia de antiguos caminos que descienden desde la serranía a las planicies de la cuenca del río San Francisco, así como algunas referencias sobre establecimientos coloniales tempranos, la toponimia (río Sora, Palmasola, etc.) y la memoria oral -por ejemplo, sobre el asentamiento de Calilegua-, sugieren la existencia de establecimientos tardíos en este piso ecológico.7Los sitios tardíos registrados dejan ver tres niveles de establecimiento: (1) aglomeraciones medianas sobre las mesetas serranas (San Francisco, Pampichuela, Valle Grande y Potrero); (2) establecimientos reducidos sobre las laderas selváticas y sobre las mesetas de altura (Horco Quebracho, Pueblito, Duraznillo, (Figura 2); y (3) instalaciones reducidas y temporales sobre las cumbres de la serranía de Calilegua. Como lo sucedido durante el Formativo, estos últimos sitios parecen estar relacionados con actividades económicas específicas: recolección de recursos silvestres/producción agrícola sobre las laderas selváticas y producción minera-metalúrgica en la serranía de Calilegua. Una red de senderos prehispánicos, algunos de ellos con tramos de calzada empedrada, comunican el valle del río Grande con las mesetas de altura, y éstas con las planicies pedemontanas. Junto a estas vías se localizan numerosos aleros que fueron temporalmente habitados, algunos de ellos ornamentados con arte rupestre. Tal como lo señalaran anteriormente varios autores, el material cerámico observado en la superficie de estos sitios muestra claras vinculaciones con la quebrada de Humahuaca, sobresaliendo los estilos negro sobre rojo, Angosto Chico inciso y Angosto Chico corrugado.8Los primeros estilos fueron fechados en la Quebrada de Humahuaca a partir del 1280 dC (Nielsen 1997b), mientras que las vasijas corrugadas Angosto Chico se asocian directamente con la fase inkaica (Cremonte 2006: 41). La presencia inka en la región se manifiesta igualmente en algunas representaciones del arte rupestre, en las instalaciones productivas localizadas sobre las mesetas de altura, en la existencia de dos adoratorios de altura sobre las cumbres de los cerros Amarillo y Hermoso y en la adecuación de senderos muy probablemente preexistentes a su llegada.

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Figura 2. Croquis de planta de las estructuras habitacionales del sitio Horco Quebracho.

MINAS OCULTAS, METALES OLVIDADOS

Algunas fuentes señalan que los yacimientos metalíferos de la serranía de Calilegua no pasaron inadvertidos ante los ojos de los primeros españoles que transitaron por la región. A semejanza de otras regiones vecinas, muy probablemente estos yacimientos se incluyeron dentro del cuerpo general de testimonios sobre "reinos de metales preciosos" localizados en la vertiente oriental andina y tierras bajas, motor de la colonización del Chaco y de gran parte de los Andes meridionales. De esta manera, en 1733 el jesuita Lozano (1941: 78) da cuentade la presencia de mitmakunas chichas orejones los cuales "...dicen que serán como 6.000: andan vestidos como en el Perú, de lana de carneros de la tierra que tienen; y que labran minas de plata, de cuyo metal forman su ajuar y hacen adornos para sus mujeres; y los hombres chipanas, penachos y pillos para bailar al uso del Inga..."; de la misma manera que "...de aquella cordillera que corre de norte a sur y se divisaba desde la ciudad de Guadalcázar sacaban los orejones del Cuzco grandes cantidades de oro y plata para llevar a aquella corte..." (Lozano 1941: 20). Cincuenta años más tarde, el coronel Fernández Cornejo da a conocer en su diario de viaje referencias más explícitas sobre la existencia de yacimientos minerales en la serranía de Calilegua.9De hecho, la memoria de estas antiguas explotaciones quedaría plasmada en el paisaje en la toponimia del cerro "Fundición" y de la serranía "del Socavón". Sin embargo, a diferencia de lo sucedido en otras regiones, no se han encontrado a la fecha fuentes documentales que testimonien sobre emprendimientos coloniales en Calilegua. Este silencio puede explicarse tanto por las dificultades de acceso del terreno como por el particular contexto político que reinaba en el conjunto de las serranías orientales sudandinas, particularmente en lo que refiere a la eficiente y sostenida resistencia de los chiriguanos (Combés 2005; Renard-Casevitz et al. 1986).

Las referencias históricas y algunos datos proporcionados por los actuales pobladores fueron el punto de partida de una campaña de prospección que permitió el registro de un área de explotación minera sobre la cresta mediana del cerro Fundición. Se trata de un espacio acotado que no supera los 7500 m2, en el cual se identificaron 15 explotaciones mineras. Las numerosas y profundas minas, en su mayoría ocultas por los pastizales de neblina, hacen del yacimiento un peligroso espacio para la circulación, aspecto que explica en gran parte su desconocimiento y, por ende, su conservación. De manera general, las explotaciones mineras se demarcan tanto por su gran tamaño y profundidad, sobrepasando en algunos casos los 30 m, como por la ausencia total de evidencia de trabajo con técnicas occidentales. Se identificaron tres tipos de explotaciones: siete minas en galería (Figura 3), cinco minas en pozo vertical y tres minas a cielo abierto. La mayoría de las explotaciones poseen una orientación en dirección SO-NE contraria a la pendiente del cerro; un sólo caso presenta un buzamiento ONO-ESE. Las minas en galería presentan todas ellas un pasillo de entrada horizontal socavado en la piedra, de longitud variable entre 3 y 5 m y un ancho entre 0,5 y 1 m. Las rocas laterales que conforman estos pasillos se encuentran, en todos los casos, parcialmente rubificadas, aspecto que señala la práctica de técnicas de desprendimiento de la roca por aplicación directa de fuego. Nuestras observaciones se concentraron en una sola mina (Mina01), la cual presenta una amplia galería principal, levemente colmatada, con una longitud aproximada de 20 m, orientada en 130º y con un buzamiento promedio de 45º. Al final de la galería, ésta se bifurca en un estrecho socavón que continúa descendiendo por lo menos unos 10 m y un espacio de trabajo sobre-elevado (Figura 4). Los perfiles cóncavos de la galería y las huellas de trabajo observadas en sus paredes indican el desprendimiento de la roca por aplicación directa de fuego y el uso de punzones, muy probablemente en asta de taruca (Hippocamelus antisensis). En cuanto a las minas en pozo, se pudo constatar que la apertura de superficie de una de ellas (Mina04) fue tapada de manera intencional con piedras colocadas a presión, aspectos que sugieren una intención de condenación y ocultamiento.10

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Figura 3. Mina en galería. Interior galería principal Mina01. Cerro Fundición.

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Figura 4. Perfiles de la Mina01. Cerro Fundición.

La localización, orientación, buzamiento y morfología de las minas son coherentes con las informaciones geomorfológicas de la zona. Estas se caracterizan por presentar pizarras y areniscas cuarcíticas del Cambro-Ordovícico, las cuales son atravesadas por potentes filones de cuarzo portadores de minerales de plomo y cobre. Estos filones, tienen un espesor aproximado de 2 a 2,5 m y dos rumbos predominantes uno de NE-SO y otro de ONO-ESE, siendo su buzamiento casi vertical (Angelelli 1950; Palacios 1948). Esta caracterización se confirma en el Archivo de Minas de la Provincia de Jujuy donde se registra en el área concesiones de minas de cobre y plomo.11Es importante señalar aquí que el plomo, bajo forma de galena argentífera, el soroche señalado por el coronel Fernández Cornejo y por muchas otras fuentes anteriores, fue utilizado en tiempos prehispánicos en la metalurgia primaria de la plata en tanto que fundente, particularmente asociado con las huayrachinas, los famosos hornos de viento indígenas andinos. Por otra parte, cerca de las entradas de las minas, sobre la cresta del cerro, se registraron numerosos sectores bien delimitados, de un diámetro aproximado entre 0,5 y 1 m, donde se concentran restos de piedras rubificadas. La intensa coloración rojiza de estos restos indica el sometimiento de los mismos a temperaturas intensas, lo cual puede señalar tanto actividades domésticas relacionadas con la producción (fogones) como mineralúrgicas (tostado de la mena). Sin embargo, resulta significativa la ausencia de evidencias de actividades metalúrgicas en el área de explotación. Estas podrían haberse desarrollado en cercanías de las fuentes permanentes, tal como es el caso de explotaciones mineras en mediana y baja altitud (F. Téreygeol, comunicación personal 2009). Y en efecto, a los pies del cerro Fundición, por debajo del área de explotación, a escasos metros de un arroyo estacional, se registraron otras evidencias relacionadas con la producción de metales. Se trata de un molino de piedra de uso mineralúrgico, morfológicamente semejante a los "quimboletes" indígenas andinos, y frente a éste, del otro lado del arroyo, un alero en cuyo piso se demarcan a lo menos dos sectores con rocas intensamente rubificadas. Sobre la pared interna de este alero se encuentra un conjunto de grabados rupestres prehispánicos, sobre los cuales trataremos más adelante.

En síntesis, las minas registradas en el cerro Fundición confirman las informaciones de las fuentes que señalan antiguas prácticas mineras en la serranía de Calilegua. La ausencia total de restos materiales coloniales y/o republicanos, principalmente objetos en hierro, la inexistencia de huellas de barreno en las paredes de las galerías subterráneas, las sistemáticas señales de aplicación directa de fuego como técnica de desprendimiento de la roca en las minas en galería, así como las marcas de trabajo con punzones en las paredes de las galerías subterráneas, indican que se trata de explotaciones prehispánicas. La concentración de las minas, así como las grandes dimensiones que éstas poseen, sugieren una producción intensiva del yacimiento. La información geológica indica que se trataría de explotaciones de mineral de cobre y plomo atrapados en grandes vetas de cuarzo, pero no se descarta la existencia de vetas de plata, la cual es señalada tanto por las fuentes históricas como por el catastro de minas.La presencia en el área de explotación de numerosos sectores con concentraciones de piedras rubificadas indica, por su parte, intensas actividades humanas relacionadas con el fuego. Entre ellas, es probable que se hayan realizado prácticas de tostado de mena. De hecho, el nombre de cerro Fundición estaría dado por estas actividades, cuyos testimonios se remarcan a la distancia. Al no existir evidencia de actividades metalúrgicas (restos de hornos, escorias, crisoles), se deduce que el mineral extraído fue procesado en otro u otros sectores. Al respecto es importante señalar que cerca del área de explotación, sobre el filo del mismo cerro Fundición, parte un camino prehispánico con tramos muy definidos, que comunica las minas con el sitio Pueblito y el cerro Amarillo. A escasos metros de este camino, en cercanía del abra que delimita el cerro Amarillo del cerro Fundición, se registraron numerosos y variados recintos posiblemente vinculados también con actividades metalúrgicas.

ADORATORIOS, CAMINOS Y ARTE RUPESTRE

Las minas del cerro Fundición se enmarcan dentro de un paisaje que sobrepasa el contexto meramente productivo. Ellas se encuentran distantes, siguiendo el filo del mismo cerro, a solamente 2,9 km del adoratorio del cerro Amarillo y a 4 km del sitio de habitación Pueblito, ambos sitios asociados con la ocupación inka de la serranía. A pesar de su relativa baja altitud (3600 msnm), el cerro Amarillo alberga unos de los adoratorios de altura inka más complejos del NOA. El adoratorio se compone de un conjunto de siete plataformas distribuidas sobre el filo, construidas con espesos muros de pirca, varios de ellos a doble paramento y con contrafuertes, cuya altura puede superar los 2,5 m de altura (Raffino 1993: 217-222). A escasos 4 km al sur del cerro Amarillo se localiza otro adoratorio de altura sobre la cumbre del cerro Hermoso.12Este se caracteriza por presentar en su cumbre un conjunto de estructuras, entre las cuales se demarcan un recinto sub-rectangular a doble paramento de piedra (Figura 5) y recintos sub-circulares, y en su base, dos grandes recintos circulares y dos conjuntos de recintos habitacionales. Por otra parte, varios tramos de caminos y senderos prehispánicos fueron registrados en el área de estudio, los cuales se suman al ya conocido ramal de camino inka en Santa Ana. Entre los nuevos registros se destacan dos caminos localizados sobre los pastizales de neblina en el filo de la serranía. El primero de ellos comunica el valle del río Grande con las mesetas de altura y muestra segmentos empedrados en los parajes llamados "Duraznillo" y "Despensa". El segundo se extiende por 2,5 km desde la base del cerro Amarillo, inmediatamente por debajo de las plataformas que conforman el adoratorio, hasta la cresta del cerro Fundición, a 1,2 km de distancia del área de explotación minera (Figura 6). Aparte de estos caminos, fueron registrados varios otros senderos con tramos empedrados, principalmente en las pendientes abruptas de los pastizales de neblina y bosque montano, asociados tanto con sitios habitacionales, como con aleros con arte rupestre y conjuntos de recintos habitacionales.

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Figura 5. Planta del recinto rectangular del adoratorio del cerro Hermoso.

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Figura 6. Foto del camino que comunica las minas del cerro Fundición con el cerro Amarillo.

En cuanto al arte rupestre, se registraron cuatro nuevos sitios, los cuales se suman al ya conocido alero de San Lucas (Fernández Distel 1988). Se trata en todos los casos de aleros localizados en los bosques montanos y pastizales de neblina, la mayoría de ellos relacionados con antiguas vías prehispánicas y en un caso con el área de producción minera. Se destacan entre ellos los abrigos de Duraznillo y Quebrada del Fundición. El primero se localiza en cercanías de un camino con calzada empedrada, citado anteriormente, frente a una quebrada que comunica con la vertiente oriental. En este alero se presentan varios paneles que muestran una gran variedad de motivos zoomorfos y antropomorfos estilísticamente correspondientes a los períodos de Desarrollos Regionales e Inka, así como motivos coloniales y sub-actuales. Entre las representaciones antropomorfas consideradas como tardías e inka, se demarcan aquellas pintadas y esgrafiadas que muestran diversos tipos de atuendos y tocados. Diferente es el caso del alero del cerro Fundición que presenta una serie de motivos geométricos, cuya morfología se asemeja a las representaciones de algunos pectorales o diademas usados por la élite inka (Murúa 2004 [1590]), hallados igualmente en otros sitios con arte rupestre del NOA (Figura 7).

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Figura 7. Grabados del Alero del Fundición y relación entre motivos rupestres semejantes y pectorales. 1. Grabado rupestre tomado de Adris (2007: 417). 2. Grabados rupestres tomados de Fernández Distel (2004: 45). 3. Pectoral metálico tomado de Adris (2007: 417) (en González 1980). 4. Pectoral Inka en oro (colección particular, Sucre, Bolivia). 5. Dibujo del sacerdote Vila Oma (Willak Umu) realizado en Murúa (2004).

Los adoratorios de altura, la red vial y los sitios con arte rupestre manifiestan una fuerte presencia inka sobre los pastizales de altura y las cumbres de la serranía de Calilegua, la cual estuvo muy probablemente relacionada con la explotación de los yacimientos mineros del cerro Fundición. Dos aspectos relacionados con la sacralización del espacio ponen en evidencia las estrategias de dominación y control territorial ejercido por los inkas. Por un lado, la presencia de dos adoratorios de altura sobre las cumbres de los cerros Amarillo y Hermoso parecen corroborar la hipótesis planteada por Platt y Quisbert (2008) sobre la relación entre estos lugares de culto y la explotación de yacimientos metalíferos.13Por otro lado, los segmentos de caminos, el alero con arte rupestre y los numerosos recintos localizados en la quebrada de Duraznillo sugieren que esta fue socialmente construida como un punku (Cruz 2006), un portal simbólico que permitió la comunicación entre diferentes pisos ecológicos, en este caso las dos vertientes de la serranía, pero que también habría marcado un acceso a una controlada jurisdicción territorial. En este sentido, resultan significativos los motivos rupestres que muestran personajes con atuendos (unkus), en tanto que representaciones de poder,14de manera semejante a lo observado en otros punkus registrados en otras regiones de los Andes meridionales igualmente colonizadas por los inkas (Berenguer 2009).15

UN JARDÍN PARA LOS DIOSES: RECURSOS SILVESTRES EN LAS SELVAS PEDEMONTANAS

Un amplio corpus de referencias históricas y arqueológicas testimonia sobre las dinámicas de intercambio realizadas en tiempos prehispánicos entre las tierras altas, los valles mesotérmicos y las selvas de la vertiente oriental andina. En el caso de la serranía de Calilegua, numerosos elementos señalan que la explotación de recursos silvestres, junto a la producción de metales, tuvieron una fuerte gravitación dentro de las economías locales y de intercambio. Un primer repertorio de estos recursos permitió identificar: 18 especies de mamíferos comestibles, 20 especies de vegetales comestibles, 22 especies de peces, 38 especies de maderas, 40 especies de plantas medicinales, ocho especies de plantas con tintes, dos especies de ictiotóxicas, ocho especies de mamíferos con pieles preciadas y siete con cueros de uso tradicional, 48 especies de aves (plumas) y nueve especies de plantas con propiedades psicoactivas (Tabla 1). Teniendo en cuenta la importancia que tuvieron las sustancias psicoactivas dentro de la vida religiosa de las sociedades prehispánicas, nos focalizaremos a continuación sobre las especies con estas propiedades identificadas en el área de estudio. Además de la Anadenanthera colubrina (cebil) y Nicotiana sp. (tabaco), especies ampliamente tratadas en la literatura, se identificaron en Calilegua las siguientes especies con propiedades psicoactivas: Erythroxylum argentinumy E. cuneifolium (coca), Mussatia hyacinthina (chamairo), Banisteriopsis caapi (ayahuasca), Psicotria carthagenensis y Brugmansia sp. (floripondio); y Nicotiana longuiflora (coro, tabaquillo) en zonas con ambientes más chaqueños (Figura 8).

Tabla 1. Inventario de recursos silvestres de Calilegua y Yungas del NOA. Elaborado por observaciones de campo e informaciones proporcionadas por R. Jara y G. Nicolossi, Parque Nacional Calilegua.
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Figura 8. Especies de coca silvestre y ayahuasca registradas en Calilegua.

Coca en las Yungas del NOA

Al mismo tiempo de remarcar la exuberante biodiversidad de la región, en su "Diario de la Primera Expedición al Chaco" el coronel Fernández Cornejo (1836), señala la existencia de cocales silvestres y otros -no sabemos si silvestres o cultivados- que fueron explotados comercialmente.16Dos especies de coca silvestre, llamadas indistintamente "sacha coca" o "coca del monte", fueron registradas en el bosque pedemontano: se trata del Erythroxylum argentinum (Schultz) y E. cuneifolium (Schultz). De estas dos especies, el E. argentinum es la que guarda mayores semejanzas con la hoja de coca boliviana. La información oral señala su uso actual como masticatorio, principalmente durante períodos en los cuales no es posible acceder a la coca boliviana. Las razones de su uso secundario parecen estar relacionadas con la dureza de las hojas y un sabor más áspero en comparación con la coca de origen boliviano. Sin embargo, este desaprecio se encuentra probablemente más relacionado con el modo de recolección/cosecha; a diferencia de la coca boliviana, el Erythroxylum argentinum es un arbusto silvestre cuyas hojas se vuelven más duras y gruesas con el correr de los años.17En cuanto a la presencia de alcaloides excitantes y psicoactivos, estudios recientes aislaron en E. argentinum y E. cuneifolium significativos porcentajes de tropacocaina y metilecgonidina entre otros igualmente presentes en la coca boliviana (Bieri et al. 2006; Plowman y Rivier 1983; Zuanazzi et al. 2000). Por otro lado, ejemplares de Mussatia hyacinthina fueron igualmente identificados en Calilegua. Se trata de una liana vascular, conocida vulgarmente como "chamairo", cuyo consumo de fibras durante la masticación de la coca potencia los efectos de los alcaloides excitantes en ésta (Davis 1983). En síntesis, las especies locales de Erythroxylum, en particular E. argentinum, registradas en Calilegua poseen condiciones para su uso como masticatorio con propiedades excitantes dadas por su alto tenor en alcaloides semejantes, y en el caso de la ecgnonina mayores a los de la coca boliviana.18Más allá de esto, la existencia de dos especies locales de Erythroxylum en la región es un indicador de las condiciones favorables que posee el bosque pedemontano para el cultivo de variedades de coca domésticas. De hecho, cultivos de Erythroxylumcoca fueron llevados a cabo con éxito tanto en Calilegua como en Orán, Urundel, Salta y Tucumán (INTA-Salta 2004). Si bien a la fecha no tenemos evidencias certeras de su explotación en tiempos prehispánicos, el Diario de Fernández Cornejo es un indicio de ello. Una de las hipótesis que manejamos es que los rústicos aterrazamientos registrados en las bajas laderas de la cuenca del río Valle Grande, los cuales están asociados con sitios de habitación tardíos, estarían relacionados con el cultivo de variedades domésticas o semi-domésticas de coca. Las variables topográficas, altitudinales y climáticas de estas áreas se muestran apropiadas para el cultivo de especies silvestres y domésticas de Erythroxylum.

Enteógenas19

Entre las especies vegetales con propiedades psicotrópicas registradas se destacan por su abundancia el cebil (Anadenanthera colubrina) y el complejo ayahuasca (Banisteriopsis caapi y Psicotria Carthagenensis). El consumo de la primera especie se encuentra ampliamente atestiguado tanto en la cultura material e iconografías de muchas sociedades de los Andes prehispánicos, como por la etnografía de grupos indígenas del Chaco. La ayahuasca, por su parte, ocupa sin dudas el primer peldaño entre las enteógenas consumidas por los grupos indígenas del piedemonte y planicies amazónicas. Si bien no existen muchas evidencias materiales de su consumo en tiempos prehispánicos, a diferencia de las pipas y complejos de rapé asociados con el cebil, análisis de momias originarias del norte de Chile revelaron la presencia de Harmina, principal alcaloide de la Banisteriopsis caapi.20 El uso ritual de vegetales con propiedades psicotrópicas (excitantes, narcóticos y alucinógenos) fue un aspecto central en la vida religiosa de la mayoría de los pueblos andinos prehispánicos (Berenguer 1985; Llagostera et al. 1988; Pérez Gollán 1994; Pérez Gollán y Gordillo 1993; Pochettino et al. 1999). Las plantas enteógenas, en su mayoría originarias de las yungas, fueron también consideradas uno de los principales vehículos en la integración regional de los Andes meridionales prehispánicos (Angelo Zelada y Capriles Flores 2000; Pérez Gollán 1994). Las evidencias que señalan un consumo de sustancias enteógenas en los Andes meridionales se manifiestan desde tiempos muy tempranos (1500 aC), tanto en las pipas tubulares de la cerámica San Francisco, como en la iconografía de numerosos sitios con arte rupestre (Torres 1995). A partir del primer milenio dC se multiplican las evidencias sobre el uso de sustancias enteógenas, principalmente en la parafernalia asociada con las tabletas rapé y en las iconografías regionales. Análisis químicos sobre restos humanos prehispánicos originarios del norte de Chile confirmaron el consumo generalizado de estas substancias (e.g., Arriaza et al. 2008; Ogalde et al. 2007).

DISCUSIÓN

Los resultados alcanzados a la fecha, articulados con las fuentes y estudios arqueológicos precedentes, permiten una primera aproximación sobre el pasado prehispánico del territorio. De manera general, se observan dos modos diferenciados en la ocupación del mismo. Mientras las sociedades del Formativo parecen haberse instalado de manera más intensa en las bajas laderas pedemontanas y planicies, durante los Desarrollos Regionales/Inka se registra una mayor ocupación de las mesetas medianas y de altura de la cuenca del río Valle Grande. No obstante, el registro de sitios habitacionales Formativos y Tardíos/Inka en el interior de la selva montana señala una sostenida presencia humana sobre este ambiente. Tanto su localización como el tamaño reducido de estos sitios sugieren que se trataría de colonias productivas vinculadas con sectores propicios para la agricultura y el aprovisionamiento en recursos silvestres. De la misma manera, la marcada ausencia de sitios sobre grandes áreas de las selvas pedemontanas y montanas pone en evidencia una cierta continuidad en el manejo ecológico de áreas fuentes (Pulliam 1988).

En una escala más amplia, los nuevos datos registrados en Calilegua se muestran coherentes y reafirman los planteos desarrollados por Garay de Fumagalli y Cremonte (2002) y Garay de Fumagalli (2003) sobre la presencia de establecimientos productivos Formativos e Inkas en la región de Tiraxi y valles aledaños. La carta arqueológica sugiere una mayor integración territorial durante las fases finales de los Desarrollos Regionales -muy probablemente relacionada con la expansión de los inkas-, así como una mayor interacción con las regiones vecinas. Durante este período, el modo de ocupación disperso deja ver por lo menos tres niveles de establecimiento: aglomeraciones habitacionales medianas, sitios de habitación reducidos asociados con espacios productivos y locus habitacionales asociados igualmente con áreas productivas. El material cerámico observado en la mayoría de estos sitios señala fuertes vínculos con la quebrada de Humahuaca, aspecto señalado tanto por las fuentes históricas como por la arqueología. Sin embargo, la presencia de estilos cerámicos propios de esta región vecina no contradice el hecho de que se trate de un territorio multiétnico tal como lo señalan la mayoría de las fuentes; los datos son todavía insuficientes para abordar el problema desde la arqueología. La misma limitante se presenta al intentar identificar desde este único registro a los ocloyas citados por las fuentes históricas. No obstante, si consideramos que los ocloyas hablaban una lengua diferente de las de los omaguacas, tal como lo señala el documento de 1624 analizado por Sánchez y Sica (1990: 478), podemos preguntarnos si este grupo se habría establecido en la región en tanto que mitmakunas de los inkas junto a otros pueblos del sur de Bolivia para explotar los yacimientos mineros de la región. En tal caso, como lo señala Ventura (2007: 117), los ocloyas habrían quedados sujetos a los omaguacas después del derrumbe del Tawantinsuyu.

La presencia y control territorial ejercido por los inkas en la serranía de Calilegua se resalta en el paisaje tanto en los adoratorios de altura de los cerros Amarillo y Hermoso, como en los caminos y senderos empedrados, en los sitios con arte rupestre y en la explotación de yacimientos mineros. La presencia del Tawantinsuyu en la región estaría relacionada con el control de la producción de metales y otros recursos de alta valoración, y no solamente como fue sostenido, un hito de control territorial en una zona de frontera. El control territorial ejercido por los inkas se habría intensificado mediante la presencia de mitmakunas originarios de otras regiones, tal el caso de los chichas orejones y posiblemente de los ocloyas, quienes según algunas fuentes habrían servido en el trabajo de las minas. Pero el interés del territorio no sólo se habría concentrado en la explotación de minerales. Los numerosos y variados recursos silvestres, muchos de ellos altamente valorados (sensu Berenguer 2004; Krueger 2008; Nielsen 2006), como pieles, plumas y plantas con propiedades psicoactivas y psicotrópicas, debieron haber tenido un rol preponderante en las prácticas económicas y de intercambio. Sin embargo, es importante señalar, desde un punto de vista meramente económico, que estos recursos silvestres no son exclusivos de la región, sino que se presentan en la mayor parte de la franja de Yungas que bordea los Andes. Se trata, en consecuencia, de recursos de acceso irrestricto. No obstante, si nos basamos en la abundante información etnohistórica y etnográfica, sobre todo en lo que concierne al uso de plantas enteógenas, su especificidad y valoración simbólica no radicaría tanto en las posibilidades reales de acceso, sino en los gestos, protocolos y saberes rituales y simbólicos de aquellas personas o grupos encargados de recolectarlas, producirlas o controlar la producción y los intercambios. Uno de los ejemplos más claros del agenciamiento territorializado de los recursos es el estricto control que los inkas tuvieron sobre los cultivos de coca (Gölte 1970; Murra 1978). Asimismo, en la mayoría de los pueblos indígenas del piedemonte andino y de la cuenca amazónica, fueron y son los especialistas rituales quienes centralizan todas las etapas en el consumo de enteógenas: desde la recolección, hasta la preparación y distribución. Algo semejante sucedió con la producción de metales en tiempos del Inka, en la cual la valoración de un determinado tipo de mineral o yacimiento no dependía exclusivamente de sus cualidades intrínsecas y productivas, sino también, como lo señala Bouysse-Cassagne (2004), con la importancia de la montaña-wak'a de origen. Es en este sentido que cobra relevancia la sacralización del territorio por parte de los inkas, en el cual se demarcan los adoratorios de los cerros Amarillo y Hermoso. De esta manera, la participación de estos recursos de alta valoración simbólica en los procesos de integración regional fue dada desde el amplio espectro de las relaciones y prácticas asociadas con ellos, sean estas de producción, de interacción o de dominación, y no únicamente sobre los productos.

Contrarrestando la imagen marginal y de frontera atribuida al "oriente" de Humahuaca, la serranía de Calilegua se constituyó tanto como territorio de aprovisionamiento y producción como escenario de encuentro de diferentes grupos y prácticas sociales. En este sentido, a pesar del estado incipiente de las investigaciones, la intensidad de la ocupación humana y la exuberancia en recursos económicos registrados sugieren el rol preponderante que tuvo el territorio dentro de las dinámicas y procesos sociales regionales: un hinterland para las áreas colindantes, pero también un outer-hinterland para regiones más alejadas como ser el altiplano surandino y el sur de Bolivia. Esperamos que las futuras investigaciones permitan profundizar los conocimientos sobre las interacciones económicas, sociales y culturales que tuvo la región, en un sentido trasversal con los Andes y la llanura chaqueña, pero también longitudinal con otras áreas de la vertiente oriental andina, buscando de esta manera sobrepasar el perfil generalista que conlleva el concepto de hinterland. El caso de Calilegua llama a cuestionarnos sobre el uso recurrente del concepto de frontera en los estudios arqueológicos e históricos. Alejándose de su aserción, y en extrapolación con los espacios conocidos, muchas veces vemos que las fronteras son construidas para llenar el vacío de datos, los límites del conocimiento. Y más allá de sus implicancias científicas, la construcción de estas fronteras y territorios incógnitos intervienen en la legitimación histórica del carácter marginal otorgado a una determinada región, tal es el caso de la vertiente oriental andina en el noroeste argentino.

Agradecimientos

Este trabajo no habría podido llevarse a cabo sin la participación y apoyo logístico del Parque Nacional Calilegua: agradezco a M. Fernández por su compromiso con el Programa de Arqueología y a los guardaparques L. Chazarreta, F. Gallardo y A. López por su participación en las actividades de campo. Mi agradecimiento a G. Nicolossi y B. Ramos, quienes posibilitaron las prospecciones en las serranías, compartiendo largas caminatas y duras estadías. Finalmente, mi reconocimiento a R. Jara, por su empeño y dedicación en todas las etapas de la investigación.

NOTAS

1.- ATJ, Información pedida por Juan Ochoa de Zárate sobre la pertenencia de los indios de Ocloya a su encomienda de Omaguaca 1596, leg. 4, documento analizado entre otros por Salas (1993 [1945]) y Sánchez y Sica (1990).

2.- 1965 [1552], ver también: Tommasini (1933: 41-6), Sánchez y Sica (1990: 471).

3.- "... los indios están en una tierra fragosa que llaman ocloya, a las vertientes de la cual está la gente del dicho río Bermejo, esta gente de ocloya como diez leguas del valle, es gente del Pirú ...".

4.- Relaciones Geográficas de Indias, 1881 TII:146, en: Sánchez y Sica (1990: 482).

5.- A.T.J., fs.2. 1596, tomado de Sánchez y Sica (1990: 483).

6.- Entre otros: Descripción de las provincias del Chaco de Petroschi Sculp (1732); Carta del Gran Chaco de Ballanti (1789); La Plata de Arroswsmith y Lewis (1812), Paraquariae Provinciae (Petroschi Sculp) Martin de Moussy (1873) y Carte du Grand Chaco et Contreés Voisines de Martin de Moussy (1873).

7.- Al respecto, el mito, ampliamente difundido en la región, cuenta como el cacique Calilegua ante la llegada de los españoles y su inminente sometimiento, decidió suicidarse acompañado de varios pobladores, arrojándose al vacío desde las plataformas del adoratorio del Cerro Amarillo.

8.- Entre otros: Nielsen (1989); Cremonte y Garay de Fumagalli (1995, 1997); y Garay de Fumagalli (1999).

9.- "En la serranía de Calilegua, que como dicho es, cae a la parte del poniente, se ha hallado sorochi, que es metal de plomo; y hay tradición antigua de haber metales de plata. Siguiendo la propia serranía, se halla en los llanos la cal, y arriba, alcaparrosa. En el Río Negro, que baja de esta misma parte, se han hallado piedras de molino, y en el de Ledesma, que tiene su origen a esa misma parte, se ha hallado, entre los muchos rodados y piedras pequeñas que hacia arriba tiene, metal de plata en briznas menudas".

10.- Tal como lo señalan algunas fuentes, un gran número de explotaciones mineras prehispánicas fueron condenadas y ocultadas intencionalmente con el fin de impedir que fueran "descubiertas" y explotadas por los Españoles. Al respecto ver Platt et al. (2006: 146-156).

11.- Mina San José de Valle Grande, Exp. 189-0-70 (Pb); Mina Ronque, Exp. 523-V-1976 (Cu); Mina San Lorenzo, Exp. 482-S-82 (Cu y Au).

12.- En la actualidad, las cumbres de los cerros Amarillo y Hermoso son el escenario de eventos y prácticas rituales (procesiones, calvarios, apachetas, pedidos, etc.) por parte de la población de Alto Calilegua.

13.- Aparte del caso específico de Calilegua, hemos podido comprobar esta relación en numerosos otros cerros mineros de Bolivia tales que: Potosí, Porco, Poder de Dios, Cuzco, Cosuña, Ubina, Mundo, Quiquijana (Cruz 2009b).

14.- En una etnografía reciente, Cereceda et al. (2009) muestran la perpetuidad en los Andes de la relación existente entre determinados atuendos y el poder político.

15.- Tal es el caso del Punku de Pignasi y de la Quebrada de San Bartolomé en Potosí (Cruz 2006).

16.- "...El 15, dirigimos la marcha al nor-nordeste, como costeando el Río Grande, caminando por bajo de elevadísimos árboles de diversas especies, entre los que se advirtieron muchos cocales silvestres; y a las doce leguas paramos sobre el río de las Piedras ..." (el resaltado nuestro).

"... No se puede bastantemente ponderar la fertilidad y delicia de todo este inculto territorio, donde parece que los tres reinos, animal mineral y vegetal, nos ofrecen a porfía las más preciosas producciones, al paso que a sus viandantes, las mejores comodidades...", "... y otra inmensa variedad de árboles desconocidos: sembrada en partes de zarza mora, guayabas y otras frutas silvestres: porciones del palo de tinte y muchos cocales, que nadie ignora el comercio que con ambos se hace en estas provincias ..." (el resaltado nuestro).

17.- En este sentido, un simple análisis comparativo realizado con hojas jóvenes y longevas de E. argentinum y E. coca arrojó resultados muy significativos. Este reveló un espesor medio de 0.1285 mm. en hojas recolectadas de un arbusto longevo de Erythroxylum argentinum, 0.0633 mm en hojas de plantuelas de esta misma especie y una media de 0.0750 mm en hojas de Erythroxylum coca originaria de las Yungas de La Paz. Es decir, las hojas tiernas de E. argentinum poseen un espesor semejante, incluso levemente inferior, a las de E. coca.

18.- Contrariamente a la creencia popular, es la ecgnonina el principal alcaloide incorporado durante la masticación de la hoja de coca, y no la cocaína cuya presencia es ínfima (Rivera Cusicanqui 2003: 110).

19.- En tanto que medios que favorecieron la comunicación entre los hombres, las divinidades y las otras entidades no humanas del mundo, muchas de estos vegetales pueden agruparse dentro de la categoría de drogas enteógenas (Ott 1950; Saignes 1989).

20.- La ayahuasca se consume generalmente mediante un brebaje elaborado a partir de la cocción de la corteza de Banisteriopsis caapi y hojas de Psicotria carthagenensis o viridis. Si bien la Psicotria es consumida también de manera aislada, la mayoría de los grupos indígenas la consumen asociada con otros vegetales con propiedades psicotrópicas. Los principios activos de la Banisteriopsis caapi, los β-carbolines (harmina, THH, harmalina) actúan inhibiendo la monoamina oxidasa (IMAO) evitando la degradación de la DMT ocasionada por las hojas de Psychotria (McKenna y Towers 1984).

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