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Intersecciones en antropología

versión On-line ISSN 1850-373X

Intersecciones antropol. vol.13 no.1 Olavarría ene./jul. 2012

 

ARTÍCULO

Evidencias bioarqueológicas de conflicto ca. 1000-1432 AD en la Quebrada de Humahuaca y el Valle Calchaquí

 

María Soledad Gheggi y Verónica Seldes

María Soledad Gheggi. Instituto de Arqueología (IDA). Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). 25 de Mayo 217, 3er piso. Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA). E-mail: solelingheggi@yahoo.com.ar

Verónica Seldes. Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano. CONICET. 3 de Febrero 1378, CABA. E-mail: vseldes@yahoo.com.ar

Recibido 18 de octubre 2010
Aceptado 22 junio 2011

 


RESUMEN

El objetivo de este trabajo es presentar las evidencias bioarqueológicas sobre violencia interpersonal en poblaciones que habitaron la Quebrada de Humahuaca y el Valle Calchaquí ca. 1000-1432 AD. Interesa discutir el tipo de lesiones sufridas tomando en consideración las perspectivas que presentan las sociedades de los Andes meridionales, atravesadas tanto por situaciones de violencia efectiva, como por una sensación de inseguridad latente y por violencia ritual (tinkus). Se relevaron fracturas premortem y perimortem, cabezas-trofeo y marcas de corte en una muestra de 423 cráneos provenientes de distintos sitios de las regiones bajo estudio. Se compararon frecuencias de trauma por sexo y edad dentro y entre ambas regiones geográficas y se realizaron pruebas estadísticas no paramétricas para su evaluación. Se observó que un 13,95% de la muestra presenta lesiones traumáticas y que quienes resultaron más afectados fueron los individuos de Humahuaca de ambos sexos. En el Valle Calchaquí la situación es diferente, ya que los individuos masculinos fueron más afectados que los femeninos. No se hallaron lesiones en subadultos y se observó que la frecuencia de las fracturas aumenta con la edad. Estos datos son interpretados para cada contexto cultural a la luz de la evidencia arqueológica general para ambas regiones.

Palabras clave: Bioarqueología; Trauma; Conflicto; Noroeste argentino.

ABSTRACT

Bioarchaeological evidence of conflict in Quebrada de Humahuaca and Calchaquí Valley, ca. Ad 1000-1432.This paper examines bioarchaeological evidence in order to study conflict among populations from Quebrada de Humahuaca and Valle Calchaquí ca. AD 1000-1432. Interpersonal violence is discussed in relation to current approaches that posit Andean societies as undergoing situations of actual violence, state insecurity, and ritual violence (tinkus). Premortem and perimortem fractures, trophy skulls, and cut marks were recorded among 423 crania from several archaeological sites from the regions under study. Trauma frequencies were compared by age and sex groups within and between geographical regions. When comparing trauma frequencies, non-parametrical statistical tests were used. It was observed that 13.95% of the sample showed traumatic lesions, with male and female individuals from Humahuaca the most affected. In contrast, male individuals from the Calchaquí Valley were more affected than women. Subadults were not affected, and frequency in traumatic lesions increased with age. These data are discussed within their cultural contexts and current archaeological evidence for both regions.

Keywords: Bioarchaeology; Trauma; Conflict; Northwestern Argentina.


 

INTRODUCCIÓN

Distintos investigadores coinciden en afirmar que hacia ca. 1000-1400 AD, durante el período conocido como Intermedio Tardío o Desarrollos Regionales para el noroeste argentino, se habría generado una disminución en la disponibilidad de recursos debido a reiteradas sequías (Fritz et al. 2004; Shimada et al. 1991; Thompson et al. 1985). Esto habría dado lugar a cambios en la forma de vida de los pueblos surandinos, lo cual incluye la competencia por el acceso y control de los recursos estratégicos entre grupos (Nielsen 2002). Como consecuencia, se habrían generado relocalizaciones de poblaciones, intensificación en la explotación agropastoril, incremento de la circulación de bienes, formación de conglomerados residenciales, entre otros (Nielsen 2001; Schiappacasse et al. 1989). Incluso, se ha propuesto que estos eventos climáticos habrían llevado al colapso de Tiwanaku (Binford et al. 1997; Kolata 2000; Orloff y Kolata 1993), con la caída de las redes de intercambio establecidas y la disputa por su continuación y/o su reformulación (Schiappacasse et al. 1989). Este mismo proceso habría dado lugar a la generación de conflictos endémicos en la región (Nielsen 2003, 2007; Schiappacasse et al. 1989), lo que llevó a definir esta época como de "guerra", entendida en tanto "hostilidad armada entre colectividades" (Nielsen y Boschi 2007). Los conflictos pudieron haberse desarrollado en la práctica de diversas maneras: enfrentamientos continuos o excepcionales, batallas formales, asaltos sorpresivos, saqueos a comunidades o emboscadas. Más allá de cómo se haya delineado en la práctica, se generó un estado de inseguridad en el cual los grupos se sintieron amenazados (Nielsen y Boschi 2007). Entre la cultura material que sustenta la idea de un momento de conflicto e inseguridad se encuentra el surgimiento de asentamientos en altura (pukaras1), arte rupestre con escenas de enfrentamientos, armas y parafernalia de guerra, entre otros. Si bien estas evidencias han sido consideradas como indicadores de conflicto, recientemente se ha comenzado a discutir acerca de la presencia real de éste, respecto de lo cual se han encontrado matices regionales y locales (Arkush 2009; Arkush y Stanish 2005; Nielsen 2001, 2007; Ruiz y Albeck 1997; Tarragó 2000). Considerando que el análisis de los patrones de traumas en restos óseos humanos constituye una línea de investigación directa para estudiar las manifestaciones del conflicto, el objetivo de este trabajo es presentar las evidencias bioarqueológicas disponibles para estudiar la presencia de conflicto en poblaciones que habitaron la Quebrada de Humahuaca y el Valle Calchaquí ca. 1000-1432 AD (Figura 1), evaluando las situaciones de violencia interpersonal, el tipo de lesiones sufridas y las repercusiones que pudieron existir a nivel social.

Figura 1. Mapa con la ubicación de los sitios mencionados en el texto.

LA QUEBRADA DE HUMAHUACA CA. 1000 AD

A partir del 900/1000 AD comenzaron a darse una serie de cambios en lo sociopolítico que implicaron un proceso de concentración poblacional, un aumento de la densidad edilicia en algunos sitios en la quebrada troncal y las primeras evidencias de conflicto, que se pueden constatar en la presencia de cabezas-trofeo, en Keta-Kara (Pelissero 1995) y Puerta de Juella (Nielsen 2001), por ejemplo. Hacia el 1250 AD, este proceso se profundiza; las sociedades conformaron formaciones políticas de una escala sin precedentes para el área, capaces de movilizar y coordinar gran cantidad de fuerza de trabajo. Las marcadas diferencias en el tamano de los sitios y la presencia, en algunos de ellos, de espacios públicos sugieren la existencia de jerarquías de asentamiento (Nielsen 2001). A su vez, las porciones altas y medias de las quebradas tributarias fueron abandonadas como áreas de residencia permanente, y la población se concentró en la quebrada troncal en conglomerados ubicados generalmente en lugares de gran visibilidad y difícil acceso, lo que les otorgaría propiedades defensivas (Nielsen 2001, 2003). La concentración poblacional habría resultado en un giro hacia una estrategia de explotación económica intensiva. La producción agrícola, núcleo de la economía de esta época, se localiza en espacios alejados de los sitios de residencia permanente, con desarrollo de una importante infraestructura hidráulica. Es en este período cuando se activan lugares especializados en la producción agrícola como El Alfarcito, Cosmate y Coctaca (Nielsen 1995, 2003). Al mismo tiempo, se produce una intensificación de la explotación pastoril, lo que se evidencia en el desplazamiento estacional de los rebanos de llamas hacia pisos ecológicos con mejores pasturas, a la vez que se registra una disminución de la importancia relativa de la caza (Mercolli 2005; Nielsen 2003). En este momento, hay evidencias del aumento del tráfico interregional; el arribo de recursos alóctonos, tanto suntuarios como de subsistencia (principalmente, los provenientes de regiones más distantes), que habrían circulado por la acción de grupos caravaneros puneno-altiplánicos2, aunque también es probable que se hayan obtenido mediante la "organización de partidas logísticas" desde la quebrada (Nielsen 2003). En cuanto al registro arqueológico, la situación de conflicto se haría manifiesta por la presencia de sistemas de asentamiento con estructuras defensivas, incremento de puntas de proyectil en un momento de retroceso de la fauna a sectores alejados de la población (Mercolli 2005), escenas de conflicto en el arte rupestre (Nielsen et al. 2001) y la aparición de cráneos especialmente preparados para ser utilizados como trofeos de guerra (Nielsen y Boschi 2007).

LA SITUACIÓN EN EL VALLE CALCHAQUÍ

Para la región del Valle Calchaquí, el escenario político y social imperante hacia el 1000 AD es heterogéneo y complejo. Tarragó (2000) plantea que, entre las sociedades que vivieron a lo largo del río Calchaquí y Santa María, existieron al menos once núcleos poblados que combinaban un pukara con un poblado bajo, lo cual podría indicar núcleos que controlaban la población y las áreas productivas circundantes. Un ejemplo para el alto Valle Calchaquí sería La Paya, cabecera de un territorio que incluía el dominio de varios sitios, entre ellos el poblado de Las Pailas (Tarragó 2000). Para el sector central del valle (desde Molinos hasta Angastaco), recientemente se ha registrado la presencia de ocho pukaras asociados a extensas áreas de cultivo (Williams y Villegas 2011). Para el sector sur del Valle Calchaquí y Valle de Santa María, la situación parece diferenciarse por la existencia de poblados ubicados en el fondo de valle, especialmente en conoides con presencia de estructuras en lo alto, poblados conglomerados en la ladera y base de estos conoides y áreas especializadas segregadas (por ejemplo, Tolombón, Quilmes, Las Mojarras, Rincón Chico, entre otros). Un patrón diferente surge sobre la margen derecha del río Santa María, donde se encontraron asentamientos conglomerados sobre mesetas elevadas y planas (Loma Rica de Shiquimil y de Jujuil, por ejemplo) (Tarragó 2000; Williams 2002-2005). Las investigaciones arqueológicas realizadas desde comienzos del siglo XX en estos asentamientos indicarían un proceso tendiente al incremento poblacional, intensificación de la producción agrícola, surgimiento de desigualdades sociales y especialización en el desarrollo de estilos locales, así como evidencias de intercambios pautados entre regiones (Tarragó 2000). Recientes investigaciones en el sector norte del valle postulan que la vida en los asentamientos conglomerados del Período Tardío o de Desarrollos Regionales se desarrolló en el marco de relaciones sociales fluidas, no segregadas sino integradas, lo que otorgaba a estos asentamientos un cercano sentido de integración comunal (Acuto 2007). No obstante, esto no indicaría la ausencia de conflictos o lucha de facciones dentro de un mismo asentamiento, sino que probablemente el poder que surgiera de estas asociaciones habría sido transitorio y no institucionalizado (Acuto 2007), aspecto que ha sido apoyado por la etnohistoria (Lorandi 2003; Schaposchnik 1996). En esta dirección, existen investigaciones que dan sustento a la idea de que los grupos que más interactúan entre sí se vinculan tanto a través de relaciones pacíficas como violentas. En este último caso, la violencia también sirve para cohesionar al grupo en su interior contra "otros", lo cual refuerza los lazos y la reproducción social (Murphy 1957; Roscoe 2007). Si bien el registro arqueológico apunta hacia la existencia de procesos similares en el área circumpunena, es interesante destacar las variaciones locales en la expresión del conflicto, "Así, por ejemplo, las hondas, las murallas con vanos y las chullpas parecen haber formado parte de la 'tecnología bélica' en Lipez, pero están ausentes en Humahuaca, donde en la misma época se emplearon el arco y la flecha, los cráneos-trofeo, los discos y las trompetas de hueso" (Nielsen y Boschi 2007: 38). Esto implica que probablemente existieron diversos modos de entender la "guerra" y de involucrarse en situaciones de conflicto con otros pueblos. Algunos investigadores han cuestionado la presencia de conflicto, o postulado que su existencia no habría tenido mayores implicancias para el cambio social o desarrollo cotidiano de las comunidades (Nielsen 2007). Esta idea se fundamenta en que la "amenaza de guerra" generaría las mismas respuestas por parte de una población que la existencia de conflicto abierto (Le Blanc 1999: 8). Considerando esta afirmación, nos interesa revisar las evidencias bioarqueológicas de conflicto para reflexionar en torno a la presencia de violencia entre las comunidades de la Quebrada de Humahuaca y del Valle Calchaquí, así como las implicancias que tuvo el conflicto en el desarrollo de la vida cotidiana de ellas.

MATERIALES

Los restos óseos humanos (cráneos) que conforman la muestra de este trabajo provienen de diferentes colecciones de museos del país. Los materiales de la Quebrada de Humahuaca (Tabla 1) se encuentran depositados en el Museo Etnográfico "Juan B. Ambrosetti" (Facultad de Filosofía y Letras -FFyL-, Universidad de Buenos Aires -UBA-); los restos, salvo los provenientes de Juella y Volcán, fueron excavados por Debenedetti en las campanas de 1919 (XV Expedición de la FFyL, UBA) y de 1921 (XVII Expedición de la FFyL, UBA). Por su parte, los restos de Juella fueron recuperados por Casanova en 1939, y el material de Volcán procede de las recolecciones realizadas por Gatto en 1940. Dados los criterios de recolección de la época en la cual se formaron estas colecciones, solamente se cuenta con los cráneos y, en la mayoría de los casos, no se conocen datos cronológicos precisos respecto de ellos. Sin embargo, los restos óseos considerados en este estudio proceden de sitios arqueológicos con fechados radiocarbónicos que ubican su ocupación desde el 1000 AD en adelante. En la Tabla 2 se presenta una serie de fechados obtenidos por diversos investigadores para los sitios bajo estudio, entre los que se consideran sólo aquellos con datación sobre material orgánico. Los materiales del Valle Calchaquí (Tabla 3) proceden del Museo Etnográfico "Juan B. Ambrosetti" (FFyL, UBA) y del Museo de La Plata. El material de La Poma forma parte de la colección Zavaleta del Museo Etnográfico, y algunos elementos fueron recuperados durante la II y III expedición de la FFyL, UBA (1906 y 1907, respectivamente). Los restos de este mismo sitio alojados en el Museo de La Plata fueron recuperados por Gerling en 1896. Las muestras de Payogasta y Fuerte Alto fueron recuperadas durante la II expedición de la FFyL (1906). En esta misma expedición y en la III se recuperó material de La Paya, material que se encuentra alojado en el Museo Etnográfico. El material restante (Valle Calchaquí, Molinos-Cachi, Andalhuala y Fuerte Quemado) se encuentra en el Museo de La Plata y forma parte de una publicación de Ten Kate (1896), aunque desconocemos si él mismo lo recuperó. En cuanto a la cronología de los sitios bajo estudio, se presenta una tabla con la información disponible a partir de investigaciones previas (Tabla 4).

Tabla 1. Muestra de la Quebrada de Humahuaca.

Tabla 2. Fechados de Quebrada de Humahuaca.

Tabla 3. Muestra del Valle Calchaquí.

Tabla 4. Fechados del Valle Calchaquí.

METODOLOGÍA

El primer paso metodológico involucró la determinación sexual y la estimación etaria de cada cráneo, considerando las siguientes variables4:

1) Determinación sexual: se observaron rasgos morfológicos (glabela, cresta nucal, arco superciliar, apófisis mastoide, eminencia mentoniana5), lo que permitió asignar cada caso a una de las siguientes categorías: masculino, femenino, probablemente masculino, probablemente femenino e indeterminado (Buikstra y Ubelaker 1994).

2) Estimación de la edad: sobre la base de la fusión de la sincondrosis esfeno-occipital, la erupción dental y la reabsorción completa de piezas dentales, se asignó cada caso a los siguientes grandes grupos: subadulto (-18), adulto joven (18-34), adulto maduro (35-49), senil (+50) y adulto indeterminado (+18) (Buikstra y Ubelaker 1994).

Asimismo, se registró la presencia de lesiones traumáticas en cada individuo. Se considera que el trauma óseo refiere a una herida infringida sobre un tejido viviente por una fuerza o mecanismo extrínseco al cuerpo. Dentro de las lesiones traumáticas que pueden afectar a un organismo se encuentran las fracturas y las dislocaciones. Las primeras hacen referencia a una ruptura completa o incompleta en la continuidad de un hueso (Lovell 1997: 139, 141). Dado que las fracturas craneales pueden deberse tanto a eventos accidentales como a situaciones de violencia interpersonal, su interpretación depende de diversos factores, tales como el tipo de lesión, la forma, el lugar específico del trauma y el patrón de lesiones en el resto del esqueleto (Lovell 1997; Milner 2005). Sin embargo, existe consenso en referencia a que es menos probable que el trauma craneal sea causado por accidentes (Judd 2006: 331; Lovell 1997: 166; Webb 1995). En este sentido, en una segunda etapa se registraron las fracturas craneales, considerando para cada lesión hallada: sus mediciones (largo y ancho de la lesión utilizando un calibre recto, así como su ubicación en relación con las suturas o puntos osteométricos más cercanos, sensu Walker 1989), hueso en el que se ubica, tipo de fractura (lineal o por aplastamiento) y su forma (oval, circular, puntual, estrellada, lineal, otro) (Campillo 2001: 161 y ss.; Galloway 1999; Lovell 1997). Se distinguió entre lesiones premortem y perimortem cuando fue posible. Se utilizó la presencia de regeneración ósea como criterio para distinguir a las primeras (Aufderheide y Rodríguez Martín 1998; Ortner y Putschar 1981; Sauer 1998), mientras que se considera como fractura perimortem a aquella que no posee regeneración, presenta trazos fracturarios radiales o lineales que se desprenden de ella, fragmentos de hueso adheridos, biselado interno, bordes filosos y definidos y/o cambios tafonómicos en los bordes (decoloración pareja en los márgenes, por ejemplo) (Facchini et al. 2007; Sauer 1998; Wakeley 1997; Wheatley 2008). Con el objetivo de establecer la presencia de patrones en la ubicación de las lesiones, se dividió el cráneo en cinco regiones: anterior (macizo facial), posterior (occipital, parte de los parietales que se observa en norma posterior), superior (intersección de las suturas coronal y sagital), lateral derecha e izquierda (temporales, cigomáticos y parietales) (Buikstra y Ubelaker 1994; Ortner y Putschar 1981; Tung y Knudson 2008). Las lesiones ubicadas en la parte anterior y en ambos laterales del cráneo podrían sugerir ataques cara a cara, mientras que en el caso de un ataque efectuado con uno de los oponentes huyendo (por ejemplo, en el caso de asaltos o emboscadas) se esperaría encontrar mayor cantidad de lesiones en la parte posterior del cráneo. Sin embargo, la presencia de lesiones no letales en la parte anterior del cráneo podría implicar el involucramiento en enfrentamientos cara a cara de carácter ritual o de resolución de conflictos por medios violentos, pero sin intención de muerte (Tung 2007). También se registró la presencia de marcas de corte vinculadas con procedimientos antropogénicos tendientes a preparar una cabeza humana como trofeo. Éstas pueden incluir marcas aisladas o agrupadas (que deben ser diferenciadas de marcas vasculares) que no muestran signos de regeneración ósea u orificios en diversas partes del cráneo (Aufderheide y Rodríguez Martín 1998: 37; Ortner y Putschar 1981: 92). Para este trabajo se considera un cráneo-trofeo como una categoría que incluye a aquellos cráneos que presentan dos orificios, uno en el hueso occipital, que genera un agrandamiento del forámen magnum, y otro generalmente ubicado en el sector medio de la sutura sagital, ya sea sobre ésta o hacia sus laterales (en este caso, puede involucrar a uno o a ambos parietales). Se registró la presencia de este tipo de tratamiento postmortem como una categoría independiente; es decir, no se incluyeron ni en marcas de corte ni en fracturas. Por último, la comparación de frecuencias entre grupos de sexo y edad, sitios y regiones fue sometida a pruebas estadísticas de x2, para las cuales se tomó un valor de a de 0,05.

RESULTADOS Composición y estructura de la muestra

Se presenta en primera instancia la composición y estructura de la muestra (tabla 5). Se observa que la mayoría de los individuos corresponden a la categoría de adulto de edad indeterminada. En cuanto al sexo, se encuentran representados tanto masculinos como femeninos, con escasa diferencia numérica entre ambos.

Tabla 5. Estructura de la muestra (n= 423).

Lesiones traumáticas

En la Tabla 6 se presentan las frecuencias de individuos afectados y no afectados por lesiones traumáticas tanto premortem (Figura 2) como perimortem (Figura 3) en regiones geográficas. Se obtuvo un resultado general de 13,95% de individuos de ambos sexos afectados. Es interesante destacar que la comparación de las frecuencias arrojó que éstas son estadísticamente significativas (x2: 6,10, 1 gl, p= 0,013). Al comparar los valores obtenidos entre individuos de diferente sexo surge un resultado interesante (Tabla 7), ya que casi el doble de hombres respecto de las mujeres se vio afectado por alguna lesión. Aplicando el test de x2, la diferencia entre hombres y mujeres resulta estadísticamente significativa para la muestra en conjunto (x2: 8,27, 1 gl, p= 0,004). Ahora bien, ¿qué sucede si comparamos la frecuencia de individuos con lesiones traumáticas de acuerdo con el sexo entre ambas regiones geográficas? Para el Valle Calchaquí, las diferencias en las frecuencias resultan estadísticamente significativas (x2:5,15, 1 gl, p= 0,023). Esto implicaría que los hombres se vieron más afectados por lesiones traumáticas que las mujeres; otro escenario se plantea para la Quebrada de Humahuaca, donde las frecuencias son mayores en hombres (23,46%) que en mujeres (13,73%), aunque esta diferencia no resulta estadísticamente significativa (x2: 1,87, 1 gl, p= 0,17). Otra dimensión que resulta importante investigar es la frecuencia por edad, ya que puede haber subgrupos etarios con mayor o menor exposición al conflicto. En este sentido, es posible que un individuo adulto posea más lesiones que un subadulto, por el simple hecho de haber vivido más tiempo y por haber estado expuesto a más situaciones de conflicto (Tung 2007). En la muestra (Tabla 9) no se registraron subadultos con traumas, pero sí adultos, por lo que interesa evaluar si las diferencias en estas frecuencias se deben al azar. La aplicación del test de x2 (Tabla 9), utilizado para comparar todas las categorías, permite plantear que las diferencias de acuerdo con la edad son significativas, (x2: 13,41, 4 gl, p= 0,009), siendo la categoría adulto maduro la que mayor frecuencia presenta. Más aún, estas diferencias se mantienen significativas al retirar la categoría adulto indeterminado, que es la que más individuos tiene, pero la menos precisa en cuanto a la edad (x2: 13,24, 3 gl, p= 0,004). Para responder a la pregunta de si existe algún patrón en la ubicación de las lesiones que sugiera un tipo de enfrentamiento determinado (ataque cara a cara, a la distancia, violencia ritual, etc.), se elaboró una tabla con la localización de traumas en el cráneo (Tabla 10). De la Tabla 10 se desprende que la mayoría de las lesiones se ubican en el sector anterior y en el sector lateral izquierdo. En tercer lugar se ubican las lesiones del sector lateral derecho. Al separar la ubicación de las lesiones por región geográfica, se observan los resultados que figuran en las Tablas 11 y 12. Asimismo, se hallaron 16 cráneos (Tabla 13) con fracturas postmortem, que sugieren que estos fueron preparados como cabezas-trofeo (Figura 4). Si bien representan un bajo porcentaje (3,78%), es interesante notar que sólo fueron hallados en la muestra de la Quebrada de Humahuaca, aunque la evaluación de estas diferencias a partir del test de x2 senala que no resultan estadísticamente significativas (x2: 24,86, 1 gl, p= 6,14). Otro tipo de alteraciones postmortem observadas son las que corresponden a marcas de corte asociadas a la práctica de scalping (remoción de la capa capilar) (Figura 5). Se hallaron cuatro casos, que representan un 0,94% de la muestra ( 14).

Tabla 6. Frecuencia de traumas entre regiones.

Figura 2. Fractura premortem por aplastamiento de forma circular que involucra ambas tablas del occipital. Se observa regeneración en el contorno y en la unión de los fragmentos. Procedencia: Los Amarillos.

Figura 3. Fractura perimortem de forma circular en parietal derecho. Se observan fragmentos adheridos y biselado interno. Procedencia: Volcán.

Tabla 7. Presencia de traumas por sexo.

Tabla 8. Frecuencia de traumas por sexo en ambas regiones.

Tabla 9. Individuos afectados y no afectados por categoría etaria.

Tabla 10. Localización de traumas en el cráneo.

Tabla 11. Localización de las lesiones en el cráneo de acuerdo con el sexo para el Valle Calchaquí.

Tabla 12. Localización de las lesiones en el cráneo de acuerdo al sexo para la Quebrada de Humahuaca.

Figura 4. Instrumentos del Parque Nacional El Palmar.

Tabla 13. Cabezas trofeo.

Tabla 14. Marcas de corte en cráneos.

Figura 5. Cráneo trofeo. Se observa orificio en el sector medio de la sutura sagital. Procedencia: La Huerta.

DISCUSIÓN

Los resultados obtenidos en este trabajo en relación con la presencia de traumas en los individuos de la Quebrada de Humahuaca y del Valle Calchaquí (13,95%) indican que en ambos casos han sido afectados por eventos de violencia interpersonal. Sin embargo, la comparación entre regiones permite concluir que, en la Quebrada de Humahuaca, los individuos se vieron afectados por una mayor frecuencia de lesiones traumáticas que los del Valle Calchaquí, registrando diferencias estadísticamente significativas. Al comparar la frecuencia de lesiones traumáticas entre sexos, considerando las dos regiones geográficas, se observa que los hombres se vieron más afectados, siendo estas diferencias estadísticamente significativas, lo cual indicaría la mayor participación de hombres que de mujeres en estas situaciones de violencia interpersonal. No obstante, al analizar cada región en particular, se observa que los hombres en el Valle Calchaquí sufrieron más lesiones traumáticas que las mujeres de la misma región, mientras que en la Quebrada de Humahuaca no sucede lo mismo. Dado que tanto hombres como mujeres se vieron involucrados en situaciones de violencia física en Humahuaca, esto podría indicar una forma particular de desarrollo del conflicto en el cual ambos sexos se vieron involucrados. La mayoritaria presencia de lesiones en la región anterior del cráneo indicaría ataques cara a cara, mientras que la baja cantidad de lesiones en la parte posterior del cráneo (tabla 12) sugieren que los asaltos o emboscadas no fueron una forma común de agresión entre esta población. Otro de los tópicos que permite plantear el estudio de las lesiones en cráneo es la presencia de cabezas-trofeo. La manipulación del cuerpo, la acción de convertir una cabeza en trofeo, el entierro de esqueletos sin cráneo o la aparición de entierros de cabezas sin su respectivo cuerpo aparecen ya en tiempos arcaicos, como en el caso de las momias de Chinchorro en Chile (Standen 1991; Standen y Arriaza 1999) o el entierro de partes del cuerpo en las cuevas de Huachichocana o Inca Cueva en nuestro país (Aschero 2000). Específicamente, se ha planteado que las cabezas trofeo pudieron haber sido utilizadas en rituales de guerra en tanto parte de las distintas herramientas utilizadas por un grupo para amedrentar a otro (Chacon y Dye 2007; Cordy-Collins 2001; Nielsen y Boschi 2007; Tung 2007; Vignati 1930), ya que "la posesión de trofeos permitiría a los guerreros controlar el poder de los enemigos y serviría como protección contra fuerzas asociadas que pudieran continuar amenazándolos" (Nielsen 2007: 22). Asimismo, esta práctica ha sido interpretada como parte del culto a los ancestros, en el que la presencia de cabezas-trofeo podría estar refiriendo no solamente a situaciones de conflicto sino que en determinadas ocasiones podrían ser resignificadas para tomar nuevos atributos en otro tipo de prácticas, ritos de fertilidad de la tierra, por ejemplo (Nielsen 2007). Cabe agregar que la presencia de cabezas trofeo de mujeres sería acorde con un escenario en el cual ambos grupos habrían estado expuestos a situaciones de conflicto. Esto contradiría la idea de Vignati (1930) de que las cabezas-trofeo corresponden únicamente a individuos de sexo masculino, tal como postula también Palma (1997-1998) a partir de los análisis de Bordach. En este sentido, en otros grupos andinos se han registrado cabezas-trofeo de mujeres y de ninos, lo cual ha sido incorporado al debate acerca de la naturaleza "ritual" (Tinku) o no de los conflictos (Arkush y Stanish 2005). Es interesante destacar que en la muestra aquí analizada, los cráneos modificados postmortem fueron registrados en la Quebrada de Humahuaca, estando ausentes en la muestra analizada para el Valle Calchaquí, aunque no encontramos sustento estadístico para explicar esta diferencia. Por otra parte, se observa que las marcas de corte relacionadas con scalping se registran en cráneos que no fueron convertidos en cabezas-trofeo y, a su vez, en estas últimas no se observan marcas de remoción de la capa capilar. Esto podría sugerir que se trata de prácticas que apuntaban a objetivos diferentes, algo que deberá trabajarse en mayor profundidad que el alcance de este trabajo. Como se mencionara anteriormente, es posible que, a medida que aumenta la edad de un individuo, sea mayor el riesgo de experimentar un trauma, dado que se incrementan las posibilidades de participar en situaciones de conflicto (Lessa y Mendonça de Souza 2007; Tung 2007). En este sentido, la presencia de lesiones en cierto subgrupo etario en detrimento de otro puede brindar información acerca de prácticas de violencia dirigida o realizada por algún grupo en particular. En la muestra analizada, los subadultos no presentan traumas, mientras que los adultos presentan más lesiones conforme aumenta la edad, todo lo cual apoya la afirmación anteriormente vertida (en esta oportunidad se exceptúan los individuos seniles, porque la muestra para este grupo de edad es muy pequena).

CONCLUSIONES

Uno de los resultados que se desprende de este trabajo es que los individuos del Valle Calchaquí y de la Quebrada de Humahuaca ca. 1000-1432 AD se vieron afectados por episodios reales de violencia, aunque con matices regionales. En primer lugar, la frecuencia de lesiones es mayor en la Quebrada de Humahuaca, lo que indica que las poblaciones de los conglomerados del período tardío de esta región estuvieron sometidas a mayor nivel de conflicto social que sus vecinos del Valle Calchaquí. Para Humahuaca, la presencia de lesiones tanto en hombres como en mujeres y el patrón de ellas sugieren que el conflicto pudo provenir de diversas situaciones, como violencia ritual, doméstica, resolución violenta de conflictos o partidas armadas. En este sentido, se ha propuesto, por un lado, que la guerra "real" en el sentido de enfrentamientos organizados entre facciones y las batallas rituales no deberían considerarse mutuamente excluyentes, sino que podrían estar coactuando en un mismo momento y lugar (Arkush y Stanish 2005); por otro lado, se ha sugerido que las fuentes de los conflictos reales y rituales podrían ser las mismas, y que aquello que puede haber comenzado como violencia ritual pudo posteriormente alcanzar niveles altos de violencia (Keeley 1997). Fuera cual fuese la naturaleza de la relación entre ambos tipos de conflictos, y sin pretender dilucidar qué propuesta sería la más acertada, lo cierto es que ambas prácticas podrían haber sido generadoras, en el registro osteológico, de lesiones como las que se observan en este trabajo. Sería interesante discutir en mayor profundidad la presencia de lesiones perimortem vs. lesiones premortem, aspecto que se retomará en un trabajo posterior. Los datos para el Valle Calchaquí, a diferencia de lo registrado en Quebrada de Humahuaca, indican que los hombres participaron mayormente en eventos violentos que lo que lo hicieron las mujeres. El patrón de ubicación de las lesiones, con un alto número en las regiones lateral izquierda y anterior del cráneo, sugiere que la fuente mayoritaria de dichas lesiones son los ataques cara a cara. Por otra parte, sería importante profundizar la investigación a efectos de evaluar si los individuos cuyas cabezas fueron transformadas en trofeos en Humahuaca eran de procedencia local o foránea, tal como ha sido estudiado a partir de análisis de isótopos estables para los cráneos recuperados en Conchopata (Tung y Knudson 2008) y diversos sitios de la región Nasca (Knudson et al. 2009). Asimismo, futuros trabajos que podrían aportar a los resultados vertidos aquí se relacionan con el estudio de las formas de las lesiones en referencia a las armas utilizadas en el período tardío del Noroeste argentino. Finalmente, quisiéramos destacar que en este trabajo se recupera información de colecciones osteológicas de museo que, si bien adolecen de serias falencias, tienen el potencial de responder las preguntas correctamente formuladas, tal es el caso de la presencia de lesiones traumáticas. En este sentido, el análisis realizado sugiere que las poblaciones del período Tardío en las regiones analizadas se vieron sometidas a situaciones de violencia real, posiblemente proveniente de diversas fuentes, que no incluyen solamente enfrentamientos armados entre comunidades, pero que tuvieron un impacto directo en su estilo de vida.

Agradecimientos

Agradecemos a Héctor Pucciarelli, Cristina Pucciarelli, Andrés Di Bastiano y Mariano Del Papa, del Museo de La Plata, por el constante apoyo a nuestra investigación. A Myriam Tarragó, Claudia Aranda y colaboradas del Museo Etnográfico por su cordial asistencia en nuestra labor. A Gustavo Barrientos y Hugo Yacobaccio, por su asesoramiento con las pruebas estadísticas. A Pedro Salminci por la realización del mapa que acompana el texto. A Andrea del Río por la corrección del resumen en inglés. A los evaluadores anónimos, cuyas sugerencias aumentaron en gran medida el aporte de este trabajo.

NOTAS

1.- Los pukaras en la Quebrada de Humahuaca o en los Valles Calchaquíes no constituyen fortalezas en el sentido estricto de la palabra. Sin embargo, se mantiene la terminología debido a que se trata de asentamientos de habitación permanente ubicados en lugares estratégicos (Nielsen 2007).

2.- No habría, hasta el momento, evidencia de control vertical directo por parte de poblaciones quebradenas mediante la instalación de colonias en la puna o en los valles.

3. - Las calibraciones senaladas con un asterisco (*) han sido realizadas con el programa de Stuiver y Reimer (1993) según lo informado por los autores correspondientes. En caso de no contar con datos de calibración hemos optado por calibrarlos con el programa Oxcal 4.1, correspondiendo a los datos marcados con doble asterisco (**).

4.- En aquellos casos cuya determinación sexual, estimación etaria o lesiones resultaron ambiguas, ambas autoras observaron el material.

5.- No todos los cráneos se encuentran asociados a sus respectivas mandíbulas, por lo que este rasgo sólo pudo ser registrado en los casos con mandíbulas asociadas.

6.- Para todas las tablas de ahora en adelante: Masc. (masculinos), Fem. (femeninos), Indet. (indeterminados), AF/OB (individuos afectados sobre el total de los observados).

7.- Para todas las tablas de ahora en adelante: Sub (subadulto), Ad. Jov. (adulto joven), Ad. Mad. (adulto maduro), Ad. Indet. (adulto indeterminado).

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