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Intersecciones en antropología

versión On-line ISSN 1850-373X

Intersecciones antropol. vol.16 no.2 Olavarría set. 2015

 

ARTÍCULOS

Activaciones patrimoniales en contextos mineros: tres casos alrededor del mundo

 

Mauricio Lorca

Mauricio Lorca. Facultad de Geografía e Historia. Universidad de Barcelona (UB), España. Montalegre 6, 08001 Barcelona, España. E-mail: maurolorca@gmail.com

Recibido 17 de junio 2014.
Aceptado 25 de julio 2014


RESUMEN

El artículo describe y analiza tres procesos de patrimonialización en torno a elementos pertenecientes al legado minero e industrial: el Museo de la Mina de Blanzy, en Francia; el Parque Minero de Riotinto, en España; y la Catedral de Sal de Zipaquirá, en Colombia. Mediante estos casos se accede a parte de las motivaciones y las formas que están adquiriendo estos procesos de producción patrimonial. Es decir, el camino que cada uno de esos conjuntos de bienes transitó, desde su identificación hasta su exhibición, para constituirse en elementos con un valor simbólico añadido reconocido -o no- institucionalmente. Los casos que se exponen demuestran así la relevancia del contexto y los distintos agentes, acciones, sinergias y conflictos que conforman una activación patrimonial, así como las funciones que actualmente está cumpliendo este tipo de patrimonio.

Palabras clave: Patrimonio; Patrimonialización; Minería; Turismo.

ABSTRACT

Heritagization in mining contexts: three cases from around the world

This article describes and analyzes heritagization processes in relation to the industrial and mining legacy in three cases: the Museum Mine Blanzy in France; the Rio Tinto Mining Park, Spain; and the Salt Cathedral of Zipaquirá, Colombia. These three cases reveal the motivations and shape of such processes of heritage production; that is, the path each has followed from discovery to display, eventually acquiring additional symbolic value, whether institutionally recognized or not. These cases demonstrate the relevance of context and the configuration of actors, actions, synergies, and conflicts that shape heritage activation plans. The cases also illustrate the functions currently performed by this form of heritage.

Keywords: Heritage; Heritagization; Mining; Tourism.


 

INTRODUCCIÓN

¿Cuáles son los elementos y factores que desencadenan la patrimonialización de elementos relativos a la minería dentro de un territorio? ¿Qué otorga validez y legitimidad a una activación patrimonial? ¿Qué alcances tiene la activación de esos bienes para los actores sociales insertos en espacios mineros? Para responder esos interrogantes se recurre a casos de patrimonialización en tres contextos mineros alrededor del mundo: el Parque Minero de Riotinto, en Huelva, España; el Museo de la Mina de Blanzy, en Creusot-Montceaules- Mines, Francia; y la Catedral de Sal de Zipaquirá en Cundinamarca, Colombia. Si bien los tres casos emergen y se desarrollan en escenarios de ocaso o cierre de la actividad minera, cada proceso de producción patrimonial obedece a dinámicas sociales que responden a contextos, formas de entendimiento y decisiones emprendidas por los actores involucrados en cada activación, lo que finalmente desemboca en modelos heterogéneos de intervención y gestión patrimonial. Así, en Blanzy es la población local organizada quien, empoderada por los planteamientos de la nueva museología, activa el legado que heredó de siglos de actividad minera, lo cual desencadena una patrimonialización que se concreta en una serie de sinergias sociales y políticas locales. En Riotinto, en cambio, es un actor económico -una compañía minera- el que dentro del plan de cierre de faenas impulsa y proyecta un parque minero de ambiciones nacionales. Mientras que en la Catedral de Sal de Zipaquirá, es la colaboración público-privada la encargada de reactivar ese elemento como bien cultural, mediante una profunda y atrevida renovación, orientándolo hacia el turismo como medio de generación de recursos económicos y desarrollo local.
Cada intervención emerge entonces gracias al impulso diligente y concertado de distintos actores e instituciones propias a cada territorio, lo que genera diferentes grados de vinculación y participación de las poblaciones locales con el patrimonio resultante de acuerdo con las funciones que cada agente activador espera cumpla en los ámbitos social, económico, político, etc. En ningún caso esto quiere decir que cada proceso esté exento de conflictos, pues "el patrimonio no solo es el resultado de un proceso de intervención, de patrimonialización, es a su vez, en su propio desarrollo, una forma de acción, de generación procesos sociales" (Hernández Ramírez y Ruiz Ballesteros 2005: 106). Es decir, si el patrimonio en tanto construcción social está en permanente cambio, esa misma labilidad conceptual involucra transformaciones en la sociedad a la que pertenece. Cabe preguntarse entonces ¿cuáles son los impactos que los procesos de patrimonialización generan en la realidad social?

EXTENSIONES Y DESPLAZAMIENTOS EN EL CAMPO PATRIMONIAL

El patrimonio es sinónimo de inalienabilidad. Si en la antigüedad proporcionó titularidad sobre la sucesión de bienes susceptibles de estimación económica dentro de la familia o el linaje, hoy la titularidad de lo patrimonial se ha desplazado desde el mundo privado al de una comunidad cada vez más amplia. Lo patrimonial ha adquirido así un rol de mediador entre generaciones, que implica el poder de apropiación de producciones culturales de generaciones pasadas para otorgarlas a las presentes, siempre y cuando velen por conservarlas y transmitirlas al futuro (Davallon 2006). El patrimonio vincula el presente con el pasado al otorgarles continuidad cultural por medio de un mecanismo -el de patrimonialización- que, desde la actualidad, reconstruye el pasado gracias a un proceso de "creatividad-ruptura". La patrimonialización correspondería, de acuerdo con Davallon (2006: 97), a una "filiación inversa" o "reconocimiento de paternidad" cultural en que, a diferencia de la biología, son los padres quienes nacen de los hijos. O sea, el patrimonio corresponde a una construcción que, desde el presente, recorre seleccionando e interpretando el pasado al brindarles valor a ciertos objetos (Kirshenblatt-Gimblett 2001: 44).
El patrimonio resulta entonces de procesos de producción que se anclan a problemáticas contemporáneas relacionadas con la función que los actores sociales confieren a lo patrimonial como fundamento, medio, estrategia y/o herramienta en coyunturas en las que se imbrican, intersecan y traslapan una serie más o menos amplia de factores. O sea, el patrimonio no es un concepto ahistórico ni inmutable, sino una representación que se transforma de acuerdo con las necesidades, los intereses y los enfoques de cada época y que, dada su manifiesta incardinación en los discursos y las acciones de muchos actores sociales, expresa la complejidad de la evolución de nuestras sociedades. Ahora bien, la constitución de un bien patrimonial es un proceso social e institucional que, dentro de una permanente dinámica de reconceptualización del pasado (Prats 1997), involucra una serie de "acciones conscientes y planificadas por parte de diferentes agentes" (Quintero 2011: 48). La patrimonialización, por ende, responde a un proceso en el que progresivamente se articula un discurso mediante, primero, la identificación y la selección de un elemento que en determinado instante adquiere el valor y el interés suficientes para ser conservado. Enseguida se procede a su estudio e interpretación para, a partir de ello, concederle o no una certificación que le confiera valor y autenticidad científica en tanto elemento que posee un vínculo continuo y efectivo con su origen. Finalmente, se procede a su exhibición y transmisión a las generaciones venideras como "mediador capaz de ponernos en contacto con su mundo de origen" (Davallon 2006: 125). Entre los especialistas hay consenso en que durante los últimos 30 años -en un contexto global de progresivo reconocimiento de la diferencia- la construcción, el significado y la utilización de la noción de patrimonio han tenido un asombroso impulso. Conceptualmente, esto ha provocado que esté en un continuo proceso de ampliación o inclusión de los universos que comprende. De este modo, el espectro de elementos que hoy poseen valor patrimonial abarca desde monumentos hasta objetos utilitarios en los que se depositan la memoria y la identidad de un grupo, por ejemplo, aquellos relativos a la vida cotidiana y al mundo del trabajo. O sea, más que el valor que posee el objeto en sí mismo, su importancia radica en lo que representa, en la función que cumple cuando es reconocido patrimonialmente por un colectivo. Esto indica, en palabras de Heinich (2011: 264), "que en materia de valores, la ausencia de objetividad absoluta no indica subjetividad sino la variabilidad de los repertorios axiológicos disponibles y los distintos contextos temporales y espaciales".
A saber, habría distintos argumentos capaces de estimular a un actor o agente para que acometa con una intervención de carácter patrimonial; dentro de ellas se identifican las vinculadas a la identidad, las urbanísticas, las ambientales, las económicas y las culturales (García Hermosilla 2008). Los fundamentos relativos a la identidad, que muchas veces se confunden con los de corte patrimonial, se sustentan como explicación de la singularidad histórica y cultural de un grupo o territorio y, en la mayoría de los casos, implican mejorar la autoestima de la población, su cohesión social y su proyección futura, así como democratizar la construcción del patrimonio y la memoria. Por su lado, los argumentos urbanísticos sostienen que la gestión del patrimonio sirve como herramienta de ordenación y valoración territorial. Los fundamentos económicos, por su parte, básicamente vinculan al patrimonio con el turismo como forma de generar recursos y desarrollo local. Por último, las operaciones de protección y valoración del patrimonio emprendidas desde lo cultural se orientan a la revitalización del vínculo social en espacios social y culturalmente heterogéneos, lo cual permite a los individuos reinsertarse social y políticamente gracias a la reconstrucción y resimbolización de su colectividad y de su historia. Es decir, de forma concomitante a los desplazamientos y las extensiones conceptuales que la noción de patrimonio ha sufrido y a las nuevas funciones sociales y políticas que ha adquirido, la variedad de elementos que pueden ser activados patrimonialmente se ha extendido tanto de manera categorial como temporal. Así, ha sido posible superar los sesgos elitistas que las dinámicas de patrimonialización tenían asociados, eximiendo al Estado de ser el único responsable de impulsarlas, logrando posicionar al patrimonio como un campo de lucha material y simbólico (García Canclini 1999; Frigolé y del Mármol 2008; Arrieta Urtizberea 2010a).
Según Saez (2005), la extensión en el número de agentes capaces de activar patrimonialmente responde a la actuación de tres rupturas dentro del orden patrimonial. La primera responde al ensanchamiento de lo que legítimamente puede llegar a ser patrimonio, pues hoy es suficiente la apropiación y el respaldo colectivo que suscita un elemento como símbolo para que pueda este llegar a ser patrimonio o, por lo menos, sea susceptible de serlo. La segunda ruptura atañe a las tensiones, las separaciones o las oposiciones entre memorias locales territorializadas e historias nacionales desterritorializadas resultantes de los trastornos que en el régimen de historicidad impusieron las lógicas memoriales y los discursos identitarios provocados por la emergencia y la multiplicación de sujetos sociales (Hartog 2012). La tercera ruptura es resultado de la anterior, pues las memorias locales conceden estatus territorial a las áreas geográficas a las que se asocian, al producir nuevos espacios físicos para la acción social. De ahí que Rautenberg (2003: 30) distinga entre dos tipos de patrimonio cultural: a uno lo califica como "para la eternidad" y "duro"; al otro, como "oportunista" y "blando". Así, dependiendo de quién sea el agente que impulsa una activación patrimonial, esta puede ser clasificada como implementada de "arriba para abajo", es decir, que sea jerárquica vertical, impuesta y elitista o, bien que vaya en la dirección opuesta, de "abajo para arriba", o sea, que las acciones de reconocimiento patrimonial estén lideradas por actores sociales pertenecientes a la sociedad civil (Arrieta Urtizberea 2009: 11). Cada patrimonialización responde así a la especificidad de "un contexto estratégico de intervención social y participación sociopolítica" (Hernández Ramírez y Ruiz Ballesteros 2008: 136). Por lo que, como han insistido una amplia variedad de investigadores (e.g., Rautenberg 2003; Hernández Ramírez y Ruiz Ballesteros 2005, 2008; Davallon 2006; Frigolé y del Mármol 2008; Arrieta Urtizberea 2009, 2010b, 2011; Heinich 2011, entre otros), es en las acciones y las apropiaciones que componen el proceso de producción patrimonial donde se concentra el valor social de un elemento. De lo que se trata entonces es de explicitar las razones, los principios efectivos, las lógicas que más o menos conscientemente siguen los actores dentro de la situación concreta de confrontación a un objeto susceptible de patrimonialización. Se trata de comprender la significación de las operaciones patrimoniales para los propios interesados, considerando todos los componentes de la situación que se observa (Heinich 2011: 33).

TRES CASOS DE ACTIVACIÓN EN CONTEXTOS MINEROS

El Museo de la Mina de Blanzy1
Blanzy es una comuna francesa que, ubicada en la región de Bourgogne del departamento de Saône-et- Loire, forma parte de la comunidad urbana Le Creusot- Montceau-les-Mines. La cuenca minera de Blanzy ha estado estrechamente ligada a la explotación y la extracción del carbón desde el siglo XVI, pero fue sólo dos siglos más tarde cuando esa actividad le imprimió al territorio un claro sello minero industrial. El cierre de las faenas mineras en el lugar comenzó en 1992 para concretarse definitivamente el año 2000, dejando tras de sí un importante conjunto patrimonial que refleja el rol que tuvo la minería en el desarrollo de las ciudades, la industria y la vida social de ese territorio. Así, junto con las adaptaciones económicas y las reestructuraciones industriales que implicó el escenario posminero, se manifestaron otras, como la inauguración, en 1974, del segundo ecomuseo en Francia, el de Cresot-Montceau; y el nacimiento, en 1975, de la Asociación de Voluntarios la Mina y los Hombres, que se fijó por objetivo inicial recuperar el máximo de material minero que la actividad iba abandonando, los que fueron esencialmente donados por las empresas locales del rubro. En 1978, a instancias de la Asociación, nació el museo de la mina de Blanzy que, junto con el museo del canal de Écuisses, el museo de la casa escuela de Montceau y el ecomuseo de Cresot-Montceau conforman una red que, apoyada por sendas asociaciones de voluntarios, trabaja por la valorización del patrimonio industrial de un territorio que es concebido en permanente evolución.
La aparición de la Asociación responde al apoyo dado por el ecomuseo de Cresot-Montceau y, por consiguiente, sus acciones se enmarcan en los principios que, durante la década de 1970, formuló la nueva museología francesa. Es decir, a la generación de procesos identitarios territoriales acordes con la infraestructura, los ritmos y las necesidades de la población local. Esto, a su vez, se tradujo en que los criterios de patrimonialización se extendieran y que los espacios de exhibición para esos nuevos productos y resignificaciones culturales fueran apropiados por las organizaciones locales. De esta forma, los ecomuseos -entendidos como "un instrumento que un poder y una población conciben, fabrican y explotan conjuntamente" (Rivière 1980)- se constituyeron en catalizadores de transformaciones políticas y socioculturales dentro de contextos espacialmente acotados. De este modo, agrupaciones como la de Blanzy son vistas como vehículos de expresión social que encuentran entre sus principales fundamentos a la reconversión de memorias de carácter local y genérico en Historia (Glevarec 2003). De acuerdo con Hartog (2012), ello inaugura un régimen de historicidad que involucra el desarrollo de nuevas formas de relacionarse con el pasado y, por ende, la aparición de identificaciones territoriales que fortalecen las idiosincrasias locales. Según Glevarec (2003, 2006), es posible identificar tres ejes temáticos en los que descansan los discursos asociativos sobre el pasado: a) el territorio, como espacio social de pertenencia e integración de los individuos; b) el trabajo, que bajo la distinción de antiguos o viejos oficios expresan las rupturas profesionales e industriales acaecidas durante la segunda mitad del siglo XX; c) la vida cotidiana, que pasa del interés etnográfico a constituirse en un material cultural apropiado por las mismas sociedades.
Efectivamente, el motivo central del museo de la mina de Blanzy es el mundo del trabajo expresado mediante la exposición de máquinas e instrumentos laborales que, para los voluntarios, se constituyen en los más representativos de la mina. Dentro de ellos, el elemento más simbólico es el castillete metálico de 20 m de altura que recuperaron y emplazaron en la entrada del museo pues, además, ese acto representó la consolidación del proceso social que encarna la Asociación (Figura 1). La colección del museo, de unas 650 piezas, pertenece a la Asociación y representa el testimonio de un modo de vida que está directamente relacionado con la cuenca minera de Blanzy como territorio específico. El material expuesto consiste en maquinaria industrial, herramientas profesionales y de la vida cotidiana, fotos, grabados y material audiovisual sobre el trabajo minero y la formación del carbón. Las instalaciones del museo se ubican en un antiguo pozo minero, el Saint-Claude, propiedad que fue cedida a la comuna para ese propósito por la compañía Houillères de Blanzy. En su interior se recrea una sala de almacenamiento de lámparas mineras, la lampisterie, y el vestidor utilizado por los mineros antes y después de sus labores, conocido como la salle de pendus. En otra habitación fueron emplazadas una máquina de extracción de 1872 y una máquina
Pinette de 1885. Sin embargo, lo más destacable es la recreación de una galería minera de unos 250 m, donde fueron situados distintos tipos de maquinaria que, en perfecto estado de conservación y funcionamiento, muestran la evolución técnica que tuvo la minería en el lugar. Igualmente, cabe destacar que las visitas a las instalaciones son guiadas por antiguos mineros y que las máquinas en exposición son puestas en funcionamiento durante las jornadas de animación que el museo realiza anualmente. Así, como propone Glevarec (2003), la exposición de ese material, más que situarlo en el pasado, lo proyecta al presente, lo que permite a los voluntarios reelaborarse simbólicamente como medio de enfrentar la desarticulación de su mundo laboral y social. De este modo, acciones como las que emprende esta Asociación los conforma en una "generación bisagra" ya que, mediante sus acciones, vinculan una sociedad industrial que desapareció con las generaciones que nacieron después de que ese proceso se concretara. La patrimonialización alrededor de lo mineroindustrial en Blanzy puede ser entendida como un procedimiento sobre el cual se constituyen nuevas formas de vínculo social en un escenario histórico posindustrial. Es por medio de ellas, desde el punto de vista económico, que el territorio se reespecializa industrialmente y desarrolla sus capacidades turísticas sobre el legado minero-industrial, su población se articula reflexivamente en torno a su identidad, reconociendo, apropiándose, desarrollando y reforzando sus valores colectivos distintivos.


Figura 1.
Acceso al museo de la mina de Blanzy

Sin embargo, como nos recuerda Iniesta (1994, en García Hermosilla 2008: 78), debe considerarse que "el concepto de ‘comunidad' utilizado por la nueva museología esconde a menudo una imagen engañosamente consensual de la población, ignorando las relaciones desiguales y conflictivas que toda sociedad comporta". En efecto, el número de miembros de la Asociación en la actualidad presenta una clara tendencia a la baja: si bien nunca superaron las cuarenta personas, hoy sólo alrededor de un cuarto de ellas permanecen realmente activas. No obstante, es claro que fundamentalmente han sido las habilidades, los conocimientos técnicos y el trabajo de los voluntarios -calculado el año 2000 en 100.000 horas (Janniaud 2000)- lo que posibilitó la puesta en marcha y el funcionamiento del museo. Sin duda, el actor que a lo largo de 39 años ha liderado la activación del patrimonio minero industrial de Blanzy es la Asociación la Mina y los Hombres, pero para que ese proceso efectivamente se haya podido concretar, fue fundamental convocar agentes políticos que respaldaran y se sumaran a sus acciones: la municipalidad de Blanzy y la Comunidad Urbana de Montceau-les-Mines. Además, se agregaron a esa sinergia entidades del sector privado, como las empresas Houillères de Blanzy y Charbonnages de France, para que donaran el material minero en desuso y para que, muchas veces, asistieran técnicamente el proceso de traslado de la maquinaria. También debe considerarse el contexto que conforman las políticas científicas y culturales que, impulsadas por el Estado francés desde fines de la década de 1960, constituyen un sostén normativo e institucional que ha permitido concretar el accionar de este tipo de agrupaciones. Por ejemplo, tanto el museo de la mina de Blanzy como el ecomuseo de Creusot-Montceau poseen la etiqueta Museo de Francia2 que, en vigor desde el año 2002, significa que sus colecciones permanentes son inalienables y deben inscribirse en un inventario reglamentario, lo que, a su vez, permite que se beneficien del apoyo estatal en términos científicos, técnicos y financieros.

El Parque Minero de Riotinto3
Minas de Riotinto es un municipio español de la provincia de Huelva en Andalucía. Las primeras evidencias de minería en el territorio se remontan a la edad del cobre, por el 3000 AC, pero el primer gran período de explotación fue durante la ocupación romana entre, más o menos, el 83 AC y la segunda mitad del siglo II DC. Luego, la actividad continuó, aunque con menor intensidad, bajo el período hispanomusulmán de Al-Ándalus y después de la reconquista cristiana en 1248. La inauguración de las explotaciones modernas fue en 1725 para continuar casi ininterrumpidamente hasta el año 2002, cuando las faenas se detuvieron de manera definitiva. Durante ese lapso, destaca la modernización que sufrieron las explotaciones, entre 1873 y 1954, bajo el mandato de la empresa británica Rio Tinto Company Ltd. En dicha administración se implementaron transformaciones técnicas y sociales de fuerte impacto social y medioambiental, entre las que destaca la desaparición del poblado original y su reconstrucción en otro sitio con el fin de obtener los recursos minerales existentes bajo él (Delgado 2006). El origen de la Fundación Río Tinto para el Estudio de la Minería y la Metalurgia se sitúa a mediados de la década de 1980, cuando la compañía Río Tinto Minera SA, previendo el inminente cierre de las faenas producto de la caída de las reservas de minerales y la baja en los precios del cobre, decidió crear una institución cultural para proteger y exhibir los restos dejados por los 5000 años de explotación minerometalúrgica del lugar y para, con ese trabajo, impactar en la economía local mediante el turismo. Para concretar esos objetivos, la empresa diseñó un plan de largo plazo destinado a crear un parque temático de la minería que "será el centro mundial de la arqueología metalúrgica [constituyéndose también en] uno de los centros de turismo más importantes de toda Europa. […] El Parque de la Minería de Río Tinto podrá beneficiar no solo a los pueblos locales, sino también, a largo plazo, aportar una ayuda a la economía de Andalucía" (Río Tinto Minera SA 1985). Dentro de las medidas que la compañía minera adoptó para lograr esos objetivos estuvo la cesión a la Fundación Río Tinto de todo el patrimonio histórico que se había almacenado a lo largo del tiempo en distintos sitios, el que en buena parte estaba deteriorado o bien se había extraviado. Así, una vez efectuada la transferencia legal de ese material, se pasó a concretar un museo que, en 1992, abrió sus puertas en las dependencias de un antiguo hospital que data de la época británica. Para ello se procedió a rehabilitar y remodelar ese edificio por medio de escuelas taller, talleres de empleo y casa de oficio que, dentro del proyecto de desarrollo territorial integrado impulsado por la fundación, conforman "un programa mixto de empleo y formación que tiene por objetivo mejorar la ocupabilidad de los desempleados/as con la finalidad de facilitar su inserción laboral" (Delgado y Cabello 2006: 23-25).
Actualmente el museo expone en 14 salas piezas arqueológicas y material industrial, además de albergar en su interior una reproducción de una mina romana (Figura 2). Para mantener en buen estado cada pieza de la colección, el museo cuenta con un Departamento de Restauración e, igualmente, con un Archivo Histórico Minero encargado de los fondos documentales generados por las distintas compañías que explotaron, desde 1873, las minas de Riotinto y otras de la región. También destaca el Centro de Investigaciones Mineras de la fundación, el que ha desarrollado una amplísima labor de investigación y difusión científica sobre el lugar. El Parque Minero de Riotinto se articula alrededor del museo como centro de interpretación y otros tres atractivos: un recorrido turístico ferroviario que implicó la recuperación del trazado viario y del Riotinto Railway; la visita a la mina a cielo abierto de Peña de Hierro, y el acceso al barrio inglés de estilo victoriano de Bellavista, donde se restauró y equipó con menaje de la época una de sus casas, la Nº 21, de manera de proporcionar un acercamiento etnográfico a la vida cotidiana de las familias extranjeras del período inglés. Ahora bien, sobresale que dentro de las temáticas desarrolladas por el Parque estén ausentes, salvo por la información que se entrega sobre la huelga y represión de 1888 -conocida como "el año de los tiros"-, temas políticos y ambientales sensibles como la segmentación social y espacial que sufrió la población durante el período inglés, la lucha y la represión sindical que
se vivió o los impactos medioambientales que produjo la minería en el lugar.


Figura 2.
Sala del museo minero de Riotinto dedicada a la época de explotación romana

Fueron justamente esas insuficiencias las que de alguna manera impulsaron la aparición del Centro de Interpretación Etnológico Matilde Gallardo que, inaugurado en abril de 2013, depende de la Asociación Matilde, que trabaja en la puesta en valor de la cultura popular local y en incentivar el desarrollo sostenible gracias al impulso de un grupo de personas oriundas del lugar. El Centro propone realizar dos actividades que tienen como eje la pregunta ¿dónde y cómo vivían las familias mineras? La primera corresponde a la visita a una vivienda obrera tradicional que, con "una museología de vanguardia" 4 , aborda tres temas: la historia del barrio donde se sitúa, los huertos que rodean a Riotinto como lugares de subsistencia de la familia obrera del siglo XIX y la casa como espacio arquitectónico y sociocultural. Además, está el recorrido por uno de esos huertos, que son concebidos como lugares de reproducción social y económica de las familias obreras de antaño pero también como espacios de memoria y, por ende, como lugares patrimoniales. Mediante ese trabajo la Asociación emerge como un espacio de participación y colaboración proponiendo, por ejemplo, que los huertos aún existentes ofrezcan sus productos en la web de la agrupación o en el mercadillo de productores tradicionales y artesanos que mensualmente se realiza en el poblado a instancias de la Asociación. De la misma forma, la agrupación converge en pos del desarrollo local con iniciativas empresariales como fieldworkRIOTINTO5 que, teniendo como ejes de sus acciones al patrimonio y la cultura vernácula, ha diseñado recorridos turísticos, eventos temáticos de docencia y actividades de investigación y puesta en valor del patrimonio de la cuenca de Riotinto. De la información expuesta se desprende que el municipio de Riotinto es protagonista de un valioso proceso de activación que ha significado transformar a su legado minero en recurso turístico. Es notable que ese proceso haya sido impulsado por una decisión empresarial que logró convocar e integrar a distintos actores políticos y económicos andaluces en los objetivos y las acciones de la Fundación Riotinto.
Esto permitió que el Parque fuera declarado por la Junta de Andalucía como Bien de Interés Cultural, en la categoría de Sitio Histórico (2005), y que haya recibido distinciones en el ámbito de la conservación y la gestión patrimonial como el Premio Henry Ford (1998) y el Premio Cultural de la Unión Europea Europa Nostra (2003).

La Catedral de Sal de Zipaquirá6
Zipaquirá es un municipio colombiano del departamento de Cundinamarca ubicado a tan solo unos 50 kilómetros de Bogotá. La tradición minera en el área hunde sus raíces en las explotaciones salinas que las poblaciones precolombinas muiscas desarrollaron ahí entre los años 250 a 50 AC (Groot de Mahecha 1999). A lo largo del tiempo, esta actividad extractiva no sufrió mayores interrupciones dando por resultado expresiones culturales como la Catedral de Sal: un recinto excavado por los propios trabajadores al interior de una mina en honor a la virgen del Rosario de Guasá. La catedral fue oficialmente inaugurada en 1954 y durante toda la segunda mitad del siglo XX fue la expresión más significativa de la religiosidad popular y la identidad de raigambre minera de Zipaquirá. Sin embargo, en el año 1990 fue cerrada por motivos de seguridad ya que, dado lo espontáneo y artesanal de su construcción, la estructura se debilitó producto de las filtraciones de agua y el avance de las galerías asociadas a la explotación minera. En 1992 el recinto fue definitivamente clausurado, pero no sin antes prever su reemplazo en otro sitio de la mina. La inauguración de esa nueva catedral se concretó en 1995 y, un par de años después, entre 1998 y 1999, para hacer más atractiva su visita, se inauguró un complejo temático orientado al turismo: el Parque de la Sal7. Este complejo turístico, que abarca unas 32 hectáreas, contiene en su interior el parque Villaveces, el museo de la salmuera dispuesto al interior de cinco tanques saturadores de 1950, y la nueva estructura de la catedral, en la que se pueden realizar dos tipos de visita. La primera es la ruta del minero, propuesta como una experiencia consistente en recorrer la mina con implementos propios a la actividad y en la que cada participante termina extrayendo sal con sus propias manos. La segunda, que es la posibilidad más seleccionada, es la realización de un recorrido guiado por el interior de la catedral siguiendo la recreación de un vía crucis compuesto por imágenes no figurativas talladas en la roca salina, las que son realzadas por una iluminación con tecnología LED de última generación que aspira generar en el lugar un ambiente de espiritualidad (Figura 3). Dentro de los servicios que también ofrece el clúster turístico están un muro de escalada, un auditorio, un centro de eventos, un área comercial con artesanías y recuerdos y una plazoleta de comidas.


Figura 3
. Interior de la Catedral de Sal de Zipaquirá.

La puesta en marcha de este complejo está asociada a la transformación global del modelo de explotación y gestión de las salinas de Zipaquirá, las que durante la primera década de este siglo pasaron de la administración estatal a un modelo empresarial que descentralizó el área extractiva de la turística, al traspasar cada sector económico a sendas empresas especializadas. La extracción de sal pasó a ser administrada por la empresa Colombiana de Sales y Minas Ltda. (Colsalminas), mientras que la empresa Catedral de Sal SA pasó a encargarse de "la orientación, dirección y desarrollo de la industria del turismo en el marco de lo previsto en los planes y programas de desarrollo turístico de Zipaquirá"8. Esta última empresa es de carácter mixto, un 57,3% es de propiedad pública y un 43,7% está en manos privadas, contando dentro de sus accionistas a la Iglesia católica que, además, tutela parte de las acciones y las decisiones que se toman sobre la catedral, pues el recinto tiene categoría de capilla (Díaz García 2013). Este giro hacia la gestión corporativa del domo salino, pero principalmente la consumación de la segunda versión de la catedral dentro de un complejo turístico, significó que ese clúster pasara a convertirse en el eje de la innovación y la competitividad del desarrollo económico del municipio por medio de su promoción y rentabilización comercial en el circuito turístico nacional. Pero también que, dentro de la puesta en valor encabezada por la empresa, la catedral se consolidara como el elemento integrador de las cualidades específicas del territorio, convirtiéndose en su distintivo turístico, incluso en metonimia del lugar y de la identidad local y regional. No obstante esta nueva versión de la Catedral de Sal corresponde a un recurso endógeno que aporta diferencia e ingresos al territorio, ha terminado por convertirse "en una institución que con sus actividades […] produce reacciones en el orden de la sociedad" (Cala 2003: 176). Actualmente esto se traduce en que se pueda distinguir cierto distanciamiento entre la población local, ese bien cultural y el oficio minero como vectores históricos de la identidad territorial pues "el trasfondo para esa nueva construcción no radica en el fervor ni en la salvaguarda del patrimonio cultural, sino en el interés turístico que había despertado la antigua catedral" (Díaz García 2013: 97). O sea, el actual modelo de gestión aprovecha los beneficios económicos que involucra el valor cultural y simbólico que poseía la catedral original pero no se responsabiliza por proyectar esa valoración, lo cual transforma su visita en mero espectáculo.
Eso explicaría por qué en la catedral actual no existen referencias a la original, a la cultura del trabajo y al fervor religioso que impulsó a los mineros a erigir la estructura primitiva. Es decir que no existe un vínculo entre ambas y, por ende, la proximidad y la apropiación de la nueva catedral por la población local no son las mismas, pues fueron excluidos de participar en la gestión del nuevo recinto. En pocas palabras, la actividad turística ha implicado que el elemento Catedral de Sal pasara de la tuición de todos a la de unos pocos. De esta forma, el elemento más representativo de Zipaquirá fue perdiendo parte importante de su autenticidad, ya que la proximidad que tenía con la población local fue restringida, lo que resta la capacidad de ese elemento para activar dinámicas socioculturales ancladas en la historia de la colectividad a la que pertenece. Se confirma así lo que advierte Ballart (1997) al exponer que, si bien la democratización de la cultura ocurrida durante la década de 1980 significó la extensión de las posibilidades de aplicación del patrimonio, también significó integrar este al mercado como objeto de consumo homogeneizado y pragmatizado. En efecto, hasta ahora han sido los intereses económicos de la empresa y el municipio los únicos encargados de la puesta en valor de la Catedral de Sal y, por tanto, quienes verticalmente han establecido e impuesto las pautas específicas sobre las que se gestiona el bien. Por lo tanto, son las dinámicas que vinculan a la empresa con la actividad turística y al municipio con el desarrollo local las que han prevalecido, con lo cual se desplazó y reemplazó la capacidad simbólica que tenía la Catedral de Sal por la de un espectáculo cuyo reconocimiento responde a su posicionamiento en los medios de información y la oferta turística nacional. De hecho, la Catedral de Sal no posee ningún tipo de reconocimiento patrimonial oficial sino sólo el título de Primera Maravilla de Colombia (2007), obtenido por votación popular en una nominación convocada por un periódico.
Es decir, la patrimonialización de la catedral y, en consecuencia, su capacidad como lugar en el que la sociedad local expresa sus necesidades como portadores, reproductores y creadores de cultura, se ha visto eclipsada por las limitaciones y las regulaciones impuestas por su uso económico, lo que ha terminado por atentar contra ese bien cultural. Primero, porque la desperdicia y deslegitima como espacio social alrededor del cual la población local puede definir, estructurar y construir narrativas comunitarias y, a partir de ellas, una identidad capaz de amoldarse a las necesidades actuales. Segundo, porque la desposesión de la catedral como símbolo socialmente construido arriesga con restar oportunidades a la articulación y la sustentabilidad de las acciones y dinámicas de desarrollo territorial que se emprenden a su alrededor.

CONCLUSIONES

Es un hecho: la conceptualización, la gestión y la normatividad asociadas al patrimonio se redefinen y amplían heterogénea, híbrida y pluridisciplinarmente integrando a su campo de acción nuevas formas culturales que aportan a la reconfiguración de identidades y al reconocimiento y la legitimación simbólica de actores sociales que históricamente han permanecido en los márgenes. Asimismo, los usos sociales asociados al patrimonio se han multiplicado por medio de acciones colectivas que, centradas en conjuntos patrimoniales cada vez más acotados social y espacialmente, han motivado la distinción entre un patrimonio institucionalmente respaldado y otro de ribetes únicamente sociales que probablemente termine generando, como propone Saez (2005: 62), el reconocimiento de un "patrimonio de interés territorial". De este modo, dentro de las sociedades contemporáneas, el patrimonio se ha convertido en un recurso que respalda y articula acciones sociales que permiten a los grupos reinterpretarse y adaptarse a coyunturas de transformación. Es decir, "el patrimonio hace sociedad" (Hernández Ramírez y Ruiz Ballesteros 2008: 141). Precisamente, mediante la descripción y el análisis de las dinámicas de patrimonialización presentadas se aprecia cómo los efectos y los alcances que generan esos procesos difieren según el contexto histórico y social en que se desarrollan, los actores que lideran cada activación y los grados de planificación y gestión de cada intervención. También, posibilitan distinguir las distintas funciones que se le asignan actualmente al patrimonio de características minero-industriales. Los casos presentados permiten así observar cómo las activaciones patrimoniales se han democratizado, dejando de ser de exclusivo interés y responsabilidad pública, para pasar también a formar parte del repertorio de acciones que pueden emerger y ser conducidas por la sociedad civil o agentes pertenecientes al ámbito privado. Igualmente, estos tres casos revelan cómo el turismo progresivamente se ha ido eslabonando a lo patrimonial para proponer una nueva modalidad de relacionarse con la cultura y la identidad, convirtiéndose en agente de transformaciones culturales y socioeconómicas.
El museo de la mina de Blanzy responde a los principios planteados por la nueva museología francesa durante los años 1970. En ese contexto, fue una agrupación de voluntarios la que impulsó y sigue encabezando una serie de acciones destinadas al rescate, la presentación y la conservación de elementos relativos a la industria minera. Esto generó una serie de sinergias sociales y políticas que permitieron la reinscripción del grupo y del territorio dentro de un escenario de transformaciones posindustriales. Este caso permite confirmar, como propone Arrieta Urtizberea (2009: 13), que parte importante de las activaciones patrimoniales representan la democratización de la producción patrimonial, y que esto, consecuentemente, se traduce en un asunto de participación. Así, en la medida que la población local o, al menos, su porción organizada, se involucra en esos procesos, generando dinámicas de abajo-arriba, conforma a la vez modelos de entendimiento entre actores formales e informales que les permiten vincularse, coordinarse y comunicarse en pos de la resolución de problemáticas comunes.
El caso de Minas de Riotinto, en tanto, justamente demuestra cómo, desde la década de 1980, los agentes privados incorporaron a su campo de acción la dimensión patrimonial. En efecto, en Riotinto, fue una compañía minera la que planificó una intervención que, en un escenario de cierre de faenas, situó al patrimonio minero industrial como eje central de un plan de desarrollo territorial liderado por una fundación expresamente creada para ello. Así también, respaldó sus acciones al convocar y sumar a su directorio a distintos agentes políticos y económicos de Andalucía. Ahora, si bien la iniciativa es presentada bajo el concepto de "ecomuseo" debido a la importancia que adquiere el territorio en sus acciones, ellas no necesariamente incluyen a la población local, y concentran esa dimensión en la labor social que han representado los programas de formación y empleo impulsados por la fundación gracias a fondos transferidos por la Junta de Andalucía. Sin embargo, al cabo de los años, la suscripción de la población local a los esfuerzos de la fundación se ha concretado mediante la aparición de grupos organizados y empresas que han llegado a corregir algunas omisiones. Parte del trabajo de esas iniciativas se centra en destacar a sectores populares marginales en el relato oficial, entre los que sobresale, por ejemplo, el rol que la mujer cumple en la sociedad minera (de ahí el nombre de la Asociación Matilde Gallardo) y la activación de espacios de memoria que hoy se convierten en lugares sobre los que se articula una economía alternativa que, con base en la autenticidad, añade valor y atractivo al territorio convocando cada vez a más actores.
Por su parte, el caso de la Catedral de Sal permite aproximarse al importante vínculo existente entre turismo y patrimonio y a los resultados sociales que se producen cuando la gestión de un bien cultural es orientada exclusivamente al mercado. De hecho, si bien el turismo ha tenido una influencia positiva como mecanismo de representación territorial de Zipaquirá, eso no ha significado la reevaluación ni la actualización de los compromisos identitarios del grupo con ese bien, ni tampoco la aparición de reivindicaciones por su control como parte de la cultura de quienes la heredaron. Es la dimensión económica de la catedral la que ha prevalecido por sobre su rol cohesionador, pues su administración es ejecutada y gestionada exclusivamente desde una óptica empresarial orientada a la generación de beneficios económicos y al desarrollo del municipio, lo que inhibe parte importante del valor que antaño tuvo en el plano simbólico. Es decir, si bien el patrimonio dio pie al turismo, el turismo no está dando pie a la patrimonialización de la nueva versión de la Catedral de Sal. El desafío que impone este tipo de dinámicas se traduce entonces a cómo hacer para que la integración de este tipo de elementos al mercado turístico no termine por excluir y segregar a la población que le dio origen. La respuesta, sin duda, apunta a incluir la participación social dentro de la gestión del bien como forma de otorgarle validez y legitimidad patrimonial, al robustecerla simbólicamente y al revertir la verticalidad de las acciones económicas y políticas sobre ella.
En efecto, dentro de los resultados observados en los procesos en que la sociedad civil ha tenido o ha ido adquiriendo protagonismo en las dinámicas de patrimonialización -los casos de Blanzy y Riotinto- es posible observar cómo han sido esos mismos procesos los que han propiciado la formación de la población en el tema patrimonial y, asimismo, que las identidades territoriales de esos sitios se hayan visto fortalecidas y consolidadas como complemento y respaldo a los esfuerzos encaminados a lograr el desarrollo de esos territorios.

Agradecimientos

La investigación en la que se enmarca este artículo fue financiada por el sistema Becas-Chile del Programa de Formación de Capital Humano Avanzado de la Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica del Estado chileno (CONICYT).

NOTAS

1 Se visitó el museo de la mina de Blanzy el 27 de agosto de 2013. Se entrevistó a René Janniaud, fundador y presidente honorario del museo de la mina de Blanzy, y a Typhaine Le Foll, directora y conservadora del ecomuseo Creusot- Montceau.

2 http://www.culturecommunication.gouv.fr/Aides-et-demarches/Protections-labels-et-appellations/L-appellation-Museede-France (20 de mayo 2014).

3 Se visitó el parque minero de Riotinto los días 11 y 12 de julio de 2013, y en esa oportunidad se mantuvieron entrevistas con: Francisco Cabello, director administrativo de la Fundación Riotinto; Nieves Aguilar, guía del Parque Minero Riotinto; Francisco Javier González, fundador y presidente de la Asociación Matilde.

4 http://asociacionmatilde.org/index.html (16 de mayo 2014).

5 http://www.fieldworkriotinto.com (16 de mayo 2014).

6 Se visitó la Catedral de Sal de Zipaquirá el 24 de agosto de 2012.

7 http://www.catedraldesal.gov.co/ (18 de abril 2014).

8 http://web.archive.org/web/20040803015501 http://www.catedraldesal.gov.co/sem.html (18 de abril 2014).

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