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Intersecciones en antropología

On-line version ISSN 1850-373X

Intersecciones antropol. vol.14 no.1 Olavarría June 2013

 

ARTÍCULO

En la llanura y en los valles. Relaciones entre las poblaciones de las tierras bajas santiaguenas y el Estado Inca

 

Constanza Taboada, Carlos I. Angiorama, Diego M. Leiton y Sara M. L. López Campeny

Constanza Taboada. Instituto Superior de Estudios Sociales (ISES), Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) / Instituto de Arqueología y Museo (IAM), Universidad Nacional de Tucumán (UNT) . San Martín 1545 (4000) San Miguel de Tucumán. E-mail: constanzataboada@gmail.com
Carlos I. Angiorama. ISES, CONICET / IAM, UNT. San Martín 1545 (4000) San Miguel de Tucumán. E-mail: carlosangiorama@gmail.com
Diego M. Leiton. IAM, UNT. San Martín 1545 (4000) San Miguel de Tucumán. E-mail: dmleiton@yahoo.com
Sara M. L. López Campeny. ISES, CONICET / IAM, UNT. San Martín 1545 (4000) San Miguel de Tucumán. E-mail: marisalopezc@hotmail.com

Recibido 24 de agosto 2011.
Aceptado 19 de marzo 2012

 


RESUMEN

Exploramos las relaciones entre los habitantes indígenas de la llanura santiaguena y el Estado Inca, a partir del análisis distribucional, contextual y estilístico de tres líneas de evidencias: artefactos metálicos, elementos vinculados a la producción de hilados y objetos cerámicos (estilos Averías y Yokavil). Nuestro enfoque pretende situarse desde la historia tardía local, aunque cambiando el plano de observación hacia el piedemonte oriental y los valles centrales. Procuramos contribuir a la discusión y comprensión de los procesos implicados en tales relaciones. Interpretamos que, además de la movilización de indígenas (mitimaes) desde la llanura hacia instalaciones incaicas en los valles, las alianzas trascendieron la esfera de interacción política y económica hacia procesos y estrategias más domésticas de preservación, apropiación e identificación, que generaron la incorporación y/o la exclusión de ciertos rasgos y objetos, tanto en prácticas y objetos cotidianos de las comunidades locales, como en las de los mitimaes en los valles. Esto debió traer aparejadas formas emergentes de identidad, principalmente para mitimaes, yanas e indios de privilegio que cumplieron funciones en instalaciones estatales, así como entre las comunidades de la llanura, que mantuvieron relaciones de alianza con el Estado incaico.

Palabras clave: Santiago del Estero; Valles intermontanos; Inca.

ABSTRACT

Populations of the lowlands of Santiago del Estero and the Inca State We explore the relationships between indigenous residents of the lowlands of Santiago del Estero and the Inca State, from distributional, contextual and stylistic analysis of three evidence lines: metallic artifacts, elements associated with yarn and ceramic objects (Averías and Yokavil styles) production. Our approach tries to focus on the local late history, although changing the perspective towards the eastern foothills and the central valleys. We intend to contribute to the discussion and understanding of the processes involved in such relationships. We interpret that, in addition to the mobilization of indigenous populations mitimaes, from the plains to valley Inca installations; alliances transcended political and economic interaction spheres, towards the preservation, ownership and identification processes and strategies, in the private or domestic areas. These strategies allowed the incorporation and/or exclusion of certain features and objects, both in practice and everyday materials of the local communities, as in the mitimaes in the valleys. The latter would have generated emergent forms of identity, especially for mitimaes, yanas and privileged indians serving in state facilities, and among the communities of the plains, which maintained ties of alliance with the Inca State.

Keywords: Santiago del Estero; Intermontane valleys; Inca.


 

INTRODUCCIÓN. UN PLANTEO DE LA PROBLEMÁTICA

Después de los trabajos de Ana María Lorandi y su equipo (Lorandi 1980, 1984; Williams y Lorandi 1986; Cremonte 1991, 1994; Lorandi y Cremonte 1991; D'Altroy et al. 1994; Williams 1995, entre otros), el análisis de los procesos históricos y de las relaciones entre los habitantes de la llanura santiaguena, los incas y las poblaciones tardías de los valles de la región valliserrana central del Noroeste argentino (NOA) no tuvo mayor desarrollo. Sin embargo, la necesidad de su comprensión parece inevitable para avanzar en el conocimiento de los procesos sociales locales y regionales, ya sea evaluando cómo se articularon las poblaciones de la llanura santiaguena a la conquista incaica del NOA, como cuáles fueron las repercusiones sobre las poblaciones locales en ambos espacios. A pesar del constante avance de las investigaciones arqueológicas acerca del Tawantinsuyu, el estudio de su frontera oriental quedó por mucho tiempo relegado. En los últimos años, sin embargo, algunos investigadores comenzaron a abordar ciertos aspectos del tema en porciones acotadas de este enorme territorio (Pärssinen 1992; Pärssinen y Siiriainen 2003; Alconini 2004, 2005; Oliveto y Ventura 2009). En el NOA, tópicos como la presencia de enclaves incaicos, redes viales y las dinámicas fronterizas en los Andes orientales durante el período imperial fueron desarrollados por diversos autores en las últimas décadas, pero concentrándose fundamentalmente en los Valles Orientales de Jujuy y Salta, sin alcanzar territorios localizados más al sur del Valle de Lerma (Salta) (Nielsen 1989, 2003; Raffino 1993; Raffino et al. 2001, 2006; Cremonte et al. 2003, 2005; Fumagalli 2003a, 2003b; Mulvany 2003; Vitry 2004; Cremonte et al. 2005; Cremonte y Williams 2007; Oliveto y Ventura 2009; Cruz 2010; Ventura et al. 2010; Cruz y Jara 2011). Tradicionalmente, Santiago del Estero no fue incluido en los mapas de expansión o influencia incaica en el NOA. Sin embargo, una cantidad de datos que hace un tiempo hemos empezado a rastrear pueden leerse cuestionando esta omisión y sirven para plantear la importancia y complejidad de los procesos y relaciones entabladas entre el incario y las poblaciones de la llanura santiaguena (Angiorama y Taboada 2008; Leiton 2010; Taboada y Angiorama 2010; Taboada et al. 2010). A ello se suma que uno de los problemas pendientes de la arqueología del actual territorio santiagueno es abordar el estudio de su vinculación con los procesos regionales más generales. Al día de hoy, los procesos del pasado de las poblaciones que habitaron tardíamente la llanura santiaguena han sido poco trabajados y son consecuentemente poco conocidos y generalizados para todo el territorio. Sin embargo, fueron diversos, dinámicos y no homogéneos al interior de la región, y el estudio de la interacción con el exterior constituye un aspecto clave para entenderlos (Taboada 2010, 2011). En función de avanzar en tal sentido, disenamos nuestras investigaciones sobre dicha zona, buscando integrar el territorio a los circuitos y procesos regionales prehispánicos y coloniales tempranos. Este trabajo se enmarca así en un proyecto que pretende aportar particularmente a una problematización del estudio de los procesos prehispánicos que involucraron a las poblaciones de la llanura santiaguena (Taboada 2011), a la vez que generar acercamientos particulares para su comprensión (e.g., Angiorama y Taboada 2008; Becerra 2010; Leiton 2010; López Campeny 2010a, 2010b, 2011). En trabajos anteriores hemos tomado este problema general y señalado la importante interacción que parece haberse dado entre poblaciones de momentos tardíos1 asentadas en la llanura central de Santiago del Estero y los incas. Estos planteos se basaron en el análisis de las características, distribución y contextos de hallazgo de, fundamentalmente, tres tipos de evidencias arqueológicas recuperadas en Santiago que consideramos claves para abordar la problemática (Angiorama y Taboada 2008; Taboada y Angiorama 2010):

a) Artefactos metálicos de raigambre incaica (e.g., topus, mazas estrelladas, tokis, lauraques) y objetos de metal que siguen patrones tardíos de los valles del NOA (placas, hachas, campanas), que hemos interpretado como regalos o dones recibidos por poblaciones de la llanura por alianzas o servicios prestados al incario.
b) Artefactos vinculados a la producción de hilados (fundamentalmente torteros), asociados a contextos prehispánicos tardíos o con cerámica Averías, que muestran cambios notables en su frecuencia y en aspectos tecnomorfológicos (respecto de contextos más tempranos de Santiago, o de otras asociaciones materiales), así como datos que remiten a ciertas características posiblemente andinas en la producción o desarrollo de la práctica textil local. Se habría dado una intensificación de la producción textil tardía, que podría estar relacionada con una ampliación de la escala y/o el desarrollo de nuevas esferas de producción y distribución de hilados, y posiblemente también de textiles, que aprovechó y combinó el conocimiento y la destreza de las poblaciones locales, ciertas materias primas de la región y la organización e importancia de esta actividad para los incas.
c) Cerámica de estilo Averías con ciertas características morfológicas (fundamentalmente platos y vasos altos) y de diseno iconográfico de posible influencia incaica, combinados con caracteres locales. La incorporación y reelaboración en la alfarería local de elementos y modalidades de producción estilística incaicos y valliserranos serían sugerentes no sólo de formas de interacción, sino también de procesos de apropiación y resignificación -en la vida cotidiana de los pueblos de la llanura- de conceptualizaciones y modos estilísticos particulares incaicos y de las comunidades locales de los valles.

A todo esto hay que agregar la presencia del quichua en Santiago, arribado, según algunos autores, durante época prehispánica (Di Lullo 1964; Christensen 1970; Lorandi 1984, entre otros). Como eje integrador se presentó el aspecto distribucional, ya que las evidencias señaladas precedentemente aparecen, en su gran mayoría, o exclusivamente, concentradas en un área muy acotada de la llanura santiaguena, en la zona del río Salado medio, en los alrededores de la localidad de Icano; Dpto. Avellaneda, a unos 180 km al sudeste de la ciudad de Santiago del Estero; (Figura 1). Con base en todo esto, fuimos planteando, además de una interacción con el Incario, un específico interés estatal -y aun una posible intervención- en esta zona y/o en sus pobladores. Dicho planteo sumó también el análisis de referencias históricas (Angiorama y Taboada 2008). Así, aunque sin partir inicialmente de ellas, nuestros primeros análisis sobre los objetos de metal registrados en Santiago y sobre su distribución acotada en la zona del río Salado medio confluyeron parcialmente en las propuestas más generales de Lorandi sobre la existencia de interacción con el Incario (Lorandi 1980, 1984), para retrabajar luego elementos de su hipótesis sobre el traslado de pobladores de la llanura santiaguena como mitimaes a los valles. El objetivo de este artículo es senalar nuevas evidencias y líneas de análisis que hemos ido generando dentro del proyecto de investigación y que nos permiten afinar la mirada sobre estas hipótesis y sobre los posibles caminos, mecanismos, procesos y modos de acción política, doméstica y simbólica más concretos que pudieron generar esta interacción y sus consecuencias posteriores, tanto para las poblaciones locales asentadas en las tierras bajas santiaguenas, como para aquellas distribuidas en los valles. En este nuevo trabajo nos interesa también dejar planteadas preguntas más específicas acerca de las motivaciones que pudieron llevar a este interés del Incario sobre las poblaciones de la llanura santiaguena y de la zona específica senalada, como también las que pudieron haber perseguido estas últimas en dicho proceso. Con este objetivo, en esta ocasión hemos incorporado, además de nuevas evidencias registradas en Santiago, el análisis de información generada en los valles centrales y piedemonte catamarqueno.


Figura 1. Mapa de la región. Referencia: A) sector del Salado medio en el que se localizan los sitios arqueológicos que concentran la mayoría de los objetos metálicos, torteros y piezas cerámicas citadas en el texto..

ABORDAJE DEL PROBLEMA

La hipótesis general en juego es que existieron vínculos entre la gente asentada en la llanura y los incas instalados en los valles centrales (así como con las poblaciones locales tardías de los valles sobre las que los incas impusieron su dominación), y que esto generó una movilización de personas, bienes e ideas en ambos sentidos, posiblemente con intermitencias y coyunturas diversas a lo largo de un tiempo que excede el de la dominación incaica, para extenderse también a la Colonia temprana. Esto debió haber generado diferentes formas de socialización y de contenido en el intercambio material, simbólico y de personas, y en las relaciones sociales y políticas construidas. Pensamos que los procesos ocurridos no debieron ser regulares, constantes, homogéneos, ni haberse ajustado consecuentemente a programaciones predeterminadas. Más bien, entendemos que debió tratarse de un proceso repleto de situaciones coyunturales intermitentes, discontinuidades, reformulaciones y renegociaciones del carácter de las relaciones, e incluso tensiones conflictivas. Es más, consideramos que más allá de reforzar alianzas y negociaciones (con dones de objetos, entrega de tierras y demás), fue necesario generar y mantener en el tiempo diversas condiciones para sostener esas alianzas y el funcionamiento de las instituciones y las políticas que con aquellas se sustentaban. Los incas debieron instalar localizaciones espaciales para residencias de mitimaes, asegurar el control y pacificación de la población local, movilizar poblaciones, fortalecer la reciprocidad. En conjunto, todas estas diversas situaciones pudieron generar condiciones y trayectorias históricosociales que significaran reacomodamientos resolutivos de las políticas estatales de dominación, regulación y negociación, pero también de la vida social cotidiana de las poblaciones de la llanura santiaguena, las cuales debieron implicarse activamente en la trama de posicionamientos. Y son estos "escapes" los que entendemos pueden hacerse visibles a través de detalles mínimos y dispersos que intentamos aquí identificar y empezar a reunir, dándoles un sentido de coherencia en relación con el problema que abordamos. Cabe señalar que este trabajo se basa casi exclusivamente en el análisis de información bibliográfica e histórica y en el estudio de material arqueológico depositado en museos. En este sentido, ha sido necesario relevar los datos que acompanan a las colecciones, recopilar la información publicada y reconstituir (hasta donde fue posible por la ausencia de información registrada durante los trabajos de campo y por la preservada después) los contextos y condiciones de hallazgo sobre la base de datos escasos, vagos y dispersos. Se ha desarrollado una metodología de trabajo que combina el control cruzado de información procedente de fuentes diversas y su confrontación con datos y circunstancias de la historia de la arqueología local (Angiorama y Taboada 2008; e.g., Martínez et al. 2011). Esto nos ha permitido verificar o desechar fiabilidad, coherencia y pertinencia de los datos para aportar al tema. Para los valles se ha trabajado de igual forma, aunque contamos con aportes más nuevos y con la posibilidad de acceder a contextos y situaciones arqueológicas mejor definidas (Leiton 2010). Todo esto implica, obligadamente, limitaciones en las propuestas y planteos desarrollados aquí y en la posibilidad de presentar mejores evidencias para sostenerlas. Aun así, consideramos que el intento y el método resultaron eficientes para plantear otras miradas a la arqueología santiaguena. Por último, cabe señalar que el interés del tema radica también en la focalización de la mirada, que pretende situarse desde una perspectiva distinta a las tradicionales, intentando observar y entender los fenómenos tardíos y de época inca ocurridos en y desde la llanura santiaguena. Aun con dicha focalización, nuestro análisis mueve continuamente su punto de observación, y lo ubica en la llanura, el piedemonte y los valles, para obtener diferentes perspectivas de los procesos.

EXPLORANDO LOS ELEMENTOS EN JUEGO

Presentamos ahora los principales elementos puestos en juego para evaluar el problema y las hipótesis señaladas. Algunos de ellos han sido desarrollados en mayor detalle en otros trabajos (Angiorama y Taboada 2008; Leiton 2010; Taboada y Angiorama 2010), a los que remitimos para su ampliación y confrontación. Otros se agregan aquí como nuevos elementos de análisis.

Elementos andinos e incaicos en la llanura santiaguena Metalurgia

Un dato sumamente interesante, y que de hecho fue el punto de partida de esta investigación, es que en Santiago del Estero se ha hallado una importante cantidad de objetos de metal (referidos sobre todo en Reichlen 1940; Wagner y Righetti 1946; Pedersen 1952) que sin duda no fueron producidos en la zona y que además presentan una particular y acotada distribución espacial. De ellos se han publicado 148, pero sin información acerca de sus contextos de procedencia. Estas piezas fueron confeccionadas con cobre, bronce estanífero, plata y, en un sólo caso, con oro. Gran parte del conjunto consiste en objetos de raigambre incaica, mientras que otra gran porción presenta características morfológicas, de diseno y tecnológicas típicas de piezas metálicas tardías de la región valliserrana del NOA (Angiorama y Taboada 2008). Si bien en algunos casos se trata de tipos de piezas que presentan una alta frecuencia y una amplia dispersión en el área andina, tales como cinceles y punzones, una gran proporción del total consiste en objetos poco comunes en el NOA, manufacturados con técnicas muy complejas (como la de la cera perdida), y con una gran inversión de metal en cada pieza. Varios de ellos son artefactos que en los Andes se asocian al desarrollo de rituales y al despliegue de poder, tales como placas, tokis, tumis, campanillas, mazas estrelladas y ciertos tipos de hachas, mientras que otros son objetos relacionados con la vestimenta y peinados andinos, como lauraques y topus, aspectos de alta significación en cuanto a denotación identitaria, social, o de investidura (Taboada y Angiorama 2010: 19: Figura 1). A esta situación se agrega la particular distribución espacial de estas piezas. Conocemos los sitios o parajes de hallazgo de 120 de los objetos metálicos publicados. Resulta notable que las piezas procedan de tan sólo 17 de los más de 200 sitios arqueológicos descubiertos y trabajados en la historia de la arqueología de Santiago. El 93% de ellas fueron recuperadas en 14 sitios localizados en territorios aledaños al río Salado, nueve de los cuales se hallan concentrados en un área de apenas 15 km de diámetro que se extiende alrededor de la localidad de Icano. Dos de ellos, Averías y Sequía Vieja, concentran el 68% del total de los objetos (Figura 1). De esto resulta evidente que no todos, ni siquiera la mayoría de los habitantes de la llanura santiaguena durante aquella época, tuvieron acceso a piezas de metal, sino tan sólo una minoría, o algún grupo en particular instalado en un pequeno sector del río Salado medio (Angiorama y Taboada 2008). La filiación, cantidad, distribución y tipo de objetos configura, entonces, una situación que no sólo invita a pensar en una vinculación con el Incario y con los habitantes de los valles, sino también a analizar cuáles fueron los mecanismos, motivaciones y estrategias mediante los cuales tales poblaciones de las tierras bajas pudieron acceder a un material tan particular y a la vez tan significativo para los incas. En este sentido, y según la integraremos luego a la discusión, nuestra idea es que estos objetos jugaron como reforzadores de alianzas y fueron manejados a nivel político y estatal (Angiorama y Taboada 2008; Taboada y Angiorama 2010).

Textilería

A la situación señalada precedentemente se sumó la identificación de una enorme cantidad de torteros que procedían también de la zona del Salado medio y, justamente, de algunos de los sitios con mayor presencia de objetos de metal. Esto nos llevó a relacionar las problemáticas entre sí y con la posibilidad de un interés particular de los incas en las poblaciones de esta zona (Taboada y Angiorama 2010). Ya Lorandi (1984) había señalado el notable incremento registrado en la frecuencia de los torteros y sus cambios morfológicos hacia momentos prehispánicos tardíos, vinculándolos a posibles relaciones con poblaciones andinas. Sin embargo, la mayor dificultad para profundizar en la exploración de esta línea de evidencias es la ausencia de un registro textil local con el cual contrastar estas apreciaciones, con lo cual el análisis de su producción debe basarse en indicadores indirectos, tales como improntas e instrumental asociado a su factura (López Campeny 2010a, 2010b, 2011), en clara diferencia con los otros dos conjuntos artefactuales aquí considerados. Aun así, contamos con algunas breves descripciones y apreciaciones realizadas por otros investigadores para los casos excepcionales en que se conservaron fragmentos textiles. Al respecto, Palavecino (1934) y Reichlen (1940) señalan vínculos entre las escasas piezas arqueológicas recuperadas en Santiago y la producción textil de las poblaciones del NOA, aludiendo a aspectos tales como su notable calidad técnica; a ciertos atributos del diseno, como la presencia de policromía, y al posible empleo de materias primas no locales, como la fibra de camélido. Más recientemente, y desde otra línea de evidencias, también se han señalado vínculos, materializados en la existencia en la tejeduría actual santiaguena, de instrumental y ciertas técnicas textiles de tradición andina. Se destacan el empleo de telar de cintura, la elaboración de piezas en "tapiz inca"2 y en faz de urdimbre, y el tenido mediante técnica de atado o reserva3 (Gramajo de Martínez Moreno 1982; Corcuera 2005). A ello sumamos el relevamiento, en tejidos históricos y actuales de la provincia, de motivos que forman parte del repertorio iconográfico incaico. Entre ellos destacamos la presencia de estrellas de ocho puntas y rombos (con o sin bordes escalerados), encadenados en traslación horizontal. Ambos motivos presentan una amplia difusión en textiles arqueológicos de filiación peruana, de cronología incaica y en piezas cerámicas incas como los aríbalos (Figura 2; López Campeny y Taboada 2009; Taboada y Angiorama 2010). Por otra parte, desde el punto de vista documental, la referencia de varios cronistas de que los indígenas de Santiago "vistan como los del Pirú" se ha vinculado con un contacto directo entre artesanos mitimaes y funcionarios incas (Ottonello y Lorandi 1987). De hecho, la vestimenta fue uno de los medios empleados con más recurrencia y mayor efectividad por los incas para exteriorizar las alianzas con las provincias y vincular a las comunidades locales con el Estado. Como vimos, algunos de los objetos de metal recuperados en Santiago se vinculan también a la vestimenta. Sin embargo, en este caso, a diferencia de los objetos de metal -que, planteamos, jugaron como dones de ingreso unidireccional-, pensamos que en el tema textilería entraron en juego variables de complementación en ambos sentidos. Un peso fuerte de la relación podría haber estado en el interés incaico por el aprovechamiento de destrezas y materias primas de las tierras bajas, para la producción de un bien tan apreciado y necesario para desplegar y mantener sus redes como eran los textiles. La leyenda local que refiere que fue una princesa inca quien ensenó a tejer a las mujeres en Santiago (Llamazares y Martínez Sarasola 2002) da una idea sobre la importancia y significación, aunque fuera mítica, otorgada al tema; a la vez que permite pensar, más que en la ensenanza de una práctica nueva (efectivamente registrada en Santiago por la arqueología para tiempos anteriores, pero a otra escala), en un interés del Estado por intervenir en la producción textil de acuerdo con sus patrones. Nuestra idea es que este conjunto de evidencias podría ser indicador no sólo de una relación con el Incario, sino también de cambios en la organización y la escala de la producción textil local, posiblemente dando lugar también al interés y desarrollo posterior de los obrajes textiles coloniales en la zona del Salado medio (Taboada y Angiorama 2010).


Figura 2. a) Sobrecama de fines del siglo XVIII de Santiago del Estero (Llamazares y Sarasola 2002); b) Tapiz recuperado en Nazca (D'Harcourt 1962); c) Sobrecama histórico de Santiago del Estero (Llamazares y Sarasola 2002); d) Guarda en tapiz de unku incaico (Gisbert 2001) y e) Aríbalo inca (Museo Larco, Perú; en Berenguer 2009).

Cerámica

Sobre este tema cabe empezar señalando que, para la misma zona del Salado medio, se tiene registro de una variante de cerámica policroma local bien tardía o aun asignable a época colonial, comprendida en lo que Bleiler (1948) designó como "Epiaverías". Conforma recipientes con morfologías similares o quizás reformuladas de los vasos "keriformes", de los "platos pato" incaicos y de variantes de escudillas bajas de estilo Cusco Policromo, muchos de los cuales presentan apéndices ornitomorfos sobre los labios de las piezas, al igual que la alfarería incaica (Taboada y Angiorama 2010). Paralelamente, en distintas piezas del estilo Averías son frecuentes los motivos con composiciones y patrones morfológicos que, sospechamos, son de filiación incaica, y que también se encuentran presentes en los estilos alfareros locales y mixtos de otras regiones surandinas que quedaron bajo dominio incaico (Leiton 2010). Entre ellos, motivos triangulares compuestos y romboidales dispuestos en traslación lateral y vertical, otros cuadrangulares y romboidales con cuatripartición interna, y otros lineales en zig-zag o escalonados que suelen encontrarse acompanados de elementos pequenos, distribuidos alternadamente a lo largo del diseno (Figura 3). Estos motivos son muy frecuentes en aríbalos, jarras, vasos altos y platos incaicos de la variante Cusco Policromo, así como también en los disenos de piezas textiles de la misma filiación (Figura 4). Motivos como los rombos encadenados constituyen casos de incorporación de elementos típicos incaicos (presentes en aríbalos, piezas textiles y arquitectura funeraria inca), a las representaciones visuales de estilos alfareros Inca Provincial e Inca Mixto, a la vez que es una modalidad de diseno común en pucos de estilo Yokavil hallados en contextos asociados a elementos incaicos (Leiton 2010). Al respecto, hay que señalar que en la llanura santiaguena se han registrado objetos cerámicos cuyos elementos y configuraciones de diseno se ajustan claramente a aquellos más típicos que definen a algunas variantes del estilo Yokavil (Leiton 2010; Figura 5). Por último, cabe destacar que en el sitio Averías (donde se ha registrado una de las mayores concentraciones de objetos de metal y torteros) se halló un puco de estilo Santa María Bicolor con un apéndice modelado en forma de cabeza de un felino sobre el borde (Pieza 71.1910.13.765 de la Colección Wagner del Musée du Quai Branly). Reynoso y Pratolongo (2008) han señalado que estas representaciones felínicas se mantuvieron ausentes en la producción alfarera de las poblaciones de la región valliserrana central por unos 400 años y reaparecieron en la iconografía del estilo Santa María en asociación temporal con la ocupación incaica del área (Figura 6). Los autores sostienen que es posible que esta reaparición haya constituido un recurso plástico de resistencia de las comunidades indígenas locales frente a los incas, que resignificaron una emblemática historia en la región. O bien, que la emergencia de tales motivos pudo haber dado cuenta de la incorporación, al repertorio de disenos locales, de un elemento iconográfico con una fuerte carga ideológica en la sociedad incaica. Si tomamos esto en consideración, no podemos dejar de pensar la importancia que puede tener para nuestro problema el hallazgo de un objeto de esta clase en un sitio de la llanura santiaguena, del cual proceden también otros tantos elementos vinculados a lo inca. En este sentido, nos inclinamos a pensar que la circulación, incorporación y resignificación de recursos iconográficos incaicos pudo formar parte de las relaciones tejidas en las coyunturas que emergieron durante el proceso incaico en la región. La información que acabamos de detallar nos proporciona indicios sobre las repercusiones que esas relaciones tuvieron en lo que hace a la producción y circulación de cierta clase de objetos cerámicos entre las poblaciones asentadas en la llanura. Es posible que los procesos en los que estas clases de objetos fueron incorporados a las poblaciones orientales nos remitan paralelamente a situaciones de asimilación cultural e ideológica, pero sujetas a otros, con una notable carga de reelaboración y redefinición de los recursos iconográficos y simbólicos en juego, que resultaron en la emergencia de diversos localismos estilísticos entre la alfarería conocida como Averías.

Figura 3. Vasijas de estilo Averías procedentes de la llanura central de Santiago del Estero, con motivos o morfologías de los recipientes que son vinculables a modalidades estilísticas de filiación incaica (tomadas de Wagner y Wagner 1934).

Figura 4. Ejemplares cerámicos, de madera, textiles y chullpas de filiación inca, con disenos visuales que comprenden motivos (destacados por círculo) que son frecuentes en los estilos cerámicos Yokavil y Averías (imagen tomada de Leiton 2010).

Figura 5. Escudillas y vasos de estilo Averías de Santiago del Estero (a-g) y de estilo Yokavil procedentes de la región valliserrana central del NOA (h-ll), en las que se observan patrones de disenos visuales compartidos (a-h, tomadas de Wagner y Wagner 1934; i, de González 1977; j, de Bregante 1926; k, Outes 1907; l, Lafone Quevedo 1906; ll, Outes 1907, todas en Leiton 2010). Las piezas m-u corresponden a objetos cerámicos del estilo Averías, procedentes de sitios de la llanura santiaguena, con motivos (señalados por círculo) que son frecuentes en la cerámica Yokavil de la región valliserrana (tomadas de Wagner y Wagner 1934).

Figura 6. Recipientes cerámicos de estilo Santa María Bicolor, con figuras zoomorfas felínicas modeladas. Piezas procedentes de la región valliserrana central del NOA (tomadas de Reynoso y Pratolongo 2008).

Otros elementos

Podemos mencionar, finalmente, además del quichua, el hallazgo en Santiago, en los mismos sitios del área en cuestión, de bienes extraños a la región, como caracoles aparentemente procedentes del océano Pacífico, y cuentas verdes y azules referidas como de turquesa y lapislázuli (Wagner y Wagner 1934; Reichlen 1940; Relaciones 1940). Ambos elementos de indudable importancia en el mundo andino e inca podrían también vincularse a los intercambios, procesos políticos y manejos simbólicos que estamos analizando (Taboada 2011).

Elementos típicos de la llanura santiaguena en los valles durante época inca (en contextos incaicos o locales-incaicos) Metalurgia

Como resultado del relevamiento de la distribución que alcanzaron los tipos de objetos metálicos prehispánicos recuperados en el centro de Santiago del Estero, observamos que la mayoría de ellos son notablemente escasos en el NOA, mientras que es relativamente alta su proporción de hallazgo en el Salado medio. A su vez, a partir de un análisis comparativo y distribucional de los tipos de objetos metálicos hallados en Santiago, en relación con el NOA y con sitios con evidencias vinculables a la llanura (como asentamientos con cerámica Yokavil, con torteros similares a los "santiaguenos" u otros materiales fundamentalmente registrados en la llanura), se desprenden una serie de observaciones interesantes (Angiorama 2011). Así, por ejemplo, no hay ninguna correlación entre la distribución en los valles de la cerámica Yokavil y la de objetos metálicos de los tipos hallados en el Salado medio. Si bien en sitios como Tolombón y Fuerte Quemado se han hallado importantes evidencias de producción metalúrgica y cerámica Yokavil, los objetos metálicos parecidos a los del Salado medio que allí se encuentran son demasiado escasos como para explicar los mecanismos que configuraron esta situación. Por el contrario, varias piezas metálicas incaicas parecidas a las de Santiago del Estero fueron halladas en la porción septentrional del Valle Calchaquí, fundamentalmente en La Paya, Cachi, Molinos y San Carlos. Si sumamos a ellas los tipos de objetos de raigambre valliserrana del Salado medio, de distribución más amplia que los incaicos en el NOA, se percibe una cierta concentración de piezas justamente en este mismo sector del Valle Calchaquí, y La Paya se destaca claramente como el asentamiento con mayor cantidad de objetos metálicos similares a los de Santiago. Resulta difícil determinar los posibles lugares de origen de las piezas de tradición valliserrana. González (1992) considera que uno de los tipos de placas hallados en el Salado medio (las que presentan dos semianillos para amarre en el reverso) serían originarias de las "culturas Belén o Santa María" (González 1992: 131). Del resto de los objetos no podríamos aventurar un área probable de procedencia. Por su parte, las piezas incaicas similares a las de Santiago del Estero son sumamente escasas en nuestro país. Son probablemente de origen foráneo, llegadas al NOA de la mano de los incas. Y son objetos muy escasos en Chile también, donde Mayer (1986) y González (1992) consignan que se han hallado tan solo dos mazas estrelladas, un liwi y una placa circular con protuberancia. En el Salado medio, en cambio, se han hallado 17 ejemplares de estos tipos de piezas (detalle en Angiorama y Taboada 2008). Es de destacar que en Potrero Chaquiago, el único centro de producción de cerámica Yokavil conocido hasta ahora en la región valliserrana y donde probablemente operaron alfareros de la llanura durante época incaica, no se han hallado objetos de metal comparables a los de Santiago del Estero. Un caso especial lo constituyen los dos lauraques hallados en el Salado medio. Estos colgantes son objetos característicos de poblaciones carangas y pacajes y se los encuentra ampliamente distribuidos en el sector meridional de la cuenca del Titicaca, llegando hasta algunos valles costeros (Posnansky 1924, 1928; Ryden 1947; Pärssinen y Siiriainen 1994; Schiappacasse y Niemeyer 2002). Su presencia está documentada en contextos preincaicos en el sur del Titicaca, pero su dispersión parece haberse dado en época incaica. De todas maneras, se trata de piezas escasas fuera de la cuenca del lago, y hasta el momento no hemos encontrado referencias al hallazgo de otros ejemplares de este tipo de objetos en nuestro país. En el marco del panorama que hemos esbozado, resulta sugerente la idea de la probable existencia de mitimaes altiplánicos en La Paya (González y Díaz 1992). No podemos dejar de señalar que se da allí una conjunción de elementos significativos en relación con la arqueología del Salado medio. En La Paya se ha encontrado la mayor cantidad de objetos metálicos similares a los de Santiago de Estero, numerosos torteros muy parecidos a los típicos de la llanura santiaguena (como veremos a continuación), varias puntas de hueso similares a las características de Santiago, y cerámica Yokavil y Famabalasto Negro sobre Rojo, que se vincula a estilos alfareros de la llanura. Que sepamos, esta conjunción de elementos no se da en ningún otro asentamiento del NOA. Si a esto sumamos la posible existencia en La Paya de mitimaes altiplánicos, la presencia de cerámica Inca-Pacajes y la influencia altiplánica en el estilo alfarero Inca Paya (González y Díaz 1992), los lauraques pueden sumarse como dos nuevos elementos que podrían vincular (aunque por supuesto débilmente aún) al Salado medio con las comunidades foráneas asentadas en ese poblado del norte del Valle Calchaquí. Si, además, tenemos en cuenta que existe la posibilidad de que La Paya haya sido la Chicoana histórica (González 1983), cabecera de una de las cuatro provincias incaicas del NOA, o al menos la residencia de destacadas autoridades durante aquella época (por ejemplo, los habitantes de la Casa Morada), el asentamiento se presenta como un posible nodo de enorme importancia en la relación entre los habitantes del Salado medio y el Tawantinsuyu (Angiorama 2011).

Textilería

Podemos seguir ahora profundizando sobre las notables semejanzas relevadas entre los torteros hallados en Santiago y los de algunos sitios del NOA. Algunos ejemplares de madera y piedra proceden del cementerio de Morohuasi y del asentamiento de Tastil (Boman 1991 [1908]; Cigliano 1973), ambos sitios conectados por caminos incaicos. Pero, sin lugar a dudas, un caso a destacar es nuevamente el del sitio tardío-incaico La Paya, uno de los pocos asentamientos del NOA donde se ha reportado el hallazgo de grandes cantidades de torteros (Figura 7) (Taboada y Angiorama 2010). Allí se han recuperado más de 100 de estos implementos, de la excavación de unos 200 contextos funerarios (Ambrosetti 1907), a la vez que algunos fragmentos cerámicos de estilo Yokavil fueron recuperados por González y Díaz (1992) en el sector incaico conocido como Casa Morada. La mayoría de los torteros son de madera y, a pesar de diferenciarse de los recuperados en Santiago por la materia prima (estos son mayormente de cerámica y en mucho menor medida de piedra, y hueso), entre ambos conjuntos hay importantes similitudes de diseno. Estas similitudes incluyen, al menos, seis variedades estilísticas, tres de las cuales constituyen las de mayor recurrencia entre los torteros de Santiago. Pero cabe mencionar también que otro conjunto de torteros de La Paya no se asemeja a los recuperados en Santiago. Sin embargo, esta variabilidad, al igual que la que veremos para el caso de Potrero Chaquiago, podría ser justamente significativa en términos de identificación poblacional. Precisamente, Williams (1983) visualizó la importancia que podía tener el tema y comparó un conjunto de torteros recuperados en Potrero Chaquiago con ejemplares de los sitios santiaguenos de Icano y Manogasta, y registró semejanzas sólo parciales (formales y de materia prima) entre los torteros de ambas áreas, como también entre los de Potrero de Chaquiago y los de otros sitios del NOA de época inca. Esta variabilidad, junto con las diferencias visualizadas entre los torteros de La Paya, cobra quizás significación al pensar que el asentamiento habría estado habitado por artesanos procedentes de diversos lugares y distinto origen étnico (cumbicamayoc). Entre ellos se encontrarían contingentes de mitimaes de la llanura, cuya presencia se ha inferido a partir de la masiva presencia de cerámica Yokavil y Famabalasto Negro sobre Rojo, además de tipos incaicos (Lorandi 1980; Williams 1983). De hecho, esta importante presencia de artesanos no locales en sitios incaicos como Potrero Chaquiago se interpretó en vinculación a su carácter de centro de producción artesanal, entre cuyos productos, además de la cerámica, se encontrarían los tejidos (Lorandi 1980). Las características de varios contextos remiten a la práctica común, en varios de estos centros administrativos, de nuclear artesanos dedicados a las tareas de hilado. Por ejemplo, en el sitio Inca Tolomosa se recuperaron casi 600 torteros (Oliveto y Ventura 2009), y a unos 3 km al oeste de Chicoana, al SO de la ciudad de Salta, se han recolectado en superficie más de 200 torteros y preformas (Mulvany et al. 1992). De estos últimos, algunos muestran notables similitudes formales con tipos estilísticos recuperados en Santiago del Estero, no así en la materia prima, ya que los saltenos están elaborados mayoritariamente sobre piedra. Por su parte, Mulvany et al. (1992) señalan semejanzas entre las clases morfodecorativas de la muestra analizada y ejemplares recuperados en los ya aludidos sitios de La Paya, Morohuasi y Tastil. Los autores han interpretado este conjunto artefactual como un centro de producción en serie de torteros al que relacionan con un enclave artesanal al servicio de los incas, y cuya variedad estilística podría deberse a la presencia de artesanos de diferentes lugares de origen, en acuerdo con el carácter multiétnico que se ha atribuido a los centros de producción artesanal incaicos.

Figura 7. a) Torteros procedentes de distintos sitios de Santiago del Estero: 1-9: Colección Museo Provincial de Antropología E. y D. Wagner; 10-12: Tomados de Righetti (1942). b) Torteros recuperados en el sitio La Paya (Ambrosetti 1907) y c) Torteros del sitio Tastil (Cigliano 1973).

Cerámica

Los principales aspectos a destacar, en este caso, son los que hacen a la producción, circulación y consumo de objetos de los estilos Yokavil (Policromo y Rojo sobre Blanco) y Famabalasto Negro sobre Rojo en la región valliserrana central, los cuales estuvieron vinculados a la presencia incaica en el área. Aunque también es preciso señalar, como veremos, la distribución y disociación del primero con el estilo Sunchituyoj, parcialmente coexistente con aquellos en Santiago. De acuerdo con los análisis que se han realizado hasta el momento, las vasijas asignables a los dos estilos cerámicos nombrados primero comparten un mismo perfil estilístico y técnico de manufactura con las modalidades alfareras Averías y Negro sobre Rojo Brillante de la llanura santiaguena, respectivamente (Lorandi 1978, 1984; Cremonte 1991; D'Altroy et al. 1994; Williams y Cremonte 1994; Leiton 2010). En la preparación de la materia prima y en las formas de su manufactura se siguieron las mismas pautas de producción tecnológica (Lorandi 1984; Cremonte 1991, 1994; Williams 1995). Estas modalidades de manufactura también fueron aplicadas en la producción de objetos de filiación inca procedentes de los sitios Potrero Chaquiago e Ingenio del Arenal Médanos (Cremonte 1991, 1994). Por su parte, los análisis de pasta realizados sobre fragmentos de estilo Yokavil y Famabalasto Negro sobre Rojo, procedentes de sitios incaicos vallistas, determinaron que en su producción fueron empleadas materias primas locales, lo cual descarta -al menos para estos casos- el traslado de estos objetos desde la llanura santiaguena (Cremonte 1991, 1994; Lorandi 1984; Williams y Cremonte 1994). Cabe señalar que los objetos comprendidos en los estilos Yokavil y Averías comparten también similitudes morfológicas y de diseno. En ambas modalidades, por ejemplo, son frecuentes las vasijas en forma de escudillas y los vasos altos y bajos "keriformes", en los que se han desplegado disenos policromos y apéndices zoomorfos sobre los bordes (Figura 5). Las clases de motivos que se encuentran implicados en los disenos de objetos Yokavil forman parte también del repertorio de distintas variantes del estilo Averías, particularmente del que Bleiler (1948) designó con ese nombre (Figura 5). En varios casos hay patrones composicionales y configuracionales comunes entre objetos de ambos estilos. Prácticamente todos los grupos de motivos que componen los disenos visuales de los objetos de estilo Yokavil se encuentran presentes en objetos de estilo Averías. Las diferencias que se vislumbran son más bien de carácter específico, particularmente en lo que hace a morfología y a algunos elementos de la composición de cada uno de los subgrupos de motivos (Leiton 2010). Por su parte, en términos generales, la comparación entre objetos del estilo Famabalasto Negro sobre Rojo y los asignados a la variante Negro sobre Rojo Brillante de la llanura santiaguena plantean una situación muy semejante a la anterior, en lo que hace a las morfologías de los objetos y las composiciones de los disenos visuales. La única diferencia es que en el primero de ellos existen ejemplares en los que han sido incorporados motivos de clara filiación inca a las composiciones visuales de los disenos, a diferencia del segundo. Al respecto, hay que recordar que se ha planteado que en Santiago del Estero la cerámica Negro sobre Rojo Brillante sería contemporánea a la Averías, pero podría también retrotraerse algo más atrás en el tiempo (Lorandi 1970, 1972, 1974, 1978; Togo 2007). La situación en los valles, de asociación aparentemente exclusiva a Yokavil y a contextos incas, nos indicaría que, en principio, allí es posterior y que se da una distribución, uso y consumo más o menos conjunto de ambos estilos, aunque representados en diferentes cantidades, variantes y formas. Paralelamente, la ausencia fuera de Santiago del Estero de alfarería Sunchituyoj -asociada estratigráficamente con Averías en algunos sitios de Santiago, pero aparentemente ausente en los más tardíos del Salado medio- es sugerente de modos de uso, distribución y consumo diferenciados. Esto hace pensar, a su vez, en estrategias que habilitaron la producción en los valles de sólo ciertos estilos cerámicos, o en el traslado de grupos que no producían ni usaban cerámica Sunchituyoj (Taboada 2011). Tal situación podría ser pensada en relación con un interés, vínculo, o afinidad específica entre ciertas poblaciones de la llanura y los incas (Taboada 2011), en tanto se ha considerado a Averías como una tradición alfarera netamente andina, mientras que a Sunchituyoj, como una más local (Lorandi 1974, 1978). Cabe mencionar, también, que en el sitio incaico Pucará de Andalgalá se hallaron fragmentos de alfarería ordinaria correspondientes a vasijas típicas de la llanura santiaguena (Lorandi 1978). Una situación similar es la de algunas ollas de pasta ordinaria recuperadas en el sitio incaico Potrero Chaquiago (Williams 1995), entre las que se encuentran varias vasijas con perfiles periformes, asas planas y bases cónicas y planas, muy semejantes a recipientes y urnas recuperadas en la llanura santiaguena por los hermanos Wagner (Wagner y Wagner 1934). Como se recordará, de este sitio procede una gran cantidad de cerámica Yokavil y Famabalasto Negro sobre Rojo, relacionada con la presencia de olleros mitmakunas provenientes de la llanura santiaguena (Lorandi 1984).

Otros elementos

Para la región valliserrana central, y particularmente para la zona del Bolsón de Andalgalá, donde se localizan algunos de los principales enclaves incaicos de la región, se tiene registro de individuos adultos enterrados conjuntamente en urnas o vasijas ordinarias de gran tamaño -principalmente los de Chanar Yaco y los de Agua Verde (Lafone Quevedo 1891, 1892; Williams y de Hoyos 2001; Moralejo 2010)- que llevan como acompanamiento piezas cerámicas de las variantes Inca Provincial, Inca Mixto, de las modalidades Yokavil y Famabalasto Negro sobre Rojo y del grupo Fase Inca (sensu Calderari y Williams 1991). Estas formas de inhumación, que implicaron el enterramiento colectivo de varios individuos en el interior de vasijas ordinarias de gran tamano, asociados a objetos de filiación y/o época inca, contrastan con aquellas más típicas que practicaban las poblaciones locales de la región valliserrana en tiempos preincaicos. Tales patrones funerarios resultan ser los más frecuentes y comunes en las poblaciones que estuvieron asentadas en las sierras, piedemonte y llanura oriental. Sin embargo, estas modalidades de enterratorio suelen aparecer en sitios de los valles, asociados a objetos de filiación inca o de época inca, próximos a importantes establecimientos estatales como Potrero Chaquiago. Esta situación podría indicar una relación entre esos enterratorios y la presencia de contingentes de la llanura santiaguena movilizados por el estado incaico (Williams y De Hoyos 2001), que pudieron incluso haber adquirido estatus privilegiados en la estructura sociopolítica estatal de la región (Lorandi 1980), lo que explicaría así algunas particularidades de tales contextos funerarios.

PENSANDO EL PROCESO Sobre la época

Hemos señalado aquellos rasgos, elementos e ideas que circularon o fueron incorporados a la vida social local de las comunidades tardías en la llanura santiaguena y en los valles. Esta movilidad se dio en ambos sentidos, y a lo largo de un tiempo de interacción que debió tener intermitencias y coyunturas internas. En este proceso de entender esta relación tardía, reflejada en los elementos analizados en este trabajo, cabe empezar por preguntarse si ésta pudo darse desde momentos anteriores a la intervención incaica. Esto resulta de importancia para pensar quiénes fueron los que pudieron buscar u ofrecer esta vinculación y cómo emergió el proceso. En el caso de los metales hallados en el Salado medio, nuestros estudios nos sugieren que los objetos no habrían sido fabricados allí, sino que habrían arribado al lugar desde el área andina en época prehispánica tardía (Angiorama y Taboada 2008). Las características morfológicas y tecnológicas de la gran mayoría de las piezas son claramente andinas y las composiciones de los objetos responden a los patrones típicos del NOA: casi todos fueron confeccionados con bronce estanífero, y unos pocos con cobre y plata (Reichlen 1940; Pedersen 1952). A esto se suma la referencia de que los objetos -al menos los recuperados por Pedersen- se encontraron asociados a cerámica Averías, y la conclusión de Reichlen (1940) sobre el mismo tipo de asociación cerámica. En todos los casos, los objetos metálicos que hemos asignado a época tardía del NOA se encontraron en los mismos lugares que las piezas metálicas de época inca. Es decir, no existe ningún lugar en el que se hayan encontrado sólo objetos de raigambre tardía del NOA. En función de esto, pensamos que es muy posible que ambos tipos de piezas (tardías del NOA e incaicas) hayan arribado juntas en época incaica a los sitios del Salado medio (Angiorama y Taboada 2008). En lo que a la cerámica respecta, la sistematización de información realizada para los valles centrales revela una estricta asociación de las distintas variantes del estilo Yokavil-Averías a contextos de momentos incaicos, hispano-indígenas y coloniales tempranos (Leiton 2010). Para dicha región no hemos encontrado ningún caso de asociación de cerámica Yokavil o Averías a contextos preincaicos. Esto nos lleva a considerar que, con anterioridad a la ocupación inca de la región, los objetos de estos dos estilos no habrían circulado, ni habrían sido consumidos por las poblaciones locales de los sitios analizados para los valles centrales. En consecuencia, tampoco debió haber habido una demanda por parte de tales comunidades, aun pudiendo haber existido algún tipo de relación entre éstas y las asentadas en la región oriental. Esto aporta un elemento más a favor de que es recién en tiempos incaicos cuando debió darse una presencia efectiva, más organizada y relativamente estable -al menos en los valles centrales- de personas provenientes de la llanura santiaguena, vinculadas a las políticas estatales. Para el piedemonte, en cambio, sí se conocen registros de cerámica Averías en contextos preincas. Esto podría alinearse con la idea de Lorandi (1978) de que poblaciones de la llanura podrían haber tenido colonias o sectores de aprovisionamiento en el piedemonte, y que fuera con estos grupos con quienes los incas entraron primeramente en contacto. Más aún, algunos datos hasta ahora dispersos parecen indicar la presencia de cerámica Averías en ciertos contextos preincaicos del valle de Catamarca y alrededores. Datos arqueológicos y de crónicas aportan elementos para pensar la intensa dinámica de la región pedemontana también para momentos más tardíos, de contacto hispano-indígena y coloniales. En el piedemonte catamarqueno (departamento Santa Rosa) hemos excavado contextos con fechados en un rango tardío-colonial, con materiales y disposiciones en el uso del ambiente muy similares a los registrados en Santiago (Taboada 2009, 2011). Los datos generados permiten sostener la habitación estable, allí, de grupos indígenas tardíos y del momento de la Colonia que habrían usado cerámica Averías y Negro sobre Rojo Brillante, además de otras evidencias típicas en la llanura (torteros, tubos de hueso, alfarería con arrastre de dedos e impresiones unguiculares o de palillos sobre bandas aplicadas, arquitectura perecible, entre otras). Por su parte, la información histórica señala varias encomiendas coloniales de la región (Ferreiro 1997; Becerra 2010), lo que coincide con la información arqueológica para sostener que la zona estaba habitada por una considerable cantidad de indígenas (Becerra 2010), que bien pudo ser preexistente en la región, y que las poblaciones allí establecidas pueden ser vinculadas con las poblaciones tardías de la llanura santiaguena, pero que también mantuvieron vínculos con las poblaciones de los valles centrales (Taboada 2009, 2011; Farberman y Taboada 2012). En lo que respecta a la cronología de los torteros estilísticamente similares a los recuperados en los sitios de Santiago del Estero hallados en la zona de valles y piedemonte, podemos decir que corresponde a un lapso que comprende tanto momentos tardíos, incas y coloniales. En el primer caso, algunos contextos, como los hallazgos de Morohuasi y Tastil, no presentan evidencias que puedan asociarse a una cronología incaica, incluso el segundo sitio cuenta con un conjunto de fechados radiocarbónicos que lo ubican en el momento inmediatamente previo (Cigliano 1973). De todos modos, no podemos dejar de señalar, como un hecho significativo, que ambos sitios se encuentren conectados por caminos incaicos. Otros hallazgos se asocian de manera clara con contextos incas (sitios La Paya y Potrero de Chaquiago), y en vinculación a centros de producción artesanal. Finalmente, se han documentado hallazgos de torteros formalmente similares a los de Santiago en el área de valles, para momentos de contacto o período colonial (Kriscautzky 1991), sobre lo que nos explayaremos más adelante.

Sobre los mecanismos involucrados

Empezando por los metales, ¿cuáles habrían sido los mecanismos que pudieron configurar la situación arqueológica detectada? La idea de una enorme avidez de los pueblos del oriente boliviano por apropiarse de metales con frecuencia se hizo extensiva a las tierras bajas del NOA. Sin embargo, para el caso de Santiago del Estero parecen haber jugado otro tipo de mecanismos y motivaciones que pueden explicar la presencia de los metales en la zona del Salado medio. De haberse dado, por ejemplo, una circulación del metal "de mano en mano", como se dio en otras regiones (Combes 2008), sería esperable el hallazgo de estos objetos a lo largo de toda la ruta. Esto no sucede en Santiago. Por el contrario, los objetos de metal se concentran en un área muy pequena, localizada a más de 400 km de distancia de las fuentes del metal. Una distribución tan discontinua y circunscripta de las piezas metálicas sólo parece poder explicarse mediante un traslado de los objetos de un punto del espacio a otro. O sea, una entrega directa, que en nuestro caso interpretamos como dones o reforzadores de alianza entre los incas y las poblaciones del Salado medio (Angiorama y Taboada 2008; Taboada y Angiorama 2010). En este sentido, suman nuevas evidencias dos referencias tempranas analizadas recientemente por Castro Olaneta (2010; y también Lorandi 1980), en un estudio sobre las encomiendas del Salado. La autora señala que Cieza de León relata que en tiempos del Inca Yupanqui fueron enviados a las tierras de los juríes "ciertos orejones, no con pujanza de gente ni con ejército sino con rescates", para solicitar la amistad de sus habitantes (Cieza de León 1947 [1553]: 318 en Castro Olaneta 2010). A partir de la hipótesis que desarrollamos sobre los objetos de metal en Santiago, Castro Olaneta (2010) propone que en estos "rescates" podrían haber estado involucrados objetos de metal que señalamos como obsequios en circunstancias de alianza. Otra cita destaca el valor que podrían haber tenido los metales, así como el reforzamiento de alianzas a través de dones y contradones. Garcilaso de la Vega dice que desde el Tucumán se enviaron emisarios a Charcas ofreciendo su vasallaje y entregando al Inca "mucha ropa de algodón, mucha miel muy buena, çara [maíz] y otras mieses y legumbres de aquella tierra" (Garcilaso 1609, libro V, cap. 25, en Castro Olaneta 2010), pero no oro ni plata, por no disponer de ellos en su lugar de origen (Castro Olaneta 2010). Objetos metálicos tan especiales como la mayoría de los hallados en el Salado medio pudieron perfectamente haber constituido parte de los "rescates" o de regalos que los incas entregaban en circunstancias de este tipo. Respecto de la producción textil, nuestros análisis permiten plantear la posibilidad de un interés del incario por las materias primas y destrezas locales, y una potencial consecuente intervención en las poblaciones de la llanura para aprovecharlas (Taboada y Angiorama 2010). Aunque se ha discutido el cultivo y uso del algodón en la llanura con anterioridad a los españoles, varios elementos nos permiten pensar su efectiva posibilidad. El análisis de variables funcionales de una muestra de 71 torteros procedentes de Santiago -algunos sin datos de contexto, pero otros indiscutidamente de cronología prehispánica- muestra el predominio de ejemplares con características adecuadas para el hilado de materias primas de escaso grosor, como el algodón (López Campeny 2010b). Las fuentes nos dicen que la confección de vestimenta era, por su importancia, el segundo tributo al inca, luego del cultivo de la tierra, y "En los llanos donde por ser tierra caliente no visten lana, hacían ropa de algodón de la cosecha de las tierras del sol y del Inca" (Garcilaso de la Vega [1609] 1995: 262). En la cita transcripta anteriormente también se menciona la ropa de algodón como tributo al Inca, para ofrecer vasallaje, lo cual implica un conocimiento y uso previo a esta relación. De manera complementaria, nos planteamos la posibilidad del hilado de la "seda del monte" (Saturniidae rothschildia), materia prima local cuyo uso actual en la elaboración de tejidos está documentada para el área. Creemos que la fineza en los hilados obtenidos, sumada a su carácter exótico en las sierras peruanas, la convertirían en una materia prima idónea para la confección de los textiles cumbi4, elaborados tradicionalmente con fibra de vicuna y algodón tanto en las provincias tributarias donde se disponía de estas materias primas como en el propio centro político del Estado (López Campeny 2010b). El interés en las materias primas y/o destrezas locales parece haberse dado no sólo por el incario, sino también durante la Colonia (Taboada y Angiorama 2010). No sólo encontramos que en la zona del Salado medio se instalaron los obrajes textiles coloniales, sino que también en otros sectores fuera de Santiago se mantuvo esta vinculación. Así, por ejemplo, entre los elementos del ajuar de entierros próximos al arroyo Farinango (Catamarca), se destaca la presencia de cerámica Averías/Yokavil, además de numerosos torteros como los de Santiago (Kriscautzky 1991). El autor plantea que el caso podría vincularse a poblaciones indígenas trasladadas por los espanoles desde Santiago con la finalidad de trabajar la fibra de algodón, lo que sería compatible con el reducido tamaño y peso de los torteros. Por su parte, las similitudes notables que registramos entre la decoración de los torteros de Santiago del Estero y aquellos de La Paya y otros sitios del NOA y, a su vez, con las formas de diagramación cuatripartita y diseno de los pucos Yokavil, hacen pensar también en esta relación. La variabilidad interna en los disenos de los torteros y la distribución diferencial en los valles de sólo algunos de los registrados en Santiago podría tener que ver con cuestiones más demarcatorias de identidad al interior del grupo social o doméstico. La necesidad de diferenciarse podría reforzarse en contextos de una producción textil intensificada, en el marco de "tributos" estatales, ya sea hacia momentos incaicos o de producción colonial temprana. Hemos señalado también procesos de apropiación y reconfiguración de rasgos cerámicos que habrían dado como resultado el estilo Yokavil, situación que generalmente se tiene más presente a partir de la hipótesis de traslado de mitimaes. Pero también debieron ocurrir procesos de repercusión en las poblaciones de la llanura santiaguena. Una buena parte de las modalidades estilísticas de la llanura incorporaron y redefinieron diversos recursos plásticos de filiación incaica, y plantean notables diferencias con situaciones semejantes observadas en los objetos de estilo Yokavil de la región valliserrana. Esto nos habla de situaciones que motivaron, y en las que operaron fuertemente, prácticas de aprendizaje y quizás de imposición pero, sobre todo, también de resistencia, reforzamiento, creatividad, negación y reconfiguración, entre diversos modos de hacer, en la producción y circulación alfarera local (Leiton 2010). Esto nos lleva a la necesidad de trabajar sobre la cuestión del retorno periódico a las comunidades originarias de olleros mitimaes que operaron en instalaciones incaicas de la región valliserrana. Tal situación pudo haber dado lugar a que en la región oriental se hayan incorporado elementos emblemáticos de la simbología incaica y también manufacturado objetos Averías con un notable perfil estilístico Yokavil, al poner en práctica innovaciones que estos artesanos aprendieron y/o elaboraron en la producción de cerámica estatal. La presencia en el Salado medio de vasijas que se ajustan más estrictamente a las modalidades estilísticas de Yokavil de los valles que a las más típicas de Averías de la llanura, y de otras que presentan elementos de diseno de notable influencia incaica -algunos de los cuales no forman parte del repertorio iconográfico de los objetos de estilo Yokavil- pueden constituir otros indicadores de esos procesos de retorno. Cabe recordar que en el sector La Solana del sitio Potrero Chaquiago, donde habrían residido y operado alfareros de la llanura santiaguena en condición de mitmakunas, se hallaron vanos de accesos tapiados y estructuras de combustión formadas en distintos episodios de ocupación de los recintos, que Williams (1993) ha interpretado como elementos probablemente vinculados con la periodicidad de los turnos de prestación de servicios de tales mitmakunas. Por último, otro elemento importante es la ausencia y/o disociación que muestra la cerámica Sunchituyoj tanto con la Yokavil/Averías en la zona de valles como en el Salado medio. A esto cabe agregar que, además, no se trata de la reelaboración, distribución o consumo, en valles, de cualquier variante del estilo Averías, sino principalmente de aquellas que suelen ser más comunes en la zona del Salado medio. Así, las diversas asociaciones y disociaciones detectadas en Santiago del Estero, y la incorporación del incario de mitimaes que producen cerámica Averías retrabajada como Yokavil, y no Sunchituyoj, nos plantea las posibilidad de leer, tras de ello, mecanismos sociales o políticos -locales y/o del Estado- que manejaron la producción, utilización y movilización diferenciada de estos distintos estilos cerámicos, o de grupos humanos particulares vinculados a la producción y consumo de determinada cerámica. Esto puede tener que ver con cuestiones relevantes en cuanto a mantener presentes ciertos significantes o representaciones en los valles, pero también habrá que explorar esta disociación que se produce en algunos sitios de Santiago en relación con una potencial afinidad, o aun una vinculación identitaria, entre los incas y ciertas poblaciones asentadas en la llanura, como las del Salado medio, que pudieran haber tenido una tradición más andina, lo que podría haber posibilitado el establecimiento de vínculos más fácilmente entre ellos (Taboada 2011).

Caminos distintos, procesos diferentes

Aceptada como válida la hipótesis de interacción entre los pobladores tardíos de la llanura santiaguena, los incas y los pobladores tardíos de los valles cabe preguntarse: ?cómo se dio esta relación, en qué consistió y qué modalidad/es asumió?, ?cómo fue cambiando y variando en el tiempo y el espacio? Estas son algunas de las cuestiones para comprender más acabadamente este proceso. El análisis de distintas fuentes coloniales llevó a plantear (Lorandi 1980, 1984; Lorandi y Cremonte 1991) que, por oposición a la resistencia con que los habitantes de los valles calchaquíes enfrentaron la llegada de los incas al área, los pobladores de la región oriental aparentemente prefirieron la alianza con el estado cuzqueno. Los acuerdos entablados entre ambas partes permitieron, de ese modo, estabilidad en parte de la frontera oriental, contra las invasiones que provenían desde el Chaco. Pero también, el traslado de población oriental hacia los valles calchaquíes permitió efectivizar el control de los habitantes de esa región y reemplazar parte de la mano de obra que, al parecer, estos retaceaban. Incluso, es posible que tales alianzas entre los incas y poblaciones de la región oriental hayan sido favorecidas por rivalidades existentes previamente entre estas últimas y las originarias de los valles calchaquíes. De este modo, los indígenas del oriente instalados en la región valliserrana pudieron haber sido ocupados en actividades militares, artesanales y, tal vez, también administrativas. Esto pudo haber implicado, para el Estado, la promoción de la producción y distribución de determinados objetos, con el objetivo de desarrollar, fortalecer y sostener las relaciones de alianza, al abastecer a estos sujetos orientales -en situación de desarraigo espacial en los valles- de recursos, tierras y determinada clase de bienes, entre estos, objetos emblemáticos para ellos, como los de estilo Yokavil, en una situación de notable alteridad y multiculturalidad (Leiton 2010)5. Por su parte, que los propios mitimaes orientales sean quienes hayan estado implicados ya no sólo en su producción sino también en su consumo podría explicar mejor el hecho de que una clase de cerámica Averías -semejante a la Yokavil, con la incorporación de distintivos incaicos- en algún momento también comenzó a manufacturarse, circular y consumir en Santiago. Es posible que esto remita al tema del retorno de mitimaes a sus comunidades de origen, pero también nos habla de una sociedad con una notable capacidad de integración y asimilación; pero, por sobre todo, de negociación y posicionamiento táctico frente a determinadas coyunturas políticas, culturales y sociales. En este sentido, varios elementos nos hacen pensar en que, más allá de la esfera de interacción política y económica, hubo procesos y estrategias más privadas o domésticas de preservación, apropiación e identificación que generaron la incorporación o la exclusión (no necesariamente consciente) de ciertos rasgos culturales en la cultura material cotidiana, así como en las prácticas de las comunidades de la llanura. Pensar procesos de este tipo podría dar cuenta de la distinción que observamos en la inclusión de determinados rasgos estilísticos o tecnológicos, por ejemplo, en la cerámica o en el instrumental textil, tanto en Santiago como en los valles, o en los cambios en las prácticas, modos de producción y objetos de intercambio (textilería, objetos metálicos, etc.) considerados en este trabajo. A su vez, la ausencia de otros objetos o modalidades también podría comenzar a explicarse como resultado de que las esferas de interacción e intercambio jugaron con diferentes fines y tuvieron desarrollos particulares. En este sentido, muchos de los elementos incorporados pudieron implicar simples sutilezas de (re)significación, de acuerdo con concepciones e idiosincrasias locales. Y también lo contrario, es decir, pudo suceder la incorporación de muchas conceptualizaciones, entendimientos y sentidos, pero haber constituido su materialidad en elementos locales y no en aquellos de identidad andina. Para cerrar, entonces, las diferencias señaladas respecto de la presencia/ausencia de determinados elementos alóctonos en la llanura pueden comenzar a entenderse si consideramos que distintos bienes y elementos que son propios de la cultura material de las poblaciones indígenas vallistas e incas, pudieron haber seguido diferentes procesos, caminos y finalidades de movilidad o apropiación. Así, entonces, los objetos metálicos de clara filiación y factura andina -simbólicamente importantes a nivel estatal y valiosos para los pueblos de tierras bajas- muestran efectivamente una presencia muy marcada y llegan al Salado medio como objetos terminados, numerosos y complejos, sin localización en puntos intermedios en el espacio, lo cual sugiere una relación directa entre el incario y los pobladores de esta región. Su situación excepcional y su interpretación como regalos a cambio de afianzar alianzas permiten pensar en un recurso eventual, incluso posiblemente ubicable en los primeros momentos de interacción, y entablado particularmente con el Salado Medio. Constituiría un evento o serie de eventos particulares de significación política, claramente diferentes de los procesos devenidos en las prácticas cotidianas observables en la producción cerámica y textil. Ahora bien, aun cuando el mantenimiento del uso de significantes en instrumentos y en prácticas textiles nos habla de estrategias de reforzamiento de la identidad local, la intensificación en la producción de hilados podría relacionarse con una intervención estatal en la organización de su producción según modelos incaicos, y que luego fuera aprovechada por los colonizadores europeos. Una multiplicidad de fuentes etnohistóricas y coloniales, así como numerosos autores modernos, han documentando el rol fundamental que jugaron los textiles en las redes de producción, redistribución y en las relaciones de poder inca, especialmente en el ejercicio del ayni, o principio de reciprocidad andina, que adquirió para ese momento mayor escala y se constituyó en la base de la organización socioeconómica del Estado Inca. Esta intervención estatal debió haber aprovechado destrezas y conocimientos locales preexistentes; lo que sabemos es que fue una estrategia empleada con frecuencia entre los incas quienes, en palabras del propio Garcilaso de la Vega (Garcilaso de la Vega [1609] 1995: 263): "Hacían la ropa fina en las provincias donde los naturales tenían más habilidad y mana para hacerla". Además, un interés particular del Estado en intervenir en la producción textil podría haberse vinculado con la posibilidad de explotar materias primas locales. Algo similar pudo ocurrir con la producción de cerámica Yokavil en los valles, de alguna forma controlada por el Estado. La tendencia distribucional de esta cerámica es bastante sugerente en términos políticos, dado que coincidiría con la región comprendida por las provincias incaicas de Quire- Quire y Tucumanao (Catamarca y Tucumán) y, más marginalmente, en algunos sitios de la provincia de Chicoana (sensu Lorandi y Boixadós 1987-88; Lorandi 2004). En este sentido, tal vez sería más interesante pensarla como una región económica (sensu D'Altroy y Bishop 1990: 124) que articulaba una serie de asentamientos bajo control incaico en torno a la cual, en este caso, se desenvolvieron las redes de producción, circulación y consumo de esta clase de objetos. Y es posible, como sostiene Lorandi (1980, 1984), que esta área coincida con el territorio que al parecer fue protegido y servido por indígenas provenientes de la región oriental, en carácter de aliados del Estado Inca. Paralelamente, debemos visualizar otro aspecto de la situación. En los valles encontramos, además de objetos típicamente "santiaguenos", la incorporación parcial de rasgos de la llanura, para luego concluir en desarrollos locales con mucho "aire santiagueno", como es el estilo Yokavil. Al mismo tiempo, observamos ciertas elecciones en las producciones estilísticas y experiencias de consumo de lo Yokavil en contextos estrictamente incaicos e incaicos-locales. De hecho, las políticas del Estado (desde las residenciales y culturales hasta las de consumo, producción y sociabilidad) debieron originar importantes modificaciones tanto en hábitos domésticos como en las formas de construir relaciones sociales, de aliados que eran instalados en la zona para funciones estatales. Todo ello debió traer aparejadas formas emergentes de etnicidad e identidad, principalmente para aquellos mitimaes, yanas e indios de privilegio que residieron y cumplieron funciones en instalaciones vinculadas con el Estado. Mientras tanto, en la llanura vemos que ciertos rasgos cerámicos (estilísticos, morfológicos, tecnológicos) incaicos o propios de la reelaboración de lo Yokavil en los valles se incorporan al repertorio material como partes, como elementos que se reconfiguran, combinan o incluyen en la producción de objetos alfareros que luego quedaron involucrados en prácticas de la vida más cotidiana. No encontramos, en cambio, objetos cerámicos incaicos, como sí los hay de metal, que evidentemente jugaron otro papel en esta relación. Como vemos, todo apunta a que los vínculos que las poblaciones de la llanura santiaguena emprendieron con el Estado Inca no devinieron sólo en la movilización de indígenas de aquella región hacia instalaciones incaicas localizadas en los valles intermontanos. Las situaciones analizadas nos llevan a plantear una multiplicidad de caminos, procesos y mecanismos involucrados en la circulación, apropiación y resignificación de diferentes materiales, prácticas y sentidos.

Agradecimientos

A Verónica Williams, Beatriz Cremonte y Myriam Tarragó, por sus comentarios durante la discusión de una versión anterior presentada en el Simposio Tawantisuyu 2011 del xvii Congreso Nacional de Arqueología Argentina. A Myriam Tarragó, Diana Rolandi, Sergio Álvarez y Andrés Chazarreta por la autorización para relevar materiales del Museo Etnográfico, Instituto Nacional de Pensamiento Latinoamericano, Museo Adán Quiroga y Museo de Ciencias Antropológicas y Naturales "Emilio y Duncan Wagner". A Paz Núnez Regueiro por la información brindada sobre las colecciones del Musée du Quai Branly. A Axel Nielsen y a los evaluadores anónimos por sus sugerencias para mejorar la versión final. La investigación fue realizada en el marco de los proyectos CIUNT 26G/402 y PIP CONICET 11420100100265.

NOTAS

1 Como poblaciones tardías y con el concepto general de tardío hacemos referencia en este trabajo a un lapso temporal que abarca una temporalidad mayor que la clásicamente definida como Período Tardío del NOA, que cubre tanto éste como el período de expansión incaica y llega incluso a consideraciones para momentos hispano-indígenas y coloniales tempranos. Esto obedece a que los procesos analizados en este artículo se desarrollaron a lo largo de este tiempo, con independencia de las clasificaciones periódicas tradicionales, y tiene como protagonistas a las sociedades que lo habitaron, y concibiendo que éstas mantuvieron lazos genéticos, sociales y culturales entre ellas, a lo largo de este lapso y de las situaciones coyunturales, políticas y movimientos espaciales. Con "época prehispánica tardía", por otra parte, nos referimos a un lapso temporal que incluye a los períodos Tardío e Inka del NOA. Lo hacemos así por carecer de elementos que nos permitan una cronología de mayor resolución.

2 Piezas elaboradas con técnica de tapiz, o faz de trama, constituyen hallazgos arqueológicos excepcionales en el área Andina Meridional, y se vinculan con una tradición de origen altiplánico. Aunque existen ejemplares preincaicos, esta técnica se empleó preferencialmente para la confección de piezas incas estandarizadas, de uso restringido entre la nobleza y ciertos funcionarios estatales.

3 La elaboración de prendas en faz de urdimbre y el empleo de telar de cintura constituyen rasgos técnicos de amplia dispersión en toda el área Andina. Respecto de la práctica de tenido por reserva, los datos arqueológicos que se disponen para el actual territorio argentino proceden de contextos fechados con posterioridad a 1200 años DC, y han sido recuperados en diferentes sitios del noroeste y centro-oeste del país que conforman el sector andino (López Campeny 2006).

4 El tejido cumbi aludía a prendas de prestigio, usadas exclusivamente por los funcionarios estatales y algunos mandatarios locales y su fineza era tal que en las crónicas coloniales era comparada con las sedas europeas (Cobo [1653] 1964).

5 Esta situación recuerda a la descripta por Lorandi y Rodríguez (2003) para el altiplano de Bolivia. Allí, el Estado había cedido tierras originarias a mitimaes olleros trasladados de una región lejana, pero además construyó condiciones materiales que ayudaran a recrear sus propios mundos, como acequias y hoyadas para que creciera totora que los mitimaes pudieran emplear en la construcción de los techos de las viviendas siguiendo su propio estilo tradicional, como si se tratase de una forma de recrear sus paisajes originarios en situaciones de alteridad. Esto también constituyó una condición de posibilidad de las políticas del Estado incaico (Leiton 2010).

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