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Intersecciones en antropología

versión On-line ISSN 1850-373X

Intersecciones antropol. vol.14 no.1 Olavarría jun. 2013

 

FORO DE DISCUSIÓN

Linajes y culturas diaspóricas lojianas. La genealogía como dispositivo de protección en el exterior

 

Esmeralda Broullón Acuña

Esmeralda Broullón Acuna. Grupo de Estudios Americanos (GEA). Centro de Ciencias Humanas y Sociales, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CCHS-CSIC). C/Albasanz 26-28, Madrid. E-mail: esmeralda.broullon@cchs.csic.es; esmeralda.broullon@uca.es


RESUMEN

El siguiente texto explora el imaginario de la diáspora contemporánea hispano-argentina. Memoria, historia, identidad y linaje son los pilares sobre los cuales se sostiene el rastreo genealógico de una cultura transatlántica, habida cuenta de la proximidad cultural de la Argentina y Espana. Para ello hemos tomado como referencia a una de las autoras más representativas del panorama histórico etnoliterario hispano-argentino como es María Rosa Lojo, y particularmente su última obra: Árbol de familia, en cuanto documento testimonial y espacio de análisis antropológico.

Palabras clave: Culturas atlánticas; Frontera; Genealogía; Linajes; Imaginario lojiano.

ABSTRACT

Lineages and cultural diaspora in the lojiana work. The genealogy like protective device in the foreign. This text explores the imaginary about contemporary hispanic-argentinian diaspora. Memory, history, identity and lineage are the axes than support the genealogy of a transatlantic culture, between Argentine and Spain. So we've taken as reference one of the authors most representative hispanic-argentinian historic ethnoliterary scene as Maria Rosa Lojo and particularly her last work: Árbol de familia, in order to testimonial document and anthropological analysis.

Keywords: Atlantic cultures; Border; Genealogy; Lineages; Lojo's imaginary.


 

LINAJES Y CULTURAS DIASPÓRICAS LOJIANAS

La narrativa y el imaginario lojiano ahondan en el proceso sociohistórico de las culturas diaspóricas hispanoamericanas contemporáneas. Mediante éstas, María Rosa Lojo realiza un ejercicio tenaz por fusionar ambas orillas atlánticas, suspendidas sobre un fluctuante eje configurador de identidades personales fronterizas que, como tales, se insertan en unas estructuras sociales dinámicas. La escritora hispanoargentina enfatiza en su obra dicha dimensión a través de las experiencias disociativas de los hijos del exilio y la emigración española a la Argentina. Unos agentes sociales que heredan el retorno como patrimonio, al mismo tiempo que retoman las contrapuestas valoraciones de sus progenitores hacia la matriz identitaria1; si bien una memoria sobre los orígenes es sondeada por la autora desde su primera novela: Canción perdida en Buenos Aires al oeste (Lojo 1987). En este marco, la acción de gran parte de sus interlocutores, en permanente estado de transitoriedad, se despliega sobre un universo mítico que -ante la búsqueda de las fuentes genealógicas- aflora en nuestra cultura posmoderna. Los sujetos lojianos, al rastrear sus raíces, alzan un "árbol" del cual brota una diversidad de ramificaciones filiales a los dos lados del océano; tema recurrente en la narradora y definitivamente constitutivo en su última novela que, bajo una distensión última, logra anudar los lazos y vínculos inmemoriales de la cronista principal. Esta hermosa novela, colmada de personajes, transfiere la memoria de una historia colectiva compartida por las experiencias del nomadismo en sus protagonistas y el choque entre culturas que estos experimentan, apostando por el mestizaje y trascendiendo una vez más el peso dicotómico del par civilización y barbarie en la construcción de la moderna argentinidad2. La prosa lojiana se nutre de una rica imaginería semántica pero sobre todo de una cosmovisión "visionaria" que permiten al lector desmadejar la simbología que habita en sus textos3. Más allá de la racionalidad instrumental, la creadora incorpora nuevas sendas por las cuales transitan unos desubicados seres. De ahí la puesta en escena de una dimensión sobrenatural y onírica que advierte de la pluralidad de resignificación en las prácticas sociales frente a las confinaciones en las cuales, por lo regular, aparecen inmersos los actores. Su imaginario parte de una doble dimensión espacial -y preposicional-, desde la cual se posicionan sus criaturas. La armónica combinación de imágenes y palabras que compone en sus pasajes danzan en un ritual ontológico sobre el tránsito, lo cual posibilita la visión del otro lado -otredad- caracterizado por lo oculto y lo profundo, frente a la transparencia de lo real (Sauter 2006: 155). Dicho de otro modo, en su obra en general, pero en su primera y última novela en particular, los personajes lojianos asisten a un permanente desdoblamiento de la realidad que los lleva a debatirse bajo una constante dimensión platónica; es decir, entre un supuesto mundo real y su copia. Y es de este modo que María Rosa Lojo sostiene que, mientras el exiliado vive "enajenado de lo propio", la siguiente generación experimentará como hijo de exiliado estar enajenado "en lo propio" (Crespo 2004: 11).

CULTURA ULTRAMARINA ATLÁNTICA. A PROPÓSITO DE ÁRBOL DE FAMILIA

En su última novela, Árbol de familia (Lojo 2010), María Rosa Lojo reconstruye la genealogía de una familia a través de cuatro generaciones. La escritora hispanoargentina diserta a su vez sobre los fundamentos sociales del parentesco4, al permitir que la narradora principal recupere los recuerdos filiales mediante el poder evocador del retrato5. Bajo este proceder rememora, realizando una minuciosa descripción, la trayectoria de los componentes del linaje -patrilineal y matrilineal-, en un contexto sociopolítico y cultural determinado. El relato, que acontece durante el intempestivo siglo xx hasta adentrarse en el nuevo siglo, transfiere al lector la imagen y la biografía de cada familiar; y recompone un imaginario diaspórico transatlántico contemporáneo. Desde la convergencia de esta mirada la protagonista desdibuja las ramificaciones de un mismo tronco que brotan a uno y otro lado del océano, y que vinculan ambas orillas atlánticas conectando dos países con una gran proximidad cultural como son Espana y la Argentina. Este vínculo identitario es simbolizado desde las primeras líneas de su obra, ya que sus personajes se asoman al Atlántico y se reflejan en el lado inverso transoceánico. Una metáfora que Lojo articula en un juego de espejos al que podemos remitirnos desde su primera novela, Canción perdida.6: "Alguna de esas piedras se transformó en cormorán, y migró hacia el futuro con su historia en el pico, hasta dar con el espejo inverso de las rocas marinas, en los acantilados de este sur del mundo" (Lojo 2010: 31-32). Bajo la finalidad de enraizar la memoria familiar, restituida a modo de autobiografía -ficcional- por una descendiente de emigrantes, exiliados y retornados gallegos de/a la Argentina, Rosa, alter ego de la escritora, se erige en la voz principal de esta historia. De manera pictórica observamos a una joven abrir las páginas del álbum familiar y, a través de cada retrato, relatar sus trayectorias de vida. En ocasiones el lector puede abstraerse de la lectura y transportarse frente a este relevante dispositivo de la memoria que es el álbum, recurso propiamente memorialístico en la narrativa lojiana7: "El álbum permite igualmente la lectura de un tipo de representación del mundo de sus autores. Revela de modo privilegiado la articulación entre las inclinaciones subjetivo-creadoras de los individuos y la reproducción de modelos sociales, tanto en su contenido como en su forma fotográfica" (Jonas 1991, en Brisset 1996: 105-114). En primera persona y sin dar demasiados detalles acerca de sí misma, Rosa muestra su perfil genealógico tras una primera aproximación de sus antepasados. Todos ellos forman parte del sustrato central de la novela8, mientras que la cronista se posiciona como hija de la emigración y el exilio transoceánico. Extraviada y ligeramente desarraigada, recompone sus orígenes e identidad -fluctuante- a partir de las historias de cada predecesor, cuyos relatos particulares se entrelazan en una historia común, erigiéndose, al igual que en su primera novela, el linaje familiar y la memoria en la gran protagonista: "A veces, por las noches, refugiada en sus dos apellidos marinos, Rosa Ventoso Marino, hija del armador de dornas, tomaba una caracola escondida bajo la almohada como un amuleto protector, y la acercaba a su oído para escuchar el viento, que era su lengua padre" (Lojo 2010: 65). La narradora, frente a las hojas abiertas del álbum familiar, se propone bosquejar las raíces de procedencia, en cuanto pilares sustentadores del individuo, a partir de las dos ramas de su mismo tronco: la paterna, de origen gallego y la materna, de origen castellano. De la primera se deduce el encabezamiento suscrito en la primera parte de la novela, titulada Terra pai, un relato introducido por un clásico poema sobre la emigración de Rosalía de Castro (Lojo 2010: 15). Mientras que la segunda parte rememora el itinerario de la rama materna, socavando sus raíces castellanas encuadradas bajo el subtítulo "Lengua madre", linaje que es presentado al lector mediante un fragmento-epígrafe tan rotundamente castizo como es el Cantar del Mío Cid (Lojo 2010: 145). Ambas ramificaciones fragmentan con desiguales consecuencias identitarias para la protagonista el tronco en el cual se sujeta este pictórico retrato familiar. El texto es una valiosa aportación sobre la relación entre historia y memoria9, así como el papel de esta última dimensión en la configuración ontológica pues, mediante el ejercicio de la memoria, los individuos -a la vez que trascienden el nihilismo frente a la muerte y el olvido- disciernen sobre las diferentes "verdades" de los hechos acontecidos y constitutivos de su realidad: "Esas cosas dijo que oyó Isolina, pero no las contó a nadie entonces, y quedaron oxidadas en un rincón de la memoria, y les crecieron el musgo verde y la tupida hierba, a tal punto que cuando decidió desenterrarlas ya no sabía si eran ciertas, o si eran las que ella misma hubiese dicho de haber estado en el lugar de la madre" (Lojo 2010: 23). La pluralidad antropológica del texto de Lojo hace de éste un pretexto de análisis etnohistórico y sociológico sobre las experiencias de cada uno de los miembros que componen ambas ramas genealógicas, ya que aúnan una historia sobre el transtierro en el sujeto contemporáneo. En consecuencia, y como si de un trabajo de campo se tratase, hemos abordado los testimonios personales dentro del marco sociopolítico, cronológico y geográfico que la escritora nos lega en esta memoria compartida -en un marco de espejos inversos- entre ambas orillas atlánticas.

CULTURA ULTRAMARINA Y LINAJE PATRILINEAL

La rama patrilineal que se entrecruza con la matrilineal en el árbol genealógico ficcional desplegado en la última obra de Lojo se cimenta sobre la trama de diez personajes que irrumpen de un mismo entorno paisajístico: la Galicia marítima y rural, donde lo sagrado y lo profano, bajo tenues fronteras, salvaguardan la vida cotidiana de sus moradores. La protagonista, Rosa, ahonda en las "dos Espanas", guiada por un primer retrato que será el de su bisabuela paterna: dona Maruxa, la hechizada, a embruxada. Tal como viene inspirándose desde su primera novela, a través de éste y otros personajes del correspondiente linaje paterno, Lojo recupera el papel que cumplen los mitos y las leyendas en el trasfondo de sus crónicas. La autora nos acerca paralelamente al ámbito del trabajo dentro de la colectividad familiar y al reparto de tareas en la sociedad de origen paterno-filial a comienzos del siglo xx. Pero sobre todo, nos muestra la determinación del sacrificio del individuo a favor de esta colectividad. De ahí que a embruxada transgreda -con su postración e invalidez que ni la ciencia ni la magia consiguen curar- un fundamento que en definitiva es, además de un elemento de cohesión, el motor social y económico de la comunidad en la cual se insertan los personajes10. María Rosa Lojo introduce al lector en dicha cultura mediante el uso de términos lingüísticos propios así como en su imaginario cultural y religioso -la presencia fantasmal de las almas, más allá de la muerte y sus correspondientes instituciones: A santa compana-, lo que permite apreciar el papel determinante de la iglesia y sus pastores (Lojo 2010: 28-29). Por otro lado, valores como el orden y la pulcritud encumbran el mundo femenino:

Cuando llegaron, la meiga pidió agua para lavarse las manos. Se la trajeron, en una palangana sin desportillar, y le acercaron para secarse un paño blanquísimo, bordado en punto de cruz. Lo primero que hizo, antes de revisar a la enferma, fue mirar la casa. Todo relucía en un orden estricto, casi hiperbólico (Lojo 2010: 21).

Las dicotomías de lo sagrado y lo profano; la superstición, la magia y la ciencia son los ejes que estructuran las prácticas sociales expuestas en la escenografía literaria (Lojo 2010: 20, 25), al mismo tiempo que los personajes interponen y sopesan sus fuerzas frente a un constrenido entorno. Con ello Lojo nos aproxima a la influencia del paisaje en los sujetos, y corrobora el valor de la dimensión física y el arraigo de estos al mar y a la tierra: "La vida era dura en Barbanza. Dura como la tierra labrantía sobre el suelo de roca, que se hacía rogar su fruto escaso. Dura como las dornas que se tragaba el mar, porque los hombres tensaban el hilo hasta el final y afrontaban la muerte, antes que volver con la barca vacía" (Lojo 2010: 30). Tanto el territorio físico, como el cultural o el simbólico mostrados están básicamente habitados por féminas, estimamos que ante la ausencia de varones, bien por la larga coexistencia de la región con el fenómeno migratorio como por la actividad en el mar, reclutadora de un ejército de reservas masculinas. Por ello la "casa familiar" es reconocida por el topónimo de su matriarca (Lojo 2010: 35): María Antonia, suegra de "la hechizada" -representada como una mujer temerosa y menesterosa- y tatarabuela de la cronista, joven viuda y férrea autoridad familiar y parroquial de quien, sin embargo, no existe un sólo retrato. Aun así, la memoria del padre de la narradora, Antón, legaría el suficiente recuerdo de su existencia como para bosquejar unos orígenes de autoridad femenina. El énfasis sobre la administración doméstica a través de la figura representativa de María Antonia, dentro del ámbito privado pero con sutiles trazos limítrofes en lo público, reordena el imaginario de la feminidad en la sociedad de partida11 y nos muestra hechos y prácticas culturales a modo de estrategias que serán transferidas al otro lado del océano. En cuanto al primer recuerdo y antecedentes de la experiencia transoceánica familiar, éste se remonta al padre de María Antonia: Cristobo de Nabor. Personaje que a su vez conserva los libros de cuentas de un lejano antepasado, el "escribano de Indias", de quien no se guarda más legado que los documentos custodiados en un viejo arcón (Lojo 2010: 36). Sin embargo, el escribano irrumpe de nuevo en esta historia, entrecruzando los linajes a lo largo de su obra narrativa, tal como se percibe a través de la presencia del mismo en Canción perdida. Mientras tanto, la dramática situación de Espana y particularmente de Galicia entre finales del siglo xix y principios del siglo xx provocaría un éxodo sin precedentes, por lo que tres de los varones de "la casa de María Antonia", hijos de Benito y la hechizada, partieron en 1900 hacia Buenos Aires. Entre ellos se encontraba el abuelo paterno de la narradora: Ramón, el músico, quien desenlaza a partir de sí mismo parte del nudo de la trama:

Pero que podía valer cualquier pasado en aquellos tiempos de presente amargo, si lo único que se esperaba era el advenimiento del porvenir. A Espana no se puede volver más que a encallar, como un barco viejo, diría Ortega, años después. De Espana y Galicia especialmente, sólo se pensaba en salir, siempre que todavía se tuvieran las dos piernas nuevas y las espaldas anchas para soportar el viaje y el trabajo (Lojo 2010: 36, destacado en el original).

La novela recobra el ambiente y el paisaje de la ciudad de Buenos Aires de principios de siglo. E incorpora la acción de los agentes que configuran la sociedad de acogida, al agregar elementos propios en el proceso urbanizador, como el tango, el compadrazgo, el burdel, figuras como "chulos" y proxenetas con aspecto afeminado que confrontarán con los recién llegados "gallegos patasucias". Es decir, el texto congrega no sin fricción los personajes de la sociedad portena de comienzo de siglo (Lojo 2010: 37-38). Por su parte, los tres inmigrantes y laboriosos labriegos se ocuparán en el nuevo marco urbano en el sector servicios, regentando una fonda-bodega de la cual lograrán su propiedad con el transcurso del tiempo y tan sacrificada dedicación. Será el trabajo abnegado, sustentado sobre el parentesco y el paisanaje, aquello que medie en la prosperidad del negocio familiar. Mientras tanto, las prácticas de sociabilidad durante el escaso tiempo libre son representadas en el territorio de las casas regionales y el asociacionismo, recuperando bailes, romerías propias y festividades locales (Lojo 2010: 39). Lugar propicio para la reproducción de las relaciones endogámicas donde Ramón conocerá a Rosa, abuela y tocaya de la narradora: "La hechizada lloró a mares. Era el primer hijo que se le casaba, con ser el menor, y se casaba fuera, y así -temió- ocurriría con todos los otros. Sus nietos irían creciendo lejos, chatos y descoloridos, en el papel sepia de las fotografías" (Lojo 2010: 42). El relato genealógico permite entrelazar la filiación y el detalle de las trayectorias particulares de los personajes. De este modo antecede los motivos por los que la abuela Rosa -Ventoso Marino- emigra a la próspera Argentina. Ésta llega sola a la ciudad con la finalidad de sostener la débil economía familiar, tras el accidente sufrido en el mar por parte del pater: Luís Ventoso, armador/patrón de dornas en Porto do Son (Coruna), quien vendió su alma mientras probaba sus fuerzas frente o demo, tentado por la aventura americana (Lojo 2010: 50 y ss.). Esta fábula emerge igualmente en Canción perdida. Por ello la joven emigra buscando el sustento básico del grupo doméstico, y dedica sus conocimientos al oficio de costurera ante las posibilidades articuladas por las clases emergentes (Lojo 2010: 42). Su biografía está estructurada permanentemente por la añoranza de la familia y el continuo acecho de la pobreza en los inmigrantes frente a las expectativas de la abundancia del Nuevo Mundo. En la figura de Rosa el desarraigo adquiere una vital preponderancia, siendo el mar y la tierra sus elementos configuradores (Lojo 2010: 70). A través de la estética del retrato la autora recompone parte del tejido social migratorio de la Argentina: "Será la única imagen en que la abuela aparezca con su pelo al aire, sin el panuelo negro de las campesinas que usará en la vejez [...] No hay en casa otra foto de ella, salvo una muy pequena, donde apenas se ve a una anciana de luto, igual a cualquier otra -de Grecia, Galicia o Sicilia- frente a la puerta de una casa de piedra" (Lojo 2010: 43). Esta parte de la historia sobre la genealogía de una familia de inmigrantes subraya el imaginario del éxito de la empresa migratoria transoceánica, y coincide con el regreso del abuelo Ramón -"quien en realidad nunca salió de pobre" (Lojo 2010: 69)- y la abuela Rosa a la sociedad de partida en la época ilusionista del primer Centenario de la Independencia (1910). El reclamo de los padres ancianos y el fulgor nostálgico de la tierra, sostenida sobre uno de los sistemas de herencia como es a millora12, favorece el retorno de la pareja a Galicia. En consecuencia, se producirá el primer choque cultural de los actores y entre ambas orillas atlánticas por la dicotomía de lo rural frente a lo urbano de la expansión rioplatense, abandonada por el retorno al lugar de origen (Lojo 2010: 45-46). A través de la descripción de un viaje de ida y vuelta son representados el resto de los personajes, cuyas "pequenas historias" pueden ser leídas de manera independiente, bajo la composición de un relato breve, en forma de leyenda o conto singular, sobre la cultura gallega. Y así emerge de manera entrecruzada en el árbol genealógico el testimonio -no menor en el encuadre del relato- de Felicidad, la tía "solterona", hermana de Ramón, quien encarna el estereotipo de la mujer al servicio del grupo doméstico por sus dotes austeras para el gobierno de la casa (Lojo 2010: 71-81). Mediante la relación de la joven con el casto maestro del pueblo la narradora describe el microcosmos de la parroquia rural gallega13. Ambos perfilan unos individuos marginales pero de cuya confinación Felicidad consigue extraerse y, huyendo del único futuro posible, preferirá servir en la capital, donde finalmente logra armar una vida propia, aunque maltrecha por las circunstancias de la guerra civil española (Lojo 2010: 87-88). De igual modo hacen su aparición en la trama figuras inocentes y locos desentendidos, que luego la genética replicará como un destino similar en otros descendientes del mismo tronco. Es el caso de Domingos, hijo de la hechizada y Benito, hermano de Felicidad y Ramón, que habitaría el mundo de los animales y árboles, para más tarde ser incorporado como parte del patrimonio familiar proseguido por Ramón y Rosa (Lojo 2010: 58, 62). La sucesiva aparición de otros prototipos da muestra de las relaciones de dominio y de poder sobre la población en el microcosmos parroquial, especialmente a través de la Iglesia y particularmente en la figura de los párrocos. Un perfil representativo lo constituye, dentro de este árbol genealógico, el tío cura de Cespón (Lojo 2010: 88), un avaricioso y lujurioso personaje que recrea la Galicia rural pobre y desasistida, aunque cobijada bajo el manto de la religiosidad popular. Realidad que permite desplegar otra faz del árbol, conformada por los familiares anticlericales y ateos como Antón el rojo, padre de la narradora, si bien el apodo de "rojo" se adscribe a todos los descendientes de la casa de María Antonia por sus simpatías con el anarquismo. Hijos de la pobreza y el hambre, aunque no de la desdicha, se vieron abocados a la emigración a América, donde Antón, como exiliado, habrá contraído nupcias con dona Ana, una bella y afligida mujer de origen madrileno. La trayectoria de Antón y su esposa, padres de la relatora de esta historia familiar, ocupa una parte central del árbol genealógico que, a punto

Antón, empero, no recordaba haber sido desdichado [.] ?No se había casado con dona Ana, la Bella, que además era madrilena? ?No tenía dos hijos? [.] Antón se obstinaba en situar en ese pasado remoto y pobre el centro de su existencia y el irrecuperable lugar de la perfección. Aquellas cosas añoradas estaban embellecidas por una distancia imposible de acortar: el exilio. [.] Tardé en entenderlo: mi padre había traído con él su Paraíso Perdido [.]. Ningún elemento del legado materno [.] pudo competir -al menos para mí- con la belleza secreta de ese mundo arcaico y por lo tanto inmortal y seguramente mágico, porque en él había quedado presa el alma de mi padre (Lojo 2010: 99-100).

El progenitor es representado desde la fortaleza del héroe caído tras la experiencia del exilio. Sostenido en sus propios recuerdos, en el ansiado regreso y el legado memorialístico de una identidad propia, Antón transmite a su hija el patrimonio del exilio que, en definitiva, es aquello que permite construir esta historia novelada en forma de retratos y linajes en vías de desaparición. La escritora ahonda en la fuerza del paisaje para transmitir al lector determinadas pulsiones que se revitalizan en torno a él. Así, la candidez y la belleza del escenario, el misterio y las leyendas mágicas de la tierra, presa en el alma extraviada de Antón, permanecen en la retina de la autora que materializa este legado. En consecuencia, Antón el exiliado, de gustos exquisitos, reproduce en el jardín de su casa sus recuerdos de infancia precaria pero dichosa. Una remembranza cuyo mayor símbolo es un castaño que (se) resiste al "clima bonaerense". Este árbol será la realidad de su pasado en su nuevo destino (Lojo 2010: 102-103). Bajo el cerco de sus ramas constituirá una familia y bajo él se habría cobijado veintisiete años sin la posibilidad de retorno desde su marcha en 1948. El esbozo genealógico traza a su vez diversas ramas colaterales por vía consanguínea y otras cuya conexión adscrita a la familia política se entrecruzan en la conformación del tronco central, a uno y otro lado del Atlántico. La protagonista repara en la historia de Rafaelino el bígamo, ateo y padrino de bautismo del hermano de la narradora. Un corpulento marinero que constituye otra familia en la Argentina al casarse con Asunción, gallega de origen. La narradora es prolija a la hora de transmitir la experiencia de la pobreza en relación con la abundancia del nuevo hogar de Asunción. Retrata a unos personajes felices, a pesar de su condición de parias y su procedencia de una tierra que expulsa a sus habitantes. Un modo de felicidad o dicha que no se plasmaría en cambio en la rama materna (Lojo 2010: 109). Pero la cronista, además de aproximarnos a un capítulo de la historia de Espana mediante el bagaje de los sujetos, nos acerca también el paisaje lúdico que es el río donde su padre y sus tíos iban a banarse. Mediante esta descripción paisajística nos aproxima al mismo tiempo a la historia de otros actores, como don Alfonso, singular personaje, rodeado de una aureola de prestigio. Un señorito sin formación académica que acabaría teniendo conexión con la mafia de los narcos gallegos (Lojo 2010: 131). Pasado y presente se conectan en la obra de Lojo, pues esta realidad persiste en la realidad sociopolítica gallega. Rosa, en su tentativa de arraigarse a su última rama paterna, construye una vía simbólica que le permite transitar entre ambas orillas y no extraviarse en la conmodo que concibe la idea del "corredor", en cuanto un lugar real que sirve a ésta como punto de partida en el que posicionarse ante la frontera que se erige el territorio construido como "ni de aquí ni de allá". El corredor es el puente simbólico y físico -en cuanto que crea condiciones materiales de existencia- para el retorno. Ella es la narradora-creadora de este puente, lazo de unión, cuando el padre, perdida su memoria, no consiga regresar. Es así como podrá sentir rozar el viento que sopla o las campanas que llaman a los vivos y a los muertos (Lojo 2010: 133-135). Pues la longeva presencia del tío soltero, el tío Benito, último representante del clan paterno, única raíz de la casa, renovada, de María Antonia, espera la vuelta del último testigo, que es Rosa (Lojo 2010: 137). Ésta, portadora de la memoria familiar, configura magistralmente cómo se articula su identidad plural y habilita la posibilidad del regreso a ambas orillas desde la primera vertiente del fin de la tierra que es Finisterrae, donde se divisa un país de ausentes, como parte a su vez de la memoria colectiva de la Galicia del siglo xx y xxi (Lojo 2010: 139-142).

TIERRA ADENTRO. EL LINAJE MATRILINEAL

La última obra de María Rosa Lojo puede ser leída como si estuviera constituida por dos novelas, si bien ambos linajes o ramas familiares son ineludibles para la continuación y rememoración de la saga de la narradora. La línea materna es menos prolija pero no menos sustancial, ni en sí misma ni para la trama que irrumpe con la presentación de su madre, quien reaparecerá bajo el recuerdo de otros retratos familiares. A diferencia de los orígenes paternos, la memoria de dona Ana está vinculada territorialmente a la capital madrilena. En este sentido, muestra un personaje con deseos cosmopolitas, frente a los seres integrados a un paisaje expansivo y sobrecogedor que los conecta desde tiempos inmemoriales al sentido de la tierra, como en el caso paterno. Un legado materno que la cronista tan sólo podrá mantener en la otra orilla mediante la frágil complicidad de un primo: Alfredo, quien se convierte en su correspondiente "corredor" materno. La progenitora, nacida en una familia con poderes pero arruinada en el marco de la crisis decimonónica y finisecular española, arrastra el pesar del pasado que pudo haber sido y no fue: "Dona Ana no podía lanzarse por la pendiente de su peligrosa belleza para sacarle partido, como Rita Hayworth o, peor aún, como una demimondaine cualquiera. Había nacido en una familia decente y arruinada de la antigua Espana" (Lojo 2010: 149). Y en este sentido, Ana guarda, salvando pequenas diferencias, estrechas similitudes con el personaje de la primera novela de Lojo: Carmen Albarracín. A partir de este perfil y de su encuadre, el relato se retrotrae a otros personajes, como dona Julia, abuela de la narradora, cuya orfandad por la locura de dona Juliana, su madre, la llevan al servicio como doncella de dona Margarita, una mujer francesa y liberal que actuó como su verdadera progenitora (Lojo 2010: 157). La autora describe el imaginario femenino en el marco del exilio explorando las contradicciones que habitan en el discurso de la maternidad como construcción histórica y cultural14. Los personajes femeninos tienen una significativa relevancia en la obra lojiana. Las mujeres, sujetas a una estructura patriarcal, despliegan distintas cualidades dentro de cada historia, aunque pudieran verse relegadas al varón, padre o esposo. No obstante, la condición femenina lojiana es plural; de hecho, no encontramos trazos de homogeneidad en dicho universo, sino más bien todo lo contrario. Las féminas se presentan con una identidad propia, a pesar de las condiciones sociales de fragilidad en que se ubican. María Rosa Lojo recrea, tal como hizo en su primera novela, el peso de la institución del matrimonio en la trayectoria femenina. Por un lado, dona Julia se habría visto casada con un "guapo andaluz" que en realidad sólo le trajo "algunas alegrías y muchas miserias", y la sentenció "al servicio de los otros" (Lojo 2010: 165-166). El buen o el mal casamiento se erige en un valor determinante para el destino de las mujeres lojianas; en este caso particular, el matrimonio llevaría a dona Julia a un destino marcado por la sombra de la pobreza. La descripción de ésta refleja su propia condición soterradamente "humilde", es decir, la de una mujer "sencilla, impecablemente cosida, lavada y planchada como una muneca pobre" (Lojo 2010: 174). En el marco del retrato que pauta las secuencias de la novela, el legado de un relicario que contiene dos fotografías sirve de guía a esta parte de la historia familiar. A un lado de éste se encuentra el retrato del bisabuelo andaluz de la narradora, el capitán Calatrava, casado con dona Adela y muerto en Cuba. Tal es el caso de la representación del capitán, y en particular del abuelo Francisco, un "senorito"15 al fin y al cabo, de no haber pertenecido a una familia en bancarrota (Lojo 2010: 166). Mientras que al otro lado del camafeo la portadora de la historia familiar describe el retrato de la bella pero atormentada Ana. A partir de la profunda mirada de la madre, la hija y narradora principal disecciona la necesidad que ésta tuvo por la búsqueda de "belleza, la bondad y el dinero", así como el sustento referencial en la figura de un hombre que no logró alcanzar en el padre. De ahí que Ana -al igual que Carmen Albarracín- acepte casarse finalmente en Buenos Aires con quien "puede y no con quien quiere". Es decir, su primer novio, Pepe, joven universitario de la alta sociedad que acabó siendo fusilado durante la guerra civil (Lojo 2010: 175-176). En pocas líneas, pero con un conocimiento profundo, la autora nos aproxima al relato de "las dos Espanas", cuyo motor de la historia es el anticlericalismo. Al mismo tiempo, pone de manifiesto la función reguladora de la institución del matrimonio y la idealización del joven desaparecido con veinte años pero inmortalizado en el camafeo sobre el pecho de la madre, personaje que se torna central en esta segunda parte de su novela: "Ana confiaba, desde luego, en la salvación del matrimonio, que pronto llegaría con otro regalo más de Pepe (el más grande de todos) con los manguitos de piel y las botas katiuska, el anillo de bodas y los pendientes de oro fino con una gema tornasolada. Pero lo más importante no era eso, sino el amor" (Lojo 2010: 180). Dona Julia, asentada con sus hijos Ana y Adolfo en un suburbio al oeste de Buenos Aires16, representa la prototípica abuela española. Sobre ella recae la permanencia y salvaguarda familiar. Cuidadora de los nietos mientras los padres trabajan, su territorio se despliega en la cocina, donde sus prácticas domésticas muestran las estrategias disenadas por la imposición de una cultura del hambre tras la posguerra española (Lojo 2010: 225-227). Cultivada en la respetabilidad, aunque no en la estética (Lojo 2010: 224), contrapone dicho semblante a la de sus cunadas: "las tías de Barcelona", quienes, sopesando la estrechez de la moral, transgredieron los hábitos de la buena feminidad; mientras que la hija -de madre soltera- de una de éstas tratará de resarcirlas, precisamente mediante la abundancia mostrada en el mismo retrato. Por ello la cultura del retrato es determinante en la construcción del imaginario migratorio, en especial para elaborar un determinado discurso ante sí mismo y ante los otros. Entre los familiares maltrechos de la vía materna se encuentra igualmente el hijo de dona Julia: Adolfo. Éste, mediante un deliberado oxímoron, se erige en un personaje circense con ínfulas de "gitano senorito" (Lojo 2010: 187). Las ocupaciones de Adolfo permiten a la autora recrear una vez más -y tal como manifestó en su primera novela, Canción perdida, a través de la figura de Miguel- el esplendor cultural de Argentina frente a la grisácea cultura y política española, así como la proyección expansionista y el estilo de vida americano. Bajo esta coyuntura y ante el perfil de Adolfo, el trabajo se le resistiría al carecer de cualificación o forma alguna de ganarse la vida, a diferencia del resto de los personajes, todos ellos instituidos como sujetos laboriosos y resistentes a las adversidades. Por su parte, Adolfo -o Fito-, nieto de dona Julia, hijo de Ana y Antón y hermano de la narradora, se mostrará extraviado por su destino de individuo trastornado (Lojo 2010: 244) y de este modo aparecerá autocondenado a la sombra del tío Domingos, el inocente (Lojo 2010: 248). Al igual que en su primera novela, Lojo nos muestra la realidad de unos individuos -tal como es el caso, aunque trazado bajo otro perfil, de uno de los personajes de su primera novela: Luís-, posicionados entre los márgenes de la razón y la locura. El entorno y sus circunstancias acabarán por condenarlos a un destino trágico pero cuya memoria forma parte del destino de los otros.

EL IMPERATIVO ONTOLÓGICO LOJIANO: EL PENSAMIENTO NÓMADA

El argumento central de la novela de María Rosa Lojo, Árbol de familia, disecciona el proceso de identidad y alteridad al que asiste Rosa, la protagonista principal de la historia. Ésta reconstruye su autobiografía moldeada por una pluralidad de personajes, que en ocasiones se entrecruzan a lo largo de la extensa obra de la creadora hispanoargentina. Mediante el retrato y la visión que inspiran cada sujeto, la autora aborda plurales experiencias en torno a la emigración, el exilio y el retorno hispano-rioplatense. En su narrativa, por lo regular, confluyen diversos subtemas que enriquecen su última obra, tan plástica, al emerger dimensiones como el extranamiento, la memoria, la identidad o el linaje familiar como dispositivo de protección y dominio de los individuos transterrados. Aunque Árbol de familia mantiene el protagonismo de un sujeto escindido, un ligero desdoblamiento del "yo" permite a la narradora, alter ego de la escritora, avanzar, con respecto a otros posicionamientos discursivos que anteceden su prolija producción, en la experiencia enajenante de los hijos del exilio. La narrativa autobiográfica y sus modalidades "reales o ficcionales" se erigen en nuestra línea investigadora como fuentes testimoniales en las que se registran datos acerca de la experiencia humana. Asimismo, ofrecen un espacio de análisis antropológico para al investigador. Desde este enfoque metodológico que complementa y enriquece el proceso etnográfico y la información obtenida en un trabajo de campo, abordamos las experiencias de la emigración, la reconfiguración del retorno y el papel de la genealogía diseccionado por la protagonista mediante este documento testimonial. Bajo dicha perspectiva, la novelística de María Rosa Lojo constituye una valiosa fuente para el estudio de las identidades y las prácticas de vida nómadas. Por otro lado, la escritura autobiográfica, en cuanto expresión cultural, salvaguarda la memoria colectiva del desplazamiento frente al cambio social acaecido entre los siglos xx y xxi. La alteridad expuesta en Lojo cobra una especial relevancia, al acercarnos a la condición humana y al comportamiento de la colectividad migrante en determinadas coyunturas. Al tiempo que muestra los intercambios, las transferencias culturales y describe las prácticas, costumbres y tradiciones puestas en relieve por unos personajes que se resisten a caer en el olvido, manifestando estrategias de supervivencia y mecanismos de donaciones en el exterior. Lo anecdótico y el detalle pormenorizan su escritura y articulan un espacio privilegiado para el ejercicio de la memoria y su relación con la historia. De ahí que en el actual contexto de mundialización y ante la caída de los grandes paradigmas histórico-filosóficos, el individuo, posicionado ante unas circunstancias de fragilidad o incertidumbre, revitalice el pasado reciente y evoque una memoria reconfiguradora de identidades17. Podemos observar, a través del estudio de su primera y de su última novela, que la cultura narrativa lojiana se nutre tanto de imágenes como de palabras. En su rastreo memorialístico alterna un juego de transparencias y ocultamientos que la escritora va revelándonos mediante la trayectoria de unos seres oprimidos u opresores pero que, en definitiva, actúan en busca de una ansiada emancipación. En este sentido, su discurso narratológico permite al lector acceder a lo insondable de la condición humana desplazada y en permanente traslación; al mismo tiempo que recompone en el individuo valores como la piedad o la compasión, bajo un halo de espiritualidad religiosa y confesional. Si bien en el contexto descrito, el mandato familiar impera en el destino de los personajes. Por ello ahonda en el mundo interior y en las experiencias personales de cada componente de la genealogía trazada, representados tanto de manera hermosa como atroz bajo prácticas inhumanas e inclusive sobrehumanas, disertando en definitiva sobre la condición ontológica del individuo. La narradora hilvana un polisémico simbolismo configurado por ritos y mitos de un mundo sensorial, extraordinariamente animado, que trasfiere desde la primera a la última novela, reapareciendo en ambas el ser más temido: o demo. En consecuencia, el relato lojiano inserta en su trama leyendas y cuentos singulares cuyos personajes se entrecruzan a lo largo de sus trabajos tanto académicos como ficcionales. El retrato en Lojo adquiere entidad propia y se erige en el dispositivo privilegiado de la memoria. Los retratos vuelven a ser los mecanismos mediante los cuales la autora desbroza en su última obra la matrilinealidad de la narradora principal: procedente de "los hidalgos de provincias, llenos de pretensiones y vacíos de fortuna", la madre se verá sometida a la austeridad en el marco de la pobreza y la emigración tras la guerra civil española. En cuanto a la manda patrilineal y la morada familiar -reconocida en la parroquia de origen por la "casa de María Antonia"- estrechamente adscrita al mar y a la tierra, deja de pertenecer a la protagonista, en cuanto a su lugar físico, después que Benito (tío) vende la casa al hijo abandonado de la familia gallega de Rafaelino (tío), obstruyendo la posibilidad de regresar a ella, al tiempo que se resarce un antiguo honor mancillado. Sin embargo, y a diferencia de su primera novela, el círculo familiar continúa su trazado cuando Lojo logra conectar magistralmente ambas orillas, tras la reconstrucción de este árbol genealógico cuyas raíces brotan de manera entrelazada mientras que Rosa, su alter ego, perfila el proceso identitario al que asiste tras regular su estado en tránsito. En síntesis, el pensamiento lojiano irrumpe soterradamente contra determinadas instituciones y mecanismos tanto de protección como de sometimiento, aunque sus personajes actúen bajo el aura de la irracionalidad de la moral y el orden burgués. El deseo manifiesto de gran parte de éstos gira en torno a un cambio cualitativo de sus trayectorias, en permanente tránsito, representado a través de la fragmentación de los discursos y la centralidad otorgada a la subjetividad. Lojo recupera prácticas sociales, costumbres y tradiciones que difícilmente un antropólogo puede observar en el campo de estudio, debido a la extinción de determinadas culturas nómadas. La escritora disecciona el ámbito de las identidades a lo largo de su obra para finalmente incorporar diversos fundamentos en torno a la "diferencia": la alteridad, la pluralidad, lo marginal; de ahí su orientación deleuziana, próxima a un pensamiento nómada (Deleuze 1969a, 1969b), en el que ya no se da una supuesta unidad de lo real, sino más bien se muestra su anarquía, su dispersión, así como las renovadas diferencias sociopersonales que dominan a lo largo de su práctica discursiva.

NOTAS

1 Respecto del rastreo genealógico, es elocuente el discurso de María Rosa Lojo sobre el legado patrimonial en los hijos del exilio y la emigración, así como las percepciones elaboradas con respecto al lugar de origen familiar (Lojo, Página 12, 28 de enero 2010)..

2 En otros textos publicados hemos abordado la concepción rupturista de dicho binomio -encubridor de una lucha de poder y de clases- en la legítima representación, tanto simbólica como material, de la identidad nacional que terminaría por excluir las raíces propias. Es decir, una configuración sobre la argentinidad en términos eurocéntricos que transfirió una serie de prejuicios hacia lo mestizo e indígena por parte de la clase media argentina. Y un proceder conformador de una Europa en la Argentina que censura como bárbaro lo propio y exalta en civilizado lo ajeno. Por su parte, la autora, en su novelística, rescata elementos transculturadores donde incorpora valores y categorías de la población autóctona así como el de las colectividades migrantes que constituyeron la moderna nación pero que también serían negadas, tal como es el ejemplo de la colectividad gallega.

3 Sobre la dimensión que cumple el papel de la "visión" en la obra de Lojo, sugerimos la lectura de Sauter (2006: 137-160, 264-290).

4 El parentesco abarca el conjunto de individuos relacionados por vía consanguínea o por afinidad con los cuales nos reconocemos, instituyendo obligaciones y deberes, así como principios de lealtad y sentimientos de pertenencia e identificación. Para una aproximación al parentesco sugerimos la lectura de Lévy-Strauss (1969); Luque (1971: 101-118); Fox (1972: 9-50); Segalen (1992: 90-96); González Echevarría (1994). Mientras que la filiación es el proceso en que se concreta, de generación en generación, el parentesco entre personas.

5 Para una lectura tanto metodológica como epistemológica sobre el papel y el uso del retrato desde las ciencias humanas y sociales, sirvan de referencia las aportaciones compiladas en las Actas de las Jornadas de Archivo y Memoria (Grupo de Investigación Antropológica sobre Patrimonio y Culturas Populares [CSIC] y Archivo Histórico Ferroviario [Fundación de Ferrocarriles Españoles] 2008).

6 Con ello nos referimos, entre otros fragmentos, al discurso legitimado por Miguel sobre sus referencias identitarias: "Sé muy bien que todos los espejos de la casa paterna están para mí inexorablemente rotos" (Lojo 1987: 14).

7 El álbum familiar como dispositivo de la memoria es presentado por Lojo desde su primera novela, Canción perdida. Si bien en su última novela el registro fotográfico permite, en mayor medida, la fluidez de los vasos comunicantes espacio-temporales, a partir de un específico ejercicio de memoria fotográfica. Al respecto, sugerimos la lectura de Lojo (1987: 16).

8 Tal como su autora nos acerca de manera sintetizada desde las primeras líneas de esta obra, presentándose a su vez ante el lector. Véase Lojo (2010: 11-13).

9 Si bien concebimos que la memoria no es historia; estimamos que la Historia precisa de la memoria, tal como acontecen los sucesos traspuestos por las criaturas lojianas. Asimismo, en una escala metodológica hemos optado por la adopción de fuentes narratológicas, ya que éstas proliferaron a partir de la última década del siglo xx a ambos lados del Atlántico y fueron concebidas, desde nuestra perspectiva, como fuentes evocadoras de un pasado reciente y lugares de la memoria en el sentido aludido por Nora (1997).

10 Para una lectura sobre las dimensiones políticas y simbólica del hecho de "trabajar para la casa" en la cultura gallega, remitimos a Broullón Acuna (2010: 59-84). Un profundo estudio sobre antropología cultural en el mundo rural gallego se halla en Lisón Tolosana (1971, 1973, 1992, 1998).

11 La persistente manda matrilineal se hace presente en esta cultura en cuanto mecanismo de defensa, pero especialmente ante el potencial de desamparo en dicha comunidad, tal como se expresa en el relato lojiano. Al respecto remitimos a Gondar (1991: 23).

12 En términos generales, a millora es el sistema de herencia que privilegia a "la casa" mejorando a un sólo miembro familiar, un sólo heredero; mientras que a partixa o partilla consiste en la repartición de los bienes entre los hijos. Al respecto, así como el debate generado en torno a dicha primacía, remitimos a Lisón Tolosana (1971:173-199); Rodríguez Campos (1984); San Martín (1984); Méndez (1988: 80-86).

13 Para un análisis pormenorizado de este emplazamiento territorial son indicativos los trabajos de Risco (1962: 585- 596); Lisón Tolosana (1971); Farina (1981); Souto González (1982); Fernández de Rota (1983); Miralbes Bedera (1984); Vicenti et al. (1984).

14 Sobre la especificidad del discurso sobre la maternidad en la narrativa lojiana, véase Palermo (2007: 63).

15 A diferencia de una mayor plasticidad, perfiles y aristas trazados en otros personajes y otras culturas, la autora desdibuja una romántica estampa, detenida en el tiempo y en el espacio, de "lo andaluz" sobre la base de arquetipos. Si bien podría entenderse dicha construcción prototípica al tener un peso referencial en la obra lojiana, a nuestro entender, los valores -contrapuestos a una generalidad costumbrista de lo andaluz en el exterior- de la cultura gallega, ligados en mayor medida a la tierra, la casa, la seguridad, el ahorro, la salud y la enfermedad o el antinomadismo a pesar del paradójico destino del pueblo gallego. Por nuestra parte, hemos tratado la pluralidad de valores y costumbres en el territorio peninsular y particularmente la confrontación de diferencias en base a prejuicios entre la cultura gallega y la cultura andaluza en Broullón Acuna (2010: 98-101).

16 La representación cardinal del oeste en el imaginario narrativo lojiano es expresada con rotundidad desde el mismo título de su primera novela, Canción perdida en Buenos Aires al oeste. Sobre la representación de la ciudad en la literatura del exilio rioplatense, así como acerca de la mirada lojiana en torno a dicha geografía, sugerimos la lectura de Crespo (2009: 33-57).

17 Los efectos sociales originados por la actual revalorización de la memoria y el uso público del pasado reciente es um tema que ha sido ampliamente estudiado por Huyssen (2002, 2003).

REFERENCIAS CITADAS

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Mujeres, nómades y cantos de linaje

 

María Rosa Lojo

María Rosa Lojo. Escritora. Universidad de Buenos Aires. Universidad del Salvador. Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. 25 de Mayo 217, 1er. piso. Instituto de Literatura Argentina "Ricardo Rojas", Universidad de Buenos Aires (1002) Ciudad Autónoma de Buenos Aires. E-mail: mrlojo@gmail.com

INESPERADAS CONVERGENCIAS

Hace ya casi un ano tuve la sorpresa de recibir un correo de Esmeralda Broullón Acuna con un trabajo centrado en mis ficciones de corte autobiográfico. No se trataba de un texto de crítica literaria, como me había ocurrido en ocasiones anteriores, sino de una mirada antropológica, coherente con la formación de quien firmaba. La literatura ha sido y es empleada como hipotexto documental por historiadores, sociólogos y antropólogos, que se apoyan en los materiales literarios para plantear sus hipótesis y desarrollar sus tesis. Por su lado, también los escritores de ficción abrevan en estudios históricos, sociológicos y antropológicos por curiosidad intelectual y para su propia formación cultural, y sobre todo, cuando las ficciones puntuales sobre las que están trabajando así lo requieren. Pero no es habitual la interacción explícita entre una escritora y una antropóloga, donde la autora de ficción intervenga para comentar un texto antropológico que tiene su propia obra como objeto y sustento testimonial. Tampoco lo es que críticos literarios crucen sus reflexiones con el trabajo antropológico. Sólo un espacio tan singular como el justamente llamado Intersecciones puede promover y alentar este camino. Si bien siempre he tenido inquietudes antropológicas, y mis libros de ficción las revelan, no será por supuesto este campo el terreno de mis comentarios. Lo único que puedo proponer legítimamente es lo que se llama "cocina de autor": desde dónde, cómo, por qué, escribí esos textos que son motivo de las indagaciones de Esmeralda Broullón, y en qué medida me siento apelada e involucrada, como escritora, en su visión del tema. Comenzaré por el título: "Linajes y culturas diaspóricas lojianas. La genealogía como dispositivo de protección en el exterior" (Broullón Acuna 2013: 5-14). Me parece un título densamente sintético que senala con precisión algunos núcleos semánticos de mi narrativa, incluso aquella que no es directamente autoficcional.

El tayil gallego de Antón, el rojo. El árbol y el bosque

Tiempo atrás, a fines de la década del ochenta del siglo pasado, empecé a expandir mis lecturas sobre lo que sería uno de los centros imaginales de mi ficción histórica: el llamado "desierto" de la pampa central argentina y los pueblos originarios -los ranqueles- que lo habitaban en el siglo xix, alternando los períodos de paz con los de la guerra en las fronteras y sus secuelas de matanza y cautiverio por ambas partes. Una característica cultural del tronco mapuche al que los ranqueles pertenecen atrajo especialmente mi atención: el tayil o taiël, traducido por los lingüistas y antropólogos como canto de linaje. El concepto me fascinó. Se trata de cantos que vinculan a cada ser y cada familia con la identidad ancestral que tienen asignada dentro del cosmos. Las mujeres: sus guardianas y depositarias, garantizan la continuidad de esos lazos mágicos de filiación que trascienden lo físico y atanen al lugar espiritual de cada uno en la red energética que sostiene al mundo en todos sus planos. Por este canto se revela la asociación entre los humanos y los elementos y seres naturales con los que totémicamente se emparientan. Saber esto iluminó vastas zonas de mi propia memoria narrativa. Me di cuenta, bruscamente, de que mi padre, un socialista agnóstico que creía en la ilustración y el progreso científico, funcionaba en ciertos planos profundos de la misma manera. Por eso, en Árbol de familia, hay un capítulo titulado justamente "El alma vegetal de Antón, el rojo", donde se dice:

Ningún elemento del legado materno (la Gran Vía madrilena con sus cafés, el Paseo de la Castellana, la Cibeles, ni siquiera el Museo del Prado), pudo competir -al menos para mí- con la belleza secreta de ese mundo arcaico y por lo tanto inmortal y seguramente mágico, porque en él había quedado presa el alma de mi padre. Ése fue mi segundo descubrimiento: que un hombre terco y obstinado, duro por fuera como las nueces que gustaba partir con los dientes, tuviese, sin embargo, una inconfesable alma vegetal, húmeda y densa como la niebla que cubre, en las mananas de invierno, las laderas de Barbanza. Tal como ella, su alma se aferraba a los seres de la montana, se desgarraba cuando se desprendía, y no era nada cuando la aventaba la luz, con sus claras distancias (Lojo 2010: 100).

Durante anos, en la sobremesa del domingo, papá me había estado recitando nuestro tayil de criaturas del bosque. Así me dio la tierra y todas sus potencias simbólicas: esa "soldadura racial entre el gallego y su paisaje", que con tanta intuición supo describir Roberto Arlt. De mi madre, una madrilena de crianza urbana, me llegaron la lengua en la que comencé a hablar y a escribir y los libros que me nutrieron (solo tomaría conciencia bastante más tarde de que había otra lengua escondida -la de Rosalía de Castro y Álvaro Cunqueiro- dentro de casa). Por eso Árbol de familia está dividido en dos partes: "Terra pai", y "Lengua madre"1. Ante la diáspora, la fuerza protectora del tayil, del canto de linaje, es incalculable. Es lo que ha permitido sobrevivir a los mapuches como pueblo a pesar de la derrota militar y de su borramiento simbólico del imaginario nacional. Es, también, lo que sostuvo la memoria y la identidad gallegas en la tormenta de las migraciones donde concurrían causas políticas, económicas, deseos de superación personal y colectiva. Fue sin duda ese tayil, esa invocación, ese llamado, lo que escuché en ambos extremos del "corredor" transatlántico, lo que unió el finisterre marino de la Costa da Morte y las pampas de este lado del mundo. Lo que cumplió una función unitiva, cohesiva, salvadora -hilo de Ariadna, tabla de náufrago- contra el extravío y la desprotección de la intemperie. A diferencia de la cultura mapuche, el tayil que porta la identidad secreta no es transmitido en Árbol de familia por una mujer, sino por un hombre: el padre. Pero de algún modo éste se feminiza en sus narrativas y sus prácticas, porque la casa de donde proviene no es mentada por un nomen patrilineal o un cognomen masculino, sino que lleva un apodo denotativo de posesión ("la de María Antonia") correspondiente al nombre propio de la tatarabuela caracterizada por "el mucho ser". Nombre del que él mismo (Antón/Antonio) es directo portador. Una vez en América, plantará el "árbol madre" de ese linaje en el jardín del fondo de su nuevo hogar en Buenos Aires al Oeste. Un castano que evoca el otro, el original, el de la finca de su infancia: "Era su árbol fundador, después de todo, un verdadero 'árbol madre': árbol de la vida, árbol del mundo, eje cósmico capaz de abastecer las necesidades de toda una familia, y por extensión, de la especie humana. En sus hojas rejuvenecía, cada primavera, la esperanza del reencuentro" (Lojo 2010: 102). La vida del árbol -enclenque y mal desarrollado en un clima lejano y hostil- es funcional al retorno. Quedará en pie, como un centinela, como una senal, hasta que la hija de Antón el rojo cumpla el mandato y logre retornar al país en donde no ha nacido, en el nombre de todos los ausentes. Sólo entonces, la voluntad o el hechizo que lo han mantenido en pie lo liberan para que pueda, por fin, morir. Su significación, como ícono identitario y símbolo poemático de la unidad perdida reverbera en todos mis libros y resuena en el último, desde su título mismo y en uno de los textos que más conmueven a los lectores (y a mí en particular de la narradora la espera en el sueno, ya del otro lado. Y frente a cada cuestionamiento de ella, ante la fugacidad y el sinsentido de la existencia, tiene una respuesta que resulta inapelable: "-Aquí nada se pierde y todo se transforma. Aquí nada muere. Somos la gente de la tierra, las criaturas del árbol, la semilla que florece sin fin. Éste es el bosque" (Lojo 2011: 69).

Escuchar a las mujeres

Esmeralda Broullón acierta cuando senala la importancia de las mujeres en las dos ramas familiares (Broullón Acuna 2013: 5-14). Dentro de la materna, la abuela Julia es la principal contadora de historias, la suya, y la de otras muy distintas, desde la francesa Margot, a las tías de Barcelona. Debo acotar que las historias femeninas de las generaciones que me precedieron me fascinaron siempre, por su intenso grado de conflictividad interna. Presas entre sus temores y soterrados deseos, entre el deber y la libre determinación, entre la sujeción familiar y el desarrollo individual, sus destinos suelen ser más complejos que los de los varones. Ellos parecen esquivar las cargas de familia con más facilidad y conciencia ligera, llevados por la pulsión de la aventura que se confunde con el mandato épico masculino. Pueden abandonar el juego y volver a dar, en otra parte, las cartas de la baraja. La vida del primo Rafael, el bígamo, representa muchas otras parecidas. Y también representa muchas existencias femeninas la de Rosa Ventoso Marino, la abuela de la narradora, la sirena varada, "atrapada en el trasmallo de dos generaciones, pescada para siempre, con su larga cola brillante convertida en la modesta cola de su único vestido de gala y en dos piernas que subían y bajaban con trabajo por los desniveles de la tierra" (Lojo 2010: 64). Esta situación intrincada no se les ahorra ni siquiera a las que tuvieron en algún momento, poder público y político, como Manuela Rosas:

No porque haya sido casi una princesa me he librado de los sufrimientos propios de nuestro sexo. Y el mayor de ellos es que, humildes o poderosas, siempre estamos en el medio de todo. Somos el fiel de la balanza, la clave del equilibrio. Si nos movemos un poco más acá o más allá de lo que está prescripto, el mundo se desordena y se desarma. Se pretende tratarnos como si fuésemos potiches en una vidriera, pero la realidad es que nos cargan como a ese gigante que, según los antiguos, fue condenado por los dioses a llevar el cielo sobre sus espaldas (Lojo 2005: 152-153).

Me doy cuenta de que ese motivo recurre en mis libros, y en Árbol de familia en particular. El camino hacia la emancipación de todo tipo que buscan mis personajes en tránsito encuentra más obstáculos en el caso de ellas, todavía ligadas a la necesidad del "buen matrimonio" y a edad temprana, para evitar el papel deshonroso y marginal de "la otra", la mantenida, la concubina. La guerra civil, la muerte durante el conflicto de buena parte de los novios que iban a convertirse en maridos (así le sucede a la madre, Ana), agudiza para tantísimas mujeres jóvenes, sujetas aún a la doble moral de género, esta alternativa de hierro. Madre y abuela materna son las transmisoras de estas experiencias que la narradora escucha para volver a contarlas luego, con ironía o compasión, y a menudo con ironía compasiva. La hija nacida en América no quiere verse ante esas disyuntivas, rechaza implícitamente opciones todas ellas indeseables, por mezquinas, por hipócritas o por inflexibles. El tayil gallego transmitido por el heredero de María Antonia es el canto de identificación con el árbol madre, con el bosque originario, que apela a las zonas más hondas del ser, para reconciliarlo con su exilio físico y metafísico, para rescatarlo del azar y la pura contingencia y devolverlo al lugar imprescindible de la necesidad ontológica, donde "nada se pierde y todo se transforma" y el perfecto acuerdo entre la parte y el todo se establece, sin restos. Pero en los relatos de estas mujeres no hay tayil. Son, más bien, historias de cautiverio y en algunos casos, no en todos, de estrategias para la liberación de sus diversas esclavitudes o sus intolerables tensiones. El viaje transoceánico es uno de esos recursos, no siempre exitoso.

La dispersión necesaria del pensamiento nómade

En sus conclusiones Esmeralda Broullón se detiene, vinculándolo a mis obras, sobre el concepto de "pensamiento nómada", "en el que ya no se da una supuesta unidad de lo real, sino más bien se muestra su anarquía, su dispersión, así como las renovadas diferencias sociopersonales que dominan a lo largo de su práctica discursiva" (Broullón Acuna 2013: 12). También aquí, entiendo, su planteo es justo. Porque la (re)integración al bosque primigenio, al paraíso perdido, es el horizonte de deseo de los migrantes, pero no su realidad. La condición humana se define en estos relatos como una condición nómade, un continuo flujo de ida y vuelta, de avance y retroceso, donde la identidad no permanece estática. Se desconstruye y se reconstruye en el tránsito. El demo, o demonio legendario es descrito desde sus propias palabras, en la visión de Luís Ventoso, como el nefasto principio de la disolución y la separación: "Soy el que corta, soy el que separa, soy el que rompe, soy el que desgarra, soy el que destruye" (Lojo 2010: 55). En esta figura resuena el duende maligno de Canción perdida en Buenos Aires al Oeste. Pero ese mal es también la condición del cambio y el crecimiento. El dolor de la fractura que separa a los hijos de los padres, y arranca las creaturas del jardín del Edén, es asimismo el requisito para convertirse en adulto y hacerse cargo de sí. La Historia rompe la unidad del Mito, sin que el tayil del origen deje de oírse en medio de la disgregación y la violencia. Cuando se sale a la intemperie, fuera del jardín protector, la creación de un mundo y una subjetividad alternativos, diferenciados, modificados, aparecen como los procedimientos imprescindibles para sobrevivir, y también como el descubrimiento y la exploración de una riqueza antes desconocida. El pensamiento nómade, el camino del nómade, no encuentran fin. Van y retornan y vuelven a irse, como Rosa, la narradora, en el corredor transoceánico. Y devuelven, en ese movimiento, tanto más de lo que los sujetos tenían antes de partir. La experiencia de un conocimiento ampliado que, como toda ciencia, anade dolor, es la herencia del viajero que no detiene su andar (aunque el hermoso tango Volver así lo proclame), porque el pasado no está esperándolo en lugar ninguno. Es el patrimonio narrativo donde las culturas reaparecen y las lenguas muertas vuelven a hablarse, resignificadas y reinterpretadas en cada nueva huella.

NOTAS

1 "A mina nai deume a lingua e o meu pai a terra". A voz de Barbantia. N° 17, 29 de septiembre de 2006. Entrevista de Suso Paradela a María Rosa Lojo.

REFERENCIAS CITADAS

1. Broullón Acuna, E. 2013 Linajes y culturas diaspóricas lojianas. La genealogía como dispositivo de protección en el exterior. En este volumen, pp. 5-14.

2. Lojo, M. R. 2005 Finisterre. Sudamericana, Buenos Aires.

3. Lojo, M. R. 2010 Árbol de familia. Sudamericana, Buenos Aires.

4. Lojo, M. R. 2010 "Los hijos del amor y del espanto". http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-5876-2010-01-28.html

5. Lojo, M. R. 2011 Bosque de ojos. Sudamericana, Buenos Aires.


 

Reflexiones en torno a la transformación del cronotopo borde en corredor en la narrativa de María Rosa Lojo

 

Marcela Crespo Buiturón

Marcela Crespo Buiturón. Universidad de Buenos Aires. Universidad del Salvador. Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Lavalle 1878. E-mail: marcela_gladys_crespo@hotmail.com

El hombre es una unidad, unidad lamentablemente dividida, estropeada, malograda por una civilización racionalista. Todo eso hace más difícil mantener la unidad, pero son los artistas, precisamente, quienes mejor la han mantenido y preservado. El arte tiene esa misión: es una misión sagrada.
Ernesto Sábato, Sábato oral (1984).

INTRODUCCIÓN

La problemática identitaria de los sujetos en tránsito -emigrantes, exiliados- en la obra de María Rosa Lojo constituye un eje vertebrador -no el único, desde luego, pero sí uno de los de mayor envergadura- de la totalidad de su obra, tanto ficcional como metaficcional. Desde sus primeros textos publicados: Visiones (1984), Forma oculta del mundo (1991) y Esperan la manana verde (1998), todos ellos pertenecientes a su producción poética; y su primer volumen de cuentos, titulado Marginales (1986); así como su apertura a la novelística con Canción perdida en Buenos Aires al Oeste (1984), hasta el Libro de las Siniguales y del único Sinigual (2011), peculiar relato cercano a los cuentos de hadas -o de fadas, para ser más precisa, ya que el texto fue publicado en gallego por la editorial Galaxia Gutemberg en una edición realmente de lujo- y Bosque de ojos (2011), volumen de microficciones y otros textos breves, la presencia de dicha problemática es indiscutible. Considerando solamente la obra narrativa, en atención a la brevedad de este ejercicio y a la focalización propuesta por Esmeralda Broullón Acuna, con cuyo artículo "Linajes y culturas diaspóricas lojianas. La genealogía como dispositivo de protección en el exterior" (Broullón Acuna 2013: 5-14) pretendo entablar un diálogo, es lícito apuntar que Canción perdida en Buenos Aires al Oeste, la primera novela de Lojo, presenta ya, con una evidente carga autobiográfica, la historia de un exiliado republicano espanol, su esposa y sus hijos -estos últimos nacidos en Argentina-, en la que la recreación del mundo hispánico, idealizado en el recuerdo de los padres y reafirmado en las costumbres y la lengua peninsular que se habla dentro de la casa, será una imposición constante para los hijos y una fuente de vivencias ambiguas y perturbadoras al intentar conciliarlas con la realidad exterior del país en el que se han afincado. Por su parte, La pasión de los nómades (1994) -la siguiente novela publicada por María Rosa Lojo, con la que la autora comienza una serie de textos narrativos cuyos protagonistas son figuras emblemáticas de la historia nacional argentina, algunas más conocidas y otras un tanto silenciadas- convoca, entre lo histórico, lo fantástico y lo mágico, a un antiguo general de división, Lucio V. Mansilla, una suerte de exiliado de la historia, quien aparece en forma fantasmagórica a finales del siglo xx, en una Buenos Aires un tanto diferente a la que lo vio nacer más de un siglo antes. En este retorno, trabará relación con un hada gallega, Rosaura dos Carballos, y con su tío Merlín, el conocido personaje de la saga artúrica, quienes, luego del viaje transoceánico que los convierte en nuevos y anacrónicos exponentes de la inmigración europea, y junto a un valet también gallego, emprenderán una nueva excursión a la tierra de los indios ranqueles1, una incursión2 que no sólo implicará la rememoración de tiempos pasados, sino una suerte de viaje iniciático en el que se buscará y problematizará la verdadera esencia y sentido de la historia y de la identidad propia y colectiva. Las siguientes novelas también estarán transitadas por personajes que presentan, de una u otra forma, los mismos cuestionamientos identitarios de los sujetos en tránsito: La princesa federal (1998), Una mujer de fin de siglo (1999), Las libres del Sur (2004) y Finisterre (2005), cuyas protagonistas -Manuela Rosas, la Nina, hija del Gobernador de Buenos Aires; Eduarda Mansilla, escritora, hija, hermana y esposa de militares y diplomáticos portenos; Victoria Ocampo, una de las más destacadas intelectuales del mundo literario argentino, fundadora de la revista Sur; y finalmente, Rosalind Kildare, inmigrante gallega con raíces irlandesas que es capturada por los indígenas, y Elizabeth Armstrong, hija de una nativa ranquel y un comerciante inglés; respectivamente- son mujeres en continuo diálogo con otras figuras femeninas de la Tierra Adentro, las machis ranqueles, o con sus equivalentes celtas, fadas o meigas gallegas, que atesoran la misma magia antigua. Todos estos personajes son convocados por Lojo por lo que tienen de inmigrantes, exiliados o autoexiliados, es decir, de nómades. Otro tanto sucede con sus volúmenes de cuentos: Historias ocultas en la Recoleta (2000) y Amores insólitos de nuestra historia (2001), que no trataré aquí para no extenderme demasiado.

A lo largo de su narrativa, Lojo había ido dibujando, paulatina y cuidadosamente, un espacio que se convirtió en uno de sus principales cronotopos: el borde, único espacio posible para los exiliados, así como para sus hijos, un lugar de refugio en el que se permite la convergencia de los opuestos (lo propio y lo ajeno; lo espanol y lo argentino; el pasado y el presente; etc.), aunque también reafirme la exclusión de sus personajes de un centro irradiador de sentidos. Lojo continúa trabajando, entonces, en la construcción de ese espacio e intenta despojarlo de sus cualidades negativas, no sólo en sus textos ficcionales, sino también en los metaficcionales. Desemboca así en una propuesta que parece conseguirlo y que analicé más exhaustivamente en mi tesis doctoral:

La reformulación del concepto de símbolo literario3 a partir de su vinculación con el concepto freudiano de lo siniestro [. apelando] a la restitución de una unidad que se entiende como lugar de encuentro de sentidos que no sólo logran su correspondencia a partir de la analogía, sino que denuncian la realidad facetada del mundo. Así como la ambigüedad del término das heimlich lo acerca a su opuesto4, como la naturaleza ambivalente del símbolo asegura la coexistencia de sentidos contrarios que se complementan mutuamente, del mismo modo el borde -imbuido de la misma característica- diluye su oposición con el centro, convirtiéndose también él en productor de sentidos que se constituyen en la otra cara de su opuesto y que aseguran el regreso de sus marginales a esa unidad, el original perdido de Lojo, que es la herencia ancestral que ha sido borrada de la memoria (Crespo 2008: 229-230).

Pero entonces aparece Árbol de Familia (2010), novela que reconstruye la historia de sus antepasados maternos y paternos. Dividida en dos partes, en dos mitades al igual que Espana a partir de la guerra civil, la nueva obra de Lojo hace dialogar sus orígenes: el gallego, en el primer título "Terra pai" (tierra del padre) y el castellano-andaluz en el segundo, "Lengua madre", provocando un giro inesperado que entiendo desbarata -o al menos, desestabiliza- la eficacia del borde.

EL FRÍO VIENTO GALLEGO VUELVE A VIOLENTAR LA CALMA: EL BORDE NO ES UN CORREDOR

Desde Canción perdida en Buenos Aires al Oeste, el borde, como he anunciado en la introducción de este ejercicio, siempre fue un espacio de refugio. En Castelar, el barrio del oeste, esa orilla en la que confluyen la ciudad de Buenos Aires y el Interior o Tierra Adentro (La Pampa), se instala la familia Neira, primera en la larga tradición de nómades lojianos, y enfrentan su desarraigo, tanto los padres como sus hijos, emprendiendo una conflictiva búsqueda de identidad personal y nacional. Desde allí mismo, como lugar de encuentro, de punto de partida, de puerta hacia una búsqueda decididamente ontológica, otros desterrados iniciarán su incursión a tierra ranquel en La pasión de los nómades. Todos sus personajes femeninos en las siguientes novelas se instalarán en diferentes formas de ese borde, usurpando espacios tradicionalmente masculinos, pero sin abandonar su femineidad, desde una nación periférica, Argentina, o desde el lugar donde se acaba el mundo europeo, Finisterre, constituyéndose en personajes marginales, transgresores del orden establecido: machis ranqueles, hadas irlandesas, gallegas o argentinas. Y así llega Finisterre, la novela que cumple la utopía del exiliado y de la segunda generación del exilio, sus hijos: "Y cuando estoy de pie, sobre el acantilado, bajo el faro del fin de la tierra, con las ropas transidas por la lluvia inversa de las olas, soy Rosa, la hija de María Josefa y del irlandés, y soy Pregunta Siempre, la que volvió de la llanura como quien vuelve de la muerte" (Lojo 2005: 181). Rosalind Kildare o Pregunta Siempre da término a su larga peregrinatio en el fin del mundo, en Finisterre -donde también culmina el famoso Camino de Santiago, aunque muchos crean que acaba en la Catedral de esa ciudad5-, luego de anos de convivencia con los ranqueles, con una rotunda afirmación que elimina toda lucha estéril entre los opuestos: "Sin embargo soy dos. Soy las dos" (Lojo 2005: 181); es decir, la hija de Finisterre y la machi ranquel, la espanola y la argentina, la mujer del presente pero con todo el legado del pasado: sus dos patrias, sus dos lenguas, sus dos culturas, restituyendo así la unidad perdida en el exilio. Cuando Esmeralda Broullón Acuna analiza en su interesante artículo la figura del corredor, nuevo cronotopo que Lojo presenta en Árbol de familia, dice6:

Rosa, en su tentativa de arraigarse a su última rama paterna construye una vía simbólica que le permite transitar entre ambas orillas y no extraviarse en la configuración de su identidad fragmentaria. Y es de este modo que concibe la idea del "corredor", en cuanto a un lugar real que sirve a ésta como punto de partida en el que posicionarse ante la frontera que se erige el territorio construido como "ni de aquí ni de allá". El corredor es el puente simbólico y físico -en cuanto que crea condiciones materiales de existencia- para el retorno. Ella es la narradora-creadora de este puente, lazo de unión, cuando el padre, perdida su memoria, no consiga regresar. Es así como podrá sentir rozar el viento que sopla o las campanas que llaman a los vivos y a los muertos (Broullón Acuna 2013: 10).

La idea es atractiva y yo también creo que no es ajena al plan trazado por María Rosa Lojo, pero entiendo que su personaje se le rebela dejando un parde senales de alerta. Luego de la muerte de su padre, Antón el rojo, la narradora dice:

Tiempo después de su muerte, encontré el corredor. Ignoro si lo heredé o se abrió solo, único camino de retorno para mí, donde no había transitado nadie, ni siquiera él. Únicamente lo he visto desde la costa, o desde el aire, en los movimientos complementarios de llegar y de partir, desde el Cabo-De-Ninguna-Parte, flotando en la boya de las alturas, donde, como en la pampa, todas las direcciones son iguales, y en cualquier momento el viajero puede despenarse hacia la deriva. (Lojo 2010: 133).

Esos movimientos complementarios "de llegar y de partir" me recuerdan penosamente otras palabras dichas por Lojo anos antes: "Mirar la vida desde un 'no lugar' donde toda huella amenaza desvanecerse como una marca en el agua. Vivir sobre el agua, yendo y viniendo, flotando en la marea de la historia ajena que sin embargo aparece como la más propia. Desde estas contradicciones -que llegan a ser aporías- se dibuja un conflictivo perfil identitario" (Lojo, 2006: 95). Ese lugar que sólo ve desde la costa o desde el aire no parece diferente del no-lugar que ya había planteado en su Mínima autobiografía de una exiliada hija, texto del que recorté esta última cita y que, desde el título mismo, ya denuncia la prioridad de su condición de exiliada sobre la de hija. Asimismo, es un espacio que no ha transitado ni siquiera su padre porque: "Había muerto en Buenos Aires y a pie. No hubo buque mercante ni dorna vikinga que llevase sus cenizas a Finisterre, el único lugar por donde las ánimas de los gallegos pueden entrar al Paraíso o al Infierno" (Lojo 2010: 112). Lugar al que tampoco la narradora accede, ya que ella no llega al Cabo de Fisterra, a ese final de la tierra original y perdido en el exilio, anorado desde Buenos Aires, sino al Cabo-De Ninguna-Parte. El viajero que se pierde en la pampa (Argentina) tanto como en la boya de las alturas (Finisterre), quién es sino la exiliada hija, ficcionalizada una y otra vez en los personajes femeninos lojianos y, como bien dice Broullón Acuna, escondida detrás de su alter ego, Rosa, en Árbol de familia. Pero, por si esto fuera poco motivo para pensar en la ineficacia del corredor, la misma Rosa concluye frente a su tío Benito, al explicarle qué significa para ella ese espacio, que:

-Es como un pasillo -balbuceo- para ir y venir, donde se está y no se está. -Mala cosa, los pasillos. No hay más que corrientes de aire, y frío. Dónde vas a poner allí una buena cama para dormir cuando te canses. -En ningún lugar -susurro-. No hay descanso (Lojo: 2010, 138).

La condena al eterno exilio ante la imposibilidad del regreso, con resabios de esas víctimas de la espera a las que Antonio Di Benedetto, otro exiliado que habla desde y del exilio, dedica su novela Zama, parece cernirse nuevamente sobre los personajes lojianos, catapultados hacia una espera interminable. Tal vez, Árbol de familia sea un nuevo vaivén de la marea que les recuerda la deriva, aunque su autora no transija en su afán de restituir la unidad perdida a través de su arte, ese puente -puede que el único borde seguro- que es la escritura: "El arte tiene esa misión: es una misión sagrada", diría Sábato.

NOTAS

1 La anterior fue la narrada por el propio Lucio V. Mansilla en su conocida Una excursión a los indios ranqueles, crónica de viajes novelada que su autor publicara en 1877.

2 Hacia la Tierra Adentro, el interior del país, y hacia el interior de sí mismos.

3 Puede consultarse para la ampliación de esta propuesta la propia tesis doctoral de María Rosa Lojo (Lojo 1997).

4 Lo siniestro, lo que debería haber quedado oculto, secreto, pero que se ha manifestado, en alemán das unheimlich, es lo opuesto a das heimlich>, que puede traducirse ambiguamente tanto como lo familiar, lo íntimo, como lo secreto, lo oculto. Estas últimas acepciones han sido llevadas más allá y desembocaron en lo ocultado, lo escondido, lo peligroso. En este sentido, das heimlich ha evolucionado de una forma ambivalente que lo ha acercado a su opuesto.

5 La tradición dice que luego de llegar a la catedral de Santiago de Compostela para ver al santo, hay que continuar hasta el Faro del Fin del Mundo, en Finisterre, y quemar allí la ropa y el calzado utilizado en la peregrinación.

6 Huelga explicar aquí quién es este personaje al que se apela, Rosa, porque ya lo hace Broullón en su artículo, dando cuenta también de la situación en la que se inscriben sus palabras.

REFERENCIAS CITADAS

1. Broullón Acuna, E. 2013 Linajes y culturas diaspóricas lojianas. La genealogía como dispositivo de protección en el exterior. En este volumen, pp. 5-14.

2. Crespo Buiturón, M. 2008. Andar por los bordes. Entre la historia y la ficción: el exilio sin protagonistas de María Rosa Lojo. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, Alicante. http://www.cervantesvirtual.com/obra/andar-porlos-bordes-entre-la-historia-y-la-ficcion-el-exilio-sinprotagonistas-de-maria-rosa-lojo--0/

3. Lojo, M. R. 1997 Sábato: en busca del original perdido. Corregidor, Buenos Aires.

4. Lojo, M. R. 2005 Finisterre. Sudamericana, Buenos Aires.

5. Lojo, M. R. 2006. Mínima autobiografía de una exiliada hija. En L'exili literari republica, coordinado por M. Fuentes y P. Tovar, pp. 87-96 URV, Tarragona.

6. Lojo, M. R. 2010 Árbol de familia. Sudamericana, Buenos Aires.


 

Corredores interculturales y entrelugares discursivos en María Rosa Lojo: lecturas de Árbol de familia (2010)

Antonio Roberto Esteves

Antonio Roberto Esteves. Faculdade de Ciencias e Letras, Universidad Estatal Paulista (UNESP)-Assis, Departamento de Letras Modernas. Avenida Dom Antônio 2100 (19806-173), Assis-SP, Brasil, E-mail: aesteves26@uol.com.br

La lectura de Árbol de familia (2010), de María Rosa Lojo, llevada a cabo por Esmeralda Broullón Acuna, se centra en el imaginario de la diáspora contemporánea hispano-argentina, tomando como pilares básicos la memoria, la historia y la búsqueda de la identidad, por intermedio de un rastreo genealógico de la cultura transatlántica común a Argentina y Espana. La novela de la escritora argentina, urdida en los umbrales entre historia y ficción, en cuyo tejido los hilos de la memoria se dejan trabajar de modo especial, produce un entramado muy significativo del panorama histórico y etnoliterario hispano-argentino particularmente útil en el campo de análisis antropológico. Autora cuya principal impronta es el tránsito por un entrelugar discursivo en cuyas fisuras florecen obras que barajan de propósito los géneros tradicionales, Lojo ostenta una considerable producción literaria desde su estreno en el panteón literario argentino a principios de los anos ochenta. Asimismo, sus libros han sido traducidos a varias lenguas y son objeto de estudio en varios puntos del orbe. Árbol de familia retoma de modo significativo la temática que ya era uno de los ejes de Canción perdida en Buenos Aires al Oeste (1987), su primera novela. Ambas tratan de la reconstrucción, a través de fragmentos, de la memoria familiar, de la epopeya de la inmigración gallega en Argentina, asociada a la diáspora causada por la guerra civil espanola (1936-1939) y la inserción de los desplazados en la nueva tierra y en la nueva cultura. Es como si esas dos obras conformaran un ciclo de recomposición de un "imaginario diaspórico transatlántico contemporáneo". Nacida en "un país llamado exilio", esa argentina "producto de la diáspora espanola" creció en una zona de frontera en que se mezclaban constantemente por lo menos tres culturas diferentes pero, hasta cierto punto, contiguas. A la Argentina de un ... Buenos Aires al Oeste, la Castelar en que se fijó su familia, corredor de salida hacia la mítica inmensidad de la pampa, se suman la Espana castellana de la madre nacionalista, y la Galicia del padre, socialista y republicano, que tampoco pudo regresar al terruno. Del mismo modo, ella se educó en una escuela argentina, que le ensenó una patria diferente de aquellas que tenía en el hogar, en una lengua también diferente del castellano materno y del eventual gallego paterno. Así, teniendo que circular desde su nacimiento por la diversidad cultural y, en muchos momentos, también lingüística, experta en "traducciones culturales", María Rosa Lojo acabó por tomar la senda de las letras, quizás la más propicia para la elaboración de su identidad, sino en continuo tránsito, por lo menos bastante provisional. Una constante en sus obras es la discusión sobre la identidad del argentino, tejida en el umbral de lo provisorio, en un entrelugar (Santiago 1978) de conceptos movientes y pasajeros sobre los cuales se erigió el discurso fundador de la cultura argentina, desde el siglo xix. Son temas frecuentes en su variada obra, el exilio y la frontera; los límites de los márgenes y de los géneros; y el papel de la mujer en dicha cultura. En ese contexto, Árbol de familia no es diferente. Aunque la portada del libro senale que se trata de una novela, otros paratextos (Genette 2009), como la dedicatoria, lo remiten a un curioso entrelugar discursivo, una zona indecisa y fronteriza en la que se barajan historia, memoria y ficción. Rosa, la narradora en primera persona, una especie de alter ego de la escritora, trata de reconstruir, atando fragmentos de memorias, la genealogía familiar de los Lojo Calatrava. De ese modo, se constata, tanto en la forma como en el contenido, el carácter híbrido de la obra, lo que permite diversas lecturas, en varios ámbitos del conocimiento, siempre en la borrosa zona de la frontera. En el relato se mezclan: historia y ficción; antropología y literatura; novela y memoria; mito y realidad histórica; lo sagrado y lo profano; oralidad y escritura; alta cultura y cultura popular; voz femenina, en sí marginal y excéntrica (Hutcheon 1991), e historia hegemónica, en general masculina y patriarcal; vida y muerte; mar y tierra; América y Europa; gallego y castellano; entre otros. El libro se divide en dos partes, precedidas de un prólogo, en el que la narradora se presenta. Se trata de un bello texto en poco más de dos páginas, once párrafos urdidos en los límites entre la narrativa y de la lírica. Los diez primeros párrafos, como si fueran poemas en prosa, se abren con la primera persona de verbo ser: "soy". En ellos la narradora se presenta al mismo tiempo en que presenta a los personajes de los cuales habla en cada uno de esos microrrelatos, en una especie de sumario rápido del libro. Seis son dedicados a la rama paterna y cuatro al lado materno. El último texto-párrafo pasa del verbo ser, de la identidad, al verbo venir, del origen. "Vengo de ésas, de ésos, como quien viene de tantos lugares que ha perdido la memoria de ellos y sólo lleva en el cuerpo la huella oculta de olores, sabores y sonidos y el eco, aún ardiente, de historias imprecisas" (Lojo 2010: 13). La síntesis remite a la memoria perdida que trata de recuperarse, más asociada a la sensorialidad que al verbo. Todo a través del "eco aún ardiente de historias imprecisas", que la narradora reitera estar buscando, "sin brújula, con un mapa incompleto y ambicioso" (Lojo 2010: 13). Articuladas en doble movimiento, enseguida vienen las dos partes del relato. En la primera, denominada en gallego "Terra pai", se traza la genealogía paterna, que brota de tierras gallegas. La segunda, "Lengua madre", discurre sobre la rama materna, asentada en orígenes andaluces-castellanos. El punto de convergencia es el enlace entre Antón, "el rojo", y Ana, "la bella". El exilio de la pareja, formada por un derrotado republicano y una vencedora nacionalista, hace con que la narradora venga a nacer en la Argentina. Se podrían leer esas dos partes como dos relatos distintos. Cada uno se estructura a partir de una serie de fragmentos de memorias recopilados por la narradora, en una especie de memoria vicaria (Sarlo 2007: 90) de la tradición familiar y tejidos a partir de los bordes. El universo gallego, que emerge de la primera parte, cuyo texto, muy cercano a un ensayo sociológico sobre la diáspora gallega a lo largo de los siglos, tratando de recuperar los valores (y también los tópicos) de dicha cultura, centraliza el linaje patrilineal. En esa parte, el relato entrecruza elementos míticos y legendarios, bastante comunes a la cultura gallega y la historia, colectiva si se piensa en el proceso de la diáspora de ese pueblo a lo largo de los siglos, o individual, si se piensa que lo colectivo surge a través de relatos individuales que narran las aventuras y desventuras de los Lojo y de los Ventoso, las dos ramas de Antón, que cruzaran el Atlántico en varias ocasiones a lo largo de más de un siglo. Curiosamente, el eje patrilineal, la "Terra pai", se asienta en la memoria básicamente oral, pilar de la cultura gallega. En esa parte del relato, territorio habitado por una fuerte presencia femenina, la dicotomía entre lo sagrado y lo profano es muy fuerte. Superstición, magia y ciencia "son ejes que estructuran las prácticas sociales expuestas en la escenografía literaria". Dicha escenografía tiene su punto alto en la construcción de escenarios erigidos a partir de lo sensorial, en el cual los relatos de la memoria se sostienen en colores, olores, sonidos que, asociados a la fuerte presencia de una naturaleza vital, reconstruyen una Galicia mágica, más cercana al imaginario literario que a la descripción antropológica. Así, paradójicamente, el eje patrilineal, que en general remite al discurso lógico y al universo racional, lo que algunos sectores de crítica feminista llaman "discurso falogocéntrico" (Ceia 2013), está asociado a elementos que simbólicamente se asocian al universo femenino, como la relación con la tierra y la Naturaleza, entre otros. El paratexto que introduce "Terra pai" no viene de la tradición oral, sino de una biblioteca virtual, una especie de "memoria literaria" (Samoyault 2008: 75) que reúne un repertorio literario vivo, que constituye el canon literario gallego. Son versos clásicos de una de las fundadoras de la literatura gallega contemporánea, Rosalía de Castro (1837-1885), de su libro Cantares gallegos (1863). Tratan de la dolorosa separación de la tierra experimentada por el gallego de la diáspora. En el cruce de voces masculinas y femeninas, predominan las féminas fuertes en el relato dedicado al linaje patrilineal. Maruxa, María Antonia, Rosa Ventoso, son grandes matriarcas que, aunque "sujetas a una estructura patriarcal, despliegan distintas cualidades, dentro de cada historia" (Broullón Acuna 2013: 10). Son la fortaleza que le permite al padre transmitirle el universo telúrico gallego, metaforizado en un árbol, el castano gallego, que bien podría ser el "árbol de familia" al que se refiere el título. La voz de la narradora, y también la de la autora, se apropia de una serie de relatos masculinos que por su vez tratan de esas grandes féminas familiares para dar voz a la mujer en la historia de las diásporas hispánicas, en especial la gallega, dislocando la mujer de la periferia hacia el centro de la Historia. Así, el excéntrico, la mujer, el desterrado, a través de la microhistoria, ocupan su espacio en el centro, desplazando, en dicho movimiento, al hegemónico, y haciendo escuchar su versión de la Historia. De ese modo, entre árboles narrados, reales e imaginados, e imágenes borradas o ausentes (y reconstruidas por memorias vicarias) del álbum familiar, se va construyendo el relato de la diáspora, gallega en la primera parte, espanola en la segunda, a partir del cual la narradora busca una identidad en permanente estado de transitoriedad. También en los límites de lo paradójico, el linaje matrilineal, asociado al dominio de la tierra, se manifiesta a través de la lengua, el poderoso castellano, que es la lengua del relato. Aunque en ciertas ocasiones se insinúe un entrelugar lingüístico, con pequenas muestras del gallego, como incrustaciones en el texto en castellano, es ésa la lengua del relato. Los versos de apertura de la segunda parte son los primeros cuatro versos del Cantar de Mío Cid, épico sobre el cual se erige el canon literario castellano. Curiosa inversión del espíritu épico en la rama matrilineal de una genealogía formada por héroes frustrados. En ese sentido, del mismo modo que el padre de la narradora, derrotado de la Guerra Civil que tiene que cruzar el Atlántico en búsqueda de una nueva patria, el capitán Calatrava, el bisabuelo materno muerto en Cuba en la guerra del 98, también es un derrotado. Las lágrimas del Cid se asocian así a la figura de ese capitán andaluz que también cruza al Atlántico en búsqueda de fama y riqueza pero que muere en la vergonzosa guerra en que se hunden los últimos resquicios de la Espana imperial. De esa madre, la otra cara de las "dos Espanas" que planea sobre el relato, linda como una actriz de las películas de Hollywood que tanto le encantaban, y que no soporta la vejez, como nunca había soportado la pobreza, la narradora hereda la biblioteca y el gusto por la lectura. Una biblioteca variada de la cultura occidental, cuyo núcleo más importante es, sin embargo, la literatura espanola. Así, mezclando los hilos de la alta cultura, la biblioteca heredada de la madre castellana, con los hilos de la cultura popular, el universo oral que sostiene la cultura gallega, heredada del universo paterno, se teje el relato de María Rosa Lojo. Dicho tejido, desbordando los límites entre lo público y lo privado, lo colectivo y lo individual, entrama de modo consistente y poético, fragmentos de la memoria individual y ecos de documentos guardados en diferentes archivos. Hablar del pasado siempre es complicado. La Historia tradicional siempre ha resistido en aceptar que ciertas manifestaciones de la memoria individual pudieran ser asimiladas por la memoria colectiva y por el discurso histórico. Sin embargo, como consecuencia de la superación de cierta historia de índole positivista vigente en el siglo xix, se constata en las últimas décadas lo que Sarlo (2007: 15) llama de guinada subjetiva, cuando lo cotidiano ocupa el centro como forma de refutar las imposiciones del poder material o simbólico. En dicho contexto, se plantea, en la representación del pasado, una valorización de detalles y sujetos marginales que, relativamente ignorados en otros modos de narración del pasado, demandan ahora diferentes métodos y tienden a la escucha sistemática de los discursos de la memoria (Sarlo 2007: 17). La historiografía empieza, entonces, a vencer antiguas resistencias y pasa a incluir la memoria individual como fuente fiable, pese a que su foco principal todavía se fije en la memoria colectiva. Paul Ricoeur (2007), en su último libro, echa una mirada positiva sobre las relaciones entre memoria e historia, haciendo recordar que a pesar de las críticas a la memoria por su alto grado de subjetividad, ella es el único camino posible entre el presente y el pasado. Aunque se consideren las innúmeras estratagemas armadas por el imaginario para la memoria, no tenemos nada mejor que la memoria para significar que algo ocurrió, pasó, antes de que declaráramos acordarnos de ello. (Ricoeur 2007: 40) El filósofo francés (Ricoeur 2007: 130-134), además de discutir el concepto de memoria colectiva elaborado por Maurice Halbwachs, sugiere un plan intermediario de referencias en el que se operan concretamente las referencias entre la memoria viva de las personas individuales y la memoria pública de las instituciones a las cuales pertenecemos (Ricoeur 2007: 141). Al considerar la memoria individual de modo positivo, se está asignando una nueva mirada para el papel del memorialista, que deja de ser un mero auxiliar del historiador para transformarse en un importante eslabón en la cadena entre el historiador, anclado en el presente, y el pasado que este busca reconstituir en sus investigaciones. Así, se puede decir que los textos memorialísticos pueden crear espacios comunicativos entre grupos en principio desconectados, instaurando zonas de interdependencia de lo público y lo privado. Además, elevar la experiencia privada a la conciencia pública no equivale a expandir lo subjetivo. Equivale, más bien, de acuerdo con Linda Hutcheon (1991: 128), a entrecruzar lo público y lo histórico, lo privado y lo biográfico. Al mismo tiempo en que se constata actualmente una gran vitalidad de la escritura autobiográfica, en especial con la utilización de la memoria individual en la elaboración de la ficción, también se ensancha la discusión en el intento de definirse dicho género: una especie de representación teatral de la propia individualidad, en el umbral de la realidad y la ficción, lo individual y lo colectivo, lo público y lo privado. Es desde ese privilegiado lugar que escribe María Rosa Lojo. Al escenificar un juego discursivo que baraja de propósito su memoria personal con la memoria de miembros de su familia, recolectadas, seleccionadas y organizadas por ella misma, aunque explicite dichas voces narrativas, invirtiendo o contestando los discursos hegemónicos de determinados momentos, la escritora argentina crea un relato anclado en una zona de errancia y de tensión. El corredor propuesto por la narradora del relato como lugar de tránsito equivale a un entrelugar, una zona porosa de fronteras permeables y flexibles, por las cuales se puede mover fácilmente (Hanciau 2010: 133). Se trata de una especie de tercera vía, un camino del medio, una zona de contacto. Son diferentes denominaciones para esa zona instaurada por el descentramiento que debilita a los esquemas considerados hasta entonces como centralizadores de unidad, pureza y autenticidad. La mujer toma entonces la palabra, reorganiza la memoria familiar y desconstruye el discurso hegemónico creando un texto que fluye y se transmuta, de la novela al poema, del documento a la narrativa, del relato costumbrista al relato maravilloso, del ensayo a la ficción. (Lojo 2011) Por ese corredor, que va más allá de espacialidades y temporalidades convencionales, circulan sus personajes. También circula el discurso por ella propuesto. Para superar el trauma del destierro y del exilio, se crea una especie de memoria apaciguada, memoria reconciliada, memoria feliz (Ricoeur 2007: 504). Un lugar en donde se pueda volver a ser lo que fue y que ya no es. Recuperar el verdadero ser, intocado por el desengano, la guerra, el trabajo, la enfermedad y la muerte. (Lojo 2010: 133). En fin, un lugar en donde se está y no se está. Ese corredor, que apunta insistentemente hacia el más allá, pero a través del cual también se puede hacer el camino inverso, sólo podrá incorporar la energía inquieta y revisionista del más allá si transforma el presente en un lugar expandido y excéntrico de experiencia y de adquisición de poder (Hanciau 2010: 136). Eso parece querer ensenar al lector el texto de María Rosa Lojo. En síntesis, como concluye el texto de Broullón Acuna, al instaurar en su texto corredores interculturales, creando un entrelugar discursivo, María Rosa Lojo "recupera prácticas sociales, costumbres y tradiciones que difícilmente un antropólogo puede observar en el campo de estudio, debido a la extinción de determinadas culturas nómadas" (Broullón Acuna 2013: 12). Así, "la escritora disecciona el ámbito de las identidades a lo largo de su obra para finalmente incorporar diversos fundamentos en torno a la 'diferencia': la alteridad, la pluralidad, lo marginal" (Broullón Acuna 2013: 12).

REFERENCIAS CITADAS

1. Broullón Acuna, E. 2013 Linajes y culturas diaspóricas lojianas. La genealogía como dispositivo de protección en el exterior. En este volumen, pp. 5-14.

2. Ceia, C. E-Dicionário de termos Literários. http://www.edtl.com.pt (27 marzo 2013).

3. Genette, G. 2009 Paratextos editoriais. Trad. Álvaro Faleiros. Atelie, Cotia.

4. Hanciau, N. 2010 Entrelugar. En Conceitos de literatura e de cultura, 2da. ed., organizado por E. Figueiredo, pp. 125-141. Editora da Universidade Federal Fluminense (EDUFF)- Editorial de La Universidad de Juiz de Fora (EDUFJF), Niterói, Juiz de Fora.

5. Hutcheon, L. 1991 Poética do pós-moderninsmo. Trad. Ricardo Cruz. Imago, Río de Janeiro.

6. Lojo, M. R. 1987 Canción perdida en Buenos Aires al Oeste. Buenos Aires, Torres Agüero.

7. Lojo, M. R. 2010 Árbol de familia. Buenos Aires, Sudamericana.

8. Lojo, M. R. 2011 Fronteiras, finesterras e corredores. Do cliche ideológico a polissemia simbólica. En Nas dobras do mundo, a literatura acontece, organizado por A. J. Pinto, M. Machado y W. Vilava, pp. 287-315. Arte e Ciencia, San Pablo.

9. Ricoeur, P. 2007 A memória, a história e o esquecimento. Trad. Alain François. Universidad Estatal de Campinas (UNICAMP), Campinas.

10. Samoyault, T. 2008, A intertextualidade. Trad. Sandra Nitrini. Aderaldo & Rothschild, San Pablo.

11. Santiago, S. 1978, O entre-lugar do discurso latino-americano. En Uma literatura nos trópicos. Ensaios sobre dependencia cultural. Perspectiva, San Pablo.

12. Sarlo, B. 2007, Tempo passado. Cultura da memória e guinada subjetiva. Trad. Rosa Freire D'Aguiar. Companhia das Letras-UFMG. San Pablo, Belo Horizonte.


 

Entre Europa y América: la fusión de las intersecciones

 

Esmeralda Broullón Acuna

INTERSECCIÓN Y PATRIMONIO INMATERIAL

De un espacio interseccional sólo cabe esperar un caudal patrimonial, tal como se extrae de los textos expuestos por los colegas del "otro lado". La mediación de ello es la narrativa y el imaginario lojiano donde el nomadismo que habita en sus criaturas, la construcción -social e histórica- de las identidades y la cultura de la memoria constituyen una parte de nuestra historia reciente. La historia que Espana aún no ha sabido o querido resolver en cuanto al uso público de su memoria histórica. Mientras realizaba mi trabajo como investigadora a tiempo completo bajo el privilegio de dedicarme a una única labor y de paso, más o menos, vivir de ello, se dio -además del traslado de la periferia al centro- quizás sin saberlo, la confluencia de percibir u oír el tayil al cual María Rosa Lojo alude en su hermosa réplica. Porque en el fondo, lo que circula en sus textos es pura magia o, como dirían en Andalucía, duende. Autora peculiar que incursiona con maestría en campos teóricos heterogéneos (Tezanos-Pinto et. al. 2007: 11), nos ha legado recientemente, tal como sostiene Marcela Crespo (2013: 18), unos "relatos cercanos a los cuentos de hadas" publicados en una de las lenguas originales de la creadora. El ensayo expuesto por nuestra parte en Intersecciones en Antropología es una aportación al estudio sobre el nomadismo y las identidades de los migrantes, a uno y otro lado de las cornisas euroamericanas, reflejadas mediante el espejo interpuesto por algunos personajes lojianos. El tayil o canto de linaje -erigido en elemento de protección en la diáspora- al hilo de una conversación epistolar con la escritora, ensambla su primera y última novela: Canción perdida en Buenos Aires al oeste (1987) y Árbol de familia (2010). Ambas obras, en concordancia con lo mencionado en el texto de Antonio Roberto Esteves (2013: 21), conforman "el ciclo de recomposición" de un imaginario diaspórico transatlántico, en una suerte de giro subjetivo; al tiempo que la narración se separa del cuerpo, la experiencia se separa de su sentido (Sarlo 2007: 33). Por otro lado, el estudio de la denominada realidad objetiva de mi oficio de etnóloga cedió ante la inexcusable ficción. A través del espacio ficcional, además de recuperar formas tradicionales de vida -en ocasiones difíciles de observar en la actualidad-, hemos podido comprender algunas claves del comportamiento humano sin el encorsetamiento de la cientificidad que, como bien sabemos, tiene buena parte de conocimiento como de dominio. De ahí que el texto de Lojo sea mucho más que un pretexto analítico, a la vez que, tal como refiere la propia autora, se ha producido una inusual interacción entre escritora y antropóloga (Lojo 2013: 15-17), que enriqueció el resultado final del estudio de su obra. Aunque esto, entre otros aspectos, no es más que la fusión propia de quienes se nutren de identidades múltiples. Lojo, "experta en traducciones culturales" (Esteves 2013: 21), acierta a transmitir un legado patrimonial compartido entre ambas orillas atlánticas. Desde los géneros híbridos como desde varios ámbitos del conocimiento (Esteves 2013), la escritora otorga un papel central a la memoria y el recuerdo, que, además de ser un dispositivo configurador de la identidad en los personajes, es la herramienta mediante la cual trascienden la inmanencia, en cuanto seres finitos, para no caer en el olvido. Y así supera las dicotomías y los pares antitéticos hegemónicos, al trazar un puente entre la oralidad y la escritura, la memoria y el olvido, la intrahistoria y la historia, entre la familia y el Estado. El dispositivo simbólico en el que se erige la memoria en la obra lojiana, sus atributos, así como los marcos en que ésta se instituye (Halbwachs 2004), se convierten en los pilares entrelazados de una historia compartida sobre el desplazamiento y el estado de transitoriedad en unos sujetos que anhelan el regreso al lugar de origen. De ahí su aproximación a la memoria e identidad colectiva (Halbwachs 1968: 72- 73), de los exiliados y migrados entre ambas orillas atlánticas; si bien cuando interactúan diversos niveles cronológicos, la memoria -en cuanto dispositivo simbólico- actúa como un vaso comunicante espaciotemporal (Broullón Acuna, 2013: 274). Por ello la escritora evoca, a su vez, el ejercicio de la memoria no sólo como sentimiento sino como conocimiento (Nora 1997). Pero algo que nos resulta particularmente singular en Lojo es que hace de la memoria un bien cuya finalidad es la de ser compartida (Augé 2001; Arendt 2002; Ricoeur 2003).

Las criaturas lojianas: entre el cautiverio y la emancipación

Uno de los fenómenos predominantes en la historia de la humanidad es, sin lugar a dudas, el desplazamiento humano. A partir de este presupuesto, el título que precede al artículo y al que María Rosa Lojo senala como "densamente sintético" (Lojo 2013: 15), tratan de aglutinar, sino todo su imaginario, al menos una posible confinación de rotulación al respecto. La genealogía y el linaje de una cultura diaspórica gallega en Buenos Aires (al oeste) hacen inexcusable describir, desde el límite de los bordes y la unión de estos que permiten la construcción del corredor (Crespo 2013), las dimensiones donde la escritora asienta parte de su obra: la secreta belleza de la naturaleza, el desierto y el Atlántico -la tierra y el mar-, la dureza del paisaje, el alma errante del pueblo gallego e indios ranqueles cuya identidad ancestral es transferida mediante la cultura oral aludida por María Rosa Lojo en "El tayil de Antón el rojo" (Lojo 2013: 15). El aura mítica y la historia oficial peregrinan en la narrativa lojiana, junto con figuras emblemáticas de la historia nacional argentina, para dar sentido a una identidad colectiva (Crespo 2013), no sin obviar el histórico debate entre civilización y barbarie. Aunque el borde y sus límites puedan configurarse, tal como indica Marcela Crespo (Crespo 2008, citado en Crespo 2013: 19), en un incuestionable refugio para el exiliado y su prole -a la vez que "diluye su oposición con el centro"-, consideramos que la incorporación del "corredor" en su última novela, ante la ausencia del vínculo de referencia que es el pater, posibilita una nueva vía identitaria. El involuntario olvido que habita en el padre abre el camino de la vuelta; para eso, en parte, está el corredor. Y así tras habitar un no-lugar (Augé 2001) el exiliado hijo recorre el entrelugar (Esteves 2013), pues la secuela del exilio es el transtierro (Gaos 1949) y en definitiva la imposibilidad del regreso (Crespo 2013) a un lugar con un único nombre: patria, casa, nación u hogar. Mientras las confluencias articuladas en un territorio conformado por diversos orígenes étnicos han tenido su verdadero laboratorio social en la Argentina: un país modelo de empresa biopolítica, en cuanto a administración y objeto de la acción del gobierno para la construcción nacional. En consecuencia, "el extravío y la desprotección de la intemperie" del transterrado (hijo) forma parte del marco social y cultural descrito. Frente a ello el "corredor atlántico", a veces frágil a veces fuerte como la "tabla del náufrago", hilvana el ovillo del hilo de Ariadna (Lojo); si no cohesionando al menos fusionando -no sin fricción-, los diversos referentes culturales y originando en parte la interculturalidad mencionada por Esteves (2013). Mediante su discursividad y a modo de tratado histórico-antropológico, María Rosa Lojo ahonda en la construcción social de la masculinidad y la feminidad. Las mujeres lojianas, ubicadas a ambos lados del árbol genealógico, unas con mayor suerte que otras, abren fisuras en el ordenamiento de la vida social, tradicionalmente entendido bajo fórmulas binarias: públicoprivado, productivo-reproductivo, político-doméstico, etc., cuando en realidad "lo personal es político". Las mujeres y parte del proceso de feminización aludido por Lojo se consolidan en torno al perfil de un "ser para los otros" (Lagarde 1996: 18); no obstante, la conciliación ante las "vivencias ambiguas y perturbadoras" (Crespo 2013: 18) y "la emancipación" (Lojo 2013: 16) es el proyecto de fondo de todas sus criaturas en permanente tránsito. El árbol plantado/reescrito, al otro lado, además de cumplir con el inexcusable valor que contiene la memoria -frente a su otro par que es el olvido-, es un referente del ser humano y, como tal, se erige en un mecanismo de resistencia en el exterior. Frente a la concepción tradicional de casa, nación, patria o lugar de origen, permite construir una nueva idea de "nación-hogar" e identidad más allá de la inseguridad ontológica del sujeto transterrado (Arfuch 2005: 260); y de este modo, "aquí nada se pierde y todo se transforma. Aquí nada muere" (Lojo 2011). Después de recorrer este puente transatlántico mantengo algo que escuché en una ocasión al cantautor Paco Ibánez cuando, en una entrevista junto con uno de sus inspiradores como fue Rafael Alberti le preguntaron a este último: ?Rafael está de acuerdo con lo que el músico sostiene en su obra musical? A lo que el poeta gaditano respondió: "respecto a Paco estoy de acuerdo con lo que dice y. con lo que dirá". Pues bien, estoy de acuerdo con lo que Lojo dice pero también con lo que dirá. Y con ello entiendo que "el pensamiento nómade, el camino del nómade, no encuentra fin."

REFERENCIAS CITADAS

1. Augé, M. 2001 Los no lugares. Espacios del anonimato. Gedisa, Barcelona.

2. Arendt, H. 2002 [1958] La condición humana. Paidós, Barcelona.

3. Arfuch, L. (comp.) 2005 Pensar este tiempo: espacios, afectos, pertenencias. Paidós, Buenos Aires.

4. Broullón Acuna, E. 2013 "El retorno como patrimonio en la obra de María Rosa Lojo", en Anuario de Estudios Americanos, vol. 70, no 1, Sevilla, CSIC, 2013, pp. 273-302.

5. Crespo Buiturón, M. 2013 Reflexiones en torno a la transformación del cronotopo borde en corredor en la narrativa de María Rosa Lojo. En este volumen, pp. 18-20.

6. Esteves, A. R. 2013 Corredores interculturales y entrelugares discursivos en María Rosa Lojo: lecturas de Árbol de familia (2010). En este volumen, pp. 21-24.

7. Gaos, J. 1949 Los "transterrados" espanoles de la filosofía en México. Revista de la Universidad de México 36: 207- 231.

8. Halbwachs, M. 1968 La mémoire collective. Presses Universitairies de France (PUF), París.

9. Halbwachs, M. 2004 Los marcos sociales de la memoria. Anthropos, Barcelona.

10. Lagarde, M. 1996 Género y feminismo. Horas y horas, Madrid.

11. Lojo, M. R. 1987 Canción perdida en Buenos Aires al oeste. Torres Agüero, Buenos Aires.

12. Lojo, M. R. 2010 Árbol de familia. Sudamericana, Buenos Aires.

13. Lojo, M. R. 2011 Bosque de ojos. Sudamericana, Buenos Aires.

14. Lojo, M. R. 2013 Mujeres, nómades y cantos de linaje. En este volumen, pp. 15-17.

15. Nora, P. (dir.) 1997 Lex lieux de mémoire. Gallimard, París.

16. Pérez Murillo, M. D. 2000 Oralidad e historia de vida de la emigración andaluza hacia América Latina (Brasil y Argentina) en el siglo xx. Servicio de Publicaciones de la Universidad de Cádiz, Cádiz.

17. Ricoeur, P. 2003 La memoria, la historia, el olvido. Trotta, Madrid.

18. Sarlo, B. 2007 Tiempo pasado. Cultura de la memoria y giro subjetivo. Una discusión. Siglo XXI, Buenos Aires.

19. Tezanos-Pintos, R., J. Arancibia, M. Filer (eds.) 2007 La "reunión de las lejanías": eje filosófico, estético y estructural de la obra de María Rosa Lojo". En María Rosa Lojo: La reunión de lejanías, pp. 9-31. Buenos Aires, Instituto Literario y Cultural Hispánico.

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