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Intersecciones en antropología

On-line version ISSN 1850-373X

Intersecciones antropol. vol.13 no.1 Olavarría Jan./July 2012

 

ARTÍCULO

Alfarerías crudas en el noroeste patagónico: ?una manufactura infantil?

 

Marcelo Vitores

Marcelo Vitores. Centro de Investigaciones en Antropología Filosófica y Cultural (CIAFIC), Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Federico Lacroze 2100, Buenos Aires. E-mail: marcelovitores@yahoo.com.ar

Recibido 14 de julio 2011
Aceptado 16 de agosto 2011

 


RESUMEN

Este trabajo tiene por objeto describir y explicar un pequeno conjunto de alfarerías sin cocción de la cueva Epullán Grande (margen neuquina de la cuenca del río Limay). Esta clase de alfarerías constituye un hallazgo inusual, no sólo por la falta de cocción sino también por su morfología y técnicas de confección. Por sus características, tales artefactos podrían ser una manufactura infantil, por lo que, luego de una consideración sobre el uso de la analogía etnográfica, apelo a la contrastación con algunas expectativas generadas por la etnoarqueología y complementadas con la información etnohistórica regional. El análisis morfológico y tecnológico permitió verificar parcialmente estas expectativas, pero se discute su interpretación a la luz de la cronología del contexto arqueológico local y de evidencia similar en otros sitios de Norpatagonia.

Palabras clave: Norpatagonia; Cerámica; Cazadores-recolectores; Arqueología de la infancia.

ABSTRACT

Unfired pottery in northwestern patagonia: a children's industry?This paper describes and explains a small assemblage of crude pottery from the Epullán Grande cave, on the Neuquen side of the Limay river basin. This kind of pottery is an unusual find, not just because of the lack of firing, but also due to its morphology and forming technique. Attributes indicate that these artifacts could be children's products. Therefore, after a short discussion on the use of ethnographic analogy, an appeal is made to expectations developed from the ethnoarchaeological literature, and enhanced with the region's etnohistorical data. Morphological and technological analyses partially corroborate these expectations, but the interpretation of the artifacts is discussed in the light of the local archaeological chronology and similar evidence from other sites in North Patagonia.

Keywords: Northern Patagonia; Pottery; Hunter-gatherers; Archaeology of childhood.


 

INTRODUCCIÓN

La cerámica es una categoría artefactual poco abundante en la estepa patagónica, y más escasas aún son las evidencias de producción alfarera o de manipulación de arcillas. Su número, empero, no les resta valor a las preguntas que nos permiten formularnos. En el presente trabajo me propongo describir un conjunto de pequenas alfarerías sin cocción de la cueva Epullán Grande (Neuquén). Éstas son un tipo de hallazgo inusual, no sólo por la falta de cocción, sino también por su morfología y técnicas de confección, características que nos impulsan a evaluarlas como una posible manufactura infantil. Una útil vía para explorar y discutir el problema es provista por la bibliografía etnoarqueológica, que aporta algunas expectativas para el registro arqueológico de la infancia. Tal aproximación es, sin duda, de carácter analógico, por lo que deben hacerse explícitas algunas nociones sobre la analogía como forma de razonamiento. Asimismo, la información que adiciona la etnohistoria patagónica amplía empíricamente nuestra base interpretativa. Pero dado que en el presente caso la construcción inicial del dato arqueológico fue previa a estos lineamientos conceptuales, comencemos por la descripción del conjunto y su contexto.

LOS DATOS ARQUEOLÓGICOS

Arqueológicamente, la cerámica entre los cazadores-recolectores de Patagonia se documenta en época tardía. Para el área de la estepa norpatagónica que incumbe principalmente a este trabajo ?la cuenca media del río Limay?, habría aparecido en torno al 1700 AP (Sanguinetti de Bórmida et al. 2000) y perduró hasta momentos de contacto hispano-indígena, contemporáneos a las fuentes históricas. Las alfarerías sin cocción que nos ocupan se encontraron en la cueva Epullán Grande, en el canadón del Tordillo, tributario del río Limay en la provincia del Neuquén (Figura 1). Las ocupaciones cerámicas del sitio se registran con seguridad desde 1080 ? 50 AP (Crivelli 1998; Crivelli et al. 1996; Senatore 1996), pero resta constatar más minuciosamente las relaciones de algunos estratos cerámicos que parecen anteceder a esta cronología. Los ensamblajes no denuncian migraciones entre capas diacrónicas, pero ?aunque el ensayo se llevó a cabo de forma sistemática y exhaustiva? el número de fragmentos que se unen en cada ensamblaje es bajo, lo que disminuye la probabilidad de certeza en la verificación. Si bien sólo unos pocos fragmentos de cerámica se encuentran en estratos anteriores a dicho fechado, éste es el caso para la mayoría de las alfarerías crudas. Éstas podrían alcanzar dataciones incluso anteriores a 2360 ? 50 AP, aunque con mayor probabilidad correspondan al lapso comprendido entre 2180 ? 50 AP y 1080 ? 50 AP1. Para comprender en qué sentido los ejemplares objeto de este artículo son inusuales, consideremos brevemente las cerámicas más habituales en Patagonia, cuya caracterización puede consultarse en variados trabajos (e.g., Arrigoni 2000; Bellelli 1980; Hajduk 1977; Outes 1904; etc.). La de los sitios de la cuenca media del Limay no diverge marcadamente de la descripta para otras zonas de la estepa patagónica. Usualmente se trata de vasijas medianas y pequenas, con diámetros de boca que promedian los 15 cm y que raramente alcanzan más de 30 cm. Las formas son sencillas, a grandes rasgos se trataría de ollas y jarros, principalmente con volúmenes subglobulares, alguna inflexión que esbozaría un cuello, y carecen de pie o base diferenciada. Las paredes suelen ser de espesor muy homogéneo (ca. 5 mm) y la sujeción se realizaría mediante asas o agujeros de suspensión. Las superficies se encuentran relativamente bien acabadas, alisadas o con algún grado de pulimento. Las coloraciones predominantes son marrones o grises2. La decoración es escasa y generalmente acotada a una banda horizontal incisa, con líneas continuas o de puntos. Cuando es de puntos, estos son poco profundos, de ca. 4 mm de largo y sección cuneiforme u ovalada. En algunos casos, presentan acanaladuras en la misma franja entre cuello y cuerpo. Las pastas, de cocción oxidante o reductora con diversos grados de penetración, poseen inclusiones minerales (e.g., arenas líticas). Su uso culinario se infiere muchas veces de las adherencias e impregnaciones, además de ser completamente compatible con las características enumeradas (Aldazabal y Eugenio 2009; Crivelli Montero 2008; Fernández y Vitores 2007; Vitores 2010). En contraste con lo anterior, a las alfarerías sin cocción de la cueva Epullán Grande es difícil asignarles una función. Comparativamente, su tamano está muy por debajo del rango de las alfarerías patagónicas, de por sí mesuradas. Aunque algunas de las alfarerías crudas parecen haber estado parcialmente expuestas al fuego, aún pueden disolverse en agua, por lo que su conservación sólo fue posible en virtud del reparo de la cueva. Tampoco es notorio el agregado de antiplástico en la pasta, pues en algunos casos no es visible y en otros, en promedio, no excede el 9% de la matriz. La composición varía en cada caso, aunque en general no se diferencia de la de otras cerámicas locales. Según observación macroscópica3, las inclusiones predominantes son el cuarzo y un tipo de roca parda, acompanados, en menor medida, por mica, algunos minerales de tonalidades oscuras y medias y escaso material orgánico. Los clastos tienen una longitud promedio entre 0,25 y 0,5 mm, tamano no uniforme y forma subangular. Los colores de las pastas son ocres (se distribuyen entre los grupos Munsell Light reddish brown, Weak Red, Light Red y Red), lo que motivó que se las calificara como hematíticas4 (Crivelli 1998). La petrografía de una muestra en corte delgado5 precisó una pasta con inclusiones de litoclastos de vulcanitas ácidas (?dacitas?, con plagioclasas en diferente estado de alteración) y escasos clastos cuarzosos (de cuarcitas y esquistos) acompanados de biotita, anfíbol y abundante óxido opaco de hierro, además de otros minerales secundarios ?de alteración? en una matriz arcillosa fina, con abundancia de hematita microgranular, biotita, vidrio y clorita. Asimismo, se informó la presencia de poros abundantes y largos, subparalelos a la superficie, lo que podría deberse al amasado. El análisis de difracción de rayos-X confirmó también componentes mayoritarios de los grupos de la esmectita y la mica/illita, acompanados de cuarzo, plagioclasas, feldespato potásico, interestratificados de illita/esmectita y amorfos6. Las formas no se habrían levantado por arrollamiento, sino por presión sobre una masa de arcilla ("pinching", sensu Rye 1981); tal técnica es la más probable en piezas de pequeno tamano. Se percibe cierto facetamiento de las superficies, aunque no se descubrieron improntas claras de dedos. Al ser cortado para su estudio petrográfico, un fragmento reveló una estructura interna de amasado, propia de un rollo de arcilla o de una pieza elaborada por moldeado a mano. Los fragmentos de recipientes que permiten reconstruir el perfil completo revelan dos pequenas copitas7 de 35 y 50 mm de altura, ocupando la mitad de dichos perfiles el desarrollo de un pie con apoyo cóncavo. Otros tres tiestos de borde permiten proyectar bocas en todo coincidentes con las piezas de perfil completo. En total representarían un mínimo de cuatro recipientes. Los diámetros de boca varían entre 40 y 60 mm. Todas dan cuenta de formas muy abiertas, casi sin capacidad de contención (Figura 2). Los contornos son muy irregulares en su confección, pero claramente siguen un mismo diseno. El espesor de las paredes está logrado de forma despareja, y en su corto desarrollo de la base al labio se afina marcadamente (>50%: de 13 a 6 mm, de 7 a 3 mm, etc.). Cuatro tiestos, presuntamente de pared pero de morfología no identificable, tienen espesores de 6 a 9 mm. Uno presenta dos puntos incisos en la cara externa y un fino unguiculado rítmico en su cara interna (Figura 3c). El acabado es tosco, a diferencia de otras cerámicas, que están pulidas o alisadas. Sin embargo, sus superficies están ampliamente decoradas, excepto uno de los recipientes, que es totalmente liso. La decoración es incisa con puntos, pero el instrumento empleado fue muy delgado (ca. 1 mm de diámetro) y las incisiones fueron de profundidad variable y cercanas, a veces aplicadas de a pares. Además, son mucho más abundantes y con patrones más complejos, aunque algo irregulares. El motivo de tres ejemplares parece ser radial, y en un caso parte desde el pie, con motivo en forma de cruz. Pese a ser formas muy abiertas, no se decoró la cara interna, pero la externa estaba cubierta incluso en el apoyo mismo del pie. Otras piezas corresponden a pequenas esferas de arcilla, una de las cuales pudo documentarse: mide aproximadamente 31 mm de diámetro, con un peso de 28,7 g, y no tiene ningún tipo de recubrimiento ni alisado. Presenta escasas inclusiones en superficie y algunas improntas irregulares (Figura 3d). Adicionalmente, se encuentra una pequena cuenta de 8,9 mm de largo, forma subcilíndrica (con sección longitudinal de "barril"), diámetro máximo de 6,5 mm y fina perforación axial. Aparenta ser de la misma arcilla y no estar cocida (se evitó fracturarla o humedecerla). Su superficie es suave, pudiendo ser la única pieza pulida de todas las alfarerías crudas. Posee más de dos docenas de incisiones unguiculares paralelas, formando siete franjas longitudinales que la decoran en toda su superficie (Figura 4).

Figura 1. Ubicación de algunos sitios mencionados en el texto. Referencias: LL= Cueva Epullán Grande; Mar1= Alero La Marcelina 1; CPL= Cueva y Paredón Loncomán; VE I= Valle Encantado I; CT III= Cueva Traful III; CM= Cueva del Manzano de Arroyo Corral; PT= Puerto Tranquilo.

Figura 2. Reconstrucción gráfica de los recipientes. Sobre la figura se indica el diámetro de la boca (en mm) y el porcentaje de circunferencia sobre el que se calculó (en las piezas con perfil completo no influye en la estimación).

Figura 3. Pequenas alfarerías toscas. a-b: fragmentos de recipientes con pie; c: anverso y reverso de fragmento con decoración incisa, de puntos y unguiculada; d: esfera de arcilla de la cueva Epullán Grande; e: esfera de arcilla del alero La Marcelina 1; f: pequeno recipiente en el Museo de la Patagonia.

Figura 4. Cuenta cerámica incisa; cueva Epullán Grande.

LA ANALOGÍA ETONOGRÁFICA

Que el registro arqueológico se interpreta es una idea hoy compartida por todos. Cómo se interpreta es algo mucho más polémico. Para evaluar el caso expuesto apelaré a algunas expectativas generadas por la etnoarqueología para la arqueología de la infancia y el reconocimiento de aprendices. Para ello consideremos brevemente la analogía como fundamento inferencial que convalida este tipo de aproximación. Como lo expresara Johnson (2000), todos los arqueólogos apelamos a analogías. El sentido común no basta para interpretar el pasado y, aunque así procediéramos, aún estaríamos empleándolas. Sus fuentes pueden ser diversas: desde la experiencia cotidiana, los documentos históricos y etnográficos, hasta los estudios actualísticos como la arqueología experimental, la tafonomía o la etnoarqueología. David y Kramer (2001) han resumido brevemente los usos de la analogía8 y su lógica intrínseca. Según ellos, la analogía, en contraste (pero no en oposición) con el razonamiento deductivo e inductivo, es básicamente ampliativa. En otras palabras, hay en sus conclusiones más similitudes de las que se verifican en las premisas. Así, aunque sea falible, nos lleva a explorar problemas de interés más allá de los patrones de datos quizá carentes de sentido. La analogía puede ser enumerativa o relacional. En la enumerativa, más inductiva, se listan las semejanzas y diferencias entre los casos, presuponiendo una relación. La relacional, más deductiva, se apoya en el conocimiento de las relaciones subyacentes que explican la presencia o ausencia de cada atributo. De las características mencionadas, se desprende que: a) la fuente y el destino de la analogía deben ser lo más similares posible ?al menos en las variables relevantes al caso?; b) los homólogos ?e.g., una población arqueológica y sus descendientes etnográficos? tendrían una probabilidad intrínseca de cumplir las condiciones de comparación, aunque el cambio es una constante que debe contemplarse; c) ampliar la cantidad de fuentes de analogía mejoraría la representatividad y validez de la comparación; y d) las hipótesis y modelos deben contrastarse por varias líneas de evidencia que, junto con el refinamiento de los métodos, pueden proveer un mejor conocimiento de la relación entre atributos y, por ende, mejorar la calidad de la analogía. "de manual", exhaustivas y prolijamente delimitadas, recordemos estas premisas para ponderar, en los diferentes aspectos del estudio de caso, la aplicación de algunas expectativas propuestas para la cultura material de los ninos en grupos de cazadores recolectores móviles.

Expectativas para una arqueología de la infancia

Dentro de una tendencia más amplia que se orienta a considerar la agencia de variados actores sociales del pasado, aumenta día a día el número de trabajos en los que aparece la preocupación por el reconocimiento de la actividad infantil en el registro arqueológico. Esto no se limita a destacar la formación del registro en un sentido mecánico (i.e., reconocer la manufactura o modificación de artefactos, la disposición de desechos, etc.), sino que tiende también comprender el rol activo de estos actores en el devenir de la sociedad viva (Baxter 2005). Los trabajos de síntesis sobre la etnoarqueología cerámica por lo general omiten entre sus temas a la infancia9, aunque se hagan referencias a la transmisión cultural (e.g., Hegmon 2000; Stark 2003); mientras que, por otro lado, muchos trabajos sobre arqueología de la infancia que abordan la producción cerámica usan marcos de interpretación con alguna combinación de fuentes de analogía no siempre explicitada. Por las razones anteriores desarrollaré el problema sobre la base de los lineamientos que Politis (1998, 2005) elaboró aplicando a evidencias arqueológicas de la región pampeana sus observaciones entre los nukak de la Amazonía colombiana. El caso nukak ha sido desarrollado por este autor en relación con diversos aspectos (Politis 1996, 1998, 2005, 2007). La economía de este grupo se basa en la caza y recolección de especies silvestres y de otros productos animales, complementados por la pesca y la horticultura a pequena escala, aunque en forma creciente están incorporando productos de la sociedad criolla, con la que se relacionan cada vez más10. Su sistema de asentamiento se caracteriza por una alta movilidad residencial, dentro del amplio panorama de los pueblos registrados etnográficamente. En cuanto a su organización, en el interior de las bandas las tareas se distribuyen principalmente por género, como observa recurrentemente la etnografía de cazadores recolectores. En cuanto a los infantes, a veces llegan a constituir el 50% del grupo, lo que no es un dato menor a la hora de considerar su influencia en la formación del registro arqueológico si suponemos estructuras demográficas similares en las poblaciones del pasado. Estos ninos (definidos en un sentido laxo como los prepúberes entre 2 y 13 anos) pasan mucho tiempo en torno del campamento residencial, y progresivamente amplían sus salidas acompanando a los adultos, aunque, según el caso, permanecen en el campamento incluso más que las mujeres, y sin dudas mucho más que los adultos masculinos. Promediando su infancia, cerca de los 7 u 8 anos, comienzan a ser preparados más intensamente, con una ensenanza dirigida a las tareas propias de cada sexo. En esta segunda etapa los ninos comienzan a salir de caza con sus padres, las ninas salen a recolectar en companía de las mujeres o acarrean enseres y ninos más pequenos en los desplazamientos (los hermanos mayores tienen un rol importante en el cuidado de los pequenos y pasan tiempo a cargo de ellos en el campamento). Para cuando tienen alrededor de 15 anos ya son económicamente tan productivos como cualquier adulto. Para las condiciones anteriores, Politis (1998: 10-12) clasificó en tres categorías los artefactos usados y/o fabricados por los infantes: 1) artefactos fabricados exclusivamente para jugar, que carecen de homólogos en los artefactos de los adultos; 2) artefactos que copian la forma de los de los adultos, con un tamano menor, para fines lúdicos o con una función similar al modelo adulto; 3) artefactos sin modificar o fragmentos, empleados con fines lúdicos ajenos a su concepción original. La primera clase, según el autor, consiste en disenos de artefactos exclusivamente para uso infantil, como aros, trompos y columpios confeccionados con materiales vegetales por los propios ninos, a veces con ayuda de los adultos, y algunos cantos rodados sin modificación que transportan entre campamentos. La segunda clase posee mucha más diversidad, y los objetos que pertenecen a esta categoría emulan la casi totalidad de los empleados por los adultos. Entre estos se encuentran cestas, cerbatanas, dardos, arcos, recipientes de calabaza, vasijas de alfarería y lanzas. Dentro de esta clase, Politis (1998) diferencia, por un lado, los artefactos elaborados por adultos con igual calidad para su función normal, pero realizados a escala (por ejemplo, los recipientes de calabaza y vasijas cerámicas); y, por otro lado, las réplicas de menor calidad, fabricadas por los mismos ninos o por adultos, para que los primeros jueguen o practiquen. Estos últimos suelen poseer una manufactura de inferior calidad, a causa de la limitación técnica de los ninos o de la confección expeditiva por parte de los mayores (es el caso de las cerbatanas, dardos, arcos y lanzas, como así también algunas cestas, recipientes de calabaza y cerámica). En cualesquiera de los casos, las dimensiones del objeto se adaptan a las del usuario, en proporción a su talla corporal y habilidad adquirida (por ejemplo, las cerbatanas para los ninos son de una longitud menor a la altura del usuario, pero proporcionalmente mayor a ésta para los adultos). La tercera clase da cuenta de los artefactos de los adultos, o fragmentos, con que los ninos (en especial los más pequenos) juegan de manera circunstancial. Este juego implica un uso ajeno a la concepción original del objeto, sin mediar modificación alguna. Tales condiciones imposibilitan identificar los artefactos de esta categoría sin apelar al contexto. A estos criterios identificatorios se adiciona el lugar de descarte. Como quedó dicho, los ninos pasan la mayor parte del tiempo en el campamento residencial o en sus alrededores y es ahí donde desechan los artefactos y hasta levantan su propio campamento a escala para el juego diurno. Para la segunda y la tercera clases, el lugar de descarte puede variar notoriamente entre ninos y adultos. Por ejemplo, para dardos, lanzas y flechas, difiere considerablemente, aunque para cestas y vasijas se superpone (Politis 1998: 12). En la tercera clase, el lugar de descarte sería la única vía de identificación. Otros criterios también deben tomarse en cuenta. Por ejemplo, el tamano no es un indicador automático, y se debe discriminar entre la reducción de tamano causada por el uso (en general, sobre una dimensión del instrumento) y la confección de objetos a escala. Adicionalmente, se puede distinguir entre los artefactos de infantes y otras miniaturas (por ejemplo, de uso ritual) con base en la calidad de confección, sin olvidar que las diferencias son de grado y no absolutas (Politis 1998, 2005). Cabe hacer algunas observaciones sobre el modelo de Politis. Por ejemplo, los objetos no modificados, como los cantos rodados, no deberían incluirse en la primera clase sino en la tercera, al menos desde el punto de vista de su uso y apropiación (y también desde la posibilidad inferencial del investigador). Estos no son disenados en forma alguna, ni por ninos ni por adultos; en cambio, son apropiados como cualquier artefacto, simplemente en función de que los ninos ven como "jugables" muchos más objetos que los que los adultos les proponen como juguetes (Baxter 2005: 41-42)11. Otro punto a destacar es el papel social de los artefactos de la segunda clase. Estos son esenciales en la socialización de los sujetos (sensu Baxter 2005). Particularmente, nos sugieren cómo se vuelcan expectativas de aprendizaje en los ninos, y el rol que se espera que cumplan. Que los ejemplos más notorios en algunos cazadores recolectores los constituyan ciertos instrumentos para la subsistencia diferenciados por género es un indicio en este sentido, lo cual remarca la participación y reproducción de las comunidades de prácticas que, en última instancia, configuran la producción y reproducción de la cultura y la sociedad (Lave y Wenger 1991; Pelissier 1991). La clasificación de Politis (1998) enfatiza el uso y descarte, tal vez a expensas de discriminar la manufactura de ninos y la de adultos (pero el dato para los artefactos infantiles nukak se encuentra en Politis 1996 y 2007). No obstante, destaca una cuestión crucial: la existencia de distintas causas (i.e., la falta de pericia o la expeditividad) que convergen en una calidad técnica menor para los artefactos destinados a los infantes, sean hechos por ellos o por los adultos. Esta diferenciación, en parte, se equipara a la identificación de aprendices que ha sido abordada por otros investigadores, a veces en relación con el desarrollo psicomotriz de cada etapa de crecimiento, aunque usualmente el problema se ha enfocado en el dominio de técnicas relativamente complejas, como la alfarería con torno en ámbitos de especialización artesanal (David y Kramer 2001; González Ruibal 2003).

Aportes de la etnohistoria patagónica

De acuerdo con las premisas antes enumeradas, corresponde destacar algunas similitudes relevantes entre la fuente y el destino de la analogía (i.e., los cazadores-recolectores nukak y los de la cuenca del Limay). Principalmente, reconocemos que se trata de sociedades altamente móviles con una subsistencia de aprovechamiento de recursos silvestres, lo cual impone necesarias restricciones en la cultura material y, en principio, prioridades semejantes en la socialización de las personas. Pero esta sola coincidencia no justifica la equiparación con el caso arqueológico. Las crónicas documentales de Patagonia constituyen una fuente de analogía adicional, con la virtud de ser casos cuasi-homólogos que nos permiten evaluar, para un cierto lapso, algunas de las expectativas formuladas. Es muy probable que en las crónicas de viajes las actividades de mujeres y ninos estén subrepresentadas, ya sea por sesgos internos o externos a los observadores (mentalidad, intereses, circunstancias particulares del viaje, etc.). Sin embargo, es notable que distintos viajeros de ascendencia europea recalcaran ?en oposición a su propia sociedad? la soltura con que se consentía a los infantes. Más allá del aspecto psicológico de la formación (De la Cruz 1836: 63), esto amparaba la apropiación, rotura y descarte de artefactos por parte de los ninos (Musters 1964 [1871]: 248, 261), y hasta la movilización del campamento residencial (Falkner 2003 [1775]: 200-201). A pesar de esta supuesta liberalidad, también se documentó una instrucción temprana para ciertos aspectos de la vida. Isaac Morris (2004 [1750]: 117) y sus companeros náufragos, por ejemplo, recalcaron la destreza de los indios para derribar con las boleadoras incluso aves, en lo cual "ejercitan desde su infancia y son muy expertos, ya en su juventud", observación que igualmente recopilara el jesuita Joseph Sánchez Labrador, agregando la del uso de un arco y flecha, también hechos a escala (Sánchez Labrador 1936 [1772]: 46-47). En la primera mitad del siglo XIX, William Mog, embarcado en el Beagle, observaría el temprano aprendizaje de andar a caballo (Tavener 1955: 60). Casi contemporáneamente replicarían la observación del temprano aprendizaje ecuestre y en las armas, el naturalista francés Alcide d'Orbigny (1999 [1844]: 411) y su par alemán Eduard Poeppig, este último entre los pehuenches al occidente de la cordillera, donde los ninos aprendían a usar armas y a montar a caballo "cuando un nino europeo apenas aprende a andar solo" (Poeppig 1960: 397-398). Un cuarto de siglo después persistía la práctica, y el cautivo Auguste Guinnard informaba cómo, desde los cinco anos, les ensenaban a usar lazo y bolas y a montar a caballo, y a los once "están tan preparados como un europeo a los veinticinco" (Guinnard 1961 [1863]: 70). En circunstancias similares, Benjamin Bourne observó que desde muy temprana edad se preparaban para arrojar bolas, interceptando objetos mediante un "juego" hecho con patas de nandú atadas a un nervio largo (Bourne 2006 [1853]: 63). Posteriormente, el explorador Guillermo Cox describiría el uso de bolas en miniatura, confeccionadas para los ninos de forma expeditiva o "improvisada" (Cox 1863: 186); y pocos anos después, también Musters constataría cómo estos las usaban cazando polluelos de avestruz, o empleaban pequenos lazos para atrapar perros (Musters 1964: 214, 248). Pero la instrucción no se limitaba a las actividades cinegéticas de los varones. La actividad doméstica y productiva de las ninas se iniciaba apenas estaban en condiciones físicas de llevarla a cabo (D'Orbigny 1999: 411; Poeppig 1960: 398). Desde los nueve o diez anos las ninas ya asistían plenamente en las tareas domésticas o la fabricación de objetos (Musters 1964: 252). Este detalle es relevante porque, si bien carecemos de descripciones, las pocas menciones existentes remiten la manufactura cerámica al ámbito femenino (e.g., De la Cruz 1836; D'Orbigny 1999)12. No hay muchas menciones a artefactos infantiles no-homólogos. Por ejemplo, las muchachas fabricaban munecas para sí, y entre sus juegos también se incluían la "payana" y la "rayuela" ?sin artefactos especiales (Sánchez Labrador 1936: 49)?. También vemos algunos artefactos intermedios: son más bien variaciones de los de los adultos (por ejemplo las "patas" arrojadizas que vio Bourne). En cambio, las fuentes nos hacen notar ?además del ejercicio lúdico de artefactos para el aprovisionamiento subsistencial, como son las boleadoras? la variedad de artefactos lúdicos para los adultos: pelotas, naipes, dados, tabas, bastones, aros... (De la Cruz 1836: 66-67; D'Orbigny 1999: 310, 327; González 1965 [1798]: 24; Guinnard 1961: 56-57; Musters 1964: 250-251; Sánchez Labrador 1936: 48-49, entre otros). Eliminando el supuesto tácito de que toda la ergología de los adultos es utilitaria o ritual, estamos advertidos de que modelar el registro infantil en contraste con un registro de los adultos no siempre parte de una asignación inequívoca de los artefactos que representan a estos últimos.

DISCUSIÓN

Recapitulando, el esquema etnoarqueológico seleccionado provee como expectativas algunas combinaciones de características en los artefactos a analizar. Entre las primeras está el tamano, o más bien la escala, adecuada al usuario. Otra es el lugar de descarte; específicamente si se trata de un contexto residencial. También su identificación como homólogo de otro artefacto (presuntamente del mundo adulto) es un criterio adicional para identificar al usuario y clasificar al artefacto. Se agrega a esto la calidad de la manufactura, en cuyo resultado se contraponen la pericia y la expeditividad de la confección, y, en consecuencia, la identidad de su artífice. La documentación etnohistórica avala la aplicación de dichas expectativas generales en un tiempo y un espacio más próximos a nuestro caso de estudio. Asimismo, aporta datos para un cuestionamiento crítico de la identificación de los artefactos de adultos, que en el modelo etnoarqueológico se da por sentada. Evaluemos los pequenos recipientes de la cueva Epullán Grande. Del modelo clasificatorio de artefactos infantiles (y bajo la hipótesis de que lo sean) descarto interpretar las piezas en la tercera categoría (fragmentos o artefactos apropiados sin modificar), en primer lugar por su carácter inusual y su formalización específica. Por otro lado, aunque el contexto arqueológico de la cueva se interpreta como producto de reiteradas ocupaciones residenciales para todo el período que nos interesa, para el caso de la cerámica el descarte en un área residencial resulta irrelevante. Finalmente, no se cuenta con asociaciones contextuales especialmente significativas13. Para discernir entre las dos primeras categorías del modelo (artefactos exclusivos para jugar y artefactos que imitan los de los adultos), debemos atender a la medida en que pudiera tratarse de homólogos de otros artefactos. Su tamano reducido es compatible con ambas opciones, pero su diseno (morfología y decoración) no parece imitar el de las cerámicas corrientes. La morfología, que se reitera consistentemente en distintas piezas, apunta a un diseno intencional previo y no a la deformación accidental de otro modelo. Una de sus principales diferencias con la cerámica local es la forma completamente abierta. La otra es el apoyo, un rasgo novedoso, pues no aparecen contenedores con pie en el registro arqueológico de la zona14. Cuando la hay, la decoración también diverge de lo común, no sólo por emplear un instrumento inusualmente delgado aplicando incisiones profundas, sino también por ser abundantes y formar un patrón de líneas entrecruzadas, incluso en el apoyo del pie15. Las diferencias formales con la cerámica corriente nos apartarían de considerarlas en la segunda clase, la de artefactos que emulan a los de los adultos, con todas las implicancias que estos tienen en la socialización de los sujetos. De ser manufacturas para uso infantil, podrían alinearse en la primera clase, la de artefactos sin homólogos entre los adultos. Pero más importante es discriminar quién pudo haberlos confeccionado. La omisión de ciertos pasos (acabado de superficies, cocción) sería compatible con una manufactura expeditiva. Sin embargo, la decoración extensiva mediante una técnica de repetición que generó complejas líneas con abundantes puntos sugiere mayor dedicación en el trabajo. Adicionalmente, las incisiones son muchas veces profundas y no presentan signos de arrastre del instrumento, por lo que no se habrían hecho con demasiada prisa (el acabado tosco de las superficies conservaría tales rastros). La morfología de la pieza es también más compleja que la de otras cerámicas locales, lo que también sería contrario a una manufactura expeditiva. La técnica de modelado es la más sencilla posible, pero también la más conveniente para artefactos tan pequenos. Los apoyos y las paredes, aunque de escaso desarrollo, son irregulares en su espesor y acabado. Esta falta de regularidad sugiere la reiteración de presiones desparejas por falta de pericia. En general, su manufactura contrasta con lo que Bagwell (2002, en Baxter 2005) refirió como rasgos vinculados al dominio de la técnica alfarera: formas identificables, construcción por arrollamiento y ángulo de pared consistente; características que podrían ser más apropiadas que el tamano a la hora de discriminar las manufacturas infantiles. De momento, de las piezas analizadas se infiere una menor habilidad y la omisión de pasos técnicos como el acabado de las superficies y la cocción, tal vez la operación más crítica16. Respecto de la pequena cuenta incisa, no poseemos criterios para incluirla en ninguna de las categorías. En cierto sentido, también se la puede considerar inusual para la zona de estudio, pues son habituales las cuentas de otros materiales -piedra, hueso, valva-; y cuando las hay de cerámica, se confeccionaron por reciclaje de tiestos de vasijas -lo mismo torteros y fichas (e.g., Aldazábal y Eugenio 2009; Vitores 2009)-. Respecto de su confección, el acabado es más fino y la forma, simétrica; su delgado agujero pasante se suma a lo anterior para sugerir cierto grado de habilidad y conocimiento, por lo que la dejaremos de lado en la discusión sucesiva. Su decoración la remite al tiesto unguiculado y la coloración de la pasta emparenta su material a los fragmentos de recipientes y a la esferita de arcilla. Dicha esfera no presenta rastros adicionales a los ya nombrados y puede interpretarse lo mismo como una preparación intermedia del material arcilloso que como un producto expeditivo en sí. Todos los ejemplares (recipientes, cuenta, esfera o fragmentos indeterminados) carecen de improntas digitales que pudieran esclarecer en algún grado la edad del artesano, mientras que los unguiculados son poco marcados (y aún menos confiables que las huellas) para definir la cuestión. Poseemos pocos elementos comparativos en el registro arqueológico norpatagónico. Para la cueva Loncomán, Pérez y Carrera (1999) describieron masas de arcilla sin cocción, con o sin inclusiones visibles en la pasta, de tonalidad ocre o grisácea, entre las cuales alguna estaba amasada en forma de "chorizo", lo que interpretan como evidencia de manufactura local para la ocupación tardía final del sitio. Hajduk y Albornoz (1999) informaron que en el sitio Valle Encantado I se halló "una forma esferoidal de arcilla cruda" en sus niveles precerámicos medios17 (Hajduk y Albornoz 1999: 375, en cursivas en el original), mientras que en los niveles precerámicos superiores se encontró un fragmento de esferita de 19 mm de diámetro color "beige grisáceo" y superficie lisa regular, y otro subesferoidal, de tono grisáceo, ambos parcialmente expuestos al fuego (Hajduk y Albornoz 1999: 378). Los mismos autores agregan que en Alero Puerto Tranquilo I (Isla Victoria) se hallaron "dos formas subesferoidales irregulares de arcilla cruda, y tres fragmentos también irregulares de arcilla cocida" datados en 1980 ? 60 AP, mientras que en la Cueva del Manzano de Arroyo Corral se halló una forma esférica regular cocida, en relación con un piso de ocupación de "niveles precerámicos superiores" (Hajduk y Albornoz 1999: 375). En la cueva Traful III también se encontraron "bolillas de unos 2 cm de diámetro, y dos porciones de tierras cocidas, una con la impronta de la huella digital del pulgar del artesano", en un contexto cerámico con un fechado de 960 ? 100 AP (Curzio 2008). A juicio de la investigadora, la impronta digital sería pequena, pero no parecería ser de infante (D. Curzio, comunicación personal 2011). El ya referido alero La Marcelina 1, cerámico en toda su secuencia, proveyó en sus estratos inferiores (ca. 1700 AP) otra pequena bolita de arcilla, subesférica, de aproximadamente 24 mm de diámetro y tonalidad marrón (Figura 3d). Apartándonos del noroeste patagónico hacia la cuenca media del Río Negro, en el sitio a cielo abierto Negro Muerto (con dataciones de 398 ? 46 AP y 483 ? 43 AP) contamos con el hallazgo referido por Prates (2008: 182) de "una pieza de barro cocido de forma esferoide de 60 mm de diámetro" cuya cocción habría sido parcial y que, además, presenta algunas improntas digitales, aparentemente de adulto (L. Prates, comunicación personal 2011). No se encuentran publicados hallazgos in situ de recipientes de arcilla sin cocción, pero un relevamiento realizado por Eduardo Crivelli en el Museo de la Patagonia de San Carlos de Bariloche (Río Negro), registró entre sus colecciones norpatagónicas un vasito subcilíndrico de 60 mm de alto y 25 mm de diámetro de boca, con un ligero angostamiento hasta la boca y otro antes de la base. Según las fotografías, es de color ocre muy claro, formatización irregular, acabado tosco y carente de tratamiento o decoración (Figura 3f). Lamentablemente, no se encontraron referencias al contexto o procedencia18, pero el aspecto superficial de la pasta y su posible clasificación artefactual lo asemejan a los recipientes sin cocción de Epullán Grande.

CONCLUSIONES

He guiado la indagación sobre las alfarerías crudas de la cueva Epullán Grande con un modelo etnoarqueológico para el reconocimiento de artefactos infantiles. La documentación etnohistórica regional fortalece la aplicación de la analogía con reiterados ejemplos, particularmente de artefactos infantiles que son homólogos a los de los adultos. Ese es un caso sobre el que parece correcto enfatizar, explicitando el supuesto de que cumplen un rol esencial en la socialización de los individuos. Algunas de las expectativas, como la confección de objetos a escala, también parecen verificarse desde el registro arqueológico, como es el caso con los cementerios posthispánicos Caepe Malal y Rebolledo Arriba, donde los entierros de infantes se asocian a ceramios corrientes pero de un tamano promedio menor (Hajduk 1983; Hajduk y Biset 1996). Éste no parece el caso de las alfarerías crudas que nos interesan, lo que nos llevaría a evaluarlas como artefactos lúdicos sin homólogos en el mundo adulto. Las fuentes consultadas amplían el panorama de un modo interesante y proveen ejemplos de artefactos lúdicos de adultos, por lo que podemos cuestionarnos si podríamos identificarlos correctamente para reconocer la actividad infantil por contraste. La revisión de los ejemplos también abre otra cuestión: si artefactos no homólogos pueden corresponder a actividades homólogas (por ejemplo, la confección alfarera en sí, y no el artefacto final), tal vez practicándose como juego. Así sopesamos otro de los aspectos analizados, dando un giro a la pregunta, desde el uso hacia la fabricación. En nuestro caso, la omisión de procedimientos y la falta de regularidad -en oposición al trabajo que se invirtió en esa morfología y decoración complejas- no sugieren expeditividad, sino tal vez carencia de conocimiento y de pericia. Esto podría evidenciar un aprendizaje inicial. Se ha argumentado que la experimentación cerámica pudo ocurrir más ampliamente y con sujetos de una edad más temprana que con el lítico (Ferguson 2008). Esto dependería tanto de las exigencias de coordinación y fuerza, como de la disponibilidad de material. La variabilidad de los productos también puede indicar la falta de dominio técnico. Pero más allá de la irregularidad observada, debemos reconocer los elementos "novedosos", es decir, ausentes en otras cerámicas. En relación con esto, cabe destacar que, para un problema similar, Patricia Smith (2005) contrastó con líneas de evidencia diferentes la variabilidad de diseno y la manufactura alfarera infantil, y concluyó que los ninos actúan no sólo como productores sino también como innovadores. Diversos estudios de etnoarqueología cerámica constatarían que muchas veces los menos hábiles -no necesariamente ninos- son los más innovadores (Stark 2003). Parte de las alfarerías crudas descriptas (exceptuando la cuenta) tienen probabilidades de ser un producto infantil, para uso propio, incluso en una etapa de aprendizaje temprano. Pero no hay evidencias inequívocas. El contexto arqueológico aporta otra línea de discusión. La elucidación de la existencia de homología de artefactos o los signos de aprendizaje parte de suponer una actividad o manufactura establecida. Pero careciendo de momento de mayores precisiones, el conjunto se asigna al período entre ca. 2180 y 1080 AP, por lo que no se podría definir si se inserta en un contexto cerámico ya establecido, o en uno previo o inicial. Otras evidencias regionales de manipulación de arcillas (generalmente pequenos esferoides, con o sin cocción o exposición al fuego) tienen dataciones variadas, lo cual apuntala ambas posibilidades cronológicas. La interpretación sobre la falta de pericia no sería la misma en contextos tan distintos. En otros sitios, los escasos restos con improntas digitales denuncian la manipulación por adultos, pero se trata de masas de arcilla poco o nada formatizadas. A esto se agrega la dificultad de que, siendo la cerámica un material logrado por adición (no por reducción, como el lítico), el reciclaje no constituiría un problema, especialmente si no hubo cocción. Por ende, alfarerías aparentemente heterogéneas como las aquí discutidas pudieron haber sido más habituales de lo que somos capaces de reconocer arqueológicamente. El lector puede sentirse frustrado de leer bajo el encabezado de conclusiones una reflexión que no es absolutamente conclusiva sobre el objeto inicial de indagación: si las alfarerías evaluadas son un producto infantil. La evaluación del caso sugiere que es muy probable. Pero la intención es hacer lugar a nuevas cuestiones abiertas por el análisis. Por ejemplo, la ampliación del modelo analógico con fuentes documentales de la región corrobora en parte la validez de las expectativas, pero también nos advierte de supuestos no cuestionados sobre los artefactos del mundo adulto que empleamos para contrastar. Por otro lado, limitar la pregunta a un caso anómalo o extrano es un recorte a priori, quizás nuestro habitual prejuicio. Por ende, es deseable extender el interrogante al conjunto más amplio de toda la cerámica en el área de estudio: ?encontramos participación infantil en la cerámica corriente? La información documental de sociedades vivas muestra un panorama diverso y complejo para la participación de los distintos rangos de edad en la cultura material. Por ejemplo, estudios con alfareros actuales o sobre colecciones arqueológicas han registrado la combinación de labor de artesanos de diferente edad (Smith 2005) y las fuentes documentales citadas senalan la inserción temprana pero plena en las actividades domésticas y productivas. En efecto, en las sociedades no industriales o tradicionales se participa desde temprana edad en actividades productivas del mundo adulto, tal como lo muestra la documentación histórica, etnográfica y etnoarqueológica (véase también Bird y Bird 2000; González Ruibal 2003). Una condición para la plena participación en la producción es la habilidad requerida. Algunas investigaciones etnoarqueológicas en un contexto diferente (alfarería de torno en talleres especializados) han mostrado la relación entre las habilidades psicomotrices y el aprendizaje de las técnicas de manufactura a diferentes edades (Roux 1989, en David y Kramer 2001). Pero, en contraste, vale destacar para la cerámica local la accesibilidad que implica la técnica de arrollamiento, consistente en agregar porciones de arcilla, a un ritmo variable y adecuable, con la posibilidad de corregir los errores durante la marcha y con procedimientos o pasos cuyo éxito es independiente entre sí; tampoco requiere habilidades psicomotrices especiales (más allá de las que pronto se desarrollan con el crecimiento) y su aprendizaje es relativamente sencillo y breve. A esto se agrega que, siendo la destreza adquirida un límite para el tamano máximo de las vasijas, las medidas pequenas o moderadas de la mayoría de las cerámicas patagónicas habrían permitido una mayor participación de alfareros con edades y habilidades diferentes. La cocción en fuegos abiertos, el agregado de arenas líticas como antiplástico y las morfologías poco complejas tampoco son impedimentos para dicha participación. También es recurrente la poca regularización de la forma (por ejemplo, en bordes) aunque simultáneamente otros rasgos estuvieran mejor logrados (por ejemplo, los espesores, o los acabados de superficie). Dadas todas estas circunstancias, no deberíamos separar tajantemente ni a priori la producción en rangos etarios ni descartar distintos grados de participación en la producción de artefactos usables.

Agradecimientos

Los contenidos expresados son mi exclusiva responsabilidad, pero debo mi agradecimiento a varias personas. A la Lic. Patricia Solá por sugerirme indagar la presencia de aprendices, y por la realización del estudio petrológico. Al Dr. Eduardo Crivelli, por los datos de su relevamiento en el Museo de la Patagonia y sus comentarios al primer manuscrito. Igualmente a Daniela Ávido, por su lectura crítica; y a los evaluadores anónimos por sus útiles sugerencias. Al Dr. Luciano Prates, la Lic. Damiana Curzio y la Lic. Lorena Carrera, por la información que proveyeron de sus respectivos trabajos. A la Lic. Mariana Sacchi y a Melina Bednarz, por facilitarme material bibliográfico. La oportunidad para plantear el problema surgió en un seminario dictado por el Dr. Gustavo Politis. Este trabajo se llevó a cabo en el marco de una beca doctoral del CONICET.

NOTAS

1.- La estratificación de la cueva abarca, en un metro de sedimento, una secuencia de casi diez mil anos (la metodología de registro siguió las pautas de Harris 1991 y puede verse en Crivelli Montero et al. 1996). Acotándonos a las alfarerías crudas, dos fragmentos del total (4,8% del peso) se encontraron en el estrato #01, más superficial, con vestigios modernos (de hispano-indígena a subactual). Otro fragmento, con decoración unguiculada y de muy pequeno tamano (1,3% del peso total) proviene del estrato #146, en cuya base una concentración de carbones se fechó en 1080 ? 50 AP. La mayor parte, incluyendo los fragmentos más grandes y completos y el único ensamblaje en este grupo (4 fragmentos, 55,8% del peso), proviene del estrato #03, que apoya sobre una capa de tefras y cuya datación quedaría circunscripta entre 2180 ? 50 AP y 1080 ? 50 AP. Un fogón, ubicado por encima y por debajo de lentes de tefras, se dató en 2190 ? 60 AP (coincidentemente, en la adyacente cueva Epullán Chica, una capa de tefra se depositó entre 2220 ? 50 AP y 2200 ? 60 AP). Un tiesto de borde y la pequena esfera de arcilla (27,6% del peso) provienen de #79, por debajo de las tefras. Sólo un fragmento no identificable y una cuenta muy pequena (2,4% del peso) provendrían ?también bajo las tefras? del estrato #19, que posee un fechado de 2360 ? 50 AP en su cumbre y 2740 ? 50 AP en su base. El reducido tamano de estos últimos fragmentos y la existencia de camadas vegetales en el sector pudieron facilitar la migración desde estratos superiores. Puede consultarse información de los estratos #03, #146 y #19 en Crivelli 1998; Crivelli Montero et al. 1996; Palacios 2008a, 2008b.

2.Acabados que se encuentran regularmente pero en pequena cantidad de tiestos, corresponden a las cerámicas rojas engobadas, cuyo origen se discute (Aldazábal y Eugenio 2009; Pérez 2011; Silveira 1996).

3. Se observaron a ojo desnudo y con lupa binocular hasta 30X. Se minimizó la realización de fracturas frescas, por lo que también se atendió detenidamente a las fracturas preexistentes.

4.Su aspecto dio lugar a que en una primera clasificación se las agrupara con otros fragmentos amorfos, algunos con indicios de manipulación, correspondientes a pigmentos (una parte, tal vez preparados, y otros naturales, posiblemente de la roca de caja de la cueva).

5.Estudio realizado por la Lic. Patricia Solá, mediante microscopía de corte delgado con luz normal y polarizada. La descripción corresponde a un tiesto irregular, aparentemente de pared; pero también se cortaron y compararon otros dos fragmentos de pastas hematíticas que se interpretaron como pigmentos: un fragmento amorfo sin contenido de arcilla y otro con bastante menos arcilla que las alfarerías, pero parcialmente soluble y con una cara alisada (tal vez por estar contenida la pasta en un recipiente o pozo).

6.Análisis llevado a cabo por el Lic. Guillermo Cozzi, del SEGEMAR. Se procesó la muestra en preparación de polvo "no orientada" para obtener la composición general de la pasta, y en varios agregados "orientados" (al natural, calcinado a 550o C, y tratado con etilenglicol) para la determinación de los minerales del grupo de las arcillas.

7 -La asignación morfológica no está libre de objeciones (véase también la nota 15). Podría tratarse de elementos de prehensión o apéndices de algún recipiente figurativo o biomorfo (cfr. Hajduk 1978); pero la inmediatez del borde respecto del pie, la aparente simetría, la carencia de tiestos de pared y la frecuencia relativa de tiestos de borde y su inclinación sugerirían que no es el caso. Provisoriamente se conservará la actual reconstrucción del perfil por revolución.

8 -Los cuatro usos de la analogía según Yellen (1977, en David y Kramer 2001) son: (a) tiro de perdigón; (b) laboratorio; (c) desalentador y (d) modelo general. Cada uno se diferencia por su rol (la generación de hipótesis, la contrastación de ideas o métodos, etc.) y el alcance que se le otorga.

9 -En Argentina, como en otros lados, la etnoarqueología cerámica es la que ocupa la mayor cantidad de investigaciones. Por lo general, éstas han dado cuenta de manufacturas en retracción, lo cual puede explicar la omisión de la infancia. Estando en retracción, es decir, siendo reemplazadas por otros bienes o formas de adquisición de estos, la socialización de nuevos artesanos pierde importancia, lo cual causaría la ausencia de observaciones. No obstante, los movimientos de reivindicación de los pueblos originarios, por ejemplo, podrían ser una vía que revierta la tendencia, estimulando en los ninos y jóvenes las formas tradicionales de hacer. Un nuevo campo de observación puede abrirse en tal circunstancia, aunque seguramente bajo una mayor influencia de factores simbólicos, e inserto en una matriz económica muy diferente..

10 -Esta relación incluye la conflictiva articulación con misioneros, colonos agrícolas, agentes de exploraciones petroleras, productores de coca e incluso tal vez las FARC (Politis 1996, 2007)..

11 -Con etnocéntrico sentido del humor podríamos llamarlo la "ley del envoltorio", por la cual ?contrariando las expectativas parentales un nino juega más con el embalaje de un juguete que con el juguete mismo.

12 -Como ya se dijo, las actividades femeninas se encuentran subrepresentadas en las fuentes documentales, pero no ausentes. Se observa casi invariablemente que las tareas "domésticas" recaen en las mujeres, principalmente la preparación de los alimentos, el traslado y posesión de los recipientes para tal fin y la recolección de agua y lena. Es difícil encontrar mención a la manufactura cerámica (en parte por su reemplazo con otros materiales durante el período documentado), pero dado que la tarea de recolectar agua y lena (insumos esenciales en tal manufactura) fue femenina, como así también el uso y conservación de vasijas, se refuerza la suposición de que su fabricación fuese un aspecto diferenciado por género en la educación/socialización infantil (para casos documentales muy tardíos, cfr. Aguerre 2000; Hilger 1957). La confección y uso de la cerámica y otros recipientes según las fuentes documentales de Patagonia es objeto de otro trabajo que está en preparación.

13 -El uso tardío de este abrigo incluyó la inhumación, en época posthispánica, de un nino pequeno enfardado con su cuna, con algunos atados de vegetales y cuero en su ajuar que podrían haber oficiado de juguete, pero no había asociación a cerámica alguna (Crivelli Montero et al. 1996: 217).

14 -Existe alguna mención etnográfica para ollas con pie. "Pati", una descendiente de tehuelches migrados a Santa Cruz desde el norte, quien hiciera vida de toldería en la primera mitad del siglo XX, refirió que la confección de alfarería -tarea femenina de la que no participó siendo muy nina? incluía la realización de pequenas ollas, algunas de ellas con apoyo en forma de trípode para sostener sobre el fuego (Aguerre 2000: 86). Este soporte quizá imitara formas europeas en metal, incorporadas en los siglos previos, como los trípodes para las preciadas ollas de hierro (Musters 1964: 319). Las cerámicas arqueológicas de la región esteparia carecen de pie y en la cuenca media del Limay las de bases diferenciadas son excepcionales. Pero las últimas cobran importancia numérica en colecciones provenientes de la zona cordillerana (por ejemplo, Hajduk 1986; Crivelli Montero 2008). En el repertorio cerámico de allende la cordillera, las formas suelen ser más variadas y hoy día algunas formas con pie son realizadas, por ejemplo, por las alfareras ?criollas? de Pilén (Valdés 1991: 26).

15 -Tal ubicación parecería antiintuitiva para un motivo decorativo y podríamos preguntarnos si, en lugar de orientarse como recipientes, no se trataría, por ejemplo, de tapas con un elemento de prehensión. Así, la decoración cubriría el área esperable y las piezas tendrían una función incluso compatible con su escasa capacidad y la fragilidad del material (etnográficamente se registró el uso expeditivo de terrones de arcilla para tapar ollas [Musters 1964: 275]). No obstante, los diámetros siguen siendo pequenos respecto de las bocas a las que podrían corresponder. Por otro lado, existe algún antecedente de cerámica con decoración cruciforme incisa igualmente ubicada en la base, en este caso de una pequena jarra, procedente de un entierro infantil posthispánico del sitio Rebolledo Arriba (Hajduk 1983: 127, lámina I.2b). En cuanto al instrumento empleado, la inusual elección podría deberse a la falta de experiencia, pero sólo si supiéramos cuál era el efecto buscado. Las divergencias de diseno son contrarias a suponer que se deseaba repetir el de las otras cerámicas.

16 -Esto no quita que en otras circunstancias las alfarerías crudas pudieran ser plenamente utilitarias, incluso para la cocción de alimentos (Harry et al. 2009).

17 -Los autores no senalan dimensiones para la esferita de los niveles precerámicos medios, pero, de acuerdo con la ilustración, tendría un diámetro de ca. 35 mm. Adicionalmente, en estos mismos niveles de Valle Encantado I, senalan una estructura excavada "en forma de casquete, revestida en arcilla", que suma para la consideración de la manipulación de arcillas con anterioridad a las ocupaciones reconocidamente alfareras.

18 -La pieza se encuentra entre cerámicas provenientes, principalmente, de tumbas de época de contacto hispano-indígena de la zona neuquina de Reigolil, Pampa Inda y Norquinco (para la descripción de una muestra de esta colección, véase Crivelli Montero 2008).

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