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Intersecciones en antropología

versión On-line ISSN 1850-373X

Intersecciones antropol. vol.13 no.2 Olavarría dic. 2012

 

ARTÍCULO

En companía de los muertos. Ofrendas de animales en los cementerios de La Isla (Tilcara, Jujuy)

Carlos R. Belotti López de Medina

Carlos R. Belotti López de Medina. Museo Etnográfico J. B. Ambrosetti. Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires. Moreno 350 (1091), Ciudad Autónoma de Buenos Aires. E-mail: crbelotti@yahoo.com.ar

Recibido 15 de marzo 2011.

Aceptado 7 de septiembre 2011.

 


RESUMEN

Presentamos aquí la identificación de los conjuntos arqueofaunísticos recuperados por Debenedetti en tres entierros de la necrópolis El Morro, del sitio La Isla de Tilcara (Jujuy, Argentina). Hay un consenso notable en torno a la peculiaridad de este cementerio, caracterizado por inhumaciones simples o dobles acompanadas de numerosas ofrendas, algunas de ellas suntuarias. Nuestro trabajo se organizó en torno a dos objetivos. Primero, la identificación taxonómica y etaria de los hallazgos. Se caracterizaron: 1) un cráneo y mandíbula de perro hallados en la Tumba 6, con una edad estimada superior a los siete meses; 2) los restos faunísticos de la Tumba 11, entre ellos el esqueleto casi completo de un guacamayo adulto, en el rango de tamano del Ara chloroptera. 3) una mandíbula de félido pequeno de la Tumba 10, con una edad estimada superior a los seis meses. En el informe de Debenedetti los dos primeros conjuntos se reportan como esqueletos completos, lo que permite identificarlos como sacrificios. Nuestro segundo objetivo fue formular algunas interpretaciones plausibles sobre el contenido de las tumbas y el lugar de los animales en los ritos mortuorios.

Palabras clave: La Isla; Sacrificios de animales; Zooarqueología.

ABSTRACT

In the company of the dead. Animal offerings at the cemeteries of La Isla, Tilcara, Jujuy. This paper presents an exhaustive analysis of the faunal remains recovered by Debenedetti from burials 6, 10 and 11 from El Morro cemetery at La Isla de Tilcara site, Jujuy, Argentina. There is a notable consensus about the importance of El Morro, since its burials contain no more than one or two individuals along with numerous offerings, some of them clearly sumptuary. In some of these tombs, among the diverse items, archaeofaunal remains were found that can be safely identified as sacrificed animals. The zooarchaeological analysis presented here was carried out on two of those offerings: the cranium and mandibles of a small to medium sized dog, estimated to be seven months old, found in Burial 6, and a faunal assemblage from Burial 11, among which an almost complete macaw skeleton was identified, similar in size to Ara chloroptera. The mandibles of a small felid, estimated to be over six months old, from Burial 10 were also identified. The main goal of the analysis was to produce relevant information about the taxonomy and age of death of these remains. With the results in mind, some plausible explanations about the place of animals in the funeral rites at Burials 6, 10, and 11 and hypothesis about the social role of the people buried there are offered.

Keywords: La Isla; Animal offerings; Zooarchaeology.


 

INTRODUCCIÓN

Desde su excavación a principios del siglo XX por Salvador Debendetti, los cementerios de La Isla de Tilcara ocuparon un lugar prominente en la arqueología de la Quebrada de Humahuaca (Jujuy). Algunos de los debates en los que frecuentemente se cita evidencia de este sitio son la cronología y las secuencias culturales de la Quebrada, la existencia de cementerios formales y el desarrollo de la complejidad social a mediados o fines del primer milenio. Una de estas necrópolis es El Morro, cuyo rasgo más destacable es la abundancia de ofrendas recuperadas en algunas inhumaciones, como alfarería fina, artefactos líticos y piezas de bronce y oro. En cuatro de las tumbas de El Morro se encontraron, además, restos faunísticos de lo que parece fueron animales sacrificados, o que pertenecen a especies inusuales en el registro zooarqueológico regional. Esta evidencia no ha recibido mayor consideración hasta la fecha, al punto en que su identificación taxonómica se limitaba al nivel de orden o familia en la publicación original del sitio (Debenedetti 1910). Sin embargo, estos materiales son de interés para la arqueología de la Quebrada, pues permiten profundizar el estudio de las prácticas mortuorias y aproximarnos al lugar ocupado por los animales en la sociedad. En este trabajo llevamos adelante un estudio zooarqueológico de tres de estas ofrendas: un conjunto faunístico de la Tumba 11, conformado mayormente por un esqueleto de guacamayo grande; una cabeza de cánido de la Tumba 6 y una mandíbula de félido de la Tumba 10. Nuestro principal objetivo fue la caracterización taxonómica y etaria de los restos faunísticos. Como objetivo secundario nos propusimos esbozar algunas hipótesis sobre el significado de las ofrendas y la posición social de los muertos. Las descripciones de los entierros por Debenedetti y los resultados del análisis zooarqueológico se interpretaron a la luz de la arqueología regional, de algunas hipótesis vigentes sobre la religión prehispánica en el noroeste argentino (NOA) y de la información transcultural que ofrece la antropología. Esperamos contribuir así al conocimiento de los procesos cursados por la ideología de las sociedades agroalfareras de la Quebrada.

ANTECEDENTES La Isla de Tilcara

Los materiales analizados provienen de El Morro, una de las tres áreas de cementerio identificadas por Debenedetti en el sitio "La Isla de Tilcara" (Jujuy), durante las expediciones cuarta y quinta de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (Debenedetti 1910). El sitio se encuentra en la Quebrada de Humahuaca, sobre la margen oriental del río Grande (Figuras 1 y 2). Los otros dos cementerios son la Necrópolis A, inmediatamente al noreste de El Morro, y la Necrópolis B, ubicada al pie de la serranía oriental de la Quebrada, unos 500 m al sur de los cementerios. Doscientos metros al norte, en la misma ladera y sobre una terraza superior, se encuentra el sitio Alto de la Isla (Figura 1), excavado y descrito por Rivolta (2000), quien propuso que podría tratarse del poblado que describió Debenedetti al finalizar los trabajos en las necrópolis. Debenedetti (1910) pensaba que este sitio y los cementerios habían sido utilizados por una misma comunidad. Allí se detectaron los vestigios de algunas habitaciones de planta rectangular, dos de las cuales fueron excavadas en 1995 (Recintos 1 y 2). Una datación sobre carbón vegetal para el nivel 4 del Recinto 1 brindó una antigüedad de 870 ? 70 AP (ISGS-3249) (calibrado 2? 1146-1278 DC) (Rivolta 2000). Unos 750 m al norte de Alto de La Isla se encuentra otro sitio, El Algarrobito. Rivolta propuso que los tres sitios fueron contemporáneos y quizá parte de un único asentamiento. El Morro está emplazado sobre una plataforma natural y cubre un área de aproximadamente 675 m2. Allí se excavaron once tumbas, de las cuales siete contenían un único esqueleto (Tumbas No 2, 3, 4, 5, 7, 9 y 11), tres eran entierros dobles (Tumbas No 1, 6 y 10) y una estaba vacía (Tumba No 8) (Debenedetti 1910). Difiere así de la Necrópolis A, donde se recuperaron 66 esqueletos en 21 tumbas. Otras características desatacadas de El Morro son la cantidad y calidad de los bienes que componían los acompanamientos y la visibilidad destacada de la plataforma sobre la cual se asienta (Debenedetti 1910; Rivolta 2000; Tarragó 1994). Tradicionalmente, se consideró a El Morro como un cementerio formal (e.g., Debenedetti 1910; Pérez 1968), pero a partir de nuevas excavaciones, Rivolta identificó los restos de un recinto de 6 x 4,5 metros en las inmediaciones de la Tumba 11 (Figura 2.B) (Rivolta 2000). También identificó estructuras semejantes en la Necrópolis A. De haber sido estas estructuras contemporáneas a las tumbas, puede ser que las inhumaciones estuvieran asociadas a unidades residenciales (Nielsen 2001; Rivolta 2000). Otra posibilidad es que los edificios tuvieran un fin ceremonial. Notemos que se desconoce la duración de las ocupaciones en La Isla y, por lo tanto, tumbas y recintos también pudieron utilizarse en épocas distintas. No se cuenta todavía con dataciones absolutas para La Isla. González y Pérez (1972) asignaron el sitio y el estilo alfarero homónimo al periodo Medio, transcurrido entre los siglos VIII y X de la Era (Bennett 1948; González y Pérez 1972; Pérez 1973). En favor de esta cronología, Pérez (1973) cita la asociación de un vaso "Isla tricolor" en la tumba 2241 de Quitor 5 (San Pedro de Atacama, Chile), con artefactos de filiación Tiwanaku y con instrumentos de madera diagnósticos de la fase V propuesta por Tarragó (1977) para San Pedro de Atacama. Esta fase fue adscripta originalmente al siglo IX por Tarragó (1977) y luego sería revisada por Berenguer y colaboradores (1986), quienes le asignaron un rango temporal entre los siglos VI y X DC a partir de numerosos fechados por termoluminscencia. Una situación análoga se da en la tumba 2569-2573 de Quitor 6. Si bien no se hallaron piezas tricolor en La Isla, las piezas de San Pedro de Atacama son consideradas parte de un estilo Isla Policromo más amplio. Este último estilo, a su vez, está representado por otros tipos en las tumbas de El Morro, en asociación con alfarería Yavi y Hornillos negro sobre rojo (Pérez 1973). Nielsen (2001, 2007) incluye las piezas tricolor y los estilos presentes en la Isla en el componente cerámico Isla/Alfarcito pero, a diferencia de Pérez (1973), ubica este estilo entre los siglos IX y XIII. Dentro de la secuencia evolutiva que propone para la Quebrada, el componente Alfarcito/Isla es diagnóstico del periodo de Desarrollos Regionales I (Ávila 2008; Nielsen 2001, 2007). Por su parte, y basándose en el fechado del Recinto 1 de Alto de La Isla, Rivolta (2000) estimó que la ocupación de este sitio, La Isla y El Algarrobito se extiende entre el 900 y el 1200 DC. Para el caso particular de la Tumba 11, en un trabajo reciente, Tarragó (2011) calculó una fecha entre los siglos noveno y undécimo de la era. No se puede descartar, sin embargo, una mayor profundidad temporal para la ocupación. En ese sentido, un próximo paso será fechar los restos faunísticos analizados aquí. Independientemente de qué cronología se considere correcta, es importante destacar que los periodos Medio y los Desarrollos Regionales I son semejantes en cuanto a sus indicadores arqueológicos y en algunas de sus principales tendencias históricas, como el crecimiento demográfico, la intensificación agrícola y el desarrollo de la desigualdad entre distintos segmentos de las poblaciones aldeanas. Sin embargo, no son equivalentes, por diferir en cuestiones como la escala alcanzada por las organizaciones políticas -si eran o no jefaturas- o a la existencia de cementerios formales (e.g., Nielsen 2001).

Figura 1. Localización de La Isla, Alto de la Isla y El Algarrobito en la Quebrada de Humahuaca, provincia de Jujuy (Imagen modificada de Google Earth).

Figura 2. Los cementerios de La Isla de Tilcara (modificado de Debenedetti 1910). B. Diseno de planta hecho a partir de las nuevas investigaciones en La Isla, donde se muestra el recinto localizado en las inmediaciones de la Tumba 11 (modificado de Rivolta 2000: Figura 2, p. 20).

Sacrificios y ofrendas de animales en los contextos funerarios del noroeste argentino

El sacrificio de animales como parte de los ritos funerarios es una práctica que ha sido reconocida arqueológicamente en diferentes regiones del mundo y para diversas épocas (Chaix y Méniel 2005). En el noroeste argentino ha sido documentada en un número moderado de sepulturas. Por desgracia, lo común es que la información publicada consista en descripciones sumarias de los acompanamientos fúnebres, de manera que la identificación de los restos faunísticos como evidencia de sacrificios en muchos casos es problemática. Hasta el presente, el sacrificio de animales no ha sido un problema que recibiera un tratamiento específico y no hay trabajos de síntesis al respecto. En lo que sigue trataremos de brindar un panorama general de los antecedentes. En la bibliografía, el sacrificio de camélidos y su depósito junto a los muertos surge como la modalidad más frecuente. Una de las evidencias más antiguas es la tumba de la capa E2 del sitio Huachichocana III, Puna de Jujuy. El entierro fue datado en 3400 años AP y corresponde a un joven de 18 años aproximadamente, a espaldas de quien se colocó una cabeza de camélido completa, con las dos primeras vértebras cervicales articuladas. Por alometría se estimó su peso en el rango de la llama (Lama glama) (Yacobaccio 2001). En lo que respecta a las sociedades agroalfareras del periodo Formativo (ca. siglos X AC a VI DC), en la literatura arqueológica se mencionan hallazgos de llamas sacrificadas en tumbas Condorhuasi de Hualfín y Laguna Blanca (Catamarca), así como en entierros asignados a Candelaria (Salta y Tucumán) (Albeck 2000; González y Pérez 1972; Sempé et al. 2005). En algunos casos, las carcasas se encontraron desarticuladas (e.g., Sempé et al. 2005). El sacrificio de camélidos continuaría durante el periodo Medio o de Integración Regional (ca. siglos VI a IX DC). Gordillo excavó una tumba en La Rinconada (Catamarca) que contenía algunos huesos humanos y el esqueleto articulado de una llama, a la que le faltaba la cabeza (González 1998). Para el periodo Tardío o Desarrollos Regionales (ca. siglos IX a XV DC) pueden mencionarse algunas tumbas bajo alero o excavadas en la roca de la cuenca del río Miraflores, Puna de Jujuy, en las que se encontraron huesos de la cabeza de camélidos (Tarragó 2000). Son coetáneos algunos entierros tipo cista del valle de Yocavil (Catamarca y Tucumán), sobre cuyos cerramientos de laja se encontraron también huesos de camélido (Nastri 2005). En el Norte Chico de Chile, Castillo Gómez (1984) excavó un cementerio del complejo Ánimas cuyas tumbas podían contener hasta cinco camélidos sacrificados. Los cánidos silvestres y domésticos conforman otro grupo taxonómico reportado con cierta frecuencia en las tumbas del NOA. En una gruta funeraria del Pucará de la Rinconada (Desarrollos Regionales), en la puna de Jujuy, Boman (2007) recuperó un esqueleto de cánido colocado intencionalmente bajo los restos de dos individuos. Fue identificado como una variedad doméstica (sic) de zorro andino (Pseudalopex culpaeus, de la Sierra (puna de Catamarca), Gerling excavó dos cistas con cerámica tardía, que contenían dos cráneos de Canidae junto a los restos humanos de nueve individuos (Ambrosetti 1908). Otros hallazgos de cánidos son enumerados por Ambrosetti (1908) para las cercanías de Casabindo (Jujuy) y de Molinos (Salta). En un trabajo de síntesis, Gallardo (1964-1965) menciona el hallazgo de restos de perro en tumbas de Agua Caliente (Puna de Jujuy), Hualfín (Catamarca) y Amaicha (Tucumán), y en el valle de Uspallata (Mendoza). Finalmente, hay algunos taxones cuya presencia en entierros es muy rara o única. A modo de ejemplo, tenemos noticia por Ten Kate de un esqueleto de armadillo encontrado en una urna Santamariana (Nastri 2005). La evidencia resenada hasta ahora permite realizar algunas observaciones. El sacrificio de animales se remontaría a finales del Holoceno medio, si consideramos la evidencia de Huachichocana III. Asimismo, no fue una práctica que se mantuviera uniforme, en tanto se registran variaciones en el espectro de especies ofrendadas y las modalidades en que fueron depositados los animales. En el caso de los camélidos tenemos esqueletos articulados completos y parciales, cabezas aisladas y restos desarticulados. En algunos casos, la desorganización anatómica podría indicar alguna clase de festín durante las exequias. En cuanto a los cánidos, tenemos esqueletos completos y cráneos aislados, tanto de animales silvestres como domésticos. Tal diversidad pudo resultar de la coexistencia de varias tradiciones culturales que compartían el sacrificio como tópico ritual.

MATERIAL DE ESTUDIO

Durante las excavaciones en La Isla se encontraron restos faunísticos en al menos nueve tumbas. A partir de las descripciones de los contextos y hallazgos brindadas por Debenedetti (1910), estos pueden clasificarse provisoriamente en: 1) restos de animales pequenos, probablemente intrusivos (e.g., roedores); 2) artefactos e instrumentos confeccionados sobre hueso y asta, como topus, tarabitas, tubos y torteros; 3) ofrendas de animales, que pudieron haber sido sacrificados especialmente para la ocasión, y 4) arqueofaunas descritas pobremente, de las que es imposible inferir su función u origen. Aquí nos interesamos principalmente por las ofrendas de animales. Su identificación como tales se basó en los siguientes criterios: se las describe como esqueletos y pudieron ingresar articuladas al contexto mortuorio; no presentan indicios de haber sido utilizadas como alimento o fuente de materia prima, ni pertenecen a especies que sirvan comúnmente a estos fines, como la llama. Los conjuntos incluidos en esta clase son un esqueleto de carnívoro (pieza 2624) y dos esqueletos de psitácido (2673 y 2615). La mayoría de estas piezas forman parte de las colecciones del Mueso Etnográfico J. B. Ambrosetti (Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires) y su localización fue posible gracias al trabajo de búsqueda llevado adelante por Gimena Ávalos y Myriam Tarragó (Tarragó et al. 2010). Los números de pieza o hallazgo que figuran aquí son los mismos que utiliza Debenedetti en su informe, y corresponden a su entrada en los catálogos del Museo (Debenedetti 1910: 35). Lamentablemente, una de las ofrendas, el objeto 2673, no pudo ser localizada. También se incluyó en este estudio la mandíbula de un carnívoro pequeno hallada en la Tumba 10 (pieza 2633), aunque su función es difícil de establecer.

METODOLOGÍA

Nuestro principal objetivo fue la identificación anatómica, taxonómica y etaria de las ofrendas. La unidad observacional básica fue el espécimen óseo, y se procedió a su comparación morfológica con diversos materiales de referencia. En una etapa posterior, y dada la naturaleza de los hallazgos, se analizaron unidades más inclusivas, como la región anatómica o el esqueleto. Se utilizaron las colecciones osteológicas del Instituto de Arqueología (FFyL-UBA) y de las divisiones de ornitología y mastozoología del Museo Argentino de Ciencias Naturales B. Rivadavia (MACN-CONICET), y diferentes guías osteológicas (Barone 1987; Baumel et al. 1993; Cohen y Serjeantson 1996; Hillson 2005). En el caso del esqueleto de psitácido de la Tumba 11 (objeto 2615), aplicamos un análisis morfométrico multivariado. Se tomaron medidas de la mandíbula, las escápulas, húmeros, radios, ulnas y fémures (Von den Driesch 1976). Luego se repitieron algunas de estas mediciones sobre los esqueletos de ocho ejemplares pertenecientes a cinco especies de psitácidos de distinto porte, desde el Guacamayo Jacinto (Anodorhynchus hyacinthinus) que puede llegar a pesar 1690 g, hasta el guacamayo acollarado (Propyrrhura auricollis) de 240 g. Finalmente, se compararon los nueve casos por medio de un análisis de conglomerados UPGMA (Unweighted Pair Group Using Arithmetical Averages), basado en el coeficiente de similitud City-block o Manhattan Distance. Las medidas y resultados se detallan en otro lugar (Belotti 2010).

RESULTADOS El Morro, Tumba 6. Pieza 2624 (2629)

El entierro consiste en dos individuos adultos depositados en una gran urna1, uno de los cuales fue hallado sin su cráneo, lo que podría estar relacionado con el inicio de la tradición de las cabezas-cercenadas 2 en la Quebrada (Nielsen 2001). La presencia en el acompanamiento de un cuchillo de bronce identificado por Debenedetti (1910: 225) como un tumi podría respaldar esta interpretación, dado que existen representaciones en las que se utilizan instrumentos similares para decapitar o eviscerar (e.g., González 2004: 310). Debemos admitir que, si se lo compara con un hacha, por su forma y peso, el tumi parece inadecuado para la decapitación. De todos modos, sus connotaciones sacrificiales son indiscutibles. Otra posibilidad es que se trate de un entierro secundario, lo que fue sugerido en su momento por Debenedetti (1910: 36). Las ofrendas incluían además 33 pucos, una urna pequena antropomórfica, dos jarros de paredes altas, mazorcas de maíz quemadas, cuentas de collar hechas sobre piedra, rodados pequenos, un pedazo de cobre y un mortero. Junto a los restos humanos se halló un "esqueleto de carnicero", catalogado con el número 2624 (Debenedetti 1910: 36). No se pudo localizar este esqueleto, pero entre los materiales de La Isla había un conjunto formado por el cráneo, mandíbula y algunos dientes sueltos de un cánido (Figura 3). El cráneo tiene escrito el número 2629, que en los registros del museo y en el informe corresponden a la Tumba 6. Por lo tanto, hay evidencias suficientes para identificarlo como los restos del citado carnívoro. El cráneo está fragmentado en cuatro especímenes. El mayor está formado por los siguientes elementos: premaxilar, maxilar, huesos nasales, huesos cigomáticos, frontal izquierdo, huesos palatinos y vómer. Un segundo espécimen incluye basiesfenoides, preesfenoides, basioccipital y los huesos del lado izquierdo aliesfenoides, orbitoesfenoides y temporal (pars scamosa, pars tympanica y pars petrosa). Los otros dos fragmentos son el parietal izquierdo y el frontal derecho. El cráneo ensamblado tiene una longitud antero-posterior de un poco más de 13 centímetros, desde el premaxilar hasta la bulla timpánica. La mandíbula está partida por la sínfisis. La hemimandíbula izquierda está completa y de la derecha falta la rama (fosa masetérica y procesos angular, coronoides y condiloideo). En las TablasTabla 1 Tabla 2 se presentan medidas del cráneo y los dientes. La mayoría de las piezas dentarias se perdieron. Están sujetos todavía al hueso: 1) en el maxilar izquierdo, premolares segundo y cuarto, y primer molar; 2) en el maxilar derecho, cuarto premolar; 3) en la hemimandíbula izquierda, segundo premolar y molares primero y segundo; 4) en la hemimandíbula derecha, segundo molar. En todos los casos son piezas permanentes. Finalmente, hay dos caninos y un premolar sueltos. En el maxilar y premaxilar están presentes todos los alvéolos correspondientes a la dentición adulta de los cánidos (Hillson 2005). Otro tanto ocurre con la mandíbula, aunque del lado izquierdo faltan los alvéolos del tercer premolar. La fórmula dentaria de este individuo sería entonces: Con excepción de la unión del proceso cigomático con el yugal, del parietal izquierdo y del frontal derecho, los huesos del cráneo están suturados. Lamentablemente, las suturas no son un indicador de edad fiable, ya que pueden no osificarse hasta tiempo después de que el individuo alcanzó la madurez (Brothwell 1987). La dentición está completa, lo que según datos recopilados por Hillson (2005: 241-242) ocurre a los seis o siete meses con la erupción del tercer molar inferior, representada aquí por un alvéolo del lado izquierdo. El primer molar superior izquierdo presenta desgaste. El cráneo y la mandíbula exhiben caracteres diagnósticos de un animal doméstico, como la forma más curvada de la mandíbula, el apinamiento de los dientes o el desarrollo de una inflexión entre las regiones facial y craneal (Chaix y Méniel 2005; Clutton-Brock 1995). El reconocimiento de estos rasgos y la comparación con cráneos de cánidos silvestres y domésticos permitieron determinar que los restos son de un perro (Canis lupus familiaris), siendo entonces uno de los pocos ejemplares arqueológicos de perro prehispánico del territorio argentino (véase Prates et al. 2010). Un problema interesante es la posible asignación de este ejemplar a algún morfotipo racial. En trabajos recientes, Mendoza Espana y Valadez Azúa (2003, 2006) identificaron cuatro razas de perro prehispánicas para los Andes a partir de fuentes etnohistóricas y de restos arqueológicos. La primera de estas variedades es el k'halas, también conocida como pila, pelón o xoloitzcuintle (Valadez Azúa y Mendoza Espana 2006). Su rasgo más conocido es la ausencia casi total de pelo, debida a una displasia ectodérmica. En realidad, el perro pila se presenta en variedades tanto pelonas como con pelo, debido a que el gen dominante que causa la displasia es deletéreo en los individuos homocigotos (Valadez Azúa et al. 1999; Valadez Azúa et al. 2001; Valadez Azúa y Mestre 2009). La displasia incide además sobre la dentición, de manera que el pila tiene pocos dientes en comparación al común de los perros (Valadez Azúa 1995; Valadez Azúa y Mestre 2009). Las otras razas reconocidas a través de fuentes son: nanu, pequeno y de patas cortas, jinchuliwi, de talla mediana, orejas caídas y hocico corto, y pastu, un animal de tamano mediano a grande, hocico largo y orejas erguidas (Mendoza Espana y Valadez Azúa 2006). La forma del cráneo y la dentición permiten descartar que fuera un pila. El tamano de la cabeza es de un perro mediano a pequeno, y podría ajustarse a los morfotipos jinchuliwi o nanu, aunque son necesarios más estudios.

Figura 3. Restos del esqueleto de perro hallado en la Tumba 6 de El Morro (objeto 2624), Isla de Tilcara (Jujuy). A. Hueso frontal derecho. B. Hueso parietal izquierdo. C. Dientes sueltos. D. Cráneo. E. Hemimandíbula izquierda, F. Hemimandíbula derecha.

Tabla 1. Mediciones del cráneo de perro hallado en la Tumba 6 de El Morro (objeto 2624), de acuerdo con la propuesta de Von den Driesch (1976).

Tabla 2. Medidas de los dientes de perro de la Tumba 6 (objeto 2624)..

El Morro, Tumba 10. Pieza 2633

La tumba correspondía a dos individuos depositados junto a una olla decorada pequena. Acompanaban la inhumación varios objetos de cerámica, una pieza de cobre, pigmento rojo y un instrumento lítico. La mandíbula que Debenedetti (1910) describe como "de carnicero" pertenece a un felino (Pieza 2633, Figura 4), comparable a ejemplares pequenos y medianos de gato montés (Oncifelis geoffroyi) y de gato del pajonal (Lynchailurus pajeros). Está partida a la altura de la sínfisis. De la hemimandíbula derecha se conserva casi todo el dentario, aunque falta la rama mandibular. De la mitad izquierda de la mandíbula se conservó sólo la parte anterior. Se encuentran presentes la totalidad de los incisivos, ambos caninos, todos los premolares de cada lado y el molar derecho. Su fórmula dentaria sería i 3, c 1, p 2, m 1. En los gatos domésticos, la erupción de los molares y premolares permanentes ocurre entre los cuatro y seis meses de vida (Hillson 2005: 241-242), por lo que se trataría de un animal maduro. Por tratarse de un hueso aislado no podemos considerar a este objeto como un sacrificio funerario. Sí pudo haber sido un adorno o amuleto, o parte de una prenda. No es común que los tejidos blandos se preserven en la Quebrada, y la mandíbula tal vez estuviera unida a una piel. Es semejante el caso de la Tumba 2789 de Quitor 6 (norte de Chile), donde cuatro individuos estaban acompanados por un abundante ajuar, un kero de madera con la figura de un jaguar y "dos patas de león" (Tarragó 1989).

Figura 4. NISP% de la diversidad faunística en los sondeos. El grupo Mammalia 1 representa a las especies mayores (lobos marinos y guanacos), en tanto que el grupo Mammalia 2 se refiere a las especies menores (roedores, cánidos, felinos, entre otros).

El Morro, Tumba 11. Pieza 2615

La Tumba 11 fue considerada por Debenedetti (1910) como la más importante de El Morro. Su acompanamiento incluía más de 60 piezas de alfarería, en su mayoría decorada, cascabeles de bronce, cuentas de piedra, piezas de oro laminado, instrumentos de hueso, piedras de mortero, restos carbonizados de maíz, etc. (Debenedetti 1910: 37-38). También formaba parte de las ofrendas un "esqueleto de loro", que en el informe lleva el número de objeto 2615 (Debenedetti 1910). En el museo, este esqueleto estaba guardado en un frasco, mezclado con algunos fragmentos óseos de otros animales. Se identificaron en total 48 especímenes, con predominio de huesos completos de Aves (Belotti 2010). Asimismo, el 83% de los especímenes pertenecerían a un único ejemplar de la familia Psittacidae (NISP= 40) (Figura 5) 3. La asignación de este subconjunto a un individuo está confirmada por la descripción que hace Debenedetti de "un esqueleto de loro". El Número Mínimo de Individuos (MNI) estimado es uno, los elementos pares son idénticos, y la comparación con ejemplares de referencia permitió observar que las proporciones entre los huesos son las que esperaríamos en un psitácido. Por su tamano se identificó al esqueleto como un guacamayo grande, semejante al A. hyacinthinus o al A. chloroptera. El resto de los especímenes son fragmentos óseos de aves con una baja identificabilidad (NISP= 5), y que pueden pertenecer o no a 2615, dos fragmentos de hueso largo de un vertebrado indeterminado y una mandíbula de ave, probablemente otro psitácido, aunque mucho más pequeno que el esqueleto 2615. Una posibilidad es que esta mandíbula sea del objeto 2673, de la Tumba 8. En la Tabla 3 se presenta el número de especímenes por elemento (NISP) y el Número Mínimo de Elementos (MNE) para el subconjunto formado por el esqueleto de guacamayo, lo que permite evaluar la integridad del esqueleto. El examen del innominado y synsacrum, tibio-tarso y tarso-metatarso permitió determinar que era un ejemplar plenamente desarrollado (Cohen y Serjeantson 1996). Para refinar la identificación taxonómica de los huesos de guacamayo se aplicó un análisis morfométrico multivariado. La información detallada se publicó en otro trabajo (Belotti 2010) y aquí recapitularemos sólo los resultados y su interpretación. El esqueleto 2615 se agrupó con los tres ejemplares de guacamayo aliverde (A. chloroptera), los cuales formaban un agrupamiento mayor con dos ejemplares de guacamayo jacinto (A. hyacinthinus). Los casos restantes forman otro cluster, que incluye dos especies de guacamayo pequeno del género Propyrrhura y uno de Amazona aestiva (Belotti 2010). Con estos resultados, más los datos publicados sobre estos géneros por Collar (1997) y Juniper y Parr (1998), llegamos a dos agrupamientos principales. El primero comprende a 2615 y los psitácidos adultos con un rango de peso corporal de entre 1050 y 1708 g. El segundo abarca especies con pesos que van desde 240 a 400 g. No fue posible incluir en la muestra ejemplares de especies con un tamano intermedio entre ambos grupos. De todos modos, si 2615 hubiese pertenecido a una especie con un peso muy inferior a 1000 g, no hubiera formado un agrupamiento con los ejemplares de A. chloroptera. A partir de la distribución geográfica actual de los guacamayos (Collar 1997; Juniper y Parr 1998), propusimos un listado de especies a las que pudo pertenecer la ofrenda 2615: Anodorhynchus glaucus, Ara ararauna, Ara militaris, Ara macao y Ara chloroptera. En resumen, pese a que los resultados obtenidos no permiten hablar de una especie o género en particular, podemos afirmar que 2615 era un guacamayo grande, con un peso de 1 a 1,5 kg, y un largo de 73 a 95 cm. Dadas las preferencias forestales de los guacamayos, se puede decir que era un animal alóctono, aunque es muy difícil determinar su lugar de origen. Esto ya lo había observado Debendetti (1910), quien propuso los psitácidos de las tumbas 11 y 8 pudieron haber sido traídos del Chaco o de Santa Cruz de la Sierra (Bolivia) (Debenedetti 1910: 236). Varias de las especies mencionadas pudieron encontrarse en el norte argentino y, en el caso del A. militaris, en las Yungas de Salta y tal vez de Jujuy (Coconier 2007; Collar 1997; Di Giacomo y Coconier 2007a, 2007b).

Tabla 3. Perfil anatómico del esqueleto de guacamayo de la Tumba 11 (objeto 2615). Número de Especímenes Identificados por elemento anatómico (NISP) y Número Mínimo de Elementos (MNE). D = lado derecho; I = lado izquierdo; A = elemento axial.

Figura 5. Especímenes identificados como pertenecientes al esqueleto de Guacamayo de la Tumba 11 de El Morro (objeto 2615), Isla de Tilcara (Jujuy).

DISCUSIÓN

Los ritos de muerte ponen de manifiesto la cultura de un pueblo, su cosmovisión y escatología. Esta labor de objetivación se extiende además a las representaciones subjetivas que tienen de la estructura social los participantes. En el caso de las tumbas, la exteriorización ideológica deviene en una fisicalidad duradera, que modificará la experiencia del paisaje por varias generaciones. De ahí que los cementerios constituyan una evidencia de singular importancia para una arqueología de los sistemas sociales y sus ideologías. No obstante, debemos reparar en algunas dificultades. Primero, no existe una relación especular entre una totalidad social y la ideología expresada por el rito. Toda cultura carga con creencias y costumbres antiguas, que no mantienen necesariamente una relación orgánica con la estructura social vigente. A ello debemos sumar la naturalización o la negación ideológica de las diferencias, y la simple disyunción entre el fenómeno percibido por los actores y las realidades objetivas de su sociedad. Segundo, como arqueólogos sólo tenemos acceso a un correlato material y documental muy imperfecto del rito. Así y todo, se puede recurrir a la información transcultural que brinda la antropología y a los datos de la arqueología regional para incursionar en la interpretación de los entierros. En lo que sigue querríamos ofrecer algunas hipótesis relativas a las ofrendas y su contexto. De los tres cementerios reconocidos por Debendetti, sólo El Morro y la Necrópolis A fueron excavados y publicados en detalle. En el Morro predominan los entierros simples -ocasionalmente dobles-, muchos de los cuales estaban acompanados por piezas de alfarería fina y artefactos de metal. Estas características y la visibilidad de El Morro se han interpretado como indicadores de complejidad social desde Debenedetti. Los objetos 2615 y 2624 analizados aquí representarían animales sacrificados en ocasión de las exequias. La cabeza de perro 2624 formaba parte de un esqueleto depositado junto a un entierro doble en urna. A uno de los cuerpos le faltaba el cráneo, lo que podría ser una manifestación local del tema de las cabezas-cercenadas. En los Andes centrales, la decapitación, modificación y exhibición de cabezas humanas o su entierro como ofrendas se remontan tal vez hasta el Precerámico tardío (Tung 2007; Verano 2008). En otras regiones del NOA, las ofrendas de cráneos y la representación de cabezas-cercenadas se conocen para los periodos de Integración Regional y Desarrollos Regionales (A. R. González 2004; L. R. González 2004, 2007; Nastri 2008; Núnez Regueiro y Tartusi 2002). Según Nielsen (2001: 195), los primeros entierros de cráneos-trofeos y de individuos decapitados en la Quebrada datan de los Desarrollos Regionales I. La decapitación pudo haber formado parte de prácticas como la consagración de ancestros, el sacrificio humano o la exhibición de trofeos de guerra (e.g., Ogburn 2007; Tung 2007; Verano 2008). Dado que el segundo individuo estaba completo, cabe preguntarse también si fueron dos víctimas sacrificiales o sólo una. En el segundo escenario, la Tumba 6 podría evidenciar una costumbre semejante al sacrificio de vasallos o la sutee. Ambas prácticas funerarias se conocían por lo menos desde el siglo III DC en la costa norte de Perú, e implicaban alguna clase de dominación, sea política, socioeconómica o de género (Verano 2008). La presencia de un perro puede ser significativa. Como demostró Morey (2006), en muchas sociedades, los perros gozan de una posición social y espiritual ambigua entre los animales y las personas. Como mascota, su situación puede ser homologada al parentesco o la dependencia personal. En un trabajo reciente, Martínez (2010) describió los ritos mortuorios del poblado actual de San Antonio, en el valle Del Cajón (Catamarca). Relata que nueve días después del entierro se realizaba un segundo velorio, con un juego de ropas que simulaba la presencia del muerto, y para el cual se sacrificaba al perro principal o más preciado de éste. El caso de la Tumba 11 es muy interesante. Se ha dicho que pudo haber sido el lugar de reposo de un curaca u otro personaje importante (Debenedetti 1910; Pérez 1968; Nielsen 2001). Suponiendo correcta esta hipótesis, el guacamayo depositado allí (objeto 2615) pudo haber funcionado como un símbolo de estatus debido a su exotismo o por estar asociado a las redes de intercambio extrarregionales, en las que el curaca actuaría como intermediario. Por otra parte, las plumas de aves tropicales fueron un artículo de intercambio frecuente en los Andes, que se utilizaba para la confección de textiles, tocados y para decorar estatuillas de madera (Schindler 2000). En la costa de Perú se hallaron paneles tejidos y miniaturas de túnicas de la cultura Wari cubiertas con plumas de A. macao y A. ararauna (Conklin et al. 1996), y se conocen piezas Chimú similares (Rowe 1984). Estas plumas fueron traídas de las tierras bajas, al otro lado de los Andes. Por lo tanto, el esqueleto 2615 podía estar relacionado con la producción de textiles de uso suntuario. Entre las ofrendas de la Tumba 11 se recuperaron minerales de cobre, restos de escorias y piedras de mortero, evidencia vinculada a la producción metalúrgica (Tarragó 1994; Tarragó et al. 2010). Esto también pudo ubicar al difunto en una posición prestigiada, dada la función simbólica de los metales en los Andes como portadores de cualidades numinosas e indicadores de estatus (González 2004). Por su complejidad y especialización, la metalurgia debió de haber sido vista como una serie de procedimientos mágicos, y el artesano, como una especie de chamán (Tarragó 1994; Tarragó et al. 2010). A este respecto, son útiles los indicadores sugeridos por VanPool (2009) para la identificación arqueológica del chamanismo: 1) imaginería chamánica, como representaciones entópticas, criaturas liminares y animales tutelares, colores asociados a los estados de conciencia alterados, etc.; 2) instrumentos musicales y para hacer ruido; 3) plantas psicoactivas, químicos, e instrumental para su preparación y consumo; 4) altares y áreas de actividad ritual; 5) otros objetos, como fetiches o piedras de cuarzo. Haciendo un breve repaso del ajuar, vemos que algunos ítems se ajustan a estos criterios. Para empezar, tenemos varias campanillas de oro y bronce que, de acuerdo con Debenedetti, formaban parte de cinturones de baile y que según Tarragó y colaboradores pudieron haber estado cosidas a la ropa (Tarragó 2011; Tarragó et al. 2010). A esto se agrega una vincha y varias placas de oro, que también componían el atuendo. La importancia acústica y visual de estos adornos permite imaginar alguna clase de baile o exhibición ceremonial. También se hallaron en la tumba dos tubos de hueso, uno de los cuales Debenedetti identificó como un instrumento musical. Por su parte, Tarragó y colaboradores (2010) propusieron que podían utilizarse para el consumo de alucinógenos. Observemos además que los guacamayos son aves forestales y que tal vez estuvieran asociados a la circulación y consumo del alucinógeno obtenido del cebil (Anadenanthera colubrina var. cebil). También se encontraron dos amuletos de alfarería en forma de llama, de las cuales sólo una estaba completa y representaba a una hembra con las mamas y los genitales destacados. Estas piezas pudieron ser "illas", como sugiere Debenedetti, o representaciones de animales tutelares. Otro ejemplo serían las placas de oro recortadas en forma de camélidos. De ser correcta esta interpretación, se nos ocurren otras razones posibles para la presencia del esqueleto de guacamayo. Las aves y el vuelo son un tema recurrente en el chamanismo y simbolizan el poder de acceder a otros mundos y, por lo tanto, a los estados de conciencia alterados y sacralizados (Eliade 1976; VanPool 2009). En la iconografía de la cultura Casas Grandes del sudoeste norteamericano (1200-1450 DC), los guacamayos aparecen como animales tutelares y forman parte de los temas asociados del vuelo y la transformación (VanPool 2009). En el Noroeste argentino existen indicios de una concepción análoga en la cultura La Aguada. En una placa de bronce proveniente de Beni, Bolivia, figuran dos psitácidos sobre los hombros del sacrificador. Parecen sustituir así a los felinos habituales, interpretados por González (2007) como símbolos de la transformación chamánica, y que otros autores identifican con la deidad solar andina o punchao (Pérez 2000). También figuran psitácidos a los costados del sacrificador en la placa de Tolombón, pieza adscripta al siglo IX por A. R. González (2007). No es mucho lo que podemos decir sobre la pieza 2633. Sin embargo, querríamos mencionar que muchas especies de felinos silvestres del NOA tienen el pelaje moteado al modo del jaguar. De haber estado la mandíbula unida a una piel utilizada como atuendo, podríamos pensar en la connotación de otros significados. En especial, nos remitiría a los motivos felinícos de La Aguada y al complejo de transformación chamánica (González 1998, 2007). Por ejemplo, en La Rioja se halló un mango de hacha en cuyo extremo hay tallada una representación del sacrificador, que lleva sobre la cabeza y la espalda una piel de felino (González 1998: 115). No estamos, por supuesto, pensando en una manifestación local de La Aguada, pero coincidimos con Rex González en cuanto a la existencia de un trasfondo ideológico común a los Andes meridionales (González 2004). Si los hallazgos de La Isla son indicadores de un desarrollo de la complejidad social hacia fines del primer milenio en la Quebrada de Humahuaca, asimismo podemos sostener que esta demarcación material de las diferencias estuvo mediada por una cosmovisión más amplia. Para el periodo Medio del valle de Ambato, Núnez Regueiro y Tartusi (2002) postularon el desarrollo de jefaturas cimentadas por una ideología mágico-religiosa, materializada en la cultura La Aguada, y organizadas en torno a centros ceremoniales como la Rinconada. Otro ejemplo es una propuesta reciente de Nastri (2008), según la cual la iconografía cosmología analogista que busca superar por medios retóricos las discontinuidades interiores y físicas -incluidas las diferencias sociales-, y en la que el sacrificio y la violencia ritual ocuparon un lugar destacado. El analogismo sería adecuado a una sociedad jerárquica y a un chamanismo vertical (Nastri 2008). En el estado actual de la investigación no podemos probar la existencia de una situación análoga en la Quebrada, pero sí se justifica abrir el interrogante.

Agradecimientos

Deseo extender mi agradecimiento a diferentes personas e instituciones. En primer lugar, a Myriam Tarragó y Gimena Ávalos, quienes me propusieron la presente investigación, y al personal del depósito de arqueología del Museo Etnográfico. También querría reconocer la ayuda que me brindaron los investigadores del Museo Argentino de Ciencias Naturales Cecilia Kopuchian, Yolanda Davies, Pablo Tubaro y David Flores. Agradezco además a Guillermo Mengoni, Raúl Valadez Azúa, Bárbara Martínez, Clarisa Otero, Norma Pérez, Luis González, Valeria Palamarczuk, Javier Nastri y al personal de la Biblioteca de Aves Argentinas. Querría, en esta ocasión, agradecer a Mónica Ferraro, de la Biblioteca del Museo Etnográfico.

NOTAS

1.- Por cierto, esta urna lleva el número de catálogo 2639, que en la misma obra se le asigna también a una gran olla negra desenterrada en la Tumba 6 de la Necrópolis A. Asimismo, su descripción no está incluida en el capítulo dedicado a las urnas funerarias de La Isla (Debenedetti 1910: 209-211).

2.- Siguiendo a González (2004) y Tung (2007) entre otros, optamos por el término cabezas-cercenadas (disembodied heads) en lugar de la denominación más usual de "cráneos-trofeo", por remitir esta última a la práctica de la cacería de cabezas o a su exhibición.

3.- La presencia de un esqueleto completo generalmente se considera como un indicador de que el animal fue sacrificado en forma previa a ser depositado como ofrenda fúnebre. Otra posibilidad sería que se tratara de un animal embalsamado.

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