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Intersecciones en antropología

versión On-line ISSN 1850-373X

Intersecciones antropol. vol.16 no.1 Olavarría jun. 2015

 

ARTÍCULOS

Explotación de recursos leñosos en el monte mendocino: el caso del sitio arqueológico Agua de los Caballos-1 (departamento de San Rafael)

 

Diego Fernando Andreoni

Diego Fernando Andreoni. Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Facultad de Ciencias Naturales y Museo. División de Arqueología. Edificio Anexo, Laboratorio Nº 129. Universidad Nacional de La Plata. Calle 122 y 60 (CP 1900), La Plata, Buenos Aires. E-mail: andreondieg@hotmail.com

Recibido 5 de octubre 2013.
Aceptado 27 de marzo 2014


RESUMEN

El presente trabajo pretende evaluar si los procesos de intensificación propuestos para el sur de Mendoza se ven reflejados en el registro antracológico del alero Agua de los Caballos 1 (Monte), cuya evidencia de ocupación abarca los últimos 1200 años AP. En segundo lugar, se integra dicha información con datos bibliográficos sobre los restos carpológicos, con el fin de evaluar las estrategias de selección de la vegetación local representada en uno u otro registro en relación con sus distintas aplicaciones. Dentro del registro antracológico se analizaron 448 carbones distribuidos en 17 niveles, donde se identificaron 16 taxa, todos nativos del Monte. Las evidencias demuestran que en ACA-1 no se habrían dado procesos de intensificación del tipo de los registrados para Arroyo Malo 3, donde hacia el final de la secuencia aumenta la diversidad, se suma el uso de raíces al de los tallos de algunos taxa, al tiempo que se produce la incorporación de taxa foráneos. Se aprecia que taxa con buenas propiedades combustibles y escaso valor alimenticio (Larrea, Bulnesia) están pobremente representados a nivel carpológico con respecto al antracológico, mientras que otros con buenas propiedades combustibles y alto valor alimenticio (Prosopis, Geoffroea) están menos representados a nivel antracológico que carpológico.

Palabras clave: Antracología; Monte; Intensificación; Leña.

ABSTRACT

Exploitation of woody resources in the monte of Mendoza: the case of the archaeological site Agua de los caballos-1 (San Rafael department).

This paper aims to assess whether the intensification processes proposed for southern Mendoza are reflected in the anthracological record of Agua de los Caballos1 site (Monte), which has evidence of occupation covering the last 1200 years. Furthermore, results are integrated with bibliographical data about carpological remains recovered in order to evaluate plant selection strategies represented by one or other type of record in relation to their different applications. The anthracological study consisted in the analysis of 448 charcoal remains distributed through 17 stratigraphical levels. Sixteen taxa were identified, all native to the Monte area. Limited temporal changes observed along ACA-1 sequence ruled out the occurrence of intensification processes similar to those registered at Arroyo Malo 3, where an increase in diversity during the late Holocene, the addition of roots to the stem use of some taxa, along with the introduction of foreign taxa is observed. Finally, it is noted that taxa with good fuel but low edible value (Larrea, Bulnesia) are poorly represented within the carpological record, while others with good fuel and high nutritional value (Prosopis, Geoffroea) are poorly represented at the anthracological level but not the carpological.

Keywords: Anthracology; Monte; Intensification; Firewood.


 

Introducción

El estudio de restos carbonizados de madera ha sido utilizado para comprender procesos culturales, como por ejemplo, las estrategias de selección de la madera en relación con sus distintas aplicaciones (Marston 2009); las maderas utilizadas para la confección de artefactos (Caruso et al. 2011) y las estrategias en el uso de diferentes combustibles (Solari 1993; Piqué i Huerta 1999; Marconetto 2005, entre otros). En Mendoza en particular, los primeros estudios antracológicos fueron realizados al norte de la provincia, en los sitios incaicos del Valle de Uspallata Tambillos y Ranchillos (Roig y Bárcena 1997a y b; Garibotti 1998, 1999-2000) (Figura 1-A). En ellos se observó que, durante el período Inka, la madera fue seleccionada en relación con diferentes usos: se prefirió la de Schinus para leña y la de Larrea para dar estructura a las techumbres (Garibotti 1998, 1999- 2000). Otros trabajos de este tipo en esa misma región están orientados al análisis de paisajes forestales del pasado, en sitios cercanos a la ciudad capital (Maferra 2010). Por otro lado, en el sur de Mendoza, área en la que nos centraremos de aquí en adelante, el primer antecedente de análisis de maderas arqueológicas corresponde a las determinaciones de Semper y Lagiglia (1962-1968) realizadas sobre artefactos confeccionados en caña coligüe (Chusquea culeau) procedentes de la Gruta del Indio. Más allá de estos, la inclusión de los estudios antracológicos en los programas de investigación arqueológicos es de reciente desarrollo, y se inició con la elaboración y descripción anatómica de una colección de referencia de más de 40 especies leñosas (Andreoni 2010, 2014), a las que les fueron realizados estudios experimentales que contribuyeron a entender los efectos del proceso de carbonización (Andreoni et al. 2011). Estas investigaciones han requerido de la revisión de descripciones anatómicas realizadas por especialistas de la madera (i.e., Cristiani 1949; Garibotti 1998, 1999-2000; Roig y Roig 1998; Roig y Vidal 2006-2010, entre otros) y de otras derivadas de estudios antracológicos de áreas vecinas (Marconetto 2002; Ortega y Marconetto 2009, entre otros). Hasta el momento se ha llevado a cabo el análisis de carbones de madera de tres sitios localizados en ambiente patagónico (Arroyo Malo 3, El Mallín y Gruta de El Manzano) (Andreoni y Capparelli 2012; Llano y Andreoni 2012). Además de estos trabajos en restos leñosos, el sur mendocino cuenta también con la recuperación de una vasta cantidad de carporrestos. Minuciosas síntesis regionales en cuanto a este tipo de especímenes se encuentran en Hernández (2002) y en Llano (2010), por lo que una revisión detallada al respecto excedería los objetivos del presente escrito. Trabajos que integren resultados a nivel de carporrestos y restos de madera son aún escasos, a excepción de Llano y Andreoni (2012).  Las investigaciones arqueobotánicas que se vienen llevando a cabo en el sur mendocino (i.e., Llano 2010; Andreoni y Capparelli 2012) han tenido en vista los procesos de intensificación regionales propuestos para los últimos 2000 años AP en el área. Estos fueron reconocidos en primer lugar a través del análisis de restos líticos, cerámicos y arqueofaunísticos (Gil 2006; Neme 2007). La intensificación fue entendida como un proceso que permite a las sociedades disminuir los riesgos y la incertidumbre a nivel de su subsistencia (Bettinger 1991) y que tiende al incremento en el rendimiento de un recurso por unidad de área (Broughon 1994). Desde un punto de vista amplio, este proceso puede darse mediante dos mecanismos: el de una intensificación en el uso de recursos base ya conocidos, es decir, como especialización (utilización más intensa de un rango cada vez más restringido de recursos) y/o como una diversificación (utilización de un rango mayor de especies, en una misma área o en un área mayor) (Morrison 1994). Desde el registro arqueobotánico, estos procesos pudieron ser reconocidos en el sur mendocino a nivel de plantas alimenticias, en parte a través de la incorporación a la dieta de plantas silvestres de menor retorno energético y mayores costos de obtención y procesamiento (diversificación) en ambientes patagónicos (Llano 2010); así como por la especialización en la explotación de determinados frutos de los cuales se consume ya no sólo la parte carnosa sino también la semilla interna (i.e., frutos silvestres de Geoffroea decorticans, Ximenia americana) en la región de Monte (Llano 2010; Llano y Andreoni 2012). En el presente trabajo, nos proponemos como objetivo general evaluar si los procesos de intensificación antes mencionados se reflejan en el registro antracológico del alero Agua de los Caballos 1 (ACA-1). Este sitio, a diferencia de Arroyo Malo 3, El Mallín y Gruta de El Manzano, está localizado en la provincia Fitogeográfica del Monte. Como objetivos específicos se plantea, en primer lugar, caracterizar cuali-cuantitativamente el registro antracológico del sitio; y en segundo lugar, integrar dicha información con los datos carpológicos publicados por Hernández et al. (1999-2000) (descriptos brevemente más abajo) con el fin de evaluar las estrategias de selección de la vegetación local en relación con sus distintas aplicaciones.


Figura 1.
Área de estudio (modificado de Gil 2006). A. Ubicación geográfica de los sitios arqueológicos mencionados. B. Planta de excavación de ACA 1. C. Perfil de la planta de excavación.

Se parte de la idea de que dentro de los restos arqueológicos leñosos en general, son aquellos que provienen de su uso como combustible los que mejor podrían reflejar procesos de intensificación a nivel del registro antracológico en el área de estudio, en particular a través de cambios en las proporciones, modos de utilización y áreas de procedencia de leñas de diferente calidad. Cabe aclarar aquí que si bien son diversos los criterios que se pueden utilizar para definir la calidad de un taxón como combustible (entre estos, el poder calórico, la duración de las llamas, la duración de la brasas, la resistencia a la combustión,  el nivel de chisporroteo, las dimensiones de la madera −diámetro y tamaño−, la presencia de compuestos que favorecen la combustión [i.e., resinas, etc.], el estado de la madera −seca, verde, atacada por xilófagos-, entre otros [Théry-Parisot 2002; Marconeto 2005; Marston 2009; Caruso 2013]), nosotros hemos considerado que aquellos de mejores cualidades serían los que cumplieran con una o más de las siguientes características: poseer los valores más altos de dureza −medida en términos de densidad−, los mayores diámetros promedio de los troncos y resinas que favorezcan la combustión. Además, hemos considerado también la información brindada por la población rural local de la zona a través de la revisión fuentes etnobotánicas, etnohistóricas y etnográficas (Ruiz Leal 1972; Delhey 1991; Hernández 2002; Ladio y Lozada 2009; Andreoni 2010, 2014; Llano 2010, entre otros). De esta manera, por ejemplo, hemos podido reconocer a partir del análisis del perfil antracológico de Arroyo Malo 3 (Andreoni y Capparelli 2012) una tendencia hacia la diversificación en el uso de especies leñosas de menor calidad; la incorporación de especies foráneas y/o la ampliación de los rangos de recolección; y la intensificación en la selección de taxa de buena calidad a través del uso no sólo de la parte aérea de la planta sino también de su raíz (especialización). Estos cambios han sido interpretados como consecuencia de un proceso de intensificación en la utilización de la leña en dicho sitio.
Dado que, tal como propone Caruso (2013), en la selección de leña intervienen tanto las propiedades de la madera como la estructura social, duración de las ocupaciones, tipo de sitio (cuevas, aleros, cielo abierto), y la función o funciones que se le den al fuego, entre otros aspectos, la situación de ACA-1 puede diferir de aquella registrada en AMA-3, a pesar de que ambos son aleros. En primer lugar, porque difieren las especies vegetales presentes en sus alrededores (Monte y Patagonia, respectivamente) y en segundo lugar porque los períodos de ocupación del sitio en ACA-1 son más cortos.

Área de estudio
El sitio arqueológico ACA-1 se encuentra emplazado a 35º 22' 03" latitud sur y 68º 18' 07" latitud oeste, en la margen izquierda del arroyo permanente Agua de los Caballos (Figura 1-A), a 1025 msnm y en los valles extracordilleranos de la unidad geomorfológica denominada como planicie oriental (Hernández et al. 1999-2000; Gil 2006). Es un alero en el frente de las bardas basálticas de la Formación Coyocho. Su abertura tiene 4,5 m y se orienta hacia el este, y su profundidad en planta es de 3,8 m aproximadamente (Gil 2006). La región se caracteriza por presentar escasas precipitaciones, las cuales fluctúan entre 200 mm y 400 mm anuales. La temperatura media es de 18º C en invierno y de 22º C en verano (Capitanelli 2005). Desde el punto de vista paleoambiental, las condiciones climáticas y las comunidades vegetales actuales se establecieron en nuestra área de estudio ca. 4000 años AP (Navarro et al. 2012). Las condiciones fitogeográficas circundantes al alero permiten caracterizar su vegetación (sensu Cabrera 1976) dentro del Dominio Chaqueño, provincia de Monte. La familia mejor representada es la de las Zigophyllaceas, entre las que se destaca la presencia de las tres especies de jarilla (Larrea nitida, L. divaricada, L. cuneifolia) y de retama (Bulnesia retama) que se distribuyen a lo largo de una estepa interrumpida por comunidades edáficas de bosques de algarrobo (Prosopis flexuosa, P. alba, P. alpataco), chañar (Geoffroea decorticans) y chañar brea (Cercidium praecox). Otros arbustos son: el piquillín (Condalia microphylla), la mata negra (Boungainvillea spinosa), el llaullín o piquillín de víbora (Lycium guillesianum), el molle (Schinus polygamus), el romerillo (Senecio spp.), la lagaña de perro (Caesalpinia gilliesii), el ardegras (Chuquiraga erinacea) y el altepe (Proustia cuneifolia), entre otros. Arbustos menores los constituyen el tomillo macho (Junellia sheriphiodes) y el tomillo (Acantholippia seriphioides), mientras que las
matas áfilas son el ala de loro (Monttea aphylla) y la pichanilla (Senna aphylla). Sobre los márgenes de los ríos se forman bosques de sauce criollo (Salix humboldtiana). En suelos salinos se destaca la presencia de zampa (Atriplex lampa) y jume (Allenrolfea vaginata), ambos arbustos pertenecientes a la familia de las Chenopodiaceas (Cabrera 1976).

Antecedentes arqueológicos
Los estudios arqueológicos se realizaron en 1996 como parte de un proyecto regional a cargo del Dr. Adolfo Gil. En ACA-1 se excavó una cuadrícula de 2 × 2 m (4 m2) (Figura 1-B), la cual se dividió en cuatro sectores según los puntos cardinales (NW, NE, SE y SW). Se excavaron un total de 17 niveles artificiales de 5 cm de espesor, distribuidos en tres unidades sedimentarias (Figura 1-C), hasta llegar a la roca de base (Gil 2006). Se realizó una serie de fechados radiocarbónicos (Tabla 1), los cuales, junto con los materiales arqueológicos, permitieron dividir la secuencia en dos conjuntos. El conjunto A presenta las ocupaciones más antiguas, incluye desde el nivel 17 al 7, corresponde al lapso comprendido entre 1200 y 250 años AP. El conjunto B abarca desde la base del nivel 6 a la superficie actual, y es atribuido al periodo Hispano- Indígena, con una cronología posterior a 250 años AP (Hernández et al. 1999-2000; Gil 2006). El material arqueológico recuperado en ACA-1 fue estudiado por Gil (2006). Dada la diversidad de elementos arqueológicos y las distintas prácticas que de estos se derivan, Gil (2006) considera que el sitio sirvió como un lugar de actividades múltiples, las cuales se desarrollaron en distintas ocupaciones que se dieron con cierta continuidad. La evidencia arqueológica permite inferir que en ACA-1 se realizaron tareas de talla, reacondicionamiento de instrumentos, procesamiento de caza, recolección de vegetales y molienda, entre otras (Gil 2006; Hernández et al. 1999-2000). El estudio de los restos vegetales no leñosos, principalmente carporrestos, en ACA-1, fue realizado por Hernández et al. (1999-2000) y Gil (2006). Fueron obtenidos por medio de la técnica de flotación, zaranda en seco y recuperación in situ. En cuanto a su estado de preservación, se aclara en general que fue variado, encontrándose macrorrestos enteros y otros fragmentados, secos y/o carbonizados o parcialmente carbonizados, aunque Hernández et al. (1999-2000) no especifica
cuál fue el estado de conservación de cada uno de los macrorrestos en particular. Tomando en cuenta la procedencia (autóctonas vs. europeas) y su modo de crecimiento (silvestres o adventicias vs. cultivadas) se definieron cuatro categorías (Hernández et al. 1999- 2000). La primera categoría corresponde a plantas autóctonas cultivadas, de las cuales, la más abundante es el maíz (Zea mays); aunque también se registró la presencia de semillas de Cucurbita sp. Ambos taxa fueron registrados en los dos conjuntos. La segunda categoría corresponde a plantas silvestres autóctonas, las cuales no presentan cambios significativos en términos de presencia/ausencia de los taxa a lo largo de la secuencia (Hernández et al. 1999-2000; Gil 2006). Por su abundancia, se destacan Cactaceae, Trichocereus candicans, Opuntia sulphurea, Gramineae, Prosopis sp., Schinus polygamus, Geoffroea decorticans, entre otras (Hernández et al. 1999-2000; Gil 2006). La tercera categoría corresponde a las plantas europeas cultivadas: se recuperaron semillas de Prunus persica (durazno) y fragmentos de endocarpo de Juglans regia (nogal). Finalmente, entre los taxa europeos silvestres o adventicios se identificó Arundo donax y Xanthium spinosum. Ambos grupos de especies europeas fueron registrados sólo en los niveles correspondientes al Hispano-Indígena (Hernández et al. 1999-2000; Gil 2006). Entre los restos arqueobotánicos también se recuperó, en el nivel siete, un fragmento de cestería elaborado con la técnica de checker a partir de Sporobolus mendocinus (Gil 2006).

Tabla 1. Cronología del sitio ACA-1 (tomado de Gil 2006)

Materiales y métodos

Muestras de referencia
Para llevar a cabo la identificación de los restos antracológicos, se elaboró una colección de referencia del área de estudio, se colectaron muestras de herbario y se obtuvieron muestras de tallos. Se realizaron cortes delgados en los tres planos de observación de la madera y se realizaron las descripciones anatómicas correspondientes. Se sabe que durante el proceso de carbonización se producen modificaciones en las dimensiones de los distintos tipos celulares, no obstante, los rasgos cualitativos se mantienen más o menos constantes (Rossen y Olson 1985; Smart y Hoffman 1988; Piqué i Hueta 1999; Marconetto 2005; Andreoni et al. 2011; Caruso 2013), por lo cual las descripciones anatómicas se realizaron siguiendo los criterios cualitativos de IAWA (1989). En el caso de las tres especies que no pudieron ser colectadas, se usaron para su identificación las descripciones anatómicas publicadas por otros autores. Para Bulnesia retama y Acantholippia seriphioides se tomaron las caracterizaciones de Roig y Roig (1998) y de Roig y Vidal (2006-2009), mientras que para Monttea aphylla fueron consultados Cristiani (1949), Roig y Roig (1998). Finalmente, se elaboró una clave dicotómica que permite visualizar mediante qué caracteres diagnósticos se diferenciaron los taxa identificados.

Muestras arqueológicas
El conjunto más grande de las muestras analizadas corresponde a carbones dispersos, que fueron recuperados por medio de la aplicación de la técnica de zaranda en seco, utilizando mallas de 3 mm de apertura a la totalidad del sedimento extraído por nivel (Gil 2006). Un segundo conjunto de muestras de carbones procede de fogones. Estos consistieron en concentraciones de carbones asociadas a sedimentos termoalterados pero no delimitadas espacialmente por medio de pircas o cubetas. Dichas concentraciones fueron mapeadas y recuperadas in situ, y embaladas en forma separada del resto de los carbones del nivel o sector que los contenía. Con respecto al carbón disperso, las submuestras fueron extraídas de uno de los cuatro sectores de 1 × 1 m en que fue dividida la cuadrícula (ver ítem Antecedentes arqueológicos), en cada uno de los 17 niveles arqueológicos. El sector muestreado fue aquel que presentaba mayor cantidad de carbones; principalmente se trabajó con los sectores NE y NW (Tabla 2). La cantidad de carbones total recuperada y la analizada por sector y por nivel, así como aquella de cada fogón se presenta en la Tabla 2. Con respecto a los fogones, de un total de ocho relevados durante la excavación, se analizaron cinco, de cada uno de los cuales se tomó una submuestra. Los restantes no pudieron ser estudiados dado que uno fue utilizado para realizar fechados (fogón A, nivel 7), mientras que otros dos se encontraban muy próximos a sendas cuevas de roedores, las cuales fueron excluidas del análisis para evitar sesgos por posible migración vertical de carbones (Fogones F y G, ambos en el nivel 11). En ACA-1 todos los fogones analizados se encuentran entre los niveles 17 al 7, por lo que se corresponden cronológicamente con el Conjunto A (período Prehispánico).

Tabla 2. Cantidad absoluta de carbones recuperados y de carbones analizados en ACA-1. Valores por conjunto temporal, por nivel y por especie (FB, FC, FD, FE y FH son los distintos fogones analizados; *nivel con alto porcentaje de carbones con fractura en fresco).

Antes de comenzar a extraer cada submuestra se discriminaron los carbones en tres tamaños distintos: a) entre 3 y 5 mm; b) entre 5 y 10 mm; c) > a 10 mm, con el fin de tomar sucesivamente un carbón de cada clase diamétrica para no sesgar la muestra a favor de uno u otro tamaño (Thièbault 1989). Para cada una de las 17 submuestras de carbones dispersos, como para las de los cinco fogones seleccionados la cantidad de carbones analizada fue definida por medio de la construcción de una "curva de riqueza específica" (Chabal 1988, 1990; Badal Garcias1992; Piqué i Huerta 1999; Marconetto 2005, entre otros). Todos los carbones fueron fracturados a mano para el reconocimiento de los rasgos diagnósticos, que se realizó con microscopio Leica MDL de luz incidente. Los parámetros estadísticos utilizados en el presente trabajo fueron: cantidad absoluta y frecuencia relativa % de taxa (basada en la variable anterior), tanto por nivel y/o estructura carbonosa como por conjunto y en la secuencia completa del sitio (Smart y Hoffman 1988). También se calculó la ubicuidad de cada taxón (porcentaje de las muestras en que cada taxón estuvo presente). Tal como es usada aquí esta variable, en el caso de los carbones dispersos nos muestra cuán sostenido fue el uso de un taxón a lo largo del período de ocupación de cada conjunto y del sitio en general, mientras que en el caso de los fogones nos da una representación de la cantidad de fogones en los que dicho taxón fue utilizado. Para la confección del perfil antracológico del sito ACA-1 se utilizó el software C2 versión 1.7.2 diseñado por Steve Juggins (2007), de acceso gratuito.

Resultados

Se analizaron en total 448 carbones, los que representan el 11,88% de la muestra de carbones recuperada en el sitio ACA-1. De estos se identificó el 95,53% (N = 428 carbones). Se reconocieron representantes de 16 géneros (Tabla 2), que pudieron diferenciarse a partir de los caracteres presentados en la clave dicotómica (ver Tabla 3). Si consideramos tanto los carbones dispersos en el sedimento como los de los fogones, Larrea (32,37%) y Bulnesia (20,76%) se destacaron a nivel general de sitio por presentar los valores más altos de frecuencia relativa (%) (Figura 2-A). En menor cantidad se identificó Geoffroea (8,48%), Cercidium (7,59%), Lycium (6,25%) y Schinus (4,46%); mientras que los valores más bajos fueron los de Monttea y Proustia (2,90%), Condalia (2,68%), Boungainvillea (2,46%), Caesalpinia y Prosopis (1,34%), Senecio (0,89%), Acantholippia/ Junellia (0,67%), Atriplex (0,22%) y Chuquiraga (0,22%). En cuanto al cálculo de la ubicuidad (Figura 2-B), Bulnesia y Larrea fueron los únicos que presentaron valores del 100%, es decir que su uso se registra a lo largo de toda la secuencia estratigráfica; con valores superiores al 50% se hallaron Geoffroea (76,46%), Lycium (64,71%) y Cercidium (58,82%), mientras que con valores inferiores al 50% se identificaron Condalia, Monttea y Proustia (47,06%), Boungainvillea y Schinus (41,18%), Prosopis (29,41%), Caesalpinia (23,53%), Acantholippia/Junellia, Senecio (17,65%) y Atriplex y Chuquiraga (5,88%). Como se dijo anteriormente, el material arqueológico, junto con los distintos fechados radiocarbónicos (Tabla 1), permiten dividir la secuencia de ACA-1 en dos conjuntos. Del conjunto A, considerando tanto los fogones como los carbones dispersos, se analizó un total de 328 carbones, de los cuales se identificó el 95,73%. La diversidad taxonómica fue de N = 15 taxa. Se observó aquí un claro predominio en la frecuencia relativa (%) de dos géneros, Larrea (29,88%) y Bulnesia (21,65%) (Figura 3-A), mientras que el porcentaje individual de los restantes taxa no supera el 10%. Entre estos últimos se destacan Geoffroea (8,54%), Cercidium (7,93%), Lycium (5,49%), Schinus (5,18%). Los demás géneros se presentan sólo en valores inferiores al 5%: Monttea y Proustia (3,96%), Condalia (2,44%), Caesalpinia (1,83%), Boungainvillea (1,52%), Senecio (1,22%), Prosopis y Acantholippia/Junellia (0,91%) y Atriplex (0,30%). Del conjunto B, correspondiente al periodo Hispano-Indígena, se analizó un total de 120 carbones, todos los cuales se corresponden a carbones dispersos, y se identificó el 95%. El conjunto presenta una diversidad taxonómica de N = 10 taxa, menor que la del conjunto previo. Los géneros mejor representados en función de la frecuencia relativa (%) son Larrea (39,17%) y Bulnesia (18,33%) (Figura 3-A). Los restantes taxa presentan porcentajes de frecuencia relativa menores al 10%: Lycium y Geoffroea (8,33%), Cercidium (6,67%), Boungainvillea (5%), en menor cantidad Condalia (3,33%), Prosopis y Schinus (2,5%) y Chuquiraga (0,83%).

Tabla 3. Clave dicotómica con los rasgos diagnósticos utilizados en la identificación de carbones arqueológicos.


Figura 2.
Valores de cada taxón en la secuencia arqueológica general de ACA-1, basados en el conteo absoluto de carbones dispersos. A) Frecuencia relativa (%). B) Ubicuidad.


Figura 3.
Valores de cada taxón por conjunto cronológico de ACA-1, basados en el conteo absoluto de fragmentos. A) Frecuencia relativa (%). B) Ubicuidad.

Respecto de los porcentajes de ubicuidad, los únicos géneros con un 100% en ambos conjuntos fueron Larrea y Bulnesia (Figura 3-B). Las diferencias más importantes en esta variable se aprecian en los taxa secundarios. Por un lado, en el conjunto A, tres géneros presentaron valores superiores al 70% (i.e., Geoffroea, Monttea y Proustia), a estos los siguen en importancia Cercidium (63,64%), y Lycium (54,55%), mientras que los restantes taxa no superan el 50% de ubicuidad (i.e., Boungainvillea, Schinus y Condalia [45,45%], Caesalpinia [36,36%]) (Figura 3-B). Por otro lado, en el conjunto Hispano-Indígena, algunos taxa secundarios incrementan marcadamente su ubicuidad (i.e., Geoffroea 80%, Lycium 80%); otros mantienen la tendencia del conjunto previo (i.e., Cercidium, Condalia), o muestran leves modificaciones (i.e., Schinus, Prosopis) (Figura 3-B). El perfil antracológico del sitio ACA-1 (Figura 4) muestra los cambios a lo largo del tiempo de las frecuencias de los distintos taxa identificados como carbón disperso en cada uno de los niveles y de aquellos de los distintos fogones. Nuevamente se evidencia el hecho de que a nivel general de sitio el uso de leña se centró principalmente en dos géneros, Larrea y Bulnesia. En relación con estos, se aprecia que en los niveles en que la frecuencia de Larrea disminuye, se incrementa la de Bulnesia; mientras que cuando disminuye la frecuencia de ambas, aumenta la frecuencia de otros taxa (tal como sucede con Geoffroea en el nivel 7, o con Lycium y Cercidium en los fogones B y C), a la vez que se incorporan nuevos taxa al registro (i.e., Boungainvillea).


Figura 4.
Perfil antracológico de ACA-1 realizado sobre la base de la frecuencia relativa (%) de cada taxón en los distintos niveles arqueológicos.

Considerando el análisis de los fogones en forma independiente al de los carbones dispersos, en este tipo de rasgos se contabilizó un total absoluto de 165 especímenes para los cinco fogones. El 50% de ellos fueron analizados, y el 94% de la muestra fue identificada. Se reconocieron representantes de 12 géneros (Tabla 2). En este conjunto, los taxa mejor representados −en función de su frecuencia relativa (%)- fueron Bulnesia (23,81%), Cercidium (15,48%), Larrea (14,29%), Lycium (13, 1 % ) y Schinus (10, 71 % ) ; mientras que en proporciones inferiores al 10% se identificó Geoffroea (4,76%), Condalia y Caesalpinia (3,57%), Monttea, Boungainvillea, Acantholippia/Junellia y Prosopis (1,19%). En términos de ubicuidad, el taxón más ubicuo fue Bulnesia (80%), seguido por Geoffroea, Larrea, Lycium y Schinus (60%); en menor cantidad Cercidium y Condalia (40%), y finalmente Boungainvillea Acantholippia/Junellia, Caesalpinea, Monttea y Prosopis (20%). En la Figura 5 se comparan los resultados de cada fogón en particular con los carbones dispersos de los niveles correspondientes a cada uno de ellos. En primer lugar, el fogón B (Figura 5-A), registrado en el nivel 7, se caracteriza por una diversidad de 6 taxa, de los cuales los géneros mejor representados en términos de frecuencia relativa (%) fueron Cercidium (28,57%), Lycium (23,81%), Bulnesia (19,05%) y Larrea (14,29 %). Los restantes presentan frecuencias menores al 5%, como Condalia y Geoffroea (4,76%). En el nivel 8 se registraron dos de estos rasgos arqueológicos; en primer lugar, el fogón C, que tuvo una diversidad de cuatro taxa vegetales, entre los que se encuentran Cercidium (38,89%), Lycium (27,78%), Bulnesia (22,22%) y Acantholippia/Junellia(5,56%) (Figura 5-B); en segundo lugar, el fogón D, que registró ocho géneros (Figura 5-C), siendo este el fogón con mayor diversidad, incluso superior a aquella del nivel que lo contiene. En este fogón se destacan por sus frecuencias Bulnesia (28,57%), Larrea (23,81%), Caesalpinea (14,29) y, en menor cantidad, Boungainvillea, Geoffroea, Monttea, Prosopis y Schinus (4,76%). Por otro lado, en el fogón E, correspondiente al nivel 9, se identificó únicamente Schinus (83,33%), siendo los restantes carbones indeterminables (Figura 5-D). Finalmente, el fogón H, correspondiente al nivel 12, tuvo una diversidad de seis taxa (Figura 5-E), que poseen distintas frecuencias relativas: Bulnesia (33,33%), Larrea (22,22%), Schinus (16,67%), Condalia y Geoffroea (11,11%) y Lycium (5,56%).


Figura 5.
Valores de frecuencia relativa (%) de cada taxón, basados en el conteo absoluto de fragmentos. Comparación entre los carbones de fogones y los dispersos (CD) de cada nive l arqueológico respectivo.

Discusión

Si consideramos que la vegetación que actualmente se encuentra en las inmediaciones de ACA-1, tal como lo señalan los registros polínicos, no ha sufrido cambios significativos durante los últimos 1200 años AP (Navarro et al. 2012), se puede decir que las distintas frecuencias observadas en el registro antracológico de ACA-1 a lo largo del tiempo no responden estrictamente a cambios climáticos que debieron afectar las comunidades vegetales, sino que pudieron ser una consecuencia tanto de la aplicación de distintos criterios culturales de selección de la madera, como de la ocurrencia de procesos posdepositacionales/ tafonómicos. Los estudios antracológicos, considerados conjuntamente con las propiedades físicas de la madera, así como con la información procedente de fuentes escritas y de los usos dados por poblaciones actuales a los distintos taxa, nos permiten evaluar algunas tendencias en cuanto a la explotación del recurso leñoso en el sitio. El perfil antracológico de ACA-1 evidencia una importante diversidad de taxa (N = 16 géneros). A pesar de dicha diversidad, hay un predominio marcado de dos géneros, Larrea y Bulnesia. Todos los géneros identificados son nativos y característicos de la provincia de Monte (Cabrera 1976; Roig et al. 2000). Si los comparamos con el relevamiento de la vegetación actual en las inmediaciones del sitio realizado por Hernández et al. (1999-2000), podemos diferenciar tres categorías de taxa. En primer lugar, aquellos presentes tanto en el área relevada por Hernández et al. (1999-2000) como en el registro antracológico, tales como Prosopis spp, Larrea spp, Caesalpinia, Cercidium, Bulnesia, Condalia, Senecio spp, Proustia y Lycium sp. En segundo lugar, hay géneros mencionados por Hernández et al. (1999- 2000) que no presentan evidencia a nivel antracológico, tales como Chenopodium, Gramíneas y distintas Cactáceas, ninguno de los cuales posee propiedades adecuadas para su uso como leña, lo que podría ser una razón de su ausencia. Por último, hay especies identificadas a nivel antracológico, pero que no fueron relevadas en las inmediaciones de ACA-1, por ejemplo, Atriplex sp, Boungainvillea sp, Acantholippia/ Junellia, Schinus sp., todas nativas del Monte, las cuales debieron seguramente estar disponibles durante la ocupación del sitio. Esto último nos podría indicar que la recolección de recursos combustibles fue realizada a rangos mayores de distancia del sitio que los considerados por Hernández et al. (1999-2000) en su relevamiento de vegetación. Lamentablemente, en este último trabajo no se especifican las distancias que abarcó el relevamiento de la vegetación actual, lo cual nos hubiera permitido realizar inferencias más precisas respecto del rango de recolección de combustibles en el pasado.
Las primeras evidencias de ocupación son las correspondientes al conjunto A, que cronológicamente abarca desde los 1200 años AP hasta los 250 años AP. Gil (2006) considera que el sitio es el producto de múltiples ocupaciones de variada intensidad durante las cuales se realizaron múltiples tareas, como el acondicionamiento de artefactos, el procesamiento de presas de caza y la molienda de vegetales, entre otras. El registro antracológico de este conjunto se caracteriza por un marcado dominio de dos géneros, Larrea y Bulnesia. Ambos taxa fueron identificados en todas las clases diamétricas consideradas, lo cual permite inferir que sus elevadas frecuencias se vinculan más a un mayor uso como leña que a una preservación diferencial o a sesgos muestrales producidos durante la identificación. Vale la pena destacar que a ninguna de las especies de Larrea o Bulnesia se les da un uso alimenticio. La madera de las distintas especies de Larrea spp. es actualmente utilizada como leña, en la confección de techos y herramientas de campo (i.e., recados), además de ser un compuesto fundamental en la farmacopea local: la decocción de sus hojas es utilizada para aliviar molestias provocadas por el reuma, como antiinflamatorio y para tratar fracturas (Ruiz Leal 1972; Hernández 2002). En cuanto a su madera, los cálculos de densidad, realizados por nosotros (Andreoni 2010), señalan que la jarilla puede ser catalogada como una madera semidura, con presencia de resinas y de fibras con paredes gruesas, lo cual aumenta su potencial valor como leña. Otro elemento a considerar es su amplia disponibilidad en las proximidades de ACA-1 (Hernández et al. 1999-2000). A nivel regional, en ambientes de tipo ecotonales entre Monte y Patagonia (i.e., Gruta de El Manzano), hemos identificado también un elevado porcentaje de carbones arqueológicos correspondientes a este género (Llano y Andreoni 2012; Andreoni 2014), lo que indicaría que su uso como leña era común en las sociedades cazadoras-recolectoras que habitaron el sur mendocino. Las cualidades de su madera permitieron también la confección de distintos artefactos (i.e., estacas, iniciadores de fuego, husos de hilar, entre otros), a juzgar por los que fueron recuperados en el sitio antes mencionado (Neme et al. 2011; Llano y Andreoni 2012; Andreoni 2014). Las inferencias sobre Larrea, en cuanto a sus propiedades como combustible, son extensibles a Bulnesia retama1. Este último taxón ha sido utilizado para la extracción de ceras; por otra parte, la madera de retama es muy apreciada como leña, puesto que su elevado poder calórico ha permitido su aplicación en la fragua de metales; y además las ramas son utilizadas para la confección de postes de alambrado en Catamarca (Capparelli 1997). Respecto de los taxa que en términos de frecuencia relativa fueron secundarios, son Geoffroea, Cercidium y Lycium los mejor representados durante este periodo. Sabemos, por distintas fuentes (Latzina 1937; Ruiz Leal 1972; Delhey 1991; Hernández et al. 1999-2000, entre otros), que el chañar (Geoffroea decorticans), disponible en la región en forma de pequeños bosques, es un importante recurso alimenticio, medicinal, tintóreo, de madera dura a semidura, que tiene distintas aplicaciones en la elaboración de mangos o postes, además de ser un excelente combustible. De este taxón se han recuperado gran cantidad de restos carpológicos tanto en ACA-1 (Hernández et al. 1999-2000; Gil 2006), como en otros sitios del sur mendocino (Hernández 2002; Llano 2010). Posiblemente su principal aplicación en el pasado haya sido alimenticia, en tanto que su utilización como leña podría corresponderse con la disminución en la disponibilidad de otros recursos (i.e., Larrea y Bulnesia). Sin embargo, los valores de ubicuidad de Geoffroea nos advierten que su uso como combustible ha sido continuo durante la ocupación del conjunto A y en el sitio en general. En cuanto a Cercidium praecox, cuyo registro antracológico es significativo tanto por su frecuencia como por su ubicuidad, se contrapone el hecho de que posee una madera que por su densidad es clasificada como liviana o blanda, suele ser atacada por xilófagos y es de fácil descomposición, y es actualmente poco utilizada como combustible (Ruiz Leal 1972). Es probable que Cercidium haya sido utilizada como combustible sólo cuando otras especies de mayor calidad estuvieran poco disponibles o, tal como dice Hernández et al. (1999-2000), que pueda haberse empleado en el pasado como fuente de resina, y este uso, haber implicado la carbonización de porciones leñosas. La madera de Lycium, según nuestros cálculos de densidad, puede ser catalogada como semidura (Andreoni 2010, 2014). Distintas especies del género son utilizadas como leña por comunidades rurales de Neuquén; entre ellas se mencionan L. ameghinoi, L. chivense y L guilliesianum; las dos primeras, las más habitualmente colectadas en esa provincia (Cardoso et al. 2009). Si bien los frutos de este taxón se asemejan a los de Condalia microphylla, a diferencia de este último, los frutos de Lycium no son comestibles (Steibel 1997). Respecto de otras especies identificadas en ACA-1, disponemos de escasa información sobre las propiedades de su madera, tal es el caso de Proustia o Monttea, géneros bien representados en el conjunto A.
Respecto del primero, no contamos con información sobre su uso como combustible, no obstante, Hernández et al. (1999-2000) señalan que actualmente crece en las proximidades del arroyo Agua de los Caballos, y las ramas tiernas en decocción son utilizadas para tratar reumatismos (Hernández 2002). En el caso de Monttea, es utilizado como leña por poblaciones rurales del Monte (Ladio y Lozada 2009) y en Neuquén (Cardoso et al. 2009). En la provincia de La Pampa Montteaes utilizada para la realización de señales de humo por el pueblo ranquel (Steibel 1997). Ambos taxa debieron estar disponibles en las inmediaciones de ACA-1 durante su ocupación y, considerando su alto porcentaje de ubicuidad, es evidente que su uso fue prolongado en el tiempo. Es interesante observar que algunos taxa con muy buenas propiedades combustibles (i.e., Prosopis sp., Schinus sp. y Condalia microphylla), se encuentran en bajas frecuencias a nivel antracológico, pero con un importante registro carpológico (Hernández et al. 1999-2000; Gil 2006). El algarrobo (Prosopis spp.) ha sido y es utilizado en el N de la Argentina para la elaboración de comidas (i.e., patay), y bebidas (i.e., añapa, aloja, entre otros) (Hernández 2002; Capparelli 2008; Ladio y Lozada 2009; Llano et al. 2012), así como por sus propiedades combustibles (Capparelli 1997). En el Valle de Ambato, por ejemplo, es el taxón mejor representado tanto en el registro antracológico como en el carpológico (Marconeto 2005). Respecto de Schinus, su madera es semidura y ha sido ampliamente explotada como leña por las poblaciones actuales (Ruiz Leal 1972; Cardoso et al. 2009; Ladio y Lozano 2009). A nivel arqueológico regional este taxón evidencia un intenso uso como combustible en ambientes de tipo patagónico (Andreoni y Capparelli 2012; Llano y Andreoni 2012), sin embargo, su presencia dentro de los carbones dispersos de ACA-1 es escasa. Por el contrario, gran parte de los carbones asignados a Schinus en ACA-1 proceden de concentraciones o fogones, como por ejemplo del fogón E, lo cual podría implicar un evento o una serie de eventos de combustión puntuales en los que Schinus fue el taxón seleccionado. Sus frutos se encuentran en un elevado porcentaje en el alero (Hernández et al. 1999-2000; Gil 2006). Si bien estos pueden provenir del uso combustible de las partes terminales de las ramas durante la época de su fructificación (Capparelli 1997), las propiedades medicinales y alimenticias de dicha baya podrían haber implicado otros usos, tal como opinan Gil (2006) y Hernández et al. (1999-2000), tanto en ACA-1 como en otros sitios de la región (Hernández 2002; Llano 2010). Es probable que la presencia de un mortero de arenisca en este conjunto se vincule al procesamiento de distintas plantas (i.e., Prosopis, Geoffroea, Schinus), aunque deberían realizarse los correspondientes estudios de microrrestos para contrastar esta hipótesis. Respecto de Condalia microphylla, se sabe que formó comunidades densas en la región, y que su sobreexplotación en tiempos recientes ha disminuido notablemente su presencia (Ruiz Leal 1972), aunque actualmente sigue siendo utilizado como leña y como comestible (Ladio y Lozano 2009). Su leña es la más preciada entre los ranqueles por su elevado poder calórico; además, con su madera se fabrican herramientas (Steibel 1997). En ACA-1 se identificaron endocarpos de Condalia microphylla (Hernández et al. 1999-2000; Gil 2006). Aunque, al igual que lo que ocurre con Schinus, estos podrían provenir de su uso como combustible, el registro actual de utilización alimenticia en el Monte permite suponer también que pudieron haber sido utilizadas en ACA-1 como alimento. De esta manera, se piensa que Prosopis sp., Schinus sp., Geoffroea decorticans y Condalia microphylla han constituido recursos de importancia para los grupos cazadores-recolectores de la región, ya que sus frutos pueden haber sido colectados como alimento y sus maderas han sido destinadas al uso como leña. No obstante ello, pudo haber primado un énfasis en un uso ligado a la subsistencia, y que hayan sido relegadas a una posición secundaria sus buenas propiedades combustibles al menos en lo que se refiere a los ambientes de Monte, donde los recursos combustibles son más abundantes que en otras regiones (i.e., Patagonia). En menor frecuencia se identificaron distintos taxa, que pueden haber tenido otras posibles aplicaciones. Algunos, como Atriplex, han sido reportados como iniciadores de fuegos (Marconetto 2002), función que potencialmente podemos aplicar también a Acantholippia seriphiodes y Junellia seriphiodes, dado su alto contenido en aceites esenciales −que facilitan su combustión-, aunque no contamos con menciones bibliográficas sobre tal aplicación en estos últimos taxa. En suma, es interesante destacar que en ACA-1 tanto el registro antracológico como el carpológico (Hernández et al 1999-2000) y el arqueológico en general (Gil 2006), que se corresponden con usos combustibles, alimenticios, líticos, y faunísticos, entre otros), evidencian el uso de recursos próximos al sitio durante el periodo correspondiente al Conjunto A. Tal como se dijo anteriormente, durante el proceso de excavación del conjunto A se identificaron distintas estructuras carbonosas. El análisis independiente y su comparación con los carbones dispersos de los niveles que contenían estos rasgos permiten realizar algunas inferencias ligadas a aspectos muéstrales e interpretativos. En primer lugar, sumando todos los eventos de fogón, se evidenció una mayor diversidad taxonómica entre los carbones dispersos que entre los fogones. Esto se condice con lo esperado, si tenemos en cuenta que habitualmente se considera que los carbones dispersos nos proveen información que resulta de un promedio de todas las actividades ligadas con el fuego, realizadas en un sitio en un momento dado; sin embargo, nos brindan escasa información acerca de las características de cada una de las actividades desarrolladas en particular (Piqué i Huerta 1999). Por el contrario, los carbones procedentes de concentraciones o de estructuras de combustión son rasgos que nos brindan información más específica del uso de leña, ya que responden a actividades acotadas, por lo que se espera que las muestras procedentes de fogones sean menos diversas e incluso hasta monotípicas (Chabal 1990; Zapata y Figueiral 2003). En el caso de ACA-1, la única estructura carbonosa monotípìca es el fogón E del nivel 9, por lo cual se supone que este fogón pudo haber tenido un uso más restringido en cuanto a sus aplicaciones con respecto a los restantes, aunque se requiere de mayor cantidad de datos arqueológicos para definir las posibles funciones de estos últimos. Si bien el conjunto total de los fogones presentó menor diversidad de taxa que el de los carbones dispersos, si analizamos cada uno de los restantes fogones en relación con su nivel correspondiente en el perfil, dos tuvieron menos diversidad que los carbones dispersos de su nivel correspondiente (i.e., B y C) y otros dos presentaron el caso inverso (i.e., fogones D y H). Por este motivo se piensa que las generalizaciones respecto de la menor diversidad de los fogones no se ajustan al caso de ACA-1. La ocupación del sitio continúa hasta tiempos históricos. El denominado conjunto B, asignado al periodo Hispano-Indígena, abarca en ACA-1 los últimos 250 años AP (Gil 2006). El registro arqueológico de este periodo es contrastante con respecto al del conjunto previo (Tabla 4). Por ejemplo, se evidencia un cambio en las estrategias de obtención de materias primas líticas, disminuye el uso de materias locales (sílices y basaltos) y se incrementa la presencia de obsidiana en el sitio. Esta última tiene una señal química que permite asignarla a la cantera del cerro Peceño, distante unos 30 km de ACA-1 aproximadamente (Raven 2012). Además, se observa en el conjunto B un leve incremento en la diversidad taxonómica animal (Gil 2006) y en la de los carporrestos si consideramos las especies introducidas (ver más arriba). Gil (2006) interpreta que estas diferencias podrían reflejar los cambios organizacionales que Durán (1997) postula para las poblaciones del período Hispano-Indígena. El registro antracológico para este lapso evidencia
una disminución en la cantidad de los taxa utilizados como combustible (N= 10 géneros). La explotación de recursos leñosos se centró, al igual que en el conjunto previo, en Larrea y Bulnesia. A esos taxa principales les siguen en importancia Geoffroea, Lycium y Cercidium, y entre estos se produce un incremento en la frecuencia y ubicuidad de Lycium. Un taxa que también incrementa su frecuencia durante este periodo es Boungainvillea. En la región crece Boungainvillea spinosa, la cual es muy preciada como combustible por las poblaciones rurales en la región de La Payunia, además, sabemos que B. stipitata, que crece en la Mesopotamia, posee madera semidura que alcanza altos valores de calorimetría, similares a los de Geoffroea decorticans (Latzina 1937). Por tal motivo, la madera de Bougainvillea puede ser señalada como un buen combustible. Los demás géneros identificados (i.e., Condalia, Schinus y Prosopis) no presentan cambios significativos en la secuencia. El único género identificado en este periodo y ausente en el conjunto previo es Chuquiraga sp., comúnmente conocida como monte chirriador o ardegras, la cual es de fácil encendido y utilizada etnográficamente como iniciadora de fuego o para realizar señales de humo a distancia (Ruiz Leal 1972; Ladio y Lozano 2009; Andreoni 2010, Andreoni y Capparelli 2012). Si bien los estudios carpológicos previos desarrollados en ACA- 1 (Hernández et al. 1999-2000; Gil 2006) mencionan la presencia de especies europeas (i.e., Prunus persica, Junglans regia, Xanthium spinosum y Arundo donax), en ningún caso estas se identificaron a nivel antracológico, por lo cual, se supone que las prácticas de obtención de leña no se habrían modificado demasiado tras la incorporación del uso de dichas especies en la región.

Tabla 4. Cuadro comparativo entre ambos conjuntos, que indica los cambios entre las distintas evidencias del registro arqueológico de ACA-1.

Si se integra la información expuesta con trabajos previos (Andreoni y Capparelli 2012; Llano y Andreoni 2012), podemos interpretar en forma preliminar para la región algunas prácticas en torno de la recolección de madera con distintas aplicaciones. Tal como se menciona en la introducción, el análisis antracológico en sitios de valles intermedios de la cordillera de los Andes, como Arroyo Malo 3, se mostró sensible para evaluar los procesos de intensificación propuestos para los últimos 2000 años AP en el sur de Mendoza, lo cual se evidenció en la diversificación del uso de leña durante el Holoceno tardío, en la incorporación de estructuras anatómicas que implican la extracción completa de algunos taxa (i.e., raíces de Adesmia, Berberis), en la ampliación de las redes de recolección de madera para leña y en la incorporación de especias foráneas (Andreoni y Capparelli 2012). Por otro lado, en similares condiciones ambientales en sitios como El Mallín, los cambios en las frecuencias antracológicas no resultan del todo concordantes con las expectativas del modelo de intensificación, ya que no se observa una mayor diversidad taxonómica durante el Holoceno tardío, y la incorporación de maderas foráneas registrada se vinculada con la confección de artefactos (i.e., Chusquea). En ambientes ecotonales entre Monte y Patagonia, el sitio El Manzano, al igual que El Mallín, no mostró claros indicios de intensificación en el uso de recursos combustibles, aunque sí evidenció la presencia de maderas foráneas, ligadas aquí también a la confección de artefactos (i.e., Chusquea, Luma apiculata) (Andreoni 2014). No obstante, es llamativo que en este último sitio la utilización de recursos combustibles se haya centrado en especies de Monte (Larreas sp., Prosopis sp., Boungainvillea sp.), y que las de ambiente patagónico (i.e., Adesmia) estén representadas en menor medida.
Con el análisis de ACA-1 estamos incorporando un nuevo registro antracológico, el cual nos permite evaluar la posible extensión, o no, de dichos procesos de intensificación a otras regiones como la de Monte. Somos conscientes de que ACA-1 posee una cronología posterior a la de los procesos de intensificación propuestos para el sur de Mendoza, que se darían ca. 2000 años AP (Neme 2007), pero aun así nos interesa evaluar cambios que pudieran vincularse con dichos procesos. En este sentido en ACA-1 no se observó una mayor diversidad en los componentes tardíos (conjunto B periodo Hispano-Indígena), por el contrario, se registró una disminución en la diversidad. Algunos taxa (i.e., Proustia, Monttea) que se registran en el conjunto A no se registraron en el periodo Hispano-Indígena, ausencia que podría vincularse a una disminución en la disponibilidad de estos en las proximidades del sitio o a cambios en las estrategias de selección de leña. Sin embargo, el ambiente de Monte en nuestra área de estudio, a diferencia del patagónico, se caracteriza por una importante diversidad de arbustos, por lo cual podemos inferir que en ACA-1 la leña no debió ser un recurso limitante para el asentamiento humano. Finalmente, pensamos que si bien el registro arqueológico de ACA-1 durante el periodo Hispano-Indígena se caracteriza por una mayor movilidad, la cual se ve reflejada en la incorporación de productos europeos y en el mayor uso de materias primas distantes (i.e., obsidiana), este incremento en la movilidad y consecuentemente en los rangos de acción de las sociedades de cazadores-recolectores no debió modificar significativamente las estrategias de obtención de los recursos combustibles. Por el contrario, se observa que la mayoría de las especies combustibles de alta calidad son compartidas por ambos conjuntos (i.e., Larrea, Bulnesia, Prosopis, Geoffroea, Condalia, entre otras).
Finalmente, es interesante destacar algunas coincidencias que se observan entre los registros carpológicos y antracológicos de los ambientes de Patagonia y Monte en general. Si comparamos nuestros resultados con aquellos obtenidos por Llano (2010) para macrorrestos del sur mendocino, observamos que esta autora, al comparar los índices de diversidad entre ambientes Patagónicos y de Monte, encuentra que en los primeros la diversidad de especies utilizadas es mayor, aunque su retorno calórico individual es bajo, mientras que en el segundo, la diversidad de especies utilizadas es menor y el retorno calórico individual más alto. Es llamativo que la misma tendencia es la que parece reflejarse desde los 2000 años AP en adelante en el uso de los recursos combustibles de AMA-3 y ACA-1 (Patagonia y Monte, respectivamente).

Conclusiones

En suma, si bien el perfil antracológico evidencia una interesante diversidad de especies utilizadas como leña, las estrategias de aprovisionamiento en ACA-1 demuestran que todos los géneros utilizados son nativos y se encuentran en los alrededores del área de estudio. Se observa un énfasis en el uso de dos géneros (Larrea y Bulnesia) cuya utilización se justifica por su disponibilidad y las propiedades físicas de su madera, ambas combustibles de buena calidad. Si integramos los análisis de carporrestos realizados previamente con los antracológicos propios, se observa, a nivel general de sitio, que los taxa mayormente representados como combustibles (Larrea y Bulnesia) no poseen registro de utilidad como alimentos. Por otro lado, los taxa mayormente representados a nivel de carporrestos− y potencialmente útiles como leñaestán escasamente representados a nivel antracológico (i.e., Schinus, Prosopis, Condalia). Por ello se piensa que en el caso de estos últimos pudo haber primado en ACA-1 un énfasis en el uso alimenticio, y que se habrían relegado a una posición secundaria sus buenas propiedades combustibles.
La comparación entre los dos conjuntos temporales del sitio permitió observar cambios menores en las estrategias de gestión de combustibles, que no se condicen con la ocurrencia de procesos de intensificación. En este sentido, el conjunto B (Hispano-Indígena) presentó menor diversidad taxonómica que el conjunto A y variaciones en taxa secundarios (incremento relativo en el uso de Lycium y Bougainvillea y ausencia de Proustia y Monttea en su registro); sin embargo, el uso de los dos taxa principales mencionados (Larrea y Bulnesia) fue ininterrumpido y presentó frecuencias relativas similares a lo largo del tiempo. Incluso, aunque entre los carporrestos del conjunto B se registren plantas europeas (i.e., Juglans regia, Prunus persica), las cuales pueden vincularse con incrementos en la movilidad o con el establecimiento de relaciones comerciales con poblaciones criollas característico del periodo Hispano-Indígena, a nivel antracológico no se observó la incorporación de maderas exóticas en la leña utilizada.

Agradecimientos

En primer lugar, a Aylen Capparelli por su acompañamiento y disposición durante todas las instancias del trabajo. A Adolfo Gil y Gustavo Neme, por responder a todas mis incógnitas. Al CONICET (PIP 0459, titular A. Capparelli) y a la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de La Plata (Proyecto N592, titular A. Capparelli), por el soporte financiero. Al personal del LATYR (Laboratorio de Tritio y Radiocarbono FCNyM), especialmente a Andrea y Adrián, por facilitar su equipamiento para las carbonizaciones experimentales. Finalmente, a los revisores anónimos y editores por enriquecer con sus sugerencias y comentarios el manuscrito original.

Notas

1 En el conjunto A de ACA-1 Hernández et al. (1999-2000) identificaron mericarpios secos de Bulnesia retama en muy bajas frecuencias, así como una vaina de Cercidium praecox, los cuales consideramos no debieron haber sido utilizados como alimento, sino que podrían haber constituido, o bien desechos de otras actividades (i.e., obtención de resinas, madera para algún tipo de artefacto, leña, entre otros), o una introducción por causas naturales.

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