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Intersecciones en antropología

On-line version ISSN 1850-373X

Intersecciones antropol. vol.12 no.1 Olavarría Jan./July 2011

 

ARTÍCULO 

La construcción de la idea de trabajo digno en los cirujas de la ciudad de Buenos Aires

 

Mariano Daniel Perelman

Mariano D. Perelman. Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Universidad de Buenos Aires. Libertador 5722 4° 17 (1428), Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. E-mail: mdp1980@yahoo.com.ar

Recibido 12 de marzo 2010.
Aceptado 11 de 7 junio 2010.

 


RESUMEN

El objetivo de este trabajo es analizar cómo algunas personas que comenzaron a cirujear a mediados de la década de 1990 en la ciudad de Buenos Aires construyeron esa actividad como una forma legítima de ganarse la vida. El foco está puesto en comprender la forma en que algunos cirujas se construyeron como sujetos que realizan una actividad digna, en los sentidos que ella fue adquiriendo y en las prácticas y discursos que posibilitaron que ello ocurriera. El artículo no sólo se centra en el ámbito de la necesidad (de ganarse la vida) sino, al mismo tiempo, en el de la construcción de modos legítimos y razonables de hacerlo a partir de dos niveles diferentes relacionados, que también se tienen en cuenta. Por un lado, el de la construcción de los ideales (hegemónicos) de ser trabajador. Por otro lado, en las maneras en que los sujetos reconstruyen sus experiencias, crean relaciones, generan imaginarios, explicaciones, justificaciones sobre la actividad que realizan y las maneras en que estos van cambiando.

Palabras clave: Cirujeo; Trabajo digno; Legitimidad; Buenos Aires; Desocupación.

ABSTRACT

The construction of the idea of decent work in the city of Buenos Aires. The aim of this article is to analyze how a group of people that began to cirujear in the mid-1990s in the city of Buenos Aires constructed the activity as a legitimate way of living. The focus of the article is put on the understanding of how some garbage scavengers constructed themselves as subjects that perform a worthy activity, on the meanings that the activity has acquired and on the practices and discourses that allowed this construction to happen. The article not only focuses on the area of need (earning the living), but at the same time, is put on the construction of legitimate and reasonable ways to do it from two different analytical levels. On the one hand a level regarding the construction of ideals (hegemonic) to be a worker. On the other hand, the ways in which subjects (re) construct their experiences, build relationships, and generate social imaginaries, explanations, justifications about their occupation and the ways they are changing.

Keywords: Cirujeo (informal garbage collection); Informal garbage collection; Worthy work; Legitimacy; Buenos Aires; Unemployment.


 

INTRODUCCIÓN

El 6 de noviembre de 2002, en un contexto de fuerte crecimiento y visibilización del cirujeo (recolección informal de residuos), se desarrolló en la ciudad de Buenos Aires una audiencia pública en la que se debatía su (des)penalización. El por entonces legislador porteño Eduardo Valdés pedía que se declarase inconstitucional su prohibición, marcando que de esa manera se les estaba negando a algunas personas el derecho al trabajo que la Constitución Nacional otorga1. El fiscal general de la Ciudad argumentaba, en contra de esta postura, que "no es correcto definir [la actividad] por su licitud o ilicitud. No se puede utilizar el concepto sociológico de lo que es el trabajo porque estamos en un marco normativo y jurídico". Planteaba que "no es una forma espontánea y natural del trabajo", además de no ser "una actividad deseable y que algunos sectores de la sociedad expresan que es una actividad delictiva" (extractos tomados de las notas personales de campo). Marcaba, por un lado, sin cuestionar el origen histórico de lo legal, que una actividad que nolo era no podía ser considerada trabajo y que, por lo tanto, no estaba en juego el derecho al trabajo2; por otro lado, argumentaba que existen formas de trabajo espontáneas y naturales, y que el cirujeo no era una de ellas.

En contraposición a estos argumentos, un antropólogo investigador de una universidad del conurbano bonaerense y asesor del diputado Valdés decía que "la actividad de la recuperación manifiesta la internalización de una cultura del trabajo y no del delito [...] los cartoneros salen a inventar el trabajo allí donde no existe [...] se autoemplean. Inventan o generan trabajo de lo que otros descartan. Es más, muchos cartoneros, al tomar el carro para recuperar residuos, entienden que han asumido una opción de trabajo o 'rebusque', distintas que las opciones delictivas" (transcripción de la declaración realizada ante el tribunal, proporcionada personalmente por el investigador). Entre los cirujas allí presentes (así como entre varios que entrevisté durante los años en que realicé trabajo de campo) surgían otros testimonios respecto de la situación de ser cirujas que, si bien convivían con estos discursos, los resignificaban. Muchos de ellos construían esta actividad como una forma digna de ganarse la vida -con lo cual impugnaban la posición del fiscal (en tanto "no trabajo")-, pero que no quedaba sólo en la idea "inventar trabajo" como planteaba el investigador. Además, no existía una sola noción de lo que significaba ser ciruja o el hecho de estar realizando la actividad. Al indagar en las significaciones que adquiría ésta para quienes la realizaban, encontraba que muchos referían al orgullo de ser cirujas, mientras otros señalaban que lo hacían porque "no les quedaba otra". El hecho de serlo, o el de "no ser otra cosa" tenían significados diferentes. Pese a estas diferencias, el cirujeo era investido de la noción de dignidad3. Durante el trabajo de campo, coexistieron distintos comportamientos frente al cirujeo, lo cual me llevó a repensar la importancia de la creencia en el ideal de trabajador (tener o no un tipo de empleo) como vector explicador de comportamientos y formas de sentir. En este sentido, comencé a analizar las conductas individuales en torno a la actividad teniendo en cuenta las relaciones sociales en las que están insertas. Analizar las diferentes trayectorias contextualizadas de las personas, sus relaciones cotidianas, me permitió identificar otras formas (normalizadas dentro de una configuración social y en concordancia con sus trayectorias laborales, sociales y familiares) en que los individuos de carne y hueso se vinculan en sus relaciones con los otros (Sigaud 1996)4. Las distintas formas de actuar, de sentir, de vivenciar el cirujeo en tanto actividad laboral -aunque con implicancias que excedían el momento de la realización de la tarea5- daban cuenta de las maneras diferenciales de experimentar el hecho de ser ciruja y de los modos en que muchos resignificaron la actividad desde una vergüenza inicial, de verse haciendo "algo no deseable", ilegal y relacionado con la delincuencia, a conceptualizarla como una actividad digna. El presente texto se centra en esa línea, en analizar cómo personas que comenzaron a cirujear a mediados de la década de 1990 en la ciudad de Buenos Aires construyeron esa actividad como una forma legítima de ganarse la vida.

Es necesario aclarar que no todos los cirujas poseen la idea de dignificación asociada a la noción de cirujeo como trabajo. Para algunos de ellos, son los mismos cirujas quienes contribuyen a la estigmatización de la actividad y a la relación que suele establecerse entre ella y la "vagancia". Sin embargo, reconociendo estas diferencias -sobre las cuales he trabajado en otro artículo (Perelman 2009)-, en este texto voy a focalizarme en quienes sí construyen al cirujeo como forma legítima dejando de lado estas pugnas entre cirujas. Referirse a formas de ganarse la vida y de significarlas no se reduce a las estrategias de obtención de dinero. Las preguntas aquí no son "¿es el cirujeo un trabajo?" o "¿trabajan las personas que cirujean?", las cuales suelen ponerse en el centro del debate. El foco aquí está puesto en comprender la forma en que algunos cirujas se construyeron como sujetos que realizan una actividad digna, en los sentidos que ella fue adquiriendo y en las prácticas y discursos que posibilitaron que ello ocurriera. Por lo tanto, no sólo me centro en el ámbito de la necesidad (de ganarse la vida) sino, al mismo tiempo, en el de la construcción de modos legítimos y razonables de hacerlo. Para ello, son dos los niveles diferentes e interrelacionados los que deben abordarse. Por un lado, el de la construcción de los ideales (hegemónicos) de ser trabajador. Por otro lado, y en relación con estos, en el de los discursos y prácticas que construyen al cirujeo y las maneras en que los sujetos (re)construyen sus experiencias, crean relaciones, generan imaginarios, explicaciones, justificaciones sobre la actividad que realizan y las maneras en que estos van cambiando. El artículo se centra en este segundo nivel. Dividí el trabajo en tres secciones. En la primera, enmarco el crecimiento de la actividad y doy cuenta de la importancia que ha tenido la idea de ser trabajador formal en la Argentina. En la segunda, explicito el marco sobre el que baso mi investigación, y muestro la importancia de tener presentes las trayectorias sociales y los modos públicos en que las tareas son significadas para analizar las condiciones legitimantes. En la tercera, por otro lado, me centro en la forma en que las personas que comenzaron a cirujear recientemente construyen, de manera conflictiva, al cirujeo como un modo legítimo de ganase la vida. En esta sección apelo a observaciones y entrevistas realizadas entre 2002 y 2008 a personas que cirujean en la Ciudad de Buenos Aires.

PUNTO DE PARTIDA. CRECIMIENTO DEL CIRUJEO

Son de formas legítimas de ganarse la vida demanda posicionarse en dos niveles diferentes que están relacionados. Quiero comenzar, entonces, marcando brevemente la importancia que ha tenido la construcción de un ideal de trabajador en Argentina. En términos generales, es posible decir que el del trabajo se ha constituido en uno de los discursos disciplinadores más poderosos de la modernidad y que, en la Argentina, fue una de las principales formas de integración social que también alcanzó a los que estuvieron por fuera del mercado de trabajo formal. Ahora bien, no toda actividad que produce (plus) valor es considerada socialmente un trabajo. Posiciones morales, construcciones simbólicas, procesos legales pesan sobre ellas a la hora de pensar lo que es ganarse la vida dignamente. Los sujetos se construyen en función de sus trayectorias, deseos, expectativas, y el cirujeo es un caso paradigmático para analizar estas pugnas.
La idea de ser trabajador, en una Argentina que durante décadas fue considerada como de casi pleno empleo, estuvo ligada a los procesos de construcción de la relación ciudadanía-empleo (Grassi et al. 1994) y a las del desarrollo del ideal de familia organizada en torno al trabajo de un jefe varón proveedor de los ingresos familiares (Wainerman 2005). Si por varias décadas del siglo XX el mercado de trabajo formal logró incluir parte importante de la población activa, a partir de la década de 1970, los cambios en el modelo productivo, la implementación de políticas de corte neoliberal generaron fuertes reacomodamientos en la estructura social argentina. Con un mercado de trabajo en claro retroceso, miles de personas fueron quedando desocupadas en el mercado formal y tuvieron que buscar formas alternativas para obtener los medios de vida.
Entre los sujetos que iban a quedar desempleados e intentaron reacomodarse a un contexto en el cual ya no era el empleo la forma de acceder a los medios de supervivencia sino que esto era tan sólo un recuerdo, las históricas construcciones sociales en torno a la idea de trabajo experiencialmente vividas generaron posicionamientos diferentes. Estas experiencias -enraizadas con las formas de normalización e intervención estatal y los discursos sociales- hicieron que se generaran, entre otros procesos, una serie de reposicionamientos entre lo que significa estar desempleado y ser trabajador, relación que se ha desdibujado y reconstruido.
En este marco, en especial hacia fines de la década de 1990 y durante los primeros años de la siguiente, una creciente cantidad de personas que tenían una trayectoria en el mercado de trabajo recurrieron al cirujeo como forma de ganarse la vida. En este proceso, dicha actividad también se fue transformando: en pocos años creció exponencialmente el número de personas que la realizaban, se crearon nuevos discursos en torno a ella y se modificó la legislación.

Así mismo la aparición masiva de personas dedicadas al cirujeo. Otros factores, como las políticas referentes a la recolección y el reciclado (Paiva y Perelman 2010), también hicieron de ésta una opción. De hecho, el cirujeo no surge en los últimos años, sino que más bien se visibiliza, tanto por el crecimiento de la cantidad de personas que se volcaron a la actividad como porque el sistema de recolección hizo que la calle fuera el lugar donde buscar los residuos6. Esta forma de cirujear implica una fuerte diferenciación respecto de formas anteriores de hacerlo, como lo fue hasta 1977, cuando se hacía en la Quema (véase Perelman 2008).
Ahora bien, durante el trabajo de campo solía escuchar, en especial por parte de quienes comenzaban a realizar la tarea, que "se es ciruja cuando no se puede ser otra cosa". Luego, la contraposición de la actividad con otras opciones que surgían como "posibles", especialmente el robo y la mendicidad7, lo cual refiere a las posibilidades que existen en los barrios pero también da cuenta de una toma de posición pública en torno a la actividad por medio de la cual se intenta impugnar una difundida posición en torno al cirujeo (como se puede ver en las palabras del fiscal durante la audiencia). En las entrevistas, gran parte de los cirujas hacían referencia a la vergüenza que sentían cuando realizaban su tarea o cuando habían comenzado a llevarla a cabo. Esta sensación también la percibía en las observaciones, mientras caminaba junto a ellos por las calles de la ciudad o en las estaciones de tren. Cuando charlábamos sobre lo que habían hecho antes como forma de ganarse la vida, sus palabras se teñían de melancolía, sus caras se entristecían y más de una vez me encontré ante la incómoda situación de ver llorar a mis entrevistados. Ellos referían al deseo de volver a tener un trabajo, un laburo como antes. Cuando hablaban de trabajo no sólo hacían alusión a actividades remuneradas sino a todo un imaginario social relacionado a la seguridad social, simbólica y material. Otros entrevistados relataban con nostalgia, con orgullo, su pasado de cirujas. Muchos de ellos eran carreros -personas que cirujeaban con carro tirado a caballo- o personas que venían realizando la actividad desde hacía varios años.
Es por ello que creo en la necesidad de analizar otras dimensiones que, sumadas a los condicionantes o posibilitantes estructurales, habiliten al cirujeo y a conceptualizar esta ocupación desde las nociones de dignidad y legitimidad. Para ello, es necesario centrarse en valoraciones morales puestas en disputa a partir de trayectorias significadas por experiencias enmarcadas en procesos históricos. Esto implica que no se puede apelar sólo a la concepción abstracta, a una única concepción de lo que la actividad significa por fuera de la manera en que los sujetos viven.

HACIA UN ABORDAJE PARA EL ANÁLISIS DEL CIRUJEO COMO MODO LEGÍTIMO DE GANARSE LA VIDA

Las diferentes expresiones en torno al cirujeo habilitan a pensar que el análisis de las formas de vivenciar, de pensarse, no pueden entenderse sino en el marco de los procesos de los cuales los sujetos forman parte, de las relaciones de poder, desigualdad y dominación (Grimberg 2009). En este sentido, analizar las prácticas de los sujetos, las formas de comprenderse, me lleva a analizar procesos más amplios de los cuales los sujetos forman parte a la vez que los conforman.
Thompson (1979), al analizar los motines de subsistencia del siglo XVIII en Inglaterra como protesta por el alza del precio del pan, refiere a que estos no constituían acciones espasmódicas sino que tenían "alguna noción legitimante"8. Con ello refería a que hombres y mujeres, apoyados en un amplio consenso comunitario, creían estar defendiendo derechos o costumbres tradicionales. Si bien los motines eran provocados por el alza de precio, las acciones, los "agravios" de los campesinos no se daban de manera anómica. Operaban dentro de consensos, los cuales mostraban qué prácticas eran legítimas con respecto a la producción y comercialización del pan, basadas "en una idea tradicional de las normas y obligaciones sociales, de las funciones económicas propias de los distintos sectores dentro de la comunidad que, tomadas en conjunto, puede decirse que constituían la economía 'moral' de los pobres. Un atropello a estos supuestos morales, tanto como la privación en sí constituían la ocasión habitual para la acción directa" (Thompson 1979: 65-66).
De la misma forma que en el citado caso, es posible pensar que si bien el desempleo y subempleo, el deterioro de las condiciones materiales de vida y el incremento de la pobreza e indigencia, el "hambre", son condiciones, no explican sí mismas el incremento de la cantidad de personas que viven del cirujeo; dicho de otra forma, no habilitan directamente el paso al cirujeo. Es necesario, por lo tanto, dar cuenta de otros elementos que, sumados a las dimensiones ya descriptas, terminarían de explicar la llegada al cirujeo y su conceptualización en tanto modo legítimo de ganarse la vida. Implica centrarse, al decir de Bourdieu (2001: 22) en el ámbito de lo razonable más que en el de lo racional (en términos económicos). Siguiendo a Archetti (2003: 163), "preguntarnos de modo racional qué está bien y qué está mal no resulta suficiente; necesitamos enfocar nuestra investigación en lo que es deseable o meritorio para los actores". Por lo tanto, creo que es necesario buscar cómo se construyen los modos "deseables", para lo cual hay que tener en cuenta las condiciones y los parámetros morales en los cuales los cirujas ubican la realización de la actividad. Para el caso del cirujeo, uno de los componentes centrales que constituyen la noción legitimante es la relación cirujeo-trabajo y dignidad, a la cual voy a referirme.
En tanto las nociones legitimantes se juegan a nivel individual y también en la esfera pública, es importante tener en cuenta el factor dialógico que tiene el reconocimiento (cf. Cardoso de Oliveira 1996, 2004; Taylor 1993), que permite abordar las dos dimensiones propuestas (los discursos hegemónicos y las trayectorias individuales) de manera conjunta. Las preocupaciones por el "reconocimiento" se encuentran generalmente en el marco de los debates en torno a grupos étnicos dentro de los Estados nacionales a nivel de derechos de ciudadanía. También se reconoce la relación reconocimiento, moral y eticidad como una forma de construcción de legitimidad, del "vivir bien" y del "deber" en el marco de normas compartidas o de una "ética discursiva" (Cardoso de Oliveira 1998)9. Sin ser éste el caso, resulta relevante recuperar estas visiones, ya que en los cartoneros existe una pugna por el reconocimiento de su tarea en tanto trabajo (como se puede observar en la audiencia citada al inicio de este artículo, con fuertes implicancias por la histórica ligación entre ciudadanía y trabajo). Los cartoneros buscan legitimidad a partir de que conceptualizan su ocupación como un trabajo digno en el marco de normas -que son performativas- y expectativas socialmente compartidas. Como parte de ello, también buscan la legitimación de sus acciones a partir de valoraciones (morales) que, a su vez, construyen formas de hacer, de ser y de sentir.

La dignidad en tanto categoría legitimante permite incluir a los cartoneros en el campo de la igualdad con una serie de otras personas. Taylor (1993) marca que, en la modernidad, dos fueron los cambios principales que hicieron "inevitable" la preocupación por la identidad y el reconocimiento. El primero fue el desplome de las jerarquías sociales, que solían ser la base del honor en el sentido que tenía en el antiguo régimen, intrínsecamente ligado a la desigualdad (para que algunos tuviesen honor era esencial que otros no lo tuviesen). Contra este concepto de honor se erigió el moderno concepto de dignidad, que hoy se emplea en un sentido universalista e igualitario. La premisa es que todos lo comparten y por ello es compatible con una sociedad democrática que "desembocó en una política del reconocimiento igualitario" (Taylor 1993: 46). El segundo de los cambios refiere a la nueva interpretación de identidad individual que surgió hacia fines del siglo XVIII, "una identidad individualizada" que surge con la idea de ser fiel a sí mismo: la autenticidad. Sin embargo, este autor reconoce que una sociedad democrática no anula por sí misma las desigualdades, pues las personas aún pueden definirse por el papel social que desempeñan. Lo que sí socava decisivamente esta identificación derivada de la sociedad es el propio ideal de autenticidad (Taylor 1993: 52). En este sentido, para entender la "íntima conexión" que existe entre la identidad y el reconocimiento hay que tomar en cuenta un rasgo decisivo de la vida humana: su carácter dialógico.

Por su parte, Cardoso de Oliveira (2004) remarca que en la modernidad se ha presentado una transformación en la que el proceso de institucionalización de la ciudadanía pasó a articular de manera cada vez más próxima demandas por derechos con demandas por reconocimiento de identidad, lo cual de alguna manera implica que ese reconocimiento no ha llegado a todos (incluso porque algunos de quienes reclaman no tienen estatus de derecho). Analizando los procesos de resolución de disputa en los juzgados de pequeña escala en Brasil y Estados Unidos, y a partir del examen de tres dimensiones -los derechos, los intereses y el reconocimiento- plantea que existe un conjunto de derechos situados en la intersección entre los universos de la legalidad y de la moralidad, que versan sobre actos o relaciones cuyo carácter sería desde siempre recíproco. Pero para que ello ocurra debe haber un cierto "reconocimiento", no sólo del otro sino de las formas del otro; de otra manera, es difícil notar la no-visibilidad. Se expresan en insultos o actos de desconsideración como una agresión objetiva. Para Cardoso de Oliveira (2004: 26) entonces, la relación entre dignidad, identidad y sentimientos estaría marcando la importancia del carácter dialógico del reconocimiento, en el cual se les exige al alter y al ego intercambios sustantivos de palabras o gestos (símbolos, en general) que representan manifestaciones mutuas de consideración y aprecio. Para ello, considera sumamente importante recuperar la problemática del don, en tanto tiene un potencial interpretativo para la comprensión de la dimensión moral de los conflictos, porque los intercambios simbolizan no sólo la afirmación de los derechos de las partes, sino también el reconocimiento mutuo de la dignidad de los socios, cuyo mérito o valor para participar de la relación sería formalmente aceptado.
Lo que me interesa recuperar para el análisis de los cartoneros remite, entonces, a la necesidad de pensar la noción de dignidad en relación con el reconocimiento y, en especial, vinculada a la categoría de trabajo, con su relación existente entre las argumentaciones legitimantes (la moral, la ética, el don y los sentimientos). A su vez, abordar los procesos de legitimación en el marco de una lucha por el reconocimiento permite articular las dos dimensiones antes mencionadas: el trabajo en tanto categoría abstracta así como categoría empírica social y personalmente significada. Desde esta perspectiva, entonces, es posible pensar que

[...] complacencia, satisfacción, sufrimiento, infelicidad o insatisfacción, no son tomados en lo que ellos tienen de expresión de la interioridad de la vida psíquica de las personas, ni como "percepciones subjetivas" en el sentido corriente, que podrían, por eso, ser erróneas, sino porque entendemos que esos sentimientos hallan sus fuentes legítimas en la configuración sociocultural que da sentido a lo querible, deseable, proyectable, etc. Sentidos, a su vez, que se mantienen en disputa en diferentes ámbitos institucionales y socio-culturales de la vida social y que, en gran medida, co-existen en tensión. Precisamente esas tensiones se presentan como exigencias incompatibles para los individuos (Grassi y Danani 2009: 18-19).

Por lo tanto, si bien es cierto que existen discursos hegemónicos10 en torno a la actividad (sin duda, performativos), estos tienen que ser analizados a la luz de las relaciones en las que son puestos en juego. Ello implica describir dinámicas entre representaciones y entre los agentes sociales que las producen o se apropian ellas, así como las estrategias o contextos en los cuales éstas son puestas en acción (ver Vianna 2010).
Los cirujas forman parte de la sociedad en su conjunto y tienen que convivir conflictivamente en diferentes situaciones cotidianas con (otros) discursos morales11. Así, la consideración de las elecciones morales y de la moralidad puede ser vista como un modo en que los actores construyen significados e imaginan la realidad (Archetti 2003) que se exprese emotivamente: no cualquiera ve en el cirujeo una posible actividad a realizar, aun estando desempleado por un largo período. Hay varias barreras sociales, morales, que se deben traspasar.
Ahora bien, para los que encuentran en el cirujeo una forma legítima de ganarse la vida existe un proceso de negociación en torno a la actividad y a las moralidades. Los cirujas no sólo construyen la dignidad en relación con el trabajo sino también, como dije, a partir de lo que se espera desde otros ámbitos.
El análisis etnográfico muestra que presentarse como trabajador, entonces, no es producto únicamente de los procesos históricos, sino que forma parte de una puesta en escena, funciona como discurso que legitima ante otro. En este sentido, entiendo que los discursos y las prácticas en torno a los condicionamientos legitimantes refieren a dos dimensiones: una es la personal, la cual atañe a las trayectorias personales y familiares que principalmente "habilitan" el ingreso al cirujeo. Otra remite a los discursos sociales más amplios en que uno de los vectores centrales es la idea de trabajo en términos abstractos, que abre un espacio de disputa en torno a los sentidos de las actividades desde marcos morales experiencialmente vividos (que se enmarcaría en la dimensión personal).En función de lo anterior, analíticamente es posible identificar dos grupos. Para los cirujas que cuentan con una prolongada trayectoria en esta actividad, su realización está naturalizada. Sin embargo, a la hora de conceptualizarla como digna, ello no alcanza, ya que saben que está fuertemente estigmatizada. Generalmente, ellos han cirujeado en la Quema, territorio delimitado por fronteras sociales y simbólicas, en el cual la violencia funcionaba como un elemento central de la configuración social y en donde establecían vínculos de amistad y enemistad tanto con los empleados municipales como con los vecinos del barrio y los empresarios de la basura. Entre quienes formaban parte de aquella configuración existía una fuerte percepción de peligrosidad en torno a la tarea debido a las constantes peleas por la obtención de materiales reutilizables, la delimitación del territorio, la topografía del terreno, las razzias policiales, etc. Por su parte, y en concordancia con esta visión, la actividad estaba significada a partir de una serie de valoraciones que consideran positivas: durante las entrevistas, las vivencias de la Quema, las peleas, lo que había que soportar, la manera de relacionarse, de vivir, eran relatadas con orgullo. En este sentido, los relatos sobre la peligrosidad de vivir en la Quema, en cuanto a que había que "aguantar" el olor, las moscas, el frío, el calor, el humo, a los otros cirujas, a los borrachos, a los maleantes, a los violentos, se convirtieron en vectores centrales del orgullo de realizar una tarea que, en definitiva, no era para cualquiera. Es a partir del coraje que los cirujas estructurales asocian la actividad a una forma legítima de ganarse la vida (Perelman 2008). Y, a partir del crecimiento de la actividad, la legitimidad también era construida sobre la base de la contraposición a los nuevos cirujas, siendo ellos los "verdaderos cirujas" (Perelman 2009). Para quienes comenzaron recientemente, la inserción, en cambio, es más problemática, ya que deben readecuar sus experiencias, y esto implica una ruptura de ciertas relaciones sociales y de las formas de percibirse en tanto sujetos. Estas diferentes conceptualizaciones, relacionadas con las trayectorias y los proyectos sociales y personales, hacen que los valores que se le otorgan a la actividad suelan ser diferentes. Uno de los presupuestos que es posible plantear es que el hecho de haber estado más cerca o más lejos de la basura se transforma en un factor importante a la hora de comprender las percepciones en torno al cirujeo. Estar más cerca o lejos de la basura noes sólo una cuestión de distancia geográfica sino de "distancia estructural" (Evans-Pritchard 1987), que ha generado relaciones entre personas y grupos sociales y ha producido formas de pensarse. Entonces, es posible analizar la frase "se es ciruja cuando no se puede ser otra cosa" a partir de los horizontes morales en los que estas prácticas adquieren sentido, de luchas en torno a las concepciones sobre el trabajo a sabiendas de que este concepto tiene una carga valorativa positiva. Lo que se pone en juego es la construcción de lo que significa trabajar tanto para ellos como en un marco relacional. Es decir, a sabiendas de que "trabajar" genera consenso. El problema que analizaré más adelante es, entonces, de qué manera configurarse como trabajadores.

EL CIRUJEO COMO TRABAJO DIGNO

Las personas que comenzaron a cirujear a mediados de los noventa no tienen un pasado en esta actividad a partir del cual puedan construir un orgullo como el que tienen los cirujas estructurales12. En ellos, las representaciones en torno a la actividad aparecen de manera conflictiva vinculadas con el paso por otras actividades, muchas veces lejanas a la recolección informal.
Felipe es un cartonero de cuarenta años. En una entrevista me decía:

yo tenía un trabajo remunerativo con el cual le podía brindar obra social a mis hijos, una seguridad, no digo una seguridad económica sobresaliente, pero sí por lo menos de decir bueno "el mes que viene voy a cobrar tanto, le voy a comprar un par de zapatillas, un par de zapatos, un abrigo". O hacer, como cuando yo trabajaba en un restaurante, que un día de franco los llevé a la Exposición Rural, yo tuve la oportunidad de ir, de llevarlos a un cine, comprar un buen televisor, un buen video [videocasetera] y aunque sea alquilarle un video y que lo vean; esas cosas. Yo, cuando quedé sin trabajo, tuve la suerte de poder comprar el terreno [con la indemnización] y en otra hacer la casa, pero ahí paró todo (entrevista realizada a Felipe, 24/6/03).

Cuando, a fines de 1999, se quedó sin el trabajo de ayudante de cocina -que había comenzado a realizar a los 16 años- se dedicó a hacer changas que le pagaban "sin problema". Paralelamente, su esposa obtuvo un plan social. Para 2002, las changas se acabaron. Entonces un vecino del barrio comenzó a invitarlo a cirujear, le decía "total, si estás en tu casa no vas a hacer nada". Le costó tomar la decisión, ya que siempre había visto con malos ojos a quienes cirujeaban; pensaba que debían buscar un trabajo, "dedicarse a laburar y no a la vagancia". No quería salir con un carro y que lo vieran haciendo eso. Sin embargo, las posibilidades no llegaban, así que aceptó la invitación. Comenzó a salir junto a su amigo. Recuerda que cuando salía de la casa miraba a los costados buscando no ser visto por los vecinos, apuraba el paso hasta llegar a la estación y tomarse el tren que lo llevaba a la ciudad. Durante los primeros meses caminaba tratando de no llamar la atención de la gente que se cruzaba. Entonces notó que muchos no lo aceptaban. Cree que estas situaciones se relacionan con que "están en el mismo lugar que estuve yo al principio: no comprender la situación de esa persona que está haciendo ese tipo de trabajo" y que, además, "se piensa que los cirujas son ladrones". Se enfurece cuando lo cuenta. "Mirá, yo no le robo a nadie, busco en la basura", dice enojado y dolido: "Si yo pudiese trabajar en un restaurante, iría gustoso".

En Felipe, la idea de ser ciruja se contrapone a la de trabajo en tanto que no es un "trabajo remunerativo". En el comienzo del relato, refiere a la idea de trabajo como un empleo por el que se recibe un salario. Además, este empleo le permitía tener una vida digna en tanto podía tener cierta seguridad material pero también "ir a la Rural" o a mirar películas. Hacia el final, por otro lado, refiere a la actividad en oposición a otras como el robo, marcando un límite. El cirujeo es un trabajo en oposición a otras actividades pero, en todo caso, "no tan trabajo" como el que realizaba en un restaurant.

Existen diferentes formas de incorporar las actividades remunerativas dentro del universo simbólico de lo legítimo o de lo prohibido. Según Douglas (2002: 10), el tabú protege el consenso local sobre cómo se organiza el mundo, refuerza la certeza vacilante y reduce el desorden intelectual y social. El tabú confronta lo ambiguo y lo coloca en la categoría de lo sagrado. Para la autora, los tabúes dependen de una forma de complicidad de toda la comunidad. Sin embargo, no se dan de una vez y para siempre, y las luchas por imponer actividades en el ámbito del reconocimiento o del rechazo no se entienden más que a partir de las luchas simbólicas dentro de parámetros hegemónicos y a partir de las experiencias vividas. Como lo que se pone en el centro del debate es la concepción social de trabajo, la realización del cirujeo me permite pensar el lugar del trabajo para los sujetos en tanto elemento constitutivo de la sociedad actual, como un componente central y en tanto tal es el que confiere autoridad moral, dignidad.
Esto es particularmente notorio cuando se analiza la forma en que los nuevos cirujas intentan incorporar la noción de serlo a la categoría trabajo, lo cual es visto como una suerte de primer paso para una confortabilización de la actividad como algo digno. La inclusión de esta tarea dentro de los imaginarios del trabajo, y a partir de aquí, otorgándoles dignidad a sus vidas, se hace de manera conflictiva y da cuenta de esta lucha simbólica en torno a las moralidades y a los discursos sociales en torno al trabajo. Hutchinson (1996), por ejemplo, analiza cómo los nuer (un pueblo africano del sur del Sudán) han incorporado creativamente y de manera gradual el dinero a su sistema de riqueza hasta lograr un sistema único de categorías basado en la interrelación ente ganado y moneda. Analiza un extenso período que va desde la década de 1930 hasta mediados de los años ochenta. La autora marca que las actitudes de los nuer contemporáneos con respecto al dinero parecen ambivalentes y contextualmente diferenciadas. De todas formas, una vez generalizado el mercado de trabajo, no toda actividad es digna de ser realizada. Así, dice "no todo el dinero es bueno para comprar ganado". Existía el "dinero de mierda" ("Money of shit"- yiou cieth), que no podía ser invertido fructíferamente en ganado (que, además de ser el histórico símbolo de riqueza y poder entre los nuer, era el factor que establecía las relaciones duraderas o de sangre). Éste era el dinero ganado en los pueblos locales a partir de la limpieza y colecta de los cubos de las letrinas. Según Hutchinson (1996), siempre ha sido difícil conseguir gente que realizase ese trabajo desde 1940, cuando se implementaron:

Lo que comenzó, sospecho, más como una afirmación de orgullo tal como "nosotros, el pueblo de los pueblos, no haremos ese tipo de trabajo", pronto terminó convirtiéndose en un hecho aceptado de la vida social. Así, el dinero obtenido de esa forma debía ser invertido en cosas distintas del ganado. Dado que había pocos, o ningún nuer, que realizara voluntariamente este trabajo durante los '80, salvo que fueran forzados a hacerlo en la condición de prisioneros no remunerados, la principal forma en que este dinero contaminado llegaba a sus manos era a través de la venta de cerveza de fabricación local (koan in boor) en ciudades en las que predominaban las letrinas de cubo. En Malakal y Bentiu encontré varias mujeres nuer vendiendo cerveza, que consciente y cuidadosamente separaban el dinero recibido de clientes no-nuer - conocidos por realizar aquel trabajo-, del resto de sus ingresos. Cuando le pregunté a una de ellas como pensaba usar este dinero, sonrió y me dijo, "va derecho al gobierno" (Hutchinson 1996: 84).

Luego agrega que la categoría "dinero de mierda" ("Money of shit"- yiou cieth) durante el inicio de la década de 1980 se extendió hasta incluir dinero ganado obtenido por el trabajo del servicio doméstico en el norte, "es un trabajo que sólo los Dinkas harían", prefiriendo ellos hacer trabajos más respetables, especialmente como mano de obra en la construcción. Y como si la difamación étnica no alcanzase, para 1983 la autora escuchaba frases como "el dinero de los sirvientes ('Money of the servants') es como el dinero de mierda en que el ganado morirá". De esta forma, "Los individuos trataban de evitar que la fuente contaminante de este dinero contaminara sus queridos animales que, después de todo, eran tanto consumidos como intercambiados (Hutchinson 1996: 84). En este sentido, las personas parecen marcar una suerte de límites y estructuras morales, no para no contaminar las fuentes de dinero sino las formas de conseguirlo.

Para varios de los entrevistados, ser ciruja es una actividad que se integra al sistema de concepción de formas de ganarse la vida como modo legítimo y bajo el halo de la noción de trabajo, pero con una valoración diferente de la que se realiza de otras actividades laborales.
Los consensos, las complicidades a las que refería Douglas adquieren diferentes significaciones. Si en los nuer aparecen como formas diferenciadas de categorizar la riqueza, con respecto al cirujeo la demarcación no se traslada al dinero obtenido sino que queda en la forma de conseguirlo13. Esta diferenciación se expresa principalmente en una estigmatización de la actividad y de la persona, que se manifiesta tanto en los discursos sociales (cf. Schamber 2008) como en la forma de actuar y vivir el paso por la actividad (Perelman 2010a). La inclusión de la actividad dentro de los imaginarios del trabajo, y a partir de aquí, otorgándoles dignidad a sus vidas, se hace de manera conflictiva y da cuenta de esta lucha simbólica en torno a las moralidades y a los discursos sociales que constituyen la noción de trabajo.
Así como existen diferentes y relativas categorías de riquezas (no sólo en los nuer), lo mismo puede decirse de las actividades que generan dinero. Si bien para muchos de mis entrevistados el cirujeo es "una actividad como cualquier otra", también, parafraseando a Hutchinson, "es un trabajo de mierda", preferible a ser realizado antes que otras "opciones" como el robo o la mendicidad, pero indeseable en relación con otras (como trabajar en un restaurant para el caso de Felipe). Retomando la conceptualización de Hutchinson (1996), si para los nuer cierto dinero no sirve, salvo para ciertas pequeñas cosas, es porque existen barreras morales, consensos sociales, tabúes que plantean qué es lo que es digno de hacer y qué no lo es. Y, si bien en el caso de los nuer es cierto que el dinero proveniente de la limpieza de letrinas está aceptado, se lo hace con reparos, ya que no sirve para una serie de cosas, lo cual señala que otras formas de ganarse la vida (a partir de las cuales se recibe "dinero del trabajo") son más aceptadas que otras.
Anteriormente me referí a la relación trabajo-dignidad; ahora bien, así como se construye una idea de trabajo, con la de dignidad ocurre lo mismo. No puede ser definido qué hace que una actividad sea digna, sino que debe ser etnográficamente descripto.
A modo ilustrativo, voy a tomar el caso de Estela, quien en el momento de las entrevistas (entre 2003 y 2006) rondaba los cincuenta años. Tucumana de nacimiento, cuando sólo tenía seis años llegó a Buenos Aires junto a su familia en busca de un trabajo en la metrópolis. Se mudaron a José León Suárez, donde existía un basural al cual sus vecinos recurrían cuando se quedaban sin empleo, sin embargo, ella no se dedicó a la actividad que muchos de sus conocidos hacían. A los dieciocho decidió volver sola a un pequeño pueblo de Tucumán donde estaban sus tíos, quienes trabajaban en el mercado de abasto de la ciudad. El resto del pueblo, cuenta exagerando un poco para marcar su punto, "trabajaba haciendo pan para vender en la cosecha de caña, no aguanté y me volví". Ya en Buenos Aires, consiguió empleo en una fábrica de zapatos ubicada en el barrio porteño de Liniers, era "operaria en la fábrica, oficial zapatera, obrera del calzado", dice con melancolía. Cuenta que eran alrededor de treinta operarias y que se hacían 300 zapatos por día. Años más tarde consiguió un empleo en otra fábrica de zapatos, más grande, en Villa Ballester, provincia de Buenos Aires.

Cuenta Estela, comparando aquella con su situación actual, que en aquel momento cobraba regularmente todas las quincenas, lo que le permitía "planificar". Hacia fines de la década de 1980, la echaron porque estaban reduciendo el personal. Su marido (quien había fallecido en 2001, un año antes de que yo la conociese) trabajaba entonces, y hacía 22 años, como capataz en una papelera en el conurbano bonaerense. Luego de estar un tiempo desempleada, ella consiguió, por medio de una agencia de empleos, un puesto de limpieza en una empresa de telecomunicaciones. Recuerda que "era el momento de la híper, yo estaba contenta porque tenía trabajo pero el salario no te alcanzaba para nada". Trabajó allí dos años, y para 1992 se había quedado desempleada. Un par de años después también su marido fue cesanteado. Tenían nueve hijos, y las redes familiares no podían contenerlos más. Entonces, al igual que varias familias a las que he entrevistado, fue ella la que decidió salir a cirujear. "Estábamos en la lona, entonces un día agarré y le dije 'voy a dedicarme a cirujear'. No le gustó la idea, pero no quedaba otra. No sabés lo que fue con la familia ¡que nos dediquemos al cirujeo! [mientras se ríe]". Pero esta decisión no fue fácil de tomar, admite hoy. "Me daba vergüenza, como venía de una fábrica, me daba vergüenza, pero después ya está, se me pasó todo y salí a cirujear con la carreta". Sin embargo, los primeros meses no fueron nada sencillos, en especial, pasar por el barrio, donde indefectiblemente se cruzaba con conocidos que la veían cirujeando.
"No quería llevar la carreta por acá [se refiere al barrio]. ¿Sabés lo que hacía? -me pregunta con un poco de vergüenza, pero ésta es una vergüenza actual en relación con prácticas que antes le incomodaban y que hoy le parecen normales- se la daba a los chicos para que la saquen al tren. Después vi que empezó a salir mucha gente, no era una cosa rara". La vergüenza se expresaba también por hacer algo, por llevar una vida "que no buscamos" de ser "toda gente que trabajábamos y querer tener su trabajo bien, y ser bien mirado como cualquiera". Aún hoy se siente mirada pero ya no le importa, "sentís vergüenza la primera vez, o muchas veces que te están mirando. Vos te das vuelta y te das cuenta de que la gente te está mirando, que vos abrís una bolsa y estás sacando lo que ellos dejaron adentro" (entrevista realizada a Estela, 15/8/04).

Estela expresa claramente esta división entre ser trabajador y "dedicarse al cirujeo"; entre actividades que los demás consideran dignas y la recolección. Ella había estado, de chica, cerca de la actividad, había visto cotidianamente a sus vecinos entrar al basural a recolectar. Su marido estaba acostumbrado a tratar con el reciclado del papel y con los recolectores. Con esto no quiero decir que, como me ha sido expresado por diferentes entrevistados, "estar del otro lado", es decir, tener algún tipo de conocimiento y contacto, sea lo mismo que realizar esta labor. Estela recuerda que a su marido "no le gustó" la idea de salir a recolectar. Pero nuevamente aquí se puede marcar la importancia a de las relaciones familiares en torno a la actividad. Porque ser ciruja le traía una incomodidad con los familiares, así me decía "no sabés lo que fue con la familia ¡que nos dediquemos al cirujeo!".
Un relato similar cuentan Noemí y Daniel. Una vez y casi al pasar, Daniel -que había sido chofer de colectivos- me dijo qué es lo pensaba de los cartoneros cuando los veía desde su asiento de conductor:

te juro que los veía pasar y me daban ganas de gritarles "vayan a trabajar vagos de mierda". Ahora los veo desde otro lado, son cirujas no por elección sino porque no les queda otra. Además, esto no es nada malo, yo me gano el mango laburando [el dinero trabajando]. Es un trabajo donde tenés que salir todos los días, llueva o haga sol. Estés sano o enfermo, porque si no laburas no ganás (entrevista realizada a Daniel 30/07/2003)

En los casos de Daniel y Noemí y de Estela se pueden observar algunas similitudes. En primer lugar, son familias que obtenían su seguridad material a partir de la venta de la fuerza de trabajo en el mercado formal (y más tarde realizando actividades "en negro") y luego fueron quedando desempleadas y recurrieron al cirujeo como forma de ganarse la vida. En los dos casos, las personas aluden a esa vergüenza inicial a la que ya me referí anteriormente, y a un proceso de acomodamiento en torno a la actividad que refiere no sólo a una experiencia individual sino también a una percepción social. Así, Daniel recuerda que pensaba que eran unos "vagos de mierda", pero que después se "fue dando cuenta" de que es un trabajo como cualquier otro. En Estela, la adecuación pasó al mismo tiempo porque no era ella la única que lo hacía, así marca que "vi que empezó a salir mucha gente, no era una cosa rara". Ahora bien, este proceso opera de dos formas diferenciantes. De una, a nivel de las relaciones en el barrio donde viven, en que la situación es normal. De otra, en los lugares de recolección: así como expresa Norma, otra entrevistada, la ciudad es el lugar del anonimato, donde no los conoce nadie, que al mismo tiempo, como señala Estela, es también donde se sienten diferentes. La ciudad es percibida como el lugar de anonimato y la diferencia pese a que, como dije, la dignidad debe también construirse.
Otra cuestión que surge de estos y de otros relatos es la manera en que se construye la relación cirujeo-dignidad. Si, como demostré en el caso de los cirujas estructurales, se hacía a partir del coraje, en el caso de los nuevos cirujas se construye a partir de una valoración de otras cuestiones. Una de ellas es que es un trabajo. Resulta interesante marcar cierta percepción de la idea de trabajo que algunas veces aparece como fetichizada, como si tuviese un mana que le confiere dignidad a lo que se está realizando14. La idea de trabajo suele estar acompañada de otra: que es un trabajo digno. Así, marcan no sólo que "es un trabajo como cualquier otro" sino que lo contraponen con actividades que parecen ser "indignas", como el robo.
Al analizar el proceso de construcción de demandas en la recuperación de una fábrica textil en la ciudad de Buenos Aires, Fernández Álvarez (2007), centrándose en los sentidos que las/os trabajadoras/es le otorgan al trabajo en tanto condición de vida (digna), marca que estos definen al trabajo, en tanto objeto de demanda, en relación con la dignidad. Plantea que hay una unión entre la idea de supervivencia y dignidad, es decir, que la centralidad en las demandas sobre el trabajo se basa en la categoría de dignidad, la cual no aparece desligada de las condiciones materiales de supervivencia. El trabajo, para los operarios textiles que ella analiza, sería aquello que asegura la supervivencia y al mismo tiempo la dignidad. Cuando iban a ser desalojados, para los trabajadores, "luchar por el trabajo" implicó una "lucha por la supervivencia" y por "la dignidad". El trabajo se transforma (o es transformado) en un elemento central de la condición de vida (digna).
Según Fernández Álvarez (2007) los relatos de los trabajadores le permiten identificar dos grandes dimensiones -íntimamente relacionadas- que nuclean grupos de sentidos construidos en torno al trabajo. Uno, en el cual el trabajo abarca la totalidad de la vida. Aquí se lo vincula a la supervivencia. Los operarios oponen, en este sentido, el trabajo (supervivencia y dignidad) a otras actividades como el robo o la mendicidad (asociados a la vergüenza o humillación). Hay otro grupo, entre quienes la idea de trabajo cobra especificidad y se contrapone a la carencia, a las "malas condiciones de vida". Aquí existe una oposición entre las actuales (malas) condiciones (carencias, inseguridad, pérdida de derechos) y las anteriores (buenas) condiciones (bienestar, vida estable y protegida). En este marco es que en el momento de la reivindicación se reclame por trabajo digno y trabajo genuino. El primer concepto remite a una categoría moral apelando principalmente al mérito; el segundo, por el contrario, hace referencia a una categoría social e histórica en tanto protección y estabilidad. Por su parte, el trabajo genuino es el que se realiza en forma digna, que se contrapone a la asistencia.
Si en el caso de los operarios la noción de trabajo no se puede desligar de la de trabajo digno y genuino, en el caso de los nuevos cirujas la noción de dignidad parece emanar de la idea de ser trabajador. Si, como demostré, la conceptualización que existe en torno a la idea del cirujeo en tanto trabajo está en el ojo de las discusiones, los cirujas se conforman en tanto trabajadores; en este sentido, permanecen en el ámbito de la normalidad (y del reconocimiento) y de esta forma se convierten en sujetos dignos. Así como en el caso de los trabajadores textiles la idea de dignidad se relaciona con el mérito, que no está basado en la capacidad de producir sino en el esfuerzo que es requerido para poder "ganarse el mango", como decía Daniel. Al mismo tiempo, aquí lo que se pone en juego es la capacidad de crear trabajo. No es trabajo genuino, los discursos lo transforman en un no-trabajo. En las ya citadas palabras del Fiscal General de la ciudad (ver introducción a este artículo), "no es una forma espontánea y natural del trabajo", además de no ser "una actividad deseable y que algunos sectores de la sociedad expresan que es una actividad delictiva". En las palabras ya citadas del antropólogo Suárez ante el tribunal de justicia ("los cartoneros, salen a inventar el trabajo, allí donde no existe el trabajo lo inventan, crean trabajo donde no lo hay"), se expresa una idea similar. La posición de que no es un trabajo genuino también fue registrada durante el trabajo de campo. Haciendo observación en un relevamiento (censo) de cartoneros del Gobierno de la Ciudad, una señora se me acercó y me preguntó qué es lo que estábamos haciendo. Mi respuesta fue que era un censo de cartoneros, pero que si quería averiguar les preguntase a las personas encargadas del "operativo". Su respuesta quedó grabada en mi memoria: "pobre gente, juntando el cartón todo mugroso, podrido [...] por suerte yo tengo trabajo, pobre gente". Los cartoneros también expresan esta noción de "no-trabajo" que subyace las respuestas como la de Felipe ("si yo pudiese trabajar en un restaurante iría gustoso") o, como me solía ocurrir, que se presentasen como desocupados15. Entonces, no está presente aquí la idea de trabajo genuino, simplemente porque el cirujeo no aparece como un trabajo. La dignidad se compone entonces de otras características. El orgullo de crear trabajo donde no lo hay, y el esfuerzo, marcado por la idea de "salir todos los días", ya sea estando enfermos, doloridos, sin importar las condiciones climáticas, con frío o mucho calor, con lluvia o con excesivo sol; también el esfuerzo implica romper barreras sociales y morales en torno a la actividad. Es que no te importe que te miren, es superar la vergüenza inicial.

Para los cirujas, configurarse a sí mismos como personas que están haciendo algo digno -pensándose de manera relacional, ya que la noción de trabajo y de dignidad se construye desde las percepciones de los cartoneros y de los no cartoneros- les permite cuestionar los imaginarios hegemónicos en torno a ser trabajador al tiempo que apelan al trabajo.
Existe un proceso de reacomodamiento en torno a valores morales, en el cual surgen una serie de sentimientos que, a priori, pueden ser vistos como contradictorios, como son la dignidad y la vergüenza. El hecho de constituirse como sujetos dignos que se ganan la vida legítimamente surge de la noción de ser trabajador. Así esta parece tener un mana que hace que la dignidad sea directamente conferida por el hecho de ser trabajador. Este "poder mágico" pone al ciruja en el ámbito de lo "sagrado", donde permanece protegido de los tabúes en tanto estos funcionan como mecanismos protectores de las categorías distintivas del universo.

CONCLUSIONES

En este artículo me centré en la manera en que los nuevos cirujas, personas para quienes realizar la tarea significó una ruptura en sus trayectorias laborales y sociales y que construyen la actividad como una forma legítima de ganarse la vida. Hice hincapié en dos niveles diferentes pero relacionados. Por un lado, en el de la construcción de los ideales (hegemónicos) de ser trabajador. Por otro, y en relación con estos, en el de los discursos y prácticas que construyen al cirujeo y las maneras en que los sujetos (re)construyen sus experiencias, crean relaciones, generan imaginarios, explicaciones, justificaciones sobre la actividad que realizan y las maneras en que estos van cambiando.
Me centré en las nociones legitimantes que habilitan el cirujeo y las (diversas) formas en que éste se concibe. Esto me permitió dar cuenta de que las transformaciones ocurridas en el mundo del trabajo, como el crecimiento del desempleo y subempleo, el deterioro de las condiciones materiales de vida y el aumento de la pobreza e indigencia, el "hambre", si bien son condiciones (que pueden surgir como legitimantes), no explican por sí mismas el incremento de la cantidad de personas viviendo del cirujeo. Me centré en las motivaciones, en los argumentos y en las prácticas de los cirujas para dar cuenta de esta elección como modo de ganarse la vida. Señalé que el ingreso al cirujeo se enmarca dentro de parámetros morales relacionados con la dignidad de la actividad que los sujetos les otorgan y que luego servirá de base para legitimar la manera de acceder a los medios de subsistencia. Establecí que el condicionamiento legitimante refiere a dos dimensiones. Una es la personal, la cuaremite a las trayectorias personales y familiares. Esto es particularmente claro en las formas en que se ingresa a la actividad. Otra remite a los discursos sociales legitimantes más amplios. Aquí, uno de los vectores centrales es la idea de trabajo en términos abstractos, que abre un espacio de disputa en torno a los sentidos de las actividades experiencialmente vividas (que se enmarcaría en la dimensión personal).
El ingreso a la actividad es posible en función de algo que, por lo menos, no es moralmente reprochable. Y la construcción de los valores sobre los que se sustentan quienes la llevan a cabo remite a las trayectorias de las personas y la distancia estructural que hayan tenido con los residuos. Señalé también que los cirujas construyen la dignidad a partir de valores, desde marcos morales experiencialmente vividos. Esta postura me permitió desnaturalizar algunas de las atribuciones que suelen asociarse a la actividad desde algunos ámbitos.
En los nuevos cirujas, la construcción de la actividad como una forma legítima, digna de ganarse la vida, implica una reconstrucción de los sentidos sociales y los juicios personales que han tenido con respecto a la actividad. Para los que fueron trabajadores formales o tienen un largo derrotero en actividades que pendulan entre lo formal y lo informal, el hecho de no tener trabajo en la actualidad y, más aún, el de ser cirujas, aparece como un estigma vergonzante. Sin embargo, en pos de dar cuenta de la necesidad de justificar sus acciones, los cartoneros recurren a modos públicos de descripción, configuración y relato de las acciones que se consideran justas y moralmente correctas. Esto se produce a partir de la noción de trabajo, que se entrelaza con la de dignidad. El posicionamiento del cirujeo en tanto trabajo les permite contraponer esta actividad a otras socialmente relacionadas a ella. Pero sobre todo, los pone bajo un halo de sacralidad conferida por la noción del trabajo. A su vez, la noción de trabajo digno se entrelaza con la de coraje, que, a diferencia de la manera en que es entendido por los cirujas estructurales, está dado por la capacidad que han tenido para sobrellevar aquella ruptura (y las implicancias sociales y emocionales), así como en la idea de que es necesario "salir", más allá de las condiciones personales (enfermedades) o climáticas.
Si en otros casos, como el de los operarios de fábricas recuperadas, la noción de trabajo no se puede desligar de la de trabajo digno y genuino, en el caso de los nuevos cirujas, la noción de dignidad parece emanar de la idea de ser trabajador. Lo que se pone en juego aquí es la capacidad de crear trabajo. No es trabajo genuino, los discursos los transforman en un no-trabajo, por eso está ausente la idea de trabajo genuino. De esta forma, la dignidad subyace a otras características: al orgullo de crear trabajo donde no lo hay, al esfuerzo de salir diariamente sin importar bajoqué condiciones climáticas, y también al esfuerzo que implica romper barreras sociales y morales existentes alrededor de esta actividad. La dignidad aparece también en el hecho de soportar ciertas miradas inquisidoras y en la superación de la vergüenza inicial. Si la conceptualización que existe en torno a la idea del cirujeo en tanto trabajo está en el ojo de las discusiones, los cirujas se conforman en tanto trabajadores, intentando ingresar al ámbito de la normalidad (y del reconocimiento) para, de esta forma, convertirse en sujetos dignos.
También señalé la contradicción que aparece entre dos sentimientos: dignidad y vergüenza, y me referí al concepto de mana, asociado al hecho de ser trabajadores, a la dignidad que esto confiere, y al poder mágico de los tabúes, que los "cobijan" en tanto mecanismos protectores de las categorías distintivas del universo.
Por último, quiero remarcar que analizar las prácticas de los sujetos, sus propias formas de comprenderse, me permitió reflexionar sobre procesos más amplios de los cuales los sujetos forman parte al tiempo que los van conformando (que estarían encuadrados en el primero de los niveles planteados). No todos los cirujas han perdido un empleo, y por ello, el análisis de esta tarea permite analizar a quienes, en contextos de "pleno empleo" recurrían a actividades que, tradicionalmente, son comprendidas como tareas que permanecen fuera del mercado de trabajo.

NOTAS

1.- "Declaración de inconstitucionalidad del art. 6 ord. 33581 y Art. 22 ord. 3984. Expediente nº 1542/02 Valdés Eduardo Félix contra el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires". El cirujeo se había prohibido mediante la ordenanza 33.581 de 1977.

2.- Se refería a la Ley 20.744 (Ley de Contrato de Trabajo) que dice que el trabajo es "toda actividad lícita que se preste en favor de quien tiene la facultad de dirigirla, mediante una remuneración". Asimismo, el artículo 14 de la Constitución Nacional garantiza el derecho al trabajo (lícito) y el 14 bis a un trabajo en condiciones dignas y equitativas de labor, jornada limitada, descanso y vacaciones pagadas, retribución justa, salario mínimo vital móvil, igual remuneración por igual tarea.

3.- Balbi (2007: 76) plantea que los valores tienen una serie de elementos característicos. Refieren a la evaluación de acciones y cosas en términos de deseabilidad relativa, comportamiento sistemático; tienen un aspecto cognitivo, una carga emotiva, se presentan como de carácter obligatorio. Así, sostiene que referirse a un comportamiento relacionado con valores morales es hablar de acciones que revelan sistemáticamente la preferencia de determinados cursos de acción en función de su deseabilidad y obligatoriedad, siendo que esa preferencia es formulada conceptualmente y que la opción en su favor es estimulada a través de una carga emotiva adherida a su formulación conceptual. De esta manera marca que los valores morales cuentan con tres aspectos o dimensiones: "cognitivo", "moral" y "emotivo".

4.- Como ha marcado Pita (2010) -quien utiliza esta perspectiva para analizar las formas específicas en que los familiares de las víctimas de la violencia de estado se han organizado para impugnarla, para denunciarla, para "demandar justicia"- la expresión utilizada por Malinowski resulta más eficaz en su idioma original (flesh and blood) para el juego de palabras que implica, porque opone carne (flesh) y sangre (blood) a los actos culturales cristalizados que componen, dice, el esqueleto (skeleton) de la vida social dejando por fuera la vida cotidiana.

5.- Sin caer en un reduccionismo "laboralista" por las características que la actividad adquiere, es difícil escindir la realización del cirujeo con otras prácticas cotidianas.

6.- Hasta 1977, la gestión formal de residuos sólidos urbanos consistió en dos sistemas que funcionaron en paralelo. Por un lado, su cremación en hornos industriales (usinas) y domiciliarios. Por el otro, su disposición en vaciaderos a cielo abierto, a los cuales llegaba para ser depositada indiscriminadamente (ver Paiva y Perelman 2010). Con la creación del CEAMSE, la basura comenzará a ser depositada en las calles.

7.- Gorbán (2009) refiere a que en las entrevistas a mujeres también surgen otras contraposiciones, como la preferencia de trabajar de cartoneras antes que en un asilo para ancianos, y que el ingreso al cirujeo se presenta como la posibilidad de disfrutar, de salir del barrio y del control de los hombres.

8.- Este corriente ha sido recuperada por otros investigadores para analizar los procesos de recuperación de fábricas (Fernández Álvarez 2007) y de organizaciones "piqueteras" (Manzano 2007).

9.- Dice Cardoso de Oliveira (1998: 32): "Entiendo que las nociones del 'bien vivir' y del 'deber' se insertan respectiva¬mente en el campo de la moral y en el de la ética. También que ambos campos se insertan de la misma manera en la órbita de los intereses de la antropología. El primero implica valores, en particular los asociados a formas de vida consi¬deradas como las mejores y, por lo tanto, pretendidas en el ámbito de una determinada sociedad. El segundo campo -el de la ética- implica normas que posean, además, un carácter preformativo, una directiva a la cual se debe obediencia, pues seguirlas es obligación de todos los miembros de la sociedad. En estas consideraciones sobre moral y ética, se puede ver que me sitúo en el interior de una 'ética discursiva'".

10.- A partir de indagaciones en fuentes y entrevistas he señalado que el cirujeo ha quedado ligado a tres significados distintos, aunque muchas veces ensamblados por el uso corriente, siempre con una fuerte carga peyorativa. Por un lado, se lo emplea como sinónimo de vagabundo; por otro, como rebuscador de residuos entre la basura; también existió una fuerte ligación entre recolección de residuos y delincuencia, peligrosidad (Perelman 2010b). Estas posiciones continúan presentes, como lo demuestra la discusión jurídica, transformada en discurso de verdad por el fiscal, en torno al cirujeo y los significados asociados. Hablar de discursos hegemónicos, por su parte, implica hablar de poder y de lucha por los significados, lo cual supone dar cuenta de esas luchas y apropiaciones. En el caso del cirujeo, es ello lo que permite la construcción de la actividad como un modo legítimo de vida.

11.- En otro artículo (Perelman 2010a) di cuenta de cómo en los comportamientos en las calles se pueden apreciar estas adecuaciones morales de los cirujas sobre los valores que estos consideran centrales de las clases medias en pos de mantener relaciones con ellos.

12.- En otro artículo (Perelman 2009) argumenté que los cirujas estructurales (re)construyen hoy su pasado en un contexto distinto al que lo realizaban en su momento. El nuevo contexto, en el cual la recolección informal es vista en ciertos sectores como menos problemática, les ha permitido hacer justificable un pasado de fuerte marginalización social. Es en este marco en que deben anclarse las percepciones de los cirujas estructurales en torno a la dignidad, la autenticidad y el coraje.

13.- No quiero decir que las formas de conseguir el dinero no se traduzcan en categorías de riqueza como en el caso de los nuer. En algunos barrios donde hice trabajo de campo algunas personas sí diferenciaban el dinero en función de cómo era obtenido. Así, se puede escuchar que no quieren el dinero de algunas personas porque "está manchado de sangre" al referirse a asesinos o a personas que venden drogas.

14.- Sigo aquí el análisis que realizan Mauss y Hubert (1979). El término "mana", dicen, "no es sólo una fuerza, un ser, es también una acción, una cualidad, un estado" (1979: 122), es la "fuerza por excelencia, la auténtica eficacia de las cosas (1979: 125). Es "una especie de categoría del pensamiento colectivo que fundamenta sus juicios, que impone una clasificación de las cosas, separando a unas y uniendo a otras, estableciendo líneas de influencia o límites de aislamiento" (1979: 133). Es el poder mágico, es una "noción de una eficacia pura que es al mismo tiempo una sustancia material y localizable, además de espiritual, que actúa a distancia, pero por conexión directa o por contacto, móvil y moviente, sin moverse, impersonal, pero resistiendo formas personales, divisible y continua" (Mauss y Hubert 1979: 130).

15.- A varios cirujas, luego de que contaran que éste "era un trabajo más, como cualquier otro", les preguntaba qué respondían si en una encuesta les preguntaban si estaban ocupados o desocupados, y ninguno de los entrevistados tardó más de cinco segundos en responder "desocupados". En general, las respuestas a por qué se veían de esta forma referían a la noción de trabajo en tanto empleo, más que en el caso analizado por Fernández Álvarez (2007), en relación con sentirse productivos. En los cirujas está constantemente presente la visión de ser productivos. trabajo fue posible gracias a los subsidios otorgados por el CONICET (PIP-CONICET Nº 6147/05) y ANPCyT (PICT Nº 264). Al INCUAPA (FACSO-UNICEN) por las facilidades y el apoyo brindado para llevar a cabo este análisis. Al Dr. Iván Pérez por su ayuda con el análisis estadístico de los resultados. Al Dr. Luis Bosio y la Lic. Florencia Gordón, por su ayuda en la interpretación de algunas lesiones. Al Dr. Gustavo Martínez y la Lic. Luciana Stoessel por los comentarios valiosos realizados al manuscrito. A la Dra. Natalia Carden por la corrección del abstract en inglés. A los evaluadores, por las sugerencias realizadas que mejoraron sustancialmente el manuscrito.

REFERENCIAS CITADAS

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